Les invito a escuchar el audio de mi reflexión para el domingo 2 de marzo de 2014. ¿Cómo entender y afrontar el mal desde la perspectiva cristiana?
VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-2-marzo-2014-viii-ordinario-ciclo-a-audios-mp3_rf_2866598_1.html
Un abrazo.
martes, 25 de febrero de 2014
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 2 DE MARZO DE 2014 VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO-CICLO A
1. LECTURAS
Isaías (49,14-15): Sión decía: «Me ha abandonado el
Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Es que puede una madre olvidarse de su
criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se
olvide, yo no te olvidaré.
Sal 61,2-3.6-7.8-9; Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación; mi alcázar:
no vacilaré. Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo
él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. De Dios viene mi
salvación y mi gloria, él es mi roca firme, Dios es mi refugio. Pueblo suyo,
confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón.
1 Corintios (4,1-5): Que la gente sólo vea en nosotros
servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un
administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me
pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La
conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi
juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el
Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los
designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.
Mateo (6,24-34): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a
uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del
segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis
agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo,
pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el
cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni
almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis
vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir
una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo
crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en
todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy
está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará
mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué
vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se
afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de
todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará
por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá
su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»
La fatigosa pero gozosa experiencia de confiar en el
Señor
Jorge Arévalo Nájera
Quien busca en el
cristianismo la tranquilidad, la ausencia de conflicto, la solución de todos
sus problemas intramundanos y la felicidad, encontrará una honda decepción pues
su fundador, Jesús de Nazaret nunca prometió tales cosas, él prometió la
plenitud, el gozo en el Espíritu y la paz que no puede dar el mundo. Más aún,
el profetizó sufrimiento y persecución, rechazo del mundo a todo aquel que
quisiera seguirlo, y… ¡vida definitiva!
Cuando la prueba se
presenta, cuando el sufrimiento, la enfermedad, la traición de los amados, las
carencias económicas, y en fin, toda experiencia límite nos coloca desnudos
ante nuestras convicciones religiosas (Dios todopoderoso y todobondadoso) y se
hace dolorosamente acuciante la “imposible teodicea” (imposibilidad de
compaginar la fe en ese Dios con el sufrimiento y las contradicciones de la
historia) se demuestra si en verdad creemos en el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo o idolatramos un ídolo hecho a nuestra imagen y semejanza (por muy barnizado
que esté con elementos cristianos).
En la vida espiritual
del discípulo (aquel que se toma realmente en serio el seguimiento de Cristo)
se presentan más tarde o más temprano momentos –a veces insufriblemente largos-
en los que la sensación de abandono por parte de Dios lacera el corazón y la
experiencia de Dios ha de vivirse en la oscuridad de la fe que se aferra al
vacío como presencia escondida del Absoluto.
Es entonces que se
acrisola el corazón del discípulo y se prueba su opción fundamental. No hay
asideros, no hay pruebas, no hay sensaciones agradables, únicamente el abismo
que invita a arrojarse a los brazos del Padre que aguardan como promesa de
plenitud. Se requiere entonces todo el arrojo y la apelación a la memoria de una historia de salvación vivida
en el amor se convierte en el único trampolín que le impulsa para dar el salto
en el vacío. Pero ese recuerdo no garantiza la presencia del amado… ¡es cierto,
ha estado antes pero, ¿quién me asegura que estará ahora?! ¡Es entonces que la
promesa hecha por Dios exige la respuesta del discípulo, la confianza enraizada
en el recuerdo de las gestas salvíficas de Dios en la propia historia!
Hace muy pocos días,
una persona me preguntaba con ojos azorados cómo era posible que Dios
permitiera el atroz sufrimiento de personas inocentes en los conflictos bélicos
que se están suscitando actualmente en diversas partes del mundo o en los
desastres naturales que a lo largo de la historia han ocasionado incontables
muertes.
En el fondo, es la
pregunta que a lo largo de los siglos se han hecho creyentes y no creyentes “¿Cómo seguir creyendo en Dios después de
Auschwitz, tsunamis, Biafra, la violencia contra las mujeres, etc.?”, dicha
pregunta es tan antigua como la misma experiencia religiosa y tan nueva como el
neonato que surge del vientre materno mientras escribo estas líneas. Y no es
una pregunta inútil, porque para Dios ninguna angustia del corazón humano es
irrelevante.
Se pueden intentar
cientos de respuestas racionales (filosóficas o teológicas) sobre la existencia
del mal y el sufrimiento del justo (el sufrimiento del inicuo no causa
problema, finalmente –se piensa, se lo tiene bien merecido y la justicia divina
exige un castigo a sus iniquidades-), pero ninguna respuesta satisface del todo
y nunca Dios acaba bien parado. Se pueden buscar las respuestas en las entrañas
mismas de la revelación divina (la Biblia) y no hallaremos tampoco la respuesta
adecuada ¡La Sagrada Escritura no responde a esa pregunta, simplemente constata
que el mal existe y que el justo sufre igual que el injusto y apunta hacia el
compromiso solidario con el sufriente como respuesta al misterio del mal!
No parece entonces que
haya un horizonte de respuesta racional sobre este medular cuestionamiento.
¿Habremos entonces de renunciar a enfrentarlo y simplemente ignorarlo?
¿Habremos de convertirnos en “avestruces de la fe” y en seres irreflexivos y
fideístas?[1]
Creo que no es así, si
consideramos que hay un tipo de conocimiento que tiene su origen y desarrollo
en una esfera distinta a la mera razón humana, entonces quizá no tengamos que
quedarnos mudos ante el Mysterium
iniquitatis[2]
y podamos atrevernos a articular una palabra de esperanza para los sufrientes
del mundo y los que buscan una respuesta para su atribulado corazón. El conocimiento
que brota de la praxis, del hacer que después puede expresarse en el decir.
La Sagrada Escritura en general tiene como
principio hermenéutico (interpretativo) fundamental la experiencia que se hace
de la puesta en práctica de la Palabra. Nunca comprenderemos a cabalidad la
promesa de Jesús << Cuando os
lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os
preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu
Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir >>[3]
si no abrimos el corazón a la confianza en Dios y nos abandonamos en su
promesa.
El que se atreve a
poner a prueba a Dios y se queda en total indefensión ante aquel que le resulta
amenazante y pide con sencillez de corazón que sea el Espíritu quien hable a
través de sus palabras y renuncia a su sesudo discurso –que es sin duda
puramente carnal- encontrará un manantial de agua cristalina que saciará su
sed, experimentará la profunda paz que de Dios procede, la alegría de ver los
frutos que la Palabra de Dios hace brotar en el corazón del que le escucha y el
nacimiento de un nuevo sentimiento que rompe las barreras y abre un mundo
inédito de posibilidades fraternas.
De esto doy testimonio
con mi propia vida. He visto con mis propios ojos las maravillas que Dios obra
en un corazón dócil que aún con todo el miedo del mundo decide fiarse de Dios y
confiar en su Palabra. Quisiera compartirles una experiencia personal –muchos
de Ustedes me han pedido que comparta más mi vida y sea menos teórico- que me
ha sucedido hace pocos meses. Durante un par de años sufrí depresión clínica y
tuve que tomar medicamento para controlarla.
Dejé el medicamento ya
hace más o menos dos años y había estado perfectamente, pero un domingo por la
noche al irme a acostar empecé a sentir la llegada de la temida e inseparable
compañera de antaño. Una sensación de inquietud injustificada, un temor que
parece brotar de la nada me anunciaban que pronto la tendría instalada a sus
anchas en mí. No dije nada a Lolita (mi esposa), ¿para qué preocuparla? ¡Total,
ya mañana le hablaría a la Psiquiatra y resolvería el problema! ¡Como siempre,
pretendía solucionar las cosas yo solo, basado en mis deducciones lógicas y
pragmáticas, algo tan típico de mi personalidad!
Sin embargo, esa noche
Dios tenía planes distintos para mí. Acostumbro leer algunos versículos de la
Biblia antes de ponerme en los brazos de Morfeo, más por costumbre adquirida
desde hace muchos años que por piedad religiosa, pero no cabe duda que cuando
Dios quiere decir algo utiliza cualquier canal para hacer retumbar su voz
poderosa capaz de desgajar los cedros del Líbano.
Tomé como lectura el Salmo 27, -deudor de la
teología del Salmo 23- y finalmente puse la cabeza en la almohada esperando
pasar otra noche de perros. En efecto, apenas empezaba a caer en el sueño
profundo, ese momento en el que se deja la conciencia y se cruza el umbral para
penetrar en el mundo onírico, cuando caen todas las barreras y quedas
totalmente indefenso, sobrevino la visceral angustia que se presenta como
oleada que inunda el corazón y te despierta lleno de sobresalto, y sucede una y
otra vez a lo largo de la noche.
No podía, no quería
volver a lo mismo de antes y entonces fue que Dios me habló: empezaron a venir
a mi mente los acordes maravillosos de la poesía del salmista "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré?", en alguna homilía, mi pastor, el P. César Corres reflexionó
sobre este Salmo y en una clase del curso sobre el evangelio de Juan, nos invitó
a contemplar la serpiente abrasadora de bronce y al Hijo de Dios levantado en
la cruz.
Pues bien, eso fue lo
que hice, por primera vez en mi vida me
arrojé a la temible experiencia de mirar de frente la realidad de la depresión
y a invocar a Jesús sufriente: ¡Tú eres poderoso en todo Señor, tú eres mi
salvación, ante ti doblan la rodilla todas las realidades creadas! ¡Sálvame de mi angustia! ¡Ayúdame a
convertir esta experiencia en momento de gracia y mirar más allá de su portada
aterradora para encontrarme contigo!
Yo no he sido capaz de
acompañar al Señor en su Getsemaní, pero Él se hizo presente en el mío y cada vez que venía la angustia,
Él se levantaba y acallaba la tormenta y después se quedaba conmigo, a la
espera de la siguiente embestida, velando mi sueño como antaño lo hacía mi
madre y susurrándome al oído ¡no tengas miedo! y así pude conciliar el sueño,
pero más importante aún, conocí -en el sentido bíblico del verbo
"conocer"- que Jesús es real, más aún, el sustento de toda realidad
-el conocimiento teológico que brota de la contemplación del crucificado - y
experimenté su omnipotencia y eterno amor salvador.
Al día siguiente -y
quizá esto sea aún más extraordinario- cuando se avecinaba la noche, por encima
de la sensación de angustia que se insinuaba, una sensación de otro tipo se
agitaba en mi interior, era excitante, como la excitación que provoca el
encuentro con la novia o la primera noche durmiendo con la esposa. ¡Me descubrí
deseando ya irme a la cama para volver a experimentar a Jesús del mismo modo
que la noche anterior y di gracias a Dios por la depresión! ¿Locura? Tal vez,
pero es la locura del amor de Jesús que me ha trastornado.
Tal vez, amable lector,
el horizonte de respuesta a la angustiante pregunta sobre el mal –especialmente
el que padecemos personalmente- no se encuentre en la fría elucubración
racional sino en el misterioso espacio interpersonal del amor, de la comunión
con Jesús que únicamente existe cuando nos atrevemos a vivir su Palabra.
Gracia y paz.
[1] El
fideísmo es una patología de la fe, que renuncia a toda reflexión racional que
pretenda comprender, para abrazar ciegamente una creencia. La revelación en sí
misma, al adquirir forma histórica (hechos acontecidos en la historia humana y
explicados con palabras humanas) se hace inteligible a la razón. Esto, desde
luego no significa que el Misterio pueda agotarse en la explicación racional,
pero el hombre no tendría acceso a dicho Misterio si éste no se manifestará y
revelara inteligiblemente.
[2] Misterio
de la iniquidad, del mal. Ver: http://juanpablo2do.blogspot.com/2009/10/mysterium-iniquitatis-1-introduccion.html
[3] Lc
12,11; Mt 10,17-20; Mc 13,11
lunes, 17 de febrero de 2014
AUDIO REFLEXIÓN DOMINGO 23 DE FEBRERO DE 2014.
Hola a todos, les comparto el audio de mi reflexión para el próximo domingo 23 de febrero de 2014_VII domingo ordinario, ciclo A.
VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-23-febrero-2014-vii-ordinario-ciclo-a-audios-mp3_rf_2841899_1.html
VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-23-febrero-2014-vii-ordinario-ciclo-a-audios-mp3_rf_2841899_1.html
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 23 DE FEBRERO DE 2014 VII DOMINGO ORDINARIO CICLO A
1. LECTURAS
Levítico 19,1-2.17-18: << El Señor habló a Moisés:
"Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Sed santos,
porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tú
hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te
vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como
a ti mismo. Yo soy el Señor."" >>
Salmo 102: << Bendice, alma mía, al
Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas
tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te
colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a
la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos
paga según nuestras culpas. Como dista el oriente del ocaso, así aleja de
nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente
el Señor ternura por sus fieles. >>
I Corintios 3,16-23: << Hermanos: ¿No sabéis que
sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye
el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo:
ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree
sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la
sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: "Él caza
a los sabios en su astucia." Y también: "El señor penetra los
pensamientos de los sabios y conoce que son vanos." Así, pues, que nadie
se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo,
la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de
Cristo, y Cristo de Dios. >>
Mt 5,38-48: << En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: "Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo,
diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os
agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la
otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la
capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te
pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo:
"Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os
digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis
hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos
y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os
aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si
saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto." >>
2. REFLEXIÓN
¿SER SANTOS Y PERFECTOS COMO NUESTRO PADRE LO ES?
LIC. JORGE ARÉVALO NÁJERA
El domingo pasado nos
preguntábamos si sería realmente posible vivir los preceptos del Señor, y ese
cuestionamiento nos incomodaba, pero de plano el Señor hoy quiere ponernos los
pelos de punta, pues ahora resulta que a modo de imperativo, nos intima a ¡ser
santos y perfectos como lo es Dios!
En efecto, en el libro
del Levítico,
Moisés, por encargo de Dios, habla a su pueblo y le manda << “Sed
santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo…” >>… ¿pues qué
no se da cuenta el buen Señor que ya suficientemente difícil es habérnosla con
la penosa necesidad de cumplir los 10 mandamientos y los restantes de la santa
madre Iglesia, como para que ahora nos salga con que eso no basta y tenemos –y
vaya usted a saber de qué modo eso sea posible- que ser santos cómo Él?
Esta es sin duda la primera sensación y
consideración que se hace el creyente ante textos tan exigentes como el de la
primera lectura, y tranquilícese usted amable lector, que ya el Señor cuenta
con esta reacción y se hace cargo de ella. El Salmo 102 viene a ser como un remanso de calma, como una
bocanada de aire puro, como una palmada cariñosa de aliento y esperanza por
parte de nuestro Padre: Él nos dice que para con nosotros, débiles y miedosos,
incapaces de vivir la santidad de Dios, es compasivo y misericordioso, él mismo
aleja de nosotros el pecado y no nos paga de acuerdo a nuestras culpas.
Él sabe de nuestras
limitaciones y eso no le preocupa –y a nosotros tampoco debería preocuparnos
por cierto-, pues no está buscando héroes capaces de proezas inmortales, busca
y quiere corazones atentos y escuchantes, confiados, abiertos y receptivos a su
gracia, fieles que le digan ¡sí Señor, yo nada puedo, pero si tú lo mandas yo
estoy dispuesto, haz tu obra en mí!
Por su parte, San Pablo
parece que está mirando nuestras caras estupefactas y llenas de miedo al
escuchar la proclamación de la primera lectura y ni tardo ni perezoso –y no sin
un cierto sabor dubitativo- sale a nuestro rescate en su primera carta a los Corintios:
Hermanos: << ¿No sabéis que sois
templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? >> y
<< Así, pues, que nadie se gloríe
en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida,
la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y
Cristo de Dios. >>
Veamos a groso modo
estas dos importantes afirmaciones de Pablo. En la pregunta que formula, se
afirman dos cosas. En primer lugar, que la comunidad es templo de Dios y en
segundo lugar, consecuente, es que precisamente porque Dios ha decidido
constituir a su comunidad en su templo, habita en ella. La consecuencia es
lógica, dado que Dios es Santo, su Comunidad es participada de dicha santidad.
No es que posea una santidad independiente que le venga de su esfuerzo o
capacidad personal, es un regalo que le es dado, un estatuto ontológico que le es
otorgado por pura gracia.
En otras palabras, si
decimos bobaliconamente –como es tan común escuchar entre los que formamos
parte de la Iglesia, cualquiera que sea la denominación a la que
pertenezcamos-: ¡La santidad no es para mí, eso está reservado para unos pocos
privilegiados, yo pues voy tirando de la carreta, hago lo que puedo, etc.,
etc., lo que estamos haciendo es cerrarle a Dios la puerta en las divinas narices,
es decirle “pues vivirás en mí, pero aquí mando yo y tú te quedas quietecito”!
Pero eso, mis queridos hermanos, es precisamente lo que Jesús llama el pecado
contra el Espíritu Santo, el que no puede perdonarse, porque simplemente el
hombre se cierra toda posibilidad de transformación al negarle al Espíritu la ocasión
de actuar en el interior.
En cambio, para el que
se abre a la potencia imparable del Espíritu de Jesús, un universo de insospechadas
maravillas e inefables experiencias se abre ante sus ojos, se le revela un
misterio oculto desde la eternidad y reservado a los pequeños, el misterio de
la realeza, del señorío sobre todo lo creado… ¡todo es vuestro, porque vosotros
sois de Cristo y Cristo es de Dios!
Quiere decir que no hay
realidad creada que no se someta al señorío de los hijos de Dios en Cristo, y
por lo tanto, TODO ESTÁ BAJO SU DOMINIO, enfermedad, sufrimiento, muerte,
traiciones, pobreza, intolerancia, rencor, todo queda asumido y vencido, no hay
nada que le quite la paz, porque su paz está escondida con Cristo en Dios.
¿Cuál es la realidad
que hoy atormenta tu corazón? ¿Cuál es la razón que piensas que te impide
abrazar a tu enemigo o compartir todo lo que tienes y eres? A partir de hoy, ya
no tienes pretexto ninguno, puedes asumir la perfección a las que nos exhorta
Jesús en el evangelio de Mateo; poner la otra mejilla, responder al mal con
el bien, orar por los que te calumnian, no retener ávidamente nada –porque solo
Dios basta-, no rehusar ayudar a nadie…y ser perfecto como tu Padre es perfecto
en el amor y la entrega de la vida.
Gracia y paz.
martes, 11 de febrero de 2014
AUDIO REFLEXIÓN DOMINGO 16 DE FEBRERO DE 2014
Les comparto el audio de mi reflexión para el domingo 16 de febrero_VI Ordinario Ciclo A.
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 16 DE FEBRERO DE 2014 (6° DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A)
1.
LECTURAS
Eclesiástico o Sirácide (15,16-21): Si quieres, guardarás los
mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están
puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están
muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es
grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce
todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los
mentirosos.
Sal
118,1-2.4-5.17-18.33-34: Dichoso el que, con
vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus
preceptos, lo busca de todo corazón. Tú promulgas tus decretos para que se
observen exactamente. Ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus consignas.
Haz bien a tu siervo: viviré y cumpliré tus palabras; ábreme los ojos, y
contemplaré las maravillas de tu voluntad. Muéstrame, Señor, el camino de tus
leyes, y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla
de todo corazón.
1 Corintios (2,6-10):
Hermanos, es cierto que a los adultos en la fe les predicamos la sabiduría,
pero una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo,
que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa,
escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen
conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está
escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios
ha preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu.
El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Mt (5,17-37):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir
la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro
que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última
letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos
importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el
reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de
los cielos. Os lo aseguro: Si no sois más justos que los escribas y fariseos,
no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos:
"No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el
que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano
"imbécil" tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama
"renegado" merece la condena del fuego.
Por tanto, si
cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu
hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete
primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu
ofrenda.
Con el que te
pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no
sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te
aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto. Habéis
oído el mandamiento "no cometerás adulterio." Pues yo os digo: El que
mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su
interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder
un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace
caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar
entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le
dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer,
excepto en caso de unión ilegítima, la induce al adulterio, y el que se case
con la divorciada comete adulterio. Habéis oído que se dijo a los antiguos:
"No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor."
Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de
Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la
ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o
negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no".
Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»
2.
REFLEXIÓN
Cumplir la Ley del
Señor, ¿realmente es posible?
Jorge Arévalo Nájera
No podemos negar que
hoy existe una profunda crisis en el cristianismo, los templos se vacían, cada
vez es menor el número de practicantes religiosos, una separación entre
dirigentes y pueblo es dolorosamente patente, muchos abandonan la vivencia
religiosa dentro de las estructuras de las Iglesias llamadas “históricas”
(católica, luterana, etc.) para incursionar en experiencias religiosas no
institucionalizadas. Y la crisis no se reduce a las “formas” religiosas (culto,
liturgia, doctrina, etc.) sino al fondo de la experiencia religiosa, al contacto
con el Misterio.
Antiguamente, la
vivencia religiosa tenía como fundamento la maravillada constatación de la
irrupción del Trascendente en la historia personal y colectiva de un pueblo o
comunidad humana y a partir de ese descubrimiento que cambiaba la cosmovisión y
la opción fundamental del hombre, se estructuraba dicha opción en formas o
estructuras religiosas que así eran expresión de la fe ya vivida. Actualmente,
el hombre es el centro de lo sagrado, y así, Dios acaba convirtiéndose en un
remedio legitimador de un antropocentrismo exacerbado y por lo tanto, como
consecuencia lógica, las estructuras religiosas han perdido atractivo y han
quedado vacías de contenido. La búsqueda de lo trascendente se dirige hacia la
interioridad del individuo y por ello, las formas religiosas que promueven la
búsqueda de una iluminación interior, desvinculada de todo lo que huela a
institución están teniendo un auge impresionante.
Ante esta situación la
pregunta obvia resulta ser la siguiente: ¿Es posible, o más aun, es legítimo
seguir buscando la experiencia religiosa fundante en las religiones
institucionalizadas? ¿Tiene sentido la afirmación que hace el autor del libro
del Eclesiástico
acerca de que la opción por la vida/ley de Dios puede vivirse a partir del querer
humano? O dicho de una manera más sencilla, ¿resulta pertinente el conocido
dicho “querer es poder”? Y si es así,
¿cómo explicar la permanente contradicción que vive el cristiano entre su
querer y su hacer?
En la Comunidad del
Camino, de la que orgullosamente formo parte, hace algún tiempo se suscitó una
polémica sobre la posibilidad real de vivir la santidad. Por un lado, muchos
hermanos opinaban que la santidad es algo reservado para unos pocos elegidos de
antemano por Dios para vivir en grado excelso las virtudes que el Evangelio
exige. Los cristianos “de a pie”, los comunes y corrientes a lo más que pueden
aspirar es a desear la santidad, que queda reducida a un ideal inalcanzable, a
una utopía que cumple la función de suscitar el deseo por el Reino y sus
valores, pero su cumplimiento está confinado a un más allá indefinible y
meta-histórico.
Por otro lado, la
visión que se tiene de la santidad es la de algo reducido a la intimidad del
sujeto, a una cierta experiencia intimista y romántica que nada tiene que ver
con los procesos históricos, con la sociedad, con las luchas cotidianas que
debe librar el hombre en la trinchera de la política, la cultura, la familia,
el trabajo, etc. Queda así desvinculada la santidad de la vida cotidiana y
pierde por completo su fuerza revolucionaria y subversiva.
También surgió la idea
de que es imposible vivir la santidad, ya que se le considera como una vida de
perfección al estilo del ideal griego (ausencia total de imperfecciones tales
como las pasiones, la finitud, la experiencia de impotencia ante ciertas
adversidades, el sufrimiento, etc., al mismo tiempo que se vive el desarrollo
de las virtudes desde las potencialidades intrínsecas a la naturaleza humana
una vez donadas por Dios). En esta visión de la santidad, prima el esfuerzo
humano y la gracia consiste en la infusión de ciertos dones que el hombre debe
poner a trabajar. En el fondo es una visión deísta de la compleja relación
entre gracia y acción libre del hombre[1].
Personalmente creo que
tal modo de entender la santidad o vida cristiana no se corresponde con los
datos que la revelación positiva (Biblia y Tradición) nos aporta. Para la
mentalidad bíblica la santidad es una forma de vida que es accesible a todos y
cada uno de los creyentes por el simple hecho de que ella no depende del
esfuerzo humano como punto de origen, sino que es un don, un regalo de Dios,
una potencia que nos viene de lo alto (es decir, de la cruz de Cristo según la
teología del evangelista Juan[2]).
Al hombre le corresponde poner su voluntas
[3] para dejarse mover por la gracia y
entonces, las obras resultan ser fruto en primerísimo lugar de la Gracia y sólo
en segundo lugar son acción humana, pero aún así, es una voluntad empoderada
por la Gracia, orientada hacia su fin último que es Dios. Queda así garantizado
el triunfo.
De cualquier modo, creo
que mientras no cambiemos nuestro discurso, el discurso que nos decimos a
nosotros mismos, será imposible vivir las categorías del Evangelio que seguirán
siendo algo lejano e imposible de vivir, ajeno por completo a nuestra
naturaleza y posibilidades humanas. Bien sabido es la importancia capital que
la palabra tiene sobre el comportamiento humano, la logoterapia da buena cuenta de ello.
Cambiar un discurso de
imposibilidad, del “yo no puedo” por
otro, propositivo y cristológico que dice “todo
lo puedo en Cristo que me fortalece” es el primer paso para empezar a
entrar en la dinámica del Reino de Dios, en la vida definitiva que ya Cristo
nos ha ganado, en la bienaventuranza de los que viven en la fuerza del Espíritu
del Resucitado. Sobre todo, debemos considerar que la fe no es otra cosa que un
discurso, una Palabra que debemos introyectar para que toda su potencia
liberadora sea desatada y transforme nuestro apocado corazón en uno de carne
transida de eternidad.
A la pregunta ¿es
posible vivir la ley de Dios? Yo respondo que sí, que es posible porque
contamos con el mismo Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos[4]
No nos engañemos, contradecir esto es contradecir la Escritura que nos lo
revela y constituye un pecado gravísimo del cual nos habla el mismo Jesús[5],
cerrarse a la acción del Espíritu, negar su poder para transformarnos según la
medida de la imagen del Hijo, decir “yo no puedo ser santo” es decirle al
Espíritu “en mí tú no puedes nada”.
A la exigencia de Jesús
de vivir una mayor justicia que los fariseos (fieles cumplidores de la ley) no
digamos ¡imposible!, pidamos al Señor que nos muestre sus caminos, que abra
nuestros ojos y nos haga dóciles a sus mociones…lo demás, él lo hará en
nosotros.
Gracia y paz.
[1]
El deísmo es una ideología en la que se considera que Dios ha inscrito ciertos
dinamismos en la naturaleza para después retirarse a su esfera celeste y dejar
a su suerte el universo.
[2] De
acuerdo a la visión teológica de Juan, la glorificación del Hijo y la vida
misma de los discípulos se dan en el “levantamiento” de Jesús, es decir en su
crucifixión.
[3] Voluntas es una palabra latina que
significa "patrimonio" y "voluntad".
[4] Ro 8,11:
“Y si el Espíritu de Aquél que levantó de
los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó a Cristo de entre los
muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora
en vosotros.”
[5] Mt 12,
31: “todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia
contra el Espíritu Santo no les será perdonada”
martes, 4 de febrero de 2014
AUDIO REFLEXIÓN DOMINGO 9 DE FEBRERO DE 2014_V DOMINGO ORDINARIO CICLO A
Les comparto el audio de mi reflexión para el domingo 9 de febrero de 2014: La Iglesia como sal de la tierra y luz del mundo.
Sigan el vínculo: http://www.ivoox.com/reflexion-9-febrero-2014-v-ordinario-ciclo-a-audios-mp3_rf_2801154_1.html
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REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 9 DE FEBRERO DE 2014 V DOMINGO ORDINARIO, CICLO A
1.
LECTURAS
Isaías
58,7-10: <<Así dice el Señor: "Parte tu pan con
el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no
te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en
seguida te sanarán las heridas; tus justas acciones te precederán, detrás irá
la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y
te dirá: "Aquí estoy." Cuando destierres de ti la opresión, el gesto
amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies
el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se
volverá mediodía." >>
Sal
111:
<< En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y
compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus
asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo. No temerá las
malas noticias, su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, sin
temor. Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, y alzará
la frente con dignidad. >>
I
Corintios 2,1-5: << Yo, hermanos, cuando vine a
vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría,
pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y
éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra
y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la
manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la
sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. >>
Mateo
5,13-16: << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve
sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la
gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en
lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del
celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
den gloria a vuestro Padre que está en el cielo." >>
2.
REFLEXIÓN
Llamados para alumbrar y
salar el mundo con el poder de Dios
Jorge
Arévalo Nájera
El tema de la luz aparece como el eje que
articula las lecturas que hoy son proclamadas en la celebración eucarística. La
palabra “luz” aparece explícitamente citada en la primera lectura, en el Salmo
y en el Evangelio, y se alude a ella indirectamente en 1 Co.
Para poder comprender
el mensaje teológico y espiritual que la Iglesia nos presenta a través de los
textos bíblicos, debemos atender en primer lugar a cada texto en sí mismo, para
enseguida encontrar el mensaje global que se desprende del conjunto. Así pues,
vayamos a la lectura del profeta Isaías.
El capítulo 58 de
Isaías es una dura exhortación de Yahvé mismo, que pone en evidencia la hipocresía
y fatuidad de las prácticas religiosas (específicamente el cumplimiento
legalista de la ley y el ayuno ritualista) en tanto que se desvinculan de la
misericordia, la solidaridad y la práctica de la justicia para con los menos
favorecidos. Vivir así la “fe” es simplemente una farsa que de ninguna manera
garantiza una relación real y fecunda con Dios.
Mientras no salgamos de
nosotros mismos y de nuestro estrechísimo y selecto círculo de amistades y
parientes, para ir al encuentro de los sufrientes; mientras no matemos al ídolo
de “la posesión de bienes” para compartir casa y comida con el hambriento;
mientras sigamos oprimiendo, amenazando y violentando a los más débiles para
hacer nuestra “santa” voluntad e imponer nuestros criterios, seguiremos siendo
seres que destilan veneno y podredumbre por la herida, que oscurecen el mundo y
ocultan la gloria de Dios a los hombres que claman por ver la luz y sentir el
calor de la Vida. Y no importa cuán asiduos seamos a la Santa Misa, al servicio
religioso, a la oración de golpe de pecho y rodilla pelada, no importa cuánto
dinero demos en limosnas para obras sociales, cuántas horas del sábado
destinemos al apostolado de nuestra preferencia, si la misericordia (amar al
otro en su miseria), la justicia (dar al otro lo que él necesita para su pleno
desarrollo), la solidaridad (hacer nuestro el sufrimiento del otro) y el amor
(compartir todo lo que somos y tenemos con el prójimo) no están a la base de
toda práctica religiosa, ésta es rito satánico, acto blasfemo y propiciatorio
de condenación.
Por el contrario, si
escuchamos y hacemos la Palabra del Señor, experimentaremos el inicio de una
nueva y extraordinaria vida (seremos como la aurora) que traerá conocimiento de
Dios a los que nos rodean (seremos luz, brillará su Gloria). Nuestras heridas
más profundas serán sanadas, aquellas que hasta hoy te duelen y te roban la
paz, los traumas que escondes celosamente a los ojos de todos y que te avergüenzan
y no te dejan desplegar las alas del espíritu para remontar el vuelo… ¡la misma
gloria del Señor impulsará tu existencia!
Dejarás de sentir que
el Señor no te escucha cuando clamas a Él, porque su Presencia a tus ojos será
nítida y evidente cuando le invoques en la tribulación, en la alabanza o en la
acción de gracias, y escucharás la amadísima voz del Eterno que te dirá en
primera persona… ¡Aquí estoy! ¿Puedes imaginar un gozo y una plenitud mayor? ¡Nuestro
corazón sólo busca a Dios, aún en las búsquedas intramundanas, en el fondo
buscamos al único que puede saciar nuestra sed ancestral de felicidad,
anhelamos escuchar la voz que nos llamó a la vida desde la eternidad! ¡Pues
bien, la alegre noticia es que ya ahora podemos escucharla…únicamente hay que
amar, entregarse y compartir!
El Salmo 111 añade
una característica propia de aquel que actúa según el Espíritu de la Palabra;
<< No temerá las malas noticias, su
corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, sin temor. >>
Lo que promete el salmista –Dios a través del salmista- es algo inusitado, algo
que a poco de reflexionar en ello suscita la esperanza y la alegría: el
destierro del miedo.
En efecto, el miedo es
el enemigo número uno de la fe. No lo es el pecado –ya Cristo nos ha liberado
de su poder, ya no estamos bajo su dominio-, pero el miedo aún nos paraliza,
nos somete, nos sojuzga. ¿Por qué no detenemos nuestro paso al ver a un
menesteroso tirado a la vera del camino? ¿Por qué no nos atrevemos a abrir de
par en par las puertas de nuestra casa para alojar al que está sin techo? ¿Por
qué no nos atrevemos a pedir perdón o a perdonar al que hemos o nos ha
ofendido? ¡Todas estas preguntas tienen su respuesta en el hecho de que
sentimos miedo y aunque lo disfracemos con múltiples caretas, la realidad es
que es el miedo el que nos ata y nos mantiene sumidos en la mediocridad de una
vida quizá muy religiosa pero nada evangélica!
Vivimos temerosos de lo
que pueda pasarnos y pendientes de las infaustas noticias que como enjambre
furioso, arremeten contra nuestra estabilidad y bienestar; inseguridad social,
violencia, pérdida del poder adquisitivo de la moneda, inflación, etc., etc.,
nos roban el sueño y hasta la paz. Y es que no alcanzamos a levantar la mirada
más allá de la portada aterradora de un tiempo caótico. Sin embargo, la
teología del Nuevo Testamento es unánime y aunque desde perspectivas diversas, nos
transmite la Buena Noticia de que Cristo ya ha vencido el caos, que una nueva
creación ha sido inaugurada con su llegada y que con su muerte y resurrección,
la misma muerte ha sido engullida por su victoria.
Por ello, Jesús insiste
una y otra vez en que los discípulos deben desterrar el miedo de su corazón…
¡no tengáis miedo sino fe!, repite el Maestro insistentemente. Pero, ¿cómo
podemos desterrar el miedo? ¿Es acaso un don que debemos esperar pasivamente? ¿Es
que acaso primero Dios destierra el miedo y después se puede vivir el
Evangelio? ¿Es que tal vez se vive el Evangelio y eso destierra el miedo? ¿Qué
es primero, el huevo o la gallina?
Estamos ante un círculo
hermenéutico, un binomio dialogal e interdependiente. Hay que atreverse a vivir
cada vez con mayor radicalidad el Evangelio y en esa medida el miedo va
diluyéndose, la luz se va abriendo paso en la tiniebla. Al mismo tiempo, el don
de la parresia (fuerza y valor para
vivir el martirio del amor)[1] es
indispensable para poder vivir con radicalidad los valores del Reino.
Precisamente, en la
segunda lectura, de la Primera Carta a los Corintios, Pablo específica
que su manera de hablar del Evangelio, de dar testimonio de Cristo parte en
primer lugar del reconocimiento de su insuficiencia personal (es débil y
tiembla de miedo) ante la encomienda que le ha sido dada, pero al mismo tiempo,
se sabe investido del poder del Espíritu, único capaz de cimentar en la fe a
los que reciben la Palabra.
Finalmente, Mateo
nos presenta un elocuente e impresionante discurso de Jesús para sus discípulos
y les revela su identidad como sal de la tierra y luz del mundo. Vale la pena
precisar el simbolismo de las imágenes utilizadas por Jesús para comprender
cabalmente lo que está diciéndoles a sus seguidores.
La sal es un elemento
de la naturaleza que tiene en la Biblia básicamente dos simbolismos: por un
lado significa permanencia, incorruptibilidad. Esto es porque en tiempos
bíblicos la sal se utilizaba para conservar los alimentos incorruptos ante las
altas temperaturas de aquellos lugares. Así, los pactos entre tribus se
sellaban con ritos cuyo elemento básico era la sal.
Por otro lado, la sal
también significaba sazón, especia que aportaba sabor agradable a los alimentos.
Una comida sin sal es repulsiva y acostumbrarse a ella requiere un gran
esfuerzo, además de que jamás se le llega a considerar sabrosa. Y dado que las
palabras sabor y sabiduría tiene la
misma raíz, se puede inferir que la sabiduría consiste en aportar a la vida una
dimensión de disfrute estético, de agrado, de alegría.
Ahora bien, la luz es
símbolo de la capacidad para distinguir la realidad y por lo tanto, es símbolo
de la fe. En efecto, la fe es la virtud teologal infusa que permite al bautizado
“ver con los ojos de Dios”, juzgar la realidad desde la perspectiva y con los
criterios de Cristo.
Así pues, lo que Jesús
dice a su Iglesia es que está llamada a ser para el mundo su factor de incorruptibilidad,
de permanencia, de eternidad, de esperanza escatológica, ser signo sacramental de
fidelidad a la alianza definitiva que en Cristo se ha ofertado al hombre. Y por
otro lado, su esencia es dar sabor a la vida, compartir y generar gozo por
vivir, contagiar al mundo de la alegría imperecedera de aquellos que descubren
el verdadero tesoro que es Jesús Mesías.
Pero también la Iglesia
es y está llamada a ser –ya lo es por la gracia, pero tiene que esforzarse por
concretizar y manifestar su esencia- luz del mundo, poner al alcance de los
hombres los valores y luminosidad de la fe mediante el testimonio congruente de
una comunidad alternativa en la que se manifiesta el poder de Dios.
Gracia y paz.
[1] «El
dinamismo del Espíritu tiene la capacidad, partiendo de la intimidad y del
corazón, de limpiar las relaciones humanas del egoísmo y del miedo
alienante...; el don interior del Espíritu, fuente del amor, consiente vivir
relaciones justas y felices entre las personas» (R. Fabris).
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