1. Lectura
Flp
2,6-11: << Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El
cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz. Por lo cual
Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al
nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios
Padre.>>
2. Reflexión
La Paradoja Cristiana:
¡Que el camino hacia la grandeza consiste en descender!
Jorge Arévalo Nájera
En esta ocasión,
quisiera centrar la reflexión en una sola de las lecturas que la liturgia del
domingo de Ramos nos ofrece, y esta lectura es el conocidísimo himno
cristológico de Filipenses
2,6-11.
El Domingo de Ramos
marca el comienzo de la Semana Santa. Desde hace muchos siglos, los cristianos
meditan en esta semana sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La
semana comienza con una entrada mesiánica, pasa por momentos de despedida y por
la traición, llega a su punto más bajo al morir Jesús en la cruz, y concluye
con la victoria sobre la muerte y el pecado y la constitución de Jesucristo
como Señor del mundo.
Insertado en el marco
de la liturgia de la Palabra del domingo de Ramos, este himno cristológico
pre-existente en la tradición cristiana y que Pablo incorpora en su carta a los
Filipenses, tiene una significación especial que marca un itinerario espiritual
del discípulo. Aunque el himno comienza propiamente en el verso 6, Pablo coloca
como pórtico la exhortación del verso 5: << Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo>>
La palabra griega “fronein”, que es traducida por “sentimientos”, hace alusión a una
realidad que incluye la dimensión emotiva, pero que va más allá del mero
sentimiento, y se refiere a la mentalidad, a la forma en que se elaboran los
juicios mediante los cuales se interpreta el mundo. El hombre es un ser que
aprehende lo real mediante la observación y el contacto sensorial, para después
elaborar juicios que le permiten integrar la información en un marco
interpretativo que provee de significado a las cosas o acontecimientos.
Para la mentalidad
bíblica, la forma de pensar impacta necesariamente la relación con las cosas o
con las personas, es decir, en la forma de enjuiciar lo real se determina mi
ética, mi aproximación vital a lo real. Lo que quiere decir Pablo al
exhortarnos a asumir la misma forma de enjuiciar, ver o entender lo real que
tiene Cristo es que debemos vivir del mismo modo. ¿Y cuál es ese modo? Veámoslo
con mayor detenimiento:
El cual, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó
de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre: se afirma de
Cristo su preexistencia y su igualdad ontológica con Dios (en la teología de
Pablo, la palabra Theós/Dios se refiere siempre al Padre). Este es el punto de
partida, el Ser de Cristo. Ahora bien, la praxis de Jesús, su acción, es un
movimiento de abajamiento (kénosis en griego) y ese abajamiento consiste en un
despojamiento de su condición divina para asumir la de siervo, la de esclavo,
abandonando su Ser Espíritu purísimo como Verbo increado del Padre. Estamos
hablando, claro está, de la encarnación del Verbo eterno que asume la
naturaleza humana del hombre Jesús de Nazaret, haciéndose en todo semejante a
los hombres menos en el pecado.
Desde luego que esta
afirmación ya es escandalosa, para los judíos y paganos de su tiempo, pero
también para nosotros, hombres del siglo XXI. A muchos cristianos les resulta
fácil aceptar cierta imagen de la divinidad de Jesús (poderes sobrenaturales
que todo lo curan, dominio sobre las leyes naturales, conocimiento del futuro,
lectura de la mente humana, etc.), pero de hecho no aceptan una plena
humanidad, con todas las limitaciones inherentes a la creatureidad, con toda su
radical indigencia y debilidad, la ausencia de un conocimiento totalizador de
lo real, etc. En este sentido, la antiquísima herejía docetista que negaba la
realidad de la humanidad del Verbo y afirmaba que Jesús era simplemente una
máscara, una fachada tras la cual se escondía el Eterno.
El himno de Filipenses
nos coloca de frente a la crudeza de la realidad de la encarnación, el Verbo se
ha anonadado, se ha encarnado y toda su divinidad cohabita con la humanidad en
Jesús de Nazaret. Pero decíamos que el himno marca un derrotero espiritual para
el discípulo, y he aquí el primer paso que hay que dar en el seguimiento del
Nazareno: abandonar toda pretensión ególatra, descentrarnos, bajarnos del
idolátrico pedestal en que nos tenemos para hacernos siervos de los otros. Sin
esta actitud de fondo, no hay cristianismo posible y el inicio de la semana
mayor es un buen momento para recordar que el camino hacia la Pascua inicia con
el abajamiento.
<<
y se humilló a sí mismo, obedeciendo
hasta la muerte y muerte de cruz>> : pero el
movimiento descendente de Cristo no acaba con el simple hecho de hacerse
hombre/siervo con los demás y para los demás, Él va más abajo: en su obediencia
al Padre que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno
conocimiento de la verdad” [1]
llega hasta el extremo de la cruz, que se hace necesaria para la salvación
cuando el pecado del hombre le lleva al deicidio. No es que la cruz estuviera
pensada por el Padre como designio cruel desde todos los siglos, sino que al
rechazar el hombre la propuesta liberadora de Dios tal cual se manifiesta en
las obras y en la predicación de Jesús (Reino/reinado de Dios), y al crucificar
a su Hijo, el Padre asume el sacrificio obediencial de Jesús e incorpora la
cruz a su economía salvífica y de tal manera que ahora, todos los sufrientes y
sacrificados por los poderes establecidos encuentran sentido en el sacrificio
del Hijo que así les redime en la muerte.
He aquí el segundo
momento en el itinerario espiritual del discípulo según Flp 2,6-11: la
obediencia irrestricta a la voluntad del Padre. La voluntad es aquella virtud
que mueve al hombre hacia la consecución de un fin, de una meta que se
considera sumamente valiosa. En Dios, esa voluntad no es algo ajeno a Él, es Él
mismo saliendo al encuentro de los hombres en la persona del Espíritu Santo, de
tal modo que Espíritu Santo y voluntad de Dios son una y misma cosa.
Y el Espíritu es vida,
capacidad de realizar lo imposible, creatividad sin límites, esperanza
invencible. La obediencia que se espera del hombre no es la obediencia servil
del esclavo que acríticamente acepta una disposición que le viene de fuera, más
bien es la conformación de la propia voluntad/espíritu con la Voluntad/Espíritu
de Dios, pues después de todo, el mismo Espíritu con que el Padre resucitó a
Jesucristo de entre los muertos nos ha sido donado en el bautismo [2]
El que obedece al Padre
es auténticamente libre porque obedece al Espíritu de libertad que mora en él
como fruto de la pascua del Hijo, que le permite vivir en la libertad
obediencial de los hijos de Dios.
<< Por lo cual
Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al
nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios
Padre.
>>: Sólo cuando el Hijo se anonada y asume la
obediencia absoluta al proyecto salvífico del Padre y muere en la cruz, es
exaltado, otorgándosele toda potestad y señorío. Es el triunfo escatológico del
Hijo y al mismo tiempo es el triunfo definitivo del amor oblativo sobre las
potencias opositoras al Reino de Dios, que es la plenitud humana.
Fijémonos que al principio del himno, el sujeto
de la kénosis es Cristo preexistente, es él quien toma la iniciativa y al
final, el sujeto de la exaltación es Jesús, a quien Dios da el Nombre que está
sobre todo nombre y finalmente, se unen los dos sujetos y así, es Cristo Jesús
quien es declarado como Kyrios (Señor)
para la gloria de Dios Padre.
He aquí la tercera
pauta espiritual: si bien la kénosis/abajamiento y la asunción de la cruz/amor
oblativo que fracasa en el mundo, son parte irrenunciable de la vida cristiana,
y corresponden al esfuerzo del hombre (es él quien tiene que bajar y amar hasta
entregar la vida). Hasta aquí la pelota está en la cancha del hombre, le toca
jugar con las reglas de Dios, pero es él quien juega.
Sin embargo, todo el
que juega quiere ganar, es ésa la motivación de todo participante en una justa
deportiva. En el caso del juego cristiano –que se llama liberación y plenitud
humana- el triunfo está asegurado, no importa que las apariencias y el marcador
digan lo contrario, Dios es quien le da el triunfo y le comparte el señorío de
Cristo Jesús, su filiación, su Ser Hijo, su herencia.
Por lo tanto, el
horizonte del cristiano está puesto en el triunfo que le espera, en la
confianza absoluta de que ese triunfo no lo logra él con sus esfuerzos, pero
sabiendo al mismo tiempo que el esfuerzo no le es dispensado, se lanza hacia la
meta compartiendo la misma forma de pensar que tiene Jesús.
Gracia y paz.
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