martes, 21 de enero de 2014

AUDIO/REFLEXIÓN DOMINGO 26 DE ENERO DE 2014:3° DOMINGO ORDINARIO, CICLO A.

Les comparto el audio de mi reflexión para el próximo domingo 26 de enero. Abordamos el tema de la misión del cristiano para ser luz en un mundo de tiniebla.

VÍNCULO AUDIO: http://www.ivoox.com/reflexion-26-enero-2014-3-ordinario-ciclo-audios-mp3_rf_2739313_1.html

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 26 DE ENERO DEL 2014. 3° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A.

1. Lecturas
Is 8,23b–9,3: En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Engrandeciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Sal 26,1.4.13-14: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, y estar continuamente en su presencia. La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía.
1 Co 1,10-13.17: Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.» ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
Mt 4,12-23: Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»  Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, al que llaman Pedro, y Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
2. Reflexión
Iluminados, alegres y llenos de esperanza para rescatar a los hombres
Jorge Arévalo Nájera
Al escribir esta reflexión me cuestiono sobre el sentido que tiene Cristo para mí y la forma en la que hasta hoy he vivido mi fe en Él, y espero en Dios que de algo le sirva, amable lector, mi experiencia propia.
 El profeta Isaías hace una lectura teológica de los acontecimientos históricos que han vivido las tribus de Neftalí y Zabulón (su deportación a Asiria en el 734 a.C) y atribuye la ruina de ambas a su transgresión a la alianza, a la fidelidad a Yahvé. Han entregado su corazón, su vida misma, sus afectos y sus acciones a otros señores y han construido su historia sobre las bases de la idolatría.
Por eso, el profeta los considera sumidos en las tinieblas, incapaces de vislumbrar un horizonte de sentido y trascendencia, ¡caminan en las tinieblas! Y lo único seguro para el que camina en la oscuridad es el fracaso, el despeñamiento en los abismos, la pérdida de la orientación y finalmente de la esperanza. Y bien sé que la idolatría no es la grosera representación de divinidades paganas –esto es solamente un símbolo y una manifestación primitiva de la verdadera idolatría-, sino el prestar oídos a toda palabra que viene del mundo y me promete felicidad, alegría sin fin, ausencia de sufrimiento y lo único que realmente ofrece es vaciedad, aturdimiento, desesperanza y dolor sin sentido.
Y sin embargo, me he entregado a estos señores con singular desparpajo, haciéndome miembro solidario de Neftalí y Zabulón, ¡cuántas veces me he perdido por las deslumbrantes voces y figuras que el consumismo me ofrece y acabo en callejones oscuros y sin salida, lleno de deudas que me quitan el sueño y la paz! ¡Cuántas veces he negado un rostro alegre o una palabra amable al prójimo y a cambio le he mostrado un gesto duro para que se aleje lo más posible de mí! ¿No es acaso esto una traición a la alianza que Dios ha pactado conmigo y un testimonio de que aún no logro descubrir del todo la Luz que es Cristo?
Sin embargo, una vez más, Dios sale a mi encuentro con su Palabra poderosa y me revela que una gran luz alumbra mis tinieblas y que su gloria llena mi Galilea de los gentiles. El Señor me anuncia que la alegría debe ser el distintivo de mi persona. Muchos hermanos me han recriminado –con justa razón- mi poca afabilidad y mi gesto siempre adusto. No prometo cambios de la noche a la mañana, Dios conoce mis limitaciones y mis miedos y sólo Él puede convertir la miseria en espacio de salvación, pero sí que me comprometo a abrir más mi corazón a su gracia para que pueda realizar su obra y de una buena vez me sienta libre del pesado yugo que ya Cristo ha quebrantado y me pueda erguir y caminar ligero por los senderos que Él mismo ilumina.
El Salmo 26 ha sido siempre mi favorito, sus palabras vigorosas resuenan en mi espíritu con singular timbre y me han llenado de fortaleza y esperanza. Sin embargo, hoy me interpelan y desnudan de cara a mi relación con el Señor.
En la primera estrofa, el salmista afirma, en tiempo presente que “el Señor es su luz y su salvación” y se pregunta en forma retórica[1] ¿a quién voy a tenerle miedo? ¿Quién me hará temblar? Pero la Palabra de Dios trasciende la individualidad del salmista y se convierte en la respuesta de la asamblea que responde a las mociones suscitadas por la primera lectura. Sin embargo, yo me detengo, no me atrevo a hacerla mía… ¡le tengo miedo a tantas cosas!, miedo al sufrimiento, a la pobreza, a la ausencia de mis seres queridos, a la enfermedad, a la muerte.
¡Qué lejos estoy de poder afirmar sin ambigüedades que nada ni nadie puede hacerme temblar de miedo! Sin embargo, el mismo Salmo me alienta en la siguiente estrofa y viene a mi rescate: “Lo único que pido, lo único que busco…”, me acojo a las palabras del Maestro en el evangelio de Mateo << Pedid y se os dará, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama se le abrirá. >> [2], así que a partir de hoy, soy eterno buscador, permanente solicitante de la gracia y consuetudinario llamante del Señor…¡Maranatha! ¡Ven Señor!
¡Qué alentador escuchar al Señor que me dice que es posible ver su bondad en esta misma vida! ¡Que no debo esperar a un futuro indeterminado para gozarme en su bondad y belleza!, sólo es necesario armarme de valor y fortaleza para confiar en Él, abandonarme en sus brazos amorosos como el niño duerme confiadamente en el regazo de su madre sin que nada perturbe su sueño, total, ya la madre se encarga de su protección, ya ella se hace cargo de proveerlo de todo lo que necesita. Hoy renuncio a ser el gestionador de mi vida, hoy pongo en sus manos mi vida y dejo de ser el centro de mí mismo para concederle a Él la conducción de mi historia. Hoy dejaré de preocuparme por el mañana y sus afanes para disfrutar de las bondades presentes del Señor.
San Pablo también tiene algo que decirme en su primera epístola a los Corintios con respecto a mi vida comunitaria: hoy por hoy, gozo de la enorme bendición de pertenecer a una comunidad cristiana a la que amo profundamente y soy un convencido de que el cristianismo no se puede vivir fuera del ámbito comunitario. Pablo señala la problemática más acuciante de la comunidad de Corinto; la división intracomunitaria. Según el apóstol, los cristianos deben vivir UNIDOS EN UN MISMO SENTIR Y UN MISMO PENSAR, y a esto lo llama CONCORDIA. La palabra quiere decir “con un mismo corazón” y el corazón en la Biblia tiene una connotación simbólica (sede de la sabiduría, de la capacidad de discernir lo que lleva a la plenitud de lo que lleva al fracaso existencial) que implica la totalidad del ser (sentimiento y raciocinio).
Por lo tanto, lo que está diciendo Pablo es que los cristianos, aquellos que han sido sumergidos (bautizados) en el Misterio Trinitario en virtud de la cruz de Cristo, deben vivir sin divisiones, acompasados espiritualmente en un mismo modo de enjuiciar la realidad (desde los criterios crísticos) y una misma emotividad (compasión, misericordia) que brota de la cruz (entrega de la vida por amor).
Desde luego que esta indivisión de la comunidad no significa uniformidad ni abolición de toda diferencia, la misma santidad exige más bien la acogida amorosa de lo distinto en todas sus manifestaciones. La comunidad debe ser una polifonía armónica basada en la unicidad de Cristo. No obstante, esta concordia no es sencilla ni se da mágicamente, exige una disposición permanente de apertura y receptividad al inaferrable y desafiante misterio del otro.
Y esto, claro que resulta fatigoso, lo más fácil es replegarse sobre sí mismo ante la amenaza que el otro representa para mi comodidad y zona de confort. ¡Cuánta falta me hace descubrir al otro como mi hermano y no como un obstáculo en mi relación con Dios! ¡Cuántos momentos de intolerancia –callada o expresada- vienen a mi mente dentro de mi vida comunitaria! ¡Cuántas llamadas telefónicas al hermano que sufre he postergado indefinidamente solamente porque he preferido la comodidad de mi hogar o el refugio de mi pasión por el estudio teológico! ¡Cuánta discordia en mi corazón por el simple hecho de que el otro osa pensar de modo distinto al mío! Otra vez me acojo a la gracia del Señor para que cambie mi corazón discordante y me convierta en instrumento fiel para que la sinfonía del Señor resuene en mi comunidad para deleite de todos los que la escuchen.
Por otro lado, Pablo ha sido enviado no a bautizar, sino a predicar el Evangelio y nuevamente me siento interpelado, ¿no es esa acaso también mi misión en el mundo? Pero no se trata de una misión más entre otras, sino de una que es fundamental, recapituladora de toda otra misión, y descubro que Dios me llama a ser portavoz de la luz, de la alegría y de la esperanza que provoca Cristo, a dejar de inmediato mi barca y mis redes, todo, para sacar a los hombres de la tiniebla/mar (pescador de hombres) y llevarlos a la sanación de toda dolencia y enfermedad.
                                                                                                                   Gracia y paz.



[1] Una pregunta retórica es aquella que implica en sí misma la respuesta y por lo tanto, no se pronuncia para ser contestada. En este caso, resulta evidente que el salmista se responde a sí mismo: ¡nadie puede hacerme temblar!
[2] Mt 7,7-8

lunes, 13 de enero de 2014

AUDIO REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 19 DE ENERO DE 2014 (2° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A)

Les comparto en audio mi reflexión para el domingo 19 de enero de 2014.

VÍNCULO AUDIO:http://www.ivoox.com/reflexion-19-enero-2014-2-ordinario-ciclo-a-audios-mp3_rf_2709922_1.html

Un abrazo.

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 19 DE ENERO DE 2014 (2° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A)

1. Lecturas
Is 49,3.5-6: El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, en ti manifestaré mi gloria». Ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»
Sal 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10: Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.» En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es Señor lo que deseo: tu Ley en medio de mi corazón. He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor. 
1 Co 1,1-3: Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a todos ustedes, a quienes Dios santificó en Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
Jn 1,29-34: En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Ése es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.» Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
2. Reflexión
Con la Ley en medio del corazón para que se erradique el pecado del mundo
Jorge Arévalo Nájera
La primera lectura (Isaías) abre la liturgia de la Palabra con el empoderamiento de un personaje y una promesa: “Te hago luz para las naciones, para que mi salvación llegue hasta el confín de la tierra” y el evangelio (Juan) cierra la liturgia con la constatación de que Jesús es el empoderado por Dios y aquel en el cual se cumple aquella promesa: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»” El Salmo y la primera carta a los Corintios apuntan las actitudes básicas que ha de guardar todo aquel que quiera sumergirse en la plenitud (salvación) que trae este personaje a los hombres.
Veamos con mayor detenimiento la profunda enseñanza teológica y espiritual que guardan las lecturas de este domingo. En la lectura del profeta Isaías, en un claro recurso literario, se hace hablar en primera persona al llamado “siervo doliente de Yahvé” –ya mencionado en la primera lectura del domingo inmediato anterior- en su doble dimensión: es llamado por Dios como “Israel” con lo que se hace referencia a su personalidad corporativa, pero al mismo tiempo se distancia de la totalidad de Israel y se circunscribe a un hombre o al menos a una porción del pueblo (dimensión individual) ya que él es quien ha de reunir a las tribus de Jacob y hacer que la salvación llegue hasta el confín de la tierra.
Esto significa –y así lo entendieron los escritores del Nuevo Testamento- que si bien el siervo de Yahvé es un personaje individual (los cristianos afirmamos que Jesús es el siervo por antonomasia), también representa y contiene a todo el pueblo convocado y redimido por Dios, es decir, que en Él, mediante la adhesión existencial, el hombre alcanza el estatuto de salvo y le es participado el ser siervo.
En efecto, la categoría fundamental de la Iglesia es la del servicio, a Dios y a los hombres. Pero se trata de un servicio desde la libertad y el amor. Muy triste sería pretender vivir el evangelio desde las categorías de la esclavitud del que obedece por miedo al castigo o desde un pobre sentimiento de obligación ante el amo. ¡Pasmosa paradoja la del discípulo; siervo de Dios y de todos, al mismo tiempo que amo y señor de sí  mismo y de la creación! ¡Siervos y amigos de Dios en Jesús Mesías!
Y si Jesús es el Siervo, y en él está la única posibilidad universal de plenitud/salvación, esto quiere decir que su modo de ser Siervo es el camino, la verdad y la vida, y que sus seguidores no tenemos –si queremos realmente seguirlo- caminos opcionales, pues el discípulo no es más que su Maestro y que sus huellas marcan el rumbo hacia la consecución de la vida definitiva.
El servicio es el arma infalible contra el monstruoso ego que asfixia la vida espiritual; cada vez que anteponemos la comodidad de nuestra mullida y cálida cama al esfuerzo fatigoso de emprender el camino que nos lleva al encuentro con el enfermo que yace en la fría y temible cama del hospital, cada vez que preferimos ahorrarnos el doloroso esfuerzo de buscar al que ofendimos para pedirle perdón o desviamos la mirada del menesteroso sucio y maloliente que tiende su mano para pedirnos un mendrugo de pan –desde luego haciendo uso de miles de malabares mentales que justifican nuestra simple y llana actitud de descompromiso con ese mendigo-, estamos alimentando al enemigo de la vida –nuestro ego- y privando del alimento vital a nuestro espíritu.
El texto de Isaías es impresionantemente comprometedor, pues afirma que el siervo ha sido constituido luz de las naciones para que la salvación llegue hasta los confines de la tierra. Si el siervo doliente es figura corporativa, entonces el pueblo entero queda comprometido en su misión universalista, y por lo tanto, todos y cada uno de los que nos decimos seguidores de Jesús también lo estamos.
Dígame Usted amable lector si no quita el aliento saber que para que la salvación/plenitud de Dios llegue a todos los rincones de la tierra –y “tierra” debe entenderse no sólo en sentido geográfico, sino y sobre todo en sentido relacional, pues el término “tierra” hace referencia al mundo relacional humano- es necesario que el siervo/pueblo haga suya la encomienda y traduzca en una ética concreta el empoderamiento del que ha sido objeto. Después de todo, ¿no es esto lo que significa el bautismo cristiano? En efecto, el bautismo no es simplemente un “lavado con detergente espiritual” de alguna mancha ancestral que afea nuestra alma, el bautismo es el acto mediante el cual Dios dona a la creatura el poder de su Espíritu para que sea capaz de vivir el hasta entonces imposible Evangelio de Jesucristo y se levante sobre sí mismo para emprender la marcha de los hijos de Dios hacia la Patria definitiva.
El Salmo es un canto al código de la misericordia y una negativa al código de la pureza legalista y cultual. El Dios del salmista no quiere ni exige sacrificios rituales expiatorios de culpas inmemoriales, lo único que pide es un corazón que le espere con ansia –lo que significa en términos bíblicos asumir una actitud de empeño totalizador del hombre para agradar a Dios- y desee fervientemente entronizar la Ley en el corazón –es decir, convertir las Toroth (enseñanzas de Dios)  en el criterio rector de la existencia, la criba por la que pasa toda decisión. Entonces, se manifiestan esplendorosos los dones del Señor: pone en la boca un cántico nuevo (capacidad de articular palabras inteligibles al espíritu humano, más allá de todo condicionamiento lingüístico y por ello, capaces de generar fraternidad y vínculos trascendentes); abre el oído (capacidad para inteligir la enloquecedora Palabra de la cruz, del amor como llave hermenéutica de lo real) y la capacidad para dar el sí definitivo a Dios (¡Aquí estoy!).
Pablo inicia su carta (1 Corintios) confirmando la universalidad del Reino de Dios; expresando que el mensaje de salvación es para todos los que en cualquier lugar -y tiempo- invocan el nombre de Jesucristo. Este saludo es dirigido a los cristianos de Corinto; sin embargo, por la manera solemne en que Pablo escribe (a la Iglesia de Dios de Corinto), se puede afirmar que el apóstol se está refiriendo a la única y universal Iglesia de Cristo, que se hace presente históricamente en los creyentes de Corinto. Es decir, que aunque Pablo escriba de manera particular a esta comunidad, su mensaje desborda los límites de espacio y tiempo, adquiriendo en todo momento actualidad y relevancia, pues es una Palabra dirigida a la humanidad entera. Hombres y mujeres hemos recibido la gracia de ser hijos de Dios, por medio de Jesús; hemos sido consagrados por Dios para realizar en nuestras vidas la “vocación santa”, que en nuestro lenguaje correspondería a la “misión” de hacer presente, aquí y ahora, el reino de Dios: hacer de este mundo un lugar más justo y solidario, menos violento y destructor, más libre y fraterno. Quien asume como modo normal de vida este horizonte liberador está invocando el nombre de Jesús.
El evangelio de Juan nos presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que habrá de bautizar con Espíritu Santo. “Cordero de Dios” es un símbolo que nos remite a la víctima expiatoria que el sumo sacerdote ofrecía en holocausto para implorar a Dios por el perdón de los pecados del pueblo. Juan dice que Jesús no solamente ocasiona el perdón de dichos pecados, sino que erradica el pecado. Hay una diferencia importante entre “los pecados” y “el pecado” y entre “perdonar” y “quitar”.
En primer lugar, “pecados” –en plural- se refiere a los actos concretos que un individuo o una colectividad cometen y se entiende en sentido de transgresión literal de una norma religiosa. “Pecado” –en singular- se refiere a una actitud fundamental de desapego a la Palabra que conduce o apunta hacia Dios. Así, el “pecado original” consiste, según el relato de Gn 3 en que el hombre –simbolizado por la pareja primordial de Adán y Eva- presta atención a la palabra creatural – representada por la serpiente- y desoye la Palabra de Dios mediante la cual se le ofertaba la sabiduría y el don de la Vida.
Pues bien, en Jesús –Palabra definitiva del Padre- Dios muestra sin ambigüedades cuál es la meta existencial de la vida humana y el hombre puede por fin enderezar la puntería, retomar el camino hacia la plenitud, reorientar su vida, siempre y cuando haga de Cristo su opción fundamental y totalizadora. Cristo, en efecto, con su vida entregada para hacer sacra la vida humana (es Cordero de Dios) erradica el pecado del horizonte, rompe las ataduras del pecado y empodera al hombre –mediante la efusión de su Espíritu santificante- para que entre en la misma Vida de Dios. Desde entonces, desde el bautismo que hemos recibido, la pelota está en nuestra cancha, es nuestra misión mostrar al mundo que el pecado ha sido colgado del madero de Cristo y que la plenitud humana no es una utopía, que basta con entronizar en el corazón la Ley del amor para erradicar del mundo la falacia del pecado.

Gracia y paz.

martes, 7 de enero de 2014

lunes, 6 de enero de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 12 DE ENERO DE 2014 (EL BAUTISMO DEL SEÑOR)

1. Lecturas
Is 42,1-4.6-7: Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»
Sal 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10: Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: « ¡Gloria!» El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno.
Hch 10,34-38: En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»
Mt 3,13-17: En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.» Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

2. Reflexión
Sobre las consecuencias de ser el Hijo muy amado, el predilecto
Jorge Arévalo Nájera
Hoy es el primer domingo del “tiempo ordinario”, se acabaron los “tiempos fuertes” del Adviento y la Navidad, vuelve la vida ordinaria… Un adagio clásico de ascética decía: “in ordinariis, non ordinarius”, para expresar la meta de quien quiere ser santo (‘extraordinario’) en las cosas ordinarias, en la vida diaria… Al comenzar el “tiempo ordinario” debemos renovar nuestro deseo de vivir “extraordinariamente”.
La festividad del Bautismo del Señor, nos invita precisamente a recuperar para la vida diaria toda la fuerza salvífica del acontecimiento fundante de nuestro ser cristiano. El primer nivel de lectura de los textos que nos son proclamados es cristológico, es decir, iluminan el misterio de Jesús de Nazaret. Pero los textos también tienen un segundo nivel interpretativo, y éste es eclesiológico o discipular. En efecto, en términos generales, la cristología bíblica tiene como propósito, no solamente teorizar sobre el misterio de Cristo, sino que le mueve fuertemente iluminar la espiritualidad del discípulo.
Por otro lado, los textos del Antiguo Testamento deben ser leídos o interpretados en clave cristológica y al mismo tiempo, ellos prefiguran, anuncian y permiten ubicar a Cristo en el entramado de la historia de la salvación. Así, la primera lectura, del libro del profeta Isaías nos presenta la figura un tanto misteriosa de un personaje al que se le llama dulois (que traducimos al castellano como siervo o esclavo) y del que se dicen varias cosas: ha sido elegido, es sostenido y es el amado o predilecto de Dios. Por lo tanto, su ministerio es fruto de una elección –que él acepta-, la fuerza con la que vive ese ministerio viene de Dios y en última instancia, la elección y la fuerza que le es conferida son fruto del Amor.
Por otro lado, se especifica el contenido de la misión del dulois de Dios: traer el derecho (justicia) a las naciones. La justicia de Dios para los hombres consiste en darles todo aquello que requieren para su salvación, y en última instancia la salvación misma. En otras palabras, Dios es justo porque salva. Mediante el dulois o mejor, en su dulois, Dios ejerce su justicia (él es alianza de un pueblo).
Sin embargo, este personaje no ejercerá una justicia al estilo del poder y la fuerza que se impone (no clamará, no gritará), sino a través del respeto y la delicadeza para con los débiles (no apagará el pabilo que aún humea ni quebrará la caña cascada). Sin embargo, su forma de ejercer la justicia no es de débiles ni apocados (no vacilará ni se quebrará hasta implantar la justicia que el mundo espera). De tal forma que su modo de ser, se convierte en luz para las naciones (criterio verdadero de interpretación de lo real) al mismo tiempo que desenmascaramiento de la falacia de las ideologías mundanas (abre los ojos a los ciegos) y así les convierte en hombres libres (liberados de las mazmorras de las tinieblas).
El Salmo, que responde a las mociones que suscita la primera lectura, pareciera contradecir lo que acaba de afirmar Isaías acerca del modo de ejercer la justicia por parte del elegido de Yahvé. Sin embargo, si consideramos que el salmista no está contradiciendo sino afirmando lo dicho por Isaías, entenderemos mejor: el modo suave, respetuoso y considerado del dulois es la manifestación más esplendorosa del poder majestuoso de Yahvé.
¿No es caso la mayor demostración de poder la renuncia a la imposición despótica cuando se tiene la posibilidad de ejercerla? ¿No es realmente poderoso el que teniendo la fuerza para imponer su voluntad, opta por el consenso y la equidad? ¿No se manifiesta como señor y dueño de sí aquel que pudiendo robar sin ser descubierto opta por la honradez? El ser todopoderoso de Dios no radica en su capacidad de crear caprichosamente lo que le venga en gana, por absurdo que esto sea (por ejemplo, crear un cuadrado que al mismo tiempo y en el mismo lugar sea también un círculo, o un perro que al mismo tiempo sea también a nivel óntico un gato), sino en el dominio pleno de sí para elegir la propuesta de su salvación en lugar de la imposición despótica de la misma a su criatura, aún corriendo el riesgo de ser rechazado e incluso asesinado.
Cuando el hombre se lanza al abismo de la propuesta divina y da su sí, entonces, en el templo del Señor –el hombre mismo- se escucha el grito unánime de ¡Gloria! Y se cumple toda justicia.
La lectura del libro de los Hechos de los apóstoles nos anuncia la característica principal de aquellos que son aceptados por Dios: ¡Pasar haciendo el bien!, y la expresión “hacer el bien” no se refiere al cumplimiento de ciertas normas, sino a la relación con los otros, una relación que se basa en la búsqueda del bien supremo para el otro, y dado que el bien supremo para el hombre es Dios, entonces “pasar haciendo el bien” significa vivir la vida de tal modo que el objetivo del quehacer del creyente es que los demás se encuentren con Dios, en un encuentro de comunión (Dios estaba con él) y de libertad (curando a los oprimidos por el diablo).
Finalmente, el evangelio de Mateo nos narra el acontecimiento del bautismo de Jesús. Sin duda alguna que el bautismo de Jesús por Juan Bautista es un hecho histórico. Tanto la tradición sinóptica como la joánica dan testimonio de ello y dado que en aquel tiempo el que se bautizaba era menor que el que bautizaba, es decir éste era reconocido como maestro y aquel quedaba en la categoría de discípulo, lo más fácil para la comunidad cristiana que trataba de mostrar a Jesús como “el más fuerte”, el “Mesías” e “Hijo de Dios”, hubiera sido callar el episodio. Sin embargo, si bien se ha conservado en la tradición cristiana, cada evangelista lo ha modificado de acuerdo a su particular visión teológica.
Por un lado, Mateo responde a la polémica contra los bautistas –que afirmaban que Juan era el Mesías esperado- y así, crea el diálogo –ficticio a nivel histórico pero real a nivel teológico- entre Juan y Jesús en el cual, Juan se rehúsa a bautizar a Jesús por considerarlo superior a él y por otro lado, Jesús le insta a hacerlo para que así se cumpla el plan de salvación de Dios.
Pero lo que más nos interesa es la experiencia de Jesús en su bautismo, porque esa experiencia no solamente le concierne a él, sino que es paradigmática para todo discípulo, que está llamado a descubrirla permanentemente en su propia vida. Así, lo primero que nos dice Mateo al introducirnos en el pasaje, es que Jesús “fue de Galilea al Jordán”, y para ir de un lugar a otro es necesario salir del lugar de origen.
Esto, que a nivel narrativo es una perogrullada –no hay otra forma de dirigirse hacia un  lugar que salir de donde se está-, a nivel teológico es una indicación exódica, para encontrarse con Jesús –objetivo final del éxodo- es menester salir de las situaciones adquiridas, de las seguridades, para ir del otro lado del Jordán –símbolo del éxodo que antaño culminó Josué con las tribus que habían salido de Egipto capitaneadas por Moisés- a encontrarse con el estrafalario profeta, cuya única función es predicar y ejecutar un bautismo de arrepentimiento, de renuncia al pecado personal y estructural y en este sentido, de muerte a una forma de vida para prepararse a asumir otra que será traída por el que viene detrás de Juan. De hecho, según Mateo, la justicia de Dios solamente puede cumplirse si Jesús –y todos los que le siguen- participan del bautismo de Juan. En efecto, ¿cómo puede cumplirse el designio salvífico de Dios en el hombre si éste no reconoce su connivencia con el pecado, se arrepiente y decide aceptar la propuesta de Dios?
 La gracia no puede hacerse eficaz si el hombre no la acepta, “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” afirma con toda razón san Agustín. Resulta evidente que en el caso particular de Jesús, no era necesario ningún arrepentimiento pues él no cometió pecado alguno, y entonces, su inmersión bautismal significa la total adhesión a la verdad proclamada por Juan.
Cuando el hombre muere a su ego y se abre a la dinámica del amor sacrificial, del amor que se da sin reservas (sumergirse en las aguas), entonces la comunicación con Dios es posible (se abren los cielos), la fuerza de Dios se posa sobre él (el Espíritu que desciende) y una nueva identidad se crea, la identidad de hijo (la voz que dice “este es mi Hijo muy amado, el predilecto”).
Ciertamente que el ser bautizado es mucho más que haber participado de un rito religioso, es el empoderamiento filial y la invitación a saberse y descubrirse como hijo de Dios. La elección y el amor que Él nos otorga, conllevan la excelsa responsabilidad de “pasar haciendo el bien” a todos aquellos con los que nos topamos por el camino.

Gracia y paz.