lunes, 25 de febrero de 2013

Audio/reflexión sobre las lecturas del 3 de marzo de 2013_3° de Cuaresma, Ciclo C.

Les comparto el audio de mi reflexión para el 3er domingo de Cuaresma. Ciclo C_2013. LA TEOFANÍA EN LA ZARZA QUE ARDE Y NO SE CONSUME.

Sigan el vínculo:  http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-3-marzo-audios-mp3_rf_1818654_1.html

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 03 DE MARZO DEL 2013 (3er DOMINGO DE CUARESMA)


1. LECTURAS 
Ex 3,1-8. 13-15: << En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: -Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: -Moisés, Moisés. Respondió él: -Aquí estoy. Dijo Dios: -No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: -Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: -He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel. Moisés replicó a Dios: -Mira, Yo iré a los israelitas y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo? Dios dijo a Moisés: -«Soy el que soy». Esto dirás a los israelitas: «Yo-soy» me envía a vosotros. Dios añadió: -Esto dirás a los israelitas: el Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación. >>

Sal 102: << Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; se levanta su bondad sobre sus fieles. >>

1 Cor 10,1-6.10-12: << Hermanos: No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron nuestros padres. No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga. >>

Lc 13,1-9: << En aquella ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: – ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: –Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: –Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás. >>

2. REFLEXIÓN

De la revelación del “nombre” a los frutos de la higuera

Jorge Arévalo Nájera

Moisés, aquel hombre antaño importante en Egipto, poseedor de privilegios, prestigio y riqueza lo ha perdido todo por defender a un hebreo del abuso de un egipcio, ha tenido que huir de un terreno seguro y cómodo para abrazar la difícil vida de un nómada pastoreador de ovejas. Es entonces cuando Dios se le manifiesta en forma por demás sorprendente en una llama que si bien sale de la zarza, no la consume. Es un extraordinario relato con doble intencionalidad: teofánica y vocacional. El texto del Éxodo nos dice que Moisés “llevó el rebaño más allá del desierto, hasta el Horeb, el monte de Dios” y que allí, “el Señor se le apareció en una llama que salía de una zarza”. ¿Será mera casualidad que el domingo anterior, Lucas nos ha dicho en su evangelio que Jesús subió al monte con Pedro, Santiago y Juan y que es precisamente en ese monte que Jesús se manifiesta a sus ojos en toda su gloria, y que además los vestidos de Jesús se tornan relampagueantes o sea, destellan luz como lo hace Dios en la zarza, y que (según los estudiosos del libro del Éxodo) la Zarza no sea una simple planta desértica sino el nombre de un santuario semita, y si según el Nuevo Testamento Jesús es el nuevo templo donde se adora al Padre en espíritu y en verdad entonces Lucas nos está indicando que el Padre se manifiesta plenamente en Jesús y en él se revela el Nombre divino?

Francamente me parecen demasiadas y muy claras las alusiones que hace Lucas al texto del Éxodo para considerarlas simples coincidencias. Lo que ha hecho el evangelista es leer en clave cristológica el texto del Éxodo para iluminar el misterio de Jesús como revelación definitiva del Padre y clave de la vocación discipular “Éste es mi Hijo amado, a él escuchen”.

Analicemos con más detenimiento este extraordinario relato del Éxodo en su doble dimensión. Primer elemento: La oración es el ámbito de la revelación. En primer lugar, la revelación a Moisés se da en un ámbito bien específico: ¡en un monte! Y no es una mera indicación espacial, como si Dios no pudiera revelarse en un llano o en el mar o en donde se le viniera en gana. Debemos buscar en el contenido simbólico que para los escritores bíblicos tiene la imagen del monte; el monte simboliza el espacio existencial de encuentro entre el mundo de lo divino y el mundo de lo humano.

Es Dios en cuanto comunicándose con el hombre, el Misterio sigue siendo inaccesible al solo esfuerzo humano, es él quien debe manifestarse para dar a conocer al hombre su ser y su designio. Sin embargo, corresponde al hombre un esfuerzo, un dirigirse “más allá del desierto” para posibilitar y percibir la revelación. Moisés (atendiendo al señalamiento líneas arriba mencionado acerca de la Zarza como un santuario) acude a orar al santuario de Zarza (otro elemento de interpretación cristológica de Lucas puesto que Jesús va con sus discípulos al monte precisamente a orar) y es entonces en este ámbito de oración que la revelación se da.

Pero no imaginemos que orar significa lo mismo para los escritores bíblicos que para nosotros. Desgraciadamente la vida orante se ha visto reducida al momento puntual en el que el creyente se aparta del mundo para dedicar unos minutos al encuentro con Dios. La oración en la concepción bíblica abarca la existencia toda del creyente, una vida abierta y referida constantemente a la voluntad de Dios, permanentemente escrutadora de los signos de los tiempos para descubrir la voluntad del Padre en la cotidianidad de la vida. No esperemos “ver” ni “escuchar” en absoluto a Dios sumergidos en la dispersión y superficialidad de una vida sin referencia a Dios. Desde luego que la existencia orante incluye ciertos momentos fuertes y de especial densidad en los que debemos distanciarnos de todo para solo escuchar la Palabra que salva, gozarnos en su Santa presencia y descubrirnos amados por Dios, pero estos momentos nunca deben convertirse en escapismo del compromiso intramundano al que somos llamados.

Segundo elemento: Dios como llama que sale de la Zarza. El fuego es en la simbología de muchos textos bíblicos, imagen de Dios mismo en cuanto dinamismo transformador, capacitador del hombre para enviarlo a realizar empresas aparentemente imposibles. Así en nuestro texto Moisés será enviado a liberar al pueblo esclavizado, en el relato de la vocación profética de Isaías, el tizón encendido que toca los labios del profeta le capacita para su misión. En el Deuteronomio es desde el fuego que Dios  habla y da la ley. En la primera lectura del domingo anterior, Dios como antorcha encendida atraviesa por entre los animales partidos para hacer alianza con Abran. En Pentecostés los discípulos reunidos en el cenáculo recibirán al Espíritu que los impulsará a anunciar el Evangelio hablando una lengua universal etc. En todos estos textos el hombre (o el pueblo) aparece como incapaz, temeroso, mediocre, insuficiente para levantarse por encima de sus miserias y entonces Dios se muestra como fuerza incontenible que se comunica para convertirlo en  liberador, profeta, promesa de fecundidad y anunciador de mundos nuevos.

Para el que cree verdaderamente en el Dios bíblico no existe la palabra “imposible”, no hay nada que no pueda alcanzar desde la potencia de su creador y desde la fuerza de su fe. Es cierto que es sano y necesario reconocer nuestra limitación creatural, pero esto no es un fin en sí mismo, solo es el escalón para abrirnos a la potencia ilimitada del que todo lo puede en nosotros. ¡Arriba los ánimos, vosotros los de corazón apocado! (nos recuerda Isaías) porque el fuego de Dios arde en nuestros corazones sin consumirlos.

Tercer elemento. La permanente tentación de “echarle el guante a Dios”. Normalmente, en toda relación que el hombre establece con la realidad circundante, él es quien toma la iniciativa para interpretarla, para decodificarla y así poder integrarla en su cosmovisión, con lo cual elimina lo amenazante que resulta lo desconocido. Esto es así y guarda cierta normalidad cuando la relación se establece entre dos iguales, pero no así cuando la relación es con el Absoluto.

Esta relación exige el rompimiento de todos los esquemas interpretativos con que el hombre domina lo real y se ve lanzado a abrazar la imprevisibilidad como único espacio de encuentro, es por ello que se exige de parte de la criatura una actitud básica que es la escucha. En efecto, cuando Moisés, atraído por la imagen fascinante de la llama que arde sin consumir la zarza se acerca para “mirar” aquella maravilla, Dios le para en seco y le prohíbe acercarse. Una vez más tenemos que recurrir a la simbología bíblica para penetrar en el mensaje teológico del texto: los ojos son el órgano físico que simboliza la inteligencia, la capacidad de penetrar en el sentido de lo real, y por lo tanto, la mirada es la acción de apropiación de una realidad. Siendo así, se entiende que Dios prohíba a Moisés el acto de “mirar” el misterio teofánico ¡A Dios no se le puede ver no tanto porque sea inmaterial, sino porque es inefable, inmanipulable, indescifrable, está más allá de las posibilidades ónticas del hombre y todo intento de “echarle el guante” es magia, ficción de una mente arrogante que acaba deformando la imagen de Dios y reduciéndolo a simple objeto que encaja perfectamente en los esquemas cognoscitivos humanos! ¡Dios reducido a dios!

Para relacionarse con el absolutamente trascendente es necesario recurrir a otra categoría cognoscitiva que exige receptividad, reconocimiento de que el sentido de lo real no está en el hombre y de que por lo tanto hay que recibirlo del Otro, del soberano universal que precisamente por ser Palabra, comunicación permanente solo puede ser captado mediante la escucha.

Cuarto elemento: Dios se revela para enviar al hombre a liberar a sus hermanos. En la escritura, la manifestación del Señor a su pueblo está indefectiblemente ligada al envío o misión que encomienda, casi podríamos afirmar que la teofanía no tiene fin en sí misma sino que busca al hombre para suscitar en él movimientos hacia su plenitud y consecuentemente se da el impacto en los demás hombres. Así, la teofanía a Moisés es el modo concreto en que Dios ha respondido al clamor de su pueblo oprimido y ha bajado para liberarlos y llevarlos a la tierra espaciosa que mana leche y miel. Moisés es el medio para liberar a Israel, pero recordemos, no recibe la revelación sino en “el monte” (vida orante) y una vez que renuncia a la tentación de ser él quien gestione la relación con Dios (no “mirar” sino “escuchar) sólo entonces es posible descubrir en el Dios que se revela la elevada vocación para la que fue creado el hombre: vehículo para la liberación de los hermanos.

Quinto elemento: La revelación del nombre divino. Moisés pide una sola herramienta a Dios para lograr su objetivo, ¡Conocer el nombre para a su vez dárselo a conocer a los destinatarios de su misión! ¡Poca cosa pide Moisés! Aquí se hace necesario profundizar (aunque sea solo un poco) en el significado del “nombre” en la mentalidad bíblica. El nombre es mucho más que una etiqueta impuesta a las personas con el mero fin de identificarlas. En el nombre se contiene el misterio personal, la identidad del individuo, su ser íntimo, pero por ello mismo, conocer el nombre es adquirir un cierto dominio sobre la persona.

Por ello, los capitanes de los ejércitos mantenían oculto su nombre ante los enemigos y buscaban a toda costa averiguar el del capitán oponente. Lo que pide Moisés es pues una temeridad y una necedad que manifiesta una incomprensión enorme de quién es Dios y quién la criatura. Sin embargo y como siempre, Dios sorprende y va más allá de cuanto el hombre espera y responde a Moisés con una extrañísima formulación lingüística: YHWH que al paso del tiempo se transformó en YAHWE y que tradicionalmente ha sido traducido como “Yo soy” o “Soy el que soy” y que sin embargo es necesario hacer una precisión a dicha traducción.

En realidad se trata de una forma verbal más que de un pronombre, ya que si bien implica al sujeto “Yo”, no es una definición estática como si se refiriera a la “ esencia” en términos filosóficos griegos sino al sujeto en cuanto actuante en la historia. Así, la formulación abarca la acción del sujeto en el pasado, presente y futuro. Aunque parezca un exceso, la traducción debería ser “Soy el que ha sido, el que es y el que será”. Teológicamente esto tiene mucha importancia ya que indica la presencia salvífica constante de Dios en cada momento de la historia de su pueblo, no ha habido, no hay ni habrá un solo instante que escape a la acción providente de Dios. YHWH es un término que hace referencia al Dios creador y no al legislador, el Dios que se revela a Moisés no puede ni debe ser entendido como uno que impone leyes para que el hombre las cumpla, es ante todo el Dios que sostiene con su poder providente y creador a su pueblo y las leyes vendrán hasta que haya sido liberado y como una instancia que le ayudará a vivir en libertad.

Espiritualmente hablando, esto significa que el misterio de Dios se revela a aquellos que disciernen su acción liberadora tanto en su pasado como en su presente y cualquier posible futuro. Una visión tanto puntual (momento concreto en que Dios ha actuado en mi vida) como global (a lo largo de toda mi historia) es necesaria para interpretar el ser personal, la respuesta a la pregunta sobre la identidad y el sentido de la vida sólo se encuentra cuando se descubre inmerso a lo largo y ancho de la existencia en el amor divino. Sólo así la historia se ve redimida y puede descubrirse su origen y trascendencia última.

En esta clave interpretativa, el Salmo resuena y nos conmina a bendecir su santo nombre con todo el ser. No significa solamente proclamar a Dios como “bueno” en términos generales, sino en lo concreto de toda mi historia descubierta como conducida hacia el bien definitivo. El Señor ha perdonado los pecados (referencia al pasado), es compasivo y misericordioso (referencia al presente), rescata tu vida del sepulcro (futuro) y en fin, actúa en la totalidad de mi historia “Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia” que claramente es un merismo (recurso literario que hace alusión a la totalidad mencionándola por los extremos).

En la Carta a los Corintios se nos advierte sin embargo, que si bien la experiencia del Dios providente y liberador fue hecha por los antepasados “todos estuvieron bajo la nube, todos cruzaron el Mar Rojo y todos se sometieron a Moisés, por una especie de bautismo en la nube y en el mar. Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto” esto no fue suficiente, no supieron ir “más allá del desierto, hasta el Horeb” como nos dice el texto del Éxodo porque “codiciaron cosas malas”. Si bien es cierto que estamos llamados ir más allá del desierto, el paso por éste es absolutamente necesario, no es posible llegar al Horeb sin la travesía desértica.

El desierto es la etapa tradicional de “la prueba” (Ex 16,4; 20,20; Dt 8,2.16) que es parte de la existencia cristiana. El primer domingo de Cuaresma se abrió anunciando ésta realidad irrenunciable para el cristiano, cuando en el evangelio Jesús (tipo del hombre nuevo y del Israel escatológico) inmediatamente que recibe el Espíritu, se adentra en la experiencia de la tentación en el desierto. Pablo conmina a su comunidad a permanecer firmes en la etapa de la prueba, a no sucumbir dejándose llevar por la tentación de abrazar caminos distintos de los propuestos por Dios y revelados en la cruz de Cristo. Es de notar la alegoría que utiliza Pablo al comparar el agua que salió de la roca para que bebieran los israelitas con el agua espiritual que es Cristo y aplicándola a nuestra vida, podríamos decir que no basta con comer y beber el cuerpo y sangre sacramentales de Jesús, que la batalla definitiva se libra en el campo de la existencia, donde hay que perseverar una vez alimentados por las especies eucarísticas. El riesgo de no perseverar en la prueba es grande, la vida definitiva está en juego “El que crea estar firme, tenga cuidado de no caer” y en el evangelio de Lucas la esperanza en que por fin la higuera dará frutos es la única razón por la cual el dueño del viñedo no la corta, sin embargo el tiempo de la cosecha se acorta y un día la higuera (la Iglesia y cada singular miembro de ella) deberá rendir  cuentas al dueño.

Gracia y paz.

lunes, 18 de febrero de 2013

Audio/Reflexión sobre las lecturas del 2° domingo de Cuaresma_2013

Hola a todos. Les invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del domingo 24 de febrero de 2013_2° de Cuaresma, Ciclo C.

VÍNCULO AUDIO REFLEXIÓN: http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-24-febrero-audios-mp3_rf_1798749_1.html

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 24 DE FEBRERO DE 2013 (2° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)



  1. LECTURAS

Gn 15,5-12.17-18: << En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo: -Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Y añadió: -Así será tu descendencia. Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber. El Señor le dijo: -Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra. El replicó: -Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla? Respondió el Señor: -Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón. Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: -A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río. >>

Sal 26: << El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro; no rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. >>

Flp 3,17-4,1: << Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre, su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. El transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos. >>

Lc 9,28-36: << En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: -Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: -Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. >>

2.     REFLEXIÓN

Del salir de la casa a la manifestación de la gloria

Jorge Arévalo Nájera

La experiencia de la fe, es decir de la relación interpersonal con Dios, no es (al menos no en los textos que hoy la Iglesia proclama universalmente como Palabra de Dios) en modo alguno, la cursi y dulzarrona experiencia que deja al hombre como sumergido y flotando en una “nube mística” que le arrebata quien sabe a que cielo lejano. La irrupción en la historia del Dios cristiano causa “un terror intenso y misterioso”, como nos dice la lectura del Génesis y nos confirma el Evangelio: “…al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo.” Y es que la manifestación del Señor a sus elegidos se corresponde exactamente con su naturaleza, en él hay una identificación entre su ser económico y su ser ontológico, sus manifestaciones intrahistóricas (y por lo tanto perceptibles a los ojos humanos) revelan en alguna medida el misterio inefable de su interioridad.

Y dada la abismal diferencia entre el creador y su criatura, el encuentro de ambas realidades es siempre un “shock” en todos los niveles del ser del hombre, y si a esto aunamos que su naturaleza se encuentra dañada por el pecado (ya el personal, ya el original) que deforma su imagen de Dios, pues están dadas todas las condiciones para producir el “terror intenso” del que habla la primera lectura.

Por otro lado, la revelación de Dios comporta siempre una terrible y desgarradora exigencia de desinstalación, de abandono de “la casa”, de la madriguera que cobija y permite “recostar la cabeza”. Abran, prototipo del creyente, solo puede recibir y percibir la voz de Dios una vez que está fuera de “su casa”, pues mientras el hombre permanece a buen resguardo, cobijado por las realidades que a sus ojos aparecen como aseguradoras y tranquilizadoras, la voz de Dios permanece inaudible o desprovista de significación vital.

La “casa” del hombre no puede ser la de Dios, más bien es el hombre quien debe encaminarse hacia la “casa” del Padre, hacia la tierra que mana leche y miel. Pero si bien el hombre debe ponerse en marcha (como efectivamente hace el anciano patriarca más adelante), el alcanzar la tierra de plenitud es sobre todo obra de Dios, fruto de una promesa cumplida: “Así será tu descendencia”. La promesa de la numerosa prole es anuncio simbólico de permanencia, de fertilidad y abundancia, de plenitud (diríamos en lenguaje actual). Hasta aquí la cosa “suena bonito”, Dios que promete…total, a ver si es cierto. Pero cuando al anciano se le ocurre pedir a Dios una garantía “Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla”? El panorama cambia. Es muy interesante la referencia a la ubicación temporal del relato “Estando ya al ponerse el sol” y el estado físico y anímico del patriarca “Abram cayó en un profundo letargo y un terror intenso y misterioso se apoderó de él”

¿Será acaso una simple referencia anecdótica en la vida de Abran? Francamente eso se antoja absurdo, sobre todo si atendemos al profundo significado simbólico que las expresiones “al anochecer” o “al atardecer” (Mt 8,16; 27,57) o “al despuntar el alba” ( Mt 28,1) tienen en la Escritura y que remite a la “zona” limítrofe entre la luz y la oscuridad, al “espacio” en el que se entrecruzan la acción de la luz (Dios) y la oscuridad (las fuerzas demoníacas opositoras al proyecto de Dios) En el caso de las dos primeras expresiones se enfatiza el menguar de la luz que parece estar siendo engullida por la oscuridad y en la última expresión, es el sol el que se encuentra a punto de imponerse a la oscuridad cuyo reinado termina. Cuando Dios se manifiesta al hombre, en efecto inicia una nueva era, una nueva realidad comienza. Pero nunca la transición entre el viejo hombre y el nuevo es pacífica, al contrario, “el Reino de Dios se arrebata con violencia” y el poseído por “espíritus inmundos” se siente amenazado y grita con grande voz “¿Que tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret?”. En el esquema religioso, propio de las religiones naturales la divinidad dicta ciertas órdenes y el hombre las cumple, no hay sorpresa, a tal acción tal reacción, el hombre cumple mandatos y la divinidad le recompensa, no hay misterio, hay reciprocidad, hay comercio.

Sin embargo, el Dios de la Biblia es siempre impredecible y va más allá de lo que el hombre puede o quiere imaginar, es inasequible a los intentos de manipulación y por ello es siempre un desafío insuperable que impulsa al hombre hacia la apertura y receptividad permanente. Volviendo al texto del Génesis, la muerte y el fracaso parecen cernirse sobre las intenciones de Abran, ha obedecido pero su religiosa obediencia no parece generar vida “pronto comenzaron los buitres a descender sobre los cadáveres”, se ilustra la fatigosa espera del creyente al que solo le corresponde permanecer ahuyentando a los depredadores mientras aguarda que Dios actúe.

Cuando toda esperanza parece desvanecerse y la realidad objetiva nos grita que solo hay muerte y oscuridad (“estando ya para ponerse el sol”) el patriarca da un salto cualitativo en su relación con Dios, suspende su especulación racional, se postra, se abandona en la oscuridad de la fe superando la grosera oscuridad de los sentidos (todo ello simbolizado por la expresión <<cayó en un profundo letargo>> que nos evoca el profundo sueño de Adán en el relato de la creación de la mujer.) Ante la manifestación siempre creadora de Dios, el hombre solo puede postrarse, rendirse y renunciar a cualquier intento de comprensión meramente racional, solo entonces es posible experimentar en toda su profundidad y significación la manifestación de Dios.

Sin embargo, todavía no termina la vorágine que implica la relación con Dios, lejos de desembocar en un remanso de paz, el abandono de Abran le sume en un terror sobrenatural, en el terror de la ausencia de seguridades en las que afianzarse, cuando no hay nada más que la fe desnuda, entonces termina por ocultarse el sol y la densidad de la noche sobrecoge, pero también es entonces cuando Dios se manifiesta como un espléndido “brasero humeante y una antorcha encendida” que pasa por “entre aquellos animales partidos”.

 Entre las antiguas tribus nómadas semitas se realizaban pactos o alianzas que permitían la supervivencia ante el peligro que representaban otras tribus más fuertes y agresivas. Dichos pactos consistían en hacer un camino delimitado por los cuerpos de animales partidos que se inmolaban y mientras ardían, los jefes tribales caminaban juntos por el sendero aspergido con la sangre de las víctimas simbolizando y sellando un pacto que comprometía la vida y destinos de las tribus en cuestión. Era una alianza de protección y hermandad indisoluble. El compromiso incluía la tácita aceptación de que la infidelidad a la alianza sería castigada con la muerte.

De tal suerte que lo que está ordenando Dios a Abran es la preparación para una alianza. Pero el anciano no sabe cuales son las partes que pactarán, en el fondo no entiende de qué se trata la ordenanza de aquel extraño Dios de las montañas. Hagamos un esfuerzo imaginativo y traigamos  a la mente la figura del patriarca que no da crédito a lo que ven sus ancianos ojos: Dios es el que realiza la alianza y él es el beneficiario del pacto, no se le exige compromiso, Dios camina sólo por en medio de los animales inmolados, él es quien se compromete en ese pacto de sangre, es un compromiso unilateral, de absoluta gratuidad ¡Todos los esquemas religiosos se vienen abajo! No hay que esforzarse demasiado para intuir la prefiguración de la alianza definitiva que muchos siglos más tarde Dios realizará con todos los hombres mediante la inmolación de su Hijo, víctima voluntaria que a la vez recorrerá el camino aspergido por su propia sangre y su cuerpo partido y entregado por los muchos garantizará el pacto. El fruto de la alianza prefigurativa es la posesión de la tierra, para el cristiano, el fruto de la alianza definitiva es la vida en el Espíritu, la vida en, con y por Dios.

Por supuesto que el texto del Génesis suscita la respuesta confiada del pueblo que se sabe amado y protegido de tal modo y por tal Dios. Entonces todo temor se desvanece “¿a quién voy a tenerle miedo?” canta el salmista, entonces el corazón se ve pulsionado hacia el Señor, y es posible “ver” la bondad del Señor en esta misma vida. El Salmo contribuye a establecer la línea teológica que articula nuestras lecturas: Se trata de “ver” el amor bondadoso de Dios. Abran “ve” pasar a Dios por entre los animales sacrificados y en la Carta a los Filipenses, se contraponen dos formas de vida, la vida antigua (enemiga de la cruz) y la vida nueva de los ciudadanos del cielo que esperan la manifestación definitiva de Jesucristo, que “transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.”  Pablo hace hincapié en la dimensión visual cuando invita a sus hermanos a imitarlo y a observar la conducta de los que siguen su ejemplo y no debemos entender la esperanza con que Pablo anima a los filipenses (al menos no exclusivamente) como referida a un futuro indeterminado, Jesús es el eterno “viniente”, está permanentemente llegando a su comunidad y por lo tanto ejerciendo los efectos de su pascua en el hoy comunitario.

Digamos solo una brevísima palabra sobre la “transformación del cuerpo” a la que alude
Pablo. Cuerpo significa mucho más que el conjunto de células que forman la dimensión visible del hombre, cuerpo es la dimensión relacional del hombre. En tanto relación, el hombre se hace cuerpo, y por lo tanto en cuanto se impacta la historia se es corporal. Los cuerpos partidos de las víctimas prefiguran la entrega del Hijo que entregará a los hombres su forma concreta de impactar la historia, y esa forma se llama cruz del Gólgota. Por ello, el cuerpo resucitado de Jesús es el tipo del cuerpo transformado del hombre, llamado y cualificado para transformar la historia desde su propia cruz. No son las grandes cualidades del hombre las que lograrán transformar el mundo en uno más justo y humano, solo la potencia de la cruz de Cristo asumida en la vida concreta y particular de cada singular cristiano y en la de la comunidad eclesial podrá generar estructuras sociales afines al reino de Dios.

Finalmente, en el Evangelio de Lucas, Jesús es presentado como la manifestación definitiva de Dios en medio de la historia humana. La ley y la profecía desaparecen o mejor dicho son asumidas y llevadas a su plenitud en ése a quien desde ahora hay que escuchar como la Palabra definitiva dicha por el Padre para beneficio del hombre, por eso la voz paterna cesa y Jesús queda solo. No hay otra realidad sobre la tierra que pueda hablar al hombre sobre el misterio de Dios y el suyo propio, no hay otra ley que pueda conducir al pueblo hacia su libertad definitiva. También aquí se trata de “ver” la gloria de Jesús. No es necesario creer en la literalidad del texto y por lo tanto en una especie de acto mágico al estilo David Coperfield. Recordemos que la gloria de Dios en el Nuevo Testamento es la salvación del hombre, allí donde alguien vive las categorías del hombre nuevo renacido del Espíritu se manifiesta la gloria de Dios. Por lo tanto, lo que ven los discípulos en Jesús es la encarnación perfecta de esa gloria, al nuevo hombre que cumple cabalmente los designios del Padre.

Pero aunque el texto evangélico en efecto tiene una dimensión cristológica (habla de Cristo), también tiene una dimensión eclesiológica y por lo tanto nos interpela a cada uno de nosotros. En la tradición sinóptica (Mateo, Marcos y Lucas) la figura de Jesús es inclusiva, es decir que todo lo que se dice de Jesús se dice del discípulo porque Jesús es el nuevo Israel y la nueva humanidad. En consecuencia, la comunidad en conjunto y cada miembro en particular está llamada a testimoniar la gloria de Dios en su vida.

Así, se delinea un itinerario espiritual muy claro, que comienza con el abandono de “la casa” para poder escuchar la promesa, sigue con el “hacer” lo que corresponde al hombre según el mandato divino, el esperar paciente a que Dios se revele renunciando a todo intento por reducir a lo racional la realidad objetiva y arrojándose en el abismo de la noche oscura confiando contra toda aparente lógica en el amor de Dios. Entonces veremos la gloriosa manifestación del Señor y seremos transformados en cuerpos gloriosos capaces de edificar el Reino en la historia.

Gracia y paz.

lunes, 11 de febrero de 2013

AUDIO/REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 17 DE FEBRERO DEL 2013 (1er DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)

Les invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del domingo 17 de febrero de 2013_1er domingo de Cuaresma. El tema es la universalidad y unicidad de la salvación en Cristo en el diálogo con otras religiones.

Sigue el vínculo: http://www.ivoox.com/reflexion-17-febrero-2013-1er-domingo-cuaresma-ciclo-c-audios-mp3_rf_1779826_1.html

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 17 DE FEBRERO DEL 2013 (1er DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)


REFLEXIÓN SOBRE  LAS LECTURAS DEL 17 DE FEBRERO DEL 2013 (1er DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)

1.     LECTURAS

Dt 26,4-10: << Dijo Moisés al pueblo: -El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: «Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres; y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo, que tú, Señor, me has dado.» Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios. >>

Sal 90: << Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.» No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré. >>

Ro 10,8-13: << Hermanos: La Escritura dice: «La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón.» Se refiere al mensaje de la fe que os anunciamos. Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.» Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» >>

Lc 4,1-13: << En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: -Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: -Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre.» Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: -Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: -Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto.» Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.»
Jesús le contestó: -Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios.» Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión. >>

  1. REFLEXIÓN

LA DESQUICIANTE REVELACIÓN DE DIOS COMO ÚNICA POSIBILIDAD SALVADORA

JORGE ARÉVALO NÁJERA

En un mundo pluralista y globalizado como en el que hoy día vivimos, un mundo en el que se exige tengan cabida toda clase de pensamientos, credos religiosos, ideologías, sistemas políticos y filosóficos etc., el que una voz se erija como poseedora de la verdad absoluta parece intolerable y desfasada, arrogante y estúpida o al menos indigna de crédito como propuesta viable para construir un mundo más armónico y pacífico, ayudando al hombre a responder positivamente a las inquietantes preguntas sobre su identidad y su quehacer en la historia.

No podemos dejar de lado la exigencia que el mundo plantea a la Iglesia sobre la validez y actualidad de su existencia si queremos ser tomados en cuenta y ser verdaderamente luz refleja de Dios que ilumina y discierne el espíritu humano. Hemos de entablar para ello un diálogo con la cultura y los hombres de buena voluntad sea cual sea su idiosincrasia, filiación política o credo religioso. Sin embargo aquí se plantea la aporía inherente a la fe cristiana, la irrenunciable creencia de ser el pueblo al que se le ha revelado el único camino que lleva  a la plenitud, no solo humana sino también cósmica, a saber Jesús Mesías, el Hijo del Dios vivo. La pregunta es: ¿Cómo presentar al mundo nuestra fe sin caer en el dogmatismo a ultranza que renuncia al respeto por el credo del otro desestimando a priori su postura? ¿Cómo afirmar ser poseedores de una verdad absoluta sin negar la parte de verdad que con certeza tienen los demás?

Creo sinceramente que una lectura honesta (científica) y sin prejuicios de la Sagrada Escritura es un camino seguro hacia la unidad en la diversidad. Estas reflexiones tienen ese objetivo, aportar un granito de arena para la comprensión a mayor profundidad de las gloriosas páginas de la Biblia, donde late el corazón amante del Cristo que dirige nuestros pasos al abrazo filial con el Padre y al encuentro fraterno con todos los hombres bajo el influjo del Espíritu. Las lecturas que hoy día se nos proponen en el primer Domingo de Cuaresma, están articuladas precisamente por una línea teológica muy clara y contundente: Es el Señor quien salva, por ello hay que adorarlo, invocarlo y permanecer fieles a él en el momento de la prueba.

Profundicemos en el mensaje que los textos proclamados nos ofrecen: en el texto del Deuteronomio, Moisés invita al pueblo a recordar el itinerario espiritual que Israel ha vivido, desde sus orígenes en Abraham (“un arameo errante”) hasta su entrada como pueblo libre en la tierra que mana leche y miel, sin olvidar que ha sido la misericordiosa y potente acción de Dios quien los ha liberado de la esclavitud en Egipto. Y como consecuencia lógica, el corazón del pueblo reconoce que todo pertenece a Dios, que todo es don benéfico, y por ello se rinde en adoración a él. Nada escapa a su acción providente, él es la fuente de todo bien. Ya se nos ha dicho en algún domingo anterior que “maldito es el hombre que confía en el hombre” y “bendito el hombre que pone su confianza en el Señor”.
Ahora, el salmista afirma que la protección, liberación y salvación del hombre se reservan para aquellos que le invocan. Y el apóstol Pablo en su Carta a los Romanos asegura que la salvación está cerca, al alcance de la mano, que basta con declarar con la boca y creer en el corazón que Jesús es el Señor. Los únicos que no son defraudados esperando lo imposible (a saber la salvación), son los que creen en Jesús y lo confiesan como a su Dios.

Y en el Evangelio de Lucas, se nos muestra al tipo del hombre, Jesús, permaneciendo fiel ante las tentaciones que el poder (poseer todos lo reinos), la magia, o sea el intento de manipular a Dios para provecho personal en detrimento del esfuerzo humano (convertir las piedras en panes) y finalmente la grotesca tentación de “probar” a Dios para comprobarle a los demás su mesianismo (arrojarse desde el alero del templo). Todas ellas tentaciones demoníacas que tienen como fin apartar a Jesús del único modo de ser Hijo, el modo de la entrega de la vida.

En resumen, se puede concluir que no hay para donde hacerse cuando de la salvación se trata: sólo hay un camino que lleva hacia la plenitud definitiva y ese camino es el que se ha revelado en la persona del Verbo encarnado, Jesús de Nazaret. Decir esto ya son palabras mayores, porque es mucho mayor el número de hombres que pueden convenir sin problema que “Dios” es el único camino, después de todo el concepto de “Dios” es tan variado como seres humanos habitan el globo terráqueo. Pero hablar del profeta carismático Jehoshúa Bar Josef  como la encarnación de Dios, pone los pelos de punta a  cualquiera, porque esto significa que se está afirmando que en ese hombre y solo en ese hombre se puede descubrir el rostro de Dios, que él es la historización y materialización del innombrable, que los hombres y mujeres que le vieron, oyeron y tocaron, estaban en realidad viendo, oyendo y tocando al hacedor de universos. Más aún, que en ese hombre y sólo en ese hombre se revela el significado de lo humano, o como dice bellamente René Latourelle “Jesús es la exégesis del hombre y sus problemas”.

Sin embargo, con estas afirmaciones no todo problema queda zanjado, de modo que ya no habría más que decir y todo diálogo tendría como objetivo convencer a los demás de la verdad cristiana, lo cual por cierto no sería de ningún modo un diálogo, sino un monólogo irrespetuoso, ya que de entrada se estaría descalificando la creencia del otro. Para que un diálogo sea eso precisamente, un diálogo, es necesario que ambas partes conozcan su identidad, ya que no se trata de claudicar ante la propuesta del otro, sino de mostrar con nitidez “la razón de nuestra esperanza”, enriquecernos con las aportaciones del otro y dejar que el Espíritu una lo diferente.

No obstante, aún hay que decir una palabra sobre la especificidad cristiana: si bien es cierto (y hay que afirmarlo contundentemente) que Cristo es el camino, la verdad y la vida, esto no significa que en Jesús de Nazaret se agote el misterio ontológico y la economía del Verbo. Ya el Magisterio Conciliar ha hablado de las “semillas del Verbo”, es decir que ya el Cristo se manifestó aunque incipientemente en la historia de los hombres para llamarlos a la luz esplendorosa del Padre.

El Cristo ha ido revelándose paulatinamente, hablando mediante los profetas de Dios y en las tradiciones culturales y religiosas de la humanidad. Y no pretendo afirmar que todas las “verdades” puedan equipararse cayendo en un relativismo a todas luces traidor a las afirmaciones bíblicas y a la tradición bi-milenaria del pueblo de Dios, lo que me atrevo a afirmar es que en todas ellas puede vislumbrarse el rostro del Cristo cósmico aunque en el rabino de Galilea haya adquirido su máxima densidad histórica. Y siguiendo la misma lógica, el resucitado no tiene porque limitarse ni a la acción de la comunidad Católica ni a ninguna otra comunidad cristiana, su campo de acción es la humanidad entera, su Espíritu sopla donde quiere. Esto no repugna con la fe de la Iglesia, queda salvaguardado el depósitum fidei con respecto a la unicidad salvífica de Cristo y se abre la posibilidad de la acción salvadora en otras manifestaciones religiosas.

Ahora bien, me parece también que el diálogo interreligioso no se debe dar solamente a nivel de las ideas doctrinales, debe realizarse sobre todo al nivel de la praxis, de la fe que obra por amor, y en esta dimensión si que se encuentran implicados todos y cada uno de los miembros del pueblo de Dios. La comunidad alternativa que Jesús soñó y sigue esperando es la única posibilidad que tiene el mundo para encontrarse cara a cara con el Dios capaz de transformar el corazón humano y elevarlo a las alturas inconmensurables de la vida divina.

No olvidemos nunca que la sangre derramada por los mártires, testigos fieles de la Palabra y de Jesucristo nuestro Señor, fue capaz de convertir miles de corazones y es el cimiento de la Iglesia. Evidentemente que no todos los cristianos están llamados a derramar literalmente su sangre en testimonio de Cristo, pero el significado teológico y espiritual que la expresión “derramar la sangre” implica, abarca toda forma de entregar la vida por los otros, sobre todo por los enemigos. Poner en práctica el amor evangélico es siempre entrega que va más allá de la reciprocidad y la recompensa, que hace estallar las fronteras que impone un simple intercambio de dones para abrirse a la locura vertiginosa de la entrega sin límites desde la fuerza de Dios.

Solo así, dando razón de nuestra esperanza, tanto desde una inteligencia más profunda de la Palabra revelada a nivel racional y desde la vivencia radical del amor que convierte al enemigo en prójimo, es posible realizar el anhelo del corazón de Cristo: Todos unidos bajo un mismo pastor y un mismo Espíritu, reconociendo la desquiciantemente bella revelación de Dios en Cristo como único y eficiente camino de salvación.

Gracia y paz.

lunes, 4 de febrero de 2013

AUDIO/REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 10 DE FEBRERO DE 2013 (5° ORDINARIO CICLO C)

Hola, les invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del domingo venidero, se trata del tema de la vocación cristiana a convertirse en pescadores de hombres.

VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-domingo-10-de-audios-mp3_rf_1763474_1.html

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 10 DE FEBRERO DE 2013 (5° ORDINARIO CICLO C)



  1. LECTURAS

Is 6,1-2.3-8 << El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro diciendo: -¡Santo, santo, santo, el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria! Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: -¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: -Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: -¿A quién enviaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: -Aquí estoy, envíame. >>
Sal 137 << Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu lealtad. Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. Extiendes tu brazo y tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. >>
1 Cor 15,1-11 << Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado nuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. >>
Lc 5,1-11 << En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -Rema mar adentro y echad las redes para pescar. Simón contestó: -Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -No temas: desde ahora serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. >>

  1. REFLEXIÓN

DE  LABIOS IMPUROS A  PESCADORES DE HOMBRES

JORGE ARÉVALO NÁJERA

A lo largo y ancho de la Escritura, se testimonia que una dimensión intrínseca a la experiencia de lo numinoso, de aquella realidad que está más allá de lo que el hombre puede concebir, definir y encuadrar dentro de sus categorías interpretativas, es precisamente el sobrecogimiento y el temor que reconocen lo absolutamente trascendente, o en palabras de Rudolf Otto en su extraordinario libro <<Lo Santo>> “el Tremendum de Dios”. No se trata desde luego de tenerle “miedo” a Dios ya que inclusive sus enviados instan a los destinatarios del mensaje a excluir el miedo de sus corazones y el mismo Jesús en varias ocasiones conmina a desterrar el miedo que paraliza e incapacita para vivir la vida nueva del Espíritu.

Más bien se trata de una postración y obediencia que brota del reconocimiento de la majestad, omnipotencia y benevolencia absolutas de Dios. En este sentido, el “temor de Dios” es una experiencia del todo positiva y necesaria que impulsa el corazón del hombre a la vivencia radical de la Palabra. Con razón el autor del Eclesiastés afirma: El fin de todo discurso oído es éste; Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre (Ec 12,13). Esto no parece ser una experiencia vivida por los cristianos en su mayoría, a los cuales se les predica un Dios bonachón, que todo lo perdona fácilmente, ya sea mediante el sacramento de la reconciliación (en el caso de los católicos) o mediante la confesión verbal de una supuesta fe y arrepentimiento intimista (en el caso de la tradición reformada). Como quiera que sea, ambos caminos se han convertido en escapes facilones de un auténtico compromiso para muchísimos creyentes.

Un concepto bíblico que surge espontáneamente de la experiencia numinosa del pueblo israelita es el de la justicia de Dios. Claro que no debe entenderse ésta al estilo de la jurisprudencia romana, en la que justicia significa darle a cada quien lo que merece según se adecue o no a un cierto código ético y moral. La justicia en Dios significa darle a cada cual según lo que necesite para alcanzar su pleno desarrollo humano, por ello, la gloria de Dios consiste en que el hombre se salve. En este sentido, podríamos decir que cuando se logra la justicia de Dios, se manifiesta su gloria. Sin embargo, si bien de parte de Dios todo está dado (justicia) y no hay defecto alguno, de parte de los hombres (gloria) está en ejercicio su libertad, libertad que pone siempre en riesgo la salvación, puesto que el hombre puede asentir o rechazar la propuesta justiciera de Dios.

Para aceptar el llamado siempre salvífico de Dios, es necesario el sentimiento numinoso que experimenta Isaías en el relato vocacional que se nos narra en la primera lectura. La visión del profeta es nada menos que la del Señor (Yahvé) sentado sobre un trono muy alto y magnífico. Y aquí conviene rescatar la imagen de Dios sentado sobre el trono. Sentarse en la imaginería bíblica significa en primer lugar poseer el dominio absoluto sobre una realidad y en segundo lugar significa el juicio del Rey cuando el sentarse va aunado al trono. Por  lo tanto, lo que se le revela al profeta es a Dios como Rey que va establecer su juicio. Dios juzga mediante su Palabra, pero una Palabra que llega a los demás no directamente sino mediante su profeta.

Por otro lado, Dios se presenta como el tres veces santo, es decir el absoluto, el inefable, el intraducible, el totalmente otro. Desde luego, ante tal visión la exclamación del profeta evidencia su temor y sensación de total inadecuación ante El Misterio que se revela “¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”. Entonces, Yahvé mismo (pues el serafín que toma el ascua encendida en el relato es meramente una figura literaria que usa el escritor bíblico para desplazar la comunicación directa de Dios hacia un intermediario celeste, pues en el pensamiento semita, a causa de la trascendencia de Dios, éste no puede hablar directamente al hombre, debido a la abismal distancia ontológica entre ambos y por ello se usa la figura angélica como intermediaria) coloca un ascua encendida en los labios del profeta. La visión del Dios que es Palabra trascendente se corresponde con el reconocimiento de la incapacidad de pronunciar una palabra con sentido y relevancia, no solo por parte del singular individuo, sino de la comunidad toda y por otra parte de la investidura profética concedida por Dios.

Aquí se nos apunta una actitud espiritual básica en la vida cristiana: reconocer nuestra radical inadecuación para transmitir un mensaje que transforme, que salve, que lleve al hombre a dilucidar las profundas interrogantes que inquietan su corazón. Por lo tanto, reconocer que esta palabra solo puede venir de otro, del gran Otro y estar dispuesto a recibirla. Es precisamente esto lo que hace Isaías, y solo entonces el serafín vuela hacia él y coloca la brasa ardiente en su boca. El simbolismo del fuego es lo que conviene rescatar en esta imagen; el fuego en muchos textos bíblicos significa la capacitación que Dios da al hombre cuando éste es llamado para ejercer una función determinada, así Moisés presencia el misterio de la zarza que arde sin consumirse cuando Dios le llama para sacar a su pueblo de Egipto y sobre los apóstoles se derraman lenguas de fuego en Pentecostés antes de ser enviados a testimoniar el Evangelio. Si bien somos radical insuficiencia para vivir desde nuestras solas fuerzas la desquiciante realidad del Evangelio, la fuerza no está en nosotros, viene de lo alto, del Dios que todo lo puede y al que le ha placido darnos su Espíritu para enviarnos.

Ahora bien, ¿por qué es la boca o los labios de Isaías lo que toca Dios en este relato vocacional? La boca (o los labios o la lengua) es el órgano mediante el cual se emite la palabra. Y la palabra no es para ellos simplemente la articulación de una serie de sonidos con un significado audible, la palabra es ante todo dinámica, reveladora, impactadora y por lo tanto transformadora del mundo. La palabra es concreción histórica del ser del hombre, la palabra no es algo ajeno o exterior a él, es él mismo revelándose. Por ello no puede haber una escisión entre la palabra y el hombre, “la boca habla de la abundancia del corazón” reza una sentencia bíblica y “no puede de la misma fuente brotar agua dulce y agua amarga” apunta el autor de la Epístola de Santiago toda vez que está estableciendo una comparación entre la “lengua” de la que brota la palabra y una fuente de la que brota agua.

Si de lo que se trata en el texto de Isaías es de la dinámica revelación de Dios-capacitación-envío, entonces resulta que Dios capacita mediante su Espíritu (fuego) “purificando” los labios del hombre para que puedan emitir una palabra plena de sentido salvífico. En el fondo, la misión del profeta (que es figura del pueblo de Dios, todo él profético) se reduce a hablar, a comunicar una palabra que viene de Dios. Desde luego que no puede tratarse de la simple repetición de unas palabras aprendidas de memoria (como hacen muchísimos predicadores cristianos, que se limitan a recitar a diestra y siniestra textos bíblicos y con una habilidad pasmosa los relacionan artificiosamente para hacer decir a los textos lo que ellos quieren, sin tomar en cuenta la intención teológica y espiritual del autor bíblico), es mucho más que eso, por ello se necesita la cualificación del Espíritu. Es un testimonio de vida, es una transformación interior (ontológica) que se expresa mediante una palabra que por ello ya no es solo de Dios sino también suya, es una palabra humana pero también divina. Es una Palabra divina que se vehicula en categorías humanas, es una Palabra encarnada. Desde esta perspectiva se adivina el sueño del Maestro, un discípulo cuyo sí sea sí y su no sea no y por ello sea digno de credibilidad.

Es muy importante señalar que la visión de Isaías no se da en un arrobamiento místico que le desvincule de la realidad histórica, más bien se da en un momento que forma parte de la vida religiosa de todo israelita, pues aunque parece ser que es la primera vez que Isaías entra en el Templo, de cualquier modo es una experiencia alcanzable para cualquier judío. La revelación de Dios no suprime la cotidianidad de la vida sino que se inscribe en ella, convirtiendo lo profano en sagrado. Pero hay que imaginar al joven Isaías entrando por vez primera en el lugar santo por excelencia, el lugar en el que habita La Presencia y la gloria de Yahvé. Un lugar que conoce por la frecuencia con que sus padres y maestros le han hablado de el, describiéndole con lujo de detalles cada rincón, cada ornamento, cada olor y color. Sin embargo nada se compara con el esplendor de lo que contempla aquel jovenzuelo que sabe ver lo santo en lo cotidiano y que por eso se siente conmocionado hasta lo más hondo y se sabe radicalmente pequeño, casi al borde de la muerte ante la manifestación del Señor de los ejércitos que se revela a él, insignificante e incapaz “¡Ay de mí! Estoy perdido…porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos” Sin embargo, sabe descubrir lo extraordinario en lo ordinario, lo santo en lo cotidiano (para muchos judíos del tiempo de Jesús como para muchos católicos de hoy, la experiencia del culto se ha convertido en algo cotidiano, costumbrista, al que se asiste porque así lo exige la Iglesia o la tradición familiar etc.) Me pregunto si quizás lo cotidiano debiera ser tener visiones como la del profeta cuando entramos a la celebración eucarística ¿no es verdad que una manifestación mayor que la que recibió Isaías en el templo judío acontece cada vez que se transforman las especies eucarísticas en el cuerpo y sangre de Cristo?

Pero ya me he extendido demasiado con el príncipe de los profetas y en aras de no cansarlos demasiado con mi reflexión, debo concluir. ¿Y que palabra es esa que la Iglesia es enviada a proclamar? El apóstol Pablo es tajante al respecto en su exhortación a los Corintios: ¡Es la palabra del Evangelio! Es el anuncio de la muerte de Cristo (causada por nuestros pecados y originada en el amor del Padre por nosotros) y su resurrección, así como las revelaciones que hace Cristo a aquellos que fundarán la Iglesia. Hay muchísima tela de donde cortar en este extraordinario texto de Pablo, pero debo conformarme con citar a vuelo de pájaro algunas intuiciones: 1) La predicación y la recepción del Evangelio (única palabra trascendente y por ello necesaria de ser escuchada) se dan en un contexto comunitario, porque si bien la salvación es para todos los hombres, es la comunidad eclesial la destinataria primera pues es ella quien tiene la misión de ser sacramento universal de salvación. 2) La transmisión apostólica del Evangelio es el garante de su autenticidad y unicidad. 3) La esencia del mensaje es siempre la misma e incluye tanto muerte como resurrección de Cristo.

Anunciar la resurrección no hace problema, finalmente es referencia al triunfo, a la gloria, a la victoria final y si eso es lo que nos espera pues es fácil y hasta agradable el anuncio. Pero anunciar la muerte del Mesías es harina de otro costal, sobre todo si resulta que su suerte es también la del discípulo.

En el Evangelio de Lucas, se nos dice que la barca (símbolo de la Iglesia) debe ser llevada mar adentro y desde allí echar las redes (símbolo de la Palabra proclamada que es capaz de rescatar a los hombres de las ideologías malignas -el mar- que le tienen sojuzgado.) La Palabra tiene la eficacia misma de Dios, ella es la única capaz de lograr lo imposible y por ello el discípulo debe confiarse a ella de modo absoluto, aunque la realidad visible e inmediata grite a voz en cuello que es imposible, que nada se puede ya hacer, que todos los recursos han sido agotados y todo esfuerzo adicional es una pérdida de tiempo, para el auténtico discípulo la última palabra no la tiene el mundo sino Dios “Confiado en tu palabra, echaré las redes”. Una vez que la fe-confianza abre la puerta, la Palabra adquiere toda su eficacia “Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían”, una eficacia sobreabundante que abarca también “las otras barcas”, la de todos aquellos hombres que se quieran adherir al torrente salvífico del Evangelio “Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían”

Y vienen las solemnes palabras del Maestro, que si bien son dirigidas a Simón, en él se dirigen también a todos los discípulos: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Tal es la más alta vocación del hombre, rescatar a otros mediante la fuerza de una vida enraizada en el Evangelio, una vida en comunidad que testimonie la real posibilidad de una existencia plena en libertad.

Gracia y paz.