Les comparto el audio de mi reflexión para el 3er domingo de Cuaresma. Ciclo C_2013. LA TEOFANÍA EN LA ZARZA QUE ARDE Y NO SE CONSUME.
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lunes, 25 de febrero de 2013
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 03 DE MARZO DEL 2013 (3er DOMINGO DE CUARESMA)
1. LECTURAS
Ex 3,1-8. 13-15:
<< En aquellos días, pastoreaba
Moisés el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando
por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se
le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía
sin consumirse. Moisés se dijo: -Voy a acercarme a mirar este espectáculo
admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor que Moisés
se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: -Moisés, Moisés. Respondió él: -Aquí
estoy. Dijo Dios: -No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el
sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: -Yo soy el Dios de tus padres, el
Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se tapó la cara,
temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: -He visto la opresión de mi pueblo en
Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus
sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta
tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y
miel. Moisés replicó a Dios: -Mira, Yo iré a los israelitas y les diré: el Dios
de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se
llama este Dios, ¿qué les respondo? Dios dijo a Moisés: -«Soy el que soy». Esto
dirás a los israelitas: «Yo-soy» me envía a vosotros. Dios añadió: -Esto dirás
a los israelitas: el Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de
Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así
me llamaréis de generación en generación. >>
Sal 102:
<< Bendice, alma mía, al Señor, y
todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus
beneficios. El perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; él
rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor hace
justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus
hazañas a los hijos de Israel. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a
la ira y rico en clemencia; se levanta su bondad sobre sus fieles. >>
1 Cor 10,1-6.10-12:
<< Hermanos: No quiero que ignoréis
que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y
todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el
mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues
bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la
mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el
desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no
codiciemos el mal como lo hicieron nuestros padres. No protestéis como
protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto
les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes
nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree
seguro, ¡cuidado! no caiga. >>
Lc 13,1-9:
<< En aquella ocasión, se
presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió
Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: – ¿Pensáis
que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron
así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y
aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que
eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si
no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y
fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: –Ya
ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo
encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador
contestó: –Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.
>>
2. REFLEXIÓN
De la revelación del “nombre” a los frutos de la
higuera
Jorge Arévalo Nájera
Moisés, aquel hombre antaño importante en Egipto, poseedor de
privilegios, prestigio y riqueza lo ha perdido todo por defender a un hebreo
del abuso de un egipcio, ha tenido que huir de un terreno seguro y cómodo para
abrazar la difícil vida de un nómada pastoreador de ovejas. Es entonces cuando
Dios se le manifiesta en forma por demás sorprendente en una llama que si bien
sale de la zarza, no la consume. Es un extraordinario relato con doble
intencionalidad: teofánica y vocacional. El texto del Éxodo nos dice que Moisés “llevó el rebaño más allá del
desierto, hasta el Horeb, el monte de Dios” y que allí, “el
Señor se le apareció en una llama que salía de una zarza”. ¿Será mera
casualidad que el domingo anterior, Lucas nos ha dicho en su evangelio que
Jesús subió al monte con Pedro, Santiago y Juan y que es precisamente en ese
monte que Jesús se manifiesta a sus ojos en toda su gloria, y que además los
vestidos de Jesús se tornan relampagueantes o sea, destellan luz como lo hace
Dios en la zarza, y que (según los estudiosos del libro del Éxodo) la Zarza no sea una simple
planta desértica sino el nombre de un santuario semita, y si según el Nuevo
Testamento Jesús es el nuevo templo donde se adora al Padre en espíritu y en
verdad entonces Lucas nos está indicando que el Padre se manifiesta plenamente
en Jesús y en él se revela el Nombre divino?
Francamente me parecen demasiadas y muy claras las alusiones que hace
Lucas al texto del Éxodo para considerarlas simples coincidencias. Lo que ha
hecho el evangelista es leer en clave cristológica el texto del Éxodo para iluminar
el misterio de Jesús como revelación definitiva del Padre y clave de la
vocación discipular “Éste es mi Hijo amado, a él escuchen”.
Analicemos con más detenimiento este extraordinario relato del Éxodo en
su doble dimensión. Primer elemento:
La oración es el ámbito de la
revelación. En primer lugar, la revelación a Moisés se da en un ámbito bien
específico: ¡en un monte! Y no es una mera indicación espacial, como si Dios no
pudiera revelarse en un llano o en el mar o en donde se le viniera en gana.
Debemos buscar en el contenido simbólico que para los escritores bíblicos tiene
la imagen del monte; el monte simboliza el espacio existencial de encuentro
entre el mundo de lo divino y el mundo de lo humano.
Es Dios en cuanto comunicándose con el hombre, el Misterio sigue siendo
inaccesible al solo esfuerzo humano, es él quien debe manifestarse para dar a
conocer al hombre su ser y su designio. Sin embargo, corresponde al hombre un
esfuerzo, un dirigirse “más allá del desierto” para posibilitar y percibir la revelación.
Moisés (atendiendo al señalamiento líneas arriba mencionado acerca de la Zarza como un santuario)
acude a orar al santuario de Zarza (otro elemento de interpretación
cristológica de Lucas puesto que Jesús va con sus discípulos al monte precisamente
a orar) y es entonces en este ámbito de oración que la revelación se da.
Pero no imaginemos que orar significa lo mismo para los escritores
bíblicos que para nosotros. Desgraciadamente la vida orante se ha visto
reducida al momento puntual en el que el creyente se aparta del mundo para
dedicar unos minutos al encuentro con Dios. La oración en la concepción bíblica
abarca la existencia toda del creyente, una vida abierta y referida
constantemente a la voluntad de Dios, permanentemente escrutadora de los signos
de los tiempos para descubrir la voluntad del Padre en la cotidianidad de la
vida. No esperemos “ver” ni “escuchar” en absoluto a Dios sumergidos en la
dispersión y superficialidad de una vida sin referencia a Dios. Desde luego que
la existencia orante incluye ciertos momentos fuertes y de especial densidad en
los que debemos distanciarnos de todo para solo escuchar la Palabra que salva,
gozarnos en su Santa presencia y descubrirnos amados por Dios, pero estos
momentos nunca deben convertirse en escapismo del compromiso intramundano al
que somos llamados.
Segundo elemento: Dios como llama que sale de la
Zarza. El fuego es en la simbología de muchos textos
bíblicos, imagen de Dios mismo en cuanto dinamismo transformador, capacitador
del hombre para enviarlo a realizar empresas aparentemente imposibles. Así en
nuestro texto Moisés será enviado a liberar al pueblo esclavizado, en el relato
de la vocación profética de Isaías, el tizón encendido que toca los labios del
profeta le capacita para su misión. En el Deuteronomio es desde el fuego que
Dios habla y da la ley. En la primera
lectura del domingo anterior, Dios como antorcha encendida atraviesa por entre
los animales partidos para hacer alianza con Abran. En Pentecostés los
discípulos reunidos en el cenáculo recibirán al Espíritu que los impulsará a
anunciar el Evangelio hablando una lengua universal etc. En todos estos textos
el hombre (o el pueblo) aparece como incapaz, temeroso, mediocre, insuficiente
para levantarse por encima de sus miserias y entonces Dios se muestra como
fuerza incontenible que se comunica para convertirlo en liberador, profeta, promesa de fecundidad y
anunciador de mundos nuevos.
Para el que cree verdaderamente en el Dios bíblico no existe la palabra
“imposible”, no hay nada que no pueda alcanzar desde la potencia de su creador
y desde la fuerza de su fe. Es cierto que es sano y necesario reconocer nuestra
limitación creatural, pero esto no es un fin en sí mismo, solo es el escalón
para abrirnos a la potencia ilimitada del que todo lo puede en nosotros.
¡Arriba los ánimos, vosotros los de corazón apocado! (nos recuerda Isaías)
porque el fuego de Dios arde en nuestros corazones sin consumirlos.
Tercer elemento. La
permanente tentación de “echarle el guante a Dios”. Normalmente, en toda
relación que el hombre establece con la realidad circundante, él es quien toma
la iniciativa para interpretarla, para decodificarla y así poder integrarla en
su cosmovisión, con lo cual elimina lo amenazante que resulta lo desconocido.
Esto es así y guarda cierta normalidad cuando la relación se establece entre
dos iguales, pero no así cuando la relación es con el Absoluto.
Esta relación exige el rompimiento de todos los esquemas interpretativos
con que el hombre domina lo real y se ve lanzado a abrazar la imprevisibilidad
como único espacio de encuentro, es por ello que se exige de parte de la
criatura una actitud básica que es la escucha. En efecto, cuando Moisés,
atraído por la imagen fascinante de la llama que arde sin consumir la zarza se
acerca para “mirar” aquella maravilla, Dios le para en seco y le prohíbe
acercarse. Una vez más tenemos que recurrir a la simbología bíblica para
penetrar en el mensaje teológico del texto: los ojos son el órgano físico que
simboliza la inteligencia, la capacidad de penetrar en el sentido de lo real, y
por lo tanto, la mirada es la acción de apropiación de una realidad. Siendo
así, se entiende que Dios prohíba a Moisés el acto de “mirar” el misterio
teofánico ¡A Dios no se le puede ver no tanto porque sea inmaterial, sino
porque es inefable, inmanipulable, indescifrable, está más allá de las
posibilidades ónticas del hombre y todo intento de “echarle el guante” es
magia, ficción de una mente arrogante que acaba deformando la imagen de Dios y
reduciéndolo a simple objeto que encaja perfectamente en los esquemas
cognoscitivos humanos! ¡Dios reducido a dios!
Para relacionarse con el absolutamente trascendente es necesario
recurrir a otra categoría cognoscitiva que exige receptividad, reconocimiento
de que el sentido de lo real no está en el hombre y de que por lo tanto hay que
recibirlo del Otro, del soberano universal que precisamente por ser Palabra,
comunicación permanente solo puede ser captado mediante la escucha.
Cuarto elemento: Dios
se revela para enviar al hombre a liberar a sus hermanos. En la escritura, la manifestación del Señor a
su pueblo está indefectiblemente ligada al envío o misión que encomienda, casi
podríamos afirmar que la teofanía no tiene fin en sí misma sino que busca al
hombre para suscitar en él movimientos hacia su plenitud y consecuentemente se
da el impacto en los demás hombres. Así, la teofanía a Moisés es el modo
concreto en que Dios ha respondido al clamor de su pueblo oprimido y ha bajado
para liberarlos y llevarlos a la tierra espaciosa que mana leche y miel. Moisés
es el medio para liberar a Israel, pero recordemos, no recibe la revelación
sino en “el monte” (vida orante) y una vez que renuncia a la tentación de ser
él quien gestione la relación con Dios (no “mirar” sino “escuchar) sólo
entonces es posible descubrir en el Dios que se revela la elevada vocación para
la que fue creado el hombre: vehículo para la liberación de los hermanos.
Quinto elemento: La revelación
del nombre divino. Moisés pide una sola herramienta a Dios para lograr su
objetivo, ¡Conocer el nombre para a su vez dárselo a conocer a los
destinatarios de su misión! ¡Poca cosa pide Moisés! Aquí se hace necesario
profundizar (aunque sea solo un poco) en el significado del “nombre” en la
mentalidad bíblica. El nombre es mucho más que una etiqueta impuesta a las
personas con el mero fin de identificarlas. En el nombre se contiene el
misterio personal, la identidad del individuo, su ser íntimo, pero por ello
mismo, conocer el nombre es adquirir un cierto dominio sobre la persona.
Por ello, los capitanes de los ejércitos mantenían oculto su nombre ante
los enemigos y buscaban a toda costa averiguar el del capitán oponente. Lo que
pide Moisés es pues una temeridad y una necedad que manifiesta una
incomprensión enorme de quién es Dios y quién la criatura. Sin embargo y como
siempre, Dios sorprende y va más allá de cuanto el hombre espera y responde a
Moisés con una extrañísima formulación lingüística: YHWH que al paso del tiempo
se transformó en YAHWE y que tradicionalmente ha sido traducido como “Yo soy” o
“Soy el que soy” y que sin embargo es necesario hacer una precisión a dicha
traducción.
En realidad se trata de una forma verbal más que de un pronombre, ya que
si bien implica al sujeto “Yo”, no es una definición estática como si se
refiriera a la “ esencia” en términos filosóficos griegos sino al sujeto en
cuanto actuante en la historia. Así, la formulación abarca la acción del sujeto
en el pasado, presente y futuro. Aunque parezca un exceso, la traducción
debería ser “Soy el que ha sido, el que es y el que será”. Teológicamente esto
tiene mucha importancia ya que indica la presencia salvífica constante de Dios
en cada momento de la historia de su pueblo, no ha habido, no hay ni habrá un
solo instante que escape a la acción providente de Dios. YHWH es un término que
hace referencia al Dios creador y no al legislador, el Dios que se revela a
Moisés no puede ni debe ser entendido como uno que impone leyes para que el
hombre las cumpla, es ante todo el Dios que sostiene con su poder providente y
creador a su pueblo y las leyes vendrán hasta que haya sido liberado y como una
instancia que le ayudará a vivir en libertad.
Espiritualmente hablando, esto significa que el misterio de Dios se
revela a aquellos que disciernen su acción liberadora tanto en su pasado como
en su presente y cualquier posible futuro. Una visión tanto puntual (momento
concreto en que Dios ha actuado en mi vida) como global (a lo largo de toda mi
historia) es necesaria para interpretar el ser personal, la respuesta a la
pregunta sobre la identidad y el sentido de la vida sólo se encuentra cuando se
descubre inmerso a lo largo y ancho de la existencia en el amor divino. Sólo
así la historia se ve redimida y puede descubrirse su origen y trascendencia
última.
En esta clave interpretativa, el Salmo resuena y nos conmina a bendecir su santo
nombre con todo el ser. No significa solamente proclamar a Dios como “bueno” en
términos generales, sino en lo concreto de toda mi historia descubierta como
conducida hacia el bien definitivo. El Señor ha perdonado los pecados
(referencia al pasado), es compasivo y misericordioso (referencia al presente),
rescata tu vida del sepulcro (futuro) y en fin, actúa en la totalidad de mi
historia “Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia”
que claramente es un merismo (recurso literario que hace alusión a la totalidad
mencionándola por los extremos).
En la Carta a los
Corintios se nos advierte sin
embargo, que si bien la experiencia del Dios providente y liberador fue hecha
por los antepasados “todos estuvieron bajo la nube, todos cruzaron el Mar Rojo y todos se
sometieron a Moisés, por una especie de bautismo en la nube y en el mar. Todos
comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida
espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca
era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en
el desierto” esto no fue suficiente, no supieron ir “más allá del
desierto, hasta el Horeb” como nos dice el texto del Éxodo porque “codiciaron
cosas malas”. Si bien es cierto que estamos llamados ir más allá del desierto,
el paso por éste es absolutamente necesario, no es posible llegar al Horeb sin
la travesía desértica.
El desierto es la etapa tradicional de “la prueba” (Ex 16,4; 20,20; Dt
8,2.16) que es parte de la existencia cristiana. El primer domingo de Cuaresma
se abrió anunciando ésta realidad irrenunciable para el cristiano, cuando en el
evangelio Jesús (tipo del hombre nuevo y del Israel escatológico)
inmediatamente que recibe el Espíritu, se adentra en la experiencia de la
tentación en el desierto. Pablo conmina a su comunidad a permanecer firmes en
la etapa de la prueba, a no sucumbir dejándose llevar por la tentación de
abrazar caminos distintos de los propuestos por Dios y revelados en la cruz de
Cristo. Es de notar la alegoría que utiliza Pablo al comparar el agua que salió
de la roca para que bebieran los israelitas con el agua espiritual que es
Cristo y aplicándola a nuestra vida, podríamos decir que no basta con comer y
beber el cuerpo y sangre sacramentales de Jesús, que la batalla definitiva se
libra en el campo de la existencia, donde hay que perseverar una vez alimentados
por las especies eucarísticas. El riesgo de no perseverar en la prueba es
grande, la vida definitiva está en juego “El que crea estar firme, tenga
cuidado de no caer” y en el evangelio de Lucas la esperanza en que por fin la higuera dará
frutos es la única razón por la cual el dueño del viñedo no la corta, sin
embargo el tiempo de la cosecha se acorta y un día la higuera (la Iglesia y
cada singular miembro de ella) deberá rendir
cuentas al dueño.
Gracia y paz.
lunes, 18 de febrero de 2013
Audio/Reflexión sobre las lecturas del 2° domingo de Cuaresma_2013
Hola a todos. Les invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del domingo 24 de febrero de 2013_2° de Cuaresma, Ciclo C.
VÍNCULO AUDIO REFLEXIÓN: http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-24-febrero-audios-mp3_rf_1798749_1.html
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 24 DE FEBRERO DE 2013 (2° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)
- LECTURAS
Gn 15,5-12.17-18: << En aquellos días, Dios
sacó afuera a Abrán y le dijo: -Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Y
añadió: -Así será tu descendencia. Abrán creyó al Señor y se le contó en su
haber. El Señor le dijo: -Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos,
para darte en posesión esta tierra. El replicó: -Señor Dios, ¿cómo sabré que
voy a poseerla? Respondió el Señor: -Tráeme una ternera de tres años, una cabra
de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón. Abrán los trajo
y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó
las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y Abrán los espantaba. Cuando iba
a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y
oscuro cayó sobre él. El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno
y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el
Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: -A tus descendientes les daré
esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río. >>
Sal 26:
<< El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la
defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Escúchame, Señor, que te llamo, ten
piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré,
Señor, no me escondas tu rostro; no rechaces con ira a tu siervo, que tú eres
mi auxilio. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en
el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. >>
Flp 3,17-4,1:
<< Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo
que tenéis en mí. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con
lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su
paradero es la perdición; su Dios, el vientre, su gloria, sus vergüenzas. Sólo
aspiran a cosas terrenas. Nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo,
de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. El transformará nuestra
condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía
que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados,
mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos. >>
Lc 9,28-36:
<< En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto
de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió,
sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él:
eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba
a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose
vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se
alejaban, dijo Pedro a Jesús: -Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres
chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al
entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: -Este es mi Hijo, el escogido,
escuchadle. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron
silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
>>
2. REFLEXIÓN
Del salir de la
casa a la manifestación de la gloria
Jorge Arévalo Nájera
La experiencia de la fe, es decir de la relación interpersonal con Dios,
no es (al menos no en los textos que hoy la Iglesia proclama universalmente
como Palabra de Dios) en modo alguno, la cursi y dulzarrona experiencia que
deja al hombre como sumergido y flotando en una “nube mística” que le arrebata
quien sabe a que cielo lejano. La irrupción en la historia del Dios cristiano
causa “un terror intenso y misterioso”, como nos dice la lectura del Génesis y nos confirma
el Evangelio: “…al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo.” Y es
que la manifestación del Señor a sus elegidos se corresponde exactamente con su
naturaleza, en él hay una identificación entre su ser económico y su ser
ontológico, sus manifestaciones intrahistóricas (y por lo tanto perceptibles a
los ojos humanos) revelan en alguna medida el misterio inefable de su
interioridad.
Y dada la abismal diferencia entre el creador y su criatura, el
encuentro de ambas realidades es siempre un “shock” en todos los niveles del
ser del hombre, y si a esto aunamos que su naturaleza se encuentra dañada por
el pecado (ya el personal, ya el original) que deforma su imagen de Dios, pues
están dadas todas las condiciones para producir el “terror intenso” del que
habla la primera lectura.
Por otro lado, la revelación de Dios comporta siempre una terrible y
desgarradora exigencia de desinstalación, de abandono de “la casa”, de la
madriguera que cobija y permite “recostar la cabeza”. Abran, prototipo del
creyente, solo puede recibir y percibir la voz de Dios una vez que está fuera
de “su casa”, pues mientras el hombre permanece a buen resguardo, cobijado por
las realidades que a sus ojos aparecen como aseguradoras y tranquilizadoras, la
voz de Dios permanece inaudible o desprovista de significación vital.
La “casa” del hombre no puede ser la de Dios, más bien es el hombre
quien debe encaminarse hacia la “casa” del Padre, hacia la tierra que mana
leche y miel. Pero si bien el hombre debe ponerse en marcha (como efectivamente
hace el anciano patriarca más adelante), el alcanzar la tierra de plenitud es
sobre todo obra de Dios, fruto de una promesa cumplida: “Así será tu descendencia”.
La promesa de la numerosa prole es anuncio simbólico de permanencia, de
fertilidad y abundancia, de plenitud (diríamos en lenguaje actual). Hasta aquí
la cosa “suena bonito”, Dios que promete…total, a ver si es cierto. Pero cuando
al anciano se le ocurre pedir a Dios una garantía “Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a
poseerla”? El panorama cambia. Es muy interesante la referencia a la ubicación
temporal del relato “Estando ya al ponerse el sol” y el estado físico y anímico del
patriarca “Abram cayó en un profundo letargo y un terror intenso y misterioso se
apoderó de él”
¿Será acaso una simple referencia anecdótica en la vida de Abran? Francamente
eso se antoja absurdo, sobre todo si atendemos al profundo significado
simbólico que las expresiones “al
anochecer” o “al atardecer” (Mt
8,16; 27,57) o “al despuntar el alba” ( Mt 28,1) tienen en la Escritura y que remite
a la “zona” limítrofe entre la luz y la oscuridad, al “espacio” en el que se
entrecruzan la acción de la luz (Dios) y la oscuridad (las fuerzas demoníacas
opositoras al proyecto de Dios) En el caso de las dos primeras expresiones se
enfatiza el menguar de la luz que parece estar siendo engullida por la
oscuridad y en la última expresión, es el sol el que se encuentra a punto de
imponerse a la oscuridad cuyo reinado termina. Cuando Dios se manifiesta al
hombre, en efecto inicia una nueva era, una nueva realidad comienza. Pero nunca
la transición entre el viejo hombre y el nuevo es pacífica, al contrario, “el
Reino de Dios se arrebata con violencia” y el poseído por “espíritus
inmundos” se siente amenazado y grita con grande voz “¿Que tienes que ver con
nosotros, Jesús de Nazaret?”. En el esquema religioso, propio de las
religiones naturales la divinidad dicta ciertas órdenes y el hombre las cumple,
no hay sorpresa, a tal acción tal reacción, el hombre cumple mandatos y la
divinidad le recompensa, no hay misterio, hay reciprocidad, hay comercio.
Sin embargo, el Dios de la Biblia es siempre impredecible y va más allá
de lo que el hombre puede o quiere imaginar, es inasequible a los intentos de
manipulación y por ello es siempre un desafío insuperable que impulsa al hombre
hacia la apertura y receptividad permanente. Volviendo al texto del Génesis, la
muerte y el fracaso parecen cernirse sobre las intenciones de Abran, ha
obedecido pero su religiosa obediencia no parece generar vida “pronto
comenzaron los buitres a descender sobre los cadáveres”, se ilustra la
fatigosa espera del creyente al que solo le corresponde permanecer ahuyentando
a los depredadores mientras aguarda que Dios actúe.
Cuando toda esperanza parece desvanecerse y la realidad objetiva nos
grita que solo hay muerte y oscuridad (“estando ya para ponerse el sol”)
el patriarca da un salto cualitativo en su relación con Dios, suspende su
especulación racional, se postra, se abandona en la oscuridad de la fe
superando la grosera oscuridad de los sentidos (todo ello simbolizado por la
expresión <<cayó en un profundo letargo>> que nos evoca el profundo
sueño de Adán en el relato de la creación de la mujer.) Ante la manifestación
siempre creadora de Dios, el hombre solo puede postrarse, rendirse y renunciar
a cualquier intento de comprensión meramente racional, solo entonces es posible
experimentar en toda su profundidad y significación la manifestación de Dios.
Sin embargo, todavía no termina la vorágine que implica la relación con
Dios, lejos de desembocar en un remanso de paz, el abandono de Abran le sume en
un terror sobrenatural, en el terror de la ausencia de seguridades en las que
afianzarse, cuando no hay nada más que la fe desnuda, entonces termina por
ocultarse el sol y la densidad de la noche sobrecoge, pero también es entonces
cuando Dios se manifiesta como un espléndido “brasero humeante y una antorcha
encendida” que pasa por “entre aquellos animales partidos”.
Entre las antiguas tribus nómadas
semitas se realizaban pactos o alianzas que permitían la supervivencia ante el
peligro que representaban otras tribus más fuertes y agresivas. Dichos pactos
consistían en hacer un camino delimitado por los cuerpos de animales partidos
que se inmolaban y mientras ardían, los jefes tribales caminaban juntos por el
sendero aspergido con la sangre de las víctimas simbolizando y sellando un
pacto que comprometía la vida y destinos de las tribus en cuestión. Era una
alianza de protección y hermandad indisoluble. El compromiso incluía la tácita
aceptación de que la infidelidad a la alianza sería castigada con la muerte.
De tal suerte que lo que está ordenando Dios a Abran es la preparación
para una alianza. Pero el anciano no sabe cuales son las partes que pactarán,
en el fondo no entiende de qué se trata la ordenanza de aquel extraño Dios de
las montañas. Hagamos un esfuerzo imaginativo y traigamos a la mente la figura del patriarca que no da
crédito a lo que ven sus ancianos ojos: Dios es el que realiza la alianza y él
es el beneficiario del pacto, no se le exige compromiso, Dios camina sólo por
en medio de los animales inmolados, él es quien se compromete en ese pacto de
sangre, es un compromiso unilateral, de absoluta gratuidad ¡Todos los esquemas
religiosos se vienen abajo! No hay que esforzarse demasiado para intuir la
prefiguración de la alianza definitiva que muchos siglos más tarde Dios
realizará con todos los hombres mediante la inmolación de su Hijo, víctima
voluntaria que a la vez recorrerá el camino aspergido por su propia sangre y su
cuerpo partido y entregado por los muchos garantizará el pacto. El fruto de la
alianza prefigurativa es la posesión de la tierra, para el cristiano, el fruto
de la alianza definitiva es la vida en el Espíritu, la vida en, con y por Dios.
Por supuesto que el texto del Génesis suscita la respuesta confiada del
pueblo que se sabe amado y protegido de tal modo y por tal Dios. Entonces todo
temor se desvanece “¿a quién voy a tenerle miedo?” canta el salmista, entonces
el corazón se ve pulsionado hacia el Señor, y es posible “ver” la bondad del
Señor en esta misma vida. El Salmo contribuye a establecer la línea teológica que
articula nuestras lecturas: Se trata de “ver” el amor bondadoso de Dios. Abran
“ve” pasar a Dios por entre los animales sacrificados y en la Carta a los Filipenses, se contraponen dos formas de vida, la vida
antigua (enemiga de la cruz) y la vida nueva de los ciudadanos del cielo que
esperan la manifestación definitiva de Jesucristo, que “transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante
al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las
cosas.” Pablo hace hincapié en la
dimensión visual cuando invita a sus hermanos a imitarlo y a observar la
conducta de los que siguen su ejemplo y no debemos entender la esperanza con
que Pablo anima a los filipenses (al menos no exclusivamente) como referida a
un futuro indeterminado, Jesús es el eterno “viniente”, está permanentemente
llegando a su comunidad y por lo tanto ejerciendo los efectos de su pascua en
el hoy comunitario.
Digamos solo una brevísima palabra sobre la “transformación del cuerpo”
a la que alude
Pablo. Cuerpo significa mucho más que el conjunto de células que forman
la dimensión visible del hombre, cuerpo es la dimensión relacional del hombre.
En tanto relación, el hombre se hace cuerpo, y por lo tanto en cuanto se
impacta la historia se es corporal. Los cuerpos partidos de las víctimas
prefiguran la entrega del Hijo que entregará a los hombres su forma concreta de
impactar la historia, y esa forma se llama cruz del Gólgota. Por ello, el
cuerpo resucitado de Jesús es el tipo del cuerpo transformado del hombre,
llamado y cualificado para transformar la historia desde su propia cruz. No son
las grandes cualidades del hombre las que lograrán transformar el mundo en uno
más justo y humano, solo la potencia de la cruz de Cristo asumida en la vida
concreta y particular de cada singular cristiano y en la de la comunidad
eclesial podrá generar estructuras sociales afines al reino de Dios.
Finalmente, en el Evangelio de Lucas, Jesús es presentado como la manifestación
definitiva de Dios en medio de la historia humana. La ley y la profecía
desaparecen o mejor dicho son asumidas y llevadas a su plenitud en ése a quien
desde ahora hay que escuchar como la Palabra definitiva dicha por el Padre para
beneficio del hombre, por eso la voz paterna cesa y Jesús queda solo. No hay
otra realidad sobre la tierra que pueda hablar al hombre sobre el misterio de
Dios y el suyo propio, no hay otra ley que pueda conducir al pueblo hacia su
libertad definitiva. También aquí se trata de “ver” la gloria de Jesús. No es
necesario creer en la literalidad del texto y por lo tanto en una especie de
acto mágico al estilo David Coperfield. Recordemos que la gloria de Dios en el
Nuevo Testamento es la salvación del hombre, allí donde alguien vive las
categorías del hombre nuevo renacido del Espíritu se manifiesta la gloria de
Dios. Por lo tanto, lo que ven los discípulos en Jesús es la encarnación
perfecta de esa gloria, al nuevo hombre que cumple cabalmente los designios del
Padre.
Pero aunque el texto evangélico en efecto tiene una dimensión
cristológica (habla de Cristo), también tiene una dimensión eclesiológica y por
lo tanto nos interpela a cada uno de nosotros. En la tradición sinóptica
(Mateo, Marcos y Lucas) la figura de Jesús es inclusiva, es decir que todo lo
que se dice de Jesús se dice del discípulo porque Jesús es el nuevo Israel y la
nueva humanidad. En consecuencia, la comunidad en conjunto y cada miembro en
particular está llamada a testimoniar la gloria de Dios en su vida.
Así, se delinea un itinerario espiritual muy claro, que comienza con el
abandono de “la casa” para poder escuchar la promesa, sigue con el “hacer” lo
que corresponde al hombre según el mandato divino, el esperar paciente a que
Dios se revele renunciando a todo intento por reducir a lo racional la realidad
objetiva y arrojándose en el abismo de la noche oscura confiando contra toda
aparente lógica en el amor de Dios. Entonces veremos la gloriosa manifestación
del Señor y seremos transformados en cuerpos gloriosos capaces de edificar el
Reino en la historia.
Gracia y paz.
lunes, 11 de febrero de 2013
AUDIO/REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 17 DE FEBRERO DEL 2013 (1er DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)
Les invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del domingo 17 de febrero de 2013_1er domingo de Cuaresma. El tema es la universalidad y unicidad de la salvación en Cristo en el diálogo con otras religiones.
Sigue el vínculo: http://www.ivoox.com/reflexion-17-febrero-2013-1er-domingo-cuaresma-ciclo-c-audios-mp3_rf_1779826_1.html
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 17 DE FEBRERO DEL 2013 (1er DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 17 DE FEBRERO DEL 2013 (1er DOMINGO
DE CUARESMA CICLO C)
1. LECTURAS
Dt 26,4-10: << Dijo Moisés al pueblo:
-El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el
altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: «Mi padre
fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas
personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y
numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una
dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres; y el
Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra
angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en
medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y
nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora traigo
aquí las primicias de los frutos del suelo, que tú, Señor, me has dado.» Lo
pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios.
>>
Sal 90: << Tú que habitas al
amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor:
«Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.» No se te acercará la
desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado
órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en sus palmas, para que
tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás
leones y dragones. Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce
mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé,
lo glorificaré. >>
Ro 10,8-13: << Hermanos: La Escritura
dice: «La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón.» Se
refiere al mensaje de la fe que os anunciamos. Porque si tus labios profesan
que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás. Por
la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios, a
la salvación. Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.» Porque
no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso
con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se
salvará.» >>
Lc 4,1-13: << En aquel tiempo,
Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el
Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo
aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le
dijo: -Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús
le contestó: -Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre.» Después,
llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del
mundo, y le dijo: -Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo
han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo
será tuyo. Jesús le contestó: -Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él
sólo darás culto.» Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del
templo y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está
escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «te sostendrán
en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.»
Jesús le contestó: -Está mandado:
«No tentarás al Señor tu Dios.» Completadas las tentaciones, el demonio se
marchó hasta otra ocasión. >>
- REFLEXIÓN
JORGE ARÉVALO
NÁJERA
En un mundo pluralista y globalizado como en el que hoy día vivimos, un
mundo en el que se exige tengan cabida toda clase de pensamientos, credos
religiosos, ideologías, sistemas políticos y filosóficos etc., el que una voz
se erija como poseedora de la verdad absoluta parece intolerable y desfasada,
arrogante y estúpida o al menos indigna de crédito como propuesta viable para
construir un mundo más armónico y pacífico, ayudando al hombre a responder
positivamente a las inquietantes preguntas sobre su identidad y su quehacer en
la historia.
No podemos dejar de lado la exigencia que el mundo plantea a la Iglesia sobre la validez y
actualidad de su existencia si queremos ser tomados en cuenta y ser
verdaderamente luz refleja de Dios que ilumina y discierne el espíritu humano.
Hemos de entablar para ello un diálogo con la cultura y los hombres de buena
voluntad sea cual sea su idiosincrasia, filiación política o credo religioso. Sin
embargo aquí se plantea la aporía inherente a la fe cristiana, la irrenunciable
creencia de ser el pueblo al que se le ha revelado el único camino que
lleva a la plenitud, no solo humana sino
también cósmica, a saber Jesús Mesías, el Hijo del Dios vivo. La pregunta es:
¿Cómo presentar al mundo nuestra fe sin caer en el dogmatismo a ultranza que renuncia
al respeto por el credo del otro desestimando a priori su postura? ¿Cómo
afirmar ser poseedores de una verdad absoluta sin negar la parte de verdad que
con certeza tienen los demás?
Creo sinceramente que una lectura honesta (científica) y sin prejuicios
de la Sagrada Escritura
es un camino seguro hacia la unidad en la diversidad. Estas reflexiones tienen
ese objetivo, aportar un granito de arena para la comprensión a mayor
profundidad de las gloriosas páginas de la Biblia , donde late el corazón amante del Cristo
que dirige nuestros pasos al abrazo filial con el Padre y al encuentro fraterno
con todos los hombres bajo el influjo del Espíritu. Las lecturas que hoy día se
nos proponen en el primer Domingo de Cuaresma, están articuladas precisamente
por una línea teológica muy clara y contundente: Es el Señor quien salva, por
ello hay que adorarlo, invocarlo y permanecer fieles a él en el momento de la
prueba.
Profundicemos en el mensaje que los textos proclamados nos ofrecen: en
el texto del Deuteronomio, Moisés
invita al pueblo a recordar el itinerario espiritual que Israel ha vivido,
desde sus orígenes en Abraham (“un arameo errante”) hasta su entrada como
pueblo libre en la tierra que mana leche y miel, sin olvidar que ha sido la
misericordiosa y potente acción de Dios quien los ha liberado de la esclavitud
en Egipto. Y como consecuencia lógica, el corazón del pueblo reconoce que todo
pertenece a Dios, que todo es don benéfico, y por ello se rinde en adoración a
él. Nada escapa a su acción providente, él es la fuente de todo bien. Ya se nos
ha dicho en algún domingo anterior que “maldito es el hombre que confía en el
hombre” y “bendito el hombre que pone su confianza en el Señor”.
Ahora, el salmista afirma que
la protección, liberación y salvación del hombre se reservan para aquellos que
le invocan. Y el apóstol Pablo en su Carta
a los Romanos asegura que la salvación está cerca, al alcance de la mano,
que basta con declarar con la boca y creer en el corazón que Jesús es el Señor.
Los únicos que no son defraudados esperando lo imposible (a saber la
salvación), son los que creen en Jesús y lo confiesan como a su Dios.
Y en el Evangelio de Lucas, se nos muestra al tipo del hombre, Jesús,
permaneciendo fiel ante las tentaciones que el poder (poseer todos lo reinos),
la magia, o sea el intento de manipular a Dios para provecho personal en
detrimento del esfuerzo humano (convertir las piedras en panes) y finalmente la
grotesca tentación de “probar” a Dios para comprobarle a los demás su
mesianismo (arrojarse desde el alero del templo). Todas ellas tentaciones
demoníacas que tienen como fin apartar a Jesús del único modo de ser Hijo, el
modo de la entrega de la vida.
En resumen, se puede concluir que no hay para donde hacerse cuando de la
salvación se trata: sólo hay un camino que lleva hacia la plenitud definitiva y
ese camino es el que se ha revelado en la persona del Verbo encarnado, Jesús de
Nazaret. Decir esto ya son palabras mayores, porque es mucho mayor el número de
hombres que pueden convenir sin problema que “Dios” es el único camino, después
de todo el concepto de “Dios” es tan variado como seres humanos habitan el
globo terráqueo. Pero hablar del profeta carismático Jehoshúa Bar Josef como la encarnación de Dios, pone los pelos
de punta a cualquiera, porque esto
significa que se está afirmando que en ese hombre y solo en ese hombre se puede
descubrir el rostro de Dios, que él es la historización y materialización del
innombrable, que los hombres y mujeres que le vieron, oyeron y tocaron, estaban
en realidad viendo, oyendo y tocando al hacedor de universos. Más aún, que en
ese hombre y sólo en ese hombre se revela el significado de lo humano, o como
dice bellamente René Latourelle “Jesús es la exégesis del hombre y sus
problemas”.
Sin embargo, con estas afirmaciones no todo problema queda zanjado, de
modo que ya no habría más que decir y todo diálogo tendría como objetivo
convencer a los demás de la verdad cristiana, lo cual por cierto no sería de
ningún modo un diálogo, sino un monólogo irrespetuoso, ya que de entrada se
estaría descalificando la creencia del otro. Para que un diálogo sea eso
precisamente, un diálogo, es necesario que ambas partes conozcan su identidad,
ya que no se trata de claudicar ante la propuesta del otro, sino de mostrar con
nitidez “la razón de nuestra esperanza”, enriquecernos con las aportaciones del
otro y dejar que el Espíritu una lo diferente.
No obstante, aún hay que decir una palabra sobre la especificidad
cristiana: si bien es cierto (y hay que afirmarlo contundentemente) que Cristo
es el camino, la verdad y la vida, esto no significa que en Jesús de Nazaret se
agote el misterio ontológico y la economía del Verbo. Ya el Magisterio
Conciliar ha hablado de las “semillas del Verbo”, es decir que ya el Cristo se
manifestó aunque incipientemente en la historia de los hombres para llamarlos a
la luz esplendorosa del Padre.
El Cristo ha ido revelándose paulatinamente, hablando mediante los profetas
de Dios y en las tradiciones culturales y religiosas de la humanidad. Y no
pretendo afirmar que todas las “verdades” puedan equipararse cayendo en un
relativismo a todas luces traidor a las afirmaciones bíblicas y a la tradición
bi-milenaria del pueblo de Dios, lo que me atrevo a afirmar es que en todas
ellas puede vislumbrarse el rostro del Cristo cósmico aunque en el rabino de
Galilea haya adquirido su máxima densidad histórica. Y siguiendo la misma
lógica, el resucitado no tiene porque limitarse ni a la acción de la comunidad
Católica ni a ninguna otra comunidad cristiana, su campo de acción es la
humanidad entera, su Espíritu sopla donde quiere. Esto no repugna con la fe de la Iglesia , queda
salvaguardado el depósitum fidei con
respecto a la unicidad salvífica de Cristo y se abre la posibilidad de la
acción salvadora en otras manifestaciones religiosas.
Ahora bien, me parece también que el diálogo interreligioso no se debe
dar solamente a nivel de las ideas doctrinales, debe realizarse sobre todo al
nivel de la praxis, de la fe que obra por amor, y en esta dimensión si que se
encuentran implicados todos y cada uno de los miembros del pueblo de Dios. La
comunidad alternativa que Jesús soñó y sigue esperando es la única posibilidad
que tiene el mundo para encontrarse cara a cara con el Dios capaz de
transformar el corazón humano y elevarlo a las alturas inconmensurables de la
vida divina.
No olvidemos nunca que la sangre derramada por los mártires, testigos
fieles de la Palabra
y de Jesucristo nuestro Señor, fue capaz de convertir miles de corazones y es
el cimiento de la Iglesia. Evidentemente
que no todos los cristianos están llamados a derramar literalmente su sangre en
testimonio de Cristo, pero el significado teológico y espiritual que la
expresión “derramar la sangre” implica, abarca toda forma de entregar la vida
por los otros, sobre todo por los enemigos. Poner en práctica el amor evangélico
es siempre entrega que va más allá de la reciprocidad y la recompensa, que hace
estallar las fronteras que impone un simple intercambio de dones para abrirse a
la locura vertiginosa de la entrega sin límites desde la fuerza de Dios.
Solo así, dando razón de nuestra esperanza, tanto desde una inteligencia
más profunda de la Palabra
revelada a nivel racional y desde la vivencia radical del amor que convierte al
enemigo en prójimo, es posible realizar el anhelo del corazón de Cristo: Todos
unidos bajo un mismo pastor y un mismo Espíritu, reconociendo la
desquiciantemente bella revelación de Dios en Cristo como único y eficiente
camino de salvación.
Gracia y paz.
lunes, 4 de febrero de 2013
AUDIO/REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 10 DE FEBRERO DE 2013 (5° ORDINARIO CICLO C)
Hola, les invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del domingo venidero, se trata del tema de la vocación cristiana a convertirse en pescadores de hombres.
VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-domingo-10-de-audios-mp3_rf_1763474_1.html
VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-domingo-10-de-audios-mp3_rf_1763474_1.html
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 10 DE FEBRERO DE 2013 (5° ORDINARIO CICLO C)
- LECTURAS
Is 6,1-2.3-8
<< El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono
alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie
junto a él. Y se gritaban uno a otro diciendo: -¡Santo, santo, santo, el Señor
de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria! Y temblaban las jambas de
las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: -¡Ay
de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un
pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los
Ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que
había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: -Mira:
esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces
escuché la voz del Señor, que decía: -¿A quién enviaré? ¿Quién irá por mí? Contesté:
-Aquí estoy, envíame. >>
Sal 137
<< Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré
para ti, me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre por tu
misericordia y tu lealtad. Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor
en mi alma. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el
oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es
grande. Extiendes tu brazo y tu derecha me salva. El Señor completará sus
favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus
manos. >>
1 Cor 15,1-11
<< Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros
aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que
conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado
nuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo
había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se
apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven
todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos
los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque
yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he
perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su
gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos.
Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos
como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. >>
Lc 5,1-11
<< En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la
Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas
que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban
lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la
apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando
acabó de hablar, dijo a Simón: -Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó: -Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido
nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una
redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios
de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y
llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se
arrojó a los pies de Jesús, diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un
pecador.
Y es que el asombro se había
apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que
habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -No temas: desde ahora serás
pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo
siguieron. >>
- REFLEXIÓN
DE LABIOS IMPUROS A PESCADORES DE HOMBRES
JORGE ARÉVALO NÁJERA
A lo largo y ancho de la
Escritura , se testimonia que una dimensión intrínseca a la
experiencia de lo numinoso, de aquella realidad que está más allá de lo que el
hombre puede concebir, definir y encuadrar dentro de sus categorías
interpretativas, es precisamente el sobrecogimiento y el temor que reconocen lo
absolutamente trascendente, o en palabras de Rudolf Otto en su extraordinario
libro <<Lo Santo>> “el Tremendum
de Dios”. No se trata desde luego de tenerle “miedo” a Dios ya que inclusive sus
enviados instan a los destinatarios del mensaje a excluir el miedo de sus
corazones y el mismo Jesús en varias ocasiones conmina a desterrar el miedo que
paraliza e incapacita para vivir la vida nueva del Espíritu.
Más bien se trata de una postración y obediencia que brota del
reconocimiento de la majestad, omnipotencia y benevolencia absolutas de Dios.
En este sentido, el “temor de Dios” es una experiencia del todo positiva y
necesaria que impulsa el corazón del hombre a la vivencia radical de la Palabra. Con razón el autor del
Eclesiastés afirma: El fin de todo
discurso oído es éste; Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el
todo del hombre (Ec 12,13). Esto no parece ser una experiencia vivida por
los cristianos en su mayoría, a los cuales se les predica un Dios bonachón, que
todo lo perdona fácilmente, ya sea mediante el sacramento de la reconciliación
(en el caso de los católicos) o mediante la confesión verbal de una supuesta fe
y arrepentimiento intimista (en el caso de la tradición reformada). Como quiera
que sea, ambos caminos se han convertido en escapes facilones de un auténtico
compromiso para muchísimos creyentes.
Un concepto bíblico que surge espontáneamente de la experiencia numinosa
del pueblo israelita es el de la justicia
de Dios. Claro que no debe entenderse ésta al estilo de la jurisprudencia
romana, en la que justicia significa darle a cada quien lo que merece según se
adecue o no a un cierto código ético y moral. La justicia en Dios significa
darle a cada cual según lo que necesite para alcanzar su pleno desarrollo humano,
por ello, la gloria de Dios consiste en que el hombre se salve. En este
sentido, podríamos decir que cuando se logra la justicia de Dios, se manifiesta
su gloria. Sin embargo, si bien de parte de Dios todo está dado (justicia) y no
hay defecto alguno, de parte de los hombres (gloria) está en ejercicio su
libertad, libertad que pone siempre en riesgo la salvación, puesto que el
hombre puede asentir o rechazar la propuesta justiciera de Dios.
Para aceptar el llamado siempre salvífico de Dios, es necesario el
sentimiento numinoso que experimenta Isaías
en el relato vocacional que se nos narra en la primera lectura. La visión del
profeta es nada menos que la del Señor (Yahvé) sentado sobre un trono muy alto
y magnífico. Y aquí conviene rescatar la imagen de Dios sentado sobre el trono.
Sentarse en la imaginería bíblica significa en primer lugar poseer el dominio
absoluto sobre una realidad y en segundo lugar significa el juicio del Rey
cuando el sentarse va aunado al trono. Por
lo tanto, lo que se le revela al profeta es a Dios como Rey que va
establecer su juicio. Dios juzga mediante su Palabra, pero una Palabra que
llega a los demás no directamente sino mediante su profeta.
Por otro lado, Dios se presenta como el tres veces santo, es decir el
absoluto, el inefable, el intraducible, el totalmente otro. Desde luego, ante
tal visión la exclamación del profeta evidencia su temor y sensación de total
inadecuación ante El Misterio que se revela “¡Ay de mí!, estoy perdido,
porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de
labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Entonces, Yahvé mismo (pues el serafín que toma el ascua encendida en el relato
es meramente una figura literaria que usa el escritor bíblico para desplazar la
comunicación directa de Dios hacia un intermediario celeste, pues en el
pensamiento semita, a causa de la trascendencia de Dios, éste no puede hablar
directamente al hombre, debido a la abismal distancia ontológica entre ambos y
por ello se usa la figura angélica como intermediaria) coloca un ascua
encendida en los labios del profeta. La visión del Dios que es Palabra
trascendente se corresponde con el reconocimiento de la incapacidad de
pronunciar una palabra con sentido y relevancia, no solo por parte del singular
individuo, sino de la comunidad toda y por otra parte de la investidura
profética concedida por Dios.
Aquí se nos apunta una actitud espiritual básica en la vida cristiana: reconocer
nuestra radical inadecuación para transmitir un mensaje que transforme, que
salve, que lleve al hombre a dilucidar las profundas interrogantes que
inquietan su corazón. Por lo tanto, reconocer que esta palabra solo puede venir
de otro, del gran Otro y estar dispuesto a recibirla. Es precisamente esto lo
que hace Isaías, y solo entonces el serafín vuela hacia él y coloca la brasa
ardiente en su boca. El simbolismo del fuego es lo que conviene rescatar en
esta imagen; el fuego en muchos textos bíblicos significa la capacitación que
Dios da al hombre cuando éste es llamado para ejercer una función determinada,
así Moisés presencia el misterio de la zarza que arde sin consumirse cuando
Dios le llama para sacar a su pueblo de Egipto y sobre los apóstoles se
derraman lenguas de fuego en Pentecostés antes de ser enviados a testimoniar el
Evangelio. Si bien somos radical insuficiencia para vivir desde nuestras solas
fuerzas la desquiciante realidad del Evangelio, la fuerza no está en nosotros,
viene de lo alto, del Dios que todo lo puede y al que le ha placido darnos su
Espíritu para enviarnos.
Ahora bien, ¿por qué es la boca o los labios de Isaías lo que toca Dios
en este relato vocacional? La boca (o los labios o la lengua) es el órgano
mediante el cual se emite la palabra. Y la palabra no es para ellos simplemente
la articulación de una serie de sonidos con un significado audible, la palabra
es ante todo dinámica, reveladora, impactadora y por lo tanto transformadora
del mundo. La palabra es concreción histórica del ser del hombre, la palabra no
es algo ajeno o exterior a él, es él mismo revelándose. Por ello no puede haber
una escisión entre la palabra y el hombre, “la boca habla de la abundancia del
corazón” reza una sentencia bíblica y “no puede de la misma fuente brotar agua
dulce y agua amarga” apunta el autor de la Epístola de Santiago toda vez que está
estableciendo una comparación entre la “lengua” de la que brota la palabra y
una fuente de la que brota agua.
Si de lo que se trata en el texto de Isaías es de la dinámica revelación de Dios-capacitación-envío,
entonces resulta que Dios capacita mediante su Espíritu (fuego) “purificando”
los labios del hombre para que puedan emitir una palabra plena de sentido
salvífico. En el fondo, la misión del profeta (que es figura del pueblo de
Dios, todo él profético) se reduce a hablar, a comunicar una palabra que viene
de Dios. Desde luego que no puede tratarse de la simple repetición de unas
palabras aprendidas de memoria (como hacen muchísimos predicadores cristianos,
que se limitan a recitar a diestra y siniestra textos bíblicos y con una
habilidad pasmosa los relacionan artificiosamente para hacer decir a los textos
lo que ellos quieren, sin tomar en cuenta la intención teológica y espiritual
del autor bíblico), es mucho más que eso, por ello se necesita la cualificación
del Espíritu. Es un testimonio de vida, es una transformación interior
(ontológica) que se expresa mediante una palabra que por ello ya no es solo de
Dios sino también suya, es una palabra humana pero también divina. Es una
Palabra divina que se vehicula en categorías humanas, es una Palabra encarnada.
Desde esta perspectiva se adivina el sueño del Maestro, un discípulo cuyo sí
sea sí y su no sea no y por ello sea digno de credibilidad.
Es muy importante señalar que la visión de Isaías no se da en un
arrobamiento místico que le desvincule de la realidad histórica, más bien se da
en un momento que forma parte de la vida religiosa de todo israelita, pues
aunque parece ser que es la primera vez que Isaías entra en el Templo, de
cualquier modo es una experiencia alcanzable para cualquier judío. La
revelación de Dios no suprime la cotidianidad de la vida sino que se inscribe
en ella, convirtiendo lo profano en sagrado. Pero hay que imaginar al joven
Isaías entrando por vez primera en el lugar santo por excelencia, el lugar en
el que habita La Presencia
y la gloria de Yahvé. Un lugar que conoce por la frecuencia con que sus padres
y maestros le han hablado de el, describiéndole con lujo de detalles cada
rincón, cada ornamento, cada olor y color. Sin embargo nada se compara con el
esplendor de lo que contempla aquel jovenzuelo que sabe ver lo santo en lo
cotidiano y que por eso se siente conmocionado hasta lo más hondo y se sabe
radicalmente pequeño, casi al borde de la muerte ante la manifestación del
Señor de los ejércitos que se revela a él, insignificante e incapaz “¡Ay
de mí! Estoy perdido…porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los
ejércitos” Sin embargo, sabe descubrir lo extraordinario en lo
ordinario, lo santo en lo cotidiano (para muchos judíos del tiempo de Jesús
como para muchos católicos de hoy, la experiencia del culto se ha convertido en
algo cotidiano, costumbrista, al que se asiste porque así lo exige la Iglesia o la tradición
familiar etc.) Me pregunto si quizás lo cotidiano debiera ser tener visiones
como la del profeta cuando entramos a la celebración eucarística ¿no es verdad
que una manifestación mayor que la que recibió Isaías en el templo judío
acontece cada vez que se transforman las especies eucarísticas en el cuerpo y sangre
de Cristo?
Pero ya me he extendido demasiado con el príncipe de los profetas y en
aras de no cansarlos demasiado con mi reflexión, debo concluir. ¿Y que palabra
es esa que la Iglesia
es enviada a proclamar? El apóstol Pablo es tajante al respecto en su
exhortación a los Corintios:
¡Es la palabra del Evangelio! Es el anuncio de la muerte de Cristo (causada por
nuestros pecados y originada en el amor del Padre por nosotros) y su
resurrección, así como las revelaciones que hace Cristo a aquellos que fundarán
la Iglesia. Hay
muchísima tela de donde cortar en este extraordinario texto de Pablo, pero debo
conformarme con citar a vuelo de pájaro algunas intuiciones: 1) La predicación
y la recepción del Evangelio (única palabra trascendente y por ello necesaria
de ser escuchada) se dan en un contexto comunitario, porque si bien la
salvación es para todos los hombres, es la comunidad eclesial la destinataria
primera pues es ella quien tiene la misión de ser sacramento universal de
salvación. 2) La transmisión apostólica del Evangelio es el garante de su
autenticidad y unicidad. 3) La esencia del mensaje es siempre la misma e
incluye tanto muerte como resurrección de Cristo.
Anunciar la resurrección no hace problema, finalmente es referencia al
triunfo, a la gloria, a la victoria final y si eso es lo que nos espera pues es
fácil y hasta agradable el anuncio. Pero anunciar la muerte del Mesías es
harina de otro costal, sobre todo si resulta que su suerte es también la del
discípulo.
En el Evangelio de Lucas,
se nos dice que la barca (símbolo de la Iglesia ) debe ser llevada mar adentro y desde
allí echar las redes (símbolo de la
Palabra proclamada que es capaz de rescatar a los hombres de
las ideologías malignas -el mar- que le tienen sojuzgado.) La Palabra tiene la eficacia
misma de Dios, ella es la única capaz de lograr lo imposible y por ello el
discípulo debe confiarse a ella de modo absoluto, aunque la realidad visible e
inmediata grite a voz en cuello que es imposible, que nada se puede ya hacer,
que todos los recursos han sido agotados y todo esfuerzo adicional es una
pérdida de tiempo, para el auténtico discípulo la última palabra no la tiene el
mundo sino Dios “Confiado en tu palabra, echaré las redes”. Una vez que la
fe-confianza abre la puerta, la
Palabra adquiere toda su eficacia “Así lo hizo y cogieron tal
cantidad de pescados, que las redes se rompían”, una eficacia
sobreabundante que abarca también “las otras barcas”, la de todos aquellos
hombres que se quieran adherir al torrente salvífico del Evangelio “Entonces
hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que
vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi
se hundían”
Y vienen las solemnes palabras del Maestro, que si bien son dirigidas a
Simón, en él se dirigen también a todos los discípulos: “No temas, desde ahora serás
pescador de hombres”. Tal es la más alta vocación del hombre, rescatar
a otros mediante la fuerza de una vida enraizada en el Evangelio, una vida en
comunidad que testimonie la real posibilidad de una existencia plena en
libertad.
Gracia y paz.
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