lunes, 7 de julio de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 13 DE JULIO DE 2014 DOMINGO 15° DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

1. LECTURAS

Is 55, 10-11 << Así dice el Señor: "Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo." >>

Sal 64, 10-14 << Tú cuidas de la tierra, la riegas / y la enriqueces sin medida; / la acequia de Dios va llena de agua, / preparas los trigales. Riegas los surcos, igualas los terrones, / tu llovizna los deja mullidos, / bendices sus brotes.  Coronas el año con tus bienes, / tus carriles rezuman abundancia; / rezuman los pastos del páramo, / y las colinas se orlan de alegría.  Las praderas se cubren de rebaños, / y los valles se visten de mieses, / que aclaman y cantan.  >>

Ro 8, 18-23 << Hermanos: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. >>

Mt 13, 1-23 << Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: "Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga." [Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" Él les contestó: "A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure." ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!
Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno."] >>

2. REFLEXIÓN

Escuchar para dar fruto

Jorge Arévalo Nájera

El Dios de los cristianos no parece responder a las exigencias del mundo contemporáneo, tan dado al pragmatismo, a los resultados claros y evidentes, a la eficacia visible e inmediata. Dado que en términos generales el aspecto objetivo de la realidad, es decir aquello que el hombre puede percibir a simple vista, no se corresponde con sus ideales de libertad, de gozo, de paz y plenitud, sino que por el contrario le grita a voz en cuello que toda búsqueda humana por alcanzar esos ideales es mera utopía, estupidez, vanidad y sinsentido, el hombre acaba por sumergirse en la irreflexión y la vanagloria de los placeres superficiales que de algún modo hacen de paliativo al absurdo de la existencia.

Para el ser religioso (en el sentido más fuerte y positivo del término), el encuentro con Dios no resulta nada fácil, pues la relación no puede darse de la misma forma que entre dos seres de igual estatuto ontológico (lo cual ya es bastante fatigoso de cualquier modo), sino que es la relación entre dos seres que tienen que habérselas con una abismal diferencia no solo cuantitativa sino y sobre todo cualitativa.

 Dios no es sólo más que el hombre sino que es DISTINTO de él. Aquí es donde el hombre encuentra su principal dificultad para relacionarse con el Absoluto. No estamos en modo algunos capacitados para relacionarnos  con lo que no entendemos, todo lo queremos adecuar o enmarcar en nuestro sistema interpretativo y cuando no lo logramos, esa realidad indescifrable aparece a nuestros ojos como un gran interrogante que nos llena de temor, y claro está, la salida más fácil es desentendernos de ella o adecuarla (aún a costa de su verdadera identidad) a nuestra voluntad.

Cuando escucho o miro algunas expresiones que brotan de la religiosidad cristiana me pregunto qué tanto manifiestan una auténtica experiencia del Dios Uno y Trino revelado por y en Jesús, ¿No serán más bien expresiones plásticas o verbales que proyectan una falsa idea de Dios?

Pero aún el auténtico creyente, aquel que se toma en serio la Palabra que Dios le pronuncia y hace de ella su valuarte y punto de referencia para su vida entera, se enfrenta con la dificultad de una Palabra divina, trascendente, meta-histórica, absoluta, que viene vehiculada por otra palabra, ésta humana, histórica y por lo tanto contingente, anclada a una cierta cosmovisión, a una particular cultura, a un determinado lenguaje que responde a los condicionamientos propios de lo histórico.

Es la única forma en que el hombre puede recibir la Palabra trascendente, inteligirla y hacerla suya, de otro modo, quedaría estéril, inalcanzable y en el fondo inútil. El texto del profeta Isaías lo hace notar con claridad meridiana y con una forma poética extraordinaria: “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié”. En cierto modo, podemos decir que la Palabra de Dios al comunicarse a los hombres deja su “lugar” propio, se autoexilia al penetrar en el mundo del hombre, es la eternidad que se encarna en la ambigüedad de la historia para tocar a la criatura. ¿Cuanto durará su exilio? ¡Hasta que haya realizado lo que le plugo a Dios y haya cumplido aquello a lo que la envió! Naturalmente que el profeta no tenía idea del alcance y significado que sus palabras adquirirían tras el acontecimiento Cristo.

En una lectura cristiana del texto de Isaías, es posible interpretar la profecía como un anuncio de la encarnación del Verbo eterno. En efecto, Jesús es la más densa encarnación de la Palabra, que ya de algún modo y prefigurativamente se “encarnó” en la palabra profética de Isaías, Jeremías, Ezequiel, y tantos profetas modernos que anunciaron y anuncian la única Palabra capaz de fecundar al mundo y hacer brotar los frutos que necesita. Pero en Jesús, esa Palabra se ha encarnado literalmente, de tal modo que quien vio a Jesús, vio a esa Palabra en forma perceptible a los sentidos. ¿Puede acaso la mente comprender tan inefable misterio? Una vez más somos invitados a arrojarnos confiadamente en los brazos divinos que esperan en la oscuridad del no saber.

Pero la encarnación de la Palabra y por lo tanto su exilio no ha terminado aún, su misión no se ha completado, en su carta a los Romanos Pablo afirma que la creación todavía espera ansiosa la “revelación de los hijos de Dios” y la “liberación de la servidumbre de la corrupción” y como con dolores de parto se va gestando el nuevo cosmos crístico que florecerá finalmente en el ésjaton que le aguarda.

Mientras tanto, también el hombre espera “el rescate definitivo de su cuerpo”, es decir la total plenificación humana que se manifestará diáfanamente en su modo de estar ante el mundo, transparentando e irradiando la divinidad que le habrá penetrado en la totalidad de su ser. La única herramienta con que el creyente cuenta para caminar por los escarpados vericuetos de la historia es la Palabra. Quizá el lector podría objetar que el Espíritu nos ha sido dado precisamente para caminar como discípulos, y seguramente que tendría razón, pero no hay que olvidar que el Espíritu no actúa independientemente de la Palabra, más aún, según el Evangelio de Marcos el Espíritu desciende sobre Jesús en el episodio del bautismo del Señor, con lo cual el evangelista nos está diciendo que Jesús es ahora el “lugar” de acción del <<ruaj>> (Espíritu) de Dios.

En el Evangelio según San Lucas, Cristo es el portador del Espíritu. En Cristo, Palabra encarnada se encuentra la fuerza capaz de someter el caos. Cristo es la fuerza para tomar la camilla y caminar como hombre libre. Cristo es por ello el Camino, la Verdad y la Vida, Cristo es la Palabra que unida sustancial e indefectiblemente al Espíritu, lleva a la creación hasta su consumación definitiva en el Padre.

Así, en el devenir de la historia, el creyente debe fiarse de la <<oscura eficacia>> de la Palabra que actúa en los corazones y en la ambigüedad de la vida terrena, el discípulo es llamado a considerar su actitud y disposición de cara a la Palabra. El Evangelio de Mateo nos presenta uno de los textos evangélicos más conocidos, no solamente entre los cristianos sino en el mundo entero: la parábola del sembrador. Este texto es riquísimo en intuiciones espirituales de aplicación irrenunciable en la vida de todo aquel que pretenda llamarse seguidor de Jesús. Por ahora solamente nos fijaremos en un aspecto: Jesús mismo explica el simbolismo de la tierra, de la semilla, de los pájaros, del mismo sembrador, de los abrojos, etc.

La tierra simboliza el corazón del hombre (que en la mentalidad semita o bíblica) no es la sede de los sentimientos (como sí lo es en nuestra cultura occidental) sino de la sabiduría, es en el corazón donde se recibe la Palabra, se medita y se toman las decisiones que marcan rumbo en la vida espiritual. El “corazón” está en íntima conexión con los “oídos” y los “ojos”: <<Porque se ha embotado el corazón de este pueblo. Han hecho duros sus oídos y sus ojos han cerrado>>, la consecuencia es que al no “escuchar” es decir no atender con actitud receptiva la Palabra, su verdad queda fuera del alcance del entendimiento profundo y no puede descubrirse la acción de Dios en la urdimbre de los acontecimientos.

Así pues, hoy somos invitados a asumir una actitud verdaderamente creyente, una actitud permanente y perseverante de escucha de la Palabra que nos permita discernir con sabiduría para abrazar el camino de la plenitud y gozarnos con las obras redentoras que el Señor realiza en nuestras vidas. Invitados pues a tener oídos para dar frutos al ciento, al sesenta y al treinta.


Gracia y paz.

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