viernes, 25 de febrero de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 27 DE FEBRERO DEL 2011 DOMINGO 8° DEL TIEMPO ORDINARIO-CICLO A

Lecturas

Isaías (49,14-15): Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Sal 61,2-3.6-7.8-9; Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación; mi alcázar: no vacilaré. Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme, Dios es mi refugio. Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón.
1 Corintios (4,1-5): Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.
Mateo (6,24-34): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»

                                                                           Reflexión
La fatigosa pero gozosa experiencia de confiar en el Señor

Jorge Arévalo Nájera

Quien busca en el cristianismo la tranquilidad, la ausencia de conflicto, la solución de todos sus problemas intramundanos y la felicidad, encontrará una honda decepción pues su fundador, Jesús de Nazaret nunca prometió tales cosas, él prometió la plenitud, el gozo en el Espíritu y la paz que no puede dar el mundo. Más aún, el profetizó sufrimiento y persecución, rechazo del mundo a todo aquel que quisiera seguirlo, y… ¡vida definitiva!
Cuando la prueba se presenta, cuando el sufrimiento, la enfermedad, la traición de los amados, las carencias económicas, y en fin, toda experiencia límite nos coloca desnudos ante nuestras convicciones religiosas (Dios todopoderoso y todobondadoso) y se hace dolorosamente acuciante la “imposible teodicea” (imposibilidad de compaginar la fe en ese Dios con el sufrimiento y las contradicciones de la historia) se demuestra si en verdad creemos en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo o idolatramos un ídolo hecho a nuestra imagen y semejanza (por muy barnizado que esté con elementos cristianos).
En la vida espiritual del discípulo (aquel que se toma realmente en serio el seguimiento de Cristo) se presentan más tarde o más temprano momentos –a veces insufriblemente largos- en los que la sensación de abandono por parte de Dios lacera el corazón y la experiencia de Dios ha de vivirse en la oscuridad de la fe que se aferra al vacío como presencia escondida del Absoluto. Es entonces que se acrisola el corazón del discípulo y se prueba su opción fundamental. No hay asideros, no hay pruebas, no hay sensaciones agradables, únicamente el abismo que invita a arrojarse a los brazos del Padre que aguardan como promesa de plenitud. Se requiere entonces todo el arrojo y la apelación a la  memoria de una historia de salvación vivida en el amor se convierte en el único trampolín que le impulsa para dar el salto en el vacío. Pero ese recuerdo no garantiza la presencia del amado… ¡es cierto, ha estado antes pero, ¿quién me asegura que estará ahora?! ¡Es entonces que la promesa hecha por Dios exige la respuesta del discípulo, la confianza enraizada en el recuerdo de las gestas salvíficas de Dios en la propia historia!
Hace muy pocos días, una persona me preguntaba con ojos azorados cómo era posible que Dios permitiera el atroz sufrimiento de personas inocentes en los conflictos bélicos que se están suscitando actualmente en Líbano, Egipto, etc., o en los desastres naturales que recientemente padecieron nuestros hermanos haitianos. En el fondo, es la pregunta que a lo largo de los siglos se han hecho creyentes y no creyentes “¿Cómo seguir creyendo en Dios después de Auschwitz, tsunamis, Biafra, la violencia contra las mujeres, etc.?”, dicha pregunta es tan antigua como la misma experiencia religiosa y tan nueva como el neonato que surge del vientre materno mientras escribo estas líneas. Y no es una pregunta inútil, porque para Dios ninguna angustia del corazón humano es irrelevante.
Se pueden intentar cientos de respuestas racionales (filosóficas o teológicas) sobre la existencia del mal y el sufrimiento del justo (el sufrimiento del inicuo no causa problema, finalmente –se piensa, se lo tiene bien merecido y la justicia divina exige un castigo a sus iniquidades-), pero ninguna respuesta satisface del todo y nunca Dios acaba bien parado. Se pueden buscar las respuestas en las entrañas mismas de la revelación divina (la Biblia) y no hallaremos tampoco la respuesta adecuada ¡La Sagrada Escritura no responde a esa pregunta, simplemente constata que el mal existe y que el justo sufre igual que el injusto y apunta hacia el compromiso solidario con el sufriente como respuesta al misterio del mal!
No parece entonces que haya un horizonte de respuesta racional sobre este medular cuestionamiento. ¿Habremos entonces de renunciar a enfrentarlo y simplemente ignorarlo? ¿Habremos de convertirnos en “avestruces de la fe” y convertirnos en seres irreflexivos y fideístas?[1]
Creo que no es así, si consideramos que hay un tipo de conocimiento que tiene su origen y desarrollo en una esfera distinta a la mera razón humana, entonces quizá no tengamos que quedarnos mudos ante el Mysterium iniquitatis[2] y podamos atrevernos a articular una palabra de esperanza para los sufrientes del mundo y los que buscan una respuesta para su atribulado corazón. El conocimiento que brota de la praxis, del hacer que después puede expresarse en el decir. La Sagrada Escritura en general tiene como principio hermenéutico (interpretativo) fundamental la experiencia que se hace de la puesta en práctica de la Palabra. Nunca comprenderemos a cabalidad la promesa de Jesús << Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir >>[3]
El que se atreve a poner a prueba a Dios y se queda en total indefensión ante aquel que le resulta amenazante y pide con sencillez de corazón que sea el Espíritu quien hable a través de sus palabras y renuncia a su sesudo discurso –que es sin duda puramente carnal- encontrará un manantial de agua cristalina que saciará su sed, experimentará la profunda paz que de Dios procede, la alegría de ver los frutos que la Palabra de Dios hace brotar en el corazón del que le escucha y el nacimiento de un nuevo sentimiento que rompe las barreras y abre un mundo inédito de posibilidades fraternas.
De esto doy testimonio con mi propia vida. He visto con mis propios ojos las maravillas que Dios obra en un corazón dócil que aún con todo el miedo del mundo decide fiarse de Dios y confiar en su Palabra. Quisiera compartirles una experiencia personal –muchos de Ustedes me han pedido que comparta más mi vida y sea menos teórico- que me ha sucedido recientemente. Durante un par de años sufrí depresión clínica y tuve que tomar medicamento para controlarla. Dejé el medicamento ya hace más o menos un año y había estado perfectamente, pero el domingo 26 de enero por la noche al irme a acostar empecé a sentir la llegada de la temida e inseparable compañera de antaño. Una sensación de inquietud injustificada, un temor que parece brotar de la nada me anunciaban que pronto la tendría instalada a sus anchas en mí. No dije nada a Lolita (mi esposa), ¿para qué preocuparla? ¡Total, ya mañana le hablaría a la Psiquiatra y resolvería el problema! ¡Como siempre, pretendía resolver el problema yo solo, basado en mis deducciones lógicas y pragmáticas, algo tan típico de mi personalidad!
Sin embargo, esa noche Dios tenía planes distintos para mí. Acostumbro leer algunos versículos de la Biblia antes de ponerme en los brazos de Morfeo, más por costumbre adquirida desde hace muchos años que por piedad religiosa, pero no cabe duda que cuando Dios quiere decir algo utiliza cualquier canal para hacer retumbar su voz poderosa capaz de desgajar los cedros del Líbano. Tomé como lectura el Salmo 27, -deudor de la teología del Salmo 23- y finalmente puse la cabeza en la almohada esperando pasar otra noche de perros. En efecto, apenas empezaba a caer en el sueño profundo, ese momento en el que se deja la conciencia y se cruza el umbral para penetrar en el mundo onírico, cuando caen todas las barreras y quedas totalmente indefenso, sobrevino la visceral angustia que se presenta como oleada que inunda el corazón y te despierta lleno de sobresalto, y sucede una y otra vez a lo largo de la noche.
No podía, no quería volver a lo mismo de antes y entonces fue que Dios me habló: empezaron a venir a mi mente los acordes maravillosos de la poesía del salmista "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?", el domingo, en la homilía mi pastor, el P. César Corres reflexionó sobre este Salmo y en la clase sobre el curso de Juan nos invitaste a contemplar la serpiente abrasadora de bronce y al Hijo de Dios levantado en la cruz. Pues bien, eso fue lo que hice, por primera vez en  mi vida me arrojé a la temible experiencia de mirar de frente la realidad de la depresión y a invocar a Jesús sufriente: ¡Tú eres poderoso Señor, tú eres mi salvación, ante ti doblan la rodilla todas las realidades  creadas! ¡Sálvame de mi angustia! ¡Ayúdame a convertir esta experiencia en momento de gracia y mirar más allá de su portada aterradora para encontrarme contigo!
Yo no he sido capaz de acompañar al Señor en su Getsemaní, pero Él se hizo presente  en el mío y cada vez que venía la angustia, Él se levantaba y acallaba la tormenta y después se quedaba conmigo, a la espera de la siguiente embestida, velando mi sueño como antaño lo hacía mi madre y susurrándome al oído ¡no tengas miedo! y así pude conciliar el sueño, pero más importante aún, conocí -en el sentido bíblico del verbo "conocer"- que Jesús es real, más aún, el sustento de toda realidad -el conocimiento teológico que brota de la contemplación del crucificado - y experimenté su omnipotencia y eterno amor salvador.
Al día siguiente -y quizá esto sea aún más extraordinario- cuando se avecinaba la noche, por encima de la sensación de angustia que se insinuaba, una sensación de otro tipo se agitaba en mi interior, era excitante, como la excitación que provoca el encuentro con la novia o la primera noche durmiendo con la esposa. ¡Me descubrí deseando ya irme a la cama para volver a experimentar a Jesús del mismo modo que la noche anterior y di gracias a Dios por la depresión! ¿Locura? Tal vez, pero es la locura del amor de Jesús que me ha trastornado.
Tal vez, amable lector, el horizonte de respuesta a la angustiante pregunta sobre el mal –especialmente el que padecemos personalmente- no se encuentre en la fría elucubración racional sino en el misterioso espacio interpersonal del amor, de la comunión con Jesús que únicamente existe cuando nos atrevemos a vivir su Palabra.
                                                                                                                       Gracia y paz.


[1] El fideísmo es una patología de la fe, que renuncia a toda reflexión racional que pretenda comprender, para abrazar ciegamente una creencia. La revelación en sí misma, al adquirir forma histórica (hechos acontecidos en la historia humana y explicados con palabras humanas) se hace inteligible a la razón. Esto, desde luego no significa que el Misterio pueda agotarse en la explicación racional, pero el hombre no tendría acceso a dicho Misterio si éste no se manifestará y revelara inteligiblemente.
[3] Lc 12,11; Mt 10,17-20; Mc 13,11

No hay comentarios:

Publicar un comentario