martes, 29 de mayo de 2012

Reflexión domingo 3 de junio de 2012 (Santísima Trinidad)

Te invito a escuchar mi reflexión sobre el Misterio de la Santísima Trinidad a partir de las lecturas del domingo 3 de junio de 2012 (Solemnidad de la Santísima Trinidad).




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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 3 DE JUNIO DE 2012 SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD CICLO B



LECTURAS
Deuteronomio 4, 32-34. 39-40: << Moisés habló al pueblo, diciendo: - «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?  Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.» >>
Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 1 2b: << La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos, porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. >>
Romanos 8, 14-17: << Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: « ¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados. >>
Mateo 28, 16-20: << En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: - «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» >>

REFLEXIÓN
La Trinidad, en las entrañas de la historia
Jorge Arévalo Nájera
Este domingo, la Iglesia celebra el Misterio de la Santísima Trinidad. Si bien este dogma es del conocimiento común –qué cristiano no sabe la fórmula trinitaria que le enseñaron en el catecismo “Un solo Dios, pero tres personas distintas”-, una simple encuesta -realizada personalmente- entre cristianos de distintas denominaciones parece revelar que esta realidad no es comprendida en absoluto y mucho menos tiene una incidencia en la espiritualidad cristiana. Casi podríamos decir que si por decreto se suprimiera el concepto trinitario del <<depósitum fidei>> (conjunto de verdades reveladas que le han sido confiadas a la Iglesia), y se abrazara el monoteísmo absoluto –como el de judíos y musulmanes- no causaría el menor problema a la mayoría de los cristianos.
Y es que a decir verdad, la reflexión y profundización en el Misterio trinitario, ha quedado circunscrito a las esferas eruditas de la teología y poco se ha hecho para aplicar la veta espiritual inagotable que posee. En otras palabras poco se ha dicho al pueblo sobre la forma concreta en que dicho Misterio afecta la vida cotidiana de cara a la fe, ¿Qué tiene que ver la Trinidad en el mundo relacional del creyente? Veamos de profundizar en el tema siguiendo las lecturas de hoy día:
El libro del Deuteronomio presenta un discurso de Moisés al pueblo. Analicemos, aunque sea brevemente los elementos más importantes que resalta el legislador: En primer lugar, un pasado lleno de manifestaciones divinas que han privilegiado a Israel << ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?>> Israel es el pueblo elegido por el Padre y depositario de la Palabra y el Espíritu (fuego). Desde una lectura cristológica –perfectamente legítima para el cristiano- este texto pone las bases para la reflexión de la Iglesia acerca del misterio de la Trinidad, ya que Dios en el A.T y el Nuevo Testamento es siempre el Padre, su Palabra es el Hijo y el fuego será identificado con el Espíritu Santo.
El Dios cristiano no es una divinidad alejada de los hombres, es uno que se entromete en su historia, pasado, presente y futuro se ven transidos por la intervención salvífica de Dios. Aquel que dice <<quiero olvidar mi pasado, en él solo existe dolor, frustración y ausencia de sentido>> no ha sabido buscar en las entrañas de su historia. La acción de Dios es permanente, no solo sostiene ontológicamente el ser de la creatura, sino que interviene en su desarrollo, conduce motivando, proporcionando mociones, enamorando sutilmente el corazón del hombre. Aún los acontecimientos más terribles del pasado pueden ser vistos como vehículos de salvación para aquel que se abre a la potencia de lo eterno. ¡Cuántas historias de pasados abominables vienen a mi recuerdo, pero los testimonios de los actores de esos acontecimientos también se hacen presentes para abrir horizontes insospechados de amor y plenitud!
Cierto, las cicatrices son permanentes, el Resucitado es siempre el crucificado que nos muestra las heridas en sus manos, en sus pies y su costado, pero esas heridas abren las puertas de la vida definitiva. Somos lo que somos, nadie puede borrar nuestra historia, pero hay uno que puede darle sentido al pasado haciéndonos descubrir su presencia precisamente en ese pasado. El origen de nuestra vida nueva es siempre el Padre, él es quien da comienzo a todo, no solo a la creación en cuanto tal, sino a la creación de una historia de salvación personal.
 En segundo lugar, la elección: << ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?>>  ¡Somos elegidos de Dios para ser libres! ¡Cuánta falta hace creerse esto! Vamos por la vida sin horizontes, caminamos sin rumbo queriendo amar las cosas sin sentido – y no crean que hablo de los “ateos”, hablo de cualquier hombre que no se ha encontrado con el Dios de la vida-, vamos como esclavos que desconocen que ya se ha firmado el libelo de su libertad.  Claro que la libertad es fatigosa, se vive en medio de pruebas, guerra y terrores, -¿Qué otra cosa es la historia?-, pero también en medio de prodigios, signos y la intervención del que tiene “mano fuerte y brazo poderoso” para transformar la esclavitud en gozosa libertad.
En tercer lugar, la anamnesis (recuerdo) que es actualización de las gestas salvadoras de Dios realizadas en el pasado, pero con vigencia en el presente << Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. >> Por mucho que echáramos una mirada retrospectiva a la vida y descubriéramos en el pasado la acción de Dios, ésta quedaría sin efecto salvífico si no se actualizara en el presente. ¿Qué me garantiza que lo que hizo en el pasado siga ocurriendo en mi hoy? La palabra clave es <<reconoce>>. Moisés invita a estar atento a la intervención de Dios en el presente. Si le conocemos en el pasado, sabremos reconocerle en el presente, “oler” su perfume cuando pasa a nuestro lado, abrirle la puerta cuando llama para que le dejemos entrar.
 Por medio del Espíritu, Dios actualiza sus gestas liberadoras y así, el éxodo es siempre nuevo, los “egiptos” de hoy son vencidos nuevamente. Dios es el mismo, ayer y hoy y su fidelidad es para siempre. Dios no sabe decir <<sí>> ahora y <<no>> mañana. Ésta es la certeza del cristiano, la fidelidad eterna de Dios. Y por último, la respuesta a la fidelidad de Dios por parte del creyente, la praxis de las enseñanzas divinas: << Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre. >> Guardar significa “poner por obra”, llevar a la concreción histórica el precepto y la enseñanza. De este modo se abre el horizonte de un futuro de plenitud y trascendencia, simbolizado por los hijos y la tierra. Así, queda completado todo el arco de la historia –pasado, presente y futuro- como espacio de la acción graciosa de Dios para con sus elegidos.
Hasta aquí hemos visto a Dios como Padre/origen de la historia de la salvación cósmica y personal. La carta a los Romanos indica la meta final de la vida humana, ¡la filiación!, así como a la persona divina que hace posible esa filiación ¡El Espíritu de Dios!  << Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. >> El texto es claro, <<los que se dejan llevar>>, es decir que se implican, por un lado la gratuidad del don –el Espíritu viniente- y por otro lado la actitud de docilidad por parte del hombre –dejarse llevar-.
No basta –como muchos creen- solamente con el don divino, pues para que se haga operante en el hombre, éste debe dejarse mover por el Espíritu. Y la prueba de que el Espíritu está transformando al hombre es la libertad con que éste se conduce. Y es evidente que aquí resalta el gran tema paulino de la libertad de los hijos de Dios contra la esclavitud de los que viven según la ley antigua. No se trata de libertinaje ni de pasar por alto la “Ley” antigua, sino de asumirla y superarla en el poder del Espíritu que nos hace hijos adoptivos, insertándonos en la filiación absoluta del Hijo mediante la coparticipación en sus sufrimientos. 
Aquí se da el punto de encuentro con el evangelio de Mateo: Cristo, en su muerte y resurrección ha recibido del Padre toda potestad, tanto en el imposible mundo de Dios (el cielo) como en el de los hombres (la tierra): <<Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra>> El Hijo es aquel en el que se unen los irreconciliables mundos. No obstante, ¿cómo podría continuarse en la historia la acción pontificia –de puente- de Cristo? Allí reside precisamente la identidad de la Iglesia <<Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo>> Sumergir en el amor trinitario a los hombres es la única forma de hacer discípulos, ser siempre origen de un nuevo comienzo (amar como el Padre), acoger sin reservas el misterio del otro (amar como el Hijo) y generar vínculos una y otra vez, crearlos nuevamente si se han roto, salir permanentemente al encuentro del prójimo. Ésta y no otra es la misión de la Iglesia, para ello existe, para sumergir en el torrente vertiginoso del amor de la Trinidad que vive en las entrañas de la historia.
Gracia y paz.

lunes, 21 de mayo de 2012

Audio reflexión domingo 27 de mayo 2012_Pentecostés

Te invito a escuchar el audio de mi reflexión en Pentecostés. Tema; El Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
Sigue el vínculo:

AUDIO REFLEXIÓN EN PENTECOSTÉS_27 MAYO 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 27 DE MAYO DE 2012 PENTECOSTÉS



1.      LECTURAS
Hch  2, 1-11; << Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: - « ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; También hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.» >>
Sal 103; << Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra. Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor. >>
1 Corintios 12, 3b-7. 12-13; << Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. >>
Juan 20, 19-23; << Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
 Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:- «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» >>
2.      REFLEXIÓN
EL LENGUAJE NUEVO DE LA HUMANIDAD QUE NACE DEL ESPÍRITU
Jorge Arévalo Nájera

Ésta es la fiesta de la Iglesia, pero también es la fiesta del Espíritu, porque la Iglesia universal se goza en las maravillas que el Consolador hace entre los hombres, celebra el soplo vital de Dios que sostiene en la existencia a la creación y que al mismo tiempo hace nuevas todas las cosas. El Espíritu es la promesa del Padre anunciada desde antiguo por los profetas, y esa promesa se cumple en Cristo, pues del costado abierto de Jesús el Espíritu es derramado hacia los hombres.
Cristo es la Palabra que quisimos acallar y el Espíritu es la última y definitiva respuesta del Padre ante el odio del mundo, Pentecostés es la plenitud del sacrificio pascual del Hijo ¡Por eso tenemos esperanza, porque el Paráclito es la fuerza eficaz de Dios que no se arredra y persevera eternamente con el único objetivo de salvarnos, pobres y miserables gusanos incapaces de responder a la infinitud de su amor! Pentecostés significa el nacimiento de la Iglesia y de una nueva humanidad en cuyo corazón se inscribe la potencia de lo eterno. Todas las lecturas que hoy se nos proclaman apuntan en dos direcciones: La creación de una invencible humanidad escatológica cuya presencia sacramental es la temerosa pero perseverante comunidad discipular, y las repercusiones que el Espíritu tiene en ella y en la universalidad humana.
Veamos algunas de esas repercusiones: En primer lugar, el Libro de los Hechos de los Apóstoles ubica el acontecimiento del don del Espíritu en el día de la celebración judía de Pentecostés (celebrada 50 días después de la pascua y como aniversario de la alianza/ley) porque quiere enfatizar que teológicamente el derramamiento del Espíritu inaugura la nueva y definitiva alianza y la promulgación de la auténtica ley, inscrita ya no en piedra sino en la interioridad de los corazones, como había anunciado el profeta Ezequiel (Ez 36,25-27). El problema con la antigua y provisoria ley es que el pueblo jamás pudo interiorizarla, hacerla suya, resonar con ella hasta convertirla en manifestación externa de una convicción irreductible.
En el fondo, esa ley fracasó porque el pueblo la sintió siempre como una utopía irrealizable y como algo externo a él. Eso pasa también con las leyes humanas cuando la sociedad legislada por ellas no las interioriza y descubre como algo bueno y necesario. Por eso, Dios tenía que infundir su ley en la persona de sus creyentes, hacerla parte de ellos y desde dentro, “convencer” al pueblo de la bondad de esa ley, capacitarlo para vivirla y sostenerlo en la esperanza a pesar de las dificultades y oposiciones que encuentre en su vida de fe. En otros esquemas teológicos, por ejemplo el de la escuela joánica, el derramamiento del Espíritu no espera 50 días, es en la misma cruz, del costado abierto de Jesús que brotan agua y sangre (Espíritu comunicado y vida derramada) que empapan la tierra (vida humana). En realidad no hay contradicción entre Juan y Lucas, son visiones teológicas diferentes presentadas con lenguajes distintos, pero que finalmente iluminan el mismo misterio: el del sacrificio de Cristo, del cual brota la Vida.
Por lo tanto, la indicación “El día de Pentecostés” es mucho más que una simple ubicación temporal de un hecho ocurrido hace casi dos mil años a unos cuantos discípulos de Jesús. No alejándonos de la ortodoxia y sin menoscabo de la historicidad fáctica del suceso, podemos decir que el relato tal como está formulado apunta hacia una dimensión que trasciende lo meramente histórico para hacernos levantar la mirada y el corazón hacia un mensaje teológico y espiritual que se actualiza en nuestra vida, que tiene que ver con el aquí y el ahora. Veamos como: Si estas palabras son más que una indicación temporal de Lucas y por lo tanto ese “día” es el hoy de mi comunidad, se hace necesaria una aplicación espiritual inmediata: Pentecostés puede acontecer en mi vida cotidianamente y por lo tanto, el cumplimiento de la promesa del Padre, promesa de vida plena y definitiva, vencedora del miedo que hoy me atenaza y sofoca ¡Pude ser hoy! Sin embargo, se requieren ciertas actitudes, cierta disposición por parte del hombre para que el Espíritu pueda derramarse sobre él:
1.- Reunidos el día de Pentecostés. Hay una actitud de disposición a vivir la alianza, que en la nueva economía significa la Ley del amor agápico, de la renuncia a ser uno mismo el centro de la vida para dejar que Cristo marque el rumbo que han de seguir nuestros pasos. Pero recordemos que ese rumbo lo define un crucificado, uno que se ha sacrificado para que otros tengan vida. No se trata desde luego de haber alcanzado la perfección evangélica, después de todo ésta no se puede vivir sin el Espíritu, pero si se trata de una actitud inicial de disposición a acatar esa ley.
2.- Todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. Evidentemente que de hecho no pudieron haberse reunido literalmente todos los discípulos en un mismo lugar. Es una alusión a la unidad comunitaria. La experiencia gozosa y liberadora del Espíritu no puede darse fuera del contexto comunitario. Pentecostés inaugura la vida en el Espíritu, la espiritualidad propiamente dicha como experiencia Trinitaria es cuestión eclesiológica y no individualista. Mientras sigamos inmersos en una vivencia masificante  del cristianismo NO PUEDE HABER PENTECOSTÉS, es necesario retornar al cristianismo de los orígenes, formado por pequeñas comunidades vinculadas fraternalmente, con miembros comprometidos entre sí, comunidades sencillas que se reunían para compartir la vida y la fe, para partir el Pan y escuchar la Palabra y para amarse mutuamente. Solo allí el Espíritu como ruido estruendoso y fuerte viento resuena por toda la casa.
Cuando se está dispuesto a vivir la nueva ley y se está inserto en una comunidad, el Espíritu comienza su obra transformadora y creadora “Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos.” Una de las acepciones simbólicas del elemento “fuego” en la Biblia, es la del Espíritu en cuanto capacitador, en cuanto potenciador del hombre para transformarlo en enviado eficaz para una misión. Así, Moisés es capacitado en la teofanía de la zarza para liberar a su pueblo y el profeta Ezequiel en la visión inaugural de su labor profética ve lo siguiente: “Entre esos seres vivientes había como carbones encendidos que parecían antorchas encendidas agitándose entre los vivientes; el fuego brillaba y lanzaba relámpagos.” Es decir, que el hombre profético, el capaz de proferir una palabra eficazmente transformadora, una palabra contestataria a los sistemas opresores del mundo y por lo tanto una palabra capaz de abrir horizontes de libertad a los hombres de todos los tiempos, recibe esta potestad, le viene de Otro, su capacidad le viene de Dios y por lo tanto, no radica en él mismo, no brota de su inteligencia ni de la cultura que le rodea.
El relato del Pentecostés cristiano se ubica en esta línea, las “lenguas de fuego” indican el don del Espíritu como posibilidad de hablar (lenguas) un nuevo “idioma”, libre de las barreras idiomáticas y culturales, con la potencia de hacerse inteligible universalmente (“Atónitos y llenos de admiración, preguntaban; “¿No son galileos, todos estos que están hablando? ¿Cómo pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa?”) y de derribar los muros que empecinadamente nos esforzamos en construir para mantenernos “seguros”, para finalmente lograr la plena relación dialogal entre los hombres.
 Ya podrá intuir el lector que este no es un relato anecdótico en el que se nos narre la cuasi mágica habilidad políglota de unos discípulos momentos antes casi analfabetas. Como siempre, la Palabra de Dios es sorpresiva y paradigmática y yendo más allá de su ropaje simbólico y literario, perfila la figura del auténtico seguidor del Cordero inmolado pero puesto en pie. La comunidad discipular es el resonador del Espíritu en el mundo y es por lo tanto una comunidad esencialmente profética. Solo que hay una sustancial diferencia con la profecía del Antiguo Testamento: En los tiempos mesiánicos el Espíritu se derrama sobre TODA LA COMUNIDAD y no solamente en unos cuantos estrafalarios miembros del pueblo. La Iglesia toda (y aquí se excluye el reduccionismo del misterio eclesial a la sola jerarquía, para entender Iglesia como la totalidad del único pueblo de Dios) es la instancia mediante la cual el mundo puede recibir la liberadora y plenificante voz del Espíritu. En el fondo, la voz del Espíritu es la voz de la fe, de la esperanza y la caridad encarnadas en el testimonio de la esposa del Cordero.
La carta a los Corintios aporta dos valiosísimos elementos para redondear el perfil de la comunidad: Por un lado, la Iglesia no debe olvidar ni por un solo instante que ese Espíritu derramado graciosamente en ella y que le constituye en alternativa para el mundo, que le capacita para proferir un palabra eficaz y dotadora de sentido, le inserta en una dinámica de vida que se centra en la confesión de Jesús como “Kyrios”, “Señor” de la comunidad.  Kyrios es más que un simple título atribuido a Jesús, o dicho de otra manera, es un título que expresa una profesión de fe, es la concreción lingüística de una fe hecha vida que proclama a Jesús como opción fundamental. Es encarnar en la historia sus valores y opciones, es pasar por la criba de su persona todo lo que hacemos, decimos y pensamos, es configurar todas las dimensiones del ser según la espiritualidad de Jesús, es vivir todo mi ser relacional según las categorías del rabino galileo. Y esto, evidentemente no puede ser fruto de la sola iniciativa humana, es ante todo fruto del Espíritu pentecostal.
Y si esto es así, entonces el señorío de Jesús solo puede ser proclamado insertados en su comunidad. El Espíritu Santo es la unidad de los discípulos, que así forman el cuerpo de Cristo. Según las categorías antropológicas bíblicas, “cuerpo” es mucho más que la dimensión física del hombre, cuerpo es el misterio personal que se expresa sensiblemente, que impacta al mundo, que por lo tanto se revela. Cuerpo es la manera semita de decir la posibilidad que tiene el hombre de transformar el mundo. Pues esto es la Iglesia, que unida sobrenaturalmente por el poder eficaz del Espíritu, es la forma concreta y sacramental del estar de Cristo en la historia. Y esto tiene resonancias inmediatas en la aportación que la Iglesia (todos y cada uno de nosotros) puede dar a la sociedad: Con demasiada facilidad se acusa (consciente o inconscientemente) a Dios de “permitir” el mal y hasta se suele poner en duda su omnipresencia y bondad “El mal proclama definitivamente y sin lugar a dudas la inexistencia del Dios cristiano” proclama el existencialismo ateo (que por cierto no es ajeno a la mentalidad de muchos que se dicen cristianos).
Sin negar la dificultad de armonizar racionalmente la objetiva existencia del mal con la existencia de Dios (lo que en teología se llama <<la imposible teodicea>>), este argumento se esgrime como excusa para no comprometerse decididamente en la lucha contra ese mal. La acción amorosa y providente de Dios no se da mágicamente, la Gracia supone para hacerse efectiva existencialmente y así alcanzar en sus efectos a todos los hombres, de la voluntad humana y específicamente de los miembros de la Iglesia cristiana. La erradicación de los efectos perniciosos del pecado es tanto labor de Dios (antecedente) como de los discípulos (procedente).
Finalmente, el Evangelio de Juan, en un maravilloso relato catequético lleno de teología, nos pinta el itinerario que va de la oscuridad a la luz, del miedo que asfixia la posibilidad de la vida nueva (“Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos por miedo a los judíos…”) a la consecuencia última de la donación crística que es el Espíritu Santo: ¡La liberación universal del pecado! (“Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.)
La cancelación del pecado y por lo tanto la liberación del yugo maligno es potestad de la comunidad toda, Cristo mismo en virtud de su Espíritu, se la ha dado. No se trata aquí de discutir sobre la legitimidad del sacramento de la reconciliación tal como lo entiende actualmente la Iglesia Católica, sino de abrazar el compromiso comunitario de cara a la liberación del mundo. Perdonar pecados significa ofrecer a los hombres la posibilidad (que se concretiza visiblemente en la comunidad que asume la forma de vida según el Espíritu) de vivir libres del miedo y de la esclavitud del pecado si se abren libremente a la oferta de salvación proclamada y significada en Jesús y que ya es perfectamente posible en la historia. Evidentemente que rechazar dicha oferta es entrar en el ámbito de la muerte y en este sentido, la Iglesia es solamente el vehículo sacramental mediante el cual Dios sanciona la salvación o la condenación.
Quisiera terminar mi reflexión dejándoles el gratísimo sabor de boca de las palabras del gran teólogo católico Karl Rahner que pronunció con motivo de la festividad de Pentecostés en la Academia Católica de Baviera en Múnich y que fueron publicadas en un librito titulado “Experiencia del Espíritu” (1): << Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con suavidad y con su silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas. Cuando se acepta con serenidad la caída en las tinieblas de la muerte como el comienzo de una promesa que no entendemos. Cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría se viven sencillamente y se aceptan como promesa del amor, la belleza y la alegría, sin dar lugar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo. Cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas, sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o disputar. Cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria. Cuando se experimenta la desesperación y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil. Allí está Dios y su Gracia liberadora, allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios. Allí está la sobria embriaguez del Espíritu a la que no nos está permitido rehusar. >>[1]
                                                                                               Gracia y paz.


[1] Rahner Karl. Experiencia del Espíritu. Ed. Narcea S.A. de Ediciones Madrid, 1978.

martes, 15 de mayo de 2012

"Dios, presente a modo de ausencia"

Te invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas proclamadas el domingo de la Ascensión del Señor. Tema; "Dios, presente a modo de ausencia". Sigue el vínculo:


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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 20 DE MAYO DE 2012 ASCENSIÓN DEL SEÑOR CICLO B


1.      LECTURAS
Hechos de los apóstoles 1, 1-11; << En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les instruyó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» Ellos lo rodearon preguntándole: - «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se los quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:- «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»
Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9; << Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado. >>
Efesios 4,1-13; << Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido.  Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Por eso dice la Escritura: Cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos y repartió dones a los hombres. Pero si decimos que subió, significa que primero descendió a las regiones inferiores de la tierra.
 El que descendió es el mismo que subió más allá de los cielos, para colmar todo el universo.  Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo. >>
Marcos 16, 15-20; << En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos confirmando la palabra con las señales que los acompañaban. >>
2.      REFLEXIÓN
ACTIVOS EN LA UNIDAD Y EL AMOR MIENTRAS AGUARDAMOS
(UN DIOS PRESENTE A MODO DE AUSENCIA)
Jorge Arévalo Nájera

La festividad de la Ascensión del Señor es la proclamación solemne por parte de la Iglesia de que el crucificado ha sido empoderado por el Padre (sentado a su diestra) como el único camino de plenitud cósmica y humana (él es la plenitud de todo cuanto existe).
Sin embargo, es común un malentendido entre el pueblo cristiano. Desde nuestras categorías humanas, insertados como estamos en las coordenadas espacio-temporales, el “ascender” implica dejar, abandonar una determinada situación para alcanzar otra. Así, la Ascensión del Señor implica el abandono de la realidad terrena para entrar en una dimensión totalmente distinta y de hecho, antipodal. El cielo y la tierra no se tocan, son eternamente opuestos. Jesús habría entonces “subido” y por lo tanto abandonado la tierra para entrar en el mundo de Dios.
No obstante, para comprender el mensaje que las lecturas proclamadas este domingo nos ofrecen, es necesario acercarnos a los textos desde las categorías lingüísticas y semánticas que les son propias, es decir, las de los escritores bíblicos. Ellos, para comunicar su mensaje de salvación utilizan un lenguaje plástico, no conceptual, lleno de imágenes cargadas de simbolismos. Así, cuando en la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles nos presentan el esquema pasión-muerte-resurrección-apariciones-ascensión, en el que Jesús se manifiesta a sus discípulos a lo largo de 40 días, no pretenden revelarnos un itinerario cronológico de las aventuras del Resucitado y sus discípulos en un determinado período de tiempo. El número 40 es simbólico (40 años de Israel  y 40 días de Jesús en el desierto, etc.) y significa una etapa de preparación para lograr la madurez que permite entrar en otra etapa existencial de madurez y plenitud. Israel entra a la tierra prometida que mana leche y miel y Jesús inaugura el Reino de Dios en la historia.
Entonces, Lucas quiere decirnos que Jesús capacita, prepara a los amedrentados discípulos mediante su manifestación o aparición y su enseñanza (ya como resucitado) para que sean capaces de ser sus testigos hasta el confín del mundo. Es una etapa de intimidad mística y litúrgica (come con ellos, y el comer hace referencia sin duda al banquete eucarístico) y por lo tanto atemporal, de una profunda contemplación del misterio de la Pascua.
Pero el discípulo siempre corre el riesgo de quedarse en la contemplación extasiada de la belleza inmarcesible del Resucitado y romper los vínculos con la historia, con el mundo, con la sociedad sufriente que aguarda anhelante su redención. Esta actitud, entendible desde luego, es sin embargo profundamente peligrosa porque inhabilita al discípulo para comprender la esencia misma de la resurrección, que no es huida del mundo sino la penetración más radical del mundo, de la historia. Jesús no se ha ido sino que ha penetrado con su potencia pascual la más profunda identidad de la materia y su dínamis interna, la resurrección es la proclamación de que Dios está con nosotros para siempre, de que ya nunca más el hombre estará solo.
Por eso mismo, el discípulo es llamado a continuar en el mundo la presencia de Jesús, a no sustraerse de los avatares de la historia humana, a tomarse en serio su papel de co-creadores y a abandonar la infantil actitud que deja en Dios toda la responsabilidad << Señor, ¿es ahora cuando vas a instaurar el reino de Israel? >>  El infantilismo no permite levantar la mirada y descubrir que la resurrección apunta a la universalidad de la misión que es depositada en las manos de los discípulos <<…recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo. >>
Juntos, Resucitado y discípulos han de recorrer los polvorientos caminos del hombre, las Galileas de todos los tiempos y lugares para convertirlas en espacio de salvación y libertad. Es por ello que los varones vestidos de blanco -que nos recuerdan a aquellos mismos que las mujeres encontraron sentados sobre la roca del sepulcro y que muy probablemente representen a la comunidad de bautizados (la ropa blanca era el distintivo de los bautizados en el nombre de Jesús)- conminan a los abstraídos discípulos que contemplan a Jesús elevarse sobre las nubes a asumir una actitud realista, a poner los ojos en el momento presente, a responsabilizarse del proyecto que Jesús inició y que ahora, con la fuerza del Espíritu, ellos están llamados a continuar.
Esto no quiere decir que un servidor esté minimizando la Parusía, el retorno en poder y gloria del Hijo del hombre para jugar a vivos y muertos al final de la historia. Lo que quiero decir es que ese retorno no debe ser entendido en clave de ausencia del Resucitado en el momento presente, sino en clave de “presencia a modo de ausencia”. En efecto, Jesús es ahora el corazón del mundo y él impulsa desde el interior el devenir de la historia, sus latidos bombean la sangre del Espíritu que vivifica al cosmos y sin embargo aún no se manifiesta en plenitud. Los cristianos aguardamos a aquel que ya está presente, le vemos en la fe pero un día le veremos tal cual es y entonces se revelará el misterio de la filiación en todo su esplendor, cuando Dios sea todo en todas las cosas.[1]
Pero esta espera es profundamente activa, la pasividad no tiene nada que ver con el discipulado. No se trata desde luego de un activismo frenético, sino de una actividad en el amor, más cualitativo que cuantitativo. En la carta a los Efesios, Pablo, encarcelado, exhorta a la comunidad de Éfeso a vivir de acuerdo al llamado que han recibido. Ese llamado no puede ser otro que a vivir como hijos de Dios. Y es hijo el que hace las obras del Padre, no simplemente el que se dice hijo, sino el que vive como hijo. Y dado que el único Hijo de Dios es Jesús, entonces los demás lo somos por participación de su filiación y lo seremos en la medida que configuremos nuestra existencia en el modo de ser hijo que nos indica Jesús; humildes, mansos, pacientes, llevando sobre nuestras espaldas las miserias de los hermanos (soportándolos), manteniéndose unidos por el mismo Espíritu en la diversidad de los dones puestos al servicio de todos, estableciendo relaciones según los criterios de él (vínculos de paz), movidos por una misma esperanza (el abrazo final con el Padre)  y conscientes de que es el mismo Dios el que está en todos y de que somos llamados como comunidad a alcanzar la plenitud de Cristo.
Finalmente, el evangelio de Marcos nos muestra el siguiente paso en este proceso de madurez y plenitud; cuando una comunidad cristiana se deja mover por el Espíritu y empieza a vivir su filiación, entonces puede desplegar su amor e impactar el mundo. Marcos es realista, sabe que a esto debe tender la comunidad, pero también sabe que la Iglesia será siempre precaria, insuficiente, proclive a dejarse llevar por las ideologías mundanas y aun cuando vivificada por el Espíritu, es también pecadora. El número de los discípulos (11) simboliza precisamente esta bipolaridad. Ha sido convocada por Jesús pero es insuficiente porque humana.
La misión que Jesús encomienda a esta comunidad no es otra que la de ir por todo el mundo anunciando la buena noticia de que ya es posible la vida en plenitud, que las ataduras de la muerte y el pecado han sido destrozadas. Solamente hay que creer, que adherirse con todas las fuerzas al proyecto de Jesús para ver como las ideologías mundanas pierden la eficacia de su veneno mortal y ya no pueden apoderarse de la voluntad del hombre (expulsión de demonios), se recupera el dominio original sobre las creaturas que así ocupan su verdadero lugar al servicio del hombre y dejan de ser ídolos (cogerán serpientes en sus manos), hablarán el lenguaje universal del amor entregado, único lenguaje capaz de ser entendido por todos los hombres y esa palabra será capaz de erradicar el pecado (enfermedades) y sanarán todas las dolencias.
Sí hermanos, mientras el Señor está presente a modo de ausencia, mientras aguardamos su manifestación plena, somos llamados a permanecer activos en el amor y la unidad.
                                                                                                 Gracia y paz.


[1] 1 Co 15,28

lunes, 7 de mayo de 2012

AUDIO REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 13 DE MAYO DE 2012 6° DOMINGO DE PASCUA CICLO B

Les invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del domingo 13 de  mayo del 2012. Tema "Dios es amor". Sigue el vínculo:


Audio reflexión domingo 13 mayo 2012


REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 13 DE MAYO DE 2012 6° DOMINGO DE PASCUA CICLO B



1.      LECTURAS
Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48; << Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo: -«Levántate, que soy un hombre como tú.» Pedro tomó la palabra y dijo: - «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.» Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. Pedro añadió: - « ¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?» Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos. >>
Sal 97; << Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. >>
1 Juan 4, 7-10; << Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. >>
Juan 15, 9-17; << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis el Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.» >>
2.      REFLEXIÓN
¿PARA QUE DIOS NOS AME ES NECESARIO AMAR A LOS HERMANOS O PORQUE DIOS NOS AMA ES POSIBLE AMARLOS?
Jorge Arévalo Nájera
De acuerdo a los hallazgos más recientes en el ámbito de la psicología, la pulsión primaria del ser humano es la experiencia del amor. En el fondo, toda búsqueda humana se dirige a la realización de este anhelo. Aun aquellos que cometen actos reprobables, los que violan, matan o abusan de otros, en el fondo buscan satisfacer –aunque por medios equivocados- esa pulsión primaria llamada amor.
No obstante, el concepto de “amor” es tan variopinto que resulta prácticamente imposible definirlo mediante una conceptualización que tenga valor universal y sea aceptado por la mayoría de los hombres. Sin embargo, desde la revelación que Dios hace, primero en la palabra consignada en el Antiguo Testamento y sobre todo con el misterio pascual (encarnación, pasión, muerte y resurrección de Jesús), el amor se manifiesta no como un concepto –aunque sea posible delinearlo conceptualmente- sino y sobre todo como una persona divina, la persona de Dios. Y como persona divina, Dios –y por lo tanto el amor- es siempre una realidad dinámica, interrelacional y oblativa.
Pero hay que aclarar esta última afirmación; en efecto, Dios no puede ser aprehendido, limitado o definido por los estrechos límites de la razón –Él es el Totalmente Otro, el tres veces Santo, el Innombrable- y esto, no solamente porque la esencia de Dios rebase por completo la capacidad de contención del hombre, sino también porque su Ser es realidad en movimiento (cuando Moisés le pide que le revele su nombre en la teofanía de la zarza, Dios le responde con el tetragrama sagrado “ Yhvh” que es una forma verbal con connotación de movimiento permanente y debe traducirse como “Soy el que ha estado en tu pasado, está en tu presente y estará en tu futuro”, en clave de presencia activa, salvífica.
Pero también Dios es siempre una presencia en relación con el hombre. Si Dios está es para dialogar, para ser escuchado y para escuchar, para entablar una relación de amor que se manifiesta en una alianza, en un pacto en el que Dios es providente y protector aunque no providencialista ni asistencialista.
Por último, Dios no es un tirano que exige irracionalmente la pleitesía humana, es Padre misericordioso, amante entregado hasta el extremo, enamorado apasionado que busca arrobar el corazón de su creatura hasta que caiga rendida libremente y se abandone en sus brazos para consumar su amor.
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, Pedro se ve sorprendido –Dios siempre sorprende- por la universalidad del amor de Dios que no hace acepción de personas y derrama su Espíritu sobre los paganos. De ordinario el Espíritu se recibe en el bautismo, pero a Dios lo ordinario le importa un comino, él es libre de hacer con sus dones lo que le venga en gana y dárselos a quien le venga en gana, de tal modo que sin ser bautizados, los paganos que escuchaban el kerigma que Pedro les anunciaba reciben la efusión del Espíritu.
La gracia de Dios es siempre antecedente y pone en movimiento el engranaje de la salvación en la vida de los individuos. Esto no significa que el bautismo pierda su importancia, de hecho, estos paganos son bautizados de inmediato, es decir, son insertados en el pueblo de la salvación, en la Iglesia, en la Comunidad cristiana.
Ahora bien, ¿qué es lo que mueve a Dios para derramar su Espíritu? ¡Salvar al hombre, desde luego!, pero ¿por qué quiere Dios salvar al hombre? Más aún, ¿por qué quiere Dios salvarnos a Usted y a mí amable lector? La respuesta es unánime en la Escritura… ¡Porque nos ama! Claro que hemos escuchado tanto esta afirmación, la hemos trivializado de tal modo que ya no nos dice nada, que ya no nos toca el corazón, que ya no nos hace vibrar y caer de rodillas ante este misterio inefable del amor de Dios.
Es urgente recuperar el sentido profundamente subversivo de esta noticia, y para ello nada como beber de la fuente original, nada como dejarse embriagar por las palabras de amor que el Señor nos declara en la Escritura, pero eso sí, dejando de lado las melcochosas imágenes con las que nos representamos al amor y dejándonos sorprender por la vigorosa plasticidad con las que la Biblia nos abre al misterio del Amor.
La 1 Carta de Juan, fundamenta el amor fraterno con el siguiente argumento: el amor es de Dios, más aún, Dios es amor y todo el que ama ha nacido de Dios y le conoce. Aquí vale la pena detenerse en esta afirmación, que podría muy bien ser pretexto para un momento de oración contemplativa. Dado que el origen del amor es Dios mismo, todo el que ama ha nacido de Dios, de una relación con él que es entrega mutua, abandono confiado, recepción sin ambigüedades. Resulta imposible no pensar en la teología cristiana de la relación conyugal en la que los esposos se entregan en totalidad al realizar el acto sexual, al uno le es permitido penetrar en el misterio del otro de la manera más profunda posible para la corporeidad histórica del hombre y al otro, le es dado recibir en su intimidad sagrada al amado que se le entrega. ¿No es Dios acaso esto mismo?... << Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida definitiva. >> Jn 3,16 (amor entregado hasta el extremo) y << Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. >> Hch 10, 34-35 (receptividad sin condición, salvo el amor mismo porque nadie permite voluntariamente el acto sexual sin que medie el amor).
El evangelio de Juan precisa aún más el significado del amor cristiano; para permanecer en Cristo y que él permanezca en nosotros es necesario guardar (poner en acto) su mandamiento y su mandamiento es este: << Que os améis unos a otros como yo os he amado. >> Jesús no dice “Ámense unos a otros según lo que cada quien entienda lo que es el amor”, su imperativo es claro y definitivo, amar exactamente como él nos amó, y la manera en la que nos ha amado ha quedado indeleblemente plasmada en la cruz del Gólgota, donde humillado y escarnecido ha cargado sobre sus espaldas nuestros pecados y así nos ha dado la salud.
Allí ha culminado su abajamiento, su anonadamiento por amor y al mismo tiempo, ha decretado la caducidad de la muerte y del pecado y ha dado al hombre la victoria sobre las potencias maléficas que le amenazaban. Sí, la entrega de la vida es la única forma de amar, lo demás son sentimentalismos baratos, parafernalia de la mercadotecnia, caramelo derramado sobre una existencia hueca y sin vida. Solamente entregándonos los unos a los otros podremos acatar el mandato del Señor que es a la vez nuestro camino hacia la plenitud.
Ahora puedo dar respuesta a la pregunta que da título a esta reflexión; ¡No tenemos que amar para que Dios nos ame, es porque nos ama que podemos amar!
Gracia y paz.

miércoles, 2 de mayo de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 6 DE MAYO DEL 2012_5° DOMINGO DE PASCUA CICLO B


1.      LECTURAS
Hechos de los apóstoles 9,26-31; << En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso. La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo. >>
Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32; << Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre. Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo. Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor. >>
1 Juan 3, 18-24; << Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. >>
Juan 15,1-8; << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
 Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»>>
2.      REFLEXIÓN
Una relación de amor en libertad y verdad que produce mucho fruto
Jorge Arévalo Nájera

No nos engañemos: el cristianismo exige frutos por parte de sus miembros. Si se permanece estéril entonces simple y llanamente no se es discípulo del Cristo. Ya basta de un “cristianismo sin Cristo”, de una religiosidad hueca que solo sirve para adormilar la conciencia, de una vivencia mezquina de los dones del Espíritu, de una ausencia total del fuego que arrebataba a los enamorados de Jesús de la primera hora, de una religiosidad escrupulosa y cumplidora de normas pero carente de vitalidad y de incidencia en las estructuras sociales.
Si tu fe no es capaz de inquietarte, de sacarte de tus esclavitudes e impulsarte hacia la tierra de la libertad, si no provoca cambios permanentes en tu manera de relacionarte con Dios y con los prójimos, si te mantiene aletargado y cómodamente sentado en tu sofá, entonces es momento de darte cuenta que a eso no se le puede llamar fe, al menos no es fe en el sentido bíblico y desde luego no es a lo que Jesús llama fe en el Nuevo Testamento.
Tanto la segunda lectura (1 Jn) como el evangelio que se nos han proclamado este domingo quinto de Pascua son contundentes al respecto, no es posible hacerse a un lado o fingir que no entendimos el mensaje. Con un lenguaje llano y claro, la Palabra desenmascara nuestra hipocresía y al mismo tiempo nos pone delante el horizonte de plenitud inimaginable que aguarda a todo aquel que quiera ser de verdad discípulo de Jesús.
 Vayamos por partes y aboquémonos a la reflexión sobre la 1 Jn; arranca con un imperativo << Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. >> El autor de la carta utiliza un lenguaje de intimidad, es un padre espiritual hablando a sus hijos, pero al mismo tiempo es enérgico porque previene en contra de un mal entendimiento de lo que son el amor y la verdad, ejes espirituales que articulan la vida cristiana y sin los cuales el cristianismo pierde su esencia y se diluye en ideología alienante y evasora.
No es que el autor desconozca las bondades de una palabra pronunciada con verdad (Jesús mismo en la tradición juanina es el Logos, la Palabra que ha puesto su morada entre los hombres), pero sabe que el pecado ha escindido (separado) la unicidad del hombre, le ha “partido” y ahora, de hecho, la palabra humana puede estar vacía de verdad, no manifestar la verdad primigenia del hombre que es Cristo mismo…ahora es posible mentir.
Verdad y amor en Dios no se confunden, pero es imposible separarlas. Jesús es la Verdad absoluta, en él se dice el Padre, sin ambigüedades, con toda la densidad de la verdad y del amor. Dicho de otra manera, el único camino que tenemos para conocer el misterio de la verdad y del amor es Jesús. ¿Quieres saber a profundidad quién eres, quiénes son los otros y quién es Dios? ¡Conoce a Jesús y conocerás las respuestas a las inquietudes más hondas del espíritu humano!
¿Quieres experimentar y saber de una buena vez que es eso de lo que todo mundo habla (sin saber de lo que habla) y llama “amor”? ¡Decídete a entablar una relación personal con Jesús, atrévete a seguirlo por los caminos de la vida hasta su “casa”, ve donde vive y quédate a vivir con él!
La verdad no es un concepto o un conjunto de ellos, tampoco está contenida en un código doctrinal (por sagrado que se le considere y sea cual sea la tradición religiosa que lo haya formulado). La verdad no puede ser apresada y constreñida como si de una “cosa” se tratara, simplemente porque la verdad existe en forma de una persona (Jesús) y todo intento por maniatarlo es vano, porque él corre libre en el Espíritu, como el viento, que lo sientes, pero no sabes de donde viene ni a donde va y en cuanto quieres apresarlo entre tus manos se escapa raudo y te das cuenta que es libre e inapresable.
La verdad (Jesús) te hace libre porque hace añicos todos los prejuicios, todos los esquemas, todas las ataduras, todas las mentiras que la cultura ha inoculado en las mentes engañándolas hasta el grado de hacerlas confundir la mentira con la verdad. Todos los juicios limitantes y mentirosos salen volando cuando tu mente se cristifica, cuando te decides a empezar a pensar con la mente de Cristo, a enjuiciar la realidad con sus criterios y no con los tuyos. Abre tu mente y tu corazón a la Verdad, decídete a poner en práctica el único mandamiento del Maestro ¡cree que sólo él tiene poder sobre la muerte y el mal y adhiérete con todo tu ser a su persona (creer en su nombre)! Si lo haces, la Palabra misma te garantiza que encontrarás la plenitud de sentido existencial que todos anhelamos.
Entonces serás libre porque ya no vivirás con la conciencia cargada de remordimientos, porque vives en otra dimensión, la del amor compartido, la de la comunión de vida con aquél que es el perdón gratuito, el no juicio y la no violencia. Aprenderás a no juzgar porque comprenderás toda la hondura del grandioso misterio del otro y le contemplarás extasiado ¡aún a tu enemigo!, porque le verás con la mirada de Cristo cuando pendía del madero. Entonces, sin que apenas te des cuenta, estarás amando como Jesús ama y tus obras darán testimonio de tu fe, no tendrás que esforzarte por parecer cristiano o hijo de Dios, porque de hecho lo serás y la luz no puede esconderse sino que brilla manifestando la oscuridad como ausencia de amor.
Descubrirás que vives en otro ámbito existencial, que estás en el mundo pero no le perteneces, que tu amor se dirige a él, pero le pertenece sólo a Dios y que desde él puedes amar ordenadamente al mundo, que tu existencia discurre en un “locus crístico” (ámbito existencial en el que únicamente existen y rigen las categorías del Cristo) y aunque peregrinas en la tierra, tienes los ojos siempre puestos en la patria definitiva que es el corazón del Padre. Todo esto y más es lo que significa “permanecer en el Padre (Dios)  y el Padre (Dios) en él”.
Si sientes que el mundo te asfixia, que nada bueno puede venir de él, que la violencia y la corrupción te amenazan como león rugiente que busca devorar su presa, si el temor atenaza tu corazón, entonces no es el momento de salir corriendo o abandonarse en manos de la depresión, el desencanto y el pesimismo, más bien es el momento oportuno de la salvación, de abrirte de capa a la propuesta de Jesús y entablar una relación de amor en libertad y verdad que de gloria al Padre produciendo mucho fruto, siendo discípulos auténticos de Jesús.
                                                                                             Gracia y paz.