martes, 29 de mayo de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 3 DE JUNIO DE 2012 SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD CICLO B



LECTURAS
Deuteronomio 4, 32-34. 39-40: << Moisés habló al pueblo, diciendo: - «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?  Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.» >>
Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 1 2b: << La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos, porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. >>
Romanos 8, 14-17: << Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: « ¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados. >>
Mateo 28, 16-20: << En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: - «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» >>

REFLEXIÓN
La Trinidad, en las entrañas de la historia
Jorge Arévalo Nájera
Este domingo, la Iglesia celebra el Misterio de la Santísima Trinidad. Si bien este dogma es del conocimiento común –qué cristiano no sabe la fórmula trinitaria que le enseñaron en el catecismo “Un solo Dios, pero tres personas distintas”-, una simple encuesta -realizada personalmente- entre cristianos de distintas denominaciones parece revelar que esta realidad no es comprendida en absoluto y mucho menos tiene una incidencia en la espiritualidad cristiana. Casi podríamos decir que si por decreto se suprimiera el concepto trinitario del <<depósitum fidei>> (conjunto de verdades reveladas que le han sido confiadas a la Iglesia), y se abrazara el monoteísmo absoluto –como el de judíos y musulmanes- no causaría el menor problema a la mayoría de los cristianos.
Y es que a decir verdad, la reflexión y profundización en el Misterio trinitario, ha quedado circunscrito a las esferas eruditas de la teología y poco se ha hecho para aplicar la veta espiritual inagotable que posee. En otras palabras poco se ha dicho al pueblo sobre la forma concreta en que dicho Misterio afecta la vida cotidiana de cara a la fe, ¿Qué tiene que ver la Trinidad en el mundo relacional del creyente? Veamos de profundizar en el tema siguiendo las lecturas de hoy día:
El libro del Deuteronomio presenta un discurso de Moisés al pueblo. Analicemos, aunque sea brevemente los elementos más importantes que resalta el legislador: En primer lugar, un pasado lleno de manifestaciones divinas que han privilegiado a Israel << ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?>> Israel es el pueblo elegido por el Padre y depositario de la Palabra y el Espíritu (fuego). Desde una lectura cristológica –perfectamente legítima para el cristiano- este texto pone las bases para la reflexión de la Iglesia acerca del misterio de la Trinidad, ya que Dios en el A.T y el Nuevo Testamento es siempre el Padre, su Palabra es el Hijo y el fuego será identificado con el Espíritu Santo.
El Dios cristiano no es una divinidad alejada de los hombres, es uno que se entromete en su historia, pasado, presente y futuro se ven transidos por la intervención salvífica de Dios. Aquel que dice <<quiero olvidar mi pasado, en él solo existe dolor, frustración y ausencia de sentido>> no ha sabido buscar en las entrañas de su historia. La acción de Dios es permanente, no solo sostiene ontológicamente el ser de la creatura, sino que interviene en su desarrollo, conduce motivando, proporcionando mociones, enamorando sutilmente el corazón del hombre. Aún los acontecimientos más terribles del pasado pueden ser vistos como vehículos de salvación para aquel que se abre a la potencia de lo eterno. ¡Cuántas historias de pasados abominables vienen a mi recuerdo, pero los testimonios de los actores de esos acontecimientos también se hacen presentes para abrir horizontes insospechados de amor y plenitud!
Cierto, las cicatrices son permanentes, el Resucitado es siempre el crucificado que nos muestra las heridas en sus manos, en sus pies y su costado, pero esas heridas abren las puertas de la vida definitiva. Somos lo que somos, nadie puede borrar nuestra historia, pero hay uno que puede darle sentido al pasado haciéndonos descubrir su presencia precisamente en ese pasado. El origen de nuestra vida nueva es siempre el Padre, él es quien da comienzo a todo, no solo a la creación en cuanto tal, sino a la creación de una historia de salvación personal.
 En segundo lugar, la elección: << ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?>>  ¡Somos elegidos de Dios para ser libres! ¡Cuánta falta hace creerse esto! Vamos por la vida sin horizontes, caminamos sin rumbo queriendo amar las cosas sin sentido – y no crean que hablo de los “ateos”, hablo de cualquier hombre que no se ha encontrado con el Dios de la vida-, vamos como esclavos que desconocen que ya se ha firmado el libelo de su libertad.  Claro que la libertad es fatigosa, se vive en medio de pruebas, guerra y terrores, -¿Qué otra cosa es la historia?-, pero también en medio de prodigios, signos y la intervención del que tiene “mano fuerte y brazo poderoso” para transformar la esclavitud en gozosa libertad.
En tercer lugar, la anamnesis (recuerdo) que es actualización de las gestas salvadoras de Dios realizadas en el pasado, pero con vigencia en el presente << Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. >> Por mucho que echáramos una mirada retrospectiva a la vida y descubriéramos en el pasado la acción de Dios, ésta quedaría sin efecto salvífico si no se actualizara en el presente. ¿Qué me garantiza que lo que hizo en el pasado siga ocurriendo en mi hoy? La palabra clave es <<reconoce>>. Moisés invita a estar atento a la intervención de Dios en el presente. Si le conocemos en el pasado, sabremos reconocerle en el presente, “oler” su perfume cuando pasa a nuestro lado, abrirle la puerta cuando llama para que le dejemos entrar.
 Por medio del Espíritu, Dios actualiza sus gestas liberadoras y así, el éxodo es siempre nuevo, los “egiptos” de hoy son vencidos nuevamente. Dios es el mismo, ayer y hoy y su fidelidad es para siempre. Dios no sabe decir <<sí>> ahora y <<no>> mañana. Ésta es la certeza del cristiano, la fidelidad eterna de Dios. Y por último, la respuesta a la fidelidad de Dios por parte del creyente, la praxis de las enseñanzas divinas: << Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre. >> Guardar significa “poner por obra”, llevar a la concreción histórica el precepto y la enseñanza. De este modo se abre el horizonte de un futuro de plenitud y trascendencia, simbolizado por los hijos y la tierra. Así, queda completado todo el arco de la historia –pasado, presente y futuro- como espacio de la acción graciosa de Dios para con sus elegidos.
Hasta aquí hemos visto a Dios como Padre/origen de la historia de la salvación cósmica y personal. La carta a los Romanos indica la meta final de la vida humana, ¡la filiación!, así como a la persona divina que hace posible esa filiación ¡El Espíritu de Dios!  << Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. >> El texto es claro, <<los que se dejan llevar>>, es decir que se implican, por un lado la gratuidad del don –el Espíritu viniente- y por otro lado la actitud de docilidad por parte del hombre –dejarse llevar-.
No basta –como muchos creen- solamente con el don divino, pues para que se haga operante en el hombre, éste debe dejarse mover por el Espíritu. Y la prueba de que el Espíritu está transformando al hombre es la libertad con que éste se conduce. Y es evidente que aquí resalta el gran tema paulino de la libertad de los hijos de Dios contra la esclavitud de los que viven según la ley antigua. No se trata de libertinaje ni de pasar por alto la “Ley” antigua, sino de asumirla y superarla en el poder del Espíritu que nos hace hijos adoptivos, insertándonos en la filiación absoluta del Hijo mediante la coparticipación en sus sufrimientos. 
Aquí se da el punto de encuentro con el evangelio de Mateo: Cristo, en su muerte y resurrección ha recibido del Padre toda potestad, tanto en el imposible mundo de Dios (el cielo) como en el de los hombres (la tierra): <<Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra>> El Hijo es aquel en el que se unen los irreconciliables mundos. No obstante, ¿cómo podría continuarse en la historia la acción pontificia –de puente- de Cristo? Allí reside precisamente la identidad de la Iglesia <<Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo>> Sumergir en el amor trinitario a los hombres es la única forma de hacer discípulos, ser siempre origen de un nuevo comienzo (amar como el Padre), acoger sin reservas el misterio del otro (amar como el Hijo) y generar vínculos una y otra vez, crearlos nuevamente si se han roto, salir permanentemente al encuentro del prójimo. Ésta y no otra es la misión de la Iglesia, para ello existe, para sumergir en el torrente vertiginoso del amor de la Trinidad que vive en las entrañas de la historia.
Gracia y paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario