Les comparto mi reflexión en audio sobre las lecturas del domingo 30 de junio de 2013.
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Un abrazo.
lunes, 24 de junio de 2013
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 30 DE JUNIO DE 2013 (13° ORDINARIO CICLO C)
- LECTURAS
1 Re 19,16.19-21: << En aquellos días, el Señor dijo a Elías: "Unge profeta
sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén." Elías se marchó y
encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la
última. Elías pasó a su lado y le echó encima el manto. Entonces Eliseo,
dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: "Déjame decir adiós a
mis padres; luego vuelvo y te sigo." Elías le dijo: "Ve y vuelve;
¿quién te lo impide?" Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los
ofreció en sacrificio; hizo fuego con aperos, asó la carne y ofreció de comer a
su gente; luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio. >>
Sal 15: << Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor:
"Tú eres mi bien." El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi
suerte está en tu mano. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me
instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no
vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne
descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel
conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo
en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. >>
Gál 5,1.13-18: << Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por
tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos,
vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la
carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la Ley se
concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo." Pero,
atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros
mutuamente. Yo os lo digo: andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de
la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne.
Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio,
si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley. >>
Lc 9,51-62: << Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo,
Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De
camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no
lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan,
discípulos suyos, le preguntaron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego
del cielo que acabe con ellos?" Él se volvió y les regañó. Y se marcharon
a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: "Te seguiré adonde
vayas." Jesús le respondió: "Las zorras tienen madriguera, y los
pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza." A
otro le dijo: "Sígueme." Él respondió: "Déjame primero ir a
enterrar a mi padre." Le contestó: "Deja que los muertos entierren a
sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios." Otro le dijo: "Te
seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia." Jesús le
contestó: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el
reino de Dios." >>
- REFLEXIÓN
LAS EXIGENCIAS DEL ARADOR DEL
REINO
JORGE ARÉVALO
NÁJERA
La vocación profética no es algo reservado a unos cuantos personajes estrambóticos
que se visten con piel de camello, habitan en el desierto y se alimentan de
miel silvestre y langostas como es el caso de Juan Bautista (cuya fiesta
celebramos recientemente). Muy por el
contrario, el carisma profético es una nota esencial de todo aquel que pretende
ser discípulo del Cristo. Todo bautizado ha recibido dicho carisma y con él, la
exigencia de profetizar. Las lecturas hoy día proclamadas en la Asamblea
Eucarística iluminan y actualizan esta característica eclesial para el creyente
del siglo XXI. Veamos de profundizar en ello.
Antes de abordar los textos bíblicos, digamos alguna palabra sobre lo
que NO ES un profeta para eliminar
algunos malentendidos que son muy comunes al considerar la figura profética
bíblica y que obstaculizan la identificación con ella. En primer lugar, un
profeta no es una especie de adivino de un futuro ya predeterminado por Dios,
simple y sencillamente porque dicho futuro no existe. Un “futuro” entendido de
esta manera negaría en el fondo la libertad humana, el amor universal divino
que exige dicha libertad, pues sabiendo de antemano quien se habría de condenar
en ese supuesto “futuro” no obstante lo habría creado ¡Resultaría un Dios
mentiroso y manipulador y la Gracia se convertiría en una farsa grotesca!
No, el futuro existe siempre como posibilidad de plenitud o de
condenación precisamente porque el hombre puede optar desde la libertad por
acoger el don de la Gracia o rechazarlo. Efectivamente, los profetas anuncian
un futuro, a veces de gozo y en ocasiones de frustración, pero sólo como
posibilidad según el pueblo se convierta y abrace la fidelidad a la alianza o
viva impíamente (como si Dios no existiera). En este sentido, las imágenes
futuristas de los profetas tienen un carácter de conminación o exhortación a la
conversión.
El anuncio profético en clave de futuro parte siempre de una visión
teológica del presente (carisma que le viene de lo alto) que le permite
desentrañar los acontecimientos de la historia y visualizar las consecuencias
tanto espirituales como sociales que la forma de asumir los compromisos de la
alianza por parte del pueblo puede tener en un futuro posible. Por lo tanto, el
profeta es uno que debe estar profundamente enraizado en su presente y desde él
trazar nuevos derroteros salvíficos para la comunidad creyente y desde ella,
aportar luz para el caminar de la humanidad entera. Siendo así, el profetismo
cristiano aparece como una labor absolutamente necesaria, permanente e
insustituible como aportación al mundo. Pero para ser un auténtico profeta, es
necesario asumir ciertas actitudes de cara al don profético:
En el Primer libro de los Reyes se nos narra la vocación de Eliseo y en este
relato paradigmático de toda vocación, podemos encontrar elementos preciosos
para nuestro propio llamado: Eliseo es elegido,
buscado y capacitado.
Elegido y provocado: la profecía no brota de la intencionalidad humana, no surge por lo
tanto de la cultura circundante, es siempre por ello un desafío para el que es
llamado, es una provocación desinstaladora que le confronta y exige una toma de
postura. Eliseo debe abandonar aquello que le asegura el sustento, su arado, su
trabajo, para convertirse en un “seguidor”, en un caminante perpetuo en pos de
un objetivo siempre inasible del todo, porque en el fondo, Eliseo no sigue a
Elías, sigue a aquel al que el profeta obedece.
Buscado: Dios
es quien toma la iniciativa que al mismo tiempo es búsqueda del hombre. Es
maravilloso como prefigurativamente ya los textos veterotestamentarios empiezan
a delinear el perfil del Dios exódico, que
sale permanente de si mismo para darse a los hombres. Pues bien, el profeta es
enviado por el Señor en búsqueda de Eliseo, allá donde éste se encuentra
inmerso en su mundo. La labor que se encuentra desarrollando el profeta en
ciernes y que es previa al encuentro con Elías, no es una mera circunstancia
anecdótica, encierra un simbolismo que permite abrir las posibilidades de identificación
con los creyentes de todos los tiempos y lugares.
El arado es un símbolo de todo aquello que ancla al hombre, que le hace
sedentario y arraigado a un lugar o inclusive a una actitud. Además, el que ara
mantiene la vista fija en la “tierra” (símbolo de la vida meramente humana, con
todas sus dimensiones: el trabajo, la cultura, las interrelaciones etc.) y por
lo tanto, Elías se encuentra “atado”, con la mirada anclada en ese mundo, sin
horizontes trascendentes. Y que conste que el “arado” no es necesariamente
negativo en sí mismo (de hecho, Elías consiente la petición de su futuro
discípulo y le permite ir a despedirse de sus padres), pero la intramundanidad
cerrada sobre sí misma nos impide la libertad que sólo puede ser alcanzada
cuando se relativiza lo creado y sobre todo aquello que de algún modo se cree
poseer (los padres representan la referencia al pasado dotador de identidad y
Eliseo se despide de ese pasado para abrazar la posibilidad del futuro y por lo
tanto de la trascendencia)
El siguiente paso es la inmolación de toda seguridad (asa la carne de
los bueyes con la madera de la yunta) y entonces se levanta, es capaz de
erguirse como hombre liberado y emprender el seguimiento hacia la plenitud.
Pero nada de esto es posible para las solas fuerzas humanas, es necesario ser capacitado por Dios, ser transformado,
dotado de una nueva identidad, de una fuerza eficaz e incontenible (todo esto
representa el manto que Elías echa encima de Eliseo). Esa fuerza no es otra que
la Palabra que Dios revela al profeta, Palabra que ilumina la tiniebla del
mundo presente, la disipa y permite entonces recorrer el camino hacia la patria
definitiva, Palabra que interpreta la historia y la dota de sentido, Palabra
que “Muchas
veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas”
(Heb 1,1) y que “en esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró
heredero de todo, y por quien creó el universo” (Heb 1,2). La Palabra
es pues el arma del profeta para transformar el mundo. En el bautismo se nos
han sido abiertos los oídos y la boca ¡Éfeta! Nos ha dicho Cristo, para que
podamos escuchar la Palabra y anunciarla a los hombres.
Pero desde luego que para poder vivir de profetas, es indispensable una
actitud básica en nuestra relación con Dios: la total y absoluta confianza en
él. La propuesta de Dios siempre es insuperable, está más allá de nuestras
fuerzas y posibilidades, aún siendo poseedores del carisma, éste exige poner
todo de nuestra parte, el máximo esfuerzo y decisión, no para vivir unos
preceptos o una cierta ley exterior, sino para abrirnos a la vertiginosa transformación
de la Gracia, y esto causa pavor, desestabiliza y mete en una dinámica que hace
estallar todos los parámetros de lo sensato y cuerdo.
La homeostasis, el equilibrio, el justo medio tan ponderado por los
filósofos griegos se hace añicos ante las exigencias del amor cristiano. Y para
colmo, no sólo se vive esta vorágine al interior del discípulo, sino que el
mundo al cual se dirige en última instancia la Palabra, es una sociedad hostil,
reacia a escuchar el mensaje salvífico por cuanto está construido sobre
cimientos de pecado y la Palabra es ofensiva y destructora según sus parámetros
axiológicos.
Por ello, para poder vivir el Evangelio es necesaria la absoluta
confianza en Dios, el abandono total en su providencia, la fe que te arroja en
los brazos escondidos esperando, confiando en que allí están aunque las
evidencias griten que solo te espera la oscuridad de la noche para engullirte
hacia la nada. ¡Protégeme Dios mío, pues eres mi refugio…mi vida está en tus
manos…tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré!
dice el bellísimo Salmo que se nos
proclama. Sólo esta confianza abre la puerta a la experiencia sublime de la
alegría profunda que conoce el corazón del que se abandona en Dios creyendo a
contraviento que él no le abandonará a la muerte ni dejará que sufra la
corrupción, ¿No les parece un hermosísimo anticipo de la fe en la resurrección
que en Cristo se ha dado en arras a los creyentes?
En la carta a los Gálatas,
Pablo hace una extraordinaria reflexión sobre la tensión permanente entre la
libertad cristiana que Cristo nos ha ganado y las exigencias inherentes al
Espíritu que él mismo nos ha donado. En efecto, Cristo nos ha liberado para que
seamos libres. Por lo tanto, podríamos decir que la liberación del hombre es un
proceso que se realiza en dos momentos: en el primero, éste se encuentra
inmerso en una situación que le ata, le sofoca y le impide vivir en plenitud,
es pues una realidad de muerte de la cual tiene que ser sacado, colocado
“afuera”, pues desde ella no puede tomar decisiones trascendentales.
Una vez que es sacado de esa situación, entonces es posible el segundo
momento, en el cual ya es posible ejercer la libertad. El primer momento es
eminentemente acción divina, <<ergos
Xristos>>, pura Gracia misericordiosa y el hombre aparece totalmente
pasivo. En el segundo momento, se exige la respuesta antropológica a la previa
acción teológica. En otras palabras, interactúan Dios y hombre, potenciación de
lo humano y ejercicio de la potencia. Pero aunque Dios nunca abandona su
influjo gracioso sobre el hombre, dicho influjo no es imposición despótica sino
propuesta, no es grito impositivo sino susurro seductor que exige la
disposición a la escucha.
Por ello, Pablo conmina a los gálatas a “conservar” la libertad que les
fue adquirida, porque vivir en libertad no sólo es cosa de Dios sino también
esfuerzo humano por permanecer en el impulso del Espíritu, garante de dicha
libertad “Su vocación hermanos, es la libertad. Pero cuiden de no tomarla como
pretexto para satisfacer sus egoísmos; antes bien, háganse servidores los unos
de los otros por amor…los exhorto pues a que vivan de acuerdo con las
exigencias del Espíritu…”
Una vez más, la Palabra descubre la falacia de una libertad que consiste
en la posibilidad de hacer lo que se nos venga en gana. Ese concepto de
libertad además de ser utópico, es profundamente egoísta y por lo tanto
igualmente alienante. En este punto de la lectura se establece el engarce con
la temática que se ha venido desarrollando en la primera lectura y el Salmo,
pues se identifica la vocación profética
con la libertad de los hijos de Dios “Su vocación hermanos, es la libertad”
dice Pablo a la comunidad de Galacia (y con ellos a nosotros) y entonces
resulta que el carisma profético conduce a la libertad, el anunciar la Palabra,
con toda la carga de conflictividad y el gozo que esto conlleva ES LA
EXPRESIVIDAD PLÁSTICA DE UNA LIBERTAD EJERCIDA. Es libre el que vive según la
Palabra y anuncia a sus hermanos que ella es la única posibilidad para ser libres
y alcanzar la estatura para la cual hemos sido creados, la libertad de los
hijos de Dios es entonces el servicio a los hermanos, y no puede haber un
servicio mas auténtico que iluminarlos con la Palabra.
En el Evangelio de Lucas,
habla ya no un profeta más sino la Palabra misma hecha carne. Elías era
considerado la figura profética emblemática, el “tipo” profético, pero ahora en
Jesús Dios ha dicho la última y definitiva palabra “Él es mi Hijo amado, a él
escuchen” y recuerdan ustedes que en el pasaje de la transfiguración
Moisés (representativo de la ley) y Elías (representativo de la profecía)
desaparecen y sólo Jesús queda en lo alto del monte, con lo cual plásticamente
se nos dice que en Jesús alcanzan su culminación y plenitud la profecía y la
ley.
Por eso ahora, el profeta es uno que sigue ya no a un simple anunciador
de la palabra, sino a La Palabra misma, pero el discípulo que sigue a Jesús
tiene exigencias inimaginables porque está animado y cualificado por el
Espíritu. En el pasaje lucano, los samaritanos han rechazado a Jesús en cuanto
se enteran que se dirige a Jerusalén, y esto por un doble motivo; por un lado
son enemigos acérrimos de los jerosolimitanos y por otro les parece abominable
que El Mesías se dirija hacia su muerte. Ante este rechazo, “la buena
conciencia y el celo religioso” de los discípulos les mueve a desear la
destrucción de los “herejes” samaritanos -cualquier parecido con algunos
momentos de la historia de la Iglesia es mera coincidencia-, a lo cual Jesús
responde con una severa reprensión.
Y como para poner a prueba la solidez de la ortopraxis de los que
quieren seguirlo, les advierte sobre su forma de vida que es la que un seguidor
suyo debe hacer propia: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros,
nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” Es
decir, ruptura con el seno protector, apertura y decisión de abandonar las
seguridades para arrojarse a una vida de fe en Cristo, de creer en que la loca
propuesta del Hijo del hombre es la única posibilidad para alcanzar la
plenitud, creer que el amor es la única y suficiente fuerza revolucionaria
capaz de salvar al hombre.
La tradición cristiana identifica al evangelista Juan con el discípulo
amado, aquel que se recostaba en el pecho de Jesús y escuchaba los latidos
palpitantes de un corazón que solo sabía amar ¡Cuánto consuelo y paz habrá
experimentado el jovenzuelo seguidor del rabino galileo! Pues bien, Jesús no
tiene ni siquiera ese consuelo, no tiene un nido donde reparar las fuerzas ni
un pecho sobre el cual recostase para encontrar consuelo. El seguimiento no es
cosa de decisión humana, como si un día cualquiera y amaneciendo inspirado por
la lectura nocturna de una página evangélica alguien decidiera seguirlo.
Ante todo el discipulado es una invitación, un llamado. Es casi lógico
que ante estas palabras, aquel al cual Jesús invita expresamente a seguirlo
ponga de inmediato una objeción que parece legítima a todas luces “Señor,
déjame primero ir a enterrar a mi Padre” ¡Incluso la ley israelita
ordenaba dicha práctica y por lo tanto era una obligación no sólo moral sino
legal! La respuesta de Jesús parece deslegitimar lo hecho por Elías en la
primera lectura ante la petición de Eliseo. No obstante y bien visto,
desaparece dicha contradicción si consideramos que Jesús usa el recurso de la
hipérbole para enfatizar la radicalidad y el carácter perentorio de la llamada,
mientras que en 1 Re se “desglosa” la respuesta del que es llamado.
La vocación a la libertad de la que habla Pablo, en Lucas recibe el
nombre de Reino de Dios “Deja que los muertos entierren a sus
muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios” Ante la irrupción del reino
liberador del padre que ya actúa entre los hombres que se encuentran atados a
la yunta y la urgente necesidad de rescatarlos de esa situación alienante, todo
lo demás pasa a segundo plano, se relativiza, se ordena a la colaboración con
Jesús para instaurar el Reino. En los tiempos mesiánicos no es posible dilatar
más la respuesta y se exige la presencia actuante de los nuevos aradores del
Reino, aquellos que no saben ni quieren volver la mirada hacia el pasado y
prefieren levantarla hacia el futuro de libertad y plenitud que el Espíritu
asegura a los que deciden asumir el yugo suave del Hijo del hombre.
Gracia y paz.
viernes, 21 de junio de 2013
Audio/reflexión sobre las lecturas del domingo 23 de junio de 2013_12° Ordinario Ciclo C.
Les invito a escuchar el audio de mi reflexión para el domingo 23 de junio de 2013.
VÍNCULO AUDIO:http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-domingo-23-de-audios-mp3_rf_2152074_1.html
Un abrazo.
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Un abrazo.
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 23 DE JUNIO DE 2013 12° DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 23
DE JUNIO DE 2013
12° DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
1.
LECTURAS
Zac
12, 10-11; 13, 1:
<< «Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de
Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien
traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se
llora al primogénito. Aquel día, será
grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de
Meguido.» Aquel día, se alumbrará un manantial
(fuente), a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, para
lavar el pecado y la impureza. >>
Salmo
62:
<< << Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo mi alma está
sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin
agua. ¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu
gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis
labios te alabarán jubilosos. Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus
alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.
>>
Gal 3,
26-29:
<< Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis
incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay
distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres,
porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia
de Abrahán y herederos de la promesa. >>
Lc 9,
18-24:
<< Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos,
les preguntó: « ¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Unos que
Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de
los antiguos profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser
desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y
resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera
seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga
conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por mi causa la salvará.» >>
- REFLEXIÓN
De un Mesías traspasado y unos
discípulos que van perdiendo la vida para salvarla
Jorge Arévalo Nájera
El libro del profeta Zacarías ocupa un lugar nada despreciable entre
aquellos, que del Antiguo Testamento, son más utilizados y aplicados para
iluminar acontecimientos del Nuevo, en particular de la vida de Nuestro Señor.
Esto ha sido así ya desde el mismísimo tiempo de los evangelistas, y por lo
tanto podemos decir que los mismos evangelios aplican las profecías bíblicas
para iluminar el misterio de Jesucristo, en concreto el misterio de su pasión. San
Juan cita textualmente a Zacarías en su
evangelio (la primera parte, al menos), en Jn 19,37 con ocasión de la lanzada
del centurión sobre el cuerpo de Jesús, apenas este había muerto.
En la introducción del libro del Apocalipsis, nuevamente Juan la aplica,
con toda claridad, esta vez a la segunda venida de Cristo (cf. Ap 1,7), razón
por la cual, en la teología católica, dicha profecía de Zacarías ha sido
tradicionalmente asociada a la Parusía y su manifestación. La interpretación
del texto de Zacarías no puede ir más que en una sola línea: el anuncio de la
conversión de Israel al final de los tiempos, o sea, en un contexto
escatológico. La cita de 13,1 forma parte del contexto de 12,10, y lo
complementa en cuanto al significado.
En efecto, la temática de la fuente abierta (se alumbrará un manantial) para
(limpiar) el pecado y la impureza, es propia del fenómeno de la
conversión. El Señor se autodefine en el
Antiguo Testamento como fuente (cfr. Jer
2,13), y el Nuevo Testamento se hace eco de dicho texto, asignando a la palabra
fuente un atributo bien exclusivo de la Divinidad, o bien el efecto de “divinización”
producido en el alma (cfr. Jn 4,14). Se trata de una purificación del todo
particular, y directa, que afecta a Israel todo como pueblo.
En consonancia con esta purificación prometida para los tiempos
escatológicos y simbolizados por la imagen de la fuente abierta/manantial
alumbrado, el salmista, haciendo uso de la imagen de la sed como símbolo de la
necesidad imperiosa y vital de Dios, sin el cual el hombre es como tierra
estéril, reseca. La carne/debilidad del hombre y el alma/hombre necesitado de
Dios, claman por el agua/Espíritu capaz de saciar la sed ancestral del hombre
por Dios.
Esa purificación no viene dada por un código de pureza basado en ciertos
ritos religiosos, es una acción que va más allá de la mera exterioridad de unas
abluciones rituales o una sangre de animal ofrecida en el altar, es una
purificación ontológica, una re-creación del ser, que hace pasar de la simple
creatureidad a la filiación. Esta acción purificatoria de Dios es totalmente
gratuita, no depende de mérito ni capacidad humana, brota de su libérrima
decisión amorosa.
Sin embargo, esto no significa que la libertad humana quede abolida, la
fe/adhesión a Cristo Jesús tiene una doble dimensión: por un lado es regalo divino,
por otro lado es respuesta humana a la gracia, es hijo de Dios quien sabe
abrirse al don y al mismo tiempo responde al don esforzándose en el amor. El
bautismo confiere una nueva identidad (el revestimiento aquí, hace referencia a
más que una simple recubierta) crística, un ser que se va configurando
paulatinamente con las opciones, principios y valores de Jesús, y esta
configuración lo primero que elimina es la distinción de “clases” de hombres.
En la sociedad de Pablo, la separación de clases (aquí ejemplificada por
los binomios antitéticos de judíos/gentiles, libres/esclavos, hombres/mujeres)
era una forma de organización social consagrada no sólo por los hombres sino y
sobre todo por el orden religioso. Pues bien, en Cristo (sumergidos en el nuevo
locus o lugar crístico en el cual han sido inmersos los bautizados) esta clase
de diferencias no existen, pues todos son hijos de Dios, descendencia de
Abrahán y herederos de la promesa.
Pero la filiación comporta un modo de ser en el mundo, una ética que
ciertamente no brota como una exigencia legalista sino del amor recibido por
gracia, pero que igual manifiesta la auténtica conversión del corazón, la
purificación se cristaliza en un ethos concreto que brota de la pregunta
que cada discípulo debe hacerse en la intimidad de su conciencia: << Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?
>> porque esa praxis del discípulo es la de su Maestro y le
llevará a “padecer mucho”, ser rechazado por su denuncia y oposición a
cualquier instancia que oprima a los hombres e inclusive a la muerte, para
desembocar finalmente en la vida, en la mismísima Pascua del Hijo del hombre.
¿Estaremos dispuestos a deponer nuestro monstruoso ego para poner en primer
lugar al hermano y sus necesidades (negarse a sí mismo)? ¿Aceptaremos el
sufrimiento que la vivencia del Evangelio, del amor entregado sin esperar nada
a cambio, provoca en el corazón? Y finalmente, ¿estaremos dispuestos a caminar
tras los pasos de Jesús, el Mesías traspasado, perdiendo la vida a cada paso
para finalmente recuperarla?
Gracia y paz
martes, 11 de junio de 2013
AUDIO/REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 16 DE JUNIO DE 2013
Les invito a escuchar mi reflexión para el 11° domingo Ordinario, Ciclo C.
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Un abrazo.
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 16 DE JUNIO DE 2013 (11° ORDINARIO CICLO C)
1-
LECTURAS
2Sm 12, 7-10. 13: << En aquellos días, Natán
dijo a David: «Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí rey de
Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse
sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por
si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra
del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías, el
hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca
de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías."»
David respondió a Natán: « ¡He pecado contra el Señor!» Natán le dijo: «El
Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás.» >>
Salmo 31: << Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han
sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: "Confesaré al
Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Tú eres mi refugio,
me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación. Alegraos, justos, y
gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero. >>
Gal 2, 16. 19-21: << Sabemos que el hombre no se justifica por
cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso, hemos creído en Cristo
Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la Ley.
Porque el hombre no se justifica por cumplir la Ley. Para la Ley yo estoy
muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy
crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y,
mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta
entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero, si la justificación
fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil. >>
Lc 7, 36-8, 3: << En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a
comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una
mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa
del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus
pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba
con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver
esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría
quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.» Jesús tomó
la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: «Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: «Un
prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los
dos lo amará más?» Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a
Simón: « ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para
los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha
enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha
dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en
cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados
están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco
ama.» Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados
empezaron a decir entre sí: « ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero
Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.» Después de esto iba
caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio
del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había
curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían
salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y
otras muchas que le ayudaban con sus bienes. >>
2.
REFLEXIÓN
Una debilidad asumida
por la misericordia
Jorge
Arévalo Nájera
En la primera lectura, del
segundo libro
de Samuel, David, el rey elegido por Dios, ha pecado
gravemente. No sólo ha cometido adulterio con Betsabé, esposa de uno de sus
generales más leales, sino que además hizo matar al esposo engañado. Se ha
mofado así del mismo Dios, al arrogarse un derecho abusivo sobre la vida y la
muerte en beneficio de sus deseos depravados, poniendo en entredicho la
absolutez de la realeza divina, única fuente del auténtico derecho. Esto merece
un castigo. Pero el rey reconoce su delito y se manifiesta humildemente
arrepentido. Muestra así la profundidad de su fe, real a pesar de su pecado.
Por eso Dios lo perdona. David quedará para siempre como el ejemplo vivo del
hombre que, sobrepasando sus miserias, se ha situado en la dinámica divina que,
sin desatender la justicia, aplica la misericordia y el perdón a quien se
arrepiente, incluso por delitos enormes.
En la segunda lectura, de la carta a los Gálatas,
Pablo no cesa de combatir la mentalidad que empuja al hombre a pensar que
gracias a sus buenas acciones tiene derechos ante Dios. La religión fundada
sobre la obediencia a la ley y sobre un contrato “te he dado y tienes que
darme” falsea la verdadera relación con el Señor.
Este tipo de religión condujo al judaísmo a rechazar
el mensaje de misericordia de Jesús, para cerrarse en su frío esquema de la
legalidad vacía. La fe transforma radicalmente esta mentalidad y nos hace
abrirnos al amor divino tal como se ha mostrado en Jesús. La espiritualidad
cristiana no es otra cosa que el lento y fatigoso proceso por medio del cual,
el cristiano va dejando que Cristo se apodere de su ser, hasta que llega el
momento en que se pasa del “Lo que hago no lo entiendo, pues no hago lo
que quiero, sino lo que detesto, eso hago…y si hago lo que no quiero, no soy yo
quien actúa, sino el pecado que habita en mí” (Rom 7,14.20) al “Todo
lo puedo en Aquel [Cristo] que me fortalece” (Flp 4,13), en una
síntesis antropo-teológica perfecta en la que gracia divina y voluntad humana
actúan conjuntamente en el nuevo hombre que se yergue libre de la fuerza del
pecado y liberado de la vieja humanidad.
En el evangelio de Lucas, una mujer se atreve a estropear una sobremesa
cuidadosamente preparada. La arrogante entrometida no sólo quebranta las leyes
de la buena educación, sino que, además, comete una infracción de tipo
religioso: un ser impuro no debe manchar la casa de un hombre socialmente puro
(un fariseo). Por un momento Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de
su anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando,
y lo que es: una pecadora”.
Ante la situación que se ha presentado, Jesús
utiliza el recurso de los sabios: el método socrático de inducir la conclusión
correcta a partir de argumentos correctos. En vez de corregir a su anfitrión,
lo invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el verdadero pecador es
él; el fariseo que se cree puro. La mujer, a nadie ha engañado: ha repetido los
gestos de su oficio; la misma actitud sensual
que ha tenido con todos sus amantes. Pero esta tarde sus gestos no
tienen el mismo sentido.
Ahora expresan su respeto y el cambio de su corazón.
El perfume lo ha comprado con sus ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y
sin dudarlo rompe el vaso, para que nadie pueda recuperar ni un gramo del
precioso perfume. Una vez más, el gesto fino y elegante. Salen aquí a la luz
dos dimensiones de la salvación. Por una parte, estalla la libertad propia del
amor. En esta comida el fariseo tenía todo previsto y preparado. Pero basta con
que una mujer empujada por su corazón entre sin haber sido invitada, y la sobremesa
cambia del todo. Por otra parte, el episodio revela la liberación ofrecida por
Jesús.
El Mesías proclama con sus actos y palabras que el
hombre ya no está condenado a la esclavitud de la ley y de una religión
alienante que acaba declarando a todos pecadores y excluidos. El cristiano es
un ser liberado sobre la base de la fe hecha amor práctico que predica Jesús:
“tu fe te ha salvado”.
Es un hecho; de continuo nos perdemos por caminos
que no son los del Señor, la seducción de los ídolos vence continuamente
nuestras mejores intenciones y acabamos rindiéndoles culto en el altar de
nuestra historia, y esto causa desazón en nuestros corazones y entonces nos
preguntamos ¿será posible vivir las altísimas exigencias de la vida cristiana? Cumplir
la ley es imposible, de una buena vez hagámonos a la idea y dejemos de
pretender que un escrupuloso cumplimiento de las normas religiosas nos harán
justos a los ojos de Dios. Este es el primer paso para entrar en una forma de
vida que supera todas las expectativas humanas, una forma de vida que surge de
la asunción de nuestra miseria en el misericordioso corazón de Dios.
Gracia y paz.
miércoles, 5 de junio de 2013
AUDIO/REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 9 DE JUNIO DE 2013
LES INVITO A ESCUCHAR MI REFLEXIÓN PARA ESTA SEMANA. SIGAN EL VÍNCULO:
http://www.ivoox.com/reflexion-sobre-lecturas-del-9-junio-audios-mp3_rf_2106570_1.html
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 9 DE JUNIO DE 2013 10° DOMINGO ORDINARIO CICLO C
1. lecturas
1 Re 17,17-24: << “Después de esto, el
hijo de la viuda de la casa cayó gravemente enfermo, hasta el punto de que no
le quedaba ya aliento. La viuda le reclamo a Elías diciéndole ¿Qué tienes
contra mí, hombre de Dios? ¿Has venido a mi casa para recordarme mis pecados y
provocar la muerte a mi hijo? Elías le
contesto; Entrégame a tu hijo. Y arrebatándoselo del regazo, lo llevó al cuarto
de arriba, donde estaba alojado, y lo acostó en su propia cama. Entonces Elías
clamo al Señor; Mi Dios, ¿también a esta viuda, que me ha dado alojamiento, la
haces sufrir matándole a su hijo? Elías se tendió sobre el muchacho tres veces
y clamo al Señor; ¡Mi Dios, devuélvele la vida a este muchacho! El Señor
escuchó el clamor de Elías y el muchacho volvió a la vida. Elías tomo al
muchacho y lo llevo de su cuarto a la planta baja. Se lo entregó a su madre y
le dijo; ¡tu hijo vive! ¡Aquí lo tienes! Entonces la viuda le dijo a Elías;
ahora sé que eres un hombre de Dios, y que lo que sale de tu boca es realmente
la palabra del Señor”>>
Sal 29
<<Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis
enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir
cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su
nombre santo; su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; al atardecer
nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. Escucha, Señor, y ten piedad de
mí; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré
gracias por siempre. >>
Gál 1,11-19 <<Os notifico, hermanos, que
el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni
aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído
hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la
Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi
edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis
antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me
llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara
a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a
ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco.
Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y me quedé
quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el
pariente del Señor. >>
Lc 7,11-17
<<En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con
él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad,
resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era
viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor,
le dio lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó
(los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo,
levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo
entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
"Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su
pueblo." La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea
entera.” >>
Jesús es la única
esperanza de la humanidad que está a punto de perder su futuro
Jorge
Arévalo Nájera
Hoy, ni duda cabe, la
Iglesia vive momentos muy duros. La credibilidad de la Iglesia/Institución
parece derrumbarse de modo definitivo –a pesar de los esfuerzos, a veces
irrisorios de quienes pretenden tapar el sol con un dedo- y la bimilenaria
promesa de Jesús (“Y yo, a mi vez te digo
que tú eres Pedro y que sobre ésta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del Hades no prevalecerán contra ella.” Mt 16,18) se diluye en la fe de
muchos y la esperanza de trascendencia de la Iglesia agoniza entre traiciones y
pecados innombrables en contra de los más pequeños.
No es pesimismo ni
anticlericalismo -bien sabe Dios lo mucho que amo a ésta mi Iglesia- la
presente reflexión es más bien un interrogante lanzado con dirección a la
conciencia de todos y cada uno de los que pertenecemos a la única Iglesia de
Cristo, sin distinciones denominacionales ni de tradiciones teológicas, para
que despertemos de una buena vez del profundo y peligrosísimo letargo en que
nos hayamos sumidos. Las promesas de Dios no son ciertamente algo mágico que
haya de cumplirse pasando por encima del libre albedrío de los hombres y las
acciones concretas que sean consecuencia de esa libertad.
Es verdad que Dios sabe
reconducir la historia hacia su consumación crística e inclusive garantizar la
supervivencia de la Iglesia, pero eso no significa que Dios no pueda acrisolarla
transformando sus estructuras o haciéndola volver a sus orígenes, y eso, mis
queridos hermanos es al mismo tiempo, esperanza y advertencia para una esposa
que espera al amado quizá con muy poco aceite en la lámpara. Las lecturas de
este domingo son una perenne invitación a la Iglesia, para que recupere su
dimensión resucitadora de cara al mundo y se sume al cortejo de la Vida encabezado
por Jesús.
Pero, debo justificar
la introducción a la presente reflexión. Para ello, vayamos a las lecturas que
serán proclamadas en la Asamblea Eucarística del próximo domingo. La primera
lectura, tomada del primer libro de los Reyes, nos presenta un cuadro plástico, lleno
de símbolos y personajes representativos, los cuales habrá que descifrar para
comprender el mensaje teológico y espiritual del texto.
En primer lugar, el
texto pertenece al ciclo de Elías que abarca del capítulo 17 al 22 del Libro
primero de los Reyes, y más concretamente, a la sección de <<la gran
sequía>>, que va de 17,1-18,46. La sequía es un castigo de Yahvé por el
culto a Baal (deidad cananea) y Elías es enviado por Dios a la ciudad de
Sarepta de Sidón (ciudad pagana) a alojarse en casa de una pobre viuda en
situación agónica, pues la materia prima para hacer pan se agota. A esta viuda,
Elías le hace un primer milagro, el de el aceite y la harina que no se acaban.
Sin embargo, las
desgracias de la viuda no acaban allí, pues su hijo único enferma hasta el
punto de que “no le quedaba ya aliento”.
La traducción de la Biblia de Jerusalén parece indicar no la muerte como un
hecho sino la proximidad inminente de la misma, y de ser así, no estaríamos,
estrictamente hablando de un relato de resurrección sino de rescate de una
situación desesperada que está a punto de causar la muerte. En primer lugar,
llama la atención la universalidad del texto, que ubica la acción
misericordiosa de Dios en tierra pagana.
Jesús mismo citará este texto en su controversia
con sus paisanos en la sinagoga de Nazaret "Sin duda me diréis este refrán: Médico,
cúrate a ti mismo: de tantas cosas que hemos oído haber sido hechas en
Capernaum, haz también aquí en tu tierra. Y dijo: de cierto os digo, que ningún
profeta es acepto en su tierra. Mas en verdad os digo, que muchas viudas había
en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y
seis meses, que hubo una grande hambre en toda la tierra; pero a ninguna de
ellas fue enviado Elías, sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda. Y muchos
leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; mas ninguno de ellos fue
limpio, sino Naamán el siro." (Lc 4,23-27), denunciando la
incredulidad de sus paisanos y ensalzando la fe de los paganos y el amor universal
de Dios. La viuda pues, representa a la humanidad indigente, que ha perdido a
su “marido” (símbolo de las seguridades mundanas), y que está a punto de morir
por falta de pan.
Es la imagen de la
humanidad agónica, desesperanzada (“estoy recogiendo un par de palos, entraré y
prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos” v.
12b) a la cual, precisamente por su radical indigencia, Dios visita. El futuro
de la humanidad (simbolizado por el hijo) está en peligro de muerte y la causa
–según el contexto- es la idolatría, la entrega del corazón a cualquier
realidad que no sea Dios, y aquí es en donde encontramos de inmediato la
aplicación hermenéutica del texto: la viuda somos todos y cada uno de nosotros,
aquellos que entronizamos en el corazón a las vacuas divinidades del mundo
(poder, placer, belleza, inteligencia, estatus social o religioso, etc.) y que
sin saberlo quizá, estamos a punto de perder la vida auténtica, la plenitud de
la vida. Sorprendentemente –o quizá no tanto- , la mujer interpreta la
presencia de Elías como causa de su desgracia. ¿No es verdad que muchas veces,
sumidos en la inconsciencia, percibimos la “visita” de Dios como una irrupción
violenta que amenaza nuestra estabilidad o peor aún, posible causa de nuestra
muerte?
El evangelio de Lucas
nos presenta no ya la posibilidad de la muerte del futuro, sino la facticidad
de dicha muerte: “se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto”. El relato
de la viuda de Sarepta es tan solo prefigura, anuncio de lo que acontecerá si
la idolatría no se desarraiga del corazón proclive a la prostitución. Sin
embargo, no todo está perdido, Dios siempre tiene la última palabra y el
Resucitado es también resucitador. Este relato es desde luego, claramente
pospascual, escrito a la luz del Espíritu interpretador del Misterio. La
muerte, último reducto y consecuencia del pecado, no es invencible, la
misericordia de Dios, su visceral conmoción ante el lamentable espectáculo de
una humanidad muerta, suscita su movimiento, su abajamiento que culmina con la
entrega del Hijo, que deviene en la entrega que Jesús hace del hijo/futuro
resucitado a la humanidad/ viuda, que ahora, es desposada por el Dios de la
misericordia.
¿Y la Iglesia qué papel
juega en este drama? En la Carta a los Gálatas, ciertamente que Pablo
habla en primera persona, y es a él que en primerísimo lugar Dios envía para
que anuncie el Evangelio de la gracia a los paganos, pero es igualmente cierto
que la actividad misionera es inherente al ser de la comunidad de bautizados y
la elección desde el vientre materno no es exclusiva del apóstol de los
gentiles. Anunciar al Hijo de Dios que viene al encuentro de los hombres, no
para devolverles a la vida caduca que antes tenían, sino para levantarlos a la
Vida divina, haciéndoles capaces de proclamar con autoridad que Jesús es la
única esperanza que tiene la humanidad de sumarse al cortejo de la Vida.
Gracia y paz.
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