lunes, 31 de marzo de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 6 DE ABRIL DE 2014 5° DOMINGO DE CUARESMA CICLO A


1. LECTURAS
Ezequiel (37,12-14): Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.
Sal 129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8: Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos.
Romanos (8,8-11): Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45): En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.» Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.
 ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: « ¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: « ¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: « ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.» Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
2. REFLEXIÓN
Invitados a salir de nuestros sepulcros para ver la gloria de Dios
Jorge Arévalo Nájera
¿Quién no ha experimentado la muerte? Como pascua personal a todos nos tocará en un momento u otro. Pero como experiencia ajena, todos la hemos sentido. Cercana o lejana. En un familiar o un amigo. En los desastres naturales o las guerras que nos traen todos los días los medios de comunicación. La muerte como realidad que nos pilla de improviso o como proceso lento que nos afecta a nosotros mismos cuando vemos que los años o la enfermedad nos van acortando las fuerzas y limitando la vida.
La muerte está ahí. Siempre presente. Por mucho que nuestra cultura nos haga vivir la ilusión de ser siempre jóvenes, fuertes y guapos. Por mucho que nos empeñemos en cuidar la salud a base de una buena alimentación, de hacer deporte y de seguir todos los consejos médicos imaginables.
Todo con tal de aferrarnos a la vida, a esta vida, que nos parece que es lo único que tenemos. Aunque notemos que, como la arena de la playa, se nos escapa de entre los dedos de las manos sin que podamos hacer nada ni sepamos a ciencia cierta cuánta arena nos queda entre los dedos. Recuerdo ahora el chiste del sacerdote que atiende a un moribundo con palabras de consuelo: “Mira, hijo, tienes que tener confianza porque vas a ir a la casa del Padre.” Y el moribundo le responde: “Dirá usted lo que quiera, pero como en la casa de uno en ningún sitio.” Es un chiste pero refleja muy bien ese apego a la vida que todos tenemos. No podía ser de otra manera porque es el mayor don que tenemos y los creyentes estamos convencidos de que es un regalo que hemos recibido de Dios.
 En Cuaresma, tiempo de encuentro con nuestra realidad más honda, no podía faltar un momento de hacer presente ante nuestros ojos la muerte y, por tanto, la vida. Y, como creyentes, poner esas realidades en relación con Dios, en presencia de Dios.
El solemne y esperanzador oráculo de Ezequiel (que predicó entre el 593 y el 571 a.C) que nos presenta la primera lectura, escrito en los duros momentos del asedio y la posterior deportación a Babilonia, pretende consolar al pueblo y abrirle horizontes de esperanza. Aunque es posible y válido hacer una lectura escatológica de este texto, en su momento histórico lo que pretende es presentar un futuro de liberación intrahistórica al pueblo que está siendo asolado y arrojado de su tierra para ser convertido en esclavo de la potencia invasora. Así pues, la muerte que preocupa a Ezequiel no es la física (aunque no la excluye) sino aquella que proviene de la pérdida de las realidades que aseguraban identidad y vida a Israel: Tierra, Templo, Ley, Sacerdocio, Monarquía.
Ante esta situación de muerte (el rey era el garante de la fidelidad a la alianza, el culto era la posibilidad de restituir la pureza y por lo tanto la pertenencia  la comunidad de salvación, la Ley era la luz que permitía caminar al pueblo en la historia y la tierra era el espacio vital de encuentro con Yahvé), el profeta anuncia una realidad inédita en la que el regreso a la tierra prometida será símbolo de una vida nunca antes soñada, la vida que brota de la fuerza misma de Yahvé, una fuerza/soplo incontenible, transformadora y creadora.
De hecho, a pesar de todos los esfuerzos de Israel por vivir en fidelidad a la alianza, el fracaso era el sino que marcaba la historia del pueblo de Dios. El destierro era un castigo divino por esa infidelidad, Dios había entregado a sus hijos en manos de los enemigos (al menos esa era la lectura profética de los acontecimientos), pero dado que Dios es hesed (misericordia sin límites), el tiempo de la restitución, del rescate y de la gracia es siempre el horizonte definitivo que alienta al pueblo a salir de sus pecados.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado sumergidos en situaciones dolorosísimas en las que todo parece indicar que Dios nos ha abandonado a nuestra suerte y muy en el fondo interpretamos en la más pura mentalidad del Antiguo Testamento que Dios nos ha castigado por nuestras rebeliones? Recuerdo con dolorosa nitidez el caso de un queridísimo amigo que alguna vez me confío el dolor que traía enterrado hasta la médula y que lo atormentaba desde hacía ya muchos años, pero lo peor era que ese dolor le condicionaba en todas sus dimensiones relacionales; simplemente no podía perdonarse y mucho menos recibir el perdón de otros, ni siquiera si ese Otro era el mismísimo Dios.
Así, se auto-boicoteaba cada vez que una relación empezaba a ser significativa, o que un buen trabajo se avecinaba o que empezaba a disfrutar de la vida, ¡era sin duda-así se decía a sí mismo- imposible ser perdonado y me merezco toda suerte de desgracias!
Vivir así es sin duda estar ya muerto, es cerrarse a la vida que es gozo y belleza simple y sencillamente porque es un don de Dios y Él no da regalos viles sino árboles deleitosos a la vista y buenos para comer. La muerte (espiritual o pecado/opción fundamental idolátrica) es la antítesis de la vida y por ello, es el enemigo de Dios y del hombre. La Escritura afirma de principio a fin, en unidad admirable que finalmente Dios habrá de vencer a su enemigo (promesas veterotestamentarias) y que de hecho ya lo ha hecho en Cristo Jesús (cumplimiento neotestamentario).
La voz del profeta nos grita a todos y cada uno de los deprimidos, de los que se sienten abandonados, de los asolados por las vicisitudes de la vida… ¡Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago!
En consonancia perfecta con el sentimiento que provocan estas palabras en el corazón del creyente, el salmista (Salmo)[1] clama desde lo más profundo de su ser por el socorro de su Dios/Hesed, de Él espera su consuelo y el rescate. Se sabe miserable y en peligro de muerte–y este es el primer paso del rescate, pues ¿quién quiere ser salvado si se siente en situación de seguridad?- pero también se sabe en manos del que se define a sí mismo como Misericordia sin límite. Sabe que el perdón es algo ya concedido, que Dios no juzga al estilo humano –la balanza que pende en las manos de la ciega dama justicia romana- sino que su juicio es vida y salvación para el hombre y que su justicia se revela precisamente cuando actúa salvando, porque el Ser de Dios se revela en su hacer.
No te sientas juzgado, ¡sábete amado!, amado sin límite, infundido del Espíritu con el que el Padre ha levantado a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y que te ha liberado del poder de la carne (hombre cerrado sobre sí mismo y a los demás, y por lo tanto excluyente de Dios en la construcción de su ser y quehacer histórico) para sujetarte al poder del Espíritu de Cristo (carta a los Romanos). Pero ¡ojo!, ese Espíritu es entrega de la vida, servicio permanente hacia los desposeídos del mundo, es fuerza profética que denuncia las injusticias contra los oprimidos, es solidaridad extrema que lleva a despojarse de todo con tal de que el hermano no pase hambre o sed o frío. Esta es la nueva vida, la vida auténtica de los resucitados… y lo demás son “chorradas” –como suele decir mi maestro y amigo el P. César Corres-, ridícula mascarada, paganismo maquillado con tintes cristianos.
Finalmente, el evangelio de Juan, en una de las páginas bíblicas más gloriosas, nos narra el episodio de la resurrección de Lázaro. Rescatemos algunas ideas fuerza en consonancia con nuestra reflexión:  resulta curioso que Jesús diga en principio que la enfermedad de Lázaro no acabará en muerte y sin embargo, líneas adelante se nos dice que para cuando llega Jesús, su amigo lleva ya cuatro días enterrado. ¿Se habrá equivocado Jesús? ¿Deberemos buscar un mensaje simbólico y teológico?
En efecto, la enfermedad en la Biblia tiene siempre un carácter simbólico (el pecado en sus múltiples manifestaciones) y en nuestro texto no se menciona la naturaleza de la enfermedad, por lo que se abre el significado universal que apunta a la confluencia en el personaje Lázaro de todos los semas del pecado. El evangelista afirma que a pesar de la aparente definitividad de la muerte que se ha enseñoreado de Lázaro, Jesús es la palabra definitiva que el Padre tiene para el hombre. Marta, la hermana del difunto reprocha a Jesús que su ausencia es la causa de la muerte de Lázaro. Marta tiene una imagen distorsionada de Jesús, piensa que el Maestro es una especie de talismán que asegura la vida, no ha entendido que la fe/adhesión a Jesús es la que posibilita la vida definitiva, una fe que es compromiso maduro y responsable, una fe que es empoderamiento y liberación para que sea el mismo hombre quien defina el rumbo de su existencia…sepulcro y podredumbre o signo vivo de la gloria de Dios.
Gracia y paz.



[1] Te recomiendo seguir el vínculo y escuchar una bella interpretación de este Salmo. http://www.poderato.com/leondejuda/tras-los-pasos-de-jes-s/salmo-129

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