martes, 21 de diciembre de 2010


REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL SÁBADO 25 DE DICIEMBRE DEL 2010 (NAVIDAD)
1. Lecturas
Is 52, 7-10: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.
Hb 1, 1-6: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»
Jn 1,1-18: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. Lo que se hizo en ella era la vida, y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo a este mundo. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
2. Reflexión
La Palabra ha puesto su morada entre nosotros… ¿qué haremos con ella?
Jorge Arévalo Nájera
La primera lectura (Isaías), el Salmo y la segunda lectura (carta a los Hebreos), van profundizando en el progresivo cumplimiento de los tiempos mesiánicos, hasta llegar a la plenitud de los tiempos, cuando Dios ya no habla a su pueblo por medio de profetas, sino a través de su propio Hijo, impronta de su ser y reflejo de su gloria. Esto es precisamente lo que celebramos en Navidad, al Dios-con-nosotros.
Hoy, queremos centrar nuestra reflexión en el bello y densísimo texto del llamado Prólogo del evangelio de Juan. Resulta evidente que no pretendemos hacer un análisis exhaustivo del texto –lo cual llevaría un buen número de páginas-, sino más bien entresacar algunas de sus líneas teológicas y espirituales que iluminan esta solemne festividad navideña.  
<< En el principio… >> En primer lugar, el texto inicia con el término “arché” (griego) que traducimos al castellano por “principio” y que en hebreo se dice “beresit”. Así comienza el primer libro de la Biblia: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, de tal forma que Juan quiere referirse a un personaje –que por ahora llama “Logos” o “Palabra”- que es un verdadero principio, tanto en sentido cronológico –a partir de él da comienzo en la historia una realidad inédita, una nueva creación- como en sentido axiológico (de valores).
Espiritualmente esto significa que en Cristo todo es hecho nuevo y que los hombres tenemos en él la posibilidad de ser re-creados, y por lo tanto, de abandonar todas nuestras ataduras, nuestros traumas y horrores para entrar en una dinámica neo-creacional y por lo tanto buena, bella, adecuada, puesto que toda creación salida de las manos de Dios es buena por esencia, es decir, se adecuada al proyecto querido por él. No importa el pasado, por más terrible y esclavizador que parezca, Cristo es la puerta de entrada a la plenitud anhelada. Siempre es posible empezar de nuevo, Cristo es la novedad inagotable que nos aguarda. Por ello, la Navidad es la fiesta de los neonatos que nacen a una historia que está por escribirse.
<< Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho>> En griego, Palabra se dice “Logos”, pero en realidad, el término griego tiene muchas acepciones, de las cuales destacamos dos; palabra y sentido. Todas ellas con un sema o matiz de significado aplicable a la espiritualidad. Así, el sentido de “palabra”, es el de expresión de la interioridad, revelación del misterio personal que permanece escondido en tanto que la palabra no se pronuncia y se hace epifanía cuando se articula verbalmente. Cristo es pues la expresión manifiesta, la revelación, la epifanía del Padre. En su Verbo, el Padre se dice a sí mismo y a los hombres, en su Verbo se conoce y los hombres se conocen a sí mismos.
Otro sentido de “Logos” es el de sentido o significado. Desde luego se trata de sentido en clave existencial y trascendente. Cristo es, en efecto, el sentido de la vida y de todo cuanto existe. Por lo tanto, no se trata de que en Cristo encontremos una teoría o un concepto que nos defina, se trata más bien de que en cuanto nos adherimos existencial y totalmente a su persona, descubrimos –a nivel intuitivo- nuestro verdadero significado en medio de la inmensidad del universo. De esto resulta en consecuencia que la búsqueda del sentido existencial –la ausencia de sentido es causa de tanta depresión- debe hacerse en un éxodo permanente del “Yo” que sale de sí mismo para encontrarse finalmente en el Otro, en el Logos que ha hecho su morada entre nosotros, que también –en cierto sentido- ha hecho éxodo de la casa intratrinitaria. Se trata pues, del encuentro de dos auto-exiliados, el hombre que sale de sí mismo y el Verbo que sale de Dios hacia el hombre.
Ahora bien, Juan nos dice también que ese “Logos” es el origen de todo cuanto existe, causa inmediata y eficiente de lo creado. ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi origen?, ciertamente no del caos ni del azar. ¡Vengo de una voluntad omnipotente y amorosa que decidió crearme de la nada y que me sostiene en la existencia por puro amor gratuito –como dice el Salmo << Él sostiene el universo con su palabra poderosa >>-! Más allá de las condiciones históricas -más o menos afortunadas en las que hemos venido al mundo-, mi origen y sostén se encuentra enraizado en aquel que existía desde el principio. Es por ello que dice la Escritura <<…el perfecto amor echa fuera el temor >> [1] ya que si Dios –que es origen y fuente del amor- es también mi origen, ¿qué me hará temblar?[2]
 << Lo que se hizo en ella [la Palabra][3]- era la vida, y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. >>  Ante todo, se me revela que yo pertenezco a la vida/luz puesto que todo lo que se hizo se hizo por la Palabra y en la Palabra y que el reino de la muerte/tinieblas no tiene potestad sobre mí. En una magistral presentación antitética que utiliza el binomio luz/tinieblas, Juan nos revela que Jesús es el único criterio posible de inteligibilidad de lo real. En efecto, el símbolo de la luz se refiere a la inteligencia, a la capacidad sobrenatural de discernir la urdimbre de la creación y por lo tanto, a diferenciar entre el bien (lo que conviene según Dios) y el mal (lo que me aparta de Dios y su proyecto). La luz, en última instancia se equipara con la fe, pues en verdad la fe es la capacidad sobrenatural que permite distinguir entre las tinieblas el camino de la vida. Pero la fe no es una credulidad ingenua, por el contrario, es subversión, trastocación de los valores mundanos, es así, que los discípulos mismos son llamados a ser luz del mundo[4] mediante su adhesión a Jesús, manifestada como una ética concreta, un modo de ser y estar en el mundo (código de las Bienaventuranzas).
Las tinieblas representan –en la simbología de Juan- la incomprensión ante la propuesta de Jesús, incomprensión que es activa –se opone a la luz y de hecho quiere sofocarla- y se manifiesta también en acciones concretas, en ideologías que pretender ser también “luz” para los hombres.
<< La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo >>  Juan afirma que la única luz verdadera es la Palabra que permanentemente viene a este mundo. La encarnación/venida de Jesús no se limita al hecho histórico de su concepción, vida pública y muerte, sino que una vez resucitado, continúa viniendo a este mundo para iluminar a los hombres, para revelarles su origen divino y el sentido trascendente de la vida.
Navidad es precisamente la fiesta de la venida del Señor, una venida que se ubica en las coordenadas de nuestro tiempo y espacio y que así, convierte el tiempo cronológico e intrascendente en un tiempo de salvación, de plenitud y de gozo. La Buena Nueva es que la Palabra ha puesto –y sigue poniendo-  su morada entre nosotros, ¿Qué haremos con ella?
Gracia y paz




[1] “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” (1 Juan 4:18)
[2] Salmo 27 (26),1
[3] Lo que se encuentra entre corchetes es nota explicativa del autor.
[4] Mt 5,14-16

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