Les invito a escuchar los audios de mis reflexiones sobre la Solemne Vigilia Pascua y el 1er Domingo de Pascua 2013.
VÍNCULO VIGILIA PASCUAL:http://www.ivoox.com/reflexion-solemne-vigilia-pascual-2013-audios-mp3_rf_1908299_1.html
VÍNCULO DOMINGO DE PASCUA: http://www.ivoox.com/reflexion-1er-domingo-de-pascua-2013-audios-mp3_rf_1908309_1.html
Un abrazo.
sábado, 30 de marzo de 2013
1er DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 31
DE MARZO DE 2013
- LECTURAS
Hch 10,34.37-43: << En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
"Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba
el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros
somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron
colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver,
no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros,
que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó
predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de
vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en
él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados." >>
Sal 117: <<Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. La diestra del
Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para
contar las hazañas del Señor. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora
la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
>>
Col 3,1-4: << Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los
bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad
a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra
vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra,
entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. >>
Jn 20,1-9: << El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro
al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó
a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto
quería Jesús, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo camino
del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que
Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas
en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en
el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto
la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura:
que él había de resucitar de entre los muertos. >>
- REFLEXIÓN
EL TRIUNFO DEL CRUCIFICADO
Jorge Arévalo Nájera
Después de un largo y fatigoso recorrido espiritual a través de la
cuaresma, y la celebración de la muerte del Señor, finalmente desembocamos en
la fiesta cristiana por excelencia: La Pascua del Señor. ¿Qué decir sobre un
acontecimiento que por definición escapa a todo intento por aprehenderlo dentro
de las coordenadas interpretativas del hombre? Y es que la resurrección de
Jesús no es estrictamente hablando un acontecimiento histórico, abarca dicha
dimensión pero la supera porque hinca sus raíces en la meta-historia. Con esto
quiero decir que la resurrección del Cristo no puede parangonarse con ninguna
experiencia humana, es absolutamente novedosa y por ello, en esencia es
indefinible.
Sin embargo, esto no significa que nada podamos decir de ella, pues si
bien en cuanto acontecimiento objetivo sucedido en la persona de Jesús queda
fuera de nuestro horizonte hermenéutico, posee una dimensión inherente a ella
que ha dejado y sigue dejando huella en la historia y debido a esto es posible
en sus efectos hacer experiencia de ella. Es decir, la Pascua de Jesús tiene un
aspecto cristológico y un aspecto cósmico-discipular. Es muy interesante notar
que los textos neotestamentarios referentes a la resurrección hacen hincapié en
el segundo aspecto y no pretenden hacer elucubraciones fantasiosas acerca del
como sucedió a Jesús la resurrección, y si que mediante maravillosos relatos
catequéticos y teológicos nos ilustran sobre los efectos y consecuencias que
para la vida discipular tiene la Pascua de Jesús.
La primera lectura, del libro de los Hechos
de los Apóstoles, hace una
presentación sintética de la economía salvífica de Dios en Cristo: del bautismo
de Jesús hasta el testimonio apostólico para beneficio de los que crean en él.
Es decir de la relación indefectible entre el acontecimiento pascual y el
testimonio de los testigos cualificados por Cristo, testimonio que se basa en
una experiencia reservada para esos testigos: “…pero Dios le resucitó al tercer
día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que
él, de antemano había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con él
después de que resucitó de entre los muertos” El contenido del anuncio
está ligado irrenunciablemente a los testigos, éstos no son unos meros
instrumentos prescindibles en el plan de Dios que se revela en Cristo,
podríamos decir que la fe de los que se salvarán es suscitada necesariamente
por éstos testigos. Por ello, la fe de la Iglesia está sustentada por Dios
desde luego, pero mediante el testimonio de aquellos que él eligió.
Esto tiene consecuencias inmediatas en la espiritualidad del cristiano:
en nuestro tiempo vivimos una seria crisis de credibilidad como Iglesia
institucional. Los hombres de hoy se sienten fuertemente atraídos por la figura
de Jesús, pero en la misma medida sienten repulsa por todo lo que suena a
institución eclesiástica, y esto no solo pasa en aquellos que no pertenecen
nominalmente a la Iglesia Católica, sino inclusive en aquellos que se confiesan
pertenecientes a esta institución cristiana.
Lógicamente que esta situación resulta en una desvinculación entre
pastores y ovejas, desvinculación que se da no solo a nivel doctrinal sino
también en el plano de relación interpersonal. Para la mayoría de los
feligreses, sus pastores son unos auténticos desconocidos y lo mismo sucede a
los pastores, para los cuales su grey carece de rostros y nombres concretos y
no es más que una masa informe. Ciertamente que de ambas partes hay culpa en
esta situación, además de factores no imputables a ninguno (como la cantidad de
cristianos y los tan pocos pastores), pero el caso es que se esta viviendo una
especie de “cristianismo virtual” porque es imposible según la Escritura, la
relación con Cristo (al menos al interior de la Iglesia) sin la correlación
entre pastores y ovejas.
Todos y cada uno de los que nos decimos católicos, debemos procurar
resolver de la mejor manera posible aquello de lo que somos responsables y
buscar una más íntima relación con los transmisores cualificados del anuncio
liberador de la Pascua de Jesús. No quiero decir desde luego que la fe pascual
no pueda y deba ser transmitida por todo el pueblo de Dios, sino que su anuncio
debe basarse en la tradición apostólica que nos pone en contacto con Jesús: “Revelación
que Dios confió a Jesucristo para que mostrase a sus siervos lo que va a
suceder pronto. Él envió a su ángel para transmitírsela a su siervo Juan, quien
atestigua que cuanto vio es Palabra de Dios y testimonio de Jesucristo.” (Ap
1,1-2)
Ahora bien, los testigos anuncian una realidad objetiva, es decir como
algo que les “viene de fuera”, que no es una ficción de su mente ni una
proyección psicológica que se contagia masivamente. Es algo que no brota de
ellos sino que de algún modo se les “impone” aunque no violentando su libertad
pero sí por la fuerza intrínseca del acontecimiento. Esto no nos obliga a
aceptar como dogma de fe las imágenes que los textos nos sugieren como
transmisores de una verdad que por sí misma trasciende la grosera materialidad
de la revivificación de un cadáver: “…hemos comido y bebido con él después de
que resucitó de entre los muertos” estas imágenes y otras parecidas,
están al servicio de la objetividad del acontecimiento, más no de la
materialidad del mismo.
Es de sobra conocido el simbolismo del “comer y beber” en la teología
neotestamentaria (acto de apropiación y asimilación de una realidad, en este
caso se trataría de la configuración existencial con el resucitado) por lo que
debemos inclinarnos por una interpretación simbólico-parenética del texto y no
la mera transmisión anecdótica de algo que hicieron los discípulos con Jesús.
Cristo no vive solamente porque la Iglesia lo predica, lo conmemora y se
adhiere a sus enseñanzas, Cristo vive porque el Padre le ha rescatado de las
garras de la muerte y le ha constituido como juez de vivos y muertos, él es
primicia de lo que espera a la creación entera, él es “el primogénito de entre
los muertos” (Ap 1,5) y la objetividad del acontecimiento pascual es
precisamente la causa de la esperanza cristiana, pues si Cristo no resucitó,
vana es nuestra esperanza y venimos resultando los más tontos de este mundo
viviendo en la persecución de una utopía irrealizable.
Precisamente por ello, porque Jesús está vivo (aunque de un modo
absolutamente nuevo y solo perceptible desde la fe y en el testimonio de la
comunidad) el cristianismo es ante todo una forma de vida que brota de la
relación personal con Jesús resucitado, la espiritualidad cristiana no consiste
en la memorización de una serie de enunciados doctrinales o de un cierto código
ético y moral, o de cumplir un cierto número de reglas religiosas, eso se llama
religión y Cristo no fundó una religión sino que inauguró un nuevo tipo de
hombre, una humanidad nueva que es pneumatófora (portadora del Espíritu y
portada por el mismo) y cuya única Ley es el amor que se expresa en la cruz y
de la cual brota la Pascua. Precisamente por ello, el cristiano cumple todas
aquellas leyes (humanas y divinas) que se corresponden con la ley suprema y
lucha denodadamente en contra de todas aquellas leyes humanas que claramente se
contraponen al Evangelio. La espiritualidad cristiana es pues interrelación
personal y sólo en un segundo momento, tematización doctrinal.
Las preguntas que brotan espontáneamente son las siguientes: ¿En que
sentido Cristo es persona? ¿Cómo puedo relacionarme con él? Hablamos de Cristo
como persona en tanto ser capaz de relación, de comunicación y escucha, esto es
la esencia de todo ser personal. Ahora bien, desde luego que dado que la vida
del resucitado es absolutamente trascendente e inmaterial, se excluyen los
métodos relacionales y cognoscitivos con los que normalmente el hombre
interactúa con los demás seres de su entorno y es necesario abordar la relación
con Cristo desde categorías indirectas. Me explico, solo tenemos acceso a
Cristo mediante el hermano, el pobre y necesitado, el que sufre y es excluido
de la sociedad, el encarcelado, el desnudo, el huérfano y la viuda. En la
medida en que asisto a mi hermano en desgracia establezco una relación con
Jesús. Cuando solicito ser perdonado por el que tiene algo contra mí, abro la
puerta de comunicación con Dios y hago mi ofrenda aceptable a sus ojos.
Cuando actualizo la cruz de Cristo en mi vida perdonando setenta veces
siete, renunciando a ejercer la fuerza con tal de lograr imponer mi voluntad,
cuando abrazo la diferencia del otro con todo lo doloroso que pueda ser, cuando
abrazo fuerte a los que amo solo para después dejarlos en libertad, cuando
relativizo todo y abrazo al único absoluto y como dice la Carta a los Colosenses “Busquen los bienes de arriba, donde está
Cristo. Sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo,
no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo
en Dios.”, entonces y solo entonces estoy relacionándome con el
resucitado. La resurrección es para el hombre una vida nueva que se manifestará
gloriosamente cuando lo haga Cristo en la consumación de la historia, pero que
ya aquí en la historia se prueba fragmentaria pero realmente, se saborea el
albor de la eternidad porque la piedra del sepulcro ha sido ya removida y la
potencia del triunfo de la cruz ha salido para llevar al mundo a su plenitud.
Gracia y paz.
SOLEMNE VIGILIA PASCUAL
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL SÁBADO 30 DE MARZO
DE 2013
1.
LECTURAS
*Debido a la
cantidad y extensión de las lecturas que se proclaman en esta Solemnidad,
remito al lector al misal mensual o anual o inclusive a los textos mismos en la
Biblia.
2.
REFLEXIÓN
De la vieja creación al
sepulcro vacío
Jorge Arévalo Nájera
La noche lóbrega ha
pasado, el Getsemaní y el Gólgota son mudos testigos del horror y la ignominia infligidos
al Justo cuyo crimen fue pasar por el mundo haciendo el bien, sanando las
heridas, reconciliando al hombre con Dios y consigo mismo. La sociedad violenta
y excluyente lo convirtió en “chivo expiatorio” sobre el cual descargar sus
propias culpas.
Es ya la mañana del
domingo, todos –incluso sus más cercanos discípulos- creen que el Hijo del
Hombre reposa en su fracaso, envuelto en su traje mortuorio en una tumba. Las
mujeres –símbolo de la Iglesia- acuden presurosas para embalsamar con aromas y
ungüentos a aquel que aman…pero, ¿qué es lo que encuentran?
Vayamos por partes,
porque para comprender en toda su hondura el extraordinario texto del evangelio
de Lucas, con el que culmina la proclamación de la Palabra de esta festividad,
es necesario echar al menos una mirada a todos los textos que le preceden y que
preparan el corazón y el entendimiento de la asamblea para la plena revelación
de Cristo que se dice a sí mismo en su Evangelio.
El criterio
hermenéutico que utilizaremos para esta reflexión es el de una lectura
cristológica de los pasajes del Antiguo Testamento, en los que buscaremos los
elementos prefigurativos que anuncian a Cristo, para después mirar la forma en
que se cumplen plenamente en el Nuevo Testamento.
En la primera lectura,
del libro del Génesis
(1,1-2,2), la creación aparece como una obra portentosa de Dios cuya
culminación es el hombre. Todo es pensado y dicho por el Señor en vistas a
proveer al hombre de un espacio vital para que ejerza su señorío. Cuando Dios
contempla su creación, después de crear al hombre, exulta de alegría y exclama
¡Todo es muy bueno!, es decir, todo corresponde exactamente a su identidad,
todo es tal y como Dios lo ha querido. Al hombre se le otorga la capacidad y la
encomienda –don y tarea- de ser fecundo y dominar la tierra. La primera
creación es pues un proyecto y no una labor terminada. Queda abierta la
posibilidad y un horizonte de realización es presentado al hombre. Cristo es el
telos, la finalidad de la creación,
el punto omega hacia el cual se dirige y el hombre es el encargado en la
historia de encaminar por buen rumbo al cosmos mismo sumergiéndolo con su
testimonio en el torrente de vida divina.
En la segunda lectura,
también del libro del Génesis (22,1-18), aparece la prueba terrible de
Abraham al cual Dios le pide el sacrificio de su hijo amado Isaac. Si vamos más
allá de una lectura superficial del texto, podemos descubrir que el problema de
fondo es la idolatría; Abraham ha entronizado en su corazón al hijo de la
promesa y éste ha desplazado a Dios. Ese es el gran drama del hombre de todos
los tiempos, presta atención a la voz tentadora de las creaturas, que le han
sido dadas para que las someta y él pervierte el orden divino y las convierte
en amas esclavizantes, en señores y dueños de su vida. Dios previene en esta
noche santa de la Pascua/liberación a todos los discípulos sobre la gran
amenaza que se cierne sobre ellos y al mismo tiempo les hace vislumbrar el
horizonte de resolución para ese peligro… ¡mata al ídolo en tu corazón, aprende
a vivir en libertad y Dios te devolverá de un modo nuevo lo que amas!¡En Cristo
todo es recapitulado, asumido y recuperado porque él mismo ha crucificado la
idolatría en su cuerpo colgado del madero!
En la tercera lectura,
del libro del Éxodo (Ex 14, 15-15,1), mediante una
narración de género épico, se nos presenta el glorioso pasaje del paso del
pueblo israelita a través del mar y la victoria de Yahvé sobre el ejército
egipcio. Dos elementos importantes a tomar en cuenta: la libertad a la que nos
llama Dios (liberación de Egipto) es una tarea permanente, siempre habrá un
“mar” (símbolo de las fuerzas opositoras al proyecto liberador de Dios) por
delante, un muro que parece infranqueable y Dios nos invita a la confianza
total y absoluta <<Diles a los
israelitas que se pongan en marcha>>. Imagine el lector la escena;
detrás está el ejército más poderoso del mundo con toda su fuerza y delante
está el mar imponente esperando abrir sus fauces para devorar al pueblo. Para
el pueblo no hay opción, debe caminar hacia adelante confiado solamente en el
Dios que le invita a la libertad. Detrás solamente hay esclavitud y opresión,
fracaso existencial.
Este pasaje se repite
una y otra vez en la vida del discípulo de Cristo, los “egiptos” multiformes de la actualidad amenazan con toda su potencia
esclavizante y el “mar” siempre está delante con todo su aparato ideológico que
nos hace pensar que la muerte es una muralla infranqueable y que la tierra de
la promesa es una utopía inalcanzable. Pero recordemos que la Pascua de Cristo
es nuestra pascua y que es la prueba irrefutable de que para Dios nada es
imposible.
La cuarta lectura (Is 54,5-14)
se abre con la solemne afirmación de que el Dios creador es el mismo que quiere
hacer una alianza de amor irrompible a pesar del fracaso del pueblo de cara al
proyecto liberador del Padre. Tal fracaso no se reduce al que se constata
históricamente en el pueblo de Israel sino que adquiere tintes prototípicos y
alcanza la experiencia de todos los hombres. Pero la misericordia del tiempo
presente (el de la historia) aplaza para el ésjaton el juicio final y Dios
vuelve una y otra vez a proponerse como alianza permanente de amor y fidelidad,
él quiere desposarse con el hombre, hacerlo suyo en el tálamo nupcial y sembrar
en él la semilla de la vida y desterrar para siempre el miedo a la muerte. ¿Qué
otra cosa es la Pascua de Cristo sino la constatación solemne de que el último
y más temible enemigo –la muerte- ha sido ya derrotado?
En la quinta lectura es
otra vez Isaías
(55,1-11) el que nos habla en nombre
de Dios; la escucha de la Palabra es la actitud que permite al hombre
satisfacer sus más hondas necesidades (simbolizadas en el texto por el hambre y
la sed). No busques en otras realidades lo que solamente se encuentra en Dios,
no gastes tu energía y tus dones en lo que no alimenta, no busques con tu
esfuerzo lo que se te otorga gratuitamente. La más honda necesidad humana es la
libertad y esa sólo está en Dios. El hombre libre del miedo a la muerte es
invencible, nada le ata, ninguna amenaza puede condicionar su actuar y su
pensar y por ello, puede construir sociedades alternativas justas y humanas.
Este es el gran sueño, la utopía polarizadora de todos los sueños y anhelos.
Y el logro de esta
utopía es precisamente lo que anuncia Isaías para los tiempos mesiánicos
mediante una nueva alianza definitiva y perpetua. Pero si bien, este pacto será
absolutamente gratuito, el hombre debe asumir una actitud fundamental para
hacer suya dicha alianza: ¡la escucha atenta de la Palabra y el cambio de
mentalidad!…<< Como bajan del cielo
la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de
fecundarla y hacerla germinar,…así será la Palabra que sale de mi boca: no
volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión
>> y <<mis pensamientos no
son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos >>.
Ya puede intuirse que esta profecía de Isaías anuncia a Cristo mismo, Palabra
viviente del Padre que se auto-exilia del seno Trinitario y no ha de volver a
él hasta haber consumado la plenitud del género humano.
El profeta Baruc
(3,9-15.32-4,4) hace hincapié en la
escucha/adhesión atenta a la Palabra que Dios dirige a su pueblo como el único
medio para adquirir la sabiduría que lleva a la vida, es decir que solamente
mediante la escucha es posible discernir y asumir los caminos que coadyuvan a
lograr el desarrollo pleno de la identidad humana. ¡Cuan difícil nos resulta la
escucha, acostumbrados a la verborrea superficial para ocultar nuestro profundo
terror a lo que el silencio pueda revelarnos! Y sin embargo, Dios es Palabra,
comunicación, invitación a la receptividad de su Misterio que se nos dice en
Cristo.
Ezequiel (36,16-28) indica la forma
concreta en la que Dios ha de llevar a cumplimiento la nueva alianza y
asegurarse de que esta vez el hombre no fracase y acabe perdiéndose en la
idolatría; ¡infundirá un corazón nuevo en el hombre, un corazón capaz de
escuchar y consonar al ritmo del corazón de Dios para que pueda vivir los
preceptos que otorgan y conducen por los caminos de libertad! Se prefigura sin
duda la donación del Espíritu, la inhabitación trinitaria que transforma el ontos (ser) del hombre caduco y cerrado
sobre sí mismo en un hombre capaz de
comunión con Dios desde la libertad.
Se abren entonces las
lecturas del Nuevo Testamento que revelan plenamente lo que se prefigura en el
Antiguo. Veamos de qué modo:
San Pablo, en su carta
a los Romanos
(6,3-11), indica con total claridad la acción escatológica y
definitiva de Dios en el hombre << ¿No
saben ustedes que todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por
medio del bautismo, hemos sido incorporados a él en su muerte? >>
¿Qué es incorporar sino hacer que algo forme parte de una realidad que antes no
era la suya? En efecto, antes del bautismo era imposible vivir la Palabra de
Vida, ser fieles a la alianza de amor simple y sencillamente porque ERA AJENA A
NOSOTROS, algo externo que había que asumir penosamente, una carga imposible de
llevar. La Buena Noticia de parte de Dios es que ahora esa Ley se hace más
íntima al hombre que el mismo ser del hombre, es inherente a él, su ontos meramente creatural ha sido
transformado en un ontos divinizado,
cristificado en virtud del bautismo, cuyo primer efecto es hacer morir el
pecado y la muerte para hacer emerger al hombre nuevo que vive al modo de
Cristo, en total entrega al Padre y a los hombres. ¿Qué otra cosa es la
resurrección sino el nacimiento a una forma de vida cualificada por el Espíritu
de Cristo?
Finalmente, el
exquisito texto de Lucas (24,1-12), cierra
el banquete de la Palabra en esta Noche Santa. El amor es el motor que sigue
moviendo a los discípulos (cuyo símbolo en este texto son las mujeres) a pesar
del aparente fracaso de Jesús se encaminan a embalsamar su cuerpo. Es verdad,
se encuentran sumergidas en la vieja y diabólica mentalidad de creer que la
muerte tiene la última palabra en la historia (van buscando el cadáver de
Jesús) y por ello se llenan de estupor ante la presencia de los varones
resplandecientes, símbolo de Dios mismo que comunica a las mujeres la Buena
Noticia de la Resurrección.
Sin embargo, su miedo
no significa huida, pues se postran ante el misterio en actitud de adoración y
eso posibilita la recepción fértil del anuncio que se da en un contexto litúrgico;
Anamnesis (ellas recuerdan las palabras del Señor, que condensan todo el
mensaje de la revelación), entonces, la comprensión se hace posible y se abre
el horizonte del kerigma.
Algunos considerarán
como desvaríos tu gozoso anuncio y alguno correrá, a comprobar tus palabras y
tal vez únicamente encuentre lienzos y regrese a su casa asombrado. Cada hombre
tendrá que recorrer el camino hacia el sepulcro y encontrarse con los
mensajeros de todos los tiempos. Cada quien deberá decidir si se postra abriéndose
al misterio para recibir la alegre noticia… ¡la tumba está vacía, la muerte no
pudo retenerlo a Él y no puede retenerte tampoco a ti! y así empezar a comprender las Palabras del
Señor o se quede en pie, queriendo encontrar en la lógica y la razón aquello
que por esencia se recibe por la fe.
Tú camina hacia el
sepulcro, busca a Jesús a pesar de todo y te llevarás la sorpresa más grande de
tu vida, un regalo que cambiará para siempre el rumbo de tu existencia… ¡Deja
que resuene en tu corazón el anuncio del joven vestido de blanco; “No está
aquí, ha resucitado”! ¡Deja que esas palabras inunden tu corazón y desalojen
cualquier otra palabra del mundo, siente renacer la esperanza y abandona el
miedo! ¡Ponte en camino porque la vieja creación ha pasado, abandona el
sepulcro y encamina tus pasos a la Galilea de la vida cotidiana porque allí te
aguarda el autor de la vida para cumplirte sus promesas!
Feliz Pascua de
Resurrección.
martes, 26 de marzo de 2013
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 29 DE MARZO DE 2013 VIERNES SANTO
VIERNES SANTO
Jorge Arévalo
Nájera
Hoy la Iglesia universal
celebra la muerte del Señor, que queda significada en la cruz. Pero la cruz,
por la naturaleza misma del que ha muerto en ella, aparece como una realidad
que nos presenta dos rostros; por un lado, efectivamente hace referencia a la
destrucción, a la ignominia, a la vergüenza, al dolor, a la pérdida, a la
oposición radical del hombre al proyecto salvífico del Padre y por ende al
pecado humano.
Es como un recordatorio
perpetuo de que el hombre ha querido realizarse en la historia según sus
propios criterios y ha dado muerte a la Palabra de vida definitiva. Porque la
muerte de Jesús, no es una muerte que el Padre haya predeterminado desde la
eternidad, no, lo que el Padre quería era la obediencia absoluta del Hijo y
hasta tal punto éste obedeció, que aceptó su muerte como consecuencia lógica de
su total oposición a las estructuras pecaminosas con que los hombres oprimen a
sus hermanos utilizando a Dios como pretexto para lograr sus propios intereses.
El Hijo vino a descubrir a los ojos del hombre su pecado y abrir el camino de
la salvación, su objetivo era constituir, mediante el cambio de mentalidad y la
adhesión de todo el ser del hombre a su persona, un nuevo tipo de ser humano, todos
discípulos del único Maestro y por ello, hombres libres y plenos. Pero de tal
modo rechazaron su propuesta por ir en contra de sus mezquinos intereses, que
acabaron dándole muerte en la forma más denigrante del mundo entonces conocido;
la muerte en cruz.
Pero hay otra dimensión en
el signo de la cruz. El Padre sabe recomponer siempre la historia de las
equivocadas decisiones humanas y la cruz no podría significar la derrota
definitiva de Dios en su afán de salvar al hombre, y así como éste introdujo el
mal y el pecado en la historia y Dios reinició su proyecto salvífico en los
primeros tiempos, así, en la plenitud de los mismos, asume en su proyecto la
cruz del Hijo y la convierte en camino salvífico. Todo hombre que quiera seguir
el camino de Dios, tendrá que asumir la cruz como único modo de realización en
plenitud. La cruz es convertida por el Padre en signo de victoria, ¡su Hijo ha
vencido en ella, precisamente en ella al pecado y a la muerte!
Y si Jesús ha asumido la
crucifixión en su proyecto de obediencia al Padre por amor a los hombres,
entonces la cruz también es signo de amor entregado hasta el extremo. Aunque la
cruz solo adquiere su interpretación definitiva por la resurrección del Hijo,
dicha resurrección no es propiamente la victoria de Jesús, es el acontecimiento
que revela el valor salvífico de la cruz, es el corolario a la victoria ya
alcanzada por el Hijo en Getsemaní y el Gólgota, es la manifestación
esplendorosa de esa victoria que se derrama sobre los hombres.
Por ello, la cruz de
Cristo es siempre signo profético que anuncia el amor de Dios, que revela el
auténtico rostro de la divinidad, que expresa con la más dramática plasticidad
al Dios que entrega la vida por los hombres para elevarlos a la categoría de hijos
por la efusión de su Espíritu, que brota del costado abierto del crucificado.
Pero también denuncia la
obstinada y contumaz mentalidad humana que se rehúsa a abandonar sus criterios
y valores egoístas, que aunque bien visto tiene, solo le llevan a la
destrucción, a él le parecen deliciosos manjares que no está dispuesto a dejar
para asumir el proyecto de Dios, proyecto que siempre le exigirá renunciar a
sus supuestos privilegios para optar por los pobres y desposeídos del mundo, mentalidad
que le llevará a crucificar al Hijo de Dios, no sólo en el Gólgota de hace casi
dos mil años, sino en el Gólgota de la vida cotidiana de los hombres del siglo
XXI. Pero la resurrección, nos permite vislumbrar la dimensión edificante del
signo profético de la cruz, viéndose así iluminado todo sufrimiento humano
cuando éste es injertado por el Espíritu y por la fe del sufriente en el
sufrimiento de Cristo que salva al mundo.
¡Él es el siervo doliente anunciado por
Isaías, que soporta nuestro sufrimiento y lleva sobre sí nuestras culpas!, ¡Él
soportó el castigo que nos trae la paz! Jesús es quien en absoluta obediencia,
aún y sobre todo en la noche obscura de la ausencia de su Padre, da el salto
definitivo y se abandona en brazos del que oculta su rostro ¡Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu! Esperando contra toda esperanza que Él le librará
por ser Dios fiel y verdadero.
Es precisamente por su
obediencia, que le lleva a la muerte y una muerte en cruz, que el Padre le
exalta y su nombre está sobre todo nombre y es nuestro sumo Sacerdote, el único
intermediario entre Dios y los hombres. La
muerte de Jesús, es la culminación de su pasión y a la vez, del proceso de
abajamiento de Dios, Él no sabe hacer otra cosa que entregarse, que dar la vida
misma por sus criaturas. Desde la eternidad, su proyecto creacional es ya
proyecto salvífico, con miras a la plenificación del hombre, y a través del
hombre, del cosmos mismo, pero esa plenificación se logra por la gracia, por la
donación de la misma vida divina, donación que queda constatada para siempre en
la cruz del Hijo.
Advertencia hermenéutica;
Abordaremos los textos desde una perspectiva que nos permita ir más allá del
sentido meramente histórico del acontecimiento allí narrado, y que nos permita
descubrir su significado atemporal, que traspasa los límites del tiempo y el
espacio, y que por lo mismo pueda iluminar nuestra vida, nuestra problemática
del aquí y el ahora. Desde esta perspectiva, me gustaría analizar con ustedes
brevísimamente los versículos 23,24 y 34
del capítulo 19 del evangelio de Juan, que arrojan mucha luz sobre el
significado salvífico de la muerte de Cristo.
Jn 19, 23.24: <<
Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los
que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica
era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo.
24 Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a
quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura: se han repartido mis
vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los
soldados. >>
Elementos simbólicos del
texto:
1.-Los soldados
representan a todos los hombres de la tierra, a los llamados paganos, los no
judíos.
2.-El manto simboliza tres
cosas; la vida entregada por Cristo, que será el vestido del creyente, el Reino
de Dios y el Espíritu de Cristo.
3.-La túnica también
simboliza al Reino y al Espíritu, pero en su carácter de unicidad, de
indivisibilidad.
4.-El número cuatro
simboliza la totalidad, la universalidad; de los hombres (los cuatro soldados)
y del reino-Espíritu-vida entregada (las cuatro divisiones del manto).
Mensaje teológico:
--Son cuatro los soldados
que han dado muerte a Cristo y que se apropian de su manto, es la universalidad
del mundo pagano la que ahora recibe el Reino y el Espíritu que emana de la
vida entregada de Jesús (reciben el manto y lo rompen en cuatro partes).
--Pero no rompen la
túnica, es decir, aunque la universalidad del don implica diversidad, pluralidad de
comunidades, éstas gozan del único Espíritu, del único Reino, el que viene de
lo alto (la túnica no tenía costuras y estaba tejida toda desde arriba).
Es importante hacer
hincapié en el simbolismo de la túnica como el Espíritu del Crucificado, que
comunica vida entregada hasta el extremo de la cruz, con la cual la comunidad
cristiana se ha de vestir (para eso se reparten el manto los soldados). Los
ciudadanos del Reino se reconocerán por la actividad de su amor. Todo el mundo
reconocerá a los discípulos como a los
herederos de un crucificado, que se distinguen como él por la práctica del
servicio al hombre hasta dar la vida.
Jn 19, 34 <<
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante
salió sangre y agua. >>
Elementos simbólicos del
texto
1.-La lanza; representa el
odio del mundo.
2.-La sangre; es la vida
entregada del Hijo hasta la muerte.
3.-El agua representa al
Espíritu.
4.- El costado de Jesús,
hace referencia a la creación de la mujer en Gn 2,21s.
Mensaje teológico;
--Ante el odio del mundo
que sigue rehusándose al amor ofertado por Dios (la lanzada al crucificado ya
muerto), Dios responde con mayor amor, amor que produce vida desde la muerte,
ya que del costado del nuevo Adam (referencia a la creación) surgirá un nuevo tipo
de hombre, nueva creación de Dios, ¡la comunidad de Cristo!, creada por la vida
entregada del Hijo en la cruz (la sangre) y por el Espíritu comunicado (el
agua).
Conclusión: Dios se entrega
por nosotros (¡todos y cada uno de nosotros, los que hoy reflexionamos juntos!),
en la persona de su Hijo crucificado y traspasado por el odio del mundo. Del
Hijo muerto brota la vida, se recibe el Reino y el único Espíritu que unifica a
las comunidades cristianas, que nacemos día a día al pie de la cruz.
Hay que morir como el Hijo
para generar vida, hay que morir diariamente a nuestra mentalidad egoísta,
centrada solamente en nuestro bienestar (aún si éste se logra a costa de la paz
de otros), hay que morir diariamente a nuestras idolatrías, hay que amar
entregando la vida para recuperarnos a nosotros mismos como auténticos seres
humanos libres y plenos. Los cristianos no tenemos opción si hemos de ser fieles
al que confesamos como Señor; no es posible seguir a Jesús sin la negación de
uno mismo y sin tomar la cruz, signo eficaz del amor que entrega la vida hasta
la muerte misma. Pero recordemos que no
estamos solos, ¡es la vida misma de Dios la que se nos comunica en el Espíritu
que brota del costado del crucificado, para que podamos vivir según los
designios del Señor!
Gracia y paz.
Audio reflexión viernes santo 2013
Les comparto el audio de mi reflexión sobre el misterio de la muerte del Señor y sus repercusiones en la vida del discípulo. Sigan el vínculo.
VÍNCULO: http://www.ivoox.com/reflexion-viernes-santo-2013-audios-mp3_rf_1900094_1.html
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lunes, 25 de marzo de 2013
AUDIO/REFLEXIÓN JUEVES SANTO 2013.
Les comparto el audio de mi reflexión sobre las lecturas del Jueves Santo.
Sigan el vínculo: http://www.ivoox.com/reflexion-para-jueves-santo-2013-audios-mp3_rf_1898123_1.html
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL JUEVES 28 DE MARZO DE 2013 (JUEVES SANTO)
1. Lecturas
1 Co 11,23-26: << Hermanos: Yo he recibido una tradición, que
procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la
noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias,
lo partió y dijo:-«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto
en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este
cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo
bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del
cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. >>
2. Reflexión
¿Comer y
beber el cuerpo y la sangre de Cristo?
De la vida
al Sacramento y del sacramento a la Vida
Jorge Arévalo Nájera
Continuamos reflexionando sobre diversas líneas teológicas y
espirituales que nos aportan los textos que serán proclamados a lo largo de las
celebraciones de la Semana Santa y que nos permiten profundizar en el camino
del discípulo hacia la Pascua, trámite la cruz. Hoy meditaremos sobre el texto
de 1 Co 11, 23-26 que nos presenta el memorial de la Eucaristía.
Pablo indica que la tradición sobre el memorial de la
institución eucarística existía ya desde los mismos inicios del cristianismo y
no cabe duda que proviene del recuerdo de una acción realizada por el Jesús
histórico. Esto tiene profundas implicaciones espirituales, pues más allá de
una mera anécdota histórica de una última cena de entre las muchas que habrá
tenido Jesús con sus discípulos, el texto refleja la consciencia eclesial
acerca de su fundamento en la celebración eucarística. En efecto, la Iglesia
nace de la Eucaristía de Cristo, se alimenta de ella y camina hacia ella. Digámoslo
con todas las letras: sin Eucaristía no hay Iglesia ni cristianismo. No
obstante, con esto no se ha dicho todo, porque cabría preguntarse, ¿Qué es la
Eucaristía? ¿Es simplemente un rito litúrgico? ¿Qué significa “comer el cuerpo
de Cristo y beber su sangre”? ¿Qué significa hacer memorial del gesto de Jesús?
Tratemos –aunque sólo sea superficialmente- de esbozar
algunas posibles respuestas a estas interrogantes: en primer lugar, la
Eucaristía no se limita al acto puntual de la celebración católica llamada
Misa, y mucho menos al sólo acto de la invocación sacerdotal al Espíritu Santo
para que transforme el pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo. La
Eucaristía es ante todo la vida misma de Cristo, que es ofrecimiento y acción
de gracias al Padre en el poder del Espíritu, y esa vida asume, incorpora, configura
la vida del discípulo, de tal modo que su existencia es toda ella crística, y
por lo tanto, eucarística.
De modo que la Misa –y de algún modo toda celebración
cristiana que convoca a los bautizados para hacer memorial de la entrega de
Jesús- es la expresión concreta y sacramental de una vida que ya es
eucarística, y al mismo tiempo, esa vida, esa existencia eucarística se
alimenta del sacramento. Por eso, afirmo –junto con la Iglesia- que el
cristianismo no puede existir sin Eucaristía, pues la vida de Cristo es origen,
sostén y medio para llegar al Padre.
En segundo lugar, el texto –en cuanto a su teología- debe ser leído en clave
simbólica. No quiero decir que el sacramento sea un mero símbolo, sino que el
texto utiliza símbolos que deben ser descifrados para entender su significado.
Así, “cuerpo”
hace referencia al modo de estar presente en el mundo, a la manifestación
sensible de la persona y por lo tanto a su modo de dejar huella, de impactar en
la historia, de esta forma, sus opciones transformadas en actos son “cuerpo”,
los gestos con los que comunica sus sentimientos son “cuerpo”, sus pensamientos
exteriorizados en palabras son “cuerpo”. Hay “cuerpos” de pecado o carnales, es
decir modos de expresarse que niegan la gracia, la esperanza, la acción del
Espíritu.
Por ejemplo, cuando negamos con palabras el gobierno de Dios
en la historia, estamos negando la esperanza pues condenamos al mundo al
sinsentido, al azar y al caos, en ese momento somos “cuerpo carnal”, pero si
afirmamos la esperanza de que Dios, a pesar de toda evidencia contraria conduce
la historia y la lleva a buen puerto, somos “cuerpo redimido o espiritual”. Por
otro lado, el acto antropológico de la manducación (comer o masticar) adquiere
en la mentalidad bíblica un carácter simbólico y así trasciende el mero acto de
engullir alimento para sobrevivir y hace referencia al acto de apropiación de
una determinada realidad para hacerla suya, para asimilarla e interiorizarla de
tal forma que ya sea parte indisociable del hombre.
Todo esto, para aclarar que cuando Jesús dice “Esto
es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía… Por eso,
cada vez que coméis de este pan…”, está diciendo: ¡Hagan suyo mi vivir,
anuncien con palabra y testimonio de vida el reino que ya se ha hecho cercano,
abracen a los excluidos e invítenlos a compartir la mesa, denuncien las
injusticias sin miedo a los poderosos, confíen plenamente en la providencia de
mi Padre, perseveren en la alegría que brota del saberse hijos de Dios y
herederos del reino, despójense de todo para hacerse dueños de todo, sean uno
conmigo de tal modo que al mismo tiempo yo salve y ustedes sean vehículo de
salvación! Así como el pan material es absolutamente indispensable para la vida
bilógica, el “cuerpo” de Cristo es absolutamente indispensable para la vida
definitiva, pero así como comer el alimento material implica un acto volitivo
–hay que tomar el pan y levarlo a la boca-, el comer el pan celestial exige el
acto también volitivo de la aceptación existencial de comulgar con Cristo y los
hermanos.
Por otro lado, el vino en la mentalidad semita simboliza el amor,
así, en las bodas el signo del amor que los esposos se dispensan se expresa
mediante la prodigalidad del vino en el banquete de bodas. En la teología
bíblica, el vino llegó a simbolizar el amor de Dios en la alianza con su
pueblo. En el Nuevo Testamento, el vino de los tiempos mesiánicos se transforma
en “sangre”
porque el rechazo de los hombres a ese amor divino –manifestado en la persona
de Jesús- se concretiza en la crucifixión del Hijo. La sangre pues simboliza el
amor derramado, entregado hasta el extremo de asumir el odio del hombre y desde
la muerte generar vida y vida en abundancia.
Beber la sangre de Cristo es estar dispuesto a amar de la
misma forma que Él, a abrazar el fracaso histórico del amor con toda la carga
de dolor y sentimiento de abandono. Es apostar el todo por el todo en un salto
hacia el abismo, es amar sin esperar nada a cambio, es abrir los brazos y
recibir los clavos que sujetan al madero del desamor con la esperanza de que al
final, triunfará el Dios de la vida.
Finalmente, el acto de Jesús, el cual invita a sus discípulos a hacer
memorial, no es simplemente un recordatorio simbólico de lo que alguna vez hizo
Jesús. En la teología israelita, “recordar” es ante todo el acto de Dios que
actualiza sus gestas salvíficas (de manera eminente la Pascua), trayendo sus
efectos salvíficos y liberadores al presente de la comunidad de todos los
tiempos. Cristo se hace presente en el mundo de manera especialmente densa
–aunque no por ello exclusiva- en el Sacramento Eucarístico, pero esta
presencia se ha de hacer operante y eficazmente transformadora mediante la
comunidad que manduca, bebe y comulga su cuerpo y su sangre.
Gracia y paz.
lunes, 18 de marzo de 2013
Audio/reflexión para el domingo 24 de marzo de 2013_Domingo de Ramos.
Te invito a escuchar mi reflexión sobre las lecturas del próximo Domingo de Ramos. Sigue el vínculo:
http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-24-marzo-audios-mp3_rf_1878514_1.html
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 24 DE MARZO DE 2013 (DOMINGO DE RAMOS, CICLO C)
1. Lecturas
Is 50,4-7: << Mi Señor me ha dado
una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada
mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me
abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me
apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante
ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por
eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
>>
Sal 21: << Al verme, se burlan de
mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor, que lo ponga a
salvo; que lo libre, si tanto lo quiere." Me acorrala una jauría de
mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero
tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. Contaré tu
fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor,
alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel. >>
Flp 2,6-11: << Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y
así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió
el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. >>
Lc 22,14 ss; 23: << "He deseado
enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer"
>> *Para la lectura completa del evangelio, puede el lector seguir el
siguiente vínculo:
¿TRIUNFO SIN CRUZ?
Jorge Arévalo Nájera
En esta ocasión, dada la extensión de la lectura del evangelio de Lucas,
remitiré mi reflexión únicamente a la primera lectura, al salmo y a la segunda
lectura. Les recomiendo muchísimo el comentario del P. César Corres al citado
trozo evangélico.
Antes de abordar los textos correspondientes, me permitiré hacer una
brevísima contextualización que nos ubicará mucho mejor en la perspectiva
teológica que la Iglesia nos propone en las lecturas de hoy.
A todos nos apetece la clase de recibimiento que tiene Jesús al entrar a
Jerusalén, todos quisiéramos ser reconocidos y alabados como embajadores de Dios,
y está bien, finalmente los hombres necesitamos constitutivamente el
reconocimiento de los otros para formar una psicología sana y funcional en la
sociedad. En el capítulo 19 de Lucas, se nos presenta la escena evangélica que
da pie al inicio propiamente dicho de la Semana Santa y que da nombre a la
celebración de este domingo. Se trata desde luego de la entrada “triunfal” de
Jesús en la ciudad santa, donde es aclamado por las multitudes como rey y
embajador del Señor, lo cual es incuestionablemente un acierto teológico, pero
¿se corresponde la ortodoxia doctrinal de la proclamación con el significado
jesuano de su realeza? O dicho de otro modo, ¿cuando se proclama a Jesús como
rey se entiende lo mismo que él?
Me parece que dada la actitud de los discípulos ante las palabras del
Maestro, la respuesta es ¡no! A partir de su entrada en Jerusalén, Jesús inicia
su enseñanza sobre la necesidad de la pasión, más aún, la forma concreta de su
entrada es ya un signo profético que anuncia su tipo de mesianismo y realeza
(la imagen del borrico es la de uno que carga los pesados fardos que
correspondería llevar al amo. La cristiandad primitiva hace uso de la imagen de
este animal para representar a Cristo, que lleva sobre sí los pecados de los
hombres), Jesús anuncia también la destrucción de la ciudad y del templo, la
destitución de Israel como pueblo elegido, la persecución de los discípulos, la
gran tribulación y su parusía. Su predicación tiene tintes poco triunfalistas y
es decididamente anunciadora de un camino de entrega, sufrimiento y
destrucción. En este marco deben situarse no solo el trozo evangélico que hoy
se proclama, sino todos los textos que forman la liturgia de la Palabra.
Isaías empieza poniendo el dedo en la llaga: presenta
la figura del siervo doliente (una figura mesiánica que ciertamente no gozó de
las preferencias en la imaginería israelita acerca del Mesías esperado, pero
que Jesús tuvo el mal gusto de elegir para configurar su camino salvífico).
Podemos entresacar algunas características de este personaje paradigmático
(modelo a imitar):
1.-Se le ha sido dado el don de hablar una palabra capaz de confortar al
abatido. ¡Resulta que las aparentemente desoladoras palabras de Jesús tienen
como objetivo confortar al abatido! ¿Cómo puede el anuncio de la necesaria
pasión provocar consuelo en el que se siente derrotado bajo el peso del
sufrimiento o el sinsentido de la vida? Aquella palabra que Dios pronunció en
los tiempos primordiales y que generó vida, cosmos y creación es la misma que
encarnada alienta al abatido para crear en él mundos nuevos, abrir horizontes
de esperanza y hacer posible el sueño de la vida definitiva. Solo que en la
nueva economía del Padre (su proyecto de salvación incidente en la concreción
de la vida humana) esa palabra se define
y clarifica, muestra un rostro, un cuerpo perceptible que revela nítidamente el
misterio de Dios, del hombre y de todo lo creado.
En un momento dado, en la
Palestina del siglo I de nuestra era, Dios, en la persona de Jesús de Nazaret,
literalmente caminó, habló palabras humanas, miró por vez primera la creación
con ojos humanos, lloró conmovido por un amigo y todo esto ¡sin dejar de ser
Dios por un solo instante! Por lo cual, todo el conjunto de su vida, cada
acción y palabra pero también toda quietud y silencio revelaban al Dios único y
verdadero. Por ello, siendo que Dios en todo momento “quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” la persona de Jesús
es ya juicio para el mundo, signo que exige toma de postura sin dilación,
salvación o perdición según la opción libre del hombre.
Es cierto que a primera vista parecen palabras de mal augurio, pero
esconden la única verdad capaz de vencer al mal y llevar al hombre a su destino
final en el encuentro con aquel que le ha creado musitando su nombre desde el
principio. ¡Entrega que permite recuperarse a sí mismo! ¡Pérdida que genera
ganancia! ¡Muerte que deviene en vida! ¡Dolor que se vive con gozo!, palabras
que suenan a locura a los oídos aún
sumidos en los criterios del mundo pero que tienen sabor a eternidad para el
que cree.
2.- La capacidad de escucha y la obediencia son
también características esenciales del siervo. La Palabra resuena en la
historia, pero sólo los siervos la escuchan. La Palabra marca el camino pero sólo
los que la escuchan lo siguen. La disposición a la escucha es cotidiana porque
la Palabra es irrepetible y siempre nueva para el que la escucha con el
corazón. Solo que dicha escucha trae consecuencias, la Palabra no es inocua, es
siempre fuerza desgarradora que lanza a la loca aventura del amor, es potencia
trastocadora que enloquece y quema hasta los huesos.
Cuando la Palabra es escuchada, no permanece inactiva sino que arrebata
al escuchante en un torbellino apasionante ante el cual no es posible oponer
resistencia. Sólo entonces aparece coherente y clara la verdad del evangelio: la
mansedumbre como único camino ante la violenta adversidad de los opositores al Reino. “Endurecer el
rostro” (reafirmar decididamente la actitud) de cara a la esperanza en que
finalmente Dios ejercerá su justicia es la forma de ser del creyente en el Dios
de la Biblia. Arredrarse ante la aparente imposibilidad de vivir los valores
del Evangelio es de pusilánimes y faltos de fe, es evidenciar la falta de
esperanza y lo que verdaderamente abriga su corazón ¡el poder y la violencia
son los auténticos señores a los que sirven!
El
Salmo 21 es uno de los cantos
bíblicos más desgarradores con los que el creyente proclama la realidad de la
fe, un fe que no exime al creyente de las dificultades propias de la vida y
mucho menos de la conflictividad inherente a la vida evangélica que se
confronta necesariamente con un mundo no solo distinto al Reino de Dios sino
inclusive antagónico. Cómo quisiéramos que la confianza depositada en el Señor
funcionara como una especie de “campo protector” que rechazara los embates de la adversidad y
los enemigos.
Pero la realidad es que aquel que ha confiado en el Señor se ve rodeado
por rabiosos perros que esperan el momento oportuno para hacer pedazos al
seguidor de Dios, e inclusive su dignidad (la túnica) está en juego, todo lo ha
perdido. Sin embargo, la fuerza de su fe le permite creer contra toda evidencia
y lanzarse al abismo de la noche oscura confiando solamente en aquel que un día
le ha dirigido su Palabra.
Sabemos que el Salmo no termina en la incertidumbre de saber si Dios va
o no a rescatar a su siervo, pero a propósito y en el tenor de la línea
teológica que hoy se quiere resaltar, se deja al escuchante de la Palabra como en un
suspenso dramático que motiva a escuchar la lectura siguiente para responder al
interrogante suscitado: ¿Salvará Dios a su siervo?
La segunda lectura es impresionante, La Carta a los Filipenses recoge uno de los himnos cristológicos más hermosos de todo el Nuevo
Testamento y que realmente deja a la asamblea anonadada, con el alma en un hilo
y desfalleciente, y no es para menos. Es imposible desarrollar todo el
contenido teológico y espiritual del himno, por lo que solamente abordaré la
primera intuición.
Si el discípulo esperaba que Dios actuara mágicamente rescatando a su
siervo de las garras del mal que le estaba destruyendo, se llevará una fuerte
decepción. Por difícil que pueda resultar aceptarlo, Dios salva abajándose él
mismo “Cristo Jesús, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las
prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a
sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.”
Aquí es necesario hacer una pausa, tomárselo con calma, respirar profundo y
meditar el significado del texto. Estamos quizás demasiado acostumbrados a
escuchar desde la infancia frases como “el Hijo de Dios se hizo hombre”, “Jesús
dio la vida por nosotros”, que se han convertido en una especie de “cliché” o
fórmula doctrinal ya carente de todo significado para el creyente actual, no
porque en sí mismas este tipo de fórmulas con carácter dogmático no sean
totalmente ciertas o carezcan de vigencia, sino porque a fuerza de repetirlas
mecánicamente las hemos vaciado de su sentido, ¿Cómo es que Dios actúa para
salvarnos? Y por lo tanto, ¿Cómo es que el discípulo debe afrontar su llamado a
ser vehículo de salvación para el mundo?
Ante el sufrimiento que indefectiblemente la vida natural y sobre todo
la evangélica trae consigo, somos invitados no a elaborar intrincadas teorías
acerca de una imposible teodicea (armonización de la bondad y omnipotencia
divina con la realidad objetiva del sufrimiento humano) sino a sumergirnos
vivencialmente en el misterio del Hijo que poseyendo todas las prerrogativas
divinas, se hizo nada (se anonadó) asumiendo la condición de siervo y
haciéndose semejante a los hombres.
Hoy iniciamos litúrgicamente un camino de reflexión e introspección para
configurarnos en el camino que el Verbo eterno ha hecho con el único fin de
llevar a la plenitud a la creación entera y este maravilloso himno cristiano no
solo es cristológico, sino también profundamente eclesiológico y por lo tanto
paradigmático para el discípulo, que está llamado a ser “alter Cristus”, otro
Cristo en medio del mundo.
El texto nos revela el único itinerario que lleva a la plenitud humana: la
primera intuición espiritual es tremenda, ¡Hay que abandonar toda supuesta prerrogativa
o derecho! Esto es de lo más difícil en la vida cristiana, normalmente
encaramos la realidad y los retos que representa la vida con un presupuesto;
¡Tenemos derechos que defender! Y las relaciones con los otros se supeditan a
que ellos reconozcan y respeten esos derechos.
Podríamos decir que la base para una sana convivencia entre los hombres
es ese reconocimiento y respeto. Y sin embargo, según los escritos del Nuevo
Testamento ni Jesús ni los cristianos pensaban así, para ellos es claro que la
única manera de acabar con el mal y posibilitar la entronización de Dios en la
facticidad histórica es precisamente el cambio total en la mentalidad, la
inversión radical de los valores y principios que rigen la interrelación
humana. Desde luego que esto implica el desmantelamiento total de una
cosmovisión que permite al hombre entenderse a sí mismo y a la realidad que le
rodea. Claro está que esto no significa dejar la mente “en blanco”, eso es
utópico e innecesario, más bien se trata de absolutizar los valores del Reino y
relativizar lo que de bueno tiene el mundo.
En esta perspectiva, no niego desde luego las bondades que el
establecimiento de los derechos humanos aporta al concierto de las relaciones
humanas, lo que digo es que según el N.T esos derechos deben ser defendidos
para los otros, pero el cristiano está más allá de esos derechos, él vive ya en
la libertad de los hijos de Dios y por ello puede desprenderse de lo que
constitutivamente le corresponde con tal de generar vida nueva en los demás.
Poner la otra mejilla, perdonar setenta veces siete, orar por el que nos
ofende, responder con un bien a todo mal recibido, entregarle la túnica al que
te pleitea por el manto, son todas ellas formas concretas de renunciar a las
prerrogativas humanas. La lógica humana indica que en defensa de nuestros
derechos, deberíamos al menos oponer resistencia a ser golpeados, a perdonar
si, pero a condición del cambio de actitud por parte del ofensor, a reservarnos
el derecho de pedir el favor de Dios para aquellos que nos congratulan, a por
lo menos retirar el habla y clausurar la relación con el que nos ha hecho algún
mal, a acudir a la protección policíaca para evitar que nuestras pertenencias
sean robadas, etc.
Y sin embargo, la espiritualidad cristiana es un mirar con Jesús, más
allá de uno mismo y de la mera apariencia para atisbar en el abismo del otro,
que muestra (precisamente en su manera de pasar por encima de mis derechos) su
debilidad y urgente necesidad de descubrirse amado, contra toda lógica y
cordura. Quizás algún día esta loca manifestación de un amor que hinca sus
raíces en la eternidad le permita escapar del asfixiante cerco de la violencia
para penetrar en la experiencia de la libertad y la paz que está más allá de
todo entendimiento humano.
El triunfo del cristiano no puede darse sin la experiencia de la cruz,
la pascua sólo es posible como fruto de la renuncia y la entrega de aquello que
constituye su primer y más importante derecho: ¡la vida!
Gracia y paz.
lunes, 11 de marzo de 2013
Audio/reflexión domingo 17 de marzo de 2013_5° de Cuaresma_Ciclo C.
Les comparto mi reflexión en audio para el domingo 17 de marzo de 2013_5° domingo de Cuaresma_Ciclo C.
VÍNCULO: http://www.ivoox.com/reflexion-domingo-17-marzo-2013-5-de-audios-mp3_rf_1859258_1.html
Un abrazo.
VÍNCULO: http://www.ivoox.com/reflexion-domingo-17-marzo-2013-5-de-audios-mp3_rf_1859258_1.html
Un abrazo.
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 17 DE MARZO DE 2013 (5° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)
1. LECTURAS
Is 43,16-21: << Así dice el Señor, que
abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla
carros y caballos, tropa con sus valientes: caían para no levantarse, se
apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en
lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré
un camino por el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del
campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el
yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé,
para que proclamara mi alabanza. >>
Sal 125 << Cuando el Señor cambió
la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la
lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con
ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Que el Señor
cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con
lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al
volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas. >>
Flp 3,7-14: << Hermanos: Todo lo
estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús,
mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a
Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la ley-, sino con la que
viene de la fe de Cristo, la justica que viene de Dios y se apoya en la fe. Para
conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus
padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección
de entre los muertos. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en
la meta: yo sigo corriendo. Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo
ha entregado, hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido
el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome
hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al
que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús. >>
Jn 8,1-11: << En aquel tiempo, Jesús
se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo
y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los letrados y los
fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio,
le dijeron: -Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La
ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices? Le
preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose,
escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y
les dijo: -El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E
inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó
solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: -Mujer,
¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: -Ninguno,
Señor. Jesús dijo: -Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
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2. REFLEXIÓN
TOMADOS EN FLAGRANTE ADULTERIO
Jorge Arévalo Nájera
El pasado no puede ni debe ser un absoluto que determine lo que somos y
menos aún lo que pudiéramos llegar a ser. Arrastrar la insoportable y pesada
loza de los errores de antaño o de aquello que pudimos haber hecho y dejamos
pasar impide la apertura a una resignificación de las dimensiones temporales
que constituyen el misterio antropológico y que viene dada por la intervención
de Dios en la historia.
El hombre en efecto al estar inserto en la temporalidad histórica se ve
condicionado (aunque no absolutamente determinado) por las tres dimensiones del
tiempo: pasado, presente y futuro. No obstante, la concepción que del tiempo
tiene la mentalidad bíblica y sobre todo del Nuevo Testamento, se encuentra
mediatizada por el acontecimiento escatológico y definitivo de la encarnación
del Verbo, que cualifica el tiempo de tal modo que pasa de ser meramente cronológico
(sucesión cíclica de acontecimientos) para convertirse en tiempo salvífico, de
especial densidad teológica en vistas a la plenificación cósmica.
En otras palabras, la historia de la salvación que Dios ha venido
tejiendo en la urdimbre de la historia profana adquiere en Cristo una auténtica
unión “hipostática” (unión perfecta de dos realidades que en esencia son
antagónicas, así, solo en Cristo se unen la naturaleza humana y la divina) en la que ya no es posible separar lo que
antes era irreconciliable. Es por ello que pasado, presente y futuro son
asumidos y resignificados en la potencia del Verbo encarnado y así se
convierten en espacio privilegiado de la acción salvífica del Señor.
En el oráculo del profeta Isaías, Dios habla en primera persona (una manera que
tiene el profeta de recalcar la capital importancia de lo que se está
anunciando) y conmina al pueblo a no vivir del recuerdo de sus gestas del
pasado por más prodigiosas que éstas hayan sido (ni más ni menos que abrió un
camino en el mar y destruyó al poderosísimo ejército egipcio): “No
recuerden el pasado ni piensen en lo antiguo; Yo voy a realizar algo nuevo. Ya
está brotando. ¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que
corran los ríos en la tierra árida” Es más que interesante la forma en
la que juega Isaías con los tiempos verbales (no recordar el pasado-ya está
brotando-haré que corran los ríos) y es que no existe tiempo alguno que Dios no
redima y convierta en experiencia sagrada.
En una aplicación espiritual inmediata para nuestras vidas, podemos
decir que la lectura nos invita a relativizar el pasado, a descubrir el
presente como espacio en el que fructifica la acción divina y a dejarnos mover
por un futuro en el que la vida es plenamente vivificada por Dios. Si nos
anclamos en el pasado, cercenamos la posibilidad de “notar” en el presente la
vida nueva que ya está brotando y mucho menos podemos dejarnos mover por la
potencia del Dios que viene del futuro escatológico.
Ya es tiempo de bajar de nuestra
espalda el terrible peso de las culpas que nos atan como un lastre irremediable
y nos impiden erguirnos para iniciar una vida que proclame las alabanzas del
Señor. No se trata desde luego de relativizar imprudentemente la terrible y
lacerante realidad del pecado, tanto personal como social, del cual todos y
cada uno somos responsables y que incide en el presente con las funestas
consecuencias por todos constatadas, desde luego que es sano y necesario
reconocer y asumir nuestra responsabilidad, pero de nada sirve un sentimiento
culpígeno que en nada beneficia al que le hicimos daño con nuestro pecado (a
nosotros mismos, al hermano, a la naturaleza o al mismo Dios) y si nos va
carcomiendo por dentro cual cáncer asesino.
El reconocimiento de la culpa, para ser herramienta constructiva en la
espiritualidad cristiana tiene que llevarnos en dirección del perdón y la
reparación del daño, solo así creceremos en santidad y nuestra fe se verá
robustecida. El pasado solo existe como un bagaje experiencial que en sí mismo
no tiene consistencia real y que por lo mismo está sujeto a permanentes
resignificaciones. En otras palabras, podemos dar una nueva valencia al pasado
y convertirlo en punto de lanzamiento para incidir positivamente en el aquí y
el ahora, único “espacio y tiempo” de salvación.
En el pasado de Israel ciertamente no solo existió la acción salvadora
de Dios sino que también hubo la deficiente respuesta del pueblo que una y otra
vez se prostituyó yendo en busca de otros “señores” para entregarse a ellos. Y
sin embargo, a Dios solo parece importarle que su pueblo se abra al presente y
al futuro de plenitud definitiva que parece ser obra exclusiva de Dios: “Me
darán gloria las bestias salvajes, los chacales y las avestruces, porque haré
correr agua en el desierto y ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo
escogido. Entonces, el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas”
La liberación antigua y las gestas prodigiosas del pasado son solo prefiguras,
parciales anticipaciones de la libertad definitiva que el Espíritu (simbolizado
por el agua) logrará en el yermo corazón humano en los tiempos mesiánicos.
Precisamente el Salmo, constata esta perspectiva teológica: por un
lado la gozosa experiencia de recordar el regreso a la tierra prometida y por
otro lado, se tiene bien presente que existe una liberación todavía por lograr “…cosecharán aquellos que siembran con
dolor…al regresar, cantando vendrán con sus gavillas” Y es que la historia
humana aunque ya se ve incidida por la potencia del resucitado, tiene que verse
pulsionada hacia un plus de realización que no llegará sino hasta el “ésjaton”, hasta la culminación de la
historia en Dios al final de los tiempos, cuando la temporalidad se vea
definitivamente asumida en la eternidad de Dios.
La nueva cualificación del tiempo
introducida por Cristo relativiza de tal modo las experiencias pasadas, que
inclusive pierden su valor en comparación con “el bien supremo que consiste en
conocer a Cristo Jesús” como afirma la epístola a los Filipenses. Inclusive, si tales experiencias pasadas se oponen de algún modo a los
valores del tiempo mesiánico, deben ser desechadas como basura “con
tal de ganar a Cristo y estar unido a él”. Desde luego que ante las
palabras de Pablo, a más de uno nos dan ganas de suspender la lectura y salir
corriendo a seguir prostituyéndonos con los “señores” de este mundo, porque ¿no
es verdad que estamos muy a gusto siendo los amantes de los “señores” dinero,
poder, confort, seguridad, inteligencia, posición económica etc.?
La propuesta evangélica es de tal modo subversiva que los pilares
ideológicos sobre los cuales está sustentado el edificio social se ven
amenazados a tal grado que todos aquellos que vivimos a sus expensas luchamos
denodadamente por acallar la voz de los profetas para continuar escuchando las
engañosas quimeras de Satanás.
No nos engañemos, ¡No se puede estar unido a Cristo viviendo las
categorías del mundo! Para vivir con él hay que “conocerlo” y esto significa
mucho más que saber de memoria el Catecismo o las “definiciones” acerca de su Misterio,
lo cual además de absurdo revela una paupérrima experiencia vital de ese
misterio. A Dios no se le puede definir ni conocer mediante la sola aplicación
de las categorías racionales, no olvidemos que él es el innombrable, el tres
veces santo, el dominador de todo y mucho, pero mucho más. Cuánto bien nos
haría como Iglesia volver los ojos a la espiritualidad oriental que repulsa el
vano intento por constreñir el misterio y prefiere caminar por los senderos de
la mística contemplación que arrobada se extasía ante la inefable belleza y se
abandona a su graciosa acción. Al Cristo
se le va conociendo en la medida en que se le va siguiendo, haciendo propias
sus palabras hasta que la verdad penetra hasta lo más íntimo del ser y un día
se puede repetir al unísono con Pablo ¡Es Cristo quien vive en mí! Pero antes
hay que aprender la dificultosa ciencia de olvidar lo que se ha decidido dejar
atrás y “lanzarse hacia delante en busca de la meta y del trofeo al que Dios,
por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo”.
Hay que saber dejar atrás la culpa que la ley nos imputa a causa del
adulterio, porque en el fondo, todos somos adúlteros, todos hemos traicionado
el amor, todos hemos introducido elementos espurios en la alianza que Dios ha
pactado con nosotros por medio de su Hijo, en este sentido se pronuncia la
página del Evangelio de Juan: ¿Quién puede arrojar la primera piedra? No
hay remedio, en el ámbito de la ley religiosa (la escena evangélica se sitúa
precisamente en el templo) el juicio y la sentencia ya se han pronunciado:
¡Culpables y condenados! Sin embargo, en la era mesiánica el espíritu de la ley
se ha recuperado y despunta el día definitivo. “Al amanecer” dice Juan se
sienta Jesús para enseñar: es el amanecer del día que no conoce el ocaso, en
que la ley del amor y la misericordia alcanza su cenit en la persona de Jesús,
dominador de la dimensión religiosa del hombre (está sentado para enseñar) y he
aquí que la ley antigua y la nueva economía de Dios se encuentran cara a cara,
la condena preestablecida y la palabra de Jesús que es puesta a prueba “¿tú,
que dices?. Es la confrontación entre dos maneras de entender el
proyecto justiciero de Dios. No está en duda el pecado cometido, está claro que
la mujer (y con ella todos nosotros) ha pecado, ha traicionado al marido.
El problema se sitúa en otra dimensión ¿Qué dice Dios al respecto? ¿Qué
clase de juicio establece? El “agacharse” de Jesús nos recuerda el gesto que ha
tenido al curar a la suegra de Pedro de aquella fiebre que le postraba en la
cama. Parece una clara referencia al movimiento de abajamiento de Dios para
salvar a su pueblo y subirlo a una tierra que mana leche y miel como menciona el
libro del Éxodo. Jesús es la densidad máxima de ese movimiento kenótico de
Dios, solo en el itinerante rabino galileo puede encontrarse la forma en que el
Altísimo sube a su pueblo hacia la plenitud.
Es por ello que Jesús es la nueva ley que se inscribe en el entramado de
la vida humana, lo cual simboliza Juan con la imagen del Maestro
“escribiendo” en “la tierra”. Antaño, en
los tiempos preparatorios Dios escribió con su propio dedo en las rocas de la
ley, pues bien, ahora Cristo escribe la ley de la misericordia en el ámbito de
lo humano. En esta nueva ley no hay lugar para el juicio humano condenatorio
porque todos estamos al mismo nivel pecaminoso, y solo a Dios corresponde
decidir la suerte del pecador: “Tampoco yo te condeno”, es el tiempo
de la gracia que restaura y permite reintegrarse como hombres liberados.
Solo un mandato para la mujer perdonada: “No vuelvas a pecar” ¿Será esto
posible? Quizás es tiempo de cambiar aquel viejo cliché que nos han inoculado
desde pequeños acerca de nuestra irrenunciable tendencia al pecado, para
abrirnos a la potencia imparable del Espíritu que aún tomándonos en flagrante adulterio
nos impulsa a alcanzar horizontes de libertad insospechados, los mismos
horizontes de la vida divina.
Gracia y paz.
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