viernes, 25 de febrero de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 27 DE FEBRERO DEL 2011 DOMINGO 8° DEL TIEMPO ORDINARIO-CICLO A

Lecturas

Isaías (49,14-15): Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Sal 61,2-3.6-7.8-9; Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación; mi alcázar: no vacilaré. Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme, Dios es mi refugio. Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón.
1 Corintios (4,1-5): Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.
Mateo (6,24-34): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»

                                                                           Reflexión
La fatigosa pero gozosa experiencia de confiar en el Señor

Jorge Arévalo Nájera

Quien busca en el cristianismo la tranquilidad, la ausencia de conflicto, la solución de todos sus problemas intramundanos y la felicidad, encontrará una honda decepción pues su fundador, Jesús de Nazaret nunca prometió tales cosas, él prometió la plenitud, el gozo en el Espíritu y la paz que no puede dar el mundo. Más aún, el profetizó sufrimiento y persecución, rechazo del mundo a todo aquel que quisiera seguirlo, y… ¡vida definitiva!
Cuando la prueba se presenta, cuando el sufrimiento, la enfermedad, la traición de los amados, las carencias económicas, y en fin, toda experiencia límite nos coloca desnudos ante nuestras convicciones religiosas (Dios todopoderoso y todobondadoso) y se hace dolorosamente acuciante la “imposible teodicea” (imposibilidad de compaginar la fe en ese Dios con el sufrimiento y las contradicciones de la historia) se demuestra si en verdad creemos en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo o idolatramos un ídolo hecho a nuestra imagen y semejanza (por muy barnizado que esté con elementos cristianos).
En la vida espiritual del discípulo (aquel que se toma realmente en serio el seguimiento de Cristo) se presentan más tarde o más temprano momentos –a veces insufriblemente largos- en los que la sensación de abandono por parte de Dios lacera el corazón y la experiencia de Dios ha de vivirse en la oscuridad de la fe que se aferra al vacío como presencia escondida del Absoluto. Es entonces que se acrisola el corazón del discípulo y se prueba su opción fundamental. No hay asideros, no hay pruebas, no hay sensaciones agradables, únicamente el abismo que invita a arrojarse a los brazos del Padre que aguardan como promesa de plenitud. Se requiere entonces todo el arrojo y la apelación a la  memoria de una historia de salvación vivida en el amor se convierte en el único trampolín que le impulsa para dar el salto en el vacío. Pero ese recuerdo no garantiza la presencia del amado… ¡es cierto, ha estado antes pero, ¿quién me asegura que estará ahora?! ¡Es entonces que la promesa hecha por Dios exige la respuesta del discípulo, la confianza enraizada en el recuerdo de las gestas salvíficas de Dios en la propia historia!
Hace muy pocos días, una persona me preguntaba con ojos azorados cómo era posible que Dios permitiera el atroz sufrimiento de personas inocentes en los conflictos bélicos que se están suscitando actualmente en Líbano, Egipto, etc., o en los desastres naturales que recientemente padecieron nuestros hermanos haitianos. En el fondo, es la pregunta que a lo largo de los siglos se han hecho creyentes y no creyentes “¿Cómo seguir creyendo en Dios después de Auschwitz, tsunamis, Biafra, la violencia contra las mujeres, etc.?”, dicha pregunta es tan antigua como la misma experiencia religiosa y tan nueva como el neonato que surge del vientre materno mientras escribo estas líneas. Y no es una pregunta inútil, porque para Dios ninguna angustia del corazón humano es irrelevante.
Se pueden intentar cientos de respuestas racionales (filosóficas o teológicas) sobre la existencia del mal y el sufrimiento del justo (el sufrimiento del inicuo no causa problema, finalmente –se piensa, se lo tiene bien merecido y la justicia divina exige un castigo a sus iniquidades-), pero ninguna respuesta satisface del todo y nunca Dios acaba bien parado. Se pueden buscar las respuestas en las entrañas mismas de la revelación divina (la Biblia) y no hallaremos tampoco la respuesta adecuada ¡La Sagrada Escritura no responde a esa pregunta, simplemente constata que el mal existe y que el justo sufre igual que el injusto y apunta hacia el compromiso solidario con el sufriente como respuesta al misterio del mal!
No parece entonces que haya un horizonte de respuesta racional sobre este medular cuestionamiento. ¿Habremos entonces de renunciar a enfrentarlo y simplemente ignorarlo? ¿Habremos de convertirnos en “avestruces de la fe” y convertirnos en seres irreflexivos y fideístas?[1]
Creo que no es así, si consideramos que hay un tipo de conocimiento que tiene su origen y desarrollo en una esfera distinta a la mera razón humana, entonces quizá no tengamos que quedarnos mudos ante el Mysterium iniquitatis[2] y podamos atrevernos a articular una palabra de esperanza para los sufrientes del mundo y los que buscan una respuesta para su atribulado corazón. El conocimiento que brota de la praxis, del hacer que después puede expresarse en el decir. La Sagrada Escritura en general tiene como principio hermenéutico (interpretativo) fundamental la experiencia que se hace de la puesta en práctica de la Palabra. Nunca comprenderemos a cabalidad la promesa de Jesús << Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir >>[3]
El que se atreve a poner a prueba a Dios y se queda en total indefensión ante aquel que le resulta amenazante y pide con sencillez de corazón que sea el Espíritu quien hable a través de sus palabras y renuncia a su sesudo discurso –que es sin duda puramente carnal- encontrará un manantial de agua cristalina que saciará su sed, experimentará la profunda paz que de Dios procede, la alegría de ver los frutos que la Palabra de Dios hace brotar en el corazón del que le escucha y el nacimiento de un nuevo sentimiento que rompe las barreras y abre un mundo inédito de posibilidades fraternas.
De esto doy testimonio con mi propia vida. He visto con mis propios ojos las maravillas que Dios obra en un corazón dócil que aún con todo el miedo del mundo decide fiarse de Dios y confiar en su Palabra. Quisiera compartirles una experiencia personal –muchos de Ustedes me han pedido que comparta más mi vida y sea menos teórico- que me ha sucedido recientemente. Durante un par de años sufrí depresión clínica y tuve que tomar medicamento para controlarla. Dejé el medicamento ya hace más o menos un año y había estado perfectamente, pero el domingo 26 de enero por la noche al irme a acostar empecé a sentir la llegada de la temida e inseparable compañera de antaño. Una sensación de inquietud injustificada, un temor que parece brotar de la nada me anunciaban que pronto la tendría instalada a sus anchas en mí. No dije nada a Lolita (mi esposa), ¿para qué preocuparla? ¡Total, ya mañana le hablaría a la Psiquiatra y resolvería el problema! ¡Como siempre, pretendía resolver el problema yo solo, basado en mis deducciones lógicas y pragmáticas, algo tan típico de mi personalidad!
Sin embargo, esa noche Dios tenía planes distintos para mí. Acostumbro leer algunos versículos de la Biblia antes de ponerme en los brazos de Morfeo, más por costumbre adquirida desde hace muchos años que por piedad religiosa, pero no cabe duda que cuando Dios quiere decir algo utiliza cualquier canal para hacer retumbar su voz poderosa capaz de desgajar los cedros del Líbano. Tomé como lectura el Salmo 27, -deudor de la teología del Salmo 23- y finalmente puse la cabeza en la almohada esperando pasar otra noche de perros. En efecto, apenas empezaba a caer en el sueño profundo, ese momento en el que se deja la conciencia y se cruza el umbral para penetrar en el mundo onírico, cuando caen todas las barreras y quedas totalmente indefenso, sobrevino la visceral angustia que se presenta como oleada que inunda el corazón y te despierta lleno de sobresalto, y sucede una y otra vez a lo largo de la noche.
No podía, no quería volver a lo mismo de antes y entonces fue que Dios me habló: empezaron a venir a mi mente los acordes maravillosos de la poesía del salmista "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?", el domingo, en la homilía mi pastor, el P. César Corres reflexionó sobre este Salmo y en la clase sobre el curso de Juan nos invitaste a contemplar la serpiente abrasadora de bronce y al Hijo de Dios levantado en la cruz. Pues bien, eso fue lo que hice, por primera vez en  mi vida me arrojé a la temible experiencia de mirar de frente la realidad de la depresión y a invocar a Jesús sufriente: ¡Tú eres poderoso Señor, tú eres mi salvación, ante ti doblan la rodilla todas las realidades  creadas! ¡Sálvame de mi angustia! ¡Ayúdame a convertir esta experiencia en momento de gracia y mirar más allá de su portada aterradora para encontrarme contigo!
Yo no he sido capaz de acompañar al Señor en su Getsemaní, pero Él se hizo presente  en el mío y cada vez que venía la angustia, Él se levantaba y acallaba la tormenta y después se quedaba conmigo, a la espera de la siguiente embestida, velando mi sueño como antaño lo hacía mi madre y susurrándome al oído ¡no tengas miedo! y así pude conciliar el sueño, pero más importante aún, conocí -en el sentido bíblico del verbo "conocer"- que Jesús es real, más aún, el sustento de toda realidad -el conocimiento teológico que brota de la contemplación del crucificado - y experimenté su omnipotencia y eterno amor salvador.
Al día siguiente -y quizá esto sea aún más extraordinario- cuando se avecinaba la noche, por encima de la sensación de angustia que se insinuaba, una sensación de otro tipo se agitaba en mi interior, era excitante, como la excitación que provoca el encuentro con la novia o la primera noche durmiendo con la esposa. ¡Me descubrí deseando ya irme a la cama para volver a experimentar a Jesús del mismo modo que la noche anterior y di gracias a Dios por la depresión! ¿Locura? Tal vez, pero es la locura del amor de Jesús que me ha trastornado.
Tal vez, amable lector, el horizonte de respuesta a la angustiante pregunta sobre el mal –especialmente el que padecemos personalmente- no se encuentre en la fría elucubración racional sino en el misterioso espacio interpersonal del amor, de la comunión con Jesús que únicamente existe cuando nos atrevemos a vivir su Palabra.
                                                                                                                       Gracia y paz.


[1] El fideísmo es una patología de la fe, que renuncia a toda reflexión racional que pretenda comprender, para abrazar ciegamente una creencia. La revelación en sí misma, al adquirir forma histórica (hechos acontecidos en la historia humana y explicados con palabras humanas) se hace inteligible a la razón. Esto, desde luego no significa que el Misterio pueda agotarse en la explicación racional, pero el hombre no tendría acceso a dicho Misterio si éste no se manifestará y revelara inteligiblemente.
[3] Lc 12,11; Mt 10,17-20; Mc 13,11

jueves, 10 de febrero de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 13 DE FEBRERO DEL 2011 6° DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


1. LECTURAS
 Eclesiástico o Sirácide (15,16-21): Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.
Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34: Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Tú promulgas tus decretos para que se observen exactamente. Ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus consignas. Haz bien a tu siervo: viviré y cumpliré tus palabras; ábreme los ojos, y contemplaré las maravillas de tu voluntad. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón.
1 Corintios (2,6-10): Hermanos, es cierto que a los adultos en la fe les predicamos la sabiduría, pero una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Mt (5,17-37): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil" tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado" merece la condena del fuego.

Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto. Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio."
Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor." Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»
2. REFLEXIÓN
Cumplir la Ley del Señor, ¿realmente es posible?
Jorge Arévalo Nájera
No podemos negar que hoy existe una profunda crisis en el cristianismo, los templos se vacían, cada vez es menor el número de practicantes religiosos, una separación entre dirigentes y pueblo es dolorosamente patente, muchos abandonan la vivencia religiosa dentro de las estructuras de las Iglesias llamadas “históricas” (católica, luterana, etc.) para incursionar en experiencias religiosas no institucionalizadas. Y la crisis no se reduce a las “formas” religiosas (culto, liturgia, doctrina, etc.) sino al fondo de la experiencia religiosa, al contacto con el Misterio.
Antiguamente, la vivencia religiosa tenía como fundamento la maravillada constatación de la irrupción del Trascendente en la historia personal y colectiva de un pueblo o comunidad humana y a partir de ese descubrimiento que cambiaba la cosmovisión y la opción fundamental del hombre, se estructuraba dicha opción en formas o estructuras religiosas que así eran expresión de la fe ya vivida. Actualmente, el hombre es el centro de lo sagrado, y así, Dios acaba convirtiéndose en un remedio legitimador de un antropocentrismo exacerbado y por lo tanto, como consecuencia lógica, las estructuras religiosas han perdido atractivo y han quedado vacías de contenido. La búsqueda de lo trascendente se dirige hacia la interioridad del individuo y por ello, las formas religiosas que promueven la búsqueda de una iluminación interior, desvinculada de todo lo que huela a institución están teniendo un auge impresionante.
Ante esta situación la pregunta obvia resulta ser la siguiente: ¿Es posible, o más aun, es legítimo seguir buscando la experiencia religiosa fundante en las religiones institucionalizadas? ¿Tiene sentido la afirmación que hace el autor del libro del Eclesiástico acerca de que la opción por la vida/ley de Dios puede vivirse a partir del querer humano? O dicho de una manera más sencilla, ¿resulta pertinente el conocido dicho “querer es poder”? Y si es así, ¿cómo explicar la permanente contradicción que vive el cristiano entre su querer y su hacer?
En la Comunidad del Camino, de la que orgullosamente formo parte, recientemente se suscitó una polémica sobre la posibilidad real de vivir la santidad. Por un lado, muchos hermanos opinaban que la santidad es algo reservado para unos pocos elegidos de antemano por Dios para vivir en grado excelso las virtudes que el Evangelio exige. Los cristianos “de a pie”, los comunes y corrientes a lo más que pueden aspirar es a desear la santidad, que queda reducida a un ideal inalcanzable, a una utopía que cumple la función de suscitar el deseo por el Reino y sus valores, pero su cumplimiento está confinado a un más allá indefinible y meta-histórico. Por otro lado, la visión que se tiene de la santidad es la de algo reducido a la intimidad del sujeto, a una cierta experiencia intimista y romántica que nada tiene que ver con los procesos históricos, con la sociedad, con las luchas cotidiana que debe librar el hombre en la trinchera de la política, la cultura, la familia, el trabajo, etc. Queda así desvinculada la santidad de la vida cotidiana y pierde por completo su fuerza revolucionaria y subversiva.
También surgió la idea de que es imposible vivir la santidad, ya que se le considera como una vida de perfección al estilo del ideal griego (ausencia total de imperfecciones tales como las pasiones, la finitud, la experiencia de impotencia ante ciertas adversidades, el sufrimiento, etc., al mismo tiempo que se vive el desarrollo de las virtudes desde las potencialidades intrínsecas a la naturaleza humana una vez donadas por Dios). En esta visión de la santidad, prima el esfuerzo humano y la gracia consiste en la infusión de ciertos dones que el hombre debe poner a trabajar. En el fondo es una visión deísta de la compleja relación entre gracia y acción libre del hombre[1].
Personalmente creo que tal modo de entender la santidad o vida cristiana no se corresponde con los datos que la revelación positiva (Biblia y Tradición) nos aporta. Para la mentalidad bíblica la santidad es una forma de vida que es accesible a todos y cada uno de los creyentes por el simple hecho de que ella no depende del esfuerzo humano como punto de origen, sino que es un don, un regalo de Dios, una potencia que nos viene de lo alto (es decir, de la cruz de Cristo según la teología del evangelista Juan[2]). Al hombre le corresponde poner su voluntas [3] para dejarse mover por la gracia y entonces, las obras resultan ser fruto en primerísimo lugar de la Gracia y sólo en segundo lugar son acción humana, pero aún así, es una voluntad empoderada por la Gracia, orientada hacia su fin último que es Dios. Queda así garantizado el triunfo.
De cualquier modo, creo que mientras no cambiemos nuestro discurso, el discurso que nos decimos a nosotros mismos, será imposible vivir las categorías del Evangelio que seguirán siendo algo lejano e imposible de vivir, ajeno por completo a nuestra naturaleza y posibilidades humanas. Bien sabido es la importancia capital que la palabra tiene sobre el comportamiento humano, la logoterapia da buena cuenta de ello. Cambiar un discurso de imposibilidad, del “yo no puedo” por otro, propositivo y cristológico que dice “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” es el primer paso para empezar a entrar en la dinámica del Reino de Dios, en la vida definitiva que ya Cristo nos ha ganado, en la bienaventuranza de los que viven en la fuerza del Espíritu del Resucitado. Sobre todo, debemos considerar que la fe no es otra cosa que un discurso, una Palabra que debemos introyectar para que toda su potencia liberadora sea desatada y transforme nuestro apocado corazón en uno de carne transida de eternidad.
A la pregunta ¿es posible vivir la ley de Dios? Yo respondo que sí, que es posible porque contamos con el mismo Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos[4] No nos engañemos, contradecir esto es contradecir la Escritura que nos lo revela y constituye un pecado gravísimo del cual nos habla el mismo Jesús[5], cerrarse a la acción del Espíritu, negar su poder para transformarnos según la medida de la imagen del Hijo, decir “yo no puedo ser santo” es decirle al Espíritu “en mí tú no puedes nada”.
A la exigencia de Jesús de vivir una mayor justicia que los fariseos (fieles cumplidores de la ley) no digamos ¡imposible!, pidamos al Señor que nos muestre sus caminos, que abra nuestros ojos y nos haga dóciles a sus mociones…lo demás, él lo hará en nosotros.
Gracia y paz.


[1] El deísmo es una ideología en la que se considera que Dios ha inscrito ciertos dinamismos en la naturaleza para después retirarse a su esfera celeste y dejar a su suerte el universo.
[2] De acuerdo a la visión teológica de Juan, la glorificación del Hijo y la vida misma de los discípulos se dan en el “levantamiento” de Jesús, es decir en su crucifixión.
[3] Voluntas es una palabra latina que significa "patrimonio" y "su voluntad".
[4] Ro 8,11: “Y si el Espíritu de Aquél que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó a Cristo de entre los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.”
[5] Mt 12, 31: “todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu Santo no les será perdonada”