Les comparto el audio de mi reflexión sobre las lecturas que serán proclamadas el domingo 5 de mayo de 2013 (VI de Pascua, Ciclo C)
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martes, 30 de abril de 2013
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 5 DE MAYO DE 2013
(6° DE PASCUA CICLO C)
- LECTURAS
Hch 15,1-2.22-29: << << En aquellos días, unos que bajaron de Judea se
pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la
tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una
violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y
algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros
sobre la controversia. Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia
acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y
Bernabé. Eligieron a Judas Barsaba y a Silas, miembros eminentes entre los
hermanos, y les entregaron esta carta: "Los apóstoles y los presbíteros
hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del
paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os
han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad,
elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han
dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto,
mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos
decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las
indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre,
de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo
esto. Salud." >>
Sal 66: << El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre
nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que
canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los
pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. Oh Dios, que te
alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que
le teman hasta los confines del orbe. >>
Ap 21,10-14.22-23: << El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me
enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios,
trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe
traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce
ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A
oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente
tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los
nombres de los apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su
santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni
luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el
Cordero. >>
Jn 14,23-29: << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "El que me
ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada
en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que
estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre
en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os
he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo.
Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.
Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me
amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os
lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis
creyendo." >>
- REFLEXIÓN
De la ley de Moisés a la inhabitación de Dios
Jorge Arévalo Nájera
El problema que está a la base del conflicto que nos relata el libro de
los Hechos de los Apóstoles (¿Es la circuncisión
del pacto antiguo necesaria para la salvación?) no es un problema que se
reduzca al pasado, muy por el contrario, tiene muchísimo que ver con el pueblo
de Dios del siglo XXI y no ha sido superado en la Iglesia contemporánea a decir
por la forma concreta en que se vive la fe por parte de gran cantidad de
cristianos de todas las denominaciones.
Trataremos de analizar brevemente esta problemática para después
abocarnos a interiorizar el horizonte de superación que nos plantea la Palabra
de Dios. El dilema en la elección entre acceder a la circuncisión o no, era
mucho más complejo de lo que a simple vista pudiera parecer: el doloroso rito
revestía un carácter religioso que simbolizaba y significaba la pertenencia al
pueblo elegido, digamos que era el acto de carácter sacramental que permitía al
varón pertenecer con pleno derecho al estatuto de judío y poder participar de
todos los derechos y prerrogativas del varón israelita, pero también era entrada
a la dinámica salvífica que Yahvé ejercía por medio de su pueblo.
Por lo tanto, no circuncidarse era impensable si se quería participar
del influjo salvífico y del cumplimiento de las promesas que aguardaban al
pueblo de la alianza. En la cristiandad primitiva muy pronto se presentó la
disyuntiva entre un cristianismo de cuño pagano localizado geográficamente
fuera del territorio israelita e ideológicamente desvinculado del judaísmo y un
cristianismo de cuño judaico profundamente enraizado en la espiritualidad
israelita y localizado en este territorio.
En el fondo, era el conflicto entre la ley mosaica que acentuaba el
quehacer del hombre traducido en el cumplimiento de la ley (con el fin de
alcanzar la misericordia divina y las promesas del reino) y la Ley del Espíritu
donado gratuitamente y bajo cuyo influjo entran todos los hombres que se
adhieran a Jesús.
¿Es salvífico el cumplimiento de la ley o lo que salva es la fe? Tal
conflicto tiene algo de artificioso y se da a nivel de una postura errónea de
ambas partes: si cumplir la ley se hace para “ganarse” la benevolencia divina
entonces evidentemente se cae en la manipulación de lo divino y en el ámbito de
las religiones naturales, pero al mismo tiempo, si la fe se entiende como la
aceptación irracional y acrítica de unas supuestas verdades religiosas sin
compromiso con la historia y reducida a la intimidad del sujeto, entonces
también es evidente que estamos en al ámbito del fideísmo alienante.
Aunque el texto de los Hechos
nos reporta la resolución del conflicto con la imposición solo de algunas
prescripciones legales (abstenerse de la fornicación y de comer lo inmolado a
los ídolos, la sangre y los animales estrangulados), sabemos por la carta a los
Gálatas (Gal 2,1-10) que es más fiable en cuanto a datos históricos referentes
al resultado de la reunión conciliar en Jerusalén en el año 49, en donde se
trató este espinoso tema, que en realidad no se impuso ninguna carga legal a
los cristianos convertidos del paganismo y se les dejó en total libertad reconociendo
las obras portentosas del Espíritu en estas comunidades.
Obviamente que no se trataba de vivir anárquicamente sin un código ético
y moral, de lo que se trata es de dejar bien en claro que la ley por sí misma
no salva a nadie, que la salvación es ofrecida gratuitamente y que la ley se
cumple como una consecuencia de la apertura a la Gracia transformante. La
Gracia precede al cumplimiento de la ley pues lo contrario es esclavitud e
infantilismo espiritual.
Desde luego que ante tal propuesta, se abre un abismo de incertidumbre
ante el hombre, tan acostumbrado a la seguridad (aunque sin duda una seguridad
artificiosa) con que el cumplimiento de la ley le arropa. Sin duda es mucho más
fácil ser religioso cumplidor de normas que abrazar el fatigoso y aparentemente
incierto camino de la libertad, pues ésta exige madurez, valentía, arrojo para
arriesgarse a internarse por los vericuetos de la toma de decisiones que no
siempre parecen tan evidentes y cuyo único criterio de verdad es la gloria de
Dios y la luz que resplandece en el Cordero. Esto significa finalmente que
solamente en aquel que se ha entregado a sí mismo hasta el extremo de la
ignominia de la cruz puede encontrarse la inteligencia para discernir lo real,
la verdad y por lo tanto la vida definitiva, la única que vale la pena ser
vivida.
Solo la Gracia que supera la ley antigua en la cual se encontraba
prisionero el hombre puede abrir la boca del creyente para entonar un canto de
alabanza y reconocimiento de la bendición y bondad de Dios para con el mundo
entero, canto que ahora es asumido por todas las naciones (el mundo pagano) que
se descubre juzgado con justicia, bañado con una acción prodigiosa y
sobrehumana que le proporciona todos los elementos para alcanzar la plenitud
anhelada (Salmo).
La visión del Apocalipsis es una extraordinaria presentación
eclesiológica que revela la más profunda identidad de la comunidad cristiana. La Iglesia no puede quedarse
en la contemplación estática de su pertenencia a Dios, es cierto que dicha
contemplación es necesaria para enriquecer el corazón y concientizarse de su
realidad divina y por lo tanto de su autoridad como reveladora del único camino
que puede llevar a la humanidad entera hacia la consumación de su historia,
pero esta experiencia mística (que le hace ser portadora de la resplandeciente
gloria de Dios), por la misma dinámica creadora del “objeto” que contempla
(Dios mismo) le impele a “bajar”, a inmiscuirse en el mundo del hombre (la
tierra), en otras palabras, a transformar ese mundo.
Su autoridad divina se traduce en servicio al mundo (su “fulgor”) Esta
Jerusalén es celestial entonces porque sacramentalmente representa en la tierra
el nuevo modo de relacionarse con Dios, en ella resplandece la gloria del
Señor, que es la salvación del hombre. Esta comunidad constituida por Dios
(celestial) y enviada al mundo (desciende a la tierra) está protegida y
fundamentada por el único y mismo Dios que se ha revelado en la historia de la salvación que comienza con
Abrahán, en el antiguo Israel (simbolizado por las 12 tribus de Israel) y que
alcanza su plenitud y concreción histórica en el Cristo testimoniado por la Iglesia (los 12 apóstoles
del Cordero).
Las antiguas promesas hechas a la humanidad no son olvidadas por Dios,
sino que son asumidas y plenificadas en la nueva economía de la salvación.
Todos son invitados a entrar en esta nueva era de plenitud (las doce puertas
orientadas hacia todos los puntos cardinales) caracterizada por la entrega de
la vida que genera vida nueva, plena y definitiva en la que lo caduco (el
cumplimiento legalista de la ley y el culto meramente religioso simbolizado por
el “templo”) no tiene más cabida pues Dios mismo es el templo de los habitantes
de la nueva humanidad que se ve también iluminada por la luz que es el Cordero.
Jesús le dirá a la samaritana: “Créeme mujer, que llega la hora en que, ni
en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no
conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los
judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores
verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el
Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu y los que le adoran, deben
adorar en espíritu y verdad” (Jn 4,21-24) y en otra parte “Jesús
les habló otra vez diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no
caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
Vale mucho la pena detenerse a analizar un poco más cuidadosamente estas
imágenes del nuevo templo y la luz del Cordero. En la imaginería judía, el
templo es el lugar donde habita “la gloria de Yahvé” (un eufemismo propio de la
sensibilidad judía que simplemente quiere decir Yahvé mismo en cuanto
efectivamente actuante para salvar al hombre) es decir, que en ese espacio
físico se da (mediante el culto que purifica) el encuentro entre el pecador y
la potencia salvífica de Dios.
Por lo tanto, se trata de un Dios vinculado indefectiblemente a un
espacio y a una cierta acción cúltica por parte de los sacerdotes israelitas.
¡Que lejos han quedado aquellos tiempos del Dios nómada que marcaba el
derrotero por donde había de caminar el pueblo siempre atento a los
imprevisibles deseos de su Señor! ¡Con cuanta reticencia había aceptado Dios
que David le construyera ese templo! ¡Bien sabía el Señor el peligro latente
que se escondía en el sincero deseo del rey por edificarle una construcción
humana a la que se considerara “su casa”, su habitáculo permanente! Y ese
peligro no es otro que el de la diabólica pretensión de “echarle el guante” a
Dios, de manipularlo para lograr sus propios y egoístas fines. En cuanto el
hombre siente que Dios se detiene y está al alcance de la mano, la tentación se
traduce en acto idolátrico que atenaza el corazón. El templo se convierte así
en cueva de ladrones que roban al pueblo la relación vital que Dios quiere
establecer con él.
Por otro lado, la imagen de la luz nos remite a la inteligencia de la
fe, inteligencia que puede penetrar hasta lo más profundo el sentido de lo
real, hasta descubrir el hilo conductor con que Dios teje muy fino su historia
salvífica para provecho de los que ama. Pues bien, Cristo es ahora esa luz, él
es el único capaz de iluminar el corazón y la mente del hombre para que vaya
más allá de lo aparente, hasta la esencia misma de la creación. La vida que da
Cristo, una vida entregada y comunicada es luz que lleva al caminante hasta su
meta definitiva.
Los criterios de la cultura imperante (la luz del sol y de la luna) no
pueden llevar a buen puerto al hombre. Es precisamente la vida de Jesús, con
sus valores y opciones, con su enseñanza y sus signos de poder, ahora
actualizados en su comunidad, que Cristo ilumina a todas las naciones. Sin
embargo Dios siempre se propone, nunca se impone a la libre voluntad humana, el
amor mismo así lo exige y la comunidad de pequeños discípulos que él llama no
es la excepción.
Ellos también deben abrazar libremente el discipulado y por eso, en el Evangelio de Juan se delinea el perfil del auténtico discípulo: uno que
AMA a Jesús. El seguidor no es otra cosa que un enamorado del Cristo, y aquí
más de uno estaremos pensando: ¿tan fácil? ¡Pues ya todo está dicho entonces!
¡Yo amo a Jesús!
Y no dudo en absoluto de la sinceridad de la expresión ni del
sentimiento de los que así piensan, pero ¿Qué significa amar a Cristo? ¿Será
cuestión de un mero sentimiento por sincero que éste sea? Veamos que nos dice
al respecto Jesús mismo: “El que me ama, cumplirá mi palabra…el que
no me ama no cumplirá mi palabra” podríamos inferir según las palabras
del Maestro, que amarle significa CUMPLIR su palabra, pero no se trata
simplemente de imitar o repetir ciertas actitudes o expresiones del Jesús
histórico y pensar que así estamos cumpliendo su palabra.
Cumplir es llevar a plenitud en nuestras vidas el espíritu de la nueva
ley, la ley del Espíritu, significa configurar místicamente nuestra vida a la suya, significa de tal modo
compenetrarnos con sus opciones y principios que nuestra mente sea la suya, que
nuestro corazón lata con el compás del suyo, que sus ojos sean los nuestros
para ver al hermano como Dios lo ve, significa que nuestra vida solamente tenga
una finalidad: hacer la voluntad del Padre. El fruto es una realidad totalmente
inédita y absolutamente impensable: ¡Dios morando en el interior de cada
singular creyente y en el seno de la comunidad! ¡Una nueva humanidad henchida
de divinidad! ¡Poseedora de una fuerza imparable, irresistiblemente
transformadora e invencible que brota de su seno inundando el cosmos entero en
un baño de Gracia salvífica!
¿Quién querría seguir bajo la esclavitud de la ley mosaica sabiendo que
aquí y ahora es ya posible vivir en la libertad de la nueva humanidad? “Se
los he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”
Gracia y paz.
martes, 23 de abril de 2013
Audio/reflexión para el 5° Domingo de Pascua, Ciclo C.
Les comparto el audio de mi reflexión para el 5° Domingo de Pascua, Ciclo C.
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 28 DE ABRIL DE 2013
5° DE PASCUA CICLO C
Hechos 14, 21b-27: << En aquellos días, Pablo
y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos
y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para
entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban,
ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron
Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se
embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios,
a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les
contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los
gentiles la puerta de la fe. >>
Sal 144: << El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con
todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Que todas tus criaturas te den
gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu
reinado, que hablen de tus hazañas. Explicando tus hazañas a los hombres, la
gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno
va de edad en edad. >>
Ap 21, 1-5ª << Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo
y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una
novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde
el trono: “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos.
Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las
lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque
el primer mundo ha pasado.” Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Todo lo
hago nuevo.” >>
Jn 13, 31-33a. 34-35 << Cuando salió Judas
del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es
glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en
sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con
vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he
amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que
sois discípulos míos será que os amáis unos a otros. >>
El amor, fundamento de
la Jerusalén nueva
Jorge
Arévalo Nájera
¿Quién no anhela un
mundo donde la muerte, el llanto y el dolor desaparezcan? Prácticamente en
todas las culturas y épocas la búsqueda fontal del hombre discurre por este
camino. El arte universal (poesía, música, pintura, escultura, cinematografía,
etc.) refleja este anhelo recapitulador del corazón humano. La reflexión
filosófica, aún en las posturas que parecen más desesperanzadas, buscan también
el sentido último -y por lo tanto dotador de paz- de aquellas realidades que
ocasionan sufrimiento.
Incluso la técnica y
las ciencias tienen como objetivo fundamental proveer al hombre de una vida
carente del dolor o al menos proporcionarle las herramientas para paliar el
mismo. No importa cómo se conciba la felicidad o plenitud humana, en el fondo
lo que se busca es erradicar el sufrimiento. Las religiones también aportan al
intento universal por lograrlo; unas propugnan por el desapego al mundo como
camino hacia la felicidad, otras el escapismo espiritual hacia las esferas
celestes. Y ¿qué aporta el cristianismo? ¿Cuál es su postura ante el
sufrimiento?
Seamos claros al
respecto, Jesús no promete a sus discípulos una vida carente de sufrimiento,
más aún, augura tribulación y persecución a todo aquel que quiera seguirlo. Lo
siento, si alguno busca en el cristianismo el escape a las experiencias
dolorosas de la vida, se ha equivocado y deberá plantearse seriamente la
posibilidad de volverse seguidor de Séneca, Sócrates o algún filósofo epicúreo.
Las lecturas del domingo pasado hacían hincapié en que la escucha de la Palabra
deviene –por la incardinación histórica del creyente en un entorno naturalmente
opositor al anuncio liberador del reinado de Dios- en tribulación y lo que se
exige al discípulo como requisito para el triunfo final, es “blanquear sus
vestiduras en la sangre del Cordero”.
Las lecturas de hoy,
profundizan en este binomio tribulación/triunfo, o lo que es lo mismo,
cruz/resurrección. Habremos, para comprender el mensaje esperanzador del
Apocalipsis, de profundizar en el abigarrado lenguaje simbólico-teológico
propio del género apocalíptico. Para empezar, “cielos y tierra nuevos” es una
idea que hace alusión a la totalidad renovada de la creación escatológica,
creación que sintetiza admirablemente el mundo imposible de Dios (cielos) y el
inmanente mundo del hombre (tierra), las antípodas se unen en la neocreación
que surge de la sangre derramada (vida entregada) de Cristo.
Espiritualmente es una
invitación a abandonar lo requetesabido para abrirse a la novedad absoluta de
la irrupción de un nuevo modelo de humanidad (Jerusalén celeste que baja). No
es posible adecuar lo viejo a la vida nueva de la Pascua, anclados en el pasado
estamos condenados a la caducidad y la muerte.
Ahora bien, es
interesante notar que la Jerusalén celestial “desciende”… ¿de dónde y hacia
dónde? La referencia espacial no debe entenderse en sentido literal, “arriba”
es indicación teológica, de procedencia divina y por lo tanto, totalmente
gratuita, no es fruto del esfuerzo humano. Sin embargo, su destino es el mundo
del hombre, es la paradójica instancia metahistórica/intrahistórica, es la
realidad mistérica de la Iglesia, al mismo tiempo celeste y humana, hábitat del
Espíritu y por lo tanto santa, pero también formada por hombres falaces y pecadores.
La grandeza de esta
compleja realidad que es la Iglesia reside en que “ha sido enviada por Dios,
arreglada como una novia que se adorna para su esposo” Esta densa expresión
está llena de reminiscencias proféticas; “ha sido enviada”, formulada en
pasivo, ¿Cómo no recordar la “pasividad” que según Marcos tuvo Jesús para con
el Espíritu, cuando prácticamente a empujones le conduce al desierto después de
su bautismo? (Mc 1,12), desde luego que aquí, la pasividad no es pusilanimidad
ni indiferencia ante la moción de Dios, sino plena docilidad y obediencia que
brotan de la libertad.
La Iglesia que ha
pasado por la tribulación es un pueblo dócil que ha aprendido el difícil y
fatigoso arte de ponerse bajo la escucha de la Palabra, ha blanqueado sus
vestiduras en la sangre del Cordero y así ha sido vestida con la nueva
vestidura nupcial ¡La filiación! La pasividad de la novia celestial (en la que
se da la acción divina) se convierte entonces en actividad “se arregla para el
novio”, hay que obedecer, dejarse guiar, pero eso no mutila la libertad, la creatividad
y esfuerzo del creyente por adecuar su vida a las exigencias del Evangelio, hay
que arreglarse para el novio, hay que hacer mucho al interior para lograr ir
destrabando los oxidados engranajes de la fe, hay que aplastar el puntiagudo
ego, hay que “aprender a obedecer padeciendo” como dice de Cristo la carta a
los Hebreos[1]
Así, la Iglesia aparece
en todo su esplendor y dignidad, es, ni más ni menos, “La morada de Dios entre
los hombres”, pero, un momento…. ¿qué no se trata de una visión escatológica y
por lo tanto del final de los tiempos? ¿No se supone que la salvación al final
de los tiempos significa el fin del mundo y la entrada al mundo de Dios, o sea
al cielo?
Tal vez estemos
suponiendo cosas falsas, sin sustento en la Escritura. Es claro que si la
Jerusalén celeste “desciende”, significa que hay un mundo al cual desciende, y
según el texto, ese mundo es el de los hombres, pues de otro modo sería absurda
la imagen y el habitar de Dios en medio de los hombres.
Así pues, en la visión
del profeta apocalíptico, no hay una destrucción de la tierra, sino una
transformación radical de la misma. En cambio, si hay una destrucción del
“mundo”… ¡a que la canción!...-me parece escuchar a algunos de mis amables
lectores-, ¿Pues qué no es lo mismo tierra que mundo? ¡Pues resulta que no!
Para la Biblia, “tierra” es el espacio vital en el que se desenvuelve la vida
humana, con sus anhelos y frustraciones, con sus luchas y desencantos, con sus
ambiciones y sueños, su trabajo, su familia, su interrelación con otros
hombres, la sociedad, etc.
En cambio, “mundo” hace referencia a la
mentalidad, a la forma de interpretar la realidad, a las ideologías imperantes
que determinan la ética del hombre, así, sólo hay dos mundos posibles, el de
Dios y el del hombre natural, el del Espíritu y el de la carne, el de la
santidad y el del pecado. Por ello, el Apocalipsis no habla de la destrucción
de la tierra, más aún, la tierra, aún en la consumación cósmica, seguirá siendo
el hábitat del hombre, un hábitat resucitado, transformado inefablemente, pero
hábitat terráqueo, el único, suficiente y querido por Dios, hábitat humano.
En cambio, el mundo
carnal, será destruido, aniquilado, se derretirá con fuego y emergerá en
plenitud la mentalidad teológica, mentalidad que interpreta la realidad desde
las categorías de Dios. Este nuevo mundo, creación inédita de Dios, se encarna
en la comunidad cristiana, convocada por Dios con el único fin de manifestar al
mundo su gloria, revelada en Jesús y comunicada por el Espíritu, por lo que el
mandamiento nuevo –ámense los unos a los otros como yo los he amado- es el
imperativo existencial cristiano.
Gracia y paz.
[1]
Hb 5,7-9; «En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas
con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue
escuchado por su reverente sumisión. Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento
aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación
eterna para todos los que le obedecen»
lunes, 15 de abril de 2013
AUDIO/REFLEXIÓN 4° DOMINGO DE PASCUA (21/04/13)
Te comparto el audio de mi reflexión para el 4° Domingo de Pascua.
VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-domingo-21-de-audios-mp3_rf_1952654_1.html
Un abrazo.
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Un abrazo.
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 21 DE ABRIL DE 2013
4° de Pascua.
Ciclo C.
- LECTURAS
Hch 13,14.43-52 << En aquellos días, Pablo y
Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entraron en
la sinagoga y tomaron asiento. Muchos judíos y prosélitos practicantes se
fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a
ser fieles a la gracia de Dios. El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió
a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia
y respondían con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé
dijeron sin contemplaciones: "Teníamos que anunciaros primero a vosotros
la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la
vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el
Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta
el extremo de la tierra." Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y
alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna
creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los
judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la
ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del
territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la
ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de
Espíritu Santo. >>
Sal 99 << Aclama al Señor, tierra
entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed
que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su
rebaño. "El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por
todas las edades." >>
Ap 7,9.14b-17 << Yo, Juan, vi una
muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y
lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas
y con palmas en sus manos. Y uno de los ancianos me dijo: - "Éstos son los
que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la
sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y
noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no
pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero
que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de
aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos." >>
Jn 10,27-30 << En aquel tiempo, dijo
Jesús: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y
yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de
mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede
arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno." >>
- REFLEXIÓN
Escuchar
la Palabra es blanquear las vestiduras en la sangre del Cordero
Jorge
Arévalo Nájera
La no escucha parece
ser uno de los males más acuciantes en nuestro tiempo. Vivimos en la cultura de
la visualización, por doquier pululan los enormes cartelones que pletóricos de
color inundan la visión y atrapan la atención. La cosa no cambia mucho en los
medios de comunicación, los mejores “ratings”
los tienen los programas que llenan el espacio con paisajes
espectaculares o personas bellísimas. Los diálogos profundos que inviten a la
reflexión brillan por su ausencia, a nadie le interesa una disertación filosófica
o simplemente cuestionante, la gente quiere llenar de imágenes su mente, la
escucha no forma parte de la mentalidad en nuestra cultura.
Y sin embargo, la
escucha es un elemento fundamental de la espiritualidad judeocristiana, a tal
grado, que podríamos decir sin miedo a equivocarnos o parecer exagerados, que
la aventura espiritual no existe ni puede existir sin la escucha. ¡Shemá
Israel! ¡Escucha, Israel! [1],
es la plegaria litúrgica por excelencia del pueblo israelita, plegaria que
refleja precisamente el punto de partida de la historia de la salvación que
Dios inició con la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Desde
luego, y esto debe quedar bien claro, no se trata de la simple escucha
sensorial, aquella que es involuntaria y una simple función biológica, más bien
se trata de una actitud espiritual que implica al mismo tiempo acogida,
docilidad y obediencia a la Palabra.
La primera lectura,
tomada del libro de los Hechos, nos ilustra las dos actitudes posibles
ante el anuncio de dicha Palabra: por un lado, los que responden incluso con
insultos a las palabras de Pablo (que no son otras que el anuncio del Evangelio
de la cruz de Cristo) y que en el texto y por el contexto histórico vienen
emblematizados por los judíos, pero que bien puede ser cualquiera que asuma la
misma actitud de rechazo ante las exigencias evangélicas. Los insultos a los
que se refiere deben ser entendidos en la línea de la argumentación blasfema
que rechaza la cruz como camino de plenitud y triunfo de Dios sobre las fuerzas
del mal.
Y Aquí sí que podemos
caber todos, cada vez que de manera explícita (con una palabra pesimista que
niega el señorío de Dios en la historia, con un gesto desdeñoso de superioridad
sobre un hermano, con una palabra que desalienta a los pequeños en la fe, etc.)
o de manera implícita (con una manera de vivir que en poco –o en nada- refleja
la esperanza, la alegría, el triunfo de Cristo sobre la muerte y el mal.) No
pensemos tan rápidamente que el Reino que se nos ha dado por el rechazo de los
judíos lo tenemos asegurado pase lo que pase. De cualquier modo ellos siguen
siendo el pueblo elegido, “la niña de sus ojos”, “el especial tesoro” de Dios y
nosotros somos injertos en el tronco, advenedizos de última hora que por pura
gracia hemos sido desposados por el Cordero. El propósito de Dios es que en el
ésjaton, en el pleroma[2]
de la historia, ambos pueblos, Israel primero y la Iglesia después, formen una
sola realidad que alabe y glorifique a Dios Padre por medio de Cristo en el
poder del Espíritu.
Por otro lado, la
actitud con que responden los gentiles ante el anuncio de la Palabra se
articula en tres vertientes: alegría, alabanza y fe. Debemos detenernos
un momento para analizar al menos el primero y último miembros de esta tríada
espiritual.
La
alegría a la que se refiere el texto se
corresponde con el concepto de “macarios” o “bienaventurados” y que está en
estrecha relación con el “Shalom”, que es el estado de total plenitud de la
persona y del cosmos. “Macarios” es el estado de alegría que sobrepasa todo
entendimiento, es el gozo en el Espíritu que nada ni nadie puede quitar y que
es un don de Dios. La “alegría” es entonces fruto de la escucha de la Palabra.
¿Qué decir entonces de las caras severas y circunspectas con que salimos de la
Celebración Eucarística? ¡Más parece que salimos de un velorio que del agápe
fraterno en el que nos hemos encontrado con la Palabra que santifica, vivifica
y alegra el corazón! ¡La Palabra es el anuncio gozoso de la buena nueva de que
Cristo nos ha rescatado del abismo para sumergirnos en el torrente incontenible
del amor de Dios, es el anuncio de que ya el enemigo último –la muerte- ha sido
vencido y lo ha puesto como escabel de sus pies y que de este modo somos
libres! ¿Cómo no alegrarnos con esta Palabra?...es que no escuchamos, no
dejamos que penetre hasta el último rincón de nuestro ser y nos haga vibrar con
su fuerza profética y transformadora.
La fe mientras tanto,
tercer miembro de la triada, aparece como don y respuesta, don que viene con el
anuncio de la Palabra y respuesta libre del hombre ante ella. Si es don de la
Palabra, entonces se entiende la urgencia del anuncio evangelizador y
kerygmático ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio![3]
Pues el creer viene por el anuncio[4]
Entonces, creer o tener fe implica indefectiblemente el anuncio explícito de la
Palabra, que va unido a la otra dimensión de la fe, que es la adhesión
existencial al Evangelio o lo que es lo mismo, el testimonio de vida.
La segunda lectura, del
libro del Apocalipsis,
empieza rompiendo los estrechos límites del nacionalismo -o mejor aún, del
sectarismo – excluyente. Más allá de todos los argumentos teológicos, la visión
universalista del Apocalipsis es definitiva: los salvados vienen de todas las
naciones, razas, pueblos y lenguas y tienen una sola cosa en común: están
vestidos con vestiduras blancas y traen palmas en sus manos. El texto no dice
que hayan comulgado, o que se hayan confesado o que hayan rezado muchos
rosarios y “padres nuestros”, están de pie delante del trono porque vienen de
la gran tribulación y han blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.
¿Qué significan todos estos extraños simbolismos?
Veámoslo: en la
mentalidad bíblica, las vestiduras blancas representan el ámbito de la
divinidad y específicamente en el Nuevo Testamento, hacen referencia a la
filiación adquirida en el Bautismo, pero en la comprensión del autor del
Apocalipsis, el Bautismo no es un rito desvinculado de la vida, sino que es
expresión y al mismo tiempo fuente de una nueva vida que brota de la muerte
oblativa inmersa en la misma muerte de Cristo (tribulación/blanqueados en la
sangre del Cordero). Las palmas tienen un doble significado; el triunfo final
de los creyentes y fieles (las palmas eran entregadas a los vencedores en las
justas deportivas) y el reconocimiento litúrgico del señorío de Dios
(recordemos que en su conjunto, el Apocalipsis debe ser leído en clave
litúrgica).
De este modo, se
explicita lo anunciado en la primera lectura; escuchar la Palabra significa
vivir en una adhesión y fidelidad permanente a Cristo, asumiendo su forma de
vida, entregada por y para los hombres según el proyecto del Padre. Esto
implica pasar por la tribulación que proviene de la lucha incansable por lograr
la liberación de los oprimidos de la historia… sin duda, escuchar la Palabra es
blanquear las vestiduras en la sangre del Cordero.
Gracia y paz.
[1] Shemá
Israel consistía originalmente en un único verso que aparece en el quinto y
último libro de la Torá, el Libro de Deuteronomio, Deuteronomio 6:4 que dice:
"Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno" (שְׁמַע יִשְׂרָאֵל, ה'
אֱלֹהֵינוּ, ה' אֶחָד; Shemá Yisrael, Adonai Eloeinu, Adonai
Ejad;), considerado la expresión fundamental de la creencia judía monoteísta.
[2] El sustantivo
pleroma (plenitud, cumplimiento) se deriva del verbo pleroo (llenar) y adquiere
varios significados más o menos difusos, pero que guardan siempre relación con
el concepto de cumplimiento, de plenitud. Es sobre todo la idea paulina de
Cristo Cabeza la que resume en sí el proyecto divino de salvación para ilustrar
el concepto de pleroma; más aún, suele conjugarse precisamente con ella. Cristo
es cabeza del cosmos; todo se refiere a él (Ef 1,10.22, 29), pero por medio de
la Iglesia que es cuerpo de Cristo. Cristo es cabeza del mundo entero, porque
se ha convertido en cabeza de la Iglesia; a Cristo Cabeza se refieren todas las
realidades; por consiguiente, nada de cuanto pertenece a la realidad
cósmico-humana (progreso científico, social, actividad humana) es extraño a la
misión de la Iglesia, que anuncia la realeza de Cristo sobre toda realidad. La idea paulina de pleroma, conjugada con la
idea de la soberanía de Cristo, cabeza y principio de la Iglesia, aparece en Ef
1,23: 3,19.4, 13 y en Col 1,19: 2,9. En la carta a los Efesios pleroma indica
aquella plenitud de la Iglesia que se recibe de Cristo; en la carta a los
Colosenses pleroma es la plenitud de Cristo. Algunos estudiosos de san Pablo,
como Feuillet, destacan el vínculo que existe entre pleroma y sabiduría. Lo
mismo que la Sabiduría llena el corazón de quienes la aman y la buscan, así
Cristo, que participa de la actividad creadora, hace del universo una unidad:
él llena el universo y el universo está contenido en él. En san Pablo Dios
constituye a Cristo en la cima del universo como principio de su unidad, Será
sobre todo el misterio pascual de muerte y resurrección el que exalta, según
san Pablo, la idea de pleroma: en efecto, en la cruz muere el «mundo viejo»,
destinado a la corrupción, y en la resurrección nace el « mundo nuevo » que
tiene como primicia a Cristo. Entonces, es evidente en Cristo la plenitud de la
salvación, tal como ha sido establecida en el proyecto de Dios: centrarlo todo
en él, «recapitularlo todo en él» (Ef 1,10).
[3] 1 Co
9,16-19 “El hecho de predicar no es para mí un orgullo. No tengo más remedio y,
¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si lo hiciera por mi propio gusto, eso
sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este
oficio.
[4] Ro
10,11-17 “11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será
avergonzado. 12 Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo
que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13 porque
todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. 14 ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien
no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? 15 ¿Y cómo predicarán
si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los
que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! 16 Más no todos
obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro
anuncio? 17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
lunes, 8 de abril de 2013
Audio/reflexión sobre las lecturas del 3er domingo de Pascua_Ciclo C.
Les comparto el audio de mi reflexión sobre las lecturas del 3er Domingo de Pascua (14 abril 2013).
Sigan el vínculo:
VÍNCULO: http://www.ivoox.com/reflexion-3er-domingo-de-pascua-2013-audios-mp3_rf_1932331_1.html
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Reflexión para el 3er Domingo de Pascua 2013.
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 14
DE ABRIL DE 2013
- LECTURAS
Hch 5,27-32.40-41:
<< En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les
dijo: "¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En
cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos
responsables de la sangre de ese hombre." Pedro y los apóstoles
replicaron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de
nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un
madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para
otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto
somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen." Prohibieron
a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles
salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre
de Jesús. >>
Sal 29:
<< Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis
enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir
cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su
nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad, de por vida; al atardecer
nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. Escucha, Señor, y ten piedad de
mí; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré
gracias por siempre. >>
Ap 5,11-14:
<< Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares
y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían
con voz potente: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la
riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza." Y oí
a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el
mar -todo lo que hay en ellos-, que decían: "Al que se sienta en el trono
y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los
siglos." Y los cuatro vivientes respondían: "Amén." Y los
ancianos se postraron rindiendo homenaje. >>
Jn 21,1-19:
<< En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al
lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro,
Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros
dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: "Me voy a pescar." Ellos
contestan: "Vamos también nosotros contigo." Salieron y se
embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando
Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús
les dice: "Muchachos, ¿tenéis pescado?" Ellos contestaron:
"No." Él les dice: "Echad la red a la derecha de la barca y
encontraréis." La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la
multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
"Es el Señor." Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba
desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron
en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando
la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto
encima y pan. Jesús les dice: "Traed de los peces que acabáis de
coger." Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red
repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se
rompió la red. Jesús les dice: "Vamos, almorzad."
Ninguno de los discípulos se
atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se
acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció
a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer,
dice Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que
éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero."
Jesús le dice: "Apacienta mis corderos." Por segunda vez le pregunta:
"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le contesta: "Sí, Señor, tú
sabes que te quiero." Él le dice: "Pastorea mis ovejas." Por
tercera vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Se
entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le
contestó: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero." Jesús le
dice: "Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te
ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos,
otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras." Esto dijo aludiendo a la
muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
"Sígueme." >>
- REFLEXIÓN
EL CONFLICTO QUE TRAE LA PASCUA
JORGE ARÉVALO NÁJERA
El hombre busca incesantemente, desde que nace hasta su término, algo
que bien a bien no sabe como definir y que ha llamado “felicidad”. Hay tantas
definiciones de éste concepto como seres humanos: ausencia de conflicto,
satisfacción de sus necesidades, armonía consigo mismo y con lo que le rodea,
posesión abundante de bienes etc. Finalmente la “felicidad” acaba siendo
siempre un sueño inalcanzable o incluso una quimera alienante que distrae al
hombre de aquella realidad en la cual puede encontrarse a sí mismo y el sentido
de lo real.
El evangelio que nos fue proclamado el domingo anterior nos revela el
don que viene de lo alto y que es fruto de la Pascua del Hijo, a saber, el “Shalom”, la paz
bíblica prometida desde antiguo para los tiempos mesiánicos y que es la
respuesta de Dios para la búsqueda del hombre. Una paz que primero reconstituye
a la comunidad liberándola del miedo que le mantiene encerrada en los viejos
esquemas del pasado y que después le capacita para salir de sí misma y ser
punta de lanza abriendo caminos al señorío de Dios.
Ahora, la temática teológica y espiritual de los textos que este domingo
se nos proclaman, apunta hacia el significado existencial que la paz dada por
el resucitado comporta para la comunidad. Indefectible y paradójicamente, esa
paz mete al discípulo en la categoría del conflicto, de la persecución y en último
término de la muerte. La pascua, que es la respuesta de Dios ante la muerte y
que se manifiesta en el triunfo sobre ella, se sitúa en un entramado social cuyo
fundamento es el pecado (cuya hija es la muerte) y precisamente por ello
rechaza violentamente la Vida.
En el Libro de los Hechos, se nos dice que los apóstoles “enseñan en nombre de Jesús” y
desenmascaran la culpa deicida de los detentadores del poder religioso
representados por el sumo sacerdote, y por ello son perseguidos, azotados e
intimados a renunciar a su testimonio. Enseñar
en el nombre de Jesús significa en este texto no solo ni en primer
lugar transmitir una doctrina o una serie de enunciados religiosos, sino y
sobre todo revelar al hombre la irrupción en la historia de una nueva forma de
vida, de relación entre los hombres y con Dios, una vida que no es compatible
ni reconciliable con los valores de la economía (en el sentido etimológico del
término: Administración de la casa, plan organizativo y distributivo de los
bienes de esa casa) del viejo eón.
No se necesita atacar ferozmente a nadie en particular (nunca hizo tal
cosa Jesús) ni lanzar amenazas e improperios para denunciar los poderes
opresores y enemigos de la vida, basta con “enseñar en el nombre de Jesús” (lo
cual evidentemente implica un testimonio de vida coherente con el Evangelio)
para atraerse la enemistad del “mundo” (para emplear la terminología y simbolismo
de la escuela juánica). Recordemos que la expresión “en el nombre” no es una
simple referencia de la pertenencia a una confesión religiosa ligada a Jesús,
significa estar sumergido por completo, configurado vital y existencialmente en
los valores y opciones que asumió el Maestro en la historia y que ratificó el
Padre al exaltarlo y hacerlo “jefe y salvador” y desde allí,
proclamar con la palabra y con el testimonio los valores del Reino de Dios.
Una Iglesia como la nuestra, acomodada con los valores que debería
denunciar como contrarios a la vida (y no hablo de los que con toda obviedad
atentan contra ella, como la tan controvertida ley para la despenalización del
aborto) y que sin ser tan evidentes, son igualmente perniciosos para la vida
evangélica, tales como la riqueza a expensas de los más débiles, el hedonismo,
el poder despótico, etc. Simple y llanamente esa Iglesia no es perseguida. Seamos
honestos, realmente hoy por hoy, no somos incómodos para nadie, no somos
rechazados en ningún ambiente (y la prueba son las primorosas fotografías de
nuestros pastores al lado de los que pertenecen a la “alta sociedad” de nuestro
país)
Y que conste que no estoy asumiendo una postura fundamentalista, pero sí
que pretende ser radical y acorde con las opciones y enseñanzas de Jesús ¿A
quien obedecemos primero, a Dios o a los hombres? Es una pregunta que
trasciende todas las fronteras y épocas y nos confronta con la fe que decimos
profesar. Aquellos valientes y arrojados apóstoles “se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos
ultrajes por el nombre de Jesús” y ahora, lloriqueamos patéticamente en los
púlpitos y medios de comunicación por la “persecución” de que es objeto la Iglesia por “defender la
vida”.
Es cierto que el cristiano vive en el gozo permanente del Espíritu y que
este es un aspecto poco subrayado en la catequesis y predicación, que acentúa
la renuncia y los sufrimientos que implica el seguimiento de Cristo, pero es
igualmente cierto que el conflicto con el mundo (en tanto que éste
permanezca estructurado pecaminosamente)
no es opcional para el discípulo, más aún, es un parámetro deseable para “medir”
la veracidad de la espiritualidad cristiana. No se trata de elegir entre
presencia o ausencia de conflicto, se trata de integrar el conflicto en la
dinámica de la fe que se hace vida.
Como canta el Salmo: “El
llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo” Claro que la
presencia del Señor es permanente, pero ello no anula la experiencia del
sufrimiento que sobreviene precisamente por serle fiel y obediente. Y esto es
así por la simple y sencilla razón de que la fe o es histórica o no es fe en absoluto,
y al ser histórica es procesal, conoce siempre nuevas situaciones en las que es
menester que se actualice, su dinamismo está pulsionado hacia el ésjaton y por
ello su fatigoso caminar solo terminará más allá de la historia. Es por ello
que la esperanza es el signo distintivo del creyente, sin ella es imposible
actualizar la fe y la caridad se hace imposible.
El paradigma del cristiano, a saber, Cristo mismo es “el Cordero
inmolado” del Apocalipsis, que recibe “el poder y la
riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”,
por lo cual estos valores son resignificados por la realidad del crucificado,
la inmolación determina lo que es poder y fuerza (servicio hasta la entrega de
la vida), riqueza (el cumplimiento irrestricto de la voluntad del Padre y el
Espíritu de filiación), la sabiduría (la revelación del sentido de lo real como
don del Padre). El hombre auténtico queda revelado en la cruz, todos sus
anhelos se ven cristalizados cuando queda con los brazos abiertos y atrae así a
todos hacia él. Es entonces que recién inicia la vida y la creación entera (los
cuatro vivientes) dan el amén cósmico como sí definitivo al proyecto creador
del Padre.
En el Evangelio de Juan aparece la imagen de la pesca, tan querida en los relatos evangélicos referentes
a la misión discipular y que están llenos de elementos simbólicos al servicio
del mensaje teológico: el mar, símbolo de las fuerzas opositoras al Reino y en
las cuales está inmersa la humanidad entera (los 153 peces), las redes que significan
los elementos humanos mediante los cuales la pequeña comunidad (simbolizada por
la barca) pretende rescatar a los hombres pero que sin Cristo se demuestran
inútiles (“Salieron y se embarcaron,
pero aquella noche no pescaron nada”), Pedro mismo que representa
emblemáticamente a los discípulos de todos los tiempos que son enviados con una
sola herramienta ¡los panes y los peces! ¡La Eucaristía y la fe en Jesús como
Mesías, Hijo de Dios y Salvador! ¡Menudas armas para rescatar a los hombres de
las garras de la iniquidad! ¡Cuántos proyectos pastorales fracasan
estrepitosamente no obstante su impecable estructuración porque su fundamento
no es la vida fraterna y la confianza absoluta en el único que puede llenar de
peces grandes la red sin que se rompa!
Y no solo hablamos de un proyecto pastoral, sino del proyecto de
santidad para cada particular creyente y de la comunidad como tal. La imagen
que brota naturalmente del texto evangélico es la de una intimidad mayúscula
entre Cristo y su comunidad, es el contexto de una cena caracterizada por la
fraternidad (los panes) y la fe compartida (los peces). No es posible
experimentar la manifestación pascual de Cristo fuera del ámbito de estas dos
realidades y por lo tanto, la misión es un quehacer comunitario. Es en la
comunidad que el cristiano encuentra la fuerza para atreverse a vivir
radicalmente un proyecto (el de Dios) que encuentra su densidad máxima en el
signo paradójico de la cruz (“Yo te
aseguro: cuando eras joven, tu mismo te ceñías la ropa e ibas adonde querías;
pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará
adonde no quieras”) que por un lado evidencia como signo profético el
pecado del mundo y por otro lado anuncia silenciosa pero elocuentemente el loco
y desaforado amor de Dios por nosotros los hombres.
Abracemos pues desde la fuerza del Espíritu del Resucitado, con gozo y
esperanza el conflicto que trae la Pascua.
Gracia y paz.
martes, 2 de abril de 2013
Audio/reflexión 2° Domingo de Pascua (7 abril 2013)
Les comparto el audio de mi reflexión sobre las lecturas del 2° Domingo de Pascua, Ciclo C.
Sigan el vínculo: http://www.ivoox.com/reflexion-2-domingo-pascua-2013-audios-mp3_rf_1915475_1.html
Un abrazo.
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Un abrazo.
2° DOMINGO DE PASCUA CICLO C
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 7
DE ABRIL DE 2013
Hch 5,12-16: << Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en
medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de
Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente los tenía en
gran estima. Más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que
se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en
catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera
sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a
enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban. >>
Sal 117: << Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la
piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Éste
es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Señor,
danos la salvación; Señor, danos prosperidad. Bendito el que viene en nombre
del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es Dios, él nos
ilumina. >>
Ap 1,9-11.12-13.17-19: << Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en
la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en
la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado
testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz
potente que decía: "Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las
siete Iglesias de Asia." Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme,
vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de
larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus
pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: "No temas: Yo
soy el Primero y el Último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo
por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe,
pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más
tarde." >>
Jn 20,19-31: << Al anochecer de aquel día, el primero de la
semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo
a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a
vosotros." Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho
esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - "Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el
Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contesto: "Si no veo
en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días,
estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando
cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego
dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela
en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente."
Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo:
"¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber
visto." Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo
Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre. >>
¿Curaciones y
exorcismos en la Iglesia de hoy?
Jorge Arévalo
Nájera
Señales milagrosas y prodigios, enfermos
sanados y espíritus malignos expulsados, éxtasis y visiones extrañísimas, un
resucitado con heridas visibles y palpables en las cuales un discípulo
introduce la mano…seamos sinceros, no parece un lenguaje muy propio para hablar
al hombre de hoy acerca de la realidad de la resurrección y sus efectos en la
historia. Puede ser que el cristiano promedio confiese creer en estos datos
aportados por los textos que hoy se nos proclaman, pero a nivel de la praxis,
del hacer cristiano en el mundo concreto en el que se desenvuelve, esa supuesta
fe se muestra nula o de plano inexistente. ¿Será que aquellos testigos que nos
transmitieron su experiencia del resucitado eran unos locos soñadores? ¿Será
que los textos resurreccionistas que nos transmitieron son producto de una
simple proyección psicológica de lo que ellos hubieran querido que sucediera
con su amado maestro, y que precisamente por su irrealidad objetiva no puedan
transformar de manera definitiva nuestra sociedad?
Hoy, quizás más que nunca, en medio de un mundo
globalizado y por ello pluralizado, el cristianismo tiene que mostrarse creíble
no como una propuesta más sino como el camino por excelencia para edificar una
sociedad que refleje la trascendencia de Dios. Y no se trata desde luego de
descalificar acríticamente las diversas alternativas que hoy día se presentan a
los ojos de los hombres para lograr un mundo más justo y humano, pero si que la
Iglesia se ve obligada por la naturaleza misma del objeto de su fe (a saber el
único Absoluto), a pasar por el tamiz del Evangelio todas esas alternativas y
rechazar enérgicamente y sin ambigüedades todo aquello que le resulte opuesto,
así como aceptar y apoyar incluso toda iniciativa humana que promueva el
crecimiento y desarrollo según los valores del Reino de Dios.
En esta perspectiva, las lecturas de este
domingo pretenden ubicar la realidad de la resurrección no tanto en cuanto al
misterio de lo sucedido a la persona de Jesús, sino en la fuerza dinámica que
dicho acontecimiento ha suscitado en la historia mediante la frágil y pequeña
comunidad de discípulos. Sin embargo, también se hace hincapié en la realidad
objetiva del acontecimiento sucedido al Maestro galileo y que lo califica como
el único capaz de dar sentido a los acontecimientos de la historia y de
llevarla a su total y definitiva consumación.
Mas allá del ropaje literario de los textos,
que reflejan una cultura y pensamiento propios de la época en que fueron
escritos, en ellos subyace (y esto es lo que importa al cristiano de hoy) una
experiencia vital que no solo transformó a los destinatarios primeros de la
manifestación del Resucitado, sino que mediante ellos, ejerció sus efectos en
un mundo atormentado y esclavizado por el mal.
En el libro de los Hechos, se nos dice que en efecto,
los enfermos eran sanados y los poseídos por los espíritus malignos eran
liberados. Esto desde luego, no nos obliga a creer en dichas curaciones y
exorcismos como algo mágico o al estilo de los exorcismos presentados en el
cine. La significación teológica de la enfermedad y la posesión por espíritus
malignos en la mentalidad bíblica, en pocas palabras es la siguiente: el tiempo
actual (el presente histórico de Jesús) se encuentra dominado por Satanás y
este dominio se patentiza y simboliza en la enfermedad y la posesión. Las
diversas enfermedades son diferentes dimensiones de la misma realidad.
Por ejemplo,
la ceguera es un padecimiento que simboliza la incomprensión del hombre
hacia la luz que es la Palabra ,
pero esa incomprensión se debe a una cierta influencia de poderes opositores al
Reino que obnubilan la visión (entendimiento) espiritual. Como se puede ver,
enfermedad y posesión se interrelacionan y en muchas ocasiones es difícil
diferenciarlas. Es un hecho históricamente irrefutable (al menos así lo piensan
universalmente los grandes estudiosos del Nuevo Testamento) la actividad de
Jesús como taumaturgo y sanador. Los contemporáneos del nazareno así
interpretaron sus hechos y lo consignaron por escrito. Para negar esto habría
que mutilar sustancialmente los evangelios.
Además, las narraciones de milagros, curaciones
y exorcismos se interrelacionan a nivel estructural con los pasajes que
consignan las palabras de Jesús, de tal modo que unos y otros se iluminan mutuamente, la enseñanza
jesuana queda significada proféticamente por sus signos de poder liberador y
esos signos se explican por sus palabras. Así mismo, también es un hecho que la
comunidad pos-pascual realizó los mismos signos en nombre de Jesús como una
consecuencia del Espíritu del Resucitado derramado en ella. Es verdad que dichos
signos son anticipaciones del triunfo final de Dios sobre los poderes del mal y
que precisamente por ser anticipaciones, son parciales y se circunscriben al
beneficio de unos cuantos, pero su valor es totalmente real y abre la
posibilidad para la fe y por lo tanto para la ampliación del impacto de la
acción liberadora de Dios entre los hombres.
La Iglesia ha sido convocada para ser agente de
la liberación que viene de Dios y por lo tanto su actividad como sanadora y
exorcista le es constitutiva. Hoy sabemos que la mayor parte de las
enfermedades tienen una etiología psicosomática, es decir que su origen está en
factores psicológicos que se somatizan. Y obviamente que las alteraciones
psicológicas son producidas por factores ambientales propios de una cultura que
somete al hombre a la influencia estresante y opresora de ideologías nefastas
que enferman la psique humana y tarde o temprano se evidencian corporalmente.
Es lógico suponer que en el contexto altamente
estresante de la sociedad judía en tiempos de Jesús, en la que la
estructuración teocrática manipulaba al pueblo haciéndole sentir pecador y
excluido no solo de la sociedad sino de la pertenencia al pueblo elegido y por
lo tanto de la comunión con Dios, este factor incidía en la existencia de múltiples
enfermedades que lógicamente sólo podían ser curadas a través de las
mediaciones que Dios había establecido entre él y su pueblo (culto y ley).
Podemos imaginar el impacto gigantesco que un rabino reconocido (como lo era
Jesús) tuvo entre las masas despreciadas, pecadoras, enfermas y poseídas por
espíritus malignos cuando predicó el amor gratuito de Dios para con ellos,
cuando comió con ellos, cuando abrazó leprosos, cuando en pocas palabras les
hizo sentir el perdón divino y la restitución de su dignidad ¡como no pensar
que Jesús les había liberado de sus pecados, enfermedad y sometimiento al mal!
La palabra clave es ¡misericordia!, apegar el
corazón a la miseria del otro es la forma de ser de Jesús y es la única forma
de ser de la comunidad cristiana, solo así la Iglesia podrá ser polo de
atracción para los necesitados de este mundo “Mucha gente de todos los
alrededores acudía a Jerusalén y llevaba a los enfermos y a los atormentados
por espíritus malignos, y todos quedaban curados”
Cuando dejemos de juzgar a los demás para
abrazarlos precisamente en donde todos los demás los desprecian, en las
miserias que lastiman, que humillan y envilecen entonces estaremos
sorprendiéndoles con un amor que no tiene su fundamento en el mundo y
abriéndoles las posibilidades para saberse amados gratuitamente y por lo tanto
libres de toda opresión. Y nosotros, libres también porque resucitados, podremos
por fin llamarnos con justicia discípulos, seguidores del Cristo e hijos del
Dios vivo, potencia pascual hecha historia, testimonio vital de una realidad
que ya ha transformado todo lo existente.
El Salmo resuena con
ecos pascuales pues la resurrección ha acontecido porque Jesús amó con la
misericordia divina, que en él se hizo patente de un modo nunca visto, porque
en Cristo “Dios nos reconcilió con él cuando aún éramos sus enemigos”, por eso
él es la piedra angular que sostiene toda la economía de la salvación y en
Jesús el Señor triunfa y el mundo puede ver el día de júbilo y gozo anunciado
desde antiguo. Cristo es el nuevo templo donde hay que adorar al Padre en
espíritu y en verdad y su comunidad al ser su cuerpo místico es por extensión
también la nueva casa de Dios.
El libro del Apocalipsis nos aporta elementos
bellísimos que explicitan el misterio pascual en su impacto comunitario: La
“casa”, templo vivo del Señor lo es tal cuando vive en la tribulación que la
vivencia radical del Reino desata, cuando persevera sin descanso en el
seguimiento de Jesús, da testimonio de él
y predica la palabra de Dios. Solo que para lograr esto, es necesario
recibir la comunicación íntima del resucitado que al revelar su misterio
introduce al discípulo en la fuerza de la nueva vida que se comunica a los
demás, una nueva vida que se experimenta al interior de la comunidad. “El día del Señor/domingo”, se da, en
primer lugar, en un contexto litúrgico (expresión de una fe vivida
comunitariamente) es en este “día del Señor” que se da la experiencia del
resucitado. En este sentido, podríamos afirmar que la pascua de Cristo se
actualiza para el mundo mediante la acción de la comunidad, una acción que no
es solamente lucha social, sino también acto cultual.
Mística y praxis o mejor aún praxis mística es
lo que puede transformar radicalmente la historia. Desde luego que aquí, la
expresión “día del Señor” o simplemente “domingo” no significa un simple rito
religioso desvinculado de la vida diaria, el “día del Señor” engloba una nueva
era, basada en los valores del Reino, configurada en Cristo y vivida en la
cotidianidad de la vida y que se expresa y alimenta en la acción litúrgica de la Iglesia , especialmente en
la celebración eucarística dominical. Es tristísimo constatar que para
muchísimos católicos, la Misa no es el espacio de encuentro con el Resucitado,
es más bien vivida como un rito religioso (y en muchas ocasiones mágico)
indispensable para salvarse una vez que hayamos muerto.
El Apocalipsis es ante todo una invitación a
descubrir las insondables riquezas que aporta la celebración eucarística a la
existencia del cristiano ¡Ni más ni menos que en ella Cristo nos dice “No
temas, Yo soy el primero y el último; Yo soy el que vive. Estuve muerto y
ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves
de la muerte y del más allá.”! Si en
verdad “viéramos” y “escucháramos” a Jesús que se manifiesta y nos habla en
cada Eucaristía, no viviríamos presos del temor que nos atenaza e imposibilita
para seguirlo pues la muerte ya ha sido vencida y la definitiva plenitud nos
aguarda.
El Evangelio de Juan recalca el resultado del temor
que se ha apoderado de la comunidad: “Al anochecer del día de la resurrección,
estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos por
miedo a los judíos…” Aún cuando es el día por excelencia, aquel que no conoce
el ocaso, los discípulos siguen atrapados en el viejo eón, donde la muerte
parece tener la última palabra en la historia y que por lo tanto los poderes
que dieron muerte a Jesús son los auténticos “señores” ante los cuales no queda
más remedio que esconderse.
Es por ello que el resucitado tiene que vencer
ese temor y hacerse presente en medio de su comunidad, para constituirla como
aquel grupo humano vencedor del miedo y por ello capaz de dar testimonio del
auténtico y único Señor: Jesús Mesías. La manifestación de Jesús y todos los
signos de poder que él realiza tienen un solo objetivo: suscitar la fe en él
como Mesías e Hijo de Dios para alcanzar la vida definitiva. Ese es el
horizonte desde el cual su comunidad debe sanar las enfermedades y expulsar los
espíritus malignos de los hombres.
Gracia y paz.
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