viernes, 5 de agosto de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 7 DE AGOSTO DEL 2011 19° DOMINGO ORDINARIO CICLO A

Lecturas
1 Re 19,9.11-13a: En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: «Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va pasar!» Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes e hizo trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Sal 84: Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Ro 9,1-5: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante, en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.
Mt 14,22-33: Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: « ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: « ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»

El miedo paralizante que nos causa el Dios de la Biblia
Jorge Arévalo Nájera

La sensibilidad religiosa contemporánea tiende a crear una imagen de Dios dulzarrona, melosa e inocua, sin capacidad de confrontarnos con nuestras trampas y pecados y que por ello, nos deja dormir muy tranquilos.
Es el dios bonachón sentado en su mullido sillón celeste, con pantuflas y una buena taza de café humeante, tan lleno de misericordia que no cabe pensar en que sea capaz de condenar o castigar a nadie, un dios que todo lo disculpa y permite excusando las cobardías y perversiones humanas aduciendo toda clase de sutiles argumentos, tales como “tuvo una infancia difícil y eso determinó que acabara matando a un centenar de personas por lo que no puede ser calificado como culpable de sus acciones” “realmente no hay seres humanos malos, solamente hay enfermos”, etc.
Esta imagen de Dios, desde luego que es más una proyección psicológica que nos permite relativizar la responsabilidad de nuestras acciones y desde luego, resulta ser la salida perfecta para enfrentar el miedo supremo que subyace en la psique humana: el temor a la muerte definitiva, a las consecuencias del mal uso de la libertad y de una vida desperdiciada a causa del egoísmo.
Sin embargo, para aceptar esta imagen del “dios en pantuflas”, habría que mutilar páginas enteras de la Sagrada Escritura en donde se deja ver con claridad que el hombre ha de rendir cuenta de sus acciones, ya sea en la historia o más allá de la historia. Estamos hablando de hombres con la mínima capacidad de reconocer la gravedad de sus actos y del ejercicio de su libre albedrío, no de enfermos mentales, a los cuales Dios sabrá la forma de juzgarles.
De acuerdo a la visión bíblica, la mayoría de los hombres tienen esta capacidad y Dios les hace conocer por la ley natural inclusive, los caminos que se corresponden con su propia dignidad y que le llevan a su realización plena en el encuentro con Dios mediante la vivencia del amor.
Ahora bien, en plena correspondencia con la multicitada imagen, los creyentes cristianos acaban diluyendo totalmente una dimensión de Dios que es esencial para una correcta relación entre creatura y creador; el “Tremendum Dei”.
Me explico; a lo largo y ancho de la Escritura, el pueblo de Israel hace constar que al hacer experiencia de Dios, descubre su dimensión de Absoluto, de Totalmente Otro, de incognoscible, de inmanipulable. Y esta dimensión produce temor, recogimiento ante la majestuosidad inconmensurable, de tal modo que la postración, el cubrirse el rostro, el poner la frente en la tierra resultan los signos corporales que significan esta experiencia del “Tremendum” de Dios.
Es verdad que Dios “baja” al escuchar el clamor de los miserables, que busca desesperadamente a su amada para rescatarla de sus infidelidades, que le ruega –Cantar de los Cantares- y una y otra vez le perdona –Libro del profeta Oseas-, que su compasión es eterna y su enojo dura muy poco, pero esto no significa que finalmente ejercerá su justicia. Podríamos decir que la historia es al mismo tiempo, tiempo de misericordia y juicio, de la salvación y de la condenación, porque ya en la historia su Palabra exige tomar postura, o por él o contra él. La metahistoria no es más que la fijación “in aeternum” (para siempre) de lo que el mismo hombre ha decidido con su toma de postura.
No se trata evidentemente de que Dios provoque por sí mismo el miedo –que es siempre negativo- a su persona, se trata más bien de un “temor reverencial”, un reconocimiento de la propia pequeñez e insuficiencia radical que lleva a la apertura existencial al que es ni más ni menos que la fuente vital de la que depende su existencia.
Sin embargo, el “Tremendum Dei” no es la única dimensión divina. Dios se muestra también como Padre/Madre que se conmueve en sus entrañas ante la miseria humana y que desde el principio inicia un camino de abajamiento que toma carne en la persona de Jesús de Nazaret y todo con tal de rescatar al hombre y llevarlo a las alturas. Es un Dios cercano, comprometido con el devenir de la historia humana, que traba las ruedas de los carros de faraón, que toca impaciente y trémulo a las puertas cerradas de la alcoba de la remolona amada que tarda en abrir, que perdona a la esposa adúltera que se acuesta con los ídolos y le lleva al desierto para enamorarla como en los tiempos del primer amor.
Es el Dios que se queda con los hombres a pesar de que éstos le han escupido en el rostro, le han golpeado y masacrado, se han mofado de su realeza, le han clavado en un madero y se han asegurado de que ha muerto atravesándole el costado con una lanza. Esta otra dimensión de la cercanía, de la suavidad, del respeto a la libertad humana hasta el paroxismo de la cruz se llama “Fascinans Dei”. Es el Dios/amante, seductor y creativo, tan cercano que se puede manducar como trozo de pan y gotas de vino.
El hombre, por su naturaleza creatural no puede captar ambas dimensiones de Dios al mismo tiempo y en ocasiones le parece que Dios es “Tremendum” y entonces se postra y renuncia a todo intento de aprehensión del Misterio y adora en el silencio “con el corazón encendido y la mente en blanco” como diría San Juan de la Cruz al hablar de la oración contemplativa.
Y en otras ocasiones su corazón es presa del “Fascinans” divino y se siente invadido por la ternura y la misericordia son límites del Amado, y se extasía en el amor que recibe gratuitamente y en la entrega inmerecida de su persona, y abre la boca llena de alabanzas y come del pan de Vida que le es ofrecido sin mediar mérito alguno, y mira la cruz y se conduele con su Señor y ese dolor compartido místicamente le mueve a ir en busca de los sufrientes del mundo para llevarles el consuelo y la paz que sólo de Dios provienen.
En la primera lectura, tomada del libro primero de los Reyes, predomina la experiencia del “Fascinans Dei”, Dios es descubierto como brisa suave que refresca en el desierto, mientras que en el Evangelio de Mateo, la experiencia del poder de Dios que domina al mal en la persona de Cristo causa pavor en los discípulos que no atinan a comprender como es que la cruz y la entrega de la vida pueden ser herramientas eficaces para vencer el caos y la violencia.
Así, el creyente en su aventura espiritual ha de saber reconocer a Dios en sus diversas manifestaciones, ya en la brisa suave que refresca acariciando el rostro atormentado por el calor abrasador del desierto o en el signo mayúsculo pero ambiguo de un crucificado que al mismo tiempo es Dios y hombre verdadero.
Gracia y paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario