lunes, 1 de octubre de 2012

Reflexión sobre las lecturas del domingo 7 de octubre de 2012 XXVII Ordinario, Ciclo B


1. LECTURAS
Gn 2,18-24: << El Señor Dios se dijo: - «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude.» Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo: - «Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.» Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» >>
Sal 127,1-2.3.4-5.6: << Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. Que veas a los hijos de tus hijos. ¡Paz a Israel! >>
Hb 2,9-11: << Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos. >>
Mc 10,2-16: << En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: - « ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?» Él les replicó: - « ¿Qué os ha mandado Moisés?» Contestaron: - «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.» Jesús les dijo: -«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.» En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: - «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.» Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: - «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos. >>
2. REFLEXIÓN
De la solidaridad original a la ruptura pecaminosa
Jorge Arévalo Nájera
Erraríamos en la interpretación del conjunto de lecturas que nos serán proclamadas el domingo venidero, si nos quedáramos en la superficie de un moralista mensaje acerca de la prohibición absoluta al divorcio. Hay que “bucear” más profundo para encontrarnos con el revolucionario mensaje de la Palabra divina.    
En la primera lectura, tomada del Libro del Génesis, Es Dios en primera persona quien solemnemente habla  y sentencia: “No es bueno que el hombre esté solo”  ¿Cuántas veces habremos escuchado estás palabras a lo largo de nuestra vida cristiana? Y sin embargo, no parece que la hayamos comprendido muy bien que digamos a decir por el testimonio que seguimos dando.
Y es que dichas palabras las ubicamos en un contexto reduccionista (el matrimonio) que limita el alcance antropológico de las mismas, que tendrán una fuerza profundamente transformadora si las dejamos salir del estrecho cerco en que las hemos metido y las dejamos afectar todo nuestro ser.
Analicemos pues algunos elementos de nuestras lecturas; Empecemos diciendo que lo “bueno” en la Biblia, es aquello que permite al hombre su promoción hacia la plenitud, aquello que lo llena de alegría imperecedera, que lo hace crecer hacia el infinito de Dios, que le hace ser cada vez más imagen de su creador y que le lleva al cada vez más perfecto conocimiento de su identidad. La bondad en la Biblia no es una cualidad moral que se alcanza por el ejercicio de las cláusulas de un cierto código ético y moral. Se es bueno cuando la esencia se corresponde con la existencia, cuando la identidad se expresa diáfanamente en un modo de ser en y para el mundo.
Pues bien, la soledad no es buena, no corresponde a la identidad original con la que Dios dotó al hombre. La formulación “no es bueno que el hombre esté solo” es la forma negativa de decir “es bueno que el hombre esté acompañado” No obstante, es necesaria una compañía adecuada, no cualquier presencia puede erradicar la soledad humana.

El cosmos entero poseído (nombrar a todas las bestias del campo y a todas las aves del cielo significa ser el dominador del universo, ser rey de la creación) no es capaz de satisfacer la necesidad intrínseca al ser del hombre, de saciar la sed infinita que pulsiona el corazón hacia el encuentro con algo que no se identifica plenamente con lo creado.
Sin dejar de ser criatura, el hombre es un “plus”, un más allá, un  punto de inserción mediante el cual, el creador llevará a plenitud su creación. En nuestro relato, la ayuda idónea para el hombre es presentada mediante la figura de una mujer, pero esto es un recurso literario y teológico que le permite al autor del texto lograr dos objetivos: En primer lugar, en efecto establece las bases teológicas para la indisolubilidad matrimonial, pero al mismo tiempo puede presentarnos la unión conyugal como el modelo de toda relación inter-humana. Toda relación entre seres humanos debe descubrirse desde las bases reveladas por el mismísimo Dios.
La mujer es pues símbolo del “otro”, del “tú”, del que se presenta ante el hombre como una realidad misteriosa y distinta (a ella Adán no le impone un nombre, es decir no puede poseerla) ante la cual solo cabe la perplejidad, el asombro, que se traduce en declinación o suspensión de la capacidad meramente intelectiva (simbolizado en el relato por el sueño en el que Dios hace caer a Adán, que también se dice “postración” ante la maravilla e incomprensibilidad de la inédita creación divina) para finalmente acabar reconociendo que precisamente por ser distinta, la mujer es la única posibilidad para el hombre, de encontrarse a sí mismo y descubrir anonadado que se encuentra graciosa e indefectiblemente unido al misterioso “tú”, ante cuya presencia por fin puede exclamar “Ésta si es hueso de mis huesos y carne de mi carne”.
 Hasta este momento, en el relato del Génesis, el hombre no ha hablado (aunque se nos dice que ha puesto nombre a los animales) porque la palabra pronunciada solo adquiere su categoría de palabra humana cuando brota del reconocimiento del “otro” como criterio hermenéutico que permite descubrir la propia identidad. Adán solo puede saber el significado de “sus huesos” y “su carne” porque lo ha descubierto en “los huesos” y “la carne” de la mujer.
Los huesos simbolizan aquello que da consistencia, aquello que permite al hombre no doblarse ante los embates de la vida, aquello que permite permanecer erguido y emprender la marcha. La carne simboliza la debilidad, la precariedad, la inconsistencia creatural. El otro, paradójicamente es mi consistencia pero también mi debilidad. En el otro me descubro capaz, pero también me reconozco débil y necesitado de los demás.
No hay salida, el único camino (si queremos experimentar el gozo de descubrir nuestra profunda y real identidad) es el encuentro con el otro.  Después de todo, hermanos, las profundas interrogantes que anidan en nosotros: ¿Quién soy? ¿De donde vengo? ¿Hacia donde me dirijo? ¿Cuál es el sentido de mi vida? son los motores que pulsionan nuestra existencia, en todo lo que hacemos, pensamos y decimos subyace el ancestral sueño de encontrar por fin las respuestas que aquieten nuestro atribulado corazón de eternos peregrinos en camino hacia la patria definitiva.
Pues bien, la respuesta empieza  a perfilarse en el encuentro con el hermano que nos marca el éxodo del abandono de la casa paterna (que simboliza el pasado) para unirnos perpetuamente en la plena aceptación y respeto de la diferencia del otro, al que se descubre como horizonte de plenitud abrazando un proyecto de realización en la debilidad, espacio de acción divina y por lo tanto de plenitud humana.
Así, en el Salmo todos podemos cantar  rebosantes de alegría y esperanza porque el creyente puede comer el fruto de su trabajo y admirar la fecundidad que el otro aporta en su vida, que se abre hacia un futuro de permanencia inusitado (los hijos alrededor de su mesa).
El autor de la carta a los Hebreos, nos hace ver que el sometimiento cósmico al hombre no está realizado. ¿Pues que no el Génesis nos acaba de decir que éste ha nombrado a todos los animales? ¿No es esto una contradicción?
Sólo en apariencia, porque los dos primeros capítulos del Génesis deben ser vistos no como un conjunto de realidades un día poseídas y después perdidas, sino como horizontes de realización aún por alcanzar. El Edén, la plena comunión con Dios, la armonía en la relación con todos los ámbitos de lo existente etc., son realidades por alcanzar, y por ello, no debemos sentir nostalgia por un tiempo que fue mejor, sino que decididamente debemos lanzarnos llenos de esperanza en la promesa que nos fue hecha, sabiendo que ya hay alguien que ha anticipado en la historia las mieles de la victoria, alguien que ya ha vencido por nosotros en su muerte: ¡Está Coronado de gloria y honor! ¡Él es no solo el autor, sino también quien nos guía por un camino que previamente ha trazado! Y el camino no es otro que el de la solidaridad, el del servicio que no se agota ni aún con la muerte, más aún, la muerte es ahora posibilidad de plenitud en la solidaridad.
Es por todo esto, que Jesús, en el Evangelio de Marcos, apelando al principio de las cosas, es decir a la intención creadora de Dios, establece la indisolubilidad del vínculo matrimonial, pero más allá de eso, trascendiendo la relación conyugal, abarca toda relación humana (si ésta quiere ser auténticamente cristiana).
En el fondo, el adulterio es la perversión del amor al nivel más profundo y por lo tanto, traicionar, romper e introducir elementos espurios a la esencia del amor, es adulterar toda relación humana y por lo tanto, pervertir el orden querido por Dios.
Pero para amar, aceptar y respetar sin condiciones al otro, al tú que se me presenta delante, es necesario asumir la actitud espiritual que Jesús exige de sus discípulos como condición indispensable para entrar en la dinámica del seguimiento: la asunción de la pequeñez como forma de vida. Por ello, los discípulos que se rehúsan a ello, tratan de impedir que los niños se acerquen a él ¡pues claro, si saben que lo que el Maestro hace, ellos lo tienen que asumir como norma de vida!  Sin embargo es de los niños el reino, es a ellos que Jesús dirige un “bien decir”, o sea es de ellos de quien habla bien, es en ellos en quien Dios se complace porque responden a su identidad más profunda, a aquello para lo cual el hombre fue creado y por lo tanto donde encuentra su plena realización y despliegue de todas sus potencialidades.
¡A ser pues como niños, porque Jesús ya lo hizo posible! ¡A mirar al otro como horizonte de plenitud! ¡A vivir con gozo la diferencia!  ¡A cantar gozosos porque viviendo así, estaremos dando gloria al Señor!  
 Gracia y paz.

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