lunes, 6 de junio de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 12 DE JUNIO DEL 2011 PENTECOSTÉS CICLO A


Hch 2,1-11: << Se llenaron todos de Espíritu Santo >>
Salmo 103: << Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra >>
1 Cor 12,3b-7.12-13: << Hay diversidad de dones pero un mismo Espíritu >>
Jn 20,19-23: << Reciban el Espíritu Santo, a los que les perdonen los pecados les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar >>>>
UNIDOS POR EL ESPÍRITU PARA LLEVAR EL PERDÓN DE DIOS A TODOS LOS HOMBRES
Jorge Arévalo Nájera
Celebramos hoy la fiesta solemne de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua. Fiesta del Espíritu Santo y de la «inauguración» de la misión de la Iglesia.
El relato de Hechos que proclamamos como primera lectura es una construcción del escritor lucano. Su finalidad es eminentemente teológica. No es un acontecimiento cronológico sino kairótico (el término griego kairós significa tiempo, pero con la connotación de tiempo de gracia, de intervención salvífica de Dios que cualifica con tintes de trascendencia el tiempo cronológico) en la misma línea de la fiesta de la ascensión que celebramos y comentamos el domingo pasado. Lucas recoge la «fiesta de las semanas» del antiguo Israel. Esta fiesta se celebraba para conmemorar la llegada del pueblo al Sinaí. La entrega de las tablas de la Ley a Moisés en medio de truenos relámpagos y viento huracanado.
El redactor de Hechos toma los elementos simbólicos de resonancia cósmica para manifestar que es una intervención de Dios que promulga la nueva y definitiva ley, la del Espíritu que procede del crucificado.
 Quiere significar la irrupción del Espíritu Santo en la historia humana. Es el comienzo de la etapa definitiva en la historia de la salvación. Es el comienzo de la predicación del evangelio por parte de la Iglesia apostólica. Estos elementos también recuerdan el anuncio profético del «Día del Señor». Este pasaje entrelaza elementos históricos y escatológicos. El Espíritu empuja a la Iglesia más allá de las fronteras geográficas y culturales. Por eso todos entienden el mensaje en su propia lengua. Allí se han dado cita todos los pueblos hasta entonces conocidos indicando la universalidad del mensaje evangélico. Otro elemento importante es el aspecto comunitario: los discípulos están reunidos en comunidad y el anuncio inaugura una nueva comunidad.
En la primera de Corintios Pablo enfatiza la acción del Espíritu en la vida de los creyentes y en la construcción de la Comunidad eclesial. Consciente de las divisiones que se vivían al interior de esta comunidad insiste en que los dones, los carismas, los ministerios y los servicios proceden de un mismo Espíritu. Por lo tanto todos los carismas, dones y ministerios están en función del crecimiento de la Iglesia. La acción del Espíritu cualifica la misión de la Iglesia en el mundo y no sólo para la santificación individual. El Espíritu articula interiormente la misión de Jesús y la misión de la Iglesia.
El evangelio según San Juan presenta dos escenas contrastantes. En primer lugar, los discípulos encerrados en una casa, llenos de miedo y al anochecer. En segundo lugar, la presencia de Jesús que les comunica la paz, les muestra sus heridas como signo de su presencia real, se llenan de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión.
El miedo, la oscuridad y el encerramiento de «la casa interior» se transforman ahora con la presencia de Jesús en paz, alegría y envío misionero. Son signos tangibles de la acción misteriosa y transformante del Espíritu en el interior del creyente y de la comunidad. Resurrección, ascensión, irrupción del Espíritu y misión eclesial aparecen aquí íntimamente articuladas. No son momentos aislados sino simultáneos, progresivos y dinamizadores en la comunidad creyente.
Jesús cumple sus promesas. Les ha prometido a sus discípulos que pronto regresará, que nos les dejará solos. Les ha dicho que el Espíritu Santo de Dios les asistirá para que entiendan todo lo que él les ha anunciado. Así lo hace. Ahora les comunica el Espíritu que todo lo crea y lo hace nuevo. Jesús sopla sobre ellos como Dios sopló para crear al ser humano. Ellos son las personas nuevas de la creación restaurada por la entrega amorosa de Jesús.
La violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad nos llenan de miedo, desaliento y desesperanza. No vemos salidas y preferimos encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros asuntos individuales y olvidarnos del gran asunto de Jesús. Entonces es cuando él irrumpe en nuestro interior, traspasa las puertas del corazón e ilumina el entendimiento para que comprendamos que no nos ha abandonado. El sigue presente en la vida del creyente y en el seno de la comunidad.
Sigue actuando a través de muchas personas y organizaciones que se comprometen a cabalidad para seguir luchando contra todas las formas de pecado que deshumanizan y alienan al ser humano. El Espíritu de Dios sigue actuando en la historia aunque aparentemente no lo percibamos.
La Comunidad toda –y no sólo una élite privilegiada- recibe el encargo de perdonar pecados. El gran don del Espíritu para el mundo es la reconciliación universal, y no podía ser de otra manera, pues el Espíritu es en esencia la Comunión intratrinitaria misma, es el que posibilita la comunión de los diversos divinos (el Padre es diferente del Hijo y el Hijo es diferente del Padre) y por ende, la comunión entre los hombres.
El pecado es en efecto, la realidad que disgrega, que divide, que confronta violentamente a los distintos porque les hace percibirlos como enemigos a los cuales hay que destruir si se quiere prevalecer. El Espíritu hace posible la comunión porque hace descubrir y vivir la diferencia como algo deseable y bueno, inclusive necesario en el orden creacional.
Pues bien, la comunidad cristiana, empoderada por el Espíritu está llamada a ser signo de reconciliación, germen de una sociedad alternativa y reconciliadora que con su testimonio profético existencial denuncia el pecado para que los demás, descubriéndolo puedan hacer una opción por el amor o por el odio y ellos mismos decidan el tipo de vida que quieren vivir. La potestad de la Iglesia entonces, consiste en declarar la contumacia del pecador (retener los pecados) y la apertura a la gracia (perdón de los pecados).
Ante la Palabra que desnuda los corazones, conviene preguntarnos: ¿Qué signos de la presencia dinamizadora del Espíritu de Dios podemos percibir en nuestra vida personal, familiar y comunitaria? ¿Conocemos personas que actúan bajo la acción del Espíritu? ¿Por qué? ¿Qué podemos hacer para descubrir y potenciar los dones y ministerios que el Espíritu sigue suscitando en personas y comunidades?
Gracia y paz.

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