miércoles, 24 de agosto de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 28 DE AGOSTO DEL 2011


22° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

1. LECTURAS
 Jeremías (20,7-9): Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreir todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
Sal 62,2.3-4.5-6.8-9: Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. ¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.
Romanos (12,1-2): Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Mateo (16,21-27): En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: « ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.» Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
2. REFLEXIÓN
Para seguir a Jesús hay que ser místico
Jorge Arévalo Nájera

Seamos honestos…las exigencias del Evangelio son de tal envergadura que resulta simplemente imposible vivirlas. ¿Quién quiere ser el hazmerreir de todos como le sucedía a Jeremías? ¿O Quién quiere ofrecerse como hostia viva –es decir, entregarse en la cruz como oblación para que otros vivan? ¿Quién quiere asumir como propias –y no a nivel del intelecto, sino de la dimensión existencial- las locas y subversivas categorías del Nazareno? ¡Miren que ocurrencia de Jesús que poner como condición para seguirlo la negación de uno mismo! ¿Pues qué no se trata de autoafirmarse a costa de lo que sea? ¿Qué acaso lo bueno no es precisamente lo contrario, es decir, hacer valer mis derechos a costa incluso de los de los demás? (las marchas de protesta tan frecuentes en nuestra sufrida y querida Ciudad de México son un vivo ejemplo de esto).
¿Quién quiere o puede vivir permanentemente tensionado por una Palabra que nos quita la paz y tranquilidad que buscamos por todos los medios?
¡Y es que eso de poner la otra mejilla cuando me han golpeado más parece pretexto de debiluchos y cobardes que de hombres auténticos! ¡Eso de perdonar 70 veces 7 parece una estupidez cuando el infeliz que me ha hecho tanto daño se merece que le odie el mismo número de veces! ¡Eso de servir a los demás cuando el que merece ser servido soy yo! ¡Eso de compartir no solamente de lo que me sobra sino de lo que necesito incluso para vivir francamente es irrisorio! ¡Que cada quien se rasque con sus propias uñas ¿no?!
¡Miren que afirmar que para salvar la vida hay que perderla cuando en nuestra sagrada mentalidad las categorías del ganar, del subir, del brillar en la sociedad son las que imperan y determinan nuestras actitudes y acciones! ¡Si que se necesita desfachatez o de plano tener zafado un tornillo!
Tal vez, amable lector no nos atrevamos a formular de una manera tan cínica nuestras dudas y reticencias ante la propuesta de Jesús de Nazaret, pero basta con echar una mirada a nuestra sociedad y darnos cuenta que está cimentada sobre valores y principios antagónicos al Evangelio y si según los últimos datos del censo poblacional, más del 80% de los mexicanos afirman ser cristianos, entonces la deducción lógica es que los ´”discípulos” no pasamos de ser simples admiradores del Nazareno, pero no estamos dispuestos a asumir su mentalidad y mucho menos su manera de vivir.
Algunas de las preguntas que debemos hacernos son las siguientes: ¿Será que todo está perdido? ¿Acaso el sueño de Jesús es una simple quimera? ¿Será más honesto y congruente abandonarlo en el baúl de los recuerdos o de las cosas bellas pero imposibles? ¿Valdrá la pena seguir viviendo una religiosidad hueca que reniega con sus acciones de aquel al que confiesa con sus labios como Señor?
Desde luego que la problemática de la “esquizofrenia de la fe” -como la llamaba Juan Pablo II en su Encíclica Fe y Razón refiriéndose a la separación entre lo que se dice creer y la ética concreta que se vive- es sumamente compleja y exige un tratamiento interdisciplinar, pero creo que un factor causal determinante es la ausencia casi total de la dimensión mística de la fe. Aclaro de inmediato el término, antes de que a varios de mis lectores les comiencen a salir ronchas precedidas de un gesto de escepticismo y una sonrisa socarrona.
Lo que viene de manera refleja a la mente de los que escuchan la palabra “misticismo”, es la definición que nos propone el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: Estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones.
¿Suena impresionante verdad? ¡Pero absolutamente incomprensible y totalmente alejado de nuestra experiencia religiosa cotidiana! ¿En qué consiste la “perfección religiosa”? ¿Cómo “medimos” esa perfección si es resultado de una experiencia inefable de unión por el amor? ¿Éxtasis y revelaciones? ¿Eso con qué se come?, ¿con bolillo, tortilla o a capela? ¿Desde cuándo la relación de amor con Dios se basa en experiencias subjetivas? ¿Acaso no basta la revelación definitiva en Cristo y necesitamos “mini revelaciones” particulares?
¡No amables lectores, la relación con Dios no se juega en el campo de las impresiones sensibles sino en el de la escucha y meditación atenta de la Palabra, de la oración seria en la que nos disponemos para Él, en el de la inserción vital en una comunidad de discípulos dispuestos a dejarse mover por el Espíritu y a celebrar la acción salvadora de Dios en su historia!
Son “espacios” que están perfectamente al alcance de la voluntad:
-El estudio y meditación de la Palabra no son cosas fuera de lo que sensatamente puede pedirse a alguien que se dice discípulo de Jesús. No se trata de iniciar sesudos y aburridos estudios bíblicos que solo entiende el expositor –o al menos eso dice él-, sino de generar espacios de reflexión sobre la Palabra, de acudir a cursos o seminarios en los que la espiritualidad (es decir, la aplicación a la vida del dato revelado en la Escritura) es siempre la que prima y la reflexión teológica está a su servicio. Existen este tipo de acercamientos a la Palabra, es cuestión de reservar espacios para ellos en nuestra apretada agenda.
-La oración es simple y sencillamente indispensable en la vida cristiana si ésta pretende tener un mínimo de congruencia evangélica. Desde luego que no hablo de los rezos aprendidos de memoria y repetidos “N” número de veces y que la mayoría de las ocasiones a lo único que inducen es al sueño. Hablo de una disposición consciente hacia el Señor, de hacer un alto en el camino y crear un espacio especialmente preparado para el encuentro con el amado, de hacer el esfuerzo por desarrollar el hábito de acudir a ese encuentro pase lo que pase (exactamente igual a lo que hacemos con el hábito ante las cosas o actividades que nos causan placer y que difícilmente abandonamos). Lo único que Dios está esperando es que generemos ese espacio y perseveremos, él se derramará abundantemente cuando sea el momento oportuno.
Uno no puede esperar que la relación con la pareja vaya adelante y gane en profundidad y calidad si permanecemos ausentes en dicha relación, más bien debemos esperar enfriamiento y des-comunión de intereses. Pues eso es precisamente lo que sucede cuando no oramos, nos alejamos de Dios y acabamos por desconocer y rechazar existencialmente las cosas de Dios.
-La vida cristiana simplemente no existe sin referencia vital a una comunidad de hermanos que comparten la fe y el deseo de seguir a Jesús a pesar de sus perplejidades y dudas. Jesús no quiere seres perfectos –tal vez porque es realista y sabe que eso no existe más que en la imaginación desbordada de los filósofos griegos- sino enamorados de él.  Pero –y esto ha sido causa de escándalo a lo largo de los siglos- resulta que la relación con Jesús no es directa y sin escalas, como si pudiéramos dispensarnos de la mediación eclesial para encontrarnos con Jesús.
¡Cristo sí, Iglesia no! Es el grito múltiples veces repetido a lo largo de la historia del cristianismo. Pero ahora no es el momento para una disertación más amplia sobre el misterio de la Iglesia y su indefectible relación con Jesús, simplemente apunto que el testimonio unánime de la Escritura y de la Tradición es que a Jesús se le encuentra normalmente –aunque no exclusivamente- en el ámbito de la eclesialidad o comunión discipular.
¿No tienes experiencia de comunidad? ¡Entonces búscala para que descubras en tu propia experiencia lo que significa ser Iglesia de Jesucristo! Y aclaro, no te estoy “vendiendo” un producto religioso ni estoy haciendo proselitismo, pero sí te estoy invitando a que te insertes en una comunidad fraterna de discípulos que celebre su fe, es decir que se reúna en torno al pan y el vino para actualizar el misterio de la salvación. ¡Sin Iglesia no hay discipulado posible, el cristianismo no se puede vivir en solitario!
Solamente si nos convertimos en asiduos a la Palabra, en orantes constantes y en celebrantes que actualizan en la Eucaristía los misterios de la salvación juntamente con otros hermanos, seremos capaces de cambiar de mentalidad y empezar a hacer realidad el sueño de Jesús.
Gracia y paz.

jueves, 11 de agosto de 2011

'Reflexión lecturas del 14 de julio' by Jorge Arévalo Nájera

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martes, 9 de agosto de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 14 DE AGOSTO DEL 2011 XX DOMINGO ORDINARIO CICLO A



LECTURAS

Is 56, 1. 6-7; Esto dice el Señor: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la Justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse. A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a ml alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en ml casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos en ml altar, porque mi templo será la casa de oración para todos los pueblos".
Sal  66: Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra fu bondad y los pueblos tu obra salvadora. Las naciones con júbilo te canten, porque Juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones. Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos Juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero.
Ro 11, 13-15. 29-32: Hermanos: Tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos, y trato de desempeñar lo mejor posible este ministerio. Pero esto lo hago también para ver si provoco los celos de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos. Pues, si su rechazo ha sido reconciliación para el mundo, ¿qué no será su reintegración, sino resurrección de entre los muertos? Porque Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección. Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes y que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán. En efecto, Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia.
Mt 15, 21-28: En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: "Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros". El les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel". Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: "¡Señor, ayúdame!" Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.

REFLEXIÓN
Llamados a ser una Iglesia que provoque los celos del mundo
Jorge Arévalo Nájera

Digámoslo sin miedo y con todas sus letras: Hoy por hoy, la Iglesia no es una realidad con mordente social ni personal, no provoca, no mueve, no confronta a los poderes establecidos –más bien parece ser en muchos casos cómplice de ellos- y es absolutamente incapaz de atraer a los jóvenes. No creo que sea una postura pesimista sino realista, aunque reconozco que es sumamente irritante para un buen número de católicos.
Esta reflexión no pretende demeritar el esfuerzo y cabal testimonio de vida de católicos comprometidos con el Evangelio, luchadores incansables de la causa de Jesús. Sin embargo, a nivel institucional –que es la portada que las masas miran de la Iglesia- urge una revisión de actitudes que generen acciones pastorales que resulten proféticas y por ello, atractivas para un mundo urgido de opciones reales que susciten la esperanza cierta de que es posible un mundo distinto.
Las lecturas que hoy la Iglesia nos proclama como Palabra de Dios, están articuladas con el tema de la universalidad de la acción justiciera y salvífica de Dios. El trozo del libro del profeta Isaías establece un imperativo (velar por los derechos de los demás y practicar la justicia) que viene exigido por el anuncio de la irrupción de Dios (su salvación está a punto de llegar y su justicia de manifestarse).
Desde luego que en una lectura cronológica, el oráculo de Isaías fue formulado como promesa/anuncio de futuro, pero en una lectura cristológica la irrupción de Dios es un permanente llegar en Cristo, Jesús viene permanentemente a nuestras vidas y su presencia es al mismo tiempo juicio y salvación para el mundo. Y ese juicio/salvación exige una toma de postura radical que se concretiza en acciones en beneficio del prójimo. Velar por los derechos de los demás significa en el contexto del profeta (que denuncia los excesos del poder monárquico y religioso) defender a los pobres y a los oprimidos, compartir los bienes con las viudas,  huérfanos, etc. y practicar la justicia es otro modo de decir que el creyente debe procurar poner al alcance de todos los hombres los medios materiales y espirituales (anuncio del Evangelio) para que alcancen su pleno desarrollo.
La fe no puede reducirse a una supuesta conversión interiorista sin un impacto ecológico. El amor por Jesús pasa necesariamente por el amor al prójimo y el amor a éste es expresión irrenunciable de la auténtica conversión, de un cambio radical de mentalidad que asume los principios y valores de Jesús como única posibilidad de realización humana.
En efecto, el maravilloso texto de Isaías posee tintes de un amor expansivo, universal, sin fronteras ni condicionamientos de índole religiosa o de cualquier otro tipo. Todas las naciones (es decir, todos los pueblos paganos) están abrasados por el torrente incontenible del amor salvador de Dios. Pero desde luego, esto no significa que su amor sea permisivo e indiferente a la respuesta humana. Se exige, para entrar en este torrente abrasador, que los paganos (aquellos que no conocen nada de la ley mosaica, de los profetas, de los patriarcas, de la liberación en Egipto, de la alianza sinaítica, etc.) se “adhieran” al Señor.
En la Biblia, adhesión a Dios significa exactamente tener fe, el que cree se adhiere existencialmente a Dios, se apega irrestrictamente a su Palabra, lo asume como criterio rector de su existencia, como catapulta desde la cual se lanza hacia las alturas, como motor y criba desde la cual construye su historia.
Por otro lado, “adherirse” o creer en el Señor se traduce en servirlo, amarlo y darle culto. Estos tres elementos se desarrollan o llevan a cabo en la práctica del velar por los derechos de los demás y por la práctica de la justicia que ya hemos explicado.
Como podemos deducir, creer en Dios es mucho más que una simple y crédula aceptación de unas verdades doctrinales, es mucho más que un sentimentalismo meloso que hace derramar lágrimas ante el Santísimo Sacramento o ante el crucifijo en viernes Santo, es mucho más que un cumplimiento legalista y cuasi mágico de ritos y normas religiosas.
Los “holocaustos y sacrificios” (es decir, los ritos y prácticas religiosas) solamente son válidos a los ojos del Señor cuando provienen de un corazón convertido, solidario y comprometido con el devenir de la sufriente historia humana, cuando son ofrecidos con manos encallecidas por el trabajo realizado codo a codo con el campesino y el obrero y atravesadas por los mismos clavos que sostuvieron a Cristo en el madero.
Entonces, el “templo” –que ahora es la humanidad misma- se convierte en casa de oración, de espacio sagrado donde se escucha la voz poderosa del Señor que desgaja los cedros del Líbano y que lanza llamas de fuego que no consumen sino que hacen arder el corazón con el deseo irrefrenable de hacer llegar la salvación a todos los hombres.
San Pablo, en su carta a los Romanos previene a los paganos convertidos sobre el peligro de la arrogancia. Es verdad que han sido –por pura gracia- injertados en la vid auténtica del pueblo santo, pero esto fue a causa de la incredulidad de Israel, y Dios salvará al final de los tiempos a todos los judíos que acepten finalmente a Jesús como Mesías.
No es por mérito propio que los paganos –usted y yo querido lector- gozamos de la salvación de Dios otorgada en Cristo al mundo entero y bien haríamos en recordar esto permanentemente para no caer en el error –tan frecuentemente cometido- de creernos poseedores absolutos de la verdad o de Cristo a fin de cuentas y de pretender imponer a otros nuestra fe con amenazas y descalificaciones ridículas.
No sea que el Señor decida –por la ausencia de frutos- desgajarnos de la vid y entregar el Reino a los que sin pertenecer –formalmente- a la Iglesia, dan culto y sirven al Dios verdadero.
Lo que el Señor nos pide es vivir de tal modo que provoque a los demás a buscar la plenitud, la alegría, la paz, la esperanza que irradian aquellos que verdaderamente se han encontrado con Cristo –como dice Pablo “provocar los celos”- y no ir por el mundo con cara de beatos de altar o de Jesús de película de Rambal o peor aún, predicando cual auténticos “Torquemadas” del siglo XXI  la condenación ipso facto de los herejes que no acepten la fe cristiana tal y como nosotros la entendemos.
El Evangelio de Mateo nos presenta una perícopa que refleja por un lado, la actitud del Jesús histórico ante aquellos que no pertenecían al pueblo de Israel y por otro lado, los efectos que la fe desnuda del hombre provoca en Jesús y en el hombre mismo. En efecto, para Jesús - al menos en los inicios de su ministerio público-, su mensaje y acciones salvíficas se restringían explícitamente a “las ovejas perdidas de la casa de Israel”.
Sin embargo, esto no significa que en su mente los paganos estuvieran ausentes, de hecho, en la teología del mismo Isaías –profeta preferido de Jesús- la misión de Israel era ser punto de atracción para las naciones, luz para los gentiles y foco de irradiación de la gloria de Yahvé. Por lo tanto, no cabe pensar en una exclusión por parte de Jesús.
Él pensaba que primero debía convertirse Israel y a partir del testimonio del pueblo convertido la oferta de salvación se abriría a los paganos. De hecho, el texto es contextualizado en el único viaje realizado por Jesús a tierras paganas, lo cual es un indicio no sólo geográfico sino teológico.
En efecto, históricamente Jesús realizó un viaje por Tiro y Sidón, pero el sentido simbólico apunta a la justificación teológica de la inclusión de los paganos en el cristianismo, que era un tema álgido de discusión en la comunidad cristiana de Antioquía, donde se redacta finalmente el evangelio de Mateo.
En la mentalidad judía, los pueblos que estaban allende las fronteras físicas y espirituales de la fe Yahvista estaban poseídos por demonios, destinados a la muerte y eran despreciados a tal punto que eran llamados “perros” (traducción correcta del término que en el texto es traducido como “perritos”). La mujer cananea es símbolo del paganismo condenado a la destrucción (la hija/futuro está endemoniada).
Sin embargo, la indiferencia del pueblo elegido que deja caer el pan (símbolo de todo aquello con lo que Dios alimenta a su pueblo; Palabra, alianza, promesas, profecía, culto, etc.) y la fe/adhesión de la mujer que no busca ser reconocida por sus méritos sino que simplemente encamina su mísera vida hacia Jesús (le sale al encuentro), reconoce su radical indigencia (se postra) e implora su ayuda, logran lo impensable…¡mover a compasión el corazón de Dios, trastocar sus planes, maravillarse con la fe del hombre que sabe reconocer en él la única posibilidad de vida definitiva y permanente! ¡Y en aquel mismo instante, quedó curada su hija!
 Gracia y paz.

viernes, 5 de agosto de 2011

'Reflexión lecturas 7 agosto 2011' by Jorge Arévalo

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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 7 DE AGOSTO DEL 2011 19° DOMINGO ORDINARIO CICLO A

Lecturas
1 Re 19,9.11-13a: En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: «Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va pasar!» Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes e hizo trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Sal 84: Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Ro 9,1-5: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante, en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.
Mt 14,22-33: Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: « ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: « ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»

El miedo paralizante que nos causa el Dios de la Biblia
Jorge Arévalo Nájera

La sensibilidad religiosa contemporánea tiende a crear una imagen de Dios dulzarrona, melosa e inocua, sin capacidad de confrontarnos con nuestras trampas y pecados y que por ello, nos deja dormir muy tranquilos.
Es el dios bonachón sentado en su mullido sillón celeste, con pantuflas y una buena taza de café humeante, tan lleno de misericordia que no cabe pensar en que sea capaz de condenar o castigar a nadie, un dios que todo lo disculpa y permite excusando las cobardías y perversiones humanas aduciendo toda clase de sutiles argumentos, tales como “tuvo una infancia difícil y eso determinó que acabara matando a un centenar de personas por lo que no puede ser calificado como culpable de sus acciones” “realmente no hay seres humanos malos, solamente hay enfermos”, etc.
Esta imagen de Dios, desde luego que es más una proyección psicológica que nos permite relativizar la responsabilidad de nuestras acciones y desde luego, resulta ser la salida perfecta para enfrentar el miedo supremo que subyace en la psique humana: el temor a la muerte definitiva, a las consecuencias del mal uso de la libertad y de una vida desperdiciada a causa del egoísmo.
Sin embargo, para aceptar esta imagen del “dios en pantuflas”, habría que mutilar páginas enteras de la Sagrada Escritura en donde se deja ver con claridad que el hombre ha de rendir cuenta de sus acciones, ya sea en la historia o más allá de la historia. Estamos hablando de hombres con la mínima capacidad de reconocer la gravedad de sus actos y del ejercicio de su libre albedrío, no de enfermos mentales, a los cuales Dios sabrá la forma de juzgarles.
De acuerdo a la visión bíblica, la mayoría de los hombres tienen esta capacidad y Dios les hace conocer por la ley natural inclusive, los caminos que se corresponden con su propia dignidad y que le llevan a su realización plena en el encuentro con Dios mediante la vivencia del amor.
Ahora bien, en plena correspondencia con la multicitada imagen, los creyentes cristianos acaban diluyendo totalmente una dimensión de Dios que es esencial para una correcta relación entre creatura y creador; el “Tremendum Dei”.
Me explico; a lo largo y ancho de la Escritura, el pueblo de Israel hace constar que al hacer experiencia de Dios, descubre su dimensión de Absoluto, de Totalmente Otro, de incognoscible, de inmanipulable. Y esta dimensión produce temor, recogimiento ante la majestuosidad inconmensurable, de tal modo que la postración, el cubrirse el rostro, el poner la frente en la tierra resultan los signos corporales que significan esta experiencia del “Tremendum” de Dios.
Es verdad que Dios “baja” al escuchar el clamor de los miserables, que busca desesperadamente a su amada para rescatarla de sus infidelidades, que le ruega –Cantar de los Cantares- y una y otra vez le perdona –Libro del profeta Oseas-, que su compasión es eterna y su enojo dura muy poco, pero esto no significa que finalmente ejercerá su justicia. Podríamos decir que la historia es al mismo tiempo, tiempo de misericordia y juicio, de la salvación y de la condenación, porque ya en la historia su Palabra exige tomar postura, o por él o contra él. La metahistoria no es más que la fijación “in aeternum” (para siempre) de lo que el mismo hombre ha decidido con su toma de postura.
No se trata evidentemente de que Dios provoque por sí mismo el miedo –que es siempre negativo- a su persona, se trata más bien de un “temor reverencial”, un reconocimiento de la propia pequeñez e insuficiencia radical que lleva a la apertura existencial al que es ni más ni menos que la fuente vital de la que depende su existencia.
Sin embargo, el “Tremendum Dei” no es la única dimensión divina. Dios se muestra también como Padre/Madre que se conmueve en sus entrañas ante la miseria humana y que desde el principio inicia un camino de abajamiento que toma carne en la persona de Jesús de Nazaret y todo con tal de rescatar al hombre y llevarlo a las alturas. Es un Dios cercano, comprometido con el devenir de la historia humana, que traba las ruedas de los carros de faraón, que toca impaciente y trémulo a las puertas cerradas de la alcoba de la remolona amada que tarda en abrir, que perdona a la esposa adúltera que se acuesta con los ídolos y le lleva al desierto para enamorarla como en los tiempos del primer amor.
Es el Dios que se queda con los hombres a pesar de que éstos le han escupido en el rostro, le han golpeado y masacrado, se han mofado de su realeza, le han clavado en un madero y se han asegurado de que ha muerto atravesándole el costado con una lanza. Esta otra dimensión de la cercanía, de la suavidad, del respeto a la libertad humana hasta el paroxismo de la cruz se llama “Fascinans Dei”. Es el Dios/amante, seductor y creativo, tan cercano que se puede manducar como trozo de pan y gotas de vino.
El hombre, por su naturaleza creatural no puede captar ambas dimensiones de Dios al mismo tiempo y en ocasiones le parece que Dios es “Tremendum” y entonces se postra y renuncia a todo intento de aprehensión del Misterio y adora en el silencio “con el corazón encendido y la mente en blanco” como diría San Juan de la Cruz al hablar de la oración contemplativa.
Y en otras ocasiones su corazón es presa del “Fascinans” divino y se siente invadido por la ternura y la misericordia son límites del Amado, y se extasía en el amor que recibe gratuitamente y en la entrega inmerecida de su persona, y abre la boca llena de alabanzas y come del pan de Vida que le es ofrecido sin mediar mérito alguno, y mira la cruz y se conduele con su Señor y ese dolor compartido místicamente le mueve a ir en busca de los sufrientes del mundo para llevarles el consuelo y la paz que sólo de Dios provienen.
En la primera lectura, tomada del libro primero de los Reyes, predomina la experiencia del “Fascinans Dei”, Dios es descubierto como brisa suave que refresca en el desierto, mientras que en el Evangelio de Mateo, la experiencia del poder de Dios que domina al mal en la persona de Cristo causa pavor en los discípulos que no atinan a comprender como es que la cruz y la entrega de la vida pueden ser herramientas eficaces para vencer el caos y la violencia.
Así, el creyente en su aventura espiritual ha de saber reconocer a Dios en sus diversas manifestaciones, ya en la brisa suave que refresca acariciando el rostro atormentado por el calor abrasador del desierto o en el signo mayúsculo pero ambiguo de un crucificado que al mismo tiempo es Dios y hombre verdadero.
Gracia y paz.

miércoles, 27 de julio de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 31 DE JULIO DEL 2011 18° ORDINARIO CICLO A


Is 55, 1-3: << ¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y fieles promesas hechas a David. >>
Ro 8, 35.37-39: << ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó.    Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.          
Mt 14, 13-21: << Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.» Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.» Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.» El dijo: «Traédmelos acá.»   Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños. >>
Del pan, la leche y el vino que sacia el corazón humano
Jorge Arévalo Nájera

El hambre y la sed son dos pulsiones, dos necesidades primarias del hombre que no pueden ser pasadas por alto. O se satisfacen o la muerte hace su aparición, no hay elección. Es por ello que la Biblia utiliza la imagen del hambre y la sed para simbolizar la urgente necesidad del hombre por las realidades espirituales y el pan y el vino/leche para simbolizar las realidades que pueden calmar esa vital necesidad humana.
Sin embargo –y esta es la gran tragedia humana-, el hombre es capaz de dejarse morir de inanición o de deshidratación espiritual simple y llanamente porque no se da cuenta que si bien las realidades intramundanas –siempre sensoriales- que consume vorazmente le “llenan la panza” y embotan su capacidad de percepción de su propia e ingente necesidad de Dios, único pan capaz de nutrirle y darle la vida.
Así, poco a poco, apenas sin darse cuenta van cayendo en la desnutrición y la deshidratación espiritual grave, hasta que les resulta imposible reconocer su enfermedad y por lo tanto, nunca piden –ni quieren pedir- el remedio adecuado para su mal.
Sin embargo, para aquellos que aún no se han dejado seducir por completo por las engañosas promesas del mundo y saben mirarse en su radical indigencia para volver la mirada hacia el único capaz de alimentarlos, Dios tiene palabras de eternidad que hoy resplandecen magníficas en las lecturas sagradas que se nos proclaman.
Isaías pinta con maestría un cuadro que nos muestra el sueño hecho realidad de un pueblo avasallado por jefes religiosos que lo único que le han ofrecido son panes y bebidas engañosas que le tienen al borde de la muerte. Esos “pseudoalimentos” son las ideologías religiosas del cumplimiento legalista, del sacrificio como forma de relación con Dios, de la inculcación de sentimientos culpígenos como instrumentos que alienan y someten al pueblo para satisfacer los mezquinos intereses de los poderosos.
A esos avasallados, Dios les invita a disfrutar del verdadero alimento y lo mejor de todo es que se los ofrece ¡gratuitamente! Imagínese usted amable lector –tal vez pueda hacerlo si ha padecido hambre por cualquier motivo; un ayuno cuaresmal prolongado, una situación inesperada que le impide acceder al alimento, etc.- por un momento, que su situación es desesperada, que el gasto no le alcanza –esto es una realidad para miles de compatriotas- que ya no tiene con que alimentar a sus hijos…y de pronto, un tendero providente le ofrece ir a su tienda para que ¡compre gratis! pan y leche.
¿Le sonó absurda la construcción gramatical? Pues tiene toda la razón, es absurda, ¿cómo se puede comprar algo que es gratis? Sin embargo, así lo dice Isaías y tiene una razón teológica. “Comprar” hace referencia a la respuesta humana ante la total gratuidad de la oferta. Estamos ante el siempre polémico binomio gracia-respuesta o si lo prefiere usted, gracia-libertad en el complejo relacional Dios/hombre.
Ante el don no cabe otra respuesta que la aceptación agradecida. Pero el texto va más a fondo y empieza a delinear de qué clase de alimento estamos hablando: << Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma >> Al relacionar la “escucha” y “la vida”, se deja ver que entonces el alimento es la Palabra que Dios dirige al hombre, una palabra que ciertamente es parcial –el contexto es la profecía del Antiguo Testamento- pero que apunta ya hacia la Palabra definitiva que se dirá en la alianza escatológica que es Cristo.
Isaías nos aporta otro elemento sustancial de la nueva alianza que anuncia: ¡el vino!, el vino en la simbología veterotestamentaria significa el amor, por ello, el vino no puede faltar en una boda, ¿Qué es de un matrimonio sin amor? ¡Pérdida de tiempo, falsificación y perversión de la relación conyugal!
En la carta a los Romanos, Pablo viene en nuestra ayuda para precisar aún más cuál es la piedra fundamental de esa nueva alianza anunciada por Isaías: ¡el amor de Cristo, que es lo mismo que el amor de Dios hecho carne e historia y ahora, en la plenitud de los tiempos entregado a los hombres! Aquella palabra se ha hecho visible, ha adquirido un nombre, un rostro concreto, un olor que surca todos los tiempos y llega a todos los hombres ¡olor de la Vida que palpita en el corazón del mundo!
Ese amor garantiza la indestructible unión del Eterno con el finito, de la Trascendencia con la inmanencia, de Dios con su creatura. Nada ni nadie puede deshacer esa alianza de amor…exceptuando al mismo hombre, único ser con la capacidad de despreciar a su creador.
Mateo nos presenta la conocidísima y mal llamada perícopa de la “multiplicación de los panes”. A estas alturas ya deberíamos barruntar que este maravilloso pasaje no se refiere a una mágica multiplicación de bolillos –o panes ázimos- al estilo más puro de David Copperfield.
Pero entonces, ¿cuál es el mensaje contenido en el texto? No pretendo hacer aquí una exégesis exhaustiva de la perícopa, simplemente presento algunas líneas teológicas de acuerdo a la intención que la Comisión Litúrgica le da al pasaje en el contexto de la liturgia de la palabra de este domingo.  En primer lugar, uno no puede dejar de notar la relación entre los hambrientos de la primera lectura y la muchedumbre de la cual se compadece Jesús. “Se hace tarde” es una indicación que hace referencia a la inminencia de la noche -símbolo de la amenaza de la muerte- y de la necesidad urgente de satisfacer su hambre.
El problema es que los discípulos piensan que cada quien debe buscar la solución “que cada quien se rasque con sus propias uñas” diríamos en “mexicano”. Para Jesús la cosa no va por allí, la solidaridad es piedra de toque en una correcta interpretación teológica de la relación entre los hombres. El problema es que los discípulos no creen que con lo poco que tienen (cinco panes y dos peces) puedan alimentar a la multitud. Es un problema de incomprensión, ellos piensan en categorías matemáticas y Jesús piensa en categorías de fe.
Con Dios las matemáticas no siempre son lógicas y dos peces y cinco panes pueden alimentar a 5000 hombres “sin contar mujeres ni niños” si se tiene fe, mientras que millones de dólares pueden no servir de nada para alimentar a unos cuantos miles si el egoísmo impera sobre la solidaridad.
Este texto es eminentemente eucarístico y nos presenta a Jesús como el Pan de Vida que satisface con creces el hambre milenaria de los hombres, hambre de plenitud y de sentido, hambre de paz y alegría sin término. ¿No es acaso precisamente eso lo que Dios nos ofrece en la Sagrada Eucaristía? En efecto, Jesús se nos da en las especies eucarísticas consagradas mediante las manos del sacerdote o los ministros –al igual que en la perícopa los discípulos son los que allegan el pan a las multitudes- recibimos a Cristo presente real, verdadera y sustancialmente en la hostia que manducamos.
Sin embargo, no debemos caer en el error de reducir la Eucaristía a la misa dominical, ni mucho menos al acto puntual en el que el Espíritu convierte el pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo. Eucaristía es la vida toda entregada a Dios por Cristo en el poder del Espíritu, es la vida misma transformada por la gracia y dentro de esa vida, la Misa es el punto de inflexión en el que la eternidad se anticipa en la historia de modo sacramental y el hombre puede tocar –literalmente- el cielo.
Es verdad, en ocasiones parece que los panes que tenemos (Cristo nueva Ley) y peces (nuestra fe en Jesús Mesías, Hijo de Dios y Salvador) no son suficientes para alimentar a las multitudes hambrientas, pero si nos atrevemos a desafiar la lógica humana y nos abandonamos en la Palabra <<poderosa en todo>> de Jesús, experimentaremos el pan, la leche y el vino que sacian el corazón humano.
                                                                                                        Gracia y paz.

martes, 19 de julio de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 24 DE JULIO DEL 2011 17° DOMINGO ORDINARIO CICLO A


1 Re 3,5-13; En Gabaón Yahveh se apareció a Salomón en sueños por la noche. Dijo Dios: «Pídeme lo que quieras que te dé.»      Salomón dijo: «Tú has tenido gran amor a tu siervo David mi padre, porque él ha caminado en tu presencia con fidelidad, con justicia y rectitud de corazón contigo. Tú le has conservado este gran amor y le has concedido que hoy se siente en su trono un hijo suyo.  Ahora Yahveh mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande?» Plugo a los ojos del Señor esta súplica de Salomón, y le dijo Dios: «Porque has pedido esto y, en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento para saber juzgar,       cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después. También te concedo lo que no has pedido, riquezas y gloria, como no tuvo nadie entre los reyes.  
Ro 8,28-30;  Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos;        y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.        
Mt 13, 44-52: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.»  «También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra>>  «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. « ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí.»     Y él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.»          

Predestinados a la gloria…pero libres para elegir
Jorge Arévalo Nájera

¿Dios es todopoderoso? ¿Qué respondería usted a esta pregunta querido lector?...la mayor parte de las personas creyentes en un Ser superior contestarían afirmativamente y sin dudarlo: ¡desde luego, de otro modo no sería Dios! Y esto significa que Dios puede hacer absolutamente todo lo que quiera, en Dios se cumple a la perfección y plenitud aquella máxima popular de ¡querer es poder!
Sin embargo, hay un problema teológico con esta respuesta: si Dios puede hacer todo lo que quiere, entonces debemos concluir que no quiere acabar con el sufrimiento del inocente, con el hambre, con la guerra y la violencia –por mencionar solamente algunas de las atrocidades que viven millones de seres humanos cada día-. Claro, alguien podría decir ¡eso le corresponde al hombre resolverlo porque Dios respeta su libertad! Pero yo me pregunto si por respetar la libertad de unos se vale permitir que los más débiles sean destruidos, abusados y violentados.
Esta reflexión viene a cuento porque hoy la lectura de la carta a los Romanos parece afirmar que Dios predestinó, eligió de antemano a algunos hombres para ser salvados y glorificados. Entonces, la omnipotencia de Dios resulta ser el presupuesto que legitima su autoridad para disponer de la suerte de los hombres, no solamente de su componente histórico sino también del eterno. Es decir, porque Dios todo lo puede, entonces tiene derecho a disponer a su arbitrio de la salvación o perdición de los seres humanos. Así, algunos habrían sido elegidos desde siempre para ser salvos y otros para perderse.
La doctrina calvinista sobre la predestinación pretende resolver el problema argumentando que no hay injusticia alguna en Dios dado que todos han pecado y todos merecen la condenación, por lo que al salvar a algunos se manifiesta su misericordia y al condenar a otros se manifiesta su justicia...curiosa argumentación teológica del gran Calvino, ¿no les parece? Sobre todo porque pretendiendo salvaguardar la justicia de Dios, acaba pervirtiendo por completo el orden de la gracia y la libertad humana.
La primera lectura, del libro primero de los Reyes nos pone en el camino de una recta interpretación de este controversial texto de Pablo. Aquí, Dios no impone nada al futuro rey de Israel, simplemente le pone delante el ejercicio de su libertad: “Pídeme lo que quieras que te dé” La pelota está en juego del lado de la cancha de Salomón, Dios se ha echado la soga al cuello porque él no sabe lo que pedirá el rey en ciernes.
¡Ya me parece escuchar las protestas de más de algún lector! ¡Pero claro que lo sabía, si él conoce el futuro! Otro craso error ocasionado por una falsa imagen de Dios que proviene de una mala evangelización. Es verdad que Dios conoce todo lo que existe, pero no puede conocer lo que no existe, y el futuro es sólo una posibilidad y no una realidad. Pretender que se pueda conocer el futuro es afirmar que la libertad humana no existe en realidad y eso es ir en contra directamente de la revelación.
Dios se ve sorprendido por la petición de Salomón. En primer lugar, el hijo de David reconoce su pequeñez ante la magnificencia de la misión. En segundo lugar, acepta que solamente Dios puede conceder los dones necesarios para tan grande empresa (juzgar a su pueblo, es decir, conducirlo hacia una vivencia en fidelidad a la alianza) y finalmente pide a Dios un corazón que entienda para discernir y juzgar adecuadamente.
Aquí es necesario detenernos para reflexionar más detenidamente sobre una realidad central y estructurante de la vida cristiana, y que desafortunadamente es muy poco asumida y considerada. Me refiero al discernimiento cristiano.
Partamos del significado del símbolo “corazón”; en la Biblia, los órganos corporales representan dimensiones de la persona. Así, la mano representa la capacidad de transformación de la realidad mediante acciones concretas, los pies simbolizan el movimiento espiritual que hace salir de las esclavitudes hacia la libertad, el ojo simboliza la inteligencia para descubrir el sentido profundo de la realidad, etc. En el caso del corazón, éste representa la sede de la sabiduría (capacidad de discernir el bien del mal, es decir, aquello que realiza al hombre en su dignidad de imagen de Dios de aquello que se opone a su plena realización)
En la vida cristiana (entendida como seguimiento existencial en pos de Cristo) el discernimiento es absolutamente indispensable. En las primeras etapas de la espiritualidad, no es difícil distinguir entre lo bueno y lo malo (por ejemplo, no se necesita más allá de un conocimiento básico del Evangelio para saber que no compartir los bienes es una actitud claramente contraria a la enseñanza de Jesús y que compartirlos es una actitud congruente con la fe), pero a medida que se va profundizando en la espiritualidad (que no es otra cosa que la relación de amor con Jesús), aquello que llamaba San Ignacio de Loyola “el espíritu malo” se va mostrando mucho más sutil y resulta más difícil discernir entre aquello que nos intima mayormente con Dios de aquello que nos aleja de él.
Y ¿qué es aquello que nos intima más con Dios? Es ahora Pablo quien viene en nuestra ayuda. El objetivo final de la elección y predestinación con que Dios agracia a sus elegidos es la glorificación, pero… ¿en qué consiste esta glorificación? En la teología neotestamentaria y específicamente en la tradición teológica de Juan, la glorificación de Jesús (hacia la cual atraerá Jesús a todos los hombres) es la cruz. De tal modo que la glorificación no es una especie de reconocimiento vanaglorioso y excluyente sino una misión que consiste en atraer a todos hacia Dios mediante una vida que se entrega en servicio por los hombres. La cruz es la sabiduría de Dios aunque resulte locura para el hombre y por lo tanto, en ella reside finalmente el criterio decisivo para discernir lo bueno de lo malo.
Sin embargo, la cruz, vista exclusivamente en su portada aterradora de sufrimiento y de renuncia, no resulta de ningún modo apetecible y digámoslo francamente, resulta imposible de vivir. Mateo vuelve a mostrarnos el camino, el “secreto” que permite abrazar la cruz como forma de vida.
En efecto, el evangelista compara el reino con un tesoro y con una perla de gran valía. En ambos casos predomina –tanto en el que encuentra el tesoro como en el comerciante de perlas valiosas- la actitud de la alegría, que mueve al hombre para vender todo y adquirir el terreno donde está el tesoro o la perla. Si la Iglesia quiere realmente adquirir peso específico en medio de la sociedad contemporánea, deberá dejar de lado una predicación y enseñanza del Evangelio que consista en amenazar o llenar de miedo para obligar a aceptar unas ciertas verdades doctrinales y empezar a testimoniar la alegría de haber encontrado un tesoro por el cual vale la pena desprenderse de todo y ser así vehículo eficaz que ponga en contacto a los hombres con la fuente de la vida que es Dios mismo.
De este modo, los hombres podrán levantar la mirada más allá del miedo para tomar con total seriedad la radicalidad que el mismo Evangelio exige y abrirse gozosamente a la inefable experiencia de sintetizar su absoluta novedad y el pasado desde el cual Dios ha venido actuando para salvarlo.
                                                                                                   Gracia y paz.

lunes, 20 de junio de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 26 DE JUNIO DEL 2011- 13° ORDINARIO CICLO A

 
2 Re 4, 8-11.14-16
Un día pasó Eliseo por Sunem; había allí una mujer principal y le hizo fuerza para que se quedara a comer, y después, siempre que pasaba, iba allí a comer. Dijo ella a su marido: «Mira, sé que es un santo hombre de Dios que siempre viene por casa. Vamos a hacerle una pequeña alcoba de fábrica en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga por casa, que se retire allí.» Vino él en su día, se retiró a la habitación de arriba, y se acostó en ella.      Dijo él: « ¿Qué podemos hacer por ella?» Respondió Guejazí: «Por desgracia ella no tiene hijos y su marido es viejo.» Dijo él: «Llámala.» La llamó y ella se detuvo a la entrada. Dijo él: «Al año próximo, por este mismo tiempo, abrazarás un hijo.»
Ro 6,3-4.8-11
¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?            Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.            Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios.        Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.   
Mt 10, 37-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. ¡Amén, amén!, quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, no perderá su recompensa".

Vida que se forja en el vientre estéril y se abre a la eternidad en Cristo
Jorge Arévalo Nájera
Todos los seres humanos, en el fondo, aspiramos a una sola cosa: ¡vida perdurable, vida que venza la caducidad de la carne, vida que nos garantice permanecer más allá de los límites del tiempo!
Este anhelo engloba todas las pulsiones del corazón humano, todos sus sueños de realización, todas sus luchas y afanes. Sin vida permanente todo pierde sentido, se torna gris y fatuo, ¿a qué esforzarse en la lucha contra las adversidades o en el fatigoso ejercicio de las relaciones humanas si finalmente todo acaba en el pavoroso sepulcro? ¿Si la existencia es un eterno círculo asfixiante de eterno retorno?
Sin vida permanente, la conclusión es lógica y lapidaria: ¡comamos y bebamos que mañana moriremos![1], sentenciaba san Pablo como conclusión lógica si la resurrección no existiera.
Las lecturas de este domingo apuntan precisamente a la reflexión sobre la única realidad que merece llamarse con toda propiedad Vida, aquella que es un don de Dios, que es inalcanzable para los meros esfuerzos humanos porque pertenece a una realidad que supera lo intrahistórico al mismo tiempo que lo abarca, pero que precisamente por ello puede abrir horizontes de realización jamás soñados y atraer irresistiblemente al hombre, porque es capaz de abarcar todo el arco de la historia, romper los estrechos límites del tiempo y el espacio y catapultarlo a las alturas de la misma vida divina.
La primera lectura, tomada del segundo libro de los Reyes, recapitula esta esperanza humana en un relato bellísimo, de una candidez que raya en la ingenuidad, pero que precisamente por ello apela a una interpretación simbólico-existencial. Aclaremos esto: el profeta Eliseo –discípulo de Elías- es acogido en la casa de un matrimonio estéril. El varón era considerado en aquella cultura como el depositario de la semilla de la vida y la mujer era solamente el receptáculo que cuidaría dicha semilla. La esterilidad era considerada como una maldición de Dios pues la descendencia era el medio que garantizaba la permanencia del hombre sobre esta tierra.
Ser estéril era estar condenado a ser borrado de la faz de la tierra, de la memoria del pueblo, significaba ser engullido por la nada, haber pasado como una ráfaga imperceptible de viento sin haber logrado absolutamente nada. Sin embargo, esa familia tiene una posibilidad de salir de esta situación de muerte, y radica en su actitud hospitalaria. Y es que la hospitalidad es todo un tema bíblico. No se trata del simple gesto amable de ofrecer un techo y algo de comida al viajero. Es un gesto que significa –siempre en la mentalidad semítica- comunión de vida, que sella una relación de protección y aceptación indeleble, a tal grado que los enemigos del forastero acogido se tornaban enemigos del dueño de la casa, la suerte de aquel al que se le dispensaba hospitalidad era la suerte del anfitrión.
En nuestro relato, el matrimonio acoge ni más ni menos que a un enviado de Dios, a un profeta, a un varón consagrado al servicio del Señor. Acoger al enviado de Dios es acoger al mismísimo Dios. Y esto tiene consecuencias. Dejar entrar a Dios en la propia vida no es un acto inocuo, es abrir las puertas a esa vida de la que hablamos anteriormente, es recibir la alegre noticia de que no todo queda agotado en la caducidad de la historia, es abrirle las puertas a la esperanza de una existencia que explota más allá del círculo mítico del eterno retorno… ¡Dentro de un año, por este mismo tiempo, abrazarás un hijo! El problema es que hospedar a Dios pasa por el hospedaje de sus enviados y eso no siempre estamos dispuestos a hacerlo.
¡Que no me venga ese pecador igual que yo a hablarme de moral y comportamiento ético! ¡Si yo bien que sé de sus debilidades! ¡Cómo quisiéramos que Dios tuviera el buen gusto de no andarnos enviando profetas y se presentara directamente ante nosotros! ¡Así sí que le haríamos caso inmediatamente!... ¿Será? valdría la pena analizar la veracidad o falacia de tal afirmación, ¿no le parece amable lector?
La lectura segunda, tomada de la carta a los Romanos, habla de la doble dimensión del bautismo cristiano: por un lado, está la dimensión de la muerte, sumergirse en las aguas bautismales significa morir a los pecados, a la vida caduca del pecador. Y por otro lado, emerger de esas mismas aguas significa la vida definitiva que el bautizado alcanza por la gracia de Cristo, una vida que queda anclada en la vida de Dios y que se caracteriza por una direccionalidad teológica (vida dirigida radicalmente hacia Dios). Muerte al pecado y vida en Dios son pues las características del cristiano e hijo de Dios al que le es participada la Vida divina.
Pablo está afirmando que aquella perdurabilidad y plenitud intuidas como entre sombras por el hombre, son ya posibles, pero es necesario un paso previo. Ese paso es explicitado en la lectura del evangelio.
En efecto, el evangelio según san Mateo,  nos presenta con terrible claridad, sin ambigüedades ni puertas para fugarnos, la centralidad absoluta de la persona de Cristo, que es La Vida hecha carne. El escándalo del cristianismo es precisamente que afirma que en la carne del Hijo del hombre, de ese Jesús de Nazaret que “pasó por este mundo haciendo el bien[2], se encuentra la única posibilidad de lograr la plenitud anhelada desde antiguo porque ni más ni menos ese hombre es Dios mismo.
Esto significa que en esa carne, en ese modo de ser hombre, en los principios y valores asumidos por Jesús, en sus opciones y preferencias Dios abre la trascendencia para el género humano. Y bien sabemos que para Jesús hacer la voluntad del Padre es su alimento y esa voluntad se presenta prístina en su opción preferencial por los pobres, en su confrontación valiente con los poderosos que oprimen a los pequeños, en su libertad absoluta ante las ideologías de poder y prestigio que tanto amamos los seres humanos, en la asunción de todos los sufrimientos y persecuciones que conlleve hacer la voluntad de su Abbá.
Pasado (simbolizados por los padres) y futuro (vida definitiva) del hombre quedan asumidos y redimidos en la aceptación de Jesús como el único camino a seguir en la historia presente. A tal grado Mateo presenta la radicalidad del seguimiento, que la simboliza con la imagen de la cruz que es análoga al bautismo (el discipulado exige asumir también la dimensión de la muerte que deviene en la recepción de la vida que es Jesús).
Sin embargo, Jesús retoma la difícil afirmación que nos presentaba la primera lectura, ¡Recibir a Jesús sólo es posible recibiendo a sus apóstoles! y para que no quede la menor duda de esto, Jesús utiliza la fórmula por él consagrada –y que en las traducciones desgraciadamente se pierde-: ¡Amén, amén! Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, no perderá su recompensa".
¡Amén, amén! significa que lo que afirma Jesús es irrenunciable para recibirlo a él, que ¡no es posible tener un encuentro con él si no se recibe a sus apóstoles! Aquellas frases tan superficiales que se escuchan en diversos foros “cristianos” y que proclaman la “relación personal con Dios” –y que evidentemente encierran la falacia de que es posible relacionarse con Jesús fuera de la tradición apostólica- son una traición flagrante a la revelación misma de Jesús.
Pero me apresuro a decir que no estoy afirmando que dicha relación personal no pueda existir o que inclusive deba existir, lo que estoy afirmando es que sin ligazón con la tradición que viene de los mismísimos apóstoles –es decir con la Iglesia apostólica- no hay garantía de que en verdad se esté dando una relación con Jesús y se corre el riesgo de una relación idolátrica con un fetiche al que le ponemos una máscara de Jesús.
Así pues, somos llamados a alojar en nuestro vientre estéril una vida que se abre a la eternidad en Cristo.
Gracia y paz.


[1] 1 Co 15,32
[2] Hch 10,38