Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual del 2011.
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miércoles, 28 de marzo de 2012
Última homilía del vigoroso profeta Monseñor Oscar Romero, asesinado por el ejército salvadoreños mientras oficiaba la Eucaristía.
Sigue el vínculo: http://youtu.be/G4CvJVmyR_8
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Te invito a escuchar mi reflexión teológica y espiritual sobre el tema del "abandono" de Dios en la experiencia espiritual del discípulo de Cristo. Da click en el vínculo.
Vínculo: AUDIO REFLEXIÓN DOMINGO DE RAMOS 2012
REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 1 DE ABRIL DEL 2012 DOMINGO DE RAMOS
1.
LECTURAS
Isaías 50,
4-7: <<
Mi Señor me ha dado una lengua experta, para saber decir al abatido una palabra
de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.
El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda
a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el
rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los
ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría
defraudado. >>
Sal 21, 8-9.
17-18a. 19-20. 23-24:
<< Al verme, se burlan de mí hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al
Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.» Me acorrala una
jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y
los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suertes mi
túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a
ayudarme. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, Glorificadlo; temedlo, linaje de
Israel. >>
Filipenses 2,
6-11:
<< Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría
de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó
hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo
levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
>>
Marcos 14,1-15,47: (dada la extensión del pasaje,
remito al lector a la Biblia)
2. REFLEXIÓN
¿Un
Dios que abandona a sus hijos?
Jorge
Arévalo Nájera
La mercadotecnia
religiosa nos ha vendido un esquema de comprensión de la vida espiritual que a
simple vista parece muy sencillo: <<Debemos confiar totalmente en la providencia
divina, que nos infunde los dones necesarios (ni más ni menos que su Espíritu)
para que vivamos de acuerdo a las exigencias intrínsecas al Evangelio. Si así
lo hacemos, Dios nos asistirá y librará en el momento de la prueba>> No
cabe duda que suena bien y en cierta forma es verdad lo que se dice, y nada más
tranquilizador para dormir a pierna suelta… ¡Dios estará allí cuando más lo
necesite!
Sin embargo, la dura
objetividad de las experiencias límite que todos y cada uno de nosotros hemos
vivido o viviremos, nos grita a voz en cuello que muchas veces Dios no aparece
por ningún lado cuando el sufrimiento se hace presente, cuando la muerte
muestra su oscura oquedad y los sueños se hacen pedazos, cuando el ser amado se
manifiesta traidor al amor ofrecido, cuando el hambre amenaza la vida del hijo
que agoniza entre los brazos de una madre africana, cuando la enfermedad
consume lenta y letalmente al pequeño que es la niña de los ojos de sus
padres…es entonces cuando desde lo más profundo del corazón surge incontenible
la legítima pregunta ¿Dónde está Dios?, ¿Dónde su consuelo y misericordia? No
parece que las promesas se cumplan y nos sentimos defraudados, y muchas veces
se empieza a infiltrar en el alma la angustiosa duda sobre la verdad de Dios…
¿existirá?, y si existe, ¿realmente le importo? En esos momentos parece que el
mundo se derrumba, especialmente las almas más sensibles a lo divino entran en
una lóbrega y desgarradora experiencia, es lo que los místicos han llamado
<<la noche oscura de la fe>>
Este domingo, se inicia
propiamente la celebración de la Semana Santa, y no es casualidad que los
textos bíblicos de este domingo profundicen en la experiencia de Jesús de cara
a su pasión y muerte (dimensión cristológica), y al mismo tiempo iluminen la vida
discipular (dimensión eclesiológica). No podemos olvidar aquellas proféticas
palabras de Jesús: <<si esto
hicieron al árbol verde, ¿qué no harán con las ramas secas?>> No nos
engañemos, la suerte del Hijo es la suerte de los discípulos y el seguidor no
puede hacer otra cosa que andar los caminos que abre el Maestro. La utopía de
un cristianismo triunfalista que no pasa por la experiencia de la cruz es
alienante, es decir causa una escisión, una fractura en la unidad del misterio
salvífico de la dinámica pascual: << Cruz
y Resurrección son presentadas como realidades que forman «un único proceso
interdependiente en sus fases íntimamente indisolubles» >>[1]
No se trata desde luego
de asumir una actitud masoquista o dolorista, pero la experiencia estaurológica
(de stauros, cruz) es un criterio
interpretativo existencial irrenunciable
para entrar en la vida definitivamente gozosa. El profeta Isaías entona el cántico del Siervo
doliente, figura mesiánica anunciada por
los profetas y que acabó siendo arrumbada en el baúl de los simples recuerdos.
Sin embargo, Jesús retoma esta imagen mesiánica con carácter marcadamente
corporativo (incluyente de todo discípulo) para caracterizar su misión. Aunque
nunca hace referencia explícita a esta figura, su modo de vivir y de afrontar
el rechazo de los dirigentes judíos es identificable con el Siervo doliente.
Isaías delinea la imagen del Siervo/pueblo con
trazos firmes y vigorosos: Capacidad de comunicar una palabra con sentido
porque proviene del mismo Dios y no del mundo meramente humano (Lengua
experta), capacidad de escucha de la palabra comunicada por Dios (Oído
despierto) y por lo mismo, identidad discipular (yo, como discípulo). Asunción
de la mansedumbre como actitud permanente y definitiva <<ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la
mejilla a los que me tiraban de la barba>>, claridad en la
comprensión de la voluntad de Dios (...no
quedaré confundido), fuerza y determinación para afirmarse en el camino
emprendido (endurecí mi rostro como roca)
y finalmente, recuperación de la identidad perdida (no quedaré avergonzado). Recordemos que en el Génesis, cuando pecan
los primeros padres, una de las consecuencias de ese pecado es la pérdida de la
aceptación de la identidad que ahora causa vergüenza.
¿Cómo creer que la
mansedumbre, que la actitud “estúpida” de ofrecer la otra mejilla como
respuesta ante la violencia pueda ser clave salvífica? El miedo ante la muerte
–raíz de todos los miedos- nos hace repudiar instintivamente la loca propuesta
del Evangelio. La lógica humana indica que la mayor fuerza es la violencia. Es
cierto que ideológicamente en las “civilizaciones” hay un consenso teórico
sobre la superioridad del diálogo y el respeto como herramientas de convivencia
social, pero en el fondo, se autoriza e incluso legaliza el uso de la violencia
como último recurso para imponer la ley. Y no se diga en las relaciones
familiares, donde es más común de lo pensado el uso de la fuerza represora para
“educar” a los hijos o imponer voluntades. Pero la lógica humana no puede ser
criterio de verdad absoluta y la Palabra que viene de lo alto al ser asumida
como opción fundamental en el plano doctrinal y práxico provee de una
comprensión meridiana de lo real <<no
quedaré confundido>> y entonces es posible afirmarse, determinar
irrenunciablemente seguir el camino que se descubre como la única posibilidad
de plenitud <<endurecí mi rostro>>
y así, finalmente la auto-comprensión de lo que el hombre es se revela
diáfanamente <<no quedaré
avergonzado>>
La reacción que suscita
la vivencia de las características del Siervo doliente se describe en el Salmo 21 (Salmo que es puesto en boca de Jesús cuando se
encuentra colgado en la cruz): Burlas y vituperio de la fe (Todos los que me ven, de mí se burlan; me
hacen gestos y dicen: “Confiaba en el Señor, pues que él lo salve; si de veras
lo ama, que lo libre”). ¡Cuántas veces el discípulo pasa por esta experiencia cuando realmente se
decide a vivir el Evangelio con radicalidad! Comunicar la voluntad de Dios no
es precisamente la mejor forma de granjearse la amistad de un mundo
estructurado sobre cimientos que nada tienen que ver con el Evangelio y que
reaccionan con burla ante los mensajeros de la Buena Noticia, ¡Qué trasnochada
es la Iglesia –afirman sus detractores-, cuánta intransigencia y fanatismo,
cuán ridícula es su doctrina, la fe es para los ignorantes y débiles –dicen los
seguidores de Nietzsche-. No cabe duda, hoy se sigue cumpliendo lo dicho por
Pablo: ¡La cruz es escándalo para los judíos y locura para los gentiles! ¿Cómo
pueden compaginarse el amor de Dios y la cruz? <<si de veras lo ama que lo libre…>>, permanente tentación del
prodigio como justificación de la fe, ¿por qué Dios permanece alejado cuando el
creyente sufre? <<Señor, auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan
alejado>> Algunos afirman que en realidad no es que Dios se aleje, sino
que es la insuficiencia humana para captar la presencia divina la que causa
esta percepción. Otros afirman que el alejamiento de Dios es un crisol para el
crecimiento espiritual. En lo particular creo que dichos intentos por
salvaguardar el “buen nombre” de Dios crean más dificultades que soluciones, yo
prefiero mantener el misterio, callar el discurso teológico y sostener que en
el sufrimiento injusto se genera un espacio místico para el que sabe gritar con
Jesús <<Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?>> Ni la fe ni la esperanza quedan suprimidos
en el Salmo, que termina con una doxología que brota precisamente de la fe
desnuda y la auténtica esperanza que se ancla solamente en la promesa antaño
escuchada <<A mis hermanos contaré
tu gloria y en la asamblea alabaré tu nombre. Que alaben al Señor los que lo
temen. Que el pueblo de Israel siempre lo adore>>
La carta a los Filipenses
profundiza en el misterio insondable del significado de la encarnación y una
vez más, este himno cristológico se convierte en paradigma del discipulado: La
encarnación consiste en una renuncia libre de las prerrogativas personales, en
un hacerse nada hasta adquirir la condición de siervo (de Dios evidentemente) y
servidor de los hombres. Obedecer al Padre no es cuestión opcional, es una
característica intrínseca al discipulado, y esa obediencia se concretiza en un
amor ilimitado que culmina en la experiencia de la muerte, pero no una muerte cualquiera
sino en aquella que brota del conflicto con las realidades que someten al
hombre bajo el poder del mal. Solo esa muerte genera vida, exaltación (que es
otro modo de decir victoria sobre las potencias malignas y entrada en la vida
definitiva) y reconocimiento universal del Señorío de Jesús para manifestar en
todo su esplendor la gloria de Dios Padre.
De la larguísima
lectura de la pasión según san Marcos, solamente tomaremos una idea: ¿Qué
significan espiritualmente las palabras de Jesús sobre el abandono de su Padre?
Teológicamente, dado que son claramente palabras salmódicas puestas en labios
de Jesús, es un claro ejemplo de la interpretación midráshica de Marcos, que
hace una lectura de la muerte de Jesús aplicando textos del Antiguo Testamento para
decirnos que Jesús es el justo que en la línea del Siervo doliente genera vida
y glorificación de Dios con su muerte en cruz. Espiritualmente, podemos
encontrar una aplicación inmediata para nuestras vidas: La cruz (sufrimiento y
experiencia de muerte a causa del Evangelio) es una estación intermedia pero
irrenunciable para el discípulo, en ella nos sentiremos abandonados, y es
válido clamar a Dios por su presencia y preguntarnos ansiosamente ¿Dios
abandona a sus hijos?, pero estamos llamados a finalmente a dar el paso
arrojado y valiente de abandonarnos en la fe desnuda que cree contra toda
evidencia y a esperar contra toda esperanza la manifestación gloriosa de la
pascua que es fruto de la cruz.
Gracia y paz
[1] Karl
Rahner, citado en la revista “Staurós”
N° 28, Editado por la Asociación Internacional Staurós, 1997.
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