miércoles, 24 de agosto de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 28 DE AGOSTO DEL 2011


22° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

1. LECTURAS
 Jeremías (20,7-9): Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreir todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
Sal 62,2.3-4.5-6.8-9: Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. ¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.
Romanos (12,1-2): Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Mateo (16,21-27): En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: « ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.» Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
2. REFLEXIÓN
Para seguir a Jesús hay que ser místico
Jorge Arévalo Nájera

Seamos honestos…las exigencias del Evangelio son de tal envergadura que resulta simplemente imposible vivirlas. ¿Quién quiere ser el hazmerreir de todos como le sucedía a Jeremías? ¿O Quién quiere ofrecerse como hostia viva –es decir, entregarse en la cruz como oblación para que otros vivan? ¿Quién quiere asumir como propias –y no a nivel del intelecto, sino de la dimensión existencial- las locas y subversivas categorías del Nazareno? ¡Miren que ocurrencia de Jesús que poner como condición para seguirlo la negación de uno mismo! ¿Pues qué no se trata de autoafirmarse a costa de lo que sea? ¿Qué acaso lo bueno no es precisamente lo contrario, es decir, hacer valer mis derechos a costa incluso de los de los demás? (las marchas de protesta tan frecuentes en nuestra sufrida y querida Ciudad de México son un vivo ejemplo de esto).
¿Quién quiere o puede vivir permanentemente tensionado por una Palabra que nos quita la paz y tranquilidad que buscamos por todos los medios?
¡Y es que eso de poner la otra mejilla cuando me han golpeado más parece pretexto de debiluchos y cobardes que de hombres auténticos! ¡Eso de perdonar 70 veces 7 parece una estupidez cuando el infeliz que me ha hecho tanto daño se merece que le odie el mismo número de veces! ¡Eso de servir a los demás cuando el que merece ser servido soy yo! ¡Eso de compartir no solamente de lo que me sobra sino de lo que necesito incluso para vivir francamente es irrisorio! ¡Que cada quien se rasque con sus propias uñas ¿no?!
¡Miren que afirmar que para salvar la vida hay que perderla cuando en nuestra sagrada mentalidad las categorías del ganar, del subir, del brillar en la sociedad son las que imperan y determinan nuestras actitudes y acciones! ¡Si que se necesita desfachatez o de plano tener zafado un tornillo!
Tal vez, amable lector no nos atrevamos a formular de una manera tan cínica nuestras dudas y reticencias ante la propuesta de Jesús de Nazaret, pero basta con echar una mirada a nuestra sociedad y darnos cuenta que está cimentada sobre valores y principios antagónicos al Evangelio y si según los últimos datos del censo poblacional, más del 80% de los mexicanos afirman ser cristianos, entonces la deducción lógica es que los ´”discípulos” no pasamos de ser simples admiradores del Nazareno, pero no estamos dispuestos a asumir su mentalidad y mucho menos su manera de vivir.
Algunas de las preguntas que debemos hacernos son las siguientes: ¿Será que todo está perdido? ¿Acaso el sueño de Jesús es una simple quimera? ¿Será más honesto y congruente abandonarlo en el baúl de los recuerdos o de las cosas bellas pero imposibles? ¿Valdrá la pena seguir viviendo una religiosidad hueca que reniega con sus acciones de aquel al que confiesa con sus labios como Señor?
Desde luego que la problemática de la “esquizofrenia de la fe” -como la llamaba Juan Pablo II en su Encíclica Fe y Razón refiriéndose a la separación entre lo que se dice creer y la ética concreta que se vive- es sumamente compleja y exige un tratamiento interdisciplinar, pero creo que un factor causal determinante es la ausencia casi total de la dimensión mística de la fe. Aclaro de inmediato el término, antes de que a varios de mis lectores les comiencen a salir ronchas precedidas de un gesto de escepticismo y una sonrisa socarrona.
Lo que viene de manera refleja a la mente de los que escuchan la palabra “misticismo”, es la definición que nos propone el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: Estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones.
¿Suena impresionante verdad? ¡Pero absolutamente incomprensible y totalmente alejado de nuestra experiencia religiosa cotidiana! ¿En qué consiste la “perfección religiosa”? ¿Cómo “medimos” esa perfección si es resultado de una experiencia inefable de unión por el amor? ¿Éxtasis y revelaciones? ¿Eso con qué se come?, ¿con bolillo, tortilla o a capela? ¿Desde cuándo la relación de amor con Dios se basa en experiencias subjetivas? ¿Acaso no basta la revelación definitiva en Cristo y necesitamos “mini revelaciones” particulares?
¡No amables lectores, la relación con Dios no se juega en el campo de las impresiones sensibles sino en el de la escucha y meditación atenta de la Palabra, de la oración seria en la que nos disponemos para Él, en el de la inserción vital en una comunidad de discípulos dispuestos a dejarse mover por el Espíritu y a celebrar la acción salvadora de Dios en su historia!
Son “espacios” que están perfectamente al alcance de la voluntad:
-El estudio y meditación de la Palabra no son cosas fuera de lo que sensatamente puede pedirse a alguien que se dice discípulo de Jesús. No se trata de iniciar sesudos y aburridos estudios bíblicos que solo entiende el expositor –o al menos eso dice él-, sino de generar espacios de reflexión sobre la Palabra, de acudir a cursos o seminarios en los que la espiritualidad (es decir, la aplicación a la vida del dato revelado en la Escritura) es siempre la que prima y la reflexión teológica está a su servicio. Existen este tipo de acercamientos a la Palabra, es cuestión de reservar espacios para ellos en nuestra apretada agenda.
-La oración es simple y sencillamente indispensable en la vida cristiana si ésta pretende tener un mínimo de congruencia evangélica. Desde luego que no hablo de los rezos aprendidos de memoria y repetidos “N” número de veces y que la mayoría de las ocasiones a lo único que inducen es al sueño. Hablo de una disposición consciente hacia el Señor, de hacer un alto en el camino y crear un espacio especialmente preparado para el encuentro con el amado, de hacer el esfuerzo por desarrollar el hábito de acudir a ese encuentro pase lo que pase (exactamente igual a lo que hacemos con el hábito ante las cosas o actividades que nos causan placer y que difícilmente abandonamos). Lo único que Dios está esperando es que generemos ese espacio y perseveremos, él se derramará abundantemente cuando sea el momento oportuno.
Uno no puede esperar que la relación con la pareja vaya adelante y gane en profundidad y calidad si permanecemos ausentes en dicha relación, más bien debemos esperar enfriamiento y des-comunión de intereses. Pues eso es precisamente lo que sucede cuando no oramos, nos alejamos de Dios y acabamos por desconocer y rechazar existencialmente las cosas de Dios.
-La vida cristiana simplemente no existe sin referencia vital a una comunidad de hermanos que comparten la fe y el deseo de seguir a Jesús a pesar de sus perplejidades y dudas. Jesús no quiere seres perfectos –tal vez porque es realista y sabe que eso no existe más que en la imaginación desbordada de los filósofos griegos- sino enamorados de él.  Pero –y esto ha sido causa de escándalo a lo largo de los siglos- resulta que la relación con Jesús no es directa y sin escalas, como si pudiéramos dispensarnos de la mediación eclesial para encontrarnos con Jesús.
¡Cristo sí, Iglesia no! Es el grito múltiples veces repetido a lo largo de la historia del cristianismo. Pero ahora no es el momento para una disertación más amplia sobre el misterio de la Iglesia y su indefectible relación con Jesús, simplemente apunto que el testimonio unánime de la Escritura y de la Tradición es que a Jesús se le encuentra normalmente –aunque no exclusivamente- en el ámbito de la eclesialidad o comunión discipular.
¿No tienes experiencia de comunidad? ¡Entonces búscala para que descubras en tu propia experiencia lo que significa ser Iglesia de Jesucristo! Y aclaro, no te estoy “vendiendo” un producto religioso ni estoy haciendo proselitismo, pero sí te estoy invitando a que te insertes en una comunidad fraterna de discípulos que celebre su fe, es decir que se reúna en torno al pan y el vino para actualizar el misterio de la salvación. ¡Sin Iglesia no hay discipulado posible, el cristianismo no se puede vivir en solitario!
Solamente si nos convertimos en asiduos a la Palabra, en orantes constantes y en celebrantes que actualizan en la Eucaristía los misterios de la salvación juntamente con otros hermanos, seremos capaces de cambiar de mentalidad y empezar a hacer realidad el sueño de Jesús.
Gracia y paz.

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