lunes, 18 de junio de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 24 DE JUNIO DE 2012



1.      LECTURAS
Isaías 49,1-6: << Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso." Mientras yo pensaba: "En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas", en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra". >>
Salmo 138: << Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras. Conocías hasta el fondo de mi alma. No desconocías mis huesos, cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra. >>
Hechos 13,22-26: << En aquellos días, dijo Pablo: "Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: "Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos." Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias." Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación." >>
Lucas 1,57-66.80: << A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: "¡No! Se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tus parientes se llama así." Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre." Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel. >>

2.      REFLEXIÓN
Profetas elegidos desde el vientre materno para ser heraldos del Esposo
Jorge Arévalo Nájera
Hoy la Iglesia celebra jubilosa el natalicio de Juan Bautista y la liturgia de la Palabra nos presenta un extraordinario panorama teológico/espiritual, no sólo para reflexionar sobre tan importante figura dentro de la historia de la salvación, sino y sobre todo para descubrir las implicaciones que para nuestra vida tiene Juan Bautista si lo consideramos como figura simbólica de todo discípulo del Cristo.
En efecto, el recurso bíblico de utilizar los personajes históricos para crear figuras simbólicas que resultan ser prototipos del discípulo en sus diversas dimensiones espirituales está atestiguado en multitud de pasajes del Nuevo Testamento. De este modo, los ciegos, tullidos o leprosos que históricamente curó Jesús trascienden las barreras del espacio y del tiempo para convertirse en figuras simbólicas que nos representan a todos los que queremos seguir al profeta galileo e Hijo de Dios.
 Del mismo modo, María, José, Zacarías e Isabel, pero también Herodes, Pilato y las autoridades judías de un modo u otro somos nosotros mismos. Juan Bautista no podía ser la excepción.
En la primera lectura, del libro de Isaías,  se nos narra –siempre con una intención catequética/teológica para la Iglesia- la vocación del profeta. Esto quiere decir que su vocación es paradigmática, ejemplar de una vocación universal a la que todo discípulo está llamado. En Cristo la profecía es un don para todos (el pueblo de Dios es todo él profético) y no solamente para unos cuantos estrafalarios personajes dotados de alguna clase de superpoder para adivinar el futuro.
Todos somos llamados desde el vientre materno de la Iglesia, en el bautismo morimos al pecado, somos engendrados por Dios como hijos y nacemos a la vida nueva del Resucitado para que al modo de él, seamos profetas de Dios; guardados en su mano poderosa, portadores de una palabra afilada como espada de doble filo capaz de descubrir las intenciones del corazón humano y exponer en toda su crudeza la ambigüedad y el pecado, siendo como flechas bruñidas (y por lo tanto irrompibles y brillantes) que en manos del Señor atraviesan raudas el aire para impactar certeramente las estructuras empecatadas del mundo, valientes porque confiados en que nuestro salario es Dios mismo y antorchas vivas que iluminan anunciando el designio universal de la salvación que ha llegado…¡Hermosa y esperanzadora imagen del profeta cristiano!
El Salmo responde a las mociones que suscita el bellísimo texto de Isaías y agradece la acción portentosa y amorosa de Dios que actúa en el profeta desde el mismísimo seno materno. Recordemos que el verbo “conocer” (en hebreo << yadah >>) no se refiere al conocimiento intelectual o conceptual de una realidad. Esta palabra se reserva para hablar de un conocimiento experiencial, relacional, de profunda interacción de respeto y aceptación del otro. Este tipo de conocimiento queda expresado de manera plena en la relación conyugal, en la que los cónyuges se entregan y se reciben mutuamente con la totalidad de su ser y generan un “conocimiento” que nadie, ni la madre siquiera puede tener del misterio personal de los individuos.
Dios conoce de este modo a los hombres, está involucrado en su totalidad divina en el proceso creacional de su criatura, tanto como el alfarero pone toda su alma (nesamá) en la creación de su obra maestra, única e irrepetible. El verbo hebreo yasar (formar) es propio del quehacer artesanal del alfarero (yoser) y la imagen trae consigo toda la carga emotiva que le es propia al quehacer del artesano y a su gozo cuando por fin contempla su obra acabada en la cual de algún modo se refleja su mismo corazón.
Podríamos aventurarnos a afirmar que entonces, el ser profeta no es un añadido a la naturaleza humana, sino que forma parte de su identidad más profunda. Así lo ha formado Dios desde la urdimbre más profunda de sus entrañas, lo ha ido modelando de tal forma que su ser todo es profético.
Es verdad que en la Escritura pareciera que sólo unos cuantos son elegidos para el ministerio profético, pero tal vez y desde una lectura cristológica deberíamos replantearnos si ese llamado es exclusivo o si solamente algunos son los que descubren el llamado universal a la profecía.
La razón cristológica de lo que afirmo la empieza a perfilar Lucas en los Hechos de los Apóstoles; es necesario que los profetas anuncien la llegada del Mesías para que los corazones de los hombres se preparen al encuentro con Cristo. Los profetas son los exponentes de la esencia de la revelación, de la ley y las promesas. Surgen en momentos aciagos en los que parece perderse de vista la esencia misma de Dios que es la misericordia y el perdón, la justicia social y la paz.
Cuando las instancias oficiales religiosas o políticas pierden el horizonte liberador, se pervierten y establecen pactos con los poderes establecidos olvidándose de los sufrientes del mundo con tal de mantener una posición o privilegios mundanos, entonces los profetas deben levantarse como heraldos del Señor, desarraigar y plantar, destruir y edificar, anunciar y denunciar toda forma de opresión, violencia y exclusión.
Cristo no es recibido en plenitud en los corazones sin un anuncio profético previo, es necesario preparar a los hombres inmersos en una cultura secularizada para que a través de la concientización sobre la propia participación en la generación y sostenimiento de estructuras sociales opuestas a la libertad y al amor, el corazón se ensanche, enderece sus sendas, abaje los montes y eleve las simas para recibir al Esposo que viene a consumar las bodas.
Esto es precisamente lo que afirma el evangelio de Lucas al narrarnos el episodio en el que los padres del profeta le imponen el nombre de Juan. Bien sabemos que el “nombre” en la mentalidad bíblico/semita no es simplemente una etiqueta para distinguir. El “nombre” tiene toda una carga de identidad, de sentido existencial, de misión. Así, Juan significa “Yahvé tiene misericordia o Yahvé se apiada” y ¿de quién ha tenido misericordia? ¡Ni más ni menos que de Isabel (representación del Israel estéril y caduco al que Yahvé le ha concedido la última posibilidad de dar fruto si acepta el mensaje del último profeta veterotestamentario que Dios ha suscitado en sus entrañas) y del viejo Zacarías (que significa “Yahvé se acuerda”), imagen del anquilosado sacerdocio incapaz de realizar el auténtico Zicaron (acto cultico que actualiza la salvación) y de proferir una palabra de bendición para su pueblo y cuya última oportunidad es abrirse a la novedad de la palabra profética que prepara el advenimiento del Mesías.
 En efecto, nosotros, el nuevo pueblo de Dios estamos llamados a ser nuevos Bautistas y quizá la última oportunidad para que el mundo agonizante cambie su esterilidad por fecundidad que salte hasta la vida eterna abriéndose al Esposo que está viniendo.
                                                                                                       Gracia y paz.

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