martes, 1 de marzo de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 6 DE MARZO DEL 2011 9° DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A



1. LECTURAS
Deuteronomio (11,18.26-28): Moisés habló al pueblo, diciendo: «Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente. Mirad: Hoy os pongo delante bendición y maldición; la bendición, si escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os desviáis del camino que hoy os marco, yendo detrás de dioses extranjeros, que no habíais conocido. Pondréis por obra todos los mandatos y decretos que yo os promulgo hoy.»
Sal 30: A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú que eres justo, ponme a salvo inclina tu oído hacia mí, ven aprisa a librarme. Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte por tu nombre dirígeme y guíame. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo sálvame por tu misericordia. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.
Romanos (3,21-25.28): Ahora, la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los profetas, se ha manifestado independientemente de la Ley. Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley.
Mateo (7,21-27): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día, muchos dirán: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?" Yo entonces les declararé: "Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.»


1. REFLEXIÓN
En la primera lectura se nos presenta un fragmento de ese gran discurso de despedida de Moisés que viene a ser el libro del Deuteronomio. Es concretamente una exhortación que habla de la maldición o la bendición que se derivan de seguir o no seguir a Dios en fidelidad. En la liturgia el texto se utiliza con frecuencia para expresar esa libertad que tenemos para elegir entre el bien y el mal.
Somos libres. La libertad es uno de nuestros grandes dones constitutivos. Podemos elegir nuestro estilo y sistema de vida; pero debemos ser conscientes del costo de nuestra libertad de opción. Toda elección es a la vez una renuncia: elegimos una opción gracias a que desechamos las demás que nos eran posibles. No es posible elegir sin renunciar. Y no podemos dejar de optar ni de renunciar. Es el riesgo de vivir, porque el mero hecho de vivir es elegir, y renunciar. Es decir: nuestra vida no está hecha: la tenemos que hacer, y la hacemos optando, continuamente, día a día. Al ritmo de cada elección. Aunque hay que distinguir cuidadosamente entre opciones y opciones, entre las opciones que comprometen un acto, un rato, un día, una semana... y las que comprometen nuestra vida a largo plazo, o el estado de vida, el tipo de trabajo o la profesión (cuando se puede elegir...); y, aun por encima de estas grandes opciones, queda todavía nuestra «opción fundamental», algo que no queda negado simplemente por un error o un acto menor contrario.
Por lo que se refiere a Dios, él ya hizo sus opciones fundamentales, que deben ser nuestra guía existencial: por el Amor, por la Justicia, por el Mundo, por toda la Vida y por la vida plena, por la Comunión universal...
El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos toca el punto neurálgico de la vida espiritual cristiana: la justificación/salvación del hombre no se debe a las obras sino a la gracia, el hombre se salva no por su esfuerzo sino por la fe. Podría parecer que este axioma[1] teológico no requiere mayor comentario, pero si miramos con atención el modo de proceder de muchos buenos cristianos, no podremos menos que constatar que la religión de la retribución (tú me das y yo te doy, hago tal o cual cosa religiosa y entonces Dios tendrá que corresponderme dándome cosas o bienes) es cosa muy actual y entonces nunca estará de más reiterar que según el conjunto de la revelación bíblica, la gracia tiene primacía sobre las obras y por lo tanto, la libertad del cristiano no se ejerce entre la decisión de optar entre un cierto código moral u otro (obras), sino entre la adhesión existencial y totalizadora a Jesús (fe) o la incredulidad.
El evangelio de hoy, de Mateo, nos presenta la sección final del largo sermón de la montaña. Todo el fragmento que hoy leemos está centrado en el tema de «la primacía del hacer sobre el decir». Es un evangelio con el que sintoniza inmediatamente la cultura moderna, que en los últimos siglos ha sido, fundamentalmente, «filosofía de la praxis»: aunque todo es importante, lo más importante no es el decir, el pensar, el interpretar o reinterpretar, sino el hacer, el construir, el amar efectivamente y el amar con eficacia; no simplemente el decir, o el invocar a Dios, el rezar, ni el culto, sino «hacer la voluntad de mi Padre», llevar adelante el «Proyecto de Dios».
En esto, Jesús recoge y potencia el mensaje que ya elaboraron y anunciaron los profetas, varios siglos antes de él. Fue en el llamado «tiempo axial»[2], cuando, en varias zonas dispersas de la Humanidad, más o menos «simultáneamente», se dio un «crecimiento de la conciencia religiosa». Esta percepción de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría, del amor-justicia sobre el culto... es tal vez una de las aportaciones más claras que el judaísmo hizo a ese concierto universal de la maduración de la humanidad en el llamado «tiempo axial». De esa madurez hemos estado viviendo en los casi tres milenios transcurridos, aunque hoy todo parece estar indicando que estamos entrando en un nuevo tiempo axial, que exige a la humanidad nuevos «saltos cualitativos» de maduración.
Estos nuevos saltos cualitativos que esperamos, no invalidarán aquellos ya dados, sino que, simplemente, los prolongarán y profundizarán. Mientras, la lección de la sabiduría adquirida por la humanidad sigue vigente, y el evangelio de hoy se encarga de recordárnoslo. Los profetas clásicos de Israel pusieron el amor-justicia, o sea, la construcción de una sociedad humana, justa y feliz, por encima de una religiosidad cultualista (que privilegia el culto) o espiritualista (que se preocupa de lo espiritual en vez de lo material) o intimista (que prefiere la vivencia interior por encima de las implicaciones sociales). «”Misericordia” quiero (o sea, práctica del amor-justicia), no “sacrificios” (sacrificios ofrecidos en el culto, se entiende)», decía paradigmáticamente Oseas (6,6). Jesús, en otra parte del evangelio, pero sobre todo en su vida y en el conjunto de su predicación, recoge y vuelve a proclamar vivamente este mensaje profético, del que el judaísmo tardío se había ido apartando a favor –de nuevo- del cultualismo y del legalismo.
Esta dimensión del amor-justicia vivido con eficacia histórica y privilegiado por encima del cultualismo, intimismo o doctrinarismo, es tal vez el principal legado de la corriente judeo-cristiano-islámica al concierto universal de las religiones, y se originó en ese primer «tiempo axial» del milenio anterior a Jesús, el tiempo clásico de los grandes profetas de Israel. Jesús, como decimos, lo retomó, lo hizo suyo y lo proclamó con prioridad. Pero a lo largo de los siglos siguientes, sobre todo a partir de que el cristianismo fuera “aprisionado” por el Imperio romano y fuera transformado en su «religión» de Estado, esta dimensión esencial pasó a la penumbra, a favor sobre todo del adoctrinamiento (dimensión teórica y ortodoxia) y del sobrenaturalismo (segundo piso, metafísica, la «gracia sobrenatural» que se adquiere principalmente por el culto de la religión...). En este sentido, la llamada “Teología de la liberación” (en realidad todo quehacer teológico debería ser una profunda reflexión sobre la liberación que Cristo es para el mundo) ha jugado un papel importantísimo en la recuperación crística del talante revolucionario del mensaje de Jesús y una bofetada a todo dogmatismo irreflexivo y estéril. Sin embargo, la auténtica liberación no consiste en un mero activismo socio-político desvinculado de la escucha mística de la Palabra, sino en un compromiso con los sufrientes y una lucha frontal contra todo lo que se oponga a la plenitud humana, enraizados en la escucha atenta, en la meditación de la bendita Palabra de Dios que se hace en lo profundo de la conciencia, reducto sagrado e inviolable donde se toman las grandes decisiones a favor o en contra de Jesús y de los hombres.
                                                                                     Gracia y paz.


[1] Un axioma es  una proposición tan clara y evidente que se admite sin necesidad de demostración
[2] Sobre el tiempo axial véase el libro de Karen ARMSTRONG, La gran transformación, Paidós, Buenos Aires - México 2007.

No hay comentarios:

Publicar un comentario