1.
LECTURAS
Amós 7,12-1; << En aquellos días, dijo
Amasías, sacerdote de Casa-de-Dios, a Amós: "Vidente, vete y refúgiate en
tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en
Casa-de-Dios, porque es el santuario real, el templo del país." Respondió
Amós: "No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de
higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi
pueblo de Israel” >>
Salmo 84; << Voy a escuchar lo que
dice el Señor: / "Dios anuncia la paz / a su pueblo y a sus amigos."
/ La salvación está ya cerca de sus fieles, / y la gloria habitará en nuestra
tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, / la justicia y la paz se
besan; / la fidelidad brota de la tierra, / y la justicia mira desde el cielo. El
Señor nos dará lluvia, / y nuestra tierra dará su fruto. / La justicia marchará
ante él, / la salvación seguirá sus pasos. >>
Efesios
1,3-14; <<
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la
persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos
eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos
santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona
de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su
gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en
alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el
perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un
derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Éste
es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento
culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. [Por
su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por
decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya
esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros, que
habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en el
que creísteis, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido,
el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para
alabanza de su gloria.] >>
Marcos 6,7-13; << En aquel tiempo, llamó
Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los
espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada
más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen
sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: "Quedaos en la casa
donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe
ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa."
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con
aceite a muchos enfermos y los curaban. >>
2.
REFLEXIÓN
ENVIADOS PARA
INCOMODAR AL MUNDO ANUNCIÁNDOLE QUE LA PAZ Y LA JUSTICIA SON POSIBLES
JORGE ARÉVALO NÁJERA
Multitud de personas
buscan a Dios –entendido en este momento como la realidad trascendente, aunque
no necesariamente como el Ser personal por antonomasia- para encontrar paz y
consuelo en situaciones desesperadas, otras para lograr el equilibrio entre mente
y cuerpo, otras más para serenar su angustia ante la muerte –siempre cercana- y
garantizar de algún modo la permanencia más allá de la caducidad del momento
presente. Así, se refugian en las prácticas que ofertan las diversas propuestas
religiosas para que puedan por fin encontrar aquello que tanto buscan.
Misas, rezos, servicios
religiosos diversos, jornadas de oración, talleres de vida, elaboradas
doctrinas ratificadas como sagradas, códigos éticos complicadísimos, rituales más
o menos fastuosos cargados de símbolos que nadie entiende, fórmulas esotéricas a
las que sólo algunos privilegiados tienen acceso, etc., forman parte del
arsenal espiritual que las religiones o movimientos “espirituales” ponen al
servicio de los buscadores de lo trascendente, es decir, de aquello que está más
allá de la inmediatez, de lo que el hombre puede lograr con sus propios medios.
Es verdad que cada vez
más ésta búsqueda se da fuera de las religiones institucionales, pero de
cualquier modo, el hombre sigue buscando la experiencia numinosa[1] como
fundamento dotador de sentido para su propia vida y para el mundo que le rodea.
Dígase lo que se diga, no nos bastan las explicaciones inmanentes[2]
con que pretendemos dotar de sentido –o sinsentido- a las diversas parcelas de
la realidad. Buscamos un “más allá”, una realidad meta-histórica que pueda,
libre de los condicionamientos históricos, dar un sentido de totalidad al
mundo.
Y dado que esto es así,
sería de esperarse que cuando alguien anuncia a Jesucristo -a quien los
cristianos confesamos como la clave hermenéutica que descifra el misterio
humano y el Misterio divino-, la respuesta sería de aceptación gozosa y de
pronta respuesta. Sin embargo, esto sólo sucede cuando el Dios que se anuncia
resulta compatible con las expectativas de las mayorías y entonces se trata de
un “dios” creado por el hombre a su imagen y semejanza (el clásico dios
tapa-agujeros, el dios cumple-caprichos, el dios permisivo que acaba
legitimando todas nuestras arbitrariedades, el dios providencialista que está a
nuestra disposición -siempre y cuando
seamos fieles cumplidores de la normatividad religiosa- para asegurarnos un
buen trabajo, salud, una bonita casa y una serie de “bendiciones” por el
estilo. A fin de cuentas, un fetiche fácilmente manipulable que nada tiene que
ver con el Dios revelado en Jesús de Nazaret.
Pero en buena medida, Dios
es rechazado a causa de una anti-evangelización que muestra una imagen divina
contraria a la libertad humana, a una autonomía relativa que permite al ser
humano ejercer su creatividad en la construcción de su propia vida y la del
mundo que le rodea. En este caso se trata del dios-policía, del gran ojo que
todo lo vigila al más puro estilo de Sauron, el señor oscuro de la fascinante
trilogía “El Señor de los Anillos”
escrita por el filólogo y escritor británico J.R.R. Tolkien, o bien del dios-juez
que con terrible impiedad aguarda el más mínimo error humano para descargar sobre
él todo su ira, o el dios cuentachiles que registra en su libro hasta el más mínimo
detalle de lo que hacemos y va poniendo palomitas o taches en la casilla
correspondiente y en el juicio final hará un conteo para decidir si somos
dignos de entrar al cielo, al purgatorio o definitivamente a los apretados
infiernos.
Así, el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo queda oculto tras los fuegos fatuos y su poder
liberador y humanizador escapa a los atribulados buscadores que tienen que
conformarse con las mentiras y deformidades que la sociedad, la cultura o la
religión les ponen enfrente y les venden como la perla genuina de gran valor,
siendo que no vale ni un centavo.
Y es que anunciar al Dios
de la Biblia no resulta sencillo por varias razones:
1.
Porque hay que hacerlo en un contexto social
en el que han permeado fuertemente ideologías francamente contrarias al
Evangelio y los hombres las han introyectado fuertemente en su mente.
2.
Porque las imágenes de Dios que las
personas tienen, poco o nada tienen que ver con el Dios bíblico y dado que provienen
del entorno religioso, cultural o
familiar, es muy complicado lograr la conciencia de la necesaria deconstrucción
de dichas imágenes para iniciar un lento y fatigoso proceso de asimilación del
Dios verdadero tal y como se nos ha revelado en la Biblia.
3.
Generalmente la reacción es violenta, de
rechazo profundo y toma la forma de acusaciones de herejía, de
anti-eclesialidad, de infidelidad a las sacrosantas tradiciones, etc.
Sin embargo, profetizar
es un imperativo, un mandato expreso para todo bautizado. Ser profeta no es un
añadido al cristiano, forma parte irrenunciable de su nuevo estatuto ontológico
(es profeta, rey y sacerdote en virtud del Espíritu que le ha sido conferido) y
por ello, es convocado a anunciar la Buena Nueva con fidelidad y mostrar a los hambrientos
de Dios que ya es posible lograr una vida en la que la paz y la justicia se
besan, la misericordia y la fidelidad se encuentran. Convocados a denunciar y
luchar en contra de las estructuras ideológicas –aunque estén disfrazadas de
piedad y huelan a sagrado- que oprimen y esclavizan a los hombres impidiéndoles
ser personas plenas y felices, a edificar mediante los valores evangélicos una Iglesia
y una sociedad más acorde con el reinado de Dios.
Hace muy poco tiempo,
una personita muy querida por mí me hizo el privilegio de su confidencia. Abrió
su corazón atribulado, temeroso y lastimado para compartirme algo que no podía mantener
más en secreto. Nunca olvidaré sus ojos llenos de lágrimas al mirarme esperando
mi reacción a su confidencia.
El mundo se detuvo para
mí, todo quedo en suspenso, llovía afuera y le pedí al Señor que más allá de
mis creencias, Él se manifestara e hiciera brillar su rostro sobre ella. ¿Qué
necesitan los que sufren por cualquier causa? ¿Un rollo dogmático, un juicio religioso sobre
su situación? ¿O que se les muestre diáfano
el rostro del Dios que lo único que sabe hacer es amar sin límites y sin
condiciones, que no enjuicia desde categorías humanas excluyentes y violentas sino
que perdona y que acoge a todos por igual? Y créame amable lector, cuando uno
hace de lado sus prejuicios y deja a Dios ser Dios, su gloria se hace visible,
libera y recrea mundos nuevos. ¿Quién sabe? Tal vez esta personita ahora se
deje mover por el Espíritu amoroso de Dios y se decida a buscarle y entablar
una relación de amor y vivir la experiencia fascinante de hacerse discípulo del
bienamado Jesús que le espera con los brazos extendidos.
Con esto no quiero
decir que Dios no requiera la conversión de todos, ¿pero hemos de ser nosotros
quienes decidamos lo que eso significa en cada caso particular? ¿Quiénes nos
creemos para enjuiciar y condenar a los hijos de Dios? ¡Eso sí que es herejía y
blasfemia, arrogancia sin límites la de querer usurpar el derecho que sólo a
Dios compete! Por eso, somos enviados para incomodar al mundo, anunciándole con
el testimonio y la Palabra que la paz y la justicia son posibles en medio de un
mundo violento y excluyente.
Gracia y paz.
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