lunes, 9 de junio de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 15 DE JUNIO DE 2014 SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD CICLO A

1. LECTURAS

Ex 34, 4-6.8-9 << En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: "Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad". Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: "Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya." >>
Sal (Daniel 3) << Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria.  Bendito eres sobre el trono de tu reino. Bendito eres tú, que, sentado sobre querubines, sondeas los abismos. Bendito eres en la bóveda del cielo. >>
2 Co 13, 11-13 << Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros. >>
Jn 3,16-18 << Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. >>
2. REFLEXIÓN
El Dios que se nos ha manifestado es el Dios que se ha entregado por amor
Jorge Arévalo Nájera
Hoy, la Iglesia universal celebra el Misterio de la Santísima Trinidad y me parece necesario intentar esbozar una presentación del dogma trinitario desde categorías existenciales más que conceptuales para lograr abrir pautas de aplicación espiritual que incidan y transformen el entorno personal y social de los cristianos del siglo XXI. Con toda seguridad, el dogma de la Santísima Trinidad -cuya aceptación y confesión constituye la esencia más íntima e irrenunciable de la fe cristiana, a tal grado que sin él es imposible llamarse propiamente cristiano- , es sin  la menor duda, el menos comprendido y peor aún , el menos “vivido” en la Iglesia de Cristo.
Y esto desde luego, hinca sus razones en primer lugar en el Misterio mismo de Dios, de suyo inagotable y especialmente si se le pretende abordar desde la mera razón que tiende siempre a reducir la realidad en conceptos, porque el concepto es siempre una limitación de la realidad. Ya puede intuirse que tal pretensión, aplicada al Misterio insondable de Dios resulta no solo temerario sino patético y ha traído resultados lamentables en la vida espiritual de la comunidad creyente y del singular individuo.
Me viene a la mente el conocidísimo relato sobre la experiencia mística de San Agustín, al cual le es revelado en sueños lo ridículo que resulta la pretensión de abarcar racionalmente la totalidad del Ser infinito de Dios (¿puede meterse la totalidad del mar en un diminuto agujero o en la palma de la mano?)
¿Quiere esto decir que debemos renunciar a todo intento por comprender dicho Misterio? ¡De ningún modo!, la fe exige en sí misma la aprehensión intelectual, pues la revelación, al darse en un contexto histórico-cultural, resulta de algún modo inteligible -sería absurdo que Dios se hubiera revelado en categorías humanas y no quisiera que el hombre razonara sobre los contenidos de la revelación-. Sin embargo, el razonamiento cristiano parte del presupuesto de la fe, se elabora un juicio racional no para verificar la veracidad del dato revelado, sino para ir descubriendo las infinitas aristas que ese dato aporta para el enriquecimiento de la vida espiritual.
En este sentido, la teología es servidora de la espiritualidad y debe desembocar siempre en ella, en la mayor comprensión de la revelación con el fin de que el pueblo de Dios que peregrina hacia la patria definitiva, pueda vivir a mayor profundidad lo que ya cree.
Pues bien, la formulación dogmática “Un solo Dios y tres personas divinas” pierde todo sentido y mordente transformador si queremos entenderlo en sentido conceptual, ya que resulta absurdo conjugar la unicidad (un solo Dios) con la existencia tripersonal (tres personas). ¿Cómo entender que una realidad sea al mismo tiempo una y triple?
Sin embargo, si atendemos al sentido que tienen los dogmas en general en la teología católica, podremos atisbar un modo distinto de comprensión. El dogma no pretende agotar el misterio, simplemente delimita la reflexión sobre dicho misterio para asegurar la fidelidad a la revelación sobre determinado tema, en este caso, sobre la Santísima Trinidad.
Pero la formulación lingüística del dogma, que expresa el contenido vinculante (que obliga y norma la doctrina cristiana) puede y de hecho debe actualizarse para resultar inteligible y significativa para el hombre de cada época. En el caso específico del dogma trinitario, es indispensable repensar y reformular el concepto de “unicidad” y de “persona” desde categorías interpretativas RELACIONALES-EXISTENCIALES y no individualistas y ontológicas. Me explico, si pensamos que la unicidad de Dios (un solo Dios) consiste en la supresión de la diferencia (dos seres diferentes no pueden ser una sola realidad), entonces resulta absurdo afirmar que en Dios existen tres personas distintas.
Pero si entendemos la unicidad de Dios como la Comunión de los Diversos, entonces es posible entender que el Misterio de Dios es en esencia unión en la diferencia: el Padre no es el Hijo ni el Espíritu, el Hijo no es el Padre ni el Espíritu y el Espíritu no es ni el Padre ni el Hijo, los Tres divinos son distintos pero en una comunión tal que resultan una unidad perfecta e indisoluble. Ahora bien, es de este Dios y no de otro es del que el hombre hace experiencia, es el “Dios-Comunión-de los Diversos” el que se manifiesta a Moisés y se presenta ante los hombres de la Palestina del Siglo I de nuestra era, les habla, los toca, les permite recostarse en su pecho, comparte el pan y el pescado asado a las brasas, camina con ellos por los polvorientos caminos de la Galilea o por los vericuetos escarpados de la montaña.
Es el Dios que se delinea a sí mismo como “misericordia/no juicio, comunión/no exclusión, paz/no violencia”. Es el Dios al que se le conmueven las vísceras con el sufrimiento y la miseria humanas, el que sienta a su mesa a los excluidos del mundo, a las prostitutas, a los leprosos, a los adúlteros y explotadores, El Dios que se crucifica para derrotar a la violencia del mundo con la entrega de su propia  vida, es el Dios que es poderoso en todo porque vence amando y colgando del madero el pecado del mundo y así, suscita la esperanza, abre horizontes ignotos de libertad a un mundo que parecía condenado a morir ahogado en la sangre de sus víctimas.
Ese, queridos hermanos es el Dios del que somos “imagen y semejanza”, ese es el Dios que nos ha dado como fruto de su Pascua el Espíritu del “Cordero degollado pero puesto en pie”, no para que nos ufanemos de “poseer” en exclusiva la verdad y aducir esta verdad como arma para juzgar y condenar a los que no piensan como nosotros, sino para que no juzgando a nadie, incluyamos a todos en nuestra vida y así como Él es perfecta Comunión de los Diversos, forjemos una sociedad alternativa que sepa reconocer y amar la diferencia como espacio de fraternidad y plenitud.
El camino es posible aunque no sencillo, amar con la entrega y vaciamiento total del ser (amar como el Padre), con la receptividad ilimitada del que acoge amorosamente al otro en su radical diferencia (amar como el Hijo) y sale de sí mismo para impactar el mundo con propuestas creadoras ilimitadas e inéditas (amar como el Espíritu), esa es la gloriosa tarea para la que Dios nos ha preparado con el fuego de su Espíritu, tarea que es al mismo tiempo camino y meta.

Gracia y paz.   

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