martes, 4 de febrero de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 9 DE FEBRERO DE 2014 V DOMINGO ORDINARIO, CICLO A


1.     LECTURAS
Isaías 58,7-10: <<Así dice el Señor: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te sanarán las heridas; tus justas acciones te precederán, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy." Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía." >>
Sal 111: << En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo. No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, sin temor. Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad. >>
I Corintios 2,1-5: << Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. >>
Mateo 5,13-16: << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo." >>
2.     REFLEXIÓN
Llamados para alumbrar y salar el mundo con el poder de Dios
Jorge Arévalo Nájera
 El tema de la luz aparece como el eje que articula las lecturas que hoy son proclamadas en la celebración eucarística. La palabra “luz” aparece explícitamente citada en la primera lectura, en el Salmo y en el Evangelio, y se alude a ella indirectamente en 1 Co.
Para poder comprender el mensaje teológico y espiritual que la Iglesia nos presenta a través de los textos bíblicos, debemos atender en primer lugar a cada texto en sí mismo, para enseguida encontrar el mensaje global que se desprende del conjunto. Así pues, vayamos a la lectura del profeta Isaías.
El capítulo 58 de Isaías es una dura exhortación de Yahvé mismo, que pone en evidencia la hipocresía y fatuidad de las prácticas religiosas (específicamente el cumplimiento legalista de la ley y el ayuno ritualista) en tanto que se desvinculan de la misericordia, la solidaridad y la práctica de la justicia para con los menos favorecidos. Vivir así la “fe” es simplemente una farsa que de ninguna manera garantiza una relación real y fecunda con Dios.
Mientras no salgamos de nosotros mismos y de nuestro estrechísimo y selecto círculo de amistades y parientes, para ir al encuentro de los sufrientes; mientras no matemos al ídolo de “la posesión de bienes” para compartir casa y comida con el hambriento; mientras sigamos oprimiendo, amenazando y violentando a los más débiles para hacer nuestra “santa” voluntad e imponer nuestros criterios, seguiremos siendo seres que destilan veneno y podredumbre por la herida, que oscurecen el mundo y ocultan la gloria de Dios a los hombres que claman por ver la luz y sentir el calor de la Vida. Y no importa cuán asiduos seamos a la Santa Misa, al servicio religioso, a la oración de golpe de pecho y rodilla pelada, no importa cuánto dinero demos en limosnas para obras sociales, cuántas horas del sábado destinemos al apostolado de nuestra preferencia, si la misericordia (amar al otro en su miseria), la justicia (dar al otro lo que él necesita para su pleno desarrollo), la solidaridad (hacer nuestro el sufrimiento del otro) y el amor (compartir todo lo que somos y tenemos con el prójimo) no están a la base de toda práctica religiosa, ésta es rito satánico, acto blasfemo y propiciatorio de condenación.
Por el contrario, si escuchamos y hacemos la Palabra del Señor, experimentaremos el inicio de una nueva y extraordinaria vida (seremos como la aurora) que traerá conocimiento de Dios a los que nos rodean (seremos luz, brillará su Gloria). Nuestras heridas más profundas serán sanadas, aquellas que hasta hoy te duelen y te roban la paz, los traumas que escondes celosamente a los ojos de todos y que te avergüenzan y no te dejan desplegar las alas del espíritu para remontar el vuelo… ¡la misma gloria del Señor impulsará tu existencia!
Dejarás de sentir que el Señor no te escucha cuando clamas a Él, porque su Presencia a tus ojos será nítida y evidente cuando le invoques en la tribulación, en la alabanza o en la acción de gracias, y escucharás la amadísima voz del Eterno que te dirá en primera persona… ¡Aquí estoy! ¿Puedes imaginar un gozo y una plenitud mayor? ¡Nuestro corazón sólo busca a Dios, aún en las búsquedas intramundanas, en el fondo buscamos al único que puede saciar nuestra sed ancestral de felicidad, anhelamos escuchar la voz que nos llamó a la vida desde la eternidad! ¡Pues bien, la alegre noticia es que ya ahora podemos escucharla…únicamente hay que amar, entregarse y compartir!
El Salmo 111 añade una característica propia de aquel que actúa según el Espíritu de la Palabra; << No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, sin temor. >> Lo que promete el salmista –Dios a través del salmista- es algo inusitado, algo que a poco de reflexionar en ello suscita la esperanza y la alegría: el destierro del miedo.
En efecto, el miedo es el enemigo número uno de la fe. No lo es el pecado –ya Cristo nos ha liberado de su poder, ya no estamos bajo su dominio-, pero el miedo aún nos paraliza, nos somete, nos sojuzga. ¿Por qué no detenemos nuestro paso al ver a un menesteroso tirado a la vera del camino? ¿Por qué no nos atrevemos a abrir de par en par las puertas de nuestra casa para alojar al que está sin techo? ¿Por qué no nos atrevemos a pedir perdón o a perdonar al que hemos o nos ha ofendido? ¡Todas estas preguntas tienen su respuesta en el hecho de que sentimos miedo y aunque lo disfracemos con múltiples caretas, la realidad es que es el miedo el que nos ata y nos mantiene sumidos en la mediocridad de una vida quizá muy religiosa pero nada evangélica!
Vivimos temerosos de lo que pueda pasarnos y pendientes de las infaustas noticias que como enjambre furioso, arremeten contra nuestra estabilidad y bienestar; inseguridad social, violencia, pérdida del poder adquisitivo de la moneda, inflación, etc., etc., nos roban el sueño y hasta la paz. Y es que no alcanzamos a levantar la mirada más allá de la portada aterradora de un tiempo caótico. Sin embargo, la teología del Nuevo Testamento es unánime y aunque desde perspectivas diversas, nos transmite la Buena Noticia de que Cristo ya ha vencido el caos, que una nueva creación ha sido inaugurada con su llegada y que con su muerte y resurrección, la misma muerte ha sido engullida por su victoria.
Por ello, Jesús insiste una y otra vez en que los discípulos deben desterrar el miedo de su corazón… ¡no tengáis miedo sino fe!, repite el Maestro insistentemente. Pero, ¿cómo podemos desterrar el miedo? ¿Es acaso un don que debemos esperar pasivamente? ¿Es que acaso primero Dios destierra el miedo y después se puede vivir el Evangelio? ¿Es que tal vez se vive el Evangelio y eso destierra el miedo? ¿Qué es primero, el huevo o la gallina?
Estamos ante un círculo hermenéutico, un binomio dialogal e interdependiente. Hay que atreverse a vivir cada vez con mayor radicalidad el Evangelio y en esa medida el miedo va diluyéndose, la luz se va abriendo paso en la tiniebla. Al mismo tiempo, el don de la parresia (fuerza y valor para vivir el martirio del amor)[1] es indispensable para poder vivir con radicalidad los valores del Reino.
Precisamente, en la segunda lectura, de la Primera Carta a los Corintios, Pablo específica que su manera de hablar del Evangelio, de dar testimonio de Cristo parte en primer lugar del reconocimiento de su insuficiencia personal (es débil y tiembla de miedo) ante la encomienda que le ha sido dada, pero al mismo tiempo, se sabe investido del poder del Espíritu, único capaz de cimentar en la fe a los que reciben la Palabra.
Finalmente, Mateo nos presenta un elocuente e impresionante discurso de Jesús para sus discípulos y les revela su identidad como sal de la tierra y luz del mundo. Vale la pena precisar el simbolismo de las imágenes utilizadas por Jesús para comprender cabalmente lo que está diciéndoles a sus seguidores.
La sal es un elemento de la naturaleza que tiene en la Biblia básicamente dos simbolismos: por un lado significa permanencia, incorruptibilidad. Esto es porque en tiempos bíblicos la sal se utilizaba para conservar los alimentos incorruptos ante las altas temperaturas de aquellos lugares. Así, los pactos entre tribus se sellaban con ritos cuyo elemento básico era la sal.
Por otro lado, la sal también significaba sazón, especia que aportaba sabor agradable a los alimentos. Una comida sin sal es repulsiva y acostumbrarse a ella requiere un gran esfuerzo, además de que jamás se le llega a considerar sabrosa. Y dado que las palabras sabor y sabiduría tiene  la misma raíz, se puede inferir que la sabiduría consiste en aportar a la vida una dimensión de disfrute estético, de agrado, de alegría.
Ahora bien, la luz es símbolo de la capacidad para distinguir la realidad y por lo tanto, es símbolo de la fe. En efecto, la fe es la virtud teologal infusa que permite al bautizado “ver con los ojos de Dios”, juzgar la realidad desde la perspectiva y con los criterios de Cristo.
Así pues, lo que Jesús dice a su Iglesia es que está llamada a ser para el mundo su factor de incorruptibilidad, de permanencia, de eternidad, de esperanza escatológica, ser signo sacramental de fidelidad a la alianza definitiva que en Cristo se ha ofertado al hombre. Y por otro lado, su esencia es dar sabor a la vida, compartir y generar gozo por vivir, contagiar al mundo de la alegría imperecedera de aquellos que descubren el verdadero tesoro que es Jesús Mesías.
Pero también la Iglesia es y está llamada a ser –ya lo es por la gracia, pero tiene que esforzarse por concretizar y manifestar su esencia- luz del mundo, poner al alcance de los hombres los valores y luminosidad de la fe mediante el testimonio congruente de una comunidad alternativa en la que se manifiesta el poder de Dios.
Gracia y paz.



[1] «El dinamismo del Espíritu tiene la capacidad, partiendo de la intimidad y del corazón, de limpiar las relaciones humanas del egoísmo y del miedo alienante...; el don interior del Espíritu, fuente del amor, consiente vivir relaciones justas y felices entre las personas» (R. Fabris).

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