1.
LECTURAS
1 Re 41-43: << También al extranjero,
que no pertenezca a tu pueblo Israel, y llegue de un país lejano a causa de tu
Nombre –porque se oirá hablar de tu gran
Nombre, de tu mano poderosa y de tu brazo extendido– cuando él venga a orar
hacia esta Casa, escucha tú desde el
cielo, desde el lugar donde habitas, y concede al extranjero todo lo que te
pida. Así todos los pueblos de la tierra conocerán tu Nombre, sentirán temor de
ti como tu pueblo Israel, y sabrán que esta Casa, que yo he construido, es
llamada con tu Nombre. >>
Sal 116: << Que alaben al Señor todas
las naciones, que lo aclamen todos los pueblos. Porque grande es su amor hacia
nosotros y su fidelidad dura por siempre. >>
Gal
1,1-2.6-10:
<< Pablo, Apóstol –no de parte de hombres ni por la mediación de un
hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre que lo resucitó de entre los
muertos– y todos los hermanos que están conmigo, saludamos a las Iglesias de
Galacia. Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto al que los llamó por la
gracia de Cristo, para seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay
gente que los está perturbando y quiere alterar el Evangelio de Cristo. Pero si
nosotros mismos o un ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que
les hemos anunciado, ¡que sea expulsado! Ya se lo dijimos antes, y ahora les
vuelvo a repetir: el que les predique un evangelio distinto del que ustedes han
recibido, ¡que sea expulsado! ¿Acaso yo
busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Piensan que quiero
congraciarme con los hombres? Si quisiera quedar bien con los hombres, no sería
servidor de Cristo. >>
Lc 7,1-10: << Cuando Jesús terminó de
decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión
que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos
ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le
suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este
favor, porque ama a nuestra nación y nos
ha construido la sinagoga». Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la
casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes,
porque no soy digno de que entres en mi casa;
por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que
digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo –que no soy más que un
oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: “Ve”,
él va; y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “¡Tienes que
hacer esto!”, él lo hace».
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él
y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni
siquiera en Israel he encontrado tanta fe». Cuando los enviados regresaron a la
casa, encontraron al sirviente completamente sano. >>
2. REFLEXIÓN
PARA AGRADAR A DIOS NO
HAY QUE PERTENECER A ALGUNA RELIGIÓN, SINO SERVIRLO
Lic. Jorge Arévalo Nájera
Si preguntáramos a los
cristianos la razón de su pertenencia a una determinada tradición religiosa,
seguro estoy que la mayoría –lo digo por experiencia propia al haber realizado
diversas encuestas al respecto- respondería que porque en ella encuentra los
elementos verdaderos que Dios ha revelado para encontrarse con Él y salvarse.
El problema no está en
saber si esta afirmación es cierta en cada caso particular, la misma Iglesia
Católica (una de las Iglesias más conservadoras en cuanto a la centralidad de
la Iglesia como sacramento de salvación) enseña que en todas Iglesias
cristianas –y también en otras religiones- existen elementos de salvación y
gracia, ya que las semillas del Verbo se encuentran diseminadas en todas las
expresiones religiosas y culturales humanas que buscan con sinceridad el amor,
la solidaridad y la justicia para todos los hombres[1].
El problema más bien
radica en dilucidar si la vivencia religiosa de cada singular creyente o
comunidad que se haga llamar “cristiana”, es conforme a la voluntad de Dios
manifestada en Cristo Jesús y que se hace posible en el poder del Espíritu[2].
Para este fin, nada
mejor que abrir el corazón y los oídos para escuchar lo que Dios miso tiene que
decirnos al respecto. La 1era lectura, del 1er libro de los
Reyes, refleja una oración de intercesión del rey Salomón por
los no pertenecientes al pueblo de Israel que acuden al templo movidos por el
Nombre de Dios. Para ellos, pide que sus plegarias sean escuchadas y atendidas.
Pero, ¿es que acaso no
se requiere pertenecer al pueblo de Israel, ya sea por linaje consanguíneo o
por adhesión voluntaria, como es el caso de los llamados prosélitos? Para el
enojo de muchos puritanos, parece que Salomón ha comprendido que el Dios de
Israel no es posesión exclusiva de este pueblo y que sus miras van más allá de
las fronteras que circunscriben una determinada religión.
Hay que decir sin
embargo, que es necesaria una determinada actitud por parte del extranjero para
que entre en el torrente salvífico de la escucha amorosa de Dios. Esa actitud
es la de dejarse mover por el Nombre <<…llegue de un país lejano a causa de tu Nombre. >> Estos por
los que pide Salomón vienen movidos, impulsados, atraídos irresistiblemente por
el Nombre que han escuchado pronunciar. Pero hay que entender correctamente lo
que significa “dejarse mover por el Nombre”: el “nombre” en términos generales
hace alusión al misterio personal, aquello que es esencial a la persona le
define. Por ejemplo, “Jesús” significa “Yahvé salva” y en efecto, en Jesús Dios
salva a la humanidad.
Y así encontramos
infinidad de ejemplos en la Biblia; Abraham significa “Padre de multitudes”,
Pedro significa “piedra” sobre la que Jesús cimienta su Iglesia, etc. Ya se ve
que el nombre no es una simple etiqueta con la que distinguir unos de otros.
Ahora, si aplicamos a
Dios lo dicho anteriormente, entonces resulta que el “Nombre” de Dios indica su
Misterio más íntimo, aquello que lo define íntimamente y de cara a la relación
con sus criaturas los hombres… ¡Dios es Amor entregado sin límites (Padre),
Amor que recibe la otreidad sin límites (Hijo) y Amor que sale de sí mismo para
crear mundos nuevos (Espíritu Santo)!
Es el testimonio de
hombres y mujeres que van por el mundo entregándose a sí mismos en servicio de
amor por los hombres, aceptando sin reticencias la diferencia radical que son
los otros y acogiendo esa diferencia como un don inapreciable, y que salen de
sí mismos para crear mundos reconciliados, que en círculos excéntricos
expansivos van transformando el universo entero, lo que atrae irresistiblemente
a todos hacia el Dios de Jesucristo.
El templo de Salomón
prefigura pálidamente al único y definitivo Templo que es Jesucristo resucitado
mismo y por extensión participativa, su Cuerpo que es la Iglesia será el templo
donde habitará el Nombre glorioso del Señor. De tal modo que los que antes
acudían al templo físico con espíritu humilde y maravillado por el Nombre,
ahora acudirán al Templo espiritual verdadero, al único y suficiente mediador
entre Dios y los hombres y en Él encontrarán un oído atento y un corazón
providente que les concederá todo lo que necesitan para ser plenos y felices…
¡El Espíritu Santo que es derramado en sus corazones!
¡Este y no otro es el
Evangelio auténtico que los apóstoles con la autoridad de Jesucristo predicaron
en la primera hora y al que hace alusión Pablo en la carta a los Gálatas!
Y es que siempre existirá la tentación de mostrar un dios distinto del que nos
ha sido revelado en Jesús; el dios retributivo de la religión que paga al
hombre de acuerdo sus méritos logrados por el cumplimiento de ciertas
prescripciones, el dios vengativo y castigador que al ser ofendido descarga su
ira sobre los mortales, etc. Y el apóstol es muy duro en su condena a los tales
que anuncian un Evangelio distinto al de la gracia: ¡que sea expulsado!, no hay
medias tintas, no se puede tolerar una desviación doctrinal de tal naturaleza
porque la sana doctrina deviene en una sana espiritualidad y una falsa doctrina
deviene en una espiritualidad enferma que pone en peligro la fe.
No estoy hablando de
que debemos convertirnos en una Iglesia dogmatista que coloca la doctrina por
encima de la vida y la felicidad de las personas, se trata precisamente de todo
lo contrario, porque presentar el auténtico Evangelio, sin componendas
facilonas, pero también sin fundamentalismos absurdos, siempre será liberador y
generador de personas sanas y alegres.
El Evangelio es para
todos los hombres, sin acepción alguna porque todos necesitamos ser liberados
de esclavitudes e idolatrías que nos oprimen y sofocan. En el evangelio de Lucas se
nos presenta un relato con muchos puntos de contacto con la primera lectura,
pero desde luego desde una perspectiva cristológica.
En primer lugar, el
centurión y el sirviente a punto de morir son imagen de los extranjeros que se
acercan al templo buscando la sanación, la liberación de sus opresiones. Es
interesante notar que el centurión (imagen también de la violencia ejercida por
el imperio romano) sirve a Lucas para mostrar en acción un tema queridísimo de
su teología: la misericordia universal e infinita de Dios que no hace acepción
de personas… ¡ni siquiera los más violentos y odiados escapan a la acción
salvífica del Señor!
Es verdad que el
centurión no se atreve a acercarse directamente a Jesús, sólo ha oído hablar de
Él (alusión a los paganos que han escuchado hablar del Nombre y se han dejado
mover por el Misterio), y recurre a la mediación de los ancianos israelitas
(imagen de Salomón que intercede por los extranjeros en la lectura de 1 Re)
para solicitar de Jesús la sanación de su propia ideología de violencia que
está a punto de acabar con su vida,
Conviene rescatar algunas actitudes del
centurión para aplicarlas en nuestra vida espiritual:
1.
Reconocimiento de la suprema dignidad de
Jesús y de la propia indignidad. No es autoestima baja, es humildad que reconoce
la radical insuficiencia humana ante el Misterio, o lo que se llama en la
Biblia “temor de Dios”, que es obediencia reverencial que brota precisamente
del Tremendum de Dios. La soberbia de pensar que con nuestros ridículos
esfuerzos podemos ser dignos o merecedores de Dios queda completamente
excluida.
2.
Reconocimiento de la necesaria
intermediación de otros para establecer una relación con Jesús. Desde luego que
no queda excluida la relación personal con Él, pero esa relación está mediada,
es eclesial, comunitaria. Un cristianismo individualista es impensable, es una
ficción de la mente que acaba convirtiendo a Jesús en un fetiche hecho a imagen
y semejanza del hombre y por lo tanto, fácilmente manipulable.
3.
Confianza absoluta en que a pesar de la
radical indignidad ante Dios, Jesús es el consuelo, el pontífice que une los
dos mundos de sí irreconciliables, el espacio existencial en donde el sufriente
y oprimido puede descansar seguro y lleno de paz. Esta actitud maravilla a
Jesús y produce su alabanza… ¡Sí amable lector, Jesús alaba la fe del centurión
al mismo tiempo que reclama a Israel su poca fe! ¡Esto debió ser intolerable
para la orgullosa mentalidad israelita y causa de la animadversión contra el
profeta galileo que finalmente devino en la decisión de asesinarle!
Sin duda, el Dios en el
que yo creo es el Dios que no hace acepción de personas y que no desprecia un
corazón que se acerca a él, contrito y humillado buscando su liberación.
Gracia y paz.
[1]
Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios
desconocido, puesto que todos reciben de El la vida, la inspiración y todas las
cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven
(cf. 1 Tm 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su
Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan,
bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida
mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna [33].
Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación
a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y
se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de
bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio.
(LG 16)
[2] Pero
no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben
atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la
que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán
juzgados con mayor severidad. (LG 14)