lunes, 6 de enero de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 12 DE ENERO DE 2014 (EL BAUTISMO DEL SEÑOR)

1. Lecturas
Is 42,1-4.6-7: Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»
Sal 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10: Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: « ¡Gloria!» El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno.
Hch 10,34-38: En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»
Mt 3,13-17: En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.» Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

2. Reflexión
Sobre las consecuencias de ser el Hijo muy amado, el predilecto
Jorge Arévalo Nájera
Hoy es el primer domingo del “tiempo ordinario”, se acabaron los “tiempos fuertes” del Adviento y la Navidad, vuelve la vida ordinaria… Un adagio clásico de ascética decía: “in ordinariis, non ordinarius”, para expresar la meta de quien quiere ser santo (‘extraordinario’) en las cosas ordinarias, en la vida diaria… Al comenzar el “tiempo ordinario” debemos renovar nuestro deseo de vivir “extraordinariamente”.
La festividad del Bautismo del Señor, nos invita precisamente a recuperar para la vida diaria toda la fuerza salvífica del acontecimiento fundante de nuestro ser cristiano. El primer nivel de lectura de los textos que nos son proclamados es cristológico, es decir, iluminan el misterio de Jesús de Nazaret. Pero los textos también tienen un segundo nivel interpretativo, y éste es eclesiológico o discipular. En efecto, en términos generales, la cristología bíblica tiene como propósito, no solamente teorizar sobre el misterio de Cristo, sino que le mueve fuertemente iluminar la espiritualidad del discípulo.
Por otro lado, los textos del Antiguo Testamento deben ser leídos o interpretados en clave cristológica y al mismo tiempo, ellos prefiguran, anuncian y permiten ubicar a Cristo en el entramado de la historia de la salvación. Así, la primera lectura, del libro del profeta Isaías nos presenta la figura un tanto misteriosa de un personaje al que se le llama dulois (que traducimos al castellano como siervo o esclavo) y del que se dicen varias cosas: ha sido elegido, es sostenido y es el amado o predilecto de Dios. Por lo tanto, su ministerio es fruto de una elección –que él acepta-, la fuerza con la que vive ese ministerio viene de Dios y en última instancia, la elección y la fuerza que le es conferida son fruto del Amor.
Por otro lado, se especifica el contenido de la misión del dulois de Dios: traer el derecho (justicia) a las naciones. La justicia de Dios para los hombres consiste en darles todo aquello que requieren para su salvación, y en última instancia la salvación misma. En otras palabras, Dios es justo porque salva. Mediante el dulois o mejor, en su dulois, Dios ejerce su justicia (él es alianza de un pueblo).
Sin embargo, este personaje no ejercerá una justicia al estilo del poder y la fuerza que se impone (no clamará, no gritará), sino a través del respeto y la delicadeza para con los débiles (no apagará el pabilo que aún humea ni quebrará la caña cascada). Sin embargo, su forma de ejercer la justicia no es de débiles ni apocados (no vacilará ni se quebrará hasta implantar la justicia que el mundo espera). De tal forma que su modo de ser, se convierte en luz para las naciones (criterio verdadero de interpretación de lo real) al mismo tiempo que desenmascaramiento de la falacia de las ideologías mundanas (abre los ojos a los ciegos) y así les convierte en hombres libres (liberados de las mazmorras de las tinieblas).
El Salmo, que responde a las mociones que suscita la primera lectura, pareciera contradecir lo que acaba de afirmar Isaías acerca del modo de ejercer la justicia por parte del elegido de Yahvé. Sin embargo, si consideramos que el salmista no está contradiciendo sino afirmando lo dicho por Isaías, entenderemos mejor: el modo suave, respetuoso y considerado del dulois es la manifestación más esplendorosa del poder majestuoso de Yahvé.
¿No es caso la mayor demostración de poder la renuncia a la imposición despótica cuando se tiene la posibilidad de ejercerla? ¿No es realmente poderoso el que teniendo la fuerza para imponer su voluntad, opta por el consenso y la equidad? ¿No se manifiesta como señor y dueño de sí aquel que pudiendo robar sin ser descubierto opta por la honradez? El ser todopoderoso de Dios no radica en su capacidad de crear caprichosamente lo que le venga en gana, por absurdo que esto sea (por ejemplo, crear un cuadrado que al mismo tiempo y en el mismo lugar sea también un círculo, o un perro que al mismo tiempo sea también a nivel óntico un gato), sino en el dominio pleno de sí para elegir la propuesta de su salvación en lugar de la imposición despótica de la misma a su criatura, aún corriendo el riesgo de ser rechazado e incluso asesinado.
Cuando el hombre se lanza al abismo de la propuesta divina y da su sí, entonces, en el templo del Señor –el hombre mismo- se escucha el grito unánime de ¡Gloria! Y se cumple toda justicia.
La lectura del libro de los Hechos de los apóstoles nos anuncia la característica principal de aquellos que son aceptados por Dios: ¡Pasar haciendo el bien!, y la expresión “hacer el bien” no se refiere al cumplimiento de ciertas normas, sino a la relación con los otros, una relación que se basa en la búsqueda del bien supremo para el otro, y dado que el bien supremo para el hombre es Dios, entonces “pasar haciendo el bien” significa vivir la vida de tal modo que el objetivo del quehacer del creyente es que los demás se encuentren con Dios, en un encuentro de comunión (Dios estaba con él) y de libertad (curando a los oprimidos por el diablo).
Finalmente, el evangelio de Mateo nos narra el acontecimiento del bautismo de Jesús. Sin duda alguna que el bautismo de Jesús por Juan Bautista es un hecho histórico. Tanto la tradición sinóptica como la joánica dan testimonio de ello y dado que en aquel tiempo el que se bautizaba era menor que el que bautizaba, es decir éste era reconocido como maestro y aquel quedaba en la categoría de discípulo, lo más fácil para la comunidad cristiana que trataba de mostrar a Jesús como “el más fuerte”, el “Mesías” e “Hijo de Dios”, hubiera sido callar el episodio. Sin embargo, si bien se ha conservado en la tradición cristiana, cada evangelista lo ha modificado de acuerdo a su particular visión teológica.
Por un lado, Mateo responde a la polémica contra los bautistas –que afirmaban que Juan era el Mesías esperado- y así, crea el diálogo –ficticio a nivel histórico pero real a nivel teológico- entre Juan y Jesús en el cual, Juan se rehúsa a bautizar a Jesús por considerarlo superior a él y por otro lado, Jesús le insta a hacerlo para que así se cumpla el plan de salvación de Dios.
Pero lo que más nos interesa es la experiencia de Jesús en su bautismo, porque esa experiencia no solamente le concierne a él, sino que es paradigmática para todo discípulo, que está llamado a descubrirla permanentemente en su propia vida. Así, lo primero que nos dice Mateo al introducirnos en el pasaje, es que Jesús “fue de Galilea al Jordán”, y para ir de un lugar a otro es necesario salir del lugar de origen.
Esto, que a nivel narrativo es una perogrullada –no hay otra forma de dirigirse hacia un  lugar que salir de donde se está-, a nivel teológico es una indicación exódica, para encontrarse con Jesús –objetivo final del éxodo- es menester salir de las situaciones adquiridas, de las seguridades, para ir del otro lado del Jordán –símbolo del éxodo que antaño culminó Josué con las tribus que habían salido de Egipto capitaneadas por Moisés- a encontrarse con el estrafalario profeta, cuya única función es predicar y ejecutar un bautismo de arrepentimiento, de renuncia al pecado personal y estructural y en este sentido, de muerte a una forma de vida para prepararse a asumir otra que será traída por el que viene detrás de Juan. De hecho, según Mateo, la justicia de Dios solamente puede cumplirse si Jesús –y todos los que le siguen- participan del bautismo de Juan. En efecto, ¿cómo puede cumplirse el designio salvífico de Dios en el hombre si éste no reconoce su connivencia con el pecado, se arrepiente y decide aceptar la propuesta de Dios?
 La gracia no puede hacerse eficaz si el hombre no la acepta, “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” afirma con toda razón san Agustín. Resulta evidente que en el caso particular de Jesús, no era necesario ningún arrepentimiento pues él no cometió pecado alguno, y entonces, su inmersión bautismal significa la total adhesión a la verdad proclamada por Juan.
Cuando el hombre muere a su ego y se abre a la dinámica del amor sacrificial, del amor que se da sin reservas (sumergirse en las aguas), entonces la comunicación con Dios es posible (se abren los cielos), la fuerza de Dios se posa sobre él (el Espíritu que desciende) y una nueva identidad se crea, la identidad de hijo (la voz que dice “este es mi Hijo muy amado, el predilecto”).
Ciertamente que el ser bautizado es mucho más que haber participado de un rito religioso, es el empoderamiento filial y la invitación a saberse y descubrirse como hijo de Dios. La elección y el amor que Él nos otorga, conllevan la excelsa responsabilidad de “pasar haciendo el bien” a todos aquellos con los que nos topamos por el camino.

Gracia y paz.

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