1er DOMINGO DE ADVIENTO CICLO
“C”
- LECTURAS
Jr 33, 14-1<<
"Mirad que llegan
días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de
Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a
David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En
aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán
tranquilos, y la llamarán así: "Señor-nuestra-justicia". >>
Sal 24
<< Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine
con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y
es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con
rectitud, enseña su camino a los humildes. Las sendas del Señor son
misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor
se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza. >>
1 Tes 3,12-4,2
<<Hermanos: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de
amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca
internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos
sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre. En
fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: habéis aprendido de
nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid
adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor
Jesús. >>
Lc 21,25-28.34-36 << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá
signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las
gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán
sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo,
pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una
nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos,
alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote
la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima
de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de
la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que
está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre". >>
- REFLEXIÓN
Para
mantenerse en pie cuando estemos ante el Hijo del hombre.
Jorge
Arévalo Nájera
La festividad de Cristo Rey, celebrada el
domingo pasado, debió habernos llenado de esperanza y regocijo por tener tan
fascinante soberano y ahora, en este primer domingo de Adviento, que inicia un
tiempo fuerte de preparación para celebrar fructíferamente la venida histórica
de Jesús y la viniente llegada en su Parusía, no nos vendría nada mal hacer un
alto en el camino, echar una mirada en retrospectiva y analizar desde la óptica
de Dios, mediante la maravillosa e irrenunciable herramienta de la Palabra , nuestra situación
actual en el renglón de la espiritualidad y así, poder lanzarnos decididamente
hacia el Cristo que viene.
¿Cómo
iniciar un viaje sin un itinerario? ¿Cómo buscar los medios para llegar a un
cierto destino si ni siquiera sabemos el lugar en donde nos encontramos? ¿Cómo
determinar si necesito un barco, un auto o un ferrocarril?
En la vida espiritual, es menester conocer el
“estadio” en el que nos encontramos para tomar las medidas pertinentes para
emprender el éxodo hacia la tierra prometida. Por doloroso que pueda ser,
debemos dejar que la Palabra
nos muestre exactamente donde estamos y nos aporte las herramientas para cruzar
el desierto y encontrarnos con “el más fuerte”.
Todas las lecturas de este domingo son
extraordinariamente ricas en su contenido teológico y espiritual, por lo cual
sería imposible -dada la brevedad del espacio que esta reflexión debe tener-,
que abordáramos y desarrolláramos todas ellas. Por ello, solo nos fijaremos en
algunos aspectos que considero de particular relevancia. Reflexionemos pues
sobre las lecturas que nos serán proclamadas:
El
contexto histórico en el que se escribe el oráculo de Jeremías que se nos proclama como primera lectura, no
puede ser (en su manifestación histórica) más desalentador. La conquista de la
tierra santa de Judá por parte de los Babilonios, que trae como consecuencia
dos deportaciones (la primera en el 597 a .C. y la segunda, que comporta la
destrucción total de Jerusalén y de todas las instituciones y realidades pilares
de la religiosidad judía, como son el templo, el sacerdocio, la tierra etc., en
el 586-87 a .C.)
es el marco desde el cual el profeta anuncia el cumplimiento de la promesa que
Dios hizo a su pueblo en el nacimiento de un vástago santo que ejercerá la
salvación.
El primer fruto de la era mesiánica (la
expresión “por aquellos días” contiene el sema de la definitividad escatológica
y por lo tanto no se trata de una promesa cumplida parcialmente o con defecto,
sino de un cumplimiento pleno que solo se podía esperar como fruto de la era
mesiánica) es la unificación del pueblo de Dios. Recordarán ustedes que años
atrás, la tierra prometida fue dividida en dos reinos, el del norte o Israel y
el del sur o Judá. Dios les recuerda que son un solo pueblo unido por su promesa.
La división derriba cualquier reino y destruye cualquier identidad. De hecho,
la destrucción del pueblo fue interpretada por los profetas como resultado de
la prevaricación, de la infidelidad a la alianza y el servicio a los ídolos.
Así pues, somos invitados, -siendo la
esclavitud y pecaminosidad el presupuesto para el anuncio gozoso del
cumplimiento de la promesa- a descubrir nuestras esclavitudes, nuestras
ataduras, todas aquellas realidades que atenazan nuestros corazones y nos
impiden caminar hacia la libertad. Por el momento no se nos exige más, solo que
reconozcamos
nuestro estado de esclavos, de pecadores y por lo tanto de seres en absoluta
dependencia de una acción externa (que desde luego viene de Dios) para vernos
salvados, libres y plenos. Mientras permanezcamos en la ideología
satánica de creer que “estamos bien”, que nuestra gestión religiosa nos alcanza
para una relación “razonablemente buena” con el Señor, que ya somos lo
suficientemente abiertos a su acción providente (porque tampoco se trata de ser
fanáticos ¿no?), no seremos capaces de recibir lo que necesitamos para ser
libres, o en lenguaje más teológico, salvados.
Nuestro esfuerzo es del todo insuficiente,
nuestro “sentido común” nos impide abrirnos a la confianza absoluta en el único
que es capaz de dotar de sentido trascendente a nuestro ser. Israel y Judá
prefirieron escuchar a los falsos profetas, que lisonjeaban al pueblo y a la “sabiduría”
de sus gobernantes, que fueron infieles a su alianza con Dios y se acostaron
con sus amantes espurios. La voz de Jeremías nos alerta al respecto y nos
conmina a la esperanza de que “Se acercan
los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa a la casa de Israel y a la
casa de Judá.”, y de que “El Señor es nuestra justicia”.
La respuesta lógica de un creyente atento a
este anuncio queda plasmada perfectamente en el Salmo: “Descúbrenos
Señor tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina”. La petición nos
pone en el camino de la receptividad, de la sensibilización hacia la gratuita
acción reveladora de Dios que nos muestra “sus caminos”. Es interesante que el
Salmo nos hable en plural, no dice “tu camino” sino “tus caminos”.
Es cierto que Cristo es El Camino, pero el
seguimiento se articula históricamente en tantos caminos particulares como
individuos reciben el llamado. Una es La Verdad , pero su manifestación concreta es plural
y multiforme. Y no se trata de relativismo, como si existieran muchas verdades
o caminos, se trata de la necesaria (y teológicamente indispensable) diferencia
ontológica y fenomenológica del que decide abrazar la única Verdad y el único
Camino.
Por lo tanto, la segunda disposición que se nos exige según la Palabra , es la
aceptación de la responsabilidad. Estar dispuestos a asumir la
dificultad inherente al discipulado, a la conversión, a la vida evangélica. El
seguimiento de Cristo no es de ningún modo el cumplimiento infantil de una
serie de preceptos que puedan ser cumplidos sin apelar a la iniciativa, al
ejercicio de todas las capacidades humanas (sensibilidad, intuición,
psicología, voluntad etc.) El Evangelio
no es cosa matemática, Jesús (y la
Biblia en general) no nos dejan recetas de cocina
espirituales, infalibles y clasificadas para ser aplicadas en cada caso
particular que el camino discipular presente.
La cristificación o configuración en Cristo, es
un proceso lento y fatigoso en el que la Gracia va transformando al hombre según la
apertura que éste va logrando para permitir que el Espíritu lo guíe hacia la
liberación total, de tal manera que un día sea imposible distinguir lo que son
acciones humanas y la acción de Cristo. O dicho de otra forma, el estado
crístico consiste no solo en una transformación ontológica, sino también
existencial, de tal modo que cuando el hombre actúa, actúa también Cristo, en
el mismo momento y lugar, juntos irreductiblemente. San Pablo lo expresa de mucha
mejor manera al afirmar “Ya no soy yo,
sino Cristo que vive en mí”.
Sin embargo, a pesar de la gravísima
responsabilidad que la libertad comporta, no basta el esfuerzo humano, y para
guiarnos en las opciones decisivas que afrontaremos en las encrucijadas de la
vida, Dios nos ha dado “la verdad de su
doctrina”.
¿Pero, que debemos entender por “doctrina”? No
desde luego un conjunto de enunciados religiosos que debemos aprender de
memoria y creer ciegamente. La doctrina de Dios es más bien la enseñanza que
guía al hombre en su caminar histórico hacia la consecución del Shalom, de la
paz escatológica, del estado de plenitud definitivo. Y esta enseñanza de Dios,
primero se hace experiencia y en un segundo momento, al expresarse para
comunicarse a otros, se tematiza en enunciados, en palabras humanas dichas por
hombres que vehiculan la Palabra
divina que salva. La Biblia
es esto precisamente y por ello no se entiende una comunidad que pretenda
llamarse cristiana, sin una referencia implícita y explícita a la Palabra de Dios, lo
cual constituye la siguiente disposición o condición que se nos exige para
preparar la venida del Señor.
Todo desemboca en la captación de la revelación
de Dios: “El Señor se descubre a quien lo
teme y le enseña el sentido de su alianza” ¿Qué otra cosa es la venida de
Cristo sino la manifestación definitiva de Dios y la revelación del sentido
auténtico de lo que la alianza antigua prefiguraba?
En Cristo, el hombre es revelado al mismo
hombre, el conocimiento de Dios se hace posible en tanto que se entremete en la
historia y es posible hacer experiencia histórica de él. Digamos que el
interrogante eterno del hombre tiene la respuesta anhelada en Cristo. Él es la
llave que abre el arcón del misterio de la interioridad de Dios y la hace
accesible al hombre. Sin embargo, volvemos a la eterna paradoja de la vida
cristiana: Aunque Dios es quien se revela, y entonces es pura gratuidad sin
merecimiento humano, para recibir dicha revelación se hace necesaria una cierta
disposición espiritual: responsabilidad y docilidad (“Descúbrenos Señor tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina”),
el reconocimiento de que Dios es el único que puede llevarnos a la
plenitud (“Tú eres nuestro Dios y
salvador”) y la firme convicción de alcanzar las promesas del mañana y que
sin embargo ya de alguna manera se degustan en el aquí y el ahora (“Tenemos en ti nuestra esperanza”), el
reconocimiento de nuestro pecado, la humildad, la pobreza y la fidelidad al
pacto de amor (“…indica a los pecadores
el sendero, guía por la senda recta a
los humildes y descubre a los pobres sus caminos”), y todo esto para
recibir como fruto el conocimiento de Dios y del sentido último de la vida (“El Señor se descubre a quien lo teme y le
enseña el sentido de la alianza”)
La primera carta a los Tesalonicenses establece el criterio que permite reconocer
una auténtica experiencia de Dios: ¡Rebosar de un amor mutuo y hacia todos los
demás! ¡No solo al interior de la comunidad (que para nosotros ya sería mucho),
sino hacia todos, hacia afuera de la comunidad en un movimiento expansivo y
universal, sin importar la diferencia sino más bien abrazándola gozosos como un
don irrenunciable que permite mi pleno desarrollo!
Ante la venida del Señor, que es siempre juicio
y crisis para el hombre, ésta es la única forma de mantenerse “irreprochables en la santidad ante Dios,
nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús…” No se trata
entonces de ser muy religiosos en este tiempo de Adviento, de cumplir
escrupulosamente ciertos ritos por piadosos que parezcan. Se trata de iniciar
un proceso espiritual en el que nos hagamos conscientes del grandioso amor con
el que Dios nos obsequia sin importar nuestras miserias e incapacidades, sin
importar lo terrible o mediocre de nuestro pasado. En la medida que descubramos
esto y lo aceptemos como una realidad en nuestra persona podremos “rebosar de un amor mutuo y hacia todos los
demás” asumiendo su dificultosa otreidad con la alegría sobrenatural de
saber que así permanecemos santos e irreprochables ante Dios.
Las imágenes de terror y angustia que nos
presenta Lucas (y que por otro lado son propias del género literario llamado
Apocalipsis y que por lo tanto no deben ser interpretadas como anuncio
anticipado de ciertas catástrofes cósmicas que sobrevendrán en el fin del
mundo) son ante todo dirigidas como advertencia a todos aquellos que
obstinadamente se mantengan fuera del ámbito del amor al que nos ha invitado
Pablo. Para aquellos que se sumerjan en el torrente vivificante de la vida del
Padre, del Hijo y del Espíritu, se avecina la hora de la liberación. Solo basta
permanecer alertas y perseverar, vivir en continua referencia al Padre (orar)
para permanecer de pie ante el Hijo del hombre.
Gracia y Paz.
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