sábado, 30 de marzo de 2013

AUDIOS VIGILIA PASCUAL Y 1er DOMINGO DE PASCUA 2013.

Les invito a escuchar los audios de mis reflexiones sobre la Solemne Vigilia Pascua y el 1er Domingo de Pascua 2013.

VÍNCULO VIGILIA PASCUAL:http://www.ivoox.com/reflexion-solemne-vigilia-pascual-2013-audios-mp3_rf_1908299_1.html

VÍNCULO DOMINGO DE PASCUA: http://www.ivoox.com/reflexion-1er-domingo-de-pascua-2013-audios-mp3_rf_1908309_1.html

Un abrazo.

1er DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR


REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 31 DE MARZO DE 2013

  1. LECTURAS

Hch 10,34.37-43: << En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: "Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados." >>

Sal 117: <<Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. >>

Col 3,1-4: << Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. >>

Jn 20,1-9: << El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. >>

  1. REFLEXIÓN

EL TRIUNFO DEL CRUCIFICADO
Jorge Arévalo Nájera

Después de un largo y fatigoso recorrido espiritual a través de la cuaresma, y la celebración de la muerte del Señor, finalmente desembocamos en la fiesta cristiana por excelencia: La Pascua del Señor. ¿Qué decir sobre un acontecimiento que por definición escapa a todo intento por aprehenderlo dentro de las coordenadas interpretativas del hombre? Y es que la resurrección de Jesús no es estrictamente hablando un acontecimiento histórico, abarca dicha dimensión pero la supera porque hinca sus raíces en la meta-historia. Con esto quiero decir que la resurrección del Cristo no puede parangonarse con ninguna experiencia humana, es absolutamente novedosa y por ello, en esencia es indefinible.

Sin embargo, esto no significa que nada podamos decir de ella, pues si bien en cuanto acontecimiento objetivo sucedido en la persona de Jesús queda fuera de nuestro horizonte hermenéutico, posee una dimensión inherente a ella que ha dejado y sigue dejando huella en la historia y debido a esto es posible en sus efectos hacer experiencia de ella. Es decir, la Pascua de Jesús tiene un aspecto cristológico y un aspecto cósmico-discipular. Es muy interesante notar que los textos neotestamentarios referentes a la resurrección hacen hincapié en el segundo aspecto y no pretenden hacer elucubraciones fantasiosas acerca del como sucedió a Jesús la resurrección, y si que mediante maravillosos relatos catequéticos y teológicos nos ilustran sobre los efectos y consecuencias que para la vida discipular tiene la Pascua de Jesús.

La primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, hace una presentación sintética de la economía salvífica de Dios en Cristo: del bautismo de Jesús hasta el testimonio apostólico para beneficio de los que crean en él. Es decir de la relación indefectible entre el acontecimiento pascual y el testimonio de los testigos cualificados por Cristo, testimonio que se basa en una experiencia reservada para esos testigos: “…pero Dios le resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que él, de antemano había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos” El contenido del anuncio está ligado irrenunciablemente a los testigos, éstos no son unos meros instrumentos prescindibles en el plan de Dios que se revela en Cristo, podríamos decir que la fe de los que se salvarán es suscitada necesariamente por éstos testigos. Por ello, la fe de la Iglesia está sustentada por Dios desde luego, pero mediante el testimonio de aquellos que él eligió.

Esto tiene consecuencias inmediatas en la espiritualidad del cristiano: en nuestro tiempo vivimos una seria crisis de credibilidad como Iglesia institucional. Los hombres de hoy se sienten fuertemente atraídos por la figura de Jesús, pero en la misma medida sienten repulsa por todo lo que suena a institución eclesiástica, y esto no solo pasa en aquellos que no pertenecen nominalmente a la Iglesia Católica, sino inclusive en aquellos que se confiesan pertenecientes a esta institución cristiana.

Lógicamente que esta situación resulta en una desvinculación entre pastores y ovejas, desvinculación que se da no solo a nivel doctrinal sino también en el plano de relación interpersonal. Para la mayoría de los feligreses, sus pastores son unos auténticos desconocidos y lo mismo sucede a los pastores, para los cuales su grey carece de rostros y nombres concretos y no es más que una masa informe. Ciertamente que de ambas partes hay culpa en esta situación, además de factores no imputables a ninguno (como la cantidad de cristianos y los tan pocos pastores), pero el caso es que se esta viviendo una especie de “cristianismo virtual” porque es imposible según la Escritura, la relación con Cristo (al menos al interior de la Iglesia) sin la correlación entre pastores y ovejas.

Todos y cada uno de los que nos decimos católicos, debemos procurar resolver de la mejor manera posible aquello de lo que somos responsables y buscar una más íntima relación con los transmisores cualificados del anuncio liberador de la Pascua de Jesús. No quiero decir desde luego que la fe pascual no pueda y deba ser transmitida por todo el pueblo de Dios, sino que su anuncio debe basarse en la tradición apostólica que nos pone en contacto con Jesús: “Revelación que Dios confió a Jesucristo para que mostrase a sus siervos lo que va a suceder pronto. Él envió a su ángel para transmitírsela a su siervo Juan, quien atestigua que cuanto vio es Palabra de Dios y testimonio de Jesucristo.” (Ap 1,1-2)

Ahora bien, los testigos anuncian una realidad objetiva, es decir como algo que les “viene de fuera”, que no es una ficción de su mente ni una proyección psicológica que se contagia masivamente. Es algo que no brota de ellos sino que de algún modo se les “impone” aunque no violentando su libertad pero sí por la fuerza intrínseca del acontecimiento. Esto no nos obliga a aceptar como dogma de fe las imágenes que los textos nos sugieren como transmisores de una verdad que por sí misma trasciende la grosera materialidad de la revivificación de un cadáver: “…hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos” estas imágenes y otras parecidas, están al servicio de la objetividad del acontecimiento, más no de la materialidad del mismo.

Es de sobra conocido el simbolismo del “comer y beber” en la teología neotestamentaria (acto de apropiación y asimilación de una realidad, en este caso se trataría de la configuración existencial con el resucitado) por lo que debemos inclinarnos por una interpretación simbólico-parenética del texto y no la mera transmisión anecdótica de algo que hicieron los discípulos con Jesús. Cristo no vive solamente porque la Iglesia lo predica, lo conmemora y se adhiere a sus enseñanzas, Cristo vive porque el Padre le ha rescatado de las garras de la muerte y le ha constituido como juez de vivos y muertos, él es primicia de lo que espera a la creación entera, él es “el primogénito de entre los muertos” (Ap 1,5) y la objetividad del acontecimiento pascual es precisamente la causa de la esperanza cristiana, pues si Cristo no resucitó, vana es nuestra esperanza y venimos resultando los más tontos de este mundo viviendo en la persecución de una utopía irrealizable.

Precisamente por ello, porque Jesús está vivo (aunque de un modo absolutamente nuevo y solo perceptible desde la fe y en el testimonio de la comunidad) el cristianismo es ante todo una forma de vida que brota de la relación personal con Jesús resucitado, la espiritualidad cristiana no consiste en la memorización de una serie de enunciados doctrinales o de un cierto código ético y moral, o de cumplir un cierto número de reglas religiosas, eso se llama religión y Cristo no fundó una religión sino que inauguró un nuevo tipo de hombre, una humanidad nueva que es pneumatófora (portadora del Espíritu y portada por el mismo) y cuya única Ley es el amor que se expresa en la cruz y de la cual brota la Pascua. Precisamente por ello, el cristiano cumple todas aquellas leyes (humanas y divinas) que se corresponden con la ley suprema y lucha denodadamente en contra de todas aquellas leyes humanas que claramente se contraponen al Evangelio. La espiritualidad cristiana es pues interrelación personal y sólo en un segundo momento, tematización doctrinal.

Las preguntas que brotan espontáneamente son las siguientes: ¿En que sentido Cristo es persona? ¿Cómo puedo relacionarme con él? Hablamos de Cristo como persona en tanto ser capaz de relación, de comunicación y escucha, esto es la esencia de todo ser personal. Ahora bien, desde luego que dado que la vida del resucitado es absolutamente trascendente e inmaterial, se excluyen los métodos relacionales y cognoscitivos con los que normalmente el hombre interactúa con los demás seres de su entorno y es necesario abordar la relación con Cristo desde categorías indirectas. Me explico, solo tenemos acceso a Cristo mediante el hermano, el pobre y necesitado, el que sufre y es excluido de la sociedad, el encarcelado, el desnudo, el huérfano y la viuda. En la medida en que asisto a mi hermano en desgracia establezco una relación con Jesús. Cuando solicito ser perdonado por el que tiene algo contra mí, abro la puerta de comunicación con Dios y hago mi ofrenda aceptable a sus ojos.

Cuando actualizo la cruz de Cristo en mi vida perdonando setenta veces siete, renunciando a ejercer la fuerza con tal de lograr imponer mi voluntad, cuando abrazo la diferencia del otro con todo lo doloroso que pueda ser, cuando abrazo fuerte a los que amo solo para después dejarlos en libertad, cuando relativizo todo y abrazo al único absoluto y como dice la Carta a los Colosenses “Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo. Sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios.”, entonces y solo entonces estoy relacionándome con el resucitado. La resurrección es para el hombre una vida nueva que se manifestará gloriosamente cuando lo haga Cristo en la consumación de la historia, pero que ya aquí en la historia se prueba fragmentaria pero realmente, se saborea el albor de la eternidad porque la piedra del sepulcro ha sido ya removida y la potencia del triunfo de la cruz ha salido para llevar al mundo a su plenitud.

Gracia y paz.

SOLEMNE VIGILIA PASCUAL


REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL SÁBADO 30 DE MARZO DE 2013

1.     LECTURAS
*Debido a la cantidad y extensión de las lecturas que se proclaman en esta Solemnidad, remito al lector al misal mensual o anual o inclusive a los textos mismos en la Biblia.
2. REFLEXIÓN
De la vieja creación al sepulcro vacío
Jorge Arévalo Nájera
La noche lóbrega ha pasado, el Getsemaní y el Gólgota son mudos testigos del horror y la ignominia infligidos al Justo cuyo crimen fue pasar por el mundo haciendo el bien, sanando las heridas, reconciliando al hombre con Dios y consigo mismo. La sociedad violenta y excluyente lo convirtió en “chivo expiatorio” sobre el cual descargar sus propias culpas.
Es ya la mañana del domingo, todos –incluso sus más cercanos discípulos- creen que el Hijo del Hombre reposa en su fracaso, envuelto en su traje mortuorio en una tumba. Las mujeres –símbolo de la Iglesia- acuden presurosas para embalsamar con aromas y ungüentos a aquel que aman…pero, ¿qué es lo que encuentran?
Vayamos por partes, porque para comprender en toda su hondura el extraordinario texto del evangelio de Lucas, con el que culmina la proclamación de la Palabra de esta festividad, es necesario echar al menos una mirada a todos los textos que le preceden y que preparan el corazón y el entendimiento de la asamblea para la plena revelación de Cristo que se dice a sí mismo en su Evangelio.
El criterio hermenéutico que utilizaremos para esta reflexión es el de una lectura cristológica de los pasajes del Antiguo Testamento, en los que buscaremos los elementos prefigurativos que anuncian a Cristo, para después mirar la forma en que se cumplen plenamente en el Nuevo Testamento.
En la primera lectura, del libro del Génesis (1,1-2,2), la creación aparece como una obra portentosa de Dios cuya culminación es el hombre. Todo es pensado y dicho por el Señor en vistas a proveer al hombre de un espacio vital para que ejerza su señorío. Cuando Dios contempla su creación, después de crear al hombre, exulta de alegría y exclama ¡Todo es muy bueno!, es decir, todo corresponde exactamente a su identidad, todo es tal y como Dios lo ha querido. Al hombre se le otorga la capacidad y la encomienda –don y tarea- de ser fecundo y dominar la tierra. La primera creación es pues un proyecto y no una labor terminada. Queda abierta la posibilidad y un horizonte de realización es presentado al hombre. Cristo es el telos, la finalidad de la creación, el punto omega hacia el cual se dirige y el hombre es el encargado en la historia de encaminar por buen rumbo al cosmos mismo sumergiéndolo con su testimonio en el torrente de vida divina.
En la segunda lectura, también del libro del Génesis (22,1-18), aparece la prueba terrible de Abraham al cual Dios le pide el sacrificio de su hijo amado Isaac. Si vamos más allá de una lectura superficial del texto, podemos descubrir que el problema de fondo es la idolatría; Abraham ha entronizado en su corazón al hijo de la promesa y éste ha desplazado a Dios. Ese es el gran drama del hombre de todos los tiempos, presta atención a la voz tentadora de las creaturas, que le han sido dadas para que las someta y él pervierte el orden divino y las convierte en amas esclavizantes, en señores y dueños de su vida. Dios previene en esta noche santa de la Pascua/liberación a todos los discípulos sobre la gran amenaza que se cierne sobre ellos y al mismo tiempo les hace vislumbrar el horizonte de resolución para ese peligro… ¡mata al ídolo en tu corazón, aprende a vivir en libertad y Dios te devolverá de un modo nuevo lo que amas!¡En Cristo todo es recapitulado, asumido y recuperado porque él mismo ha crucificado la idolatría en su cuerpo colgado del madero!
En la tercera lectura, del libro del Éxodo (Ex 14, 15-15,1), mediante una narración de género épico, se nos presenta el glorioso pasaje del paso del pueblo israelita a través del mar y la victoria de Yahvé sobre el ejército egipcio. Dos elementos importantes a tomar en cuenta: la libertad a la que nos llama Dios (liberación de Egipto) es una tarea permanente, siempre habrá un “mar” (símbolo de las fuerzas opositoras al proyecto liberador de Dios) por delante, un muro que parece infranqueable y Dios nos invita a la confianza total y absoluta <<Diles a los israelitas que se pongan en marcha>>. Imagine el lector la escena; detrás está el ejército más poderoso del mundo con toda su fuerza y delante está el mar imponente esperando abrir sus fauces para devorar al pueblo. Para el pueblo no hay opción, debe caminar hacia adelante confiado solamente en el Dios que le invita a la libertad. Detrás solamente hay esclavitud y opresión, fracaso existencial.
Este pasaje se repite una y otra vez en la vida del discípulo de Cristo, los “egiptos” multiformes de la actualidad amenazan con toda su potencia esclavizante y el “mar” siempre está delante con todo su aparato ideológico que nos hace pensar que la muerte es una muralla infranqueable y que la tierra de la promesa es una utopía inalcanzable. Pero recordemos que la Pascua de Cristo es nuestra pascua y que es la prueba irrefutable de que para Dios nada es imposible.
La cuarta lectura (Is 54,5-14) se abre con la solemne afirmación de que el Dios creador es el mismo que quiere hacer una alianza de amor irrompible a pesar del fracaso del pueblo de cara al proyecto liberador del Padre. Tal fracaso no se reduce al que se constata históricamente en el pueblo de Israel sino que adquiere tintes prototípicos y alcanza la experiencia de todos los hombres. Pero la misericordia del tiempo presente (el de la historia) aplaza para el ésjaton el juicio final y Dios vuelve una y otra vez a proponerse como alianza permanente de amor y fidelidad, él quiere desposarse con el hombre, hacerlo suyo en el tálamo nupcial y sembrar en él la semilla de la vida y desterrar para siempre el miedo a la muerte. ¿Qué otra cosa es la Pascua de Cristo sino la constatación solemne de que el último y más temible enemigo –la muerte- ha sido ya derrotado?
En la quinta lectura es otra vez Isaías (55,1-11) el que nos habla en nombre de Dios; la escucha de la Palabra es la actitud que permite al hombre satisfacer sus más hondas necesidades (simbolizadas en el texto por el hambre y la sed). No busques en otras realidades lo que solamente se encuentra en Dios, no gastes tu energía y tus dones en lo que no alimenta, no busques con tu esfuerzo lo que se te otorga gratuitamente. La más honda necesidad humana es la libertad y esa sólo está en Dios. El hombre libre del miedo a la muerte es invencible, nada le ata, ninguna amenaza puede condicionar su actuar y su pensar y por ello, puede construir sociedades alternativas justas y humanas. Este es el gran sueño, la utopía polarizadora de todos los sueños y anhelos.
Y el logro de esta utopía es precisamente lo que anuncia Isaías para los tiempos mesiánicos mediante una nueva alianza definitiva y perpetua. Pero si bien, este pacto será absolutamente gratuito, el hombre debe asumir una actitud fundamental para hacer suya dicha alianza: ¡la escucha atenta de la Palabra y el cambio de mentalidad!…<< Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar,…así será la Palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión >> y <<mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos >>. Ya puede intuirse que esta profecía de Isaías anuncia a Cristo mismo, Palabra viviente del Padre que se auto-exilia del seno Trinitario y no ha de volver a él hasta haber consumado la plenitud del género humano.
El profeta Baruc (3,9-15.32-4,4) hace hincapié en la escucha/adhesión atenta a la Palabra que Dios dirige a su pueblo como el único medio para adquirir la sabiduría que lleva a la vida, es decir que solamente mediante la escucha es posible discernir y asumir los caminos que coadyuvan a lograr el desarrollo pleno de la identidad humana. ¡Cuan difícil nos resulta la escucha, acostumbrados a la verborrea superficial para ocultar nuestro profundo terror a lo que el silencio pueda revelarnos! Y sin embargo, Dios es Palabra, comunicación, invitación a la receptividad de su Misterio que se nos dice en Cristo.
Ezequiel (36,16-28) indica la forma concreta en la que Dios ha de llevar a cumplimiento la nueva alianza y asegurarse de que esta vez el hombre no fracase y acabe perdiéndose en la idolatría; ¡infundirá un corazón nuevo en el hombre, un corazón capaz de escuchar y consonar al ritmo del corazón de Dios para que pueda vivir los preceptos que otorgan y conducen por los caminos de libertad! Se prefigura sin duda la donación del Espíritu, la inhabitación trinitaria que transforma el ontos (ser) del hombre caduco y cerrado sobre sí  mismo en un hombre capaz de comunión con Dios desde la libertad.
Se abren entonces las lecturas del Nuevo Testamento que revelan plenamente lo que se prefigura en el Antiguo. Veamos de qué modo:
San Pablo, en su carta a los Romanos (6,3-11), indica con total claridad la acción escatológica y definitiva de Dios en el hombre << ¿No saben ustedes que todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a él en su muerte? >> ¿Qué es incorporar sino hacer que algo forme parte de una realidad que antes no era la suya? En efecto, antes del bautismo era imposible vivir la Palabra de Vida, ser fieles a la alianza de amor simple y sencillamente porque ERA AJENA A NOSOTROS, algo externo que había que asumir penosamente, una carga imposible de llevar. La Buena Noticia de parte de Dios es que ahora esa Ley se hace más íntima al hombre que el mismo ser del hombre, es inherente a él, su ontos meramente creatural ha sido transformado en un ontos divinizado, cristificado en virtud del bautismo, cuyo primer efecto es hacer morir el pecado y la muerte para hacer emerger al hombre nuevo que vive al modo de Cristo, en total entrega al Padre y a los hombres. ¿Qué otra cosa es la resurrección sino el nacimiento a una forma de vida cualificada por el Espíritu de Cristo?
Finalmente, el exquisito texto de Lucas (24,1-12), cierra el banquete de la Palabra en esta Noche Santa. El amor es el motor que sigue moviendo a los discípulos (cuyo símbolo en este texto son las mujeres) a pesar del aparente fracaso de Jesús se encaminan a embalsamar su cuerpo. Es verdad, se encuentran sumergidas en la vieja y diabólica mentalidad de creer que la muerte tiene la última palabra en la historia (van buscando el cadáver de Jesús) y por ello se llenan de estupor ante la presencia de los varones resplandecientes, símbolo de Dios mismo que comunica a las mujeres la Buena Noticia de la Resurrección.
Sin embargo, su miedo no significa huida, pues se postran ante el misterio en actitud de adoración y eso posibilita la recepción fértil del anuncio que se da en un contexto litúrgico; Anamnesis (ellas recuerdan las palabras del Señor, que condensan todo el mensaje de la revelación), entonces, la comprensión se hace posible y se abre el horizonte del kerigma. 
Algunos considerarán como desvaríos tu gozoso anuncio y alguno correrá, a comprobar tus palabras y tal vez únicamente encuentre lienzos y regrese a su casa asombrado. Cada hombre tendrá que recorrer el camino hacia el sepulcro y encontrarse con los mensajeros de todos los tiempos. Cada quien deberá decidir si se postra abriéndose al misterio para recibir la alegre noticia… ¡la tumba está vacía, la muerte no pudo retenerlo a Él y no puede retenerte tampoco a ti!  y así empezar a comprender las Palabras del Señor o se quede en pie, queriendo encontrar en la lógica y la razón aquello que por esencia se recibe por la fe.
Tú camina hacia el sepulcro, busca a Jesús a pesar de todo y te llevarás la sorpresa más grande de tu vida, un regalo que cambiará para siempre el rumbo de tu existencia… ¡Deja que resuene en tu corazón el anuncio del joven vestido de blanco; “No está aquí, ha resucitado”! ¡Deja que esas palabras inunden tu corazón y desalojen cualquier otra palabra del mundo, siente renacer la esperanza y abandona el miedo! ¡Ponte en camino porque la vieja creación ha pasado, abandona el sepulcro y encamina tus pasos a la Galilea de la vida cotidiana porque allí te aguarda el autor de la vida para cumplirte sus promesas!
Feliz Pascua de Resurrección.

martes, 26 de marzo de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 29 DE MARZO DE 2013 VIERNES SANTO


VIERNES SANTO


Jorge Arévalo Nájera

Hoy la Iglesia universal celebra la muerte del Señor, que queda significada en la cruz. Pero la cruz, por la naturaleza misma del que ha muerto en ella, aparece como una realidad que nos presenta dos rostros; por un lado, efectivamente hace referencia a la destrucción, a la ignominia, a la vergüenza, al dolor, a la pérdida, a la oposición radical del hombre al proyecto salvífico del Padre y por ende al pecado humano.

Es como un recordatorio perpetuo de que el hombre ha querido realizarse en la historia según sus propios criterios y ha dado muerte a la Palabra de vida definitiva. Porque la muerte de Jesús, no es una muerte que el Padre haya predeterminado desde la eternidad, no, lo que el Padre quería era la obediencia absoluta del Hijo y hasta tal punto éste obedeció, que aceptó su muerte como consecuencia lógica de su total oposición a las estructuras pecaminosas con que los hombres oprimen a sus hermanos utilizando a Dios como pretexto para lograr sus propios intereses. El Hijo vino a descubrir a los ojos del hombre su pecado y abrir el camino de la salvación, su objetivo era constituir, mediante el cambio de mentalidad y la adhesión de todo el ser del hombre a su persona, un nuevo tipo de ser humano, todos discípulos del único Maestro y por ello, hombres libres y plenos. Pero de tal modo rechazaron su propuesta por ir en contra de sus mezquinos intereses, que acabaron dándole muerte en la forma más denigrante del mundo entonces conocido; la muerte en cruz.

Pero hay otra dimensión en el signo de la cruz. El Padre sabe recomponer siempre la historia de las equivocadas decisiones humanas y la cruz no podría significar la derrota definitiva de Dios en su afán de salvar al hombre, y así como éste introdujo el mal y el pecado en la historia y Dios reinició su proyecto salvífico en los primeros tiempos, así, en la plenitud de los mismos, asume en su proyecto la cruz del Hijo y la convierte en camino salvífico. Todo hombre que quiera seguir el camino de Dios, tendrá que asumir la cruz como único modo de realización en plenitud. La cruz es convertida por el Padre en signo de victoria, ¡su Hijo ha vencido en ella, precisamente en ella al pecado y a la muerte!

Y si Jesús ha asumido la crucifixión en su proyecto de obediencia al Padre por amor a los hombres, entonces la cruz también es signo de amor entregado hasta el extremo. Aunque la cruz solo adquiere su interpretación definitiva por la resurrección del Hijo, dicha resurrección no es propiamente la victoria de Jesús, es el acontecimiento que revela el valor salvífico de la cruz, es el corolario a la victoria ya alcanzada por el Hijo en Getsemaní y el Gólgota, es la manifestación esplendorosa de esa victoria que se derrama sobre los hombres.

Por ello, la cruz de Cristo es siempre signo profético que anuncia el amor de Dios, que revela el auténtico rostro de la divinidad, que expresa con la más dramática plasticidad al Dios que entrega la vida por los hombres para elevarlos a la categoría de hijos por la efusión de su Espíritu, que brota del costado abierto del crucificado.

Pero también denuncia la obstinada y contumaz mentalidad humana que se rehúsa a abandonar sus criterios y valores egoístas, que aunque bien visto tiene, solo le llevan a la destrucción, a él le parecen deliciosos manjares que no está dispuesto a dejar para asumir el proyecto de Dios, proyecto que siempre le exigirá renunciar a sus supuestos privilegios para optar por los pobres y desposeídos del mundo, mentalidad que le llevará a crucificar al Hijo de Dios, no sólo en el Gólgota de hace casi dos mil años, sino en el Gólgota de la vida cotidiana de los hombres del siglo XXI. Pero la resurrección, nos permite vislumbrar la dimensión edificante del signo profético de la cruz, viéndose así iluminado todo sufrimiento humano cuando éste es injertado por el Espíritu y por la fe del sufriente en el sufrimiento de Cristo que salva al mundo.

 ¡Él es el siervo doliente anunciado por Isaías, que soporta nuestro sufrimiento y lleva sobre sí nuestras culpas!, ¡Él soportó el castigo que nos trae la paz! Jesús es quien en absoluta obediencia, aún y sobre todo en la noche obscura de la ausencia de su Padre, da el salto definitivo y se abandona en brazos del que oculta su rostro ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Esperando contra toda esperanza que Él le librará por ser Dios fiel y verdadero.

Es precisamente por su obediencia, que le lleva a la muerte y una muerte en cruz, que el Padre le exalta y su nombre está sobre todo nombre y es nuestro sumo Sacerdote, el único intermediario entre Dios y los hombres.  La muerte de Jesús, es la culminación de su pasión y a la vez, del proceso de abajamiento de Dios, Él no sabe hacer otra cosa que entregarse, que dar la vida misma por sus criaturas. Desde la eternidad, su proyecto creacional es ya proyecto salvífico, con miras a la plenificación del hombre, y a través del hombre, del cosmos mismo, pero esa plenificación se logra por la gracia, por la donación de la misma vida divina, donación que queda constatada para siempre en la cruz del Hijo.

Advertencia hermenéutica; Abordaremos los textos desde una perspectiva que nos permita ir más allá del sentido meramente histórico del acontecimiento allí narrado, y que nos permita descubrir su significado atemporal, que traspasa los límites del tiempo y el espacio, y que por lo mismo pueda iluminar nuestra vida, nuestra problemática del aquí y el ahora. Desde esta perspectiva, me gustaría analizar con ustedes brevísimamente los versículos 23,24 y 34  del capítulo 19 del evangelio de Juan, que arrojan mucha luz sobre el significado salvífico de la muerte de Cristo.

Jn 19, 23.24: << Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. 24 Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura: se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados. >>

Elementos simbólicos del texto:
1.-Los soldados representan a todos los hombres de la tierra, a los llamados paganos, los no judíos.
2.-El manto simboliza tres cosas; la vida entregada por Cristo, que será el vestido del creyente, el Reino de Dios y el Espíritu de Cristo.
3.-La túnica también simboliza al Reino y al Espíritu, pero en su carácter de unicidad, de indivisibilidad.
4.-El número cuatro simboliza la totalidad, la universalidad; de los hombres (los cuatro soldados) y del reino-Espíritu-vida entregada (las cuatro divisiones del manto). 

Mensaje teológico:
--Son cuatro los soldados que han dado muerte a Cristo y que se apropian de su manto, es la universalidad del mundo pagano la que ahora recibe el Reino y el Espíritu que emana de la vida entregada de Jesús (reciben el manto y lo rompen en cuatro partes).

--Pero no rompen la túnica, es decir, aunque la universalidad del don  implica diversidad, pluralidad de comunidades, éstas gozan del único Espíritu, del único Reino, el que viene de lo alto (la túnica no tenía costuras y estaba tejida toda desde arriba).

Es importante hacer hincapié en el simbolismo de la túnica como el Espíritu del Crucificado, que comunica vida entregada hasta el extremo de la cruz, con la cual la comunidad cristiana se ha de vestir (para eso se reparten el manto los soldados). Los ciudadanos del Reino se reconocerán por la actividad de su amor. Todo el mundo reconocerá  a los discípulos como a los herederos de un crucificado, que se distinguen como él por la práctica del servicio al hombre hasta dar la vida.


Jn 19, 34 << sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. >>

Elementos simbólicos del texto

1.-La lanza; representa el odio del mundo.
2.-La sangre; es la vida entregada del Hijo hasta la muerte.
3.-El agua representa al Espíritu.
4.- El costado de Jesús, hace referencia a la creación de la mujer en Gn 2,21s.
      
Mensaje teológico;

--Ante el odio del mundo que sigue rehusándose al amor ofertado por Dios (la lanzada al crucificado ya muerto), Dios responde con mayor amor, amor que produce vida desde la muerte, ya que del costado del nuevo Adam (referencia a la creación) surgirá un nuevo tipo de hombre, nueva creación de Dios, ¡la comunidad de Cristo!, creada por la vida entregada del Hijo en la cruz (la sangre) y por el Espíritu comunicado (el agua).

Conclusión: Dios se entrega por nosotros (¡todos y cada uno de nosotros, los que hoy reflexionamos juntos!), en la persona de su Hijo crucificado y traspasado por el odio del mundo. Del Hijo muerto brota la vida, se recibe el Reino y el único Espíritu que unifica a las comunidades cristianas, que nacemos día a día al pie de la cruz.

Hay que morir como el Hijo para generar vida, hay que morir diariamente a nuestra mentalidad egoísta, centrada solamente en nuestro bienestar (aún si éste se logra a costa de la paz de otros), hay que morir diariamente a nuestras idolatrías, hay que amar entregando la vida para recuperarnos a nosotros mismos como auténticos seres humanos libres y plenos. Los cristianos no tenemos opción si hemos de ser fieles al que confesamos como Señor; no es posible seguir a Jesús sin la negación de uno mismo y sin tomar la cruz, signo eficaz del amor que entrega la vida hasta la muerte misma.  Pero recordemos que no estamos solos, ¡es la vida misma de Dios la que se nos comunica en el Espíritu que brota del costado del crucificado, para que podamos vivir según los designios del Señor!

 Gracia y paz.

Audio reflexión viernes santo 2013

Les comparto el audio de mi reflexión sobre el misterio de la muerte del Señor y sus repercusiones en la vida del discípulo. Sigan el vínculo.

VÍNCULO: http://www.ivoox.com/reflexion-viernes-santo-2013-audios-mp3_rf_1900094_1.html

lunes, 25 de marzo de 2013

AUDIO/REFLEXIÓN JUEVES SANTO 2013.

Les comparto el audio de mi reflexión sobre las lecturas del Jueves Santo.
Sigan el vínculo: http://www.ivoox.com/reflexion-para-jueves-santo-2013-audios-mp3_rf_1898123_1.html

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL JUEVES 28 DE MARZO DE 2013 (JUEVES SANTO)


1. Lecturas
1 Co 11,23-26: << Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:-«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. >>
2. Reflexión

¿Comer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo?
De la vida al Sacramento y del sacramento a la Vida
Jorge Arévalo Nájera
Continuamos reflexionando sobre diversas líneas teológicas y espirituales que nos aportan los textos que serán proclamados a lo largo de las celebraciones de la Semana Santa y que nos permiten profundizar en el camino del discípulo hacia la Pascua, trámite la cruz. Hoy meditaremos sobre el texto de 1 Co 11, 23-26 que nos presenta el memorial de la Eucaristía.
Pablo indica que la tradición sobre el memorial de la institución eucarística existía ya desde los mismos inicios del cristianismo y no cabe duda que proviene del recuerdo de una acción realizada por el Jesús histórico. Esto tiene profundas implicaciones espirituales, pues más allá de una mera anécdota histórica de una última cena de entre las muchas que habrá tenido Jesús con sus discípulos, el texto refleja la consciencia eclesial acerca de su fundamento en la celebración eucarística. En efecto, la Iglesia nace de la Eucaristía de Cristo, se alimenta de ella y camina hacia ella. Digámoslo con todas las letras: sin Eucaristía no hay Iglesia ni cristianismo. No obstante, con esto no se ha dicho todo, porque cabría preguntarse, ¿Qué es la Eucaristía? ¿Es simplemente un rito litúrgico? ¿Qué significa “comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre”? ¿Qué significa hacer memorial del gesto de Jesús?
Tratemos –aunque sólo sea superficialmente- de esbozar algunas posibles respuestas a estas interrogantes: en primer lugar, la Eucaristía no se limita al acto puntual de la celebración católica llamada Misa, y mucho menos al sólo acto de la invocación sacerdotal al Espíritu Santo para que transforme el pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo. La Eucaristía es ante todo la vida misma de Cristo, que es ofrecimiento y acción de gracias al Padre en el poder del Espíritu, y esa vida asume, incorpora, configura la vida del discípulo, de tal modo que su existencia es toda ella crística, y por lo tanto, eucarística.
De modo que la Misa –y de algún modo toda celebración cristiana que convoca a los bautizados para hacer memorial de la entrega de Jesús- es la expresión concreta y sacramental de una vida que ya es eucarística, y al mismo tiempo, esa vida, esa existencia eucarística se alimenta del sacramento. Por eso, afirmo –junto con la Iglesia- que el cristianismo no puede existir sin Eucaristía, pues la vida de Cristo es origen, sostén y medio para llegar al Padre.
En segundo lugar, el texto –en cuanto a su teología- debe ser leído en clave simbólica. No quiero decir que el sacramento sea un mero símbolo, sino que el texto utiliza símbolos que deben ser descifrados para entender su significado. Así, “cuerpo” hace referencia al modo de estar presente en el mundo, a la manifestación sensible de la persona y por lo tanto a su modo de dejar huella, de impactar en la historia, de esta forma, sus opciones transformadas en actos son “cuerpo”, los gestos con los que comunica sus sentimientos son “cuerpo”, sus pensamientos exteriorizados en palabras son “cuerpo”. Hay “cuerpos” de pecado o carnales, es decir modos de expresarse que niegan la gracia, la esperanza, la acción del Espíritu.
Por ejemplo, cuando negamos con palabras el gobierno de Dios en la historia, estamos negando la esperanza pues condenamos al mundo al sinsentido, al azar y al caos, en ese momento somos “cuerpo carnal”, pero si afirmamos la esperanza de que Dios, a pesar de toda evidencia contraria conduce la historia y la lleva a buen puerto, somos “cuerpo redimido o espiritual”. Por otro lado, el acto antropológico de la manducación (comer o masticar) adquiere en la mentalidad bíblica un carácter simbólico y así trasciende el mero acto de engullir alimento para sobrevivir y hace referencia al acto de apropiación de una determinada realidad para hacerla suya, para asimilarla e interiorizarla de tal forma que ya sea parte indisociable del hombre.
Todo esto, para aclarar que cuando Jesús dice “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía… Por eso, cada vez que coméis de este pan…”, está diciendo: ¡Hagan suyo mi vivir, anuncien con palabra y testimonio de vida el reino que ya se ha hecho cercano, abracen a los excluidos e invítenlos a compartir la mesa, denuncien las injusticias sin miedo a los poderosos, confíen plenamente en la providencia de mi Padre, perseveren en la alegría que brota del saberse hijos de Dios y herederos del reino, despójense de todo para hacerse dueños de todo, sean uno conmigo de tal modo que al mismo tiempo yo salve y ustedes sean vehículo de salvación! Así como el pan material es absolutamente indispensable para la vida bilógica, el “cuerpo” de Cristo es absolutamente indispensable para la vida definitiva, pero así como comer el alimento material implica un acto volitivo –hay que tomar el pan y levarlo a la boca-, el comer el pan celestial exige el acto también volitivo de la aceptación existencial de comulgar con Cristo y los hermanos.
Por otro lado, el vino en la mentalidad semita simboliza el amor, así, en las bodas el signo del amor que los esposos se dispensan se expresa mediante la prodigalidad del vino en el banquete de bodas. En la teología bíblica, el vino llegó a simbolizar el amor de Dios en la alianza con su pueblo. En el Nuevo Testamento, el vino de los tiempos mesiánicos se transforma en “sangre” porque el rechazo de los hombres a ese amor divino –manifestado en la persona de Jesús- se concretiza en la crucifixión del Hijo. La sangre pues simboliza el amor derramado, entregado hasta el extremo de asumir el odio del hombre y desde la muerte generar vida y vida en abundancia.
Beber la sangre de Cristo es estar dispuesto a amar de la misma forma que Él, a abrazar el fracaso histórico del amor con toda la carga de dolor y sentimiento de abandono. Es apostar el todo por el todo en un salto hacia el abismo, es amar sin esperar nada a cambio, es abrir los brazos y recibir los clavos que sujetan al madero del desamor con la esperanza de que al final, triunfará el Dios de la vida.
Finalmente, el acto de Jesús, el cual invita a sus discípulos a hacer memorial, no es simplemente un recordatorio simbólico de lo que alguna vez hizo Jesús. En la teología israelita, “recordar” es ante todo el acto de Dios que actualiza sus gestas salvíficas (de manera eminente la Pascua), trayendo sus efectos salvíficos y liberadores al presente de la comunidad de todos los tiempos. Cristo se hace presente en el mundo de manera especialmente densa –aunque no por ello exclusiva- en el Sacramento Eucarístico, pero esta presencia se ha de hacer operante y eficazmente transformadora mediante la comunidad que manduca, bebe y comulga su cuerpo y su sangre.
Gracia y paz.

lunes, 18 de marzo de 2013

Audio/reflexión para el domingo 24 de marzo de 2013_Domingo de Ramos.

Te invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del próximo Domingo de Ramos. Sigue el vínculo:

http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-24-marzo-audios-mp3_rf_1878514_1.html

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 24 DE MARZO DE 2013 (DOMINGO DE RAMOS, CICLO C)


1. Lecturas 
Is 50,4-7: << Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. >>

Sal 21: << Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere." Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel. >>

Flp 2,6-11: << Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. >>

Lc 22,14 ss; 23: << "He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer" >> *Para la lectura completa del evangelio, puede el lector seguir el siguiente vínculo:

¿TRIUNFO SIN CRUZ?

Jorge Arévalo Nájera

En esta ocasión, dada la extensión de la lectura del evangelio de Lucas, remitiré mi reflexión únicamente a la primera lectura, al salmo y a la segunda lectura. Les recomiendo muchísimo el comentario del P. César Corres al citado trozo evangélico.

Antes de abordar los textos correspondientes, me permitiré hacer una brevísima contextualización que nos ubicará mucho mejor en la perspectiva teológica que la Iglesia nos propone en las lecturas de hoy.

A todos nos apetece la clase de recibimiento que tiene Jesús al entrar a Jerusalén, todos quisiéramos ser reconocidos y alabados como embajadores de Dios, y está bien, finalmente los hombres necesitamos constitutivamente el reconocimiento de los otros para formar una psicología sana y funcional en la sociedad. En el capítulo 19 de Lucas, se nos presenta la escena evangélica que da pie al inicio propiamente dicho de la Semana Santa y que da nombre a la celebración de este domingo. Se trata desde luego de la entrada “triunfal” de Jesús en la ciudad santa, donde es aclamado por las multitudes como rey y embajador del Señor, lo cual es incuestionablemente un acierto teológico, pero ¿se corresponde la ortodoxia doctrinal de la proclamación con el significado jesuano de su realeza? O dicho de otro modo, ¿cuando se proclama a Jesús como rey se entiende lo mismo que él?

Me parece que dada la actitud de los discípulos ante las palabras del Maestro, la respuesta es ¡no! A partir de su entrada en Jerusalén, Jesús inicia su enseñanza sobre la necesidad de la pasión, más aún, la forma concreta de su entrada es ya un signo profético que anuncia su tipo de mesianismo y realeza (la imagen del borrico es la de uno que carga los pesados fardos que correspondería llevar al amo. La cristiandad primitiva hace uso de la imagen de este animal para representar a Cristo, que lleva sobre sí los pecados de los hombres), Jesús anuncia también la destrucción de la ciudad y del templo, la destitución de Israel como pueblo elegido, la persecución de los discípulos, la gran tribulación y su parusía. Su predicación tiene tintes poco triunfalistas y es decididamente anunciadora de un camino de entrega, sufrimiento y destrucción. En este marco deben situarse no solo el trozo evangélico que hoy se proclama, sino todos los textos que forman la liturgia de la Palabra.

Isaías empieza poniendo el dedo en la llaga: presenta la figura del siervo doliente (una figura mesiánica que ciertamente no gozó de las preferencias en la imaginería israelita acerca del Mesías esperado, pero que Jesús tuvo el mal gusto de elegir para configurar su camino salvífico). Podemos entresacar algunas características de este personaje paradigmático (modelo a imitar):

1.-Se le ha sido dado el don  de hablar una palabra capaz de confortar al abatido. ¡Resulta que las aparentemente desoladoras palabras de Jesús tienen como objetivo confortar al abatido! ¿Cómo puede el anuncio de la necesaria pasión provocar consuelo en el que se siente derrotado bajo el peso del sufrimiento o el sinsentido de la vida? Aquella palabra que Dios pronunció en los tiempos primordiales y que generó vida, cosmos y creación es la misma que encarnada alienta al abatido para crear en él mundos nuevos, abrir horizontes de esperanza y hacer posible el sueño de la vida definitiva. Solo que en la nueva economía del Padre (su proyecto de salvación incidente en la concreción de la vida humana)  esa palabra se define y clarifica, muestra un rostro, un cuerpo perceptible que revela nítidamente el misterio de Dios, del hombre y de todo lo creado.

 En un momento dado, en la Palestina del siglo I de nuestra era, Dios, en la persona de Jesús de Nazaret, literalmente caminó, habló palabras humanas, miró por vez primera la creación con ojos humanos, lloró conmovido por un amigo y todo esto ¡sin dejar de ser Dios por un solo instante! Por lo cual, todo el conjunto de su vida, cada acción y palabra pero también toda quietud y silencio revelaban al Dios único y verdadero. Por ello, siendo que Dios en todo momento “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” la persona de Jesús es ya juicio para el mundo, signo que exige toma de postura sin dilación, salvación o perdición según la opción libre del hombre.

Es cierto que a primera vista parecen palabras de mal augurio, pero esconden la única verdad capaz de vencer al mal y llevar al hombre a su destino final en el encuentro con aquel que le ha creado musitando su nombre desde el principio. ¡Entrega que permite recuperarse a sí mismo! ¡Pérdida que genera ganancia! ¡Muerte que deviene en vida! ¡Dolor que se vive con gozo!, palabras que suenan  a locura a los oídos aún sumidos en los criterios del mundo pero que tienen sabor a eternidad para el que cree.

2.- La capacidad de escucha y la obediencia son también características esenciales del siervo. La Palabra resuena en la historia, pero sólo los siervos la escuchan. La Palabra marca el camino pero sólo los que la escuchan lo siguen. La disposición a la escucha es cotidiana porque la Palabra es irrepetible y siempre nueva para el que la escucha con el corazón. Solo que dicha escucha trae consecuencias, la Palabra no es inocua, es siempre fuerza desgarradora que lanza a la loca aventura del amor, es potencia trastocadora que enloquece y quema hasta los huesos.

Cuando la Palabra es escuchada, no permanece inactiva sino que arrebata al escuchante en un torbellino apasionante ante el cual no es posible oponer resistencia. Sólo entonces aparece coherente y clara la verdad del evangelio: la mansedumbre como único camino ante la violenta adversidad  de los opositores al Reino. “Endurecer el rostro” (reafirmar decididamente la actitud) de cara a la esperanza en que finalmente Dios ejercerá su justicia es la forma de ser del creyente en el Dios de la Biblia. Arredrarse ante la aparente imposibilidad de vivir los valores del Evangelio es de pusilánimes y faltos de fe, es evidenciar la falta de esperanza y lo que verdaderamente abriga su corazón ¡el poder y la violencia son los auténticos señores a los que sirven!

El Salmo 21 es uno de los cantos bíblicos más desgarradores con los que el creyente proclama la realidad de la fe, un fe que no exime al creyente de las dificultades propias de la vida y mucho menos de la conflictividad inherente a la vida evangélica que se confronta necesariamente con un mundo no solo distinto al Reino de Dios sino inclusive antagónico. Cómo quisiéramos que la confianza depositada en el Señor funcionara como una especie de “campo protector”  que rechazara los embates de la adversidad y los enemigos.

Pero la realidad es que aquel que ha confiado en el Señor se ve rodeado por rabiosos perros que esperan el momento oportuno para hacer pedazos al seguidor de Dios, e inclusive su dignidad (la túnica) está en juego, todo lo ha perdido. Sin embargo, la fuerza de su fe le permite creer contra toda evidencia y lanzarse al abismo de la noche oscura confiando solamente en aquel que un día le ha dirigido su Palabra.

Sabemos que el Salmo no termina en la incertidumbre de saber si Dios va o no a rescatar a su siervo, pero a propósito y en el tenor de la línea teológica que hoy se quiere resaltar, se deja al escuchante de la Palabra como en un suspenso dramático que motiva a escuchar la lectura siguiente para responder al interrogante suscitado: ¿Salvará Dios a su siervo?

La segunda lectura es impresionante, La Carta a los Filipenses recoge uno de los himnos cristológicos más hermosos de todo el Nuevo Testamento y que realmente deja a la asamblea anonadada, con el alma en un hilo y desfalleciente, y no es para menos. Es imposible desarrollar todo el contenido teológico y espiritual del himno, por lo que solamente abordaré la primera intuición.

Si el discípulo esperaba que Dios actuara mágicamente rescatando a su siervo de las garras del mal que le estaba destruyendo, se llevará una fuerte decepción. Por difícil que pueda resultar aceptarlo, Dios salva abajándose él mismo “Cristo Jesús, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.” Aquí es necesario hacer una pausa, tomárselo con calma, respirar profundo y meditar el significado del texto. Estamos quizás demasiado acostumbrados a escuchar desde la infancia frases como “el Hijo de Dios se hizo hombre”, “Jesús dio la vida por nosotros”, que se han convertido en una especie de “cliché” o fórmula doctrinal ya carente de todo significado para el creyente actual, no porque en sí mismas este tipo de fórmulas con carácter dogmático no sean totalmente ciertas o carezcan de vigencia, sino porque a fuerza de repetirlas mecánicamente las hemos vaciado de su sentido, ¿Cómo es que Dios actúa para salvarnos? Y por lo tanto, ¿Cómo es que el discípulo debe afrontar su llamado a ser vehículo de salvación para el mundo?

Ante el sufrimiento que indefectiblemente la vida natural y sobre todo la evangélica trae consigo, somos invitados no a elaborar intrincadas teorías acerca de una imposible teodicea (armonización de la bondad y omnipotencia divina con la realidad objetiva del sufrimiento humano) sino a sumergirnos vivencialmente en el misterio del Hijo que poseyendo todas las prerrogativas divinas, se hizo nada (se anonadó) asumiendo la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres.

Hoy iniciamos litúrgicamente un camino de reflexión e introspección para configurarnos en el camino que el Verbo eterno ha hecho con el único fin de llevar a la plenitud a la creación entera y este maravilloso himno cristiano no solo es cristológico, sino también profundamente eclesiológico y por lo tanto paradigmático para el discípulo, que está llamado a ser “alter Cristus”, otro Cristo en medio del mundo.

El texto nos revela el único itinerario que lleva a la plenitud humana: la primera intuición espiritual es tremenda, ¡Hay que abandonar toda supuesta prerrogativa o derecho! Esto es de lo más difícil en la vida cristiana, normalmente encaramos la realidad y los retos que representa la vida con un presupuesto; ¡Tenemos derechos que defender! Y las relaciones con los otros se supeditan a que ellos reconozcan y respeten esos derechos.

Podríamos decir que la base para una sana convivencia entre los hombres es ese reconocimiento y respeto. Y sin embargo, según los escritos del Nuevo Testamento ni Jesús ni los cristianos pensaban así, para ellos es claro que la única manera de acabar con el mal y posibilitar la entronización de Dios en la facticidad histórica es precisamente el cambio total en la mentalidad, la inversión radical de los valores y principios que rigen la interrelación humana. Desde luego que esto implica el desmantelamiento total de una cosmovisión que permite al hombre entenderse a sí mismo y a la realidad que le rodea. Claro está que esto no significa dejar la mente “en blanco”, eso es utópico e innecesario, más bien se trata de absolutizar los valores del Reino y relativizar lo que de bueno tiene el mundo.

En esta perspectiva, no niego desde luego las bondades que el establecimiento de los derechos humanos aporta al concierto de las relaciones humanas, lo que digo es que según el N.T esos derechos deben ser defendidos para los otros, pero el cristiano está más allá de esos derechos, él vive ya en la libertad de los hijos de Dios y por ello puede desprenderse de lo que constitutivamente le corresponde con tal de generar vida nueva en los demás. Poner la otra mejilla, perdonar setenta veces siete, orar por el que nos ofende, responder con un bien a todo mal recibido, entregarle la túnica al que te pleitea por el manto, son todas ellas formas concretas de renunciar a las prerrogativas humanas. La lógica humana indica que en defensa de nuestros derechos, deberíamos al menos oponer resistencia a ser golpeados, a perdonar si, pero a condición del cambio de actitud por parte del ofensor, a reservarnos el derecho de pedir el favor de Dios para aquellos que nos congratulan, a por lo menos retirar el habla y clausurar la relación con el que nos ha hecho algún mal, a acudir a la protección policíaca para evitar que nuestras pertenencias sean robadas, etc. 

Y sin embargo, la espiritualidad cristiana es un mirar con Jesús, más allá de uno mismo y de la mera apariencia para atisbar en el abismo del otro, que muestra (precisamente en su manera de pasar por encima de mis derechos) su debilidad y urgente necesidad de descubrirse amado, contra toda lógica y cordura. Quizás algún día esta loca manifestación de un amor que hinca sus raíces en la eternidad le permita escapar del asfixiante cerco de la violencia para penetrar en la experiencia de la libertad y la paz que está más allá de todo entendimiento humano.

El triunfo del cristiano no puede darse sin la experiencia de la cruz, la pascua sólo es posible como fruto de la renuncia y la entrega de aquello que constituye su primer y más importante derecho: ¡la vida!


Gracia y paz.

lunes, 11 de marzo de 2013

Audio/reflexión domingo 17 de marzo de 2013_5° de Cuaresma_Ciclo C.

Les comparto mi reflexión en audio para el domingo 17 de marzo de 2013_5° domingo de Cuaresma_Ciclo C.

VÍNCULO: http://www.ivoox.com/reflexion-domingo-17-marzo-2013-5-de-audios-mp3_rf_1859258_1.html

Un abrazo.

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 17 DE MARZO DE 2013 (5° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)


1.     LECTURAS

Is 43,16-21: << Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza. >>

Sal 125 << Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas. >>

Flp 3,7-14: << Hermanos: Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justica que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo. Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo ha entregado, hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús. >>

Jn 8,1-11: << En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: -Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices? Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: -El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: -Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: -Ninguno, Señor. Jesús dijo: -Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. >>


2.     REFLEXIÓN

TOMADOS EN FLAGRANTE ADULTERIO

Jorge Arévalo Nájera

El pasado no puede ni debe ser un absoluto que determine lo que somos y menos aún lo que pudiéramos llegar a ser. Arrastrar la insoportable y pesada loza de los errores de antaño o de aquello que pudimos haber hecho y dejamos pasar impide la apertura a una resignificación de las dimensiones temporales que constituyen el misterio antropológico y que viene dada por la intervención de Dios en la historia.

El hombre en efecto al estar inserto en la temporalidad histórica se ve condicionado (aunque no absolutamente determinado) por las tres dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro. No obstante, la concepción que del tiempo tiene la mentalidad bíblica y sobre todo del Nuevo Testamento, se encuentra mediatizada por el acontecimiento escatológico y definitivo de la encarnación del Verbo, que cualifica el tiempo de tal modo que pasa de ser meramente cronológico (sucesión cíclica de acontecimientos) para convertirse en tiempo salvífico, de especial densidad teológica en vistas a la plenificación cósmica.

En otras palabras, la historia de la salvación que Dios ha venido tejiendo en la urdimbre de la historia profana adquiere en Cristo una auténtica unión “hipostática” (unión perfecta de dos realidades que en esencia son antagónicas, así, solo en Cristo se unen la naturaleza humana y la divina)  en la que ya no es posible separar lo que antes era irreconciliable. Es por ello que pasado, presente y futuro son asumidos y resignificados en la potencia del Verbo encarnado y así se convierten en espacio privilegiado de la acción salvífica del Señor.

En el oráculo del profeta Isaías, Dios habla en primera persona (una manera que tiene el profeta de recalcar la capital importancia de lo que se está anunciando) y conmina al pueblo a no vivir del recuerdo de sus gestas del pasado por más prodigiosas que éstas hayan sido (ni más ni menos que abrió un camino en el mar y destruyó al poderosísimo ejército egipcio): “No recuerden el pasado ni piensen en lo antiguo; Yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida” Es más que interesante la forma en la que juega Isaías con los tiempos verbales (no recordar el pasado-ya está brotando-haré que corran los ríos) y es que no existe tiempo alguno que Dios no redima y convierta en experiencia sagrada.

En una aplicación espiritual inmediata para nuestras vidas, podemos decir que la lectura nos invita a relativizar el pasado, a descubrir el presente como espacio en el que fructifica la acción divina y a dejarnos mover por un futuro en el que la vida es plenamente vivificada por Dios. Si nos anclamos en el pasado, cercenamos la posibilidad de “notar” en el presente la vida nueva que ya está brotando y mucho menos podemos dejarnos mover por la potencia del Dios que viene del futuro escatológico.

 Ya es tiempo de bajar de nuestra espalda el terrible peso de las culpas que nos atan como un lastre irremediable y nos impiden erguirnos para iniciar una vida que proclame las alabanzas del Señor. No se trata desde luego de relativizar imprudentemente la terrible y lacerante realidad del pecado, tanto personal como social, del cual todos y cada uno somos responsables y que incide en el presente con las funestas consecuencias por todos constatadas, desde luego que es sano y necesario reconocer y asumir nuestra responsabilidad, pero de nada sirve un sentimiento culpígeno que en nada beneficia al que le hicimos daño con nuestro pecado (a nosotros mismos, al hermano, a la naturaleza o al mismo Dios) y si nos va carcomiendo por dentro cual cáncer asesino.

El reconocimiento de la culpa, para ser herramienta constructiva en la espiritualidad cristiana tiene que llevarnos en dirección del perdón y la reparación del daño, solo así creceremos en santidad y nuestra fe se verá robustecida. El pasado solo existe como un bagaje experiencial que en sí mismo no tiene consistencia real y que por lo mismo está sujeto a permanentes resignificaciones. En otras palabras, podemos dar una nueva valencia al pasado y convertirlo en punto de lanzamiento para incidir positivamente en el aquí y el ahora, único “espacio y tiempo” de salvación.

En el pasado de Israel ciertamente no solo existió la acción salvadora de Dios sino que también hubo la deficiente respuesta del pueblo que una y otra vez se prostituyó yendo en busca de otros “señores” para entregarse a ellos. Y sin embargo, a Dios solo parece importarle que su pueblo se abra al presente y al futuro de plenitud definitiva que parece ser obra exclusiva de Dios: “Me darán gloria las bestias salvajes, los chacales y las avestruces, porque haré correr agua en el desierto y ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo escogido. Entonces, el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas” La liberación antigua y las gestas prodigiosas del pasado son solo prefiguras, parciales anticipaciones de la libertad definitiva que el Espíritu (simbolizado por el agua) logrará en el yermo corazón humano en los tiempos mesiánicos.

Precisamente el Salmo, constata esta perspectiva teológica: por un lado la gozosa experiencia de recordar el regreso a la tierra prometida y por otro lado, se tiene bien presente que existe una liberación todavía por lograr  “…cosecharán aquellos que siembran con dolor…al regresar, cantando vendrán con sus gavillas” Y es que la historia humana aunque ya se ve incidida por la potencia del resucitado, tiene que verse pulsionada hacia un plus de realización que no llegará sino hasta el “ésjaton”, hasta la culminación de la historia en Dios al final de los tiempos, cuando la temporalidad se vea definitivamente asumida en la eternidad de Dios.

 La nueva cualificación del tiempo introducida por Cristo relativiza de tal modo las experiencias pasadas, que inclusive pierden su valor en comparación con “el bien supremo que consiste en conocer a Cristo Jesús” como afirma la epístola a los Filipenses. Inclusive, si tales experiencias pasadas se oponen de algún modo a los valores del tiempo mesiánico, deben ser desechadas como basura “con tal de ganar a Cristo y estar unido a él”. Desde luego que ante las palabras de Pablo, a más de uno nos dan ganas de suspender la lectura y salir corriendo a seguir prostituyéndonos con los “señores” de este mundo, porque ¿no es verdad que estamos muy a gusto siendo los amantes de los “señores” dinero, poder, confort, seguridad, inteligencia, posición económica etc.?

La propuesta evangélica es de tal modo subversiva que los pilares ideológicos sobre los cuales está sustentado el edificio social se ven amenazados a tal grado que todos aquellos que vivimos a sus expensas luchamos denodadamente por acallar la voz de los profetas para continuar escuchando las engañosas quimeras de Satanás.

No nos engañemos, ¡No se puede estar unido a Cristo viviendo las categorías del mundo! Para vivir con él hay que “conocerlo” y esto significa mucho más que saber de memoria el Catecismo o las “definiciones” acerca de su Misterio, lo cual además de absurdo revela una paupérrima experiencia vital de ese misterio. A Dios no se le puede definir ni conocer mediante la sola aplicación de las categorías racionales, no olvidemos que él es el innombrable, el tres veces santo, el dominador de todo y mucho, pero mucho más. Cuánto bien nos haría como Iglesia volver los ojos a la espiritualidad oriental que repulsa el vano intento por constreñir el misterio y prefiere caminar por los senderos de la mística contemplación que arrobada se extasía ante la inefable belleza y se abandona a su graciosa acción.  Al Cristo se le va conociendo en la medida en que se le va siguiendo, haciendo propias sus palabras hasta que la verdad penetra hasta lo más íntimo del ser y un día se puede repetir al unísono con Pablo ¡Es Cristo quien vive en mí! Pero antes hay que aprender la dificultosa ciencia de olvidar lo que se ha decidido dejar atrás y “lanzarse hacia delante en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo”.

Hay que saber dejar atrás la culpa que la ley nos imputa a causa del adulterio, porque en el fondo, todos somos adúlteros, todos hemos traicionado el amor, todos hemos introducido elementos espurios en la alianza que Dios ha pactado con nosotros por medio de su Hijo, en este sentido se pronuncia la página del Evangelio de Juan: ¿Quién puede arrojar la primera piedra? No hay remedio, en el ámbito de la ley religiosa (la escena evangélica se sitúa precisamente en el templo) el juicio y la sentencia ya se han pronunciado: ¡Culpables y condenados! Sin embargo, en la era mesiánica el espíritu de la ley se ha recuperado y despunta el día definitivo. “Al amanecer” dice Juan se sienta Jesús para enseñar: es el amanecer del día que no conoce el ocaso, en que la ley del amor y la misericordia alcanza su cenit en la persona de Jesús, dominador de la dimensión religiosa del hombre (está sentado para enseñar) y he aquí que la ley antigua y la nueva economía de Dios se encuentran cara a cara, la condena preestablecida y la palabra de Jesús que es puesta a prueba “¿tú, que dices?. Es la confrontación entre dos maneras de entender el proyecto justiciero de Dios. No está en duda el pecado cometido, está claro que la mujer (y con ella todos nosotros) ha pecado, ha traicionado al marido.

El problema se sitúa en otra dimensión ¿Qué dice Dios al respecto? ¿Qué clase de juicio establece? El “agacharse” de Jesús nos recuerda el gesto que ha tenido al curar a la suegra de Pedro de aquella fiebre que le postraba en la cama. Parece una clara referencia al movimiento de abajamiento de Dios para salvar a su pueblo y subirlo a una tierra que mana leche y miel como menciona el libro del Éxodo. Jesús es la densidad máxima de ese movimiento kenótico de Dios, solo en el itinerante rabino galileo puede encontrarse la forma en que el Altísimo sube a su pueblo hacia la plenitud.

Es por ello que Jesús es la nueva ley que se inscribe en el entramado de la vida humana, lo cual simboliza Juan con la imagen del Maestro “escribiendo”  en “la tierra”. Antaño, en los tiempos preparatorios Dios escribió con su propio dedo en las rocas de la ley, pues bien, ahora Cristo escribe la ley de la misericordia en el ámbito de lo humano. En esta nueva ley no hay lugar para el juicio humano condenatorio porque todos estamos al mismo nivel pecaminoso, y solo a Dios corresponde decidir la suerte del pecador: “Tampoco yo te condeno”, es el tiempo de la gracia que restaura y permite reintegrarse como hombres liberados.

Solo un mandato para la mujer perdonada: “No vuelvas a pecar” ¿Será esto posible? Quizás es tiempo de cambiar aquel viejo cliché que nos han inoculado desde pequeños acerca de nuestra irrenunciable tendencia al pecado, para abrirnos a la potencia imparable del Espíritu que aún tomándonos en flagrante adulterio nos impulsa a alcanzar horizontes de libertad insospechados, los mismos horizontes de la vida divina.

Gracia y paz.