martes, 21 de enero de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 26 DE ENERO DEL 2014. 3° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A.

1. Lecturas
Is 8,23b–9,3: En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Engrandeciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Sal 26,1.4.13-14: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, y estar continuamente en su presencia. La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía.
1 Co 1,10-13.17: Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.» ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
Mt 4,12-23: Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»  Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, al que llaman Pedro, y Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
2. Reflexión
Iluminados, alegres y llenos de esperanza para rescatar a los hombres
Jorge Arévalo Nájera
Al escribir esta reflexión me cuestiono sobre el sentido que tiene Cristo para mí y la forma en la que hasta hoy he vivido mi fe en Él, y espero en Dios que de algo le sirva, amable lector, mi experiencia propia.
 El profeta Isaías hace una lectura teológica de los acontecimientos históricos que han vivido las tribus de Neftalí y Zabulón (su deportación a Asiria en el 734 a.C) y atribuye la ruina de ambas a su transgresión a la alianza, a la fidelidad a Yahvé. Han entregado su corazón, su vida misma, sus afectos y sus acciones a otros señores y han construido su historia sobre las bases de la idolatría.
Por eso, el profeta los considera sumidos en las tinieblas, incapaces de vislumbrar un horizonte de sentido y trascendencia, ¡caminan en las tinieblas! Y lo único seguro para el que camina en la oscuridad es el fracaso, el despeñamiento en los abismos, la pérdida de la orientación y finalmente de la esperanza. Y bien sé que la idolatría no es la grosera representación de divinidades paganas –esto es solamente un símbolo y una manifestación primitiva de la verdadera idolatría-, sino el prestar oídos a toda palabra que viene del mundo y me promete felicidad, alegría sin fin, ausencia de sufrimiento y lo único que realmente ofrece es vaciedad, aturdimiento, desesperanza y dolor sin sentido.
Y sin embargo, me he entregado a estos señores con singular desparpajo, haciéndome miembro solidario de Neftalí y Zabulón, ¡cuántas veces me he perdido por las deslumbrantes voces y figuras que el consumismo me ofrece y acabo en callejones oscuros y sin salida, lleno de deudas que me quitan el sueño y la paz! ¡Cuántas veces he negado un rostro alegre o una palabra amable al prójimo y a cambio le he mostrado un gesto duro para que se aleje lo más posible de mí! ¿No es acaso esto una traición a la alianza que Dios ha pactado conmigo y un testimonio de que aún no logro descubrir del todo la Luz que es Cristo?
Sin embargo, una vez más, Dios sale a mi encuentro con su Palabra poderosa y me revela que una gran luz alumbra mis tinieblas y que su gloria llena mi Galilea de los gentiles. El Señor me anuncia que la alegría debe ser el distintivo de mi persona. Muchos hermanos me han recriminado –con justa razón- mi poca afabilidad y mi gesto siempre adusto. No prometo cambios de la noche a la mañana, Dios conoce mis limitaciones y mis miedos y sólo Él puede convertir la miseria en espacio de salvación, pero sí que me comprometo a abrir más mi corazón a su gracia para que pueda realizar su obra y de una buena vez me sienta libre del pesado yugo que ya Cristo ha quebrantado y me pueda erguir y caminar ligero por los senderos que Él mismo ilumina.
El Salmo 26 ha sido siempre mi favorito, sus palabras vigorosas resuenan en mi espíritu con singular timbre y me han llenado de fortaleza y esperanza. Sin embargo, hoy me interpelan y desnudan de cara a mi relación con el Señor.
En la primera estrofa, el salmista afirma, en tiempo presente que “el Señor es su luz y su salvación” y se pregunta en forma retórica[1] ¿a quién voy a tenerle miedo? ¿Quién me hará temblar? Pero la Palabra de Dios trasciende la individualidad del salmista y se convierte en la respuesta de la asamblea que responde a las mociones suscitadas por la primera lectura. Sin embargo, yo me detengo, no me atrevo a hacerla mía… ¡le tengo miedo a tantas cosas!, miedo al sufrimiento, a la pobreza, a la ausencia de mis seres queridos, a la enfermedad, a la muerte.
¡Qué lejos estoy de poder afirmar sin ambigüedades que nada ni nadie puede hacerme temblar de miedo! Sin embargo, el mismo Salmo me alienta en la siguiente estrofa y viene a mi rescate: “Lo único que pido, lo único que busco…”, me acojo a las palabras del Maestro en el evangelio de Mateo << Pedid y se os dará, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama se le abrirá. >> [2], así que a partir de hoy, soy eterno buscador, permanente solicitante de la gracia y consuetudinario llamante del Señor…¡Maranatha! ¡Ven Señor!
¡Qué alentador escuchar al Señor que me dice que es posible ver su bondad en esta misma vida! ¡Que no debo esperar a un futuro indeterminado para gozarme en su bondad y belleza!, sólo es necesario armarme de valor y fortaleza para confiar en Él, abandonarme en sus brazos amorosos como el niño duerme confiadamente en el regazo de su madre sin que nada perturbe su sueño, total, ya la madre se encarga de su protección, ya ella se hace cargo de proveerlo de todo lo que necesita. Hoy renuncio a ser el gestionador de mi vida, hoy pongo en sus manos mi vida y dejo de ser el centro de mí mismo para concederle a Él la conducción de mi historia. Hoy dejaré de preocuparme por el mañana y sus afanes para disfrutar de las bondades presentes del Señor.
San Pablo también tiene algo que decirme en su primera epístola a los Corintios con respecto a mi vida comunitaria: hoy por hoy, gozo de la enorme bendición de pertenecer a una comunidad cristiana a la que amo profundamente y soy un convencido de que el cristianismo no se puede vivir fuera del ámbito comunitario. Pablo señala la problemática más acuciante de la comunidad de Corinto; la división intracomunitaria. Según el apóstol, los cristianos deben vivir UNIDOS EN UN MISMO SENTIR Y UN MISMO PENSAR, y a esto lo llama CONCORDIA. La palabra quiere decir “con un mismo corazón” y el corazón en la Biblia tiene una connotación simbólica (sede de la sabiduría, de la capacidad de discernir lo que lleva a la plenitud de lo que lleva al fracaso existencial) que implica la totalidad del ser (sentimiento y raciocinio).
Por lo tanto, lo que está diciendo Pablo es que los cristianos, aquellos que han sido sumergidos (bautizados) en el Misterio Trinitario en virtud de la cruz de Cristo, deben vivir sin divisiones, acompasados espiritualmente en un mismo modo de enjuiciar la realidad (desde los criterios crísticos) y una misma emotividad (compasión, misericordia) que brota de la cruz (entrega de la vida por amor).
Desde luego que esta indivisión de la comunidad no significa uniformidad ni abolición de toda diferencia, la misma santidad exige más bien la acogida amorosa de lo distinto en todas sus manifestaciones. La comunidad debe ser una polifonía armónica basada en la unicidad de Cristo. No obstante, esta concordia no es sencilla ni se da mágicamente, exige una disposición permanente de apertura y receptividad al inaferrable y desafiante misterio del otro.
Y esto, claro que resulta fatigoso, lo más fácil es replegarse sobre sí mismo ante la amenaza que el otro representa para mi comodidad y zona de confort. ¡Cuánta falta me hace descubrir al otro como mi hermano y no como un obstáculo en mi relación con Dios! ¡Cuántos momentos de intolerancia –callada o expresada- vienen a mi mente dentro de mi vida comunitaria! ¡Cuántas llamadas telefónicas al hermano que sufre he postergado indefinidamente solamente porque he preferido la comodidad de mi hogar o el refugio de mi pasión por el estudio teológico! ¡Cuánta discordia en mi corazón por el simple hecho de que el otro osa pensar de modo distinto al mío! Otra vez me acojo a la gracia del Señor para que cambie mi corazón discordante y me convierta en instrumento fiel para que la sinfonía del Señor resuene en mi comunidad para deleite de todos los que la escuchen.
Por otro lado, Pablo ha sido enviado no a bautizar, sino a predicar el Evangelio y nuevamente me siento interpelado, ¿no es esa acaso también mi misión en el mundo? Pero no se trata de una misión más entre otras, sino de una que es fundamental, recapituladora de toda otra misión, y descubro que Dios me llama a ser portavoz de la luz, de la alegría y de la esperanza que provoca Cristo, a dejar de inmediato mi barca y mis redes, todo, para sacar a los hombres de la tiniebla/mar (pescador de hombres) y llevarlos a la sanación de toda dolencia y enfermedad.
                                                                                                                   Gracia y paz.



[1] Una pregunta retórica es aquella que implica en sí misma la respuesta y por lo tanto, no se pronuncia para ser contestada. En este caso, resulta evidente que el salmista se responde a sí mismo: ¡nadie puede hacerme temblar!
[2] Mt 7,7-8

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