sábado, 30 de abril de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 1 DE MAYO DEL 2011


2° DE PASCUA CICLO A

Hch 2, 42-47; En los primeros días de la Iglesia, todos los hermanos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan. Toda la gente estaba llena de asombro y de temor, al ver los milagros y prodigios que los apóstoles hacían en Jerusalén. Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno. Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba. Y el Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse.
La experiencia de la Pascua pasa en la casa de Dios
Jorge Arévalo Nájera
Seguramente que Usted, amable lector ha escuchado en algún lugar la siguiente expresión: “Creo en Dios (o en Jesús), pero no en la Iglesia”, yo se lo he escuchado decir explícitamente a personas que se consideran creyentes y que aseguran tener una relación personal con Jesús, pero también de modo implícito se lo he escuchado decir a personas que pertenecen a alguna Iglesia de las consideras “históricas” (Católica Romana, Ortodoxa, Luterana, etc.)
Cuando alguien –por ejemplo- se dice católico  pero desoye las enseñanzas oficiales de su Iglesia a través de las pronunciaciones del Papa o de su Obispo, e inclusive toma una postura antagónica ante esta enseñanza, está afirmando que cree en Jesús pero no en su Iglesia. Un caso –gracias a Dios no típico- muy claro en el que ésta idea es llevada hasta el extremo es el del grupo autodenominado “Católicas por el Derecho a Decidir” que se muestran totalmente a favor del aborto bajo ciertas condiciones que ellas mismas han decidido lo justifican. La Iglesia ha enseñado siempre y sin vacilaciones que el aborto es un asesinato flagrante que atenta contra el Evangelio al atentar contra la sagrada vida humana.
Pues bien, en el contexto de la Pascua, las lecturas de hoy apuntan hacia una característica irrenunciable de la manifestación del resucitado a sus discípulos: ¡La experiencia pascual es una experiencia que se da en comunidad o lo que es lo mismo, en eclesialidad! ¡Sí, digámoslo claramente y sin ambigüedades, a Jesús resucitado o se le experimenta en la Iglesia o no se le experimenta de ningún modo!
Y esto no es capricho o “manipulación de los oscuros poderes de la jerarquía que quiere aprovecharse y mantener oprimidos a las masas incultas incapaces de pensar y decidir por sí mismas” como me dijo alguna vez un feroz –pero ignorante- detractor de la Iglesia.
¿Es posible separar al cuerpo físico de la conciencia personal sin matarla? Evidentemente que no, y lo mismo pasa si consideramos a la Iglesia como el “cuerpo de Cristo”, imagen eclesiológica típicamente paulina o si recordamos la imagen jesuana de la vid (él mismo) en la que están arraigados los sarmientos (la Iglesia). No cabe duda que Jesús estableció una relación indefectible, permanente, irreductible entre él y sus discípulos. Mucho me temo que la negación de este vínculo y la falaz ideología de que es posible relacionarse con Jesús sin una referencia vital a su Iglesia es fruto, por una parte, del desconocimiento de la eclesiología del Nuevo Testamento.  ¡El cristiano en términos generales no sabe lo que es la Iglesia!
Por otro lado, hay un profundo desencanto –no podemos negarlo- hacia las autoridades eclesiales, a las que el pueblo siente lejanas, ajenas, desvinculadas de su vida. Además, los medios de comunicación se han encargado de divulgar a nivel masivo los errores y pecados de algunos jerarcas y eso ha provocado una falsa imagen general de la jerarquía eclesiástica.
Y para acabar de cerrar el círculo, el hombre contemporáneo tiende hacia una comprensión autoafirmante e individualista de la persona, de tal modo que él posee el derecho de autoerigirse como criterio absoluto de la moral y por lo tanto, siente como una imposición arbitraria y despótica cualquier norma que venga de fuera de él.
Estos son errores que urge corregir, divulgando una imagen adecuada del misterio eclesial y favoreciendo la comprensión de la persona humana en términos de relación, de solidaridad, de autoafirmación relativa que atiende para el logro de éste proceso a los otros, a los prójimos que no son simples objetos a su servicio, sino espacio fundamental de encuentro humanizador.
A este respecto, la primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos aporta una imagen paradigmática de la Iglesia, en la cual las notas esenciales son: acudir asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fraternidad, oración comunitaria y vida eucarística.
Tanto los apóstoles (los que enseñan) como el pueblo (los que acuden a recibir la enseñanza) forman parte de la única Iglesia de Cristo, pero en este caso, los apóstoles garantizan la transmisión íntegra y sin desviaciones de la Buena Nueva que les ha sido comunicada por Cristo. Pero los apóstoles no son un grupo que ha quedado encerrado en el pasado, en la Palestina del siglo I de nuestra era, sino que ha ido actualizando su apostolicidad a los obispos de todos los tiempos y lugares, que legítimamente enseñan al pueblo de hoy la única doctrina y praxis emanada de Cristo mismo.
Desde luego que esta vinculación a los orígenes apostólicos mediante la enseñanza de los obispos no significaría nada si se quedara en una mera transmisión doctrinal sin incidencia transformadora en el mundo. De aquí, que la siguiente nota esencial de la Iglesia, la fraternidad, resulte ser la concreción visible y garantía de que se está recibiendo auténticamente la tradición apostólica.
En efecto, la fraternidad es el subversivo modo en el que la Iglesia confronta al mundo al mismo tiempo que le muestra la realidad histórica del señorío de Cristo, el Reino de Dios. Pero la fraternidad –relación interpersonal entre hermanos porque hijos del mismo Padre- no es una utopía más, en realidad es una forma de vida con referencia comunitaria permanente al Padre (oración) y la compartición efectiva de la vida y las posesiones (fracción del pan, eucaristía).
 Sin esto, es imposible que la Iglesia sea lo que está llamada a ser, una comunidad alternativa para la sociedad y por ello estimada en su especificidad, una comunidad que así se convierta en polo de atracción irresistible porque en ella se refleja la luz que “alumbra a todo hombre viviendo a este mundo[1]”.
Gracia y paz.


[1] Jn 1,9

domingo, 24 de abril de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 24 DE ABRIL DEL 2001


DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Lc 24, 13-35 << Los Discípulos de Emaús>>
13.- Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, 14.- y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. 15.- Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; 16.- pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. 17.- El les dijo: « ¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido.    18.- Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: « ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» 19.- El les dijo: « ¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; 20.- cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. 21.- Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. 22.- El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, 23.- y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. 24.- Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.» 25.- El les dijo: « ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! 26.- ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» 27.- Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. 28.- Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. 29.- Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. 30.- Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31.- Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. 32.- Se dijeron uno a otro: « ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» 33.- Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, 34.- que decían: « ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» 35.- Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. 
La Pascua de Jesús, experiencia de comunión fraterna
Jorge Arévalo Nájera
Hoy, la Iglesia Universal festeja gozosa el triunfo del Señor sobre la muerte y el pecado, las cadenas del sepulcro no pudieron retener al que es la Vida y saltaron hechas pedazos por la fuerza imparable de la Pascua. Nos alegramos de tal manera porque el triunfo de Jesús es nuestro triunfo, porque con su victoria las piedras de todos los sepulcros han sido removidas y la muerte ya no tiene poder sobre los hombres, ¿podría acaso existir una noticia que afectara de manera más fontal la vida humana?
Sin embargo, con afirmar lo anterior no queda resuelta la pregunta sobre el cómo tal acontecimiento afecta la vida humana en la concretez de la historia. Es decir, por fe aceptamos que Jesús ha vencido la muerte y el pecado, pero su triunfo no parece evidente en modo alguno, el mundo se convulsiona sometido a la fuerza de la violencia y la injusticia, la exclusión de millones de personas de los bienes que acaparan unos cuantos es más escandalosa que nunca, la vida no parece ser ya más un valor fundamental y queda supeditada a otros “valores” tales como el placer desordenado, el consumismo, la productividad, etc.
Ante tal situación, es urgente establecer pautas teológicas y espirituales que nos permitan hacer una conexión existencial con la Pascua de Jesús y en este sentido, el texto del evangelio lucano que nos ocupa, aporta elementos básicos para hacer nuestra la dinámica existencial de la Pascua.
En primer lugar, el contexto inmediato anterior (vv. 1-12) nos narra el asombro/temor que causa en las mujeres encontrar el sepulcro vacío y escuchar el anuncio de los varones con vestidos resplandecientes que les recuerdan lo que Jesús les había dicho con antelación acerca de su pascua (pasión-muerte-resurrección). Las cosas no cambian mucho en el ánimo de los discípulos ante el anuncio de las mujeres, Pedro corre a “verificar” lo que las mujeres les han dicho, pero lo único que “ve” son unas vendas y se vuelve asombrado/temeroso a su casa. Es un contexto entonces de incomprensión ante un acontecimiento que supera la verificabilidad histórica.
En efecto, lo primero que tenemos que aceptar los cristianos es que el acontecimiento fundacional de nuestra fe, el nudo que sustenta el existencial cristiano, la resurrección de Cristo NO ES UN ACONTECIMIENTO VERIFICABLE EN LA HISTORIA, SIMPLEMENTE PORQUE NO ES UN HECHO HISTÓRICO SINO META-HISTÓRICO. Sin embargo, esto no quiere decir que la resurrección no tenga que ver absolutamente nada con la historia y que simplemente sea un mito religioso. En tanto que acontecida a Jesús, la resurrección ocurrió a un sujeto histórico, bien datado y localizado en las coordenadas espacio-temporales y ha dejado una impronta, una experiencia que puede ser rastreada mediante los textos fundacionales del cristianismo.
En efecto, los textos llamados “de resurrección o pascuales”, si bien no pretenden describirnos lo sucedido  a Jesús –en este sentido no encontraremos un solo texto canónico que nos describa la resurrección en sí tal cual aconteció a Jesús-, si que tienen como objetivo suscitar la fe y abrirnos a la experiencia inefable de la Pascua. Dicho de otra manera, tienen una finalidad kerygmática y espiritual.
Así pues, el primer elemento del itinerario que ha de recorrer el discípulo que quiera participar de la experiencia pascual abierta por Jesús, deberá superar el escándalo, el asombro que causa la imposibilidad de demostrar con pruebas científicas la resurrección de Cristo.
Pero veamos con mayor detenimiento cuál es el mensaje que guarda para nosotros la famosísima perícopa de los discípulos de Emaús: Después de la crucifixión de Jesús, todo parece haber terminado para su movimiento, Pedro se vuelve para su casa y todos siguen su ejemplo. Los dos discípulos que se dirigen hacia Emaús partiendo de Jerusalén simbolizan precisamente a todo seguidor de Jesús a lo largo de la historia y lo acaecido a todos aquellos que esperaban de Jesús un mesianismo triunfal de tipo davídico y que una vez que se topan de bruces con la realidad de un mesianismo de estilo “siervo doliente” de Isaías, un ungido que entrega la vida en manos de los violentos para vencer desde el amor, abandonan el seguimiento y vuelven a su vida antigua, a su vieja mentalidad, convencidos de que las palabras y signos de Jesús no eran más que un sueño que acaba en el más rotundo fracaso.
¿Cuántas veces hacemos lo mismo cuando el amor que entregamos se ve fracasar  ante el rechazo del otro? ¡Seguro que después de un retiro regresamos a casa con la fe renovada, llenos de esperanzas y sueños, inflamado el corazón con las palabras poderosas de Jesús y dispuestos a cambiar el mundo! Y poco a poco, con el paso del tiempo, con la inercia de las ideologías del mundo, con el dolor que nos causa la indiferencia o de plano la burla de nuestros destinatarios, con el desgaste y fatiga que el amor oblativo que no espera nada y renuncia a toda imposición arbitraria nos causa, acabamos preparando el equipaje para regresarnos a nuestra aldea, a nuestro Emaús cotidiano.
Sin embargo, los discípulos de Emaús van haciendo algo que resulta básico en el proceso discipular. A pesar de que consideran que Jesús les ha defraudado -y que no obstante haber sido un profeta poderoso en obras y palabras, no pudo superar la oposición de los poderes religiosos que acabaron matándolo-, no dejan de comentar lo sucedido, es decir que en el fondo, siguen buscando una explicación a lo sucedido. Después de todo, su corazón se resiste a dejar en el olvido las noches pasadas junto a una fogata en el monte, compartiendo con el Maestro sus enseñanzas sobre el Reino de Dios y el amor del Padre celestial, sobre la valentía de Jesús al oponerse abiertamente a los que oprimían al pueblo y sobre las largas jornadas de curaciones y exorcismos llevadas a cabo por el Maestro.
Es importante la indicación que hace Lucas sobre el hecho de que Jesús se les hace cercano precisamente mientras van conversando y discutiendo sobre todas estas cosas. Mientras haya recuerdo (Zikarion) que actualice a Jesús en medio de su comunidad, hay esperanza porque se crea un espacio idóneo para la manifestación de Jesús. No importa si no entendemos nada, si el absurdo aparece como la única respuesta posible a nuestros esfuerzos por actualizar el mensaje y obra de Jesús en el mundo, si no vemos como sea posible que poner la otra mejilla, amar al enemigo, dar la túnica al que te pleitea por el manto, perdonar setenta veces siete pueda acabar con el sufrimiento y el mal en el mundo.
No importa si no comprendes, reúnete con tus hermanos en la fe, “conversa y discute”, cuestiónate, inquiere, camina y no te detengas nunca, sólo así Jesús se te hará cercano y aunque al principio no le reconozcas, Él ya camina contigo.
Otro punto importantísimo que recalca Lucas es la referencia a las Escrituras Sagradas. Los asombrados y tristes discípulos acuden a las Escrituras para encontrar en ellas a Jesús. Es muy triste el poco contacto que los cristianos tienen con la Biblia, ¿cómo pretender conocer a Dios si no es mediante su Palabra revelada? Y no nos engañemos, no basta con “medio escuchar” las lecturas dominicales –y eso suponiendo que acudamos cada domingo a Misa o que al menos no nos quedemos dormidos durante las lecturas-, es necesario acudir asiduamente a sus fuentes vivas para ir conformando nuestra alma con la divina persona y la divina voluntad que allí se revela. Es necesario estudiar con diligencia la palabra humana en la cual se revela la Palabra increada para ir descubriendo espiritualmente la fuerza imparable del Cristo que viene a nuestro encuentro.
Pero ya me voy extendiendo demasiado en este comentario y quisiera terminar haciendo alusión a la dimensión eucarística del itinerario de desvelamiento de Jesús a su comunidad. Bien sabemos que para los primeros cristianos, la Eucaristía no se reduce a la celebración del sábado por la noche (en nuestro caso sería la Misa o el servicio litúrgico dominical en la que se parte y comparte el pan y se bebe del cáliz), sino que es una forma de vida totalizadora, la vida cristiana es toda ella eucarística (de comunión, alabanza, servicio y acción de gracias) y la celebración es el momento sacramental en el que al mismo tiempo que se recibe la gracia para poder vivir ese tipo de vida, se expresa la fe mediante gestos, palabras y símbolos.
Así pues, aceptación humilde del misterio de la resurrección, vida en comunidad, perseverancia en el memorial de los acontecimientos de la Pascua, comentar y discutir dichos acontecimientos, escudriñar las Escrituras y vida eucarística fraterna son elementos indispensables si queremos sentir que nuestros corazones ardan mientras Jesús nos hable en el camino hacia la patria definitiva.
Gracia y paz.

miércoles, 20 de abril de 2011

Las Siete Palabras


Ensayo de una teología espiritual de la cruz
Introducción:
Imponente, bastante alto y por encima del puerto de Nueva York, puede verse desde una gran distancia el mundialmente famoso monumento de la Estatua de la Libertad, en la figura de una impresionante dama. Por más de 100 años esta dama que permanece con la mano levantada muy en alto, portando una antorcha y simbolizando la libertad, ha sido la atracción de millones y millones de visitantes locales y de todas partes del mundo, por su figura y por lo que simboliza ella misma. Inscrito en el pedestal sobre el cual está permanentemente parada esta dama, puede leerse un breve, conmovedor y lapidario párrafo de Emma Lazarus, que dice así: “Dame tus cansados, tus pobres, tus masas oprimidas que a porfía aspiran respirar el aire de la libertad; los miserables, los desamparados, los abofeteados por la tormenta de la esclavitud. Yo alzo mi antorcha junto a la puerta de oro...”
Mucho más alto, infinitamente más alto, y más imponente aún, hay otro monumento colocado sobre el pedestal de la historia, que sigue simbolizado y ofreciendo libertad espiritual a todos los cautivos y oprimidos por el pecado. Es la cruz - romana - del Gólgota, del Calvario, en la cual fue colgado inmisericorde nuestro Señor Jesucristo hace casi 2000 años. Es desde esa cruz que resuenan para siempre las llamadas “siete palabras de Jesucristo”. Esas palabras constituyen un legado y un programa de vida espiritual al que nos invita Jesús. En la medida en que recibamos y nos apropiemos del ofrecimiento de libertad espiritual, que desde la cruz hace nuestro Señor Jesucristo, un horizonte de plenitud y libertad insospechada se desplegará ante nuestros ojos, una paz que no conoce el mundo y que solamente Jesús puede darnos. ¿Estaremos dispuestos a aceptar la invitación de Jesús y repetir, -desde la vida misma- la estrofa poética siguiente?
“¡Oh, la cruz es mi estatua de la libertad, porque allí mi alma fue hecha libre! Proclamaré sin temor ni vergüenza, que una áspera cruz es mi estatua de libertad. “
1. Presupuestos
El breve ensayo que propongo a continuación parte de una visión estructural, es decir, considero que las palabras pronunciadas por Jesús –o puestas en sus labios por los evangelistas- no se encuentran dispersas al azar, sino que han sido colocadas dentro de una estructura literario-teológica perfectamente bien trabada, y cuyo objeto es revelar un proyecto espiritual fundamentado en la experiencia jesuana de la cruz, lo cual se hará evidente por sí mismo durante el desarrollo del ensayo. Pienso además, que el número de palabras” estaurológicas es un claro indicio del carácter simbólico y por lo tanto paradigmático de las mismas. En efecto, el número siete simboliza en la Biblia la perfección, la plenitud divina, la totalidad de la acción de la fuerza de Dios , así, las “siete palabras” aluden a la plena potencia de Dios manifestada en la cruz y a la forma concreta en la que esa plenitud ha de ser vivida por los discípulos.
Finalmente, seguiremos el orden en que los textos se presentan según el acomodo en que aparecen en las Biblias (Mateo, Lucas y Juan), aunque cronológicamente el primer evangelio en redactarse en su forma final fue Marcos, seguido de Mateo y Lucas, y finalmente Juan. Hemos decidido hacerlo así porque en el fondo, incluso la disposición final del Canon bíblico cae bajo el influjo de la inspiración sagrada y queremos respetar la estructura general que creemos guarda el Nuevo Testamento. Por la misma razón, preferimos el texto de Mateo sobre el de Marcos, aunque reconocemos que éste es el más antiguo y contiene el texto básico sobre las primeras palabras de Jesús, y las cuales Mateo retoma prácticamente sin modificarlas.
2. Las palabras
2.1 Primera palabra: (Mt 27, 45-46)
“Desde la hora sexta hasta la hora nona, cubrió la oscuridad toda a tierra. Alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: << ¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní? >>, esto es: << “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? >>”
Antes que nada, debemos hacer a un lado las interpretaciones melosas y cursis o en muchos casos atenuantes del escándalo que representa para las buenas conciencias el abandono del Padre que experimentó Jesús. No se puede negar que se está haciendo una alusión expresa al Salmo 22 (21), y también es cierto que en la literatura es una costumbre citar únicamente las primeras palabras del escrito bíblico al que se quiere aludir para invitar al lector a considerar el texto completo, en este caso el Salmo, que en efecto es un canto de invocación a la protección de Yahvé y que culmina con la alabanza por su acción salvadora y providente.
Sin embargo, debemos tomar en serio el sentimiento de profundo desgarro y abandono que experimenta el salmista en el sufrimiento que le provocan las burlas y ataques de sus enemigos a causa de su fe. El abandono conserva toda su hondura y dramaticidad, pues aunque no sea un grito de desesperanza, es el clamor de un fiel que se siente abandonado por su Dios. Pero en Jesús, el dolor es infinitamente mayor e incluso distinto, pues es el sufrimiento del Hijo sempiterno que nunca había experimentado la ruptura con su Abbá. La psicología unitaria de Jesús preservada del pecado le hacía experimentar a una dimensión de profundidad inimaginable el dolor, la alegría, la tristeza, la paz, la cólera, etc. A nosotros, pecadores con la psicología rota y dividida, todo se nos da de a poquito, sobre todo la experiencia de Dios, a quien más bien sentimos lejos la mayor parte del tiempo y sólo en ocasiones extraordinarias experimentamos cercano. Hay que hacer un esfuerzo e imaginar el estado emocional de Jesús ante la ausencia de su Padre y todo, a causa del amor por nosotros, ha bebido el cáliz del abandono y la soledad más absoluta…así de grande es su amor por los hombres.
Sin embargo, y a pesar de la distancia abismal entre la experiencia de Jesús y la nuestra en relación a la proximidad de Dios, cabe interpretar el texto como paradigmático en virtud de la realidad de la encarnación de Jesús, quien se ha hecho verdaderamente hombre y ha asumido todas las dimensiones de la naturaleza humana. ¿Cuántas veces nos sentimos abandonados por Dios? En los momentos más difíciles…no aparece por ningún lado…ante la muerte inminente del ser amado, cuando la enfermedad carcome inmisericorde el cuerpo tan querido y literalmente se ve como la vida se escapa como agua entre los dedos y no hay nada que podamos hacer. Cuando aquel con el que hemos compartido cama y mesa decide marcharse y nos quedamos con el alma hecha pedazos, preguntándonos cuál fue la falla que cometimos y los fantasmas del pasado rondan en noches interminables por los oscuros pasillos de la casa, arrebatándonos la calma y el sosiego…¿Adónde esta Dios? ¿Por qué nos ha abandonado? La pregunta es absolutamente lícita y necesaria en todo camino espiritual auténticamente cristiano. Todo parte de allí, de la aparente ausencia de Dios, aparente en cuanto a Dios, pero absolutamente real para el hombre.
Pero más aún es necesaria esta experiencia para el discípulo que decide seguir radicalmente a su Maestro. Jesús ha llegado hasta esta instancia por obediencia al proyecto liberador de su Padre, proyecto de amor y entrega por los hombres, principalmente los olvidados, los pequeños, los que nada cuentan para la sociedad. Y esa obediencia a Dios ha ocasionado el enfrentamiento con los poderes establecidos, que han visto en peligro la estabilidad de su “estatus quo”, pues los valores del reino socavan directamente las bases sobre las que se cimenta ese estatus, y han decidido que más vale que muera un solo hombre y no toda una nación. La soledad de Jesús en el madero del Monte de la Calavera no es fruto de la casualidad o del designio de un Dios sádico y sanguinario que exige la sangre de su Hijo para calmar su inmemorial ofensa, sino de un estilo de vida asumido desde la libertad y el amor a su Padre y a los hombres, que choca frontalmente con el mundo. La ética cristiana es solamente el preámbulo a una vida nueva que se inicia en la cruz del calvario…y en la soledad del abandono de Dios, que clama por una respuesta del hombre a ese abandono.
2.2 Segunda Palabra (Lucas 23, 33-34)
“Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí junto con los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: <>”
La crucifixión es la forma más infamante de morir en el contexto histórico de Jesús, además de una de las más dolorosas y angustiantes. Aunado al sufrimiento físico –ya de por sí extraordinariamente fuerte- se encuentra el sufrimiento moral, psicológico y espiritual del crucificado. La cruz era reservada para los sediciosos, para los peores criminales, para los asesinos, para la escoria de la sociedad, y tan es así, que a espaldas del Gólgota se encontraba el tiradero de basura de la ciudad, donde permanentemente ardía el fuego para consumir los cadáveres de los crucificados.
En una mentalidad teocrática como lo era la de Jesús, en la que todos los acontecimientos eran fruto del designio de Dios, ser colgado de un madero significaba el repudio de Yahvé, la reprobación de la existencia toda. El que era crucificado había perdido todo, la aceptación de Dios y de los hombres, el único lugar que le era propio era el basurero fuera de la Ciudad Santa. La presencia de los dos malhechores en el relato de Lucas simboliza precisamente el lugar en el cual los hombres han colocado a Jesús y su propuesta del reino. Lo que importa no es el lugar físico que ocupan los malhechores, sino el que ocupa Jesús ¡en el centro!, el centro del rechazo, de la marginación, de la injusticia, del repudio inmisericorde…en el relato lucano de la infancia, la sagrada familia no ha encontrado lugar en el albergue y ahora, Jesús no ha encontrado lugar entre los hombres…María ha envuelto en pañales al niño –lo cual será signo para los buscadores-, pañales que prefiguran los lienzos mortuorios con los que será envuelto Jesús, ahora, ni siquiera esos lienzos cubren la desnudez del Hijo de Dios (los crucificados eran sujetos al madero absolutamente desnudos). Desde este lugar existencial de dolor, oprobio y rechazo, Jesús se levanta como un gigante de la fe y vence la ausencia de su Padre mediante su amor volcado hacia los gusanos que se agitan y vociferan bajo sus pies: Padre, ¡Perdónalos porque no saben lo que hacen!
No es que Jesús esté de acuerdo con Sócrates en aquello de que el mal es resultado de la ignorancia y que la educación sea la solución para los males de la sociedad, tampoco es la petición romántica de un iluso que se engaña a sí mismo. Jesús era un profundísimo conocedor de los abismos del misterio humano y clavado en el madero, en medio de los sufrimientos más terribles, sale de sí mismo -¿acaso no fue ese su modo de ser y estar en el mundo?- para poner su amorosísima mirada en la miseria humana. En el fondo, ¿no es cierto que si conociéramos la verdad en todo su esplendor no podríamos apartarnos de ella? Lo que buscamos es la verdad, ella nos jalona, nos determina, aun los más abyectos seres humanos buscan la verdad, la plenitud, la felicidad. El problema no es la meta sino el medio para llegar a ella. En otro pasaje, Jesús dice “La verdad os hará libres” y ante la pregunta que le hace Pilato sobre el concepto de la verdad, Jesús calla porque el procurador romano la tiene frente a sí y no es capaz de verla, porque la verdad no es un concepto –aunque tengamos que expresarla en conceptos-, es un hombre concreto en el que se ha revelado dicha verdad, Jesús, al que paradójicamente el mismo Pilato ha mostrado a las turbas enardecidas como “El Hombre”, el hombre plenamente realizado, el auténtico, el criptograma abierto de tajo que revela al hombre lo que es el hombre.
Solamente el que se abre a esta verdad, que es invitación a descubrir en el crucificado el criterio de la vida, solamente el que abandona los criterios de la mundanidad y abraza el amor que se entrega hasta la muerte por los demás, sabrá alcanzar la plenitud para la que ha sido creado. Pero para ello, deberá recibir primero el perdón de sus delitos, el baño de gracia de aquel que nos perdona justamente cuando somos sus enemigos, cuando continuamos cada día crucificándolo con nuestras iniquidades, con nuestra cerrazón al amor y el apego a nosotros mismos. Es muy importante notar que la formulación verbal con la que Lucas nos presenta el acto de petición de Jesús al Padre por el perdón de los que le han crucificado, se encuentra en presente continuo y no en pretérito perfecto, esto quiere decir que la acción intercesora de Jesús se mantiene permanentemente, traspasando todas las barreras del tiempo y el espacio, lo cual abre la puerta de la esperanza…si Jesús continúa intercediendo por nosotros, entonces todo es posible, mi redención pende de la misericordia divina y no de mis siempre pobres e insuficientes méritos. El perdón es la posibilidad de levantarnos de nuestro polvo para emerger como hombres nuevos, redimidos y recreados.
Por ello mismo, somos invitados, todos los discípulos del Crucificado a realizar el mismo acto de salida que Jesús, a iniciar el éxodo de nuestro egoísmo para abrirnos -en medio del dolor del abandono y el aparente sinsentido- , a la miseria de los que nos injurian y crear para ellos y para nosotros el espacio regenerativo del perdón.

2.3 Tercera Palabra (Lc 23, 35-38)
<< Uno de los malhechores colgados le insultaba: “¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti y a nosotros! Pero el otro le increpó: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros, con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste, nada malo ha hecho” Y le pedía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” Jesús le contestó: “Te aseguro que hoy, estarás conmigo en el Paraíso” >>
Estas palabras de Jesús deben ser leídas a la luz de las anteriores en el mismo evangelio de Lucas y a la vez como el tercer paso en el itinerario espiritual del discípulo. El escenario literario y teológico es el mismo, los personajes también. Ahora hablan los malhechores, que representan las dos posibles actitudes del hombre ante el sufrimiento propio y el de Jesús. El primero en expresar su actitud es el que increpa a Jesús, tentándolo para que se salve a sí mismo y a ellos. Es evidente que este personaje es una personificación de los magistrados y la soldadesca, que al pie de la cruz gritan exigiendo la demostración del poder mesiánico de Jesús.
Fijémonos que le llaman “Cristo” (ungido o mesías), un título que Jesús nunca aceptó para sí y que inclusive pidió a sus discípulos que lo callaran ante la gente debido a la ambigüedad teológica del término. La mayoría de los judíos de aquel tiempo apostaban por un Mesías guerrero que aplastaría al imperio romano y restituiría a Israel como cabeza de todas las naciones. Es a ese Cristo del poder al que apela el primer malhechor. No hay respuesta por parte de Jesús, el bandido habla a una ficción de la mente, a una entelequia inexistente. Jesús no vence desde el poder o la realización de actos mágicos (como lo hubiera sido evidentemente bajar de la cruz por una suerte de poder telepático que hubiera hecho saltar por los aires los clavos y levitar hasta el suelo), sino por medio de la entrega extrema de la vida.
La intervención del otro malhechor sí que provoca la respuesta de Jesús. En primer lugar, responde al otro bandido haciéndole ver la equivocación de su reclamo: El sufrimiento debe causar en primer lugar “temor de Dios” y no petición de su acción mágica. El temor no se identifica con el miedo, el temor es obediencia reverencial, suspensión del limitado juicio para abrirse al Misterio insondable del Dios Amor. La respuesta cristiana ante el sufrimiento es la apertura a la misericordia divina. No es que Dios mande sufrimientos a diestra y siniestra para probar la calidad del creyente, el dolor es inherente a la creatureidad, al ser contingente del hombre y los dinamismos históricos tienen sus propias causas inmediatas, pero una vez dado el sufrimiento, en la fe, tenemos la posibilidad de abrirnos a la presencia de Dios y convertir el sufrimiento en espacio de salvación. Por otro lado, el bandido se ubica a sí mismo como culpable de su desgracia –y por lo tanto, necesitado del perdón- y se coloca en disposición de recibir la gracia. ¡Esto sí que provoca el corazón caritativo de Jesús!, que responde sobreabundantemente a la petición del bandido. Él pide a Jesús que se acuerde de su persona cuando venga con su Reino, es una esperanza cierta, pero futura. La respuesta de Jesús es para el aquí y el ahora ¡Amén, Amén, que hoy estarás conmigo en el Paraíso!
¡Hoy es el tiempo de la salvación y la plena comunión con Jesús, no tenemos que esperar más, solamente se requiere el reconocimiento de la propia culpa, la conversión y la acogida de la gracia que nos viene de la cruz.
2.4 Cuarta Palabra (Lc 23, 44-46)
<< Era ya cerca de la hora sexta, cuando se oscureció el sol y toda la tierra quedó en tinieblas hasta la hora nona. El velo del santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” Y dicho esto, expiró >>
Mediante el simbolismo de los prodigios cósmicos se presenta el cumplimiento del “Día de Yahvé” anunciado desde antiguo por los profetas y llevado a su total cumplimiento en la muerte de Jesús. La liberación definitiva del género humano ha llegado, pero de un modo inesperado, un modo que hace estallar todas las expectativas y criterios humanos. La vedada comunicación con Dios –simbolizada por el velo del templo- se rasga y en la muerte de Jesús se hace posible, precisamente por la forma en que Jesús muere. No es una muerte impuesta aunque así parezca, no es el fátum del destino el que mata a Jesús, pues él, en la muerte sabe arrojarse a los brazos ocultos de su Padre y así, vence a su Padre, a la sociedad que le asesina y a sus amedrentados discípulos que le han abandonado. Las manos simbolizan en la mentalidad bíblica la capacidad de acción transformadora, y en Dios, resulta claro que son símbolo de su economía salvífica llevada a cabo en la historia. Por otro lado, el “espíritu”-así, con minúscula- es la fuerza, la dínamis de la persona, que se concretiza o manifiesta en acciones concretas. Por ello, el que Jesús ponga en manos del Padre su espíritu, significa que Jesús entrega al Padre su fuerza, su vida entregada por y para los hombres para que él le dé cabal cumplimiento.
Esto tiene especial importancia porque Jesús –el histórico- no comprende del todo el cómo podrá convertirse en triunfo lo que parece el fracaso más absoluto de su proyecto. Nadie ha comprendido nada, ni siquiera sus discípulos, aquellos con los que ha compartido noches interminables alrededor de una fogata o de una mesa para instruirlos sobre los misterios del amor del Padre, le han abandonado y negado. Las multitudes que le han visto realizar milagros extraordinarios y ellos mismos han sido alimentados y sanados y han escuchado la buena nueva que Jesús ha traído para ellos han gritado ¡crucifícalo!
¡Cuántas veces nos hemos sentido así, fracasados, con nuestros sueños hechos pedazos, vapuleados por el rechazo de los seres queridos, abandonados por los que antaño se decían nuestros amigos! ¡Cuántas ganas nos dan en esos momentos de mandar todo y a todos al demonio! –Incluido Dios- y bajarnos de la cruz de una buena vez. No es eso lo que hizo Jesús y no es eso lo que quiere que hagan sus discípulos. El fracaso entregado a Dios puede trocarse en triunfo, los sueños despedazados pueden convertirse en la realidad más hermosa, las relaciones truncadas pueden recuperarse a un nivel jamás imaginado…sólo debemos atrevernos a repetir las mismas palabras de Jesús en la cruz: ¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu!
2.5 Quinta Palabra (Jn 19, 25-27)
<< Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tiene a tu hijo” Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre” y desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa. >>
Para comprender el bello texto de Juan, es necesario descifrar su simbología. Juan gusta de utilizar a los personajes históricos (como María, el discípulo amado, etc.) como figuras representativas. Así, María –nunca llamada así en el Evangelio de Juan- representa al resto fiel israelita, a la comunidad del pueblo elegido que ha sabido aceptar al Mesías manifestado en la plenitud de los tiempos, en tanto que la figura del “discípulo amado” simboliza a la comunidad nueva, al pueblo de la economía mesiánica que ha surgido con Jesús. Al pie de la cruz se encuentran ambas comunidades, Jesús las funde en la fraternidad, invitando a ambas a reconocer la identidad y papel de ambas en el único proyecto de Dios. La “madre de Jesús” es la comunidad de la que ha surgido el Mesías, que recapitula la alianza, las promesas, la Ley, etc., por eso es “madre” de la cual proviene la salvación mesiánica. Y la comunidad nueva ha de reconocer y acoger al resto fiel israelita que se está abriendo a la novedad de Cristo, pero al mismo tiempo, la “madre” ha de abandonar su pasado e iniciar la comunión de vida con el “discípulo amado” para formar la única familia de Dios, la de aquellos que nacen al pie de la cruz y de la palabra poderosa de Cristo.
El proceso espiritual de la cruz: Sentimiento de abandono del discípulo (primera palabra) que ha de ser superado mediante el arrojado acto de perdonar a los enemigos (segunda palabra), del reconocimiento de las propias culpas para abrirse a la misericordia ya actuante del Padre (tercera palabra), y la confianza absoluta en que Dios llevará a buen puerto al que se confía en él (cuarta palabra), solamente puede ser vivido en el profundo arraigo comunional, el individualismo no tiene cabida en el cristianismo. Es imposible vivir los fatigosos y dolorosísimos pasos de la espiritualidad cristiana sin la referencia vital a los hermanos, crucificados todos en camino a la patria definitiva de la Pascua.
2.6 Sexta y séptima Palabras (Jn 19, 28-30)
<< Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una lanza una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. >>
La sexta palabra “tengo sed”, alude al Salmo 22 –ya utilizado en la primera palabra- donde se dice textualmente en el versículo 16: “Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a m garganta: tú me sumes en el polvo de la muerte” En la imaginería bíblica, los órganos corporales juegan un papel simbólico y aluden a ciertas capacidades o dimensiones espirituales humanas. Así, por ejemplo, la garganta se refiere al espíritu o aliento que Dios ha insuflado en la nariz del hombre y que le permite levantarse desde su polvo para aspirar a lo trascendente. Lo que estaría diciendo el salmista es que el sufrimiento le ha llevado al punto en el que su fuerza, su espíritu parece consumirse, agostarse, secarse –de allí la sed como símbolo del agotamiento de la fuerza-.
Por otro lado, la lengua es símbolo de la palabra humana, de la capacidad para comunicarse y por lo tanto de la posibilidad de ser auténticamente persona. Pero más aún, en el pensamiento semita, la lengua se hizo para alabar a Dios, para cantar sus maravillas. Una lengua pegada al paladar, significa una palabra incapaz de pronunciarse en primer lugar como alabanza Dios y como consecuencia de comunicación significativa con los hombres.
Si esto ocurre en la experiencia de los creyentes comunes y corrientes, hay que imaginar lo que significó para Jesús. A tal grado vivió el sufrimiento divino en su naturaleza humana que se sintió enmudecido, incapaz de alabar a Dios y comunicar a los hombres la gloria de su Padre. Pero hay una forma de salir de ese auténtico estado de postración e incomunicación, y esa forma se describe con la imagen del beber de Jesús el vinagre que le ofrece el soldado romano.
Otra vez hay que descifrar el símbolo para entender el mensaje: El vino simboliza el amor, y el vinagre –vino corrompido- al odio, que no es otra cosa que el amor corrompido. Ante la entrega del Hijo de Dios, el hombre responde con su odio ¡parece que es lo único que podemos darle a Dios! ¿Y qué hace Jesús? ¡Se lo bebe!, se traga el odio del hombre que le es ofrecido en la punta de la lanza con la que momentos más tarde será traspasado. ¡Dos mundos se encuentran! El mundo de Dios que es entrega y oblatividad pura y el mundo del hombre que solamente es capaz de odiar la verdad y la vida que de ella procede. ¡No importa, -dice Dios- si eso es lo único que me puedes dar, lo recibo! El loco amor de Dios por el hombre es la garantía de la vida de éste. Y ese beber de Jesús del vinagre humano, hace que todo se cumpla, que el proyecto pensado por Dios desde antiguo tome cabal cumplimiento ¡Nada puede detener el torrente salvífico del Dios que se entrega, ni siquiera el odio de los destinatarios de esa entrega! ¡Todo se ha cumplido!
El discípulo es incitado a beber del mismo cáliz del Hijo, a acoger el corrompido amor de sus hermanos, a romper las cadenas del sufrimiento desesperanzado y desde el espíritu agostado, en el abrazo fraterno del que asume el odio del mundo, hacer cumplir el proyecto del Padre. Todo inicia con el sentimiento del abandono de Dios y culmina con la expiración del espíritu que ha de ser recogido por el Padre y unido al de Cristo, para hacer cumplir en todo y para todos la justicia del Reino.

Reflexión para el Viernes Santo.


Jorge Arévalo Nájera

Hoy la Iglesia universal celebra la muerte del Señor, que queda significada en la cruz. Pero la cruz, por la naturaleza misma del que ha muerto en ella, aparece como una realidad que nos presenta dos rostros; Por un lado, efectivamente hace referencia a la destrucción, a la ignominia, a la vergüenza, al dolor, a la pérdida, a la oposición radical del hombre al proyecto salvífico del Padre y por ende al pecado humano.

Es como un recordatorio perpetuo de que el hombre ha querido realizarse en la historia según sus propios criterios y ha dado muerte a la Palabra de vida definitiva. Porque la muerte de Jesús, no es una muerte que el Padre haya predeterminado desde la eternidad, no, lo que el Padre quería era la obediencia absoluta del Hijo y hasta tal punto éste obedeció, que aceptó su muerte como consecuencia lógica de su total oposición a las estructuras pecaminosas con que los hombres oprimen a sus hermanos utilizando a Dios como pretexto para lograr sus propios intereses. El Hijo vino a descubrir a los ojos del hombre su pecado y abrir el camino de la salvación, su objetivo era constituir, mediante el cambio de mentalidad y la adhesión de todo el ser del hombre a su persona, un nuevo tipo de ser humano, todos discípulos del único Maestro y por ello, hombres libres y plenos. Pero de tal modo rechazaron su propuesta por ir en contra de sus mezquinos intereses, que acabaron dándole muerte en la forma más denigrante del mundo entonces conocido; la muerte en cruz.

Pero hay otra dimensión en el signo de la cruz. El Padre sabe recomponer siempre la historia de las equivocadas decisiones humanas y la cruz no podría significar la derrota definitiva de Dios en su afán de salvar al hombre, y así como éste introdujo el mal y el pecado en la historia y Dios reinició su proyecto salvífico en los primeros tiempos, así, en la plenitud de los mismos, asume en su proyecto la cruz del Hijo y la convierte en camino salvífico. Todo hombre que quiera seguir el camino de Dios, tendrá que asumir la cruz como único modo de realización en plenitud. La cruz es convertida por el Padre en signo de victoria, ¡su Hijo ha vencido en ella, precisamente en ella al pecado y a la muerte! Y si Jesús ha asumido la crucifixión en su proyecto de obediencia al Padre por amor a los hombres, entonces la cruz también es signo de amor entregado hasta el extremo. Aunque la cruz solo adquiere su interpretación definitiva por la resurrección del Hijo, dicha resurrección no es propiamente la victoria de Jesús, es el acontecimiento que revela el valor salvífico de la cruz, es el corolario a la victoria ya alcanzada por el Hijo en Getsemaní y el Gólgota, es la manifestación esplendorosa de esa victoria que se derrama sobre los hombres.

Por ello, la cruz de Cristo es siempre signo profético que anuncia el amor de Dios, que revela el auténtico rostro de la divinidad, que expresa con la más dramática plasticidad al Dios que entrega la vida por los hombres para elevarlos a la categoría de hijos por la efusión de su Espíritu, que brota del costado abierto del crucificado.

Pero también denuncia la obstinada y contumaz mentalidad humana que se rehúsa a abandonar sus criterios y valores egoístas, que aunque bien visto tiene, solo le llevan a la destrucción, a él le parecen deliciosos manjares que no está dispuesto a dejar para asumir el proyecto de Dios, proyecto que siempre le exigirá renunciar a sus supuestos privilegios para optar por los pobres y desposeídos del mundo, mentalidad que le llevará a crucificar al Hijo de Dios, no sólo en el Gólgota de hace casi dos mil años, sino en el Gólgota de la vida cotidiana de los hombres del siglo XXI. Pero la resurrección, nos permite vislumbrar la dimensión edificante del signo profético de la cruz, viéndose así iluminado todo sufrimiento humano cuando éste es injertado por el Espíritu y por la fe del sufriente en el sufrimiento de Cristo que salva al mundo.

 ¡Él es el siervo doliente anunciado por Isaías, que soporta nuestro sufrimiento y lleva sobre sí nuestras culpas!, ¡Él soportó el castigo que nos trae la paz! Jesús es quien en absoluta obediencia, aún y sobre todo en la noche obscura de la ausencia de su Padre, da el salto definitivo y se abandona en brazos del que oculta su rostro ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Esperando contra toda esperanza que Él le librará por ser Dios fiel y verdadero.

Es precisamente por su obediencia, que le lleva a la muerte y una muerte en cruz, que el Padre le exalta y su nombre esta sobre todo nombre y es nuestro sumo Sacerdote, el único intermediario entre Dios y los hombres.  La muerte de Jesús, es la culminación de su pasión y a la vez, del proceso de abajamiento de Dios, Él no sabe hacer otra cosa que entregarse, que dar la vida misma por sus criaturas. Desde la eternidad, su proyecto creacional es ya proyecto salvífico, con miras a la plenificación del hombre, y a través del hombre, del cosmos mismo, pero esa plenificación se logra por la gracia, por la donación de la misma vida divina, donación que queda constatada para siempre en la cruz del Hijo.

Advertencia hermenéutica; Abordaremos los textos desde una perspectiva que nos permita ir más allá del sentido meramente histórico del acontecimiento allí narrado, y que nos permita descubrir su significado atemporal, que traspasa los límites del tiempo y el espacio, y que por lo mismo pueda iluminar nuestra vida, nuestra problemática del aquí y el ahora. Desde esta perspectiva, me gustaría analizar con ustedes brevísimamente los versículos 23,24 y 34  del capítulo 19 del evangelio de Juan, que arrojan mucha luz sobre el significado salvífico de la muerte de Cristo.

Jn 19,23.24
23 Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. 24 Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura:
Se han repartido mis vestidos,
han echado a suertes mi túnica.
Y esto es lo que hicieron los soldados.

Elementos simbólicos del texto:
1.-Los soldados representan a todos los hombres de la tierra, a los llamados paganos, los no judíos.
2.-El manto simboliza tres cosas; La vida entregada por Cristo, que será el vestido del creyente, el Reino de Dios y el Espíritu de Cristo.
3.-La túnica también simboliza al Reino y al Espíritu, pero en su carácter de unicidad, de indivisibilidad.
4.-El numero cuatro simboliza la totalidad, la universalidad; de los hombres (los cuatro soldados) y del reino-Espíritu-vida entregada (las cuatro divisiones del manto). 

Mensaje teológico:
--Son cuatro los soldados que han dado muerte a Cristo y que se apropian de su manto, es la universalidad del mundo pagano la que ahora recibe el Reino y el Espíritu que emana de la vida entregada de Jesús (reciben el manto y lo rompen en cuatro partes).

--Pero no rompen la túnica, es decir, aunque la universalidad del don  implica diversidad, pluralidad de comunidades, éstas gozan del único Espíritu, del único Reino, el que viene de lo alto (la túnica no tenía costuras y estaba tejida toda desde arriba).

Es importante hacer hincapié en el simbolismo de la túnica como el Espíritu del Crucificado, que comunica vida entregada hasta el extremo de la cruz, con la cual la comunidad cristiana se ha de vestir (para eso se reparten el manto los soldados). Los ciudadanos del Reino se reconocerán por la actividad de su amor. Todo el mundo reconocerá  a los discípulos como a los herederos de un crucificado, que se distinguen como él por la práctica del servicio al hombre hasta dar la vida.


Jn 19,34
34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.

Elementos simbólicos del texto

1.-La lanza; representa el odio del mundo.
2.-La sangre; es la vida entregada del Hijo hasta la muerte.
3.-El agua representa al Espíritu.
4.- El costado de Jesús, hace referencia a la creación de la mujer en Gn 2,21s.
      
Mensaje teológico;

--Ante el odio del mundo que sigue rehusándose al amor ofertado por Dios (la lanzada al crucificado ya muerto), Dios responde con mayor amor, amor que produce vida desde la muerte, ya que del costado del nuevo Adam (referencia a la creación) surgirá un nuevo tipo de hombre, nueva creación de Dios, ¡la comunidad de Cristo!, creada por la vida entregada del Hijo en la cruz (la sangre) y por el Espíritu comunicado (el agua).

Conclusión: Dios se entrega por nosotros (¡todos y cada uno de nosotros, los que hoy reflexionamos juntos!), en la persona de su Hijo crucificado y traspasado por el odio del mundo. Del Hijo muerto brota la vida, se recibe el Reino y el único Espíritu que unifica a las comunidades cristianas, que nacemos día a día al pie de la cruz.

Hay que morir como el Hijo para generar vida, hay que morir diariamente a nuestra mentalidad egoísta, centrada solamente en nuestro bienestar (aún si éste se logra a costa de la paz de otros), hay que morir diariamente a nuestras idolatrías, hay que amar entregando la vida para recuperarnos a nosotros mismos como auténticos seres humanos libres y plenos. Los cristianos no tenemos opción si hemos de ser fieles al que confesamos como Señor; No es posible seguir a Jesús sin la negación de uno mismo y sin tomar la cruz, signo eficaz del amor que entrega la vida hasta la muerte misma.  Pero recordemos que no estamos solos, ¡es la vida misma de Dios la que se nos comunica en el Espíritu que brota del costado del crucificado, para que podamos vivir según los designios del Señor!

 Gracia y paz.

lunes, 18 de abril de 2011

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES SANTO


Jn 13,1-15

1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. 2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» 9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» 10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» 11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.» 12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis `el Maestro' y `el Señor', y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros.15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.


Recostados como hombres libres
Jorge Arévalo Nájera

 El Hombre, es un ser en búsqueda continua, pulsionado hacia una realización que parece no alcanzar jamás. Se impone metas, y cuando las alcanza, éstas resultan insuficientes para colmar sus ansias de plenitud. En el fondo de todo corazón humano y de todo proyecto, subyace un solo anhelo, que engloba todo otro deseo, todo otro movimiento; La plenitud, la felicidad, la paz. Sin embargo, a la vista de la realidad objetiva, de ningún modo parece que el ser humano haya podido realizar tal anhelo.

Y surge imperiosa la pregunta, ¿por qué? Desde la fe, el creyente cristiano afirma encontrar la respuesta en el horizonte de la revelación; En la plenitud de los tiempos, y en el cúlmen del proceso lento y fatigoso de la revelación divina, El Padre ha pronunciado la última y definitiva Palabra, ¡En el Hijo amado, encarnado en la naturaleza humana, Dios revela con definitividad su misterio, el misterio humano, y el misterio de su designio salvífico para el hombre y el cosmos! De tal suerte, que solo en el Hijo y por el Hijo, el hombre puede abrazar por fin aquel horizonte de plenitud que tanto ansía. El texto del Evangelio según San Juan que se nos proclamará el jueves, será la base y punto de partida de la brevísima reflexión que hoy quiero proponerles.

Este texto, y toda la llamada “sección de la cena”, que forma parte de la estructura literario-teológica del Evangelio Juánico, está en íntima relación con el tema de la Pascua. No es casualidad que en la celebración litúrgica, se nos vaya a proclamar como primera lectura la institución de la pascua judía narrada en el libro del Éxodo y por otro lado, en la segunda lectura, la institución de la nueva y definitiva cena pascual, la de Cristo y su comunidad. Así, en una interpretación cristiana, la pascua judía era prefigura, símbolo que anunciaba la pascua de Cristo.

Aquella opresión que padecieron las tribus semitas que algún día formarían el pueblo de Israel, aquella salida de Egipto, aquel caminar por el desierto hacia la tierra prometida, eran prefigura, anuncio de la liberación, el éxodo y la libertad definitiva que solo en Cristo y por Cristo se puede alcanzar. Por ello, la cena del Señor con sus discípulos es presentada como la nueva cena pascual que prepara y capacita al creyente para iniciar el nuevo éxodo, la salida de la auténtica opresión que representan las ideologías mundanas que mantienen al hombre esclavizado, para que pueda dirigirse hacia la tierra prometida en Dios.

Son tantas las aportaciones teológicas y espirituales que el texto evangélico nos brinda, que me veo  obligado a reflexionar solamente sobre algunos elementos que me parecen hoy de particular importancia.

Los textos bíblicos en general, pueden ser abordados desde dos perspectivas, por un lado, desde el nivel meramente histórico, anecdótico, como un acontecimiento sucedido en el pasado y que por lo tanto solo incumbe a los personajes concretos a los que les sucedió, sin incidencia en nuestro presente. Por otro lado, existe otra perspectiva desde la que podemos abordar los textos, perspectiva que va más allá del mero hecho histórico o anecdótico y que nos permite descubrir el mensaje salvífico que traspasa los límites del tiempo y el espacio, y que por lo tanto, sí que afecta a todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Desde esta perspectiva, los personajes, los acontecimientos, las palabras con que se nos presenta el texto, encierran significados que pasan desapercibidos en el primer nivel de lectura. Esta es la perspectiva desde la cual abordaremos algunos elementos del trozo evangélico que nos ocupa.

Primer elemento:

1c;…él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el extremo. En el evangelio de Juan, “Los de Jesús”, son aquellos que han salido de la institución judía y por tanto, han superado la antigua ley. En este evangelio, el judaísmo aparece como una estructura incapaz de generar vida, su ley está superada. Es a éstos  a los que Jesús ama “hasta el extremo”, expresión que se corresponde con Dt 31,24, donde se dice: Cuando Moisés terminó de escribir los artículos de esta Ley “hasta el final”. La antigua ley era considerada por los judíos como la expresión definitiva del amor de Dios y por lo tanto era criterio absoluto para la relación pueblo-Dios. Jesús va a demostrar su amor hasta el extremo y ésa será la nueva Ley que regirá e iluminará los pasos de la nueva comunidad fundada por él.

Segundo elemento:

3 a;… consciente de que el Padre lo había puesto todo en sus manos. El todo que el Padre ha puesto en manos de Jesús, es el designio creador y salvífico de Dios, la salvación. De tal suerte que lo que va a  realizar Jesús a continuación, es la revelación del modo en que el Padre consuma su obra, salva al hombre. Cristo aparece pues como criterio definitivo para interpretar, conocer y acceder al proyecto salvífico del Padre.

Tercer elemento:

4; Se levantó de la mesa, dejó el manto y, tomando un paño, se lo ató a la cintura. En el evangelio de Juan, el manto es figura de la persona misma, de su vida. Dejar el manto significa desprenderse de la vida, es entregar la persona. Lo que está haciendo Jesús es entregar su vida a la nueva comunidad. Por otro lado, el paño simboliza el servicio. La entrega de la vida y el servicio aparecen en el texto en relación indefectible. La una no se entiende sin el otro, el sentido de la entrega es iluminado por el servicio y el servicio es concreción de la entrega de la vida. Por lo tanto, la manera de entregar la vida es el servicio. Pero, ¿Qué clase de servicio realiza Jesús?

Cuarto elemento.

5; Echó luego agua en el barreño y se puso a lavarles los pies a los discípulos, y a secárselos con el paño que llevaba atado. En las cenas más importantes de la comunidad judía, los llamados banquetes, el acto de lavar los pies, es un acto de reconocimiento, hospitalidad y deferencia. Normalmente lo hacía el esclavo no judío a los importantes invitados del dueño de la casa, a los que se les reconocía como señores y por lo tanto, libres, ya que después del lavado de los pies, podían sentarse a la mesa y recostarse unos sobre el pecho de los otros, que era signo de libertad. Ahora bien, en la teología joánica, es ya explícita la divinidad y preexistencia de Jesús, por lo que el texto adquiere dimensiones teológicas superlativas; ¡Dios se hace siervo para elevar al hombre a la categoría de señor y por lo tanto, de hombre libre! Sólo la entrega de la vida y el servicio de continuo permiten recuperar la vida y alcanzar la libertad (en el verso 12, Jesús toma de nuevo su manto, no se quita el paño y se recuesta a la mesa).

Y si lo que está haciendo Jesús es inaugurar una nueva ley (demostró su amor hasta el final) que es la única forma de acceder al misterio y a la plenitud, entonces, “lavar los pies” será la actitud fundamental de la comunidad cristiana. Por lo tanto, Dios está constituyendo una comunidad de señores que son libres porque entregan la vida en el servicio.

Conclusión;

1.- El amor de Cristo, que se va a demostrar hasta el extremo, funda la nueva comunidad, y por ello, es nueva ley, ley del amor que supera la antigua ley inscrita en tablas de piedra.

2.- En tanto que el Padre ha puesto todo en sus manos, y ese todo es el proyecto salvífico, será Cristo quien revele el modo específico en que los hombres se salven, es decir, alcancen su plenitud.

3.-El amor hasta el extremo, cualificado por la potestad que el Padre ha conferido al Hijo, se concretiza en la entrega de la vida (despojarse del manto), traducida inmediatamente en servicio (ceñirse el paño).

4.-Y a su vez, ese servicio consiste en “lavar los pies a los discípulos”, acto que adquiere su significado más profundo en virtud de la naturaleza del que lo ejerce (Jesús-Dios). Es Dios quien constituye en “señores” a aquellos a los que lava los pies, y en tanto que “señores”, hombres libres e iguales.

5.- En virtud de que la acción de Cristo es fundante y paradigmática, la comunidad fundada esta llamada a configurar su vida según la nueva ley del amor que al servir, libera (“se recostó a la mesa”).   El nuevo pueblo de Dios, la comunidad de Jesús, tiene como vocación más profunda, la de constituirse comunidad de hombres libres, señores, que al entregar la vida sirviendo, dan su mismo estatuto a los hermanos. El amor de Cristo, manifestado en la entrega de la vida y el servicio, genera libertad e igualdad. A esto está llamada la comunidad cristiana, todos y cada uno de nosotros está llamado a derribar haciéndonos siervos de nuestros hermanos, toda forma de opresión, de desigualdad e intolerancia y discriminación, y esto, en toda relación humana. Todos anhelamos la plenitud, la pregunta es, ¿estamos dispuestos a dejar el manto, ceñirnos el paño, lavar los pies a nuestros hermanos, para finalmente recostarnos como hombres libres en la mesa del Señor?
Gracia y paz.

viernes, 15 de abril de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 17 DE ABRIL DEL 2011


DOMINGO DE RAMOS CICLO A

1. Lectura
Flp 2,6-11
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre;  y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.  Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.   
2. Reflexión
La Paradoja Cristiana: ¡Que el camino hacia la grandeza consiste en descender!
Jorge Arévalo Nájera
En esta ocasión, quisiera centrar la reflexión en una sola de las lecturas que la liturgia del domingo de Ramos nos ofrece, y esta lectura es el conocidísimo himno cristológico de Filipenses 2,6-11.
El Domingo de Ramos marca el comienzo de la Semana Santa. Desde hace muchos siglos, los cristianos meditan en esta semana sobre la pasión y resurrección de Jesús. La semana comienza con una entrada mesiánica, pasa por momentos de despedida y por la traición, llega a su punto más bajo al morir Jesús en la cruz, y concluye con la victoria sobre la muerte y el pecado y la constitución de Jesucristo como Señor del mundo.
Insertado en el marco de la liturgia de la Palabra del domingo de Ramos, este himno cristológico pre-existente en la tradición cristiana y que Pablo incorpora en su carta  los Filipenses, tiene una significación especial que marca un itinerario espiritual del discípulo. Aunque el himno comienza propiamente en el verso 6, Pablo coloca como pórtico la exhortación del verso 5: << Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo>>
La palabra griega “fronein”, que es traducida por “sentimientos”, hace alusión a una realidad que incluye la dimensión emotiva, pero que va más allá del mero sentimiento, y se refiere a la mentalidad, a la forma en que se elaboran los juicios mediante los cuales se interpreta el mundo. El hombre es un ser que aprehende lo real mediante la observación y el contacto sensorial, para después elaborar juicios que le permiten integrar la información en un marco interpretativo que provee de significado a las cosas o acontecimientos. Para la mentalidad bíblica, la forma de pensar impacta necesariamente la relación con las cosas o con las personas, es decir, en la forma de enjuiciar lo real se determina mi ética, mi aproximación vital a lo real.
Lo que quiere decir Pablo al exhortarnos a asumir la misma forma de enjuiciar, ver o entender lo real que tiene Cristo es que debemos vivir del mismo modo. ¿Y cuál es ese modo? Veámoslo con mayor detenimiento:
El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre: Se afirma de Cristo su preexistencia y su igualdad ontológica con Dios (en la teología de Pablo, la palabra Theós/Dios se refiere siempre al Padre). Este es el punto de partida, el Ser de Cristo. Ahora bien, la praxis de Jesús, su acción, es un movimiento de abajamiento (kénosis en griego) y ese abajamiento consiste en un despojamiento de su condición divina para asumir la de siervo, la de esclavo, abandonando su Ser Espíritu purísimo como Verbo increado del Padre. Estamos hablando dese luego de la encarnación del Verbo eterno que asume la naturaleza humana del hombre Jesús de Nazaret, haciéndose en todo semejante a los hombres menos en el pecado.
Desde luego que esta afirmación ya es escandalosa, para los judíos y paganos de su tiempo, pero también para nosotros, hombres del siglo XXI. A muchos cristianos les resulta fácil aceptar cierta imagen de la divinidad de Jesús (poderes sobrenaturales que todo lo curan, dominio sobre las leyes naturales, conocimiento del futuro, lectura de la mente humana, etc.), pero de hecho no aceptan una plena humanidad, con todas las limitaciones inherentes a la creatureidad, con toda su radical indigencia y debilidad, la ausencia de un conocimiento totalizador de lo real, etc. En este sentido, la antiquísima herejía docetista que negaba la realidad de la humanidad del Verbo y afirmaba que Jesús era simplemente una máscara, una fachada tras la cual se escondía el Eterno.
El himno de Filipenses nos coloca de frente a la crudeza de la realidad de la encarnación, el Verbo se ha anonadado, se ha encarnado y toda su divinidad cohabita con la humanidad en Jesús de Nazaret. Pero decíamos que el himno marca un derrotero espiritual para el discípulo, y he aquí el primer paso que hay que dar en el seguimiento del Nazareno: Abandonar toda pretensión ególatra, descentrarnos, bajarnos del idolátrico pedestal en que nos tenemos para hacernos siervos de los otros. Sin esta actitud de fondo, no hay cristianismo posible y el inicio de la semana mayor es un buen momento para recordar que el camino hacia la Pascua inicia con el abajamiento.


<< y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz>> : Pero el movimiento descendente de Cristo no acaba con el simple hecho de hacerse hombre/siervo con los demás y para los demás, Él va más abajo: en su obediencia al Padre que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad” [1] llega hasta el extremo de la cruz, que se hace necesaria para la salvación cuando el pecado del hombre le lleva al deicidio. No es que la cruz estuviera pensada por el Padre como designio cruel desde todos los siglos, sino que al rechazar el hombre la propuesta liberadora de Dios tal cual se manifiesta en las obras y en la predicación de Jesús (Reino/reinado de Dios), y al crucificar a su Hijo, el Padre asume el sacrificio obediencial de Jesús e incorpora la cruz a su economía salvífica y de tal manera que ahora, todos los sufrientes y sacrificados por los poderes establecidos encuentran sentido en el sacrificio del Hijo que así les redime en la muerte.
He aquí el segundo momento en el itinerario espiritual del discípulo según Flp 2,6-11: La obediencia irrestricta a la voluntad del Padre. La voluntad es aquella virtud que mueve al hombre hacia la consecución de un fin, de una meta que se considera sumamente valiosa. En Dios, esa voluntad no es algo ajeno a Él, es Él mismo saliendo al encuentro de los hombres en la persona del Espíritu Santo, de tal modo que Espíritu Santo y voluntad de Dios son una y misma cosa. Y el Espíritu es Vida, capacidad de realizar lo imposible, creatividad sin límites, esperanza invencible. La obediencia que se espera del hombre no es la obediencia servil del esclavo que acríticamente acepta una disposición que le viene de fuera, más bien es la conformación de la propia voluntad/espíritu con la Voluntad/Espíritu de Dios, pues después de todo, el mismo Espíritu con que el Padre resucitó a Jesucristo de entre los muertos nos ha sido donado en el bautismo [2]
El que obedece al Padre es auténticamente libre porque obedece al Espíritu de libertad que mora en él como fruto de la pascua del Hijo, que le permite vivir en la libertad obediencial de los hijos de Dios.
<< Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre. >>: Sólo cuando el Hijo se anonada y asume la obediencia absoluta al proyecto salvífico del Padre y muere en la cruz, es exaltado, otorgándosele toda potestad y señorío. Es el triunfo escatológico del Hijo y al mismo tiempo es el triunfo definitivo del amor oblativo sobre las potencias opositoras al Reino de Dios, que es la plenitud humana. Fijémonos que al principio del himno, el sujeto de la Kénosis es Cristo preexistente, es él quien toma la iniciativa y al final, el sujeto de la exaltación es Jesús, a quien Dios da el Nombre que está sobre todo nombre y finalmente, se unen los dos sujetos y así, es Cristo Jesús quien es declarado como  Kyrios (Señor) para la gloria de Dios Padre.
He aquí la tercera pauta espiritual: Si bien la kénosis/abajamiento y la asunción de la cruz/amor oblativo que fracasa en el mundo, son parte irrenunciable de la vida cristiana, y corresponden al esfuerzo del hombre (es él quien tiene que bajar y amar hasta entregar la vida). Hasta aquí la pelota está en la cancha del hombre, le toca jugar con las reglas de Dios, pero es él quien juega. Sin embargo, todo el que juega quiere ganar, es ésa la motivación de todo participante en una justa deportiva. En el caso del juego cristiano –que se llama liberación y plenitud humana- el triunfo está asegurado, no importa que las apariencias y el marcador digan lo contrario, Dios es quien le da el triunfo y le comparte el señorío de Cristo Jesús, su filiación, su Ser Hijo, su herencia.
Por lo tanto, el horizonte del cristiano está puesto en el triunfo que le espera, en la confianza absoluta de que ese triunfo no lo logra él con sus esfuerzos, pero sabiendo al mismo tiempo que el esfuerzo no le es dispensado, se lanza hacia la meta compartiendo la misma forma de pensar que tiene Jesús.
Gracia y paz.


[1] 1 Tm 2,4
[2] Ro 8,11 “Y si el Espíritu de Aquél que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó a Cristo de entre los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. “