1.
LECTURAS
Za 8, 20-23 <<Así
habla el Señor de los ejércitos: Vendrán asimismo pueblos y habitantes de
muchas ciudades. Los habitantes de una
ciudad irán a otra, diciendo: “Vamos a apaciguar el rostro del Señor y a buscar
al Señor de los ejércitos; yo también quiero ir”. Pueblos numerosos y naciones poderosas vendrán
a Jerusalén a buscar al Señor de los ejércitos y a apaciguar el rostro del
Señor. Así habla el Señor de los
ejércitos: En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas que hablan las
naciones, tomarán a un judío por el borde de sus vestiduras y le dirán:
“Queremos ir con ustedes, porque hemos oído que Dios está con ustedes”.
>>
Sal 66 << Ten piedad de nosotros y
bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad
y los pueblos tu obra salvadora. Las naciones con júbilo te canten, porque
juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la
tierra a las naciones. La tierra ha
producido ya sus frutos, Dios nos ha bendecido. Que nos bendiga Dios y que le
rinda honor el mundo entero. >>
Ro 10,9-18 << Porque si confiesas con tu boca que Jesús es
el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás
salvado. Con el corazón se cree para
alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. Así lo afirma la Escritura: El que cree en él,
no quedará confundido. Porque no hay
distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que
colma de bienes a quienes lo invocan. Ya
que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo
creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo
predica? ¿Y quiénes predicarán, si no se
los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que
anuncian buenas noticias! Pero no todos
aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra
predicación? La fe, por lo tanto, nace
de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de
Cristo. Yo me pregunto: ¿Acaso no la han oído? Sí, por supuesto: por toda la
tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo.
>>
Mc 16,15-20 << Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que
no crea, se condenará. Y estos prodigios
acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán
nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un
veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y
los curarán».
Después
de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la
derecha de Dios. Ellos fueron a predicar
por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los
milagros que la acompañaban. >>
2. REFLEXIÓN
DECLARAR CON LA BOCA Y
CREER CON EL CORAZÓN PARA PODER SALVARSE
Lic. Jorge Arévalo Nájera
Hoy, la Iglesia celebra
el Domingo Mundial de las Naciones y nos exhorta a recuperar en toda su
densidad el imperativo con que Cristo mismo envía a sus discípulos a predicar
la Buena Noticia. Predicar la Palabra de Cristo no es algo optativo, no está
reservado a unos cuantos privilegiados, es una nota característica fundamental e
irrenunciable de todos los bautizados.
Por lo tanto, resulta
de vital importancia ahondar y meditar con toda seriedad sobre la Palabra que
hoy, Dios nos dirige para iluminar nuestro ser misionero. La primera lectura,
tomada del libro del profeta Zacarías enfatiza
el aspecto teleológico (final) de la misión: << Queremos ir contigo, pues hemos oído decir que Dios está con ustedes.
>> El pueblo de Israel ha sido
puesto por Dios en medio de las naciones para que haga resplandecer su gloria y
atraiga hacia sí a todos los hombres, sin distingos de razas, credos, sexo,
etc. Todos deben verse atraídos irresistiblemente por el Dios que habita en
medio de su pueblo.
Es verdad que Israel no
se ha caracterizado nunca por su afán proselitista o misionero, pero Zacarías
deja bien en claro que la Palabra debe ser predicada, que las maravillas que
Dios ha hecho y sigue haciendo en su pueblo deben ser anunciadas y compartidas
con todos los hombres. De este anuncio brota en el corazón de todos aquellos
buscadores de Dios, el deseo irrefrenable por conocerle más a fondo, de
sumergirse en el Misterio inefable de su amor. Zacarías nos aporta además un
dato eclesiológico de vital importancia; el que de verdad quiera encontrarse
con el Dios de la vida, no puede prescindir de su pueblo. La relación con el
Dios de la Biblia pasa indefectiblemente por la relación con la Iglesia.
Pero ojo, que quede
bien claro que cuando digo “Iglesia” no me refiero solamente a los curas o
religiosos consagrados, ni tampoco a rituales, doctrinas o dogmas, estoy
haciendo referencia sobre todo, al pueblo pequeño, a ese resto fiel a Yahvé del
que tan elogiosamente habla la tradición profética, a esos pequeñines
insignificantes a los ojos del mundo pero que en realidad son la niña de los
ojos de Yahvé, su especial tesoro y germen del nuevo mundo que se gesta en la
entrañas de la historia. Me refiero a todos aquellos que esperan confiadamente
y contra toda lógica mundana la salvación que solamente puede provenir de Dios
y que en medio de su opresión levantan su clamor confiado a su Padre/Madre de
los cielos. Si se prescinde de ellos en la búsqueda de Dios, entonces solamente
se encontrarán fetiches, amuletos, ídolos creados a nuestra imagen y semejanza,
que podrán tranquilizar momentáneamente la conciencia e inclusive hacernos
creer que tenemos una relación real con el Señor, pero en el fondo, son
quimeras alienantes que destruyen, sofocan y oprimen la vida.
Pero volvamos a nuestro
tema, el del anuncio de la Buena Nueva. En la segunda lectura, tomada de la
carta de San Pablo a los Romanos, el apóstol de
los gentiles –ciertamente un epíteto que le viene muy bien a colación en este
Domingo de las Misiones- hace una afirmación que debe ser muy bien entendida
para no caer en errores teológicos y espirituales muy graves: << Basta que cada uno declare con su boca que
Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los
muertos, para que pueda salvarse. >>
Si creemos que Pablo
está diciendo que es suficiente pronunciar una cierta confesión de fe acerca
del señorío de Jesús y tener una convicción sentimental sobre la realidad de su
resurrección para sentirnos libres de la condenación, simple y sencillamente NO
HEMOS ENTENDIDO A PABLO.
Para entenderlo,
debemos “bucear” un poco en la mentalidad semita del apóstol (recordemos que
era un fariseo de pura cepa y que su forma
mentis fue moldeada en las tradiciones ancestrales de Israel, a pesar de
que se haya criado en ambiente griego). En primer lugar, para un semita, la
palabra no es un simple sonido articulado que posee un sentido práctico y que
sirve para comunicarse con los demás. La palabra es la expresión verbal de la
interioridad de quien la pronuncia y por ello, es reveladora del misterio
personal. Una palabra mentirosa revela vacuidad, inconsistencia, dilución de la
identidad, mientras que una palabra que se verifica en acciones concretas,
habla de consistencia, identidad bien definida, autoconocimiento y autoposesión.
De aquí, que cuando
Pablo afirma que BASTA con declarar con la boca el señorío de Jesús, está
hablando de que dicha declaración es la expresión verbal de algo que ya sucede
en el interior del individuo y que supone una verificación empírica mediante
acciones concretas de cara a la propuesta de Jesús. La palabra explica la causa
de los actos y los actos confirman la verdad de la palabra. Si pongo la otra
mejilla cuando me golpean y al mismo tiempo declaro la causa de mi actitud ante
la violencia, entonces estoy declarando con mi boca que Jesús es el Señor. Si
mis acciones contradicen mi declaración, entonces mi palabra es blasfema por
mucho que ponga cara de misticismo cuando hablé de Jesús.
Por otro lado, “creer”
para un semita, no significa simplemente la aceptación acrítica de una serie de
postulados doctrinales, creer o tener fe, significa adherirse existencialmente
a una propuesta de vida, en este caso la de Jesús. En suma, proclamar –o declarar- y vivir –creer-
son realidades dialécticas que se iluminan y juntas forman una sola realidad,
la del hombre salvado que glorifica con su palabra y su obrar al Señor Jesús.
Es precisamente así que
Jesús encomienda a sus discípulos ir por el mundo, anunciando la Buena Nueva a
toda la creación, haciendo llegar de palabra y obra el amor liberador y salvífico
de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Ahora bien, Marcos hace hincapié en la respuesta que espera de los
destinatarios ante la predicación del Evangelio; bautizarse y creer. Luego
entonces, aquí no se trata del bautismo y la fe como dones de Dios, sino como
respuesta del hombre ante dichos dones.
Bautizarse significa en
este texto de Marcos “dejarse sumergir en el Misterio de amor anunciado por los
discípulos”, Misterio que será explicitado por Mateo “bautizarse en el nombre
del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Pero sólo se bautiza el que se
abandona confiadamente –cree- en el Señor Jesús como única posibilidad de
salvación, de plenitud, de liberación integral, de paz y gozo infinito.
Los frutos que devienen
de esta fe/inmersión son abundantes y sorprendentes; arrojar demonios en su
Nombre (expulsar eficazmente ideologías opresoras y alienantes que impiden a
los hombres ser felices), hablar lenguas nuevas (pronunciar palabras con
plenitud de sentido para todos, palabras que realizan lo que anuncian, paz y
bien para todos), cogerán serpientes en sus manos (dominio total sobre las
criaturas, que así pasan de ser ídolos a árboles deleitosos a la vista y buenos
para comer), beberán veneno mortal sin que les haga daño (estarán en el mundo,
con sus ideologías mortales, pero no serán del mundo sino que poseerán la
sabiduría que viene de lo alto) y sanarán a los enfermos (los signos visibles
del pecado, -que así eran consideradas las enfermedades- desaparecerán porque
la palabra sana desde la raíz al ser humano.)
Gracia y paz.
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