lunes, 26 de noviembre de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 2 DE DICIEMBRE DE 2012


1er DOMINGO DE ADVIENTO CICLO “C”

  1. LECTURAS

Jr 33, 14-1<< "Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: "Señor-nuestra-justicia". >>

Sal 24 << Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza. >>

1 Tes 3,12-4,2 <<Hermanos: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre. En fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. >>

Lc 21,25-28.34-36 << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre". >>

  1. REFLEXIÓN

Para mantenerse en pie cuando estemos ante el Hijo del hombre.
Jorge Arévalo Nájera

La festividad de Cristo Rey, celebrada el domingo pasado, debió habernos llenado de esperanza y regocijo por tener tan fascinante soberano y ahora, en este primer domingo de Adviento, que inicia un tiempo fuerte de preparación para celebrar fructíferamente la venida histórica de Jesús y la viniente llegada en su Parusía, no nos vendría nada mal hacer un alto en el camino, echar una mirada en retrospectiva y analizar desde la óptica de Dios, mediante la maravillosa e irrenunciable herramienta de la Palabra, nuestra situación actual en el renglón de la espiritualidad y así, poder lanzarnos decididamente hacia el Cristo que viene.

 ¿Cómo iniciar un viaje sin un itinerario? ¿Cómo buscar los medios para llegar a un cierto destino si ni siquiera sabemos el lugar en donde nos encontramos? ¿Cómo determinar si necesito un barco, un auto o un ferrocarril?

En la vida espiritual, es menester conocer el “estadio” en el que nos encontramos para tomar las medidas pertinentes para emprender el éxodo hacia la tierra prometida. Por doloroso que pueda ser, debemos dejar que la Palabra nos muestre exactamente donde estamos y nos aporte las herramientas para cruzar el desierto y encontrarnos con “el más fuerte”.

Todas las lecturas de este domingo son extraordinariamente ricas en su contenido teológico y espiritual, por lo cual sería imposible -dada la brevedad del espacio que esta reflexión debe tener-, que abordáramos y desarrolláramos todas ellas. Por ello, solo nos fijaremos en algunos aspectos que considero de particular relevancia. Reflexionemos pues sobre las lecturas que nos serán proclamadas:

 El contexto histórico en el que se escribe el oráculo de Jeremías que se nos proclama como primera lectura, no puede ser (en su manifestación histórica) más desalentador. La conquista de la tierra santa de Judá por parte de los Babilonios, que trae como consecuencia dos deportaciones (la primera en el 597 a.C. y la segunda, que comporta la destrucción total de Jerusalén y de todas las instituciones y realidades pilares de la religiosidad judía, como son el templo, el sacerdocio, la tierra etc., en el 586-87 a.C.) es el marco desde el cual el profeta anuncia el cumplimiento de la promesa que Dios hizo a su pueblo en el nacimiento de un vástago santo que ejercerá la salvación.

El primer fruto de la era mesiánica (la expresión “por aquellos días” contiene el sema de la definitividad escatológica y por lo tanto no se trata de una promesa cumplida parcialmente o con defecto, sino de un cumplimiento pleno que solo se podía esperar como fruto de la era mesiánica) es la unificación del pueblo de Dios. Recordarán ustedes que años atrás, la tierra prometida fue dividida en dos reinos, el del norte o Israel y el del sur o Judá. Dios les recuerda que son un solo pueblo unido por su promesa. La división derriba cualquier reino y destruye cualquier identidad. De hecho, la destrucción del pueblo fue interpretada por los profetas como resultado de la prevaricación, de la infidelidad a la alianza y el servicio a los ídolos.

Así pues, somos invitados, -siendo la esclavitud y pecaminosidad el presupuesto para el anuncio gozoso del cumplimiento de la promesa- a descubrir nuestras esclavitudes, nuestras ataduras, todas aquellas realidades que atenazan nuestros corazones y nos impiden caminar hacia la libertad. Por el momento no se nos exige más, solo que reconozcamos nuestro estado de esclavos, de pecadores y por lo tanto de seres en absoluta dependencia de una acción externa (que desde luego viene de Dios) para vernos salvados, libres y plenos. Mientras permanezcamos en la ideología satánica de creer que “estamos bien”, que nuestra gestión religiosa nos alcanza para una relación “razonablemente buena” con el Señor, que ya somos lo suficientemente abiertos a su acción providente (porque tampoco se trata de ser fanáticos ¿no?), no seremos capaces de recibir lo que necesitamos para ser libres, o en lenguaje más teológico, salvados. 

Nuestro esfuerzo es del todo insuficiente, nuestro “sentido común” nos impide abrirnos a la confianza absoluta en el único que es capaz de dotar de sentido trascendente a nuestro ser. Israel y Judá prefirieron escuchar a los falsos profetas, que lisonjeaban al pueblo y a la “sabiduría” de sus gobernantes, que fueron infieles a su alianza con Dios y se acostaron con sus amantes espurios. La voz de Jeremías nos alerta al respecto y nos conmina a la esperanza de que “Se acercan los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa a la casa de Israel y a la casa de Judá.”, y  de que “El Señor es nuestra justicia”.

La respuesta lógica de un creyente atento a este anuncio queda plasmada perfectamente en el Salmo: “Descúbrenos Señor tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina”. La petición nos pone en el camino de la receptividad, de la sensibilización hacia la gratuita acción reveladora de Dios que nos muestra “sus caminos”. Es interesante que el Salmo nos hable en plural, no dice “tu camino” sino “tus caminos”.

Es cierto que Cristo es El Camino, pero el seguimiento se articula históricamente en tantos caminos particulares como individuos reciben el llamado. Una es La Verdad, pero su manifestación concreta es plural y multiforme. Y no se trata de relativismo, como si existieran muchas verdades o caminos, se trata de la necesaria (y teológicamente indispensable) diferencia ontológica y fenomenológica del que decide abrazar la única Verdad y el único Camino.

Por lo tanto, la segunda disposición  que se nos exige según la Palabra, es la aceptación de la responsabilidad. Estar dispuestos a asumir la dificultad inherente al discipulado, a la conversión, a la vida evangélica. El seguimiento de Cristo no es de ningún modo el cumplimiento infantil de una serie de preceptos que puedan ser cumplidos sin apelar a la iniciativa, al ejercicio de todas las capacidades humanas (sensibilidad, intuición, psicología, voluntad etc.)  El Evangelio no es cosa matemática, Jesús (y la Biblia en general) no nos dejan recetas de cocina espirituales, infalibles y clasificadas para ser aplicadas en cada caso particular que el camino discipular presente.

La cristificación o configuración en Cristo, es un proceso lento y fatigoso en el que la Gracia va transformando al hombre según la apertura que éste va logrando para permitir que el Espíritu lo guíe hacia la liberación total, de tal manera que un día sea imposible distinguir lo que son acciones humanas y la acción de Cristo. O dicho de otra forma, el estado crístico consiste no solo en una transformación ontológica, sino también existencial, de tal modo que cuando el hombre actúa, actúa también Cristo, en el mismo momento y lugar, juntos irreductiblemente. San Pablo lo expresa de mucha mejor manera al afirmar “Ya no soy yo, sino Cristo que vive en mí”.

Sin embargo, a pesar de la gravísima responsabilidad que la libertad comporta, no basta el esfuerzo humano, y para guiarnos en las opciones decisivas que afrontaremos en las encrucijadas de la vida, Dios nos ha dado “la verdad de su doctrina”.

¿Pero, que debemos entender por “doctrina”? No desde luego un conjunto de enunciados religiosos que debemos aprender de memoria y creer ciegamente. La doctrina de Dios es más bien la enseñanza que guía al hombre en su caminar histórico hacia la consecución del Shalom, de la paz escatológica, del estado de plenitud definitivo. Y esta enseñanza de Dios, primero se hace experiencia y en un segundo momento, al expresarse para comunicarse a otros, se tematiza en enunciados, en palabras humanas dichas por hombres que vehiculan la Palabra divina que salva. La Biblia es esto precisamente y por ello no se entiende una comunidad que pretenda llamarse cristiana, sin una referencia implícita y explícita a la Palabra de Dios, lo cual constituye la siguiente disposición o condición que se nos exige para preparar la venida del Señor.

Todo desemboca en la captación de la revelación de Dios: “El Señor se descubre a quien lo teme y le enseña el sentido de su alianza” ¿Qué otra cosa es la venida de Cristo sino la manifestación definitiva de Dios y la revelación del sentido auténtico de lo que la alianza antigua prefiguraba?

En Cristo, el hombre es revelado al mismo hombre, el conocimiento de Dios se hace posible en tanto que se entremete en la historia y es posible hacer experiencia histórica de él. Digamos que el interrogante eterno del hombre tiene la respuesta anhelada en Cristo. Él es la llave que abre el arcón del misterio de la interioridad de Dios y la hace accesible al hombre. Sin embargo, volvemos a la eterna paradoja de la vida cristiana: Aunque Dios es quien se revela, y entonces es pura gratuidad sin merecimiento humano, para recibir dicha revelación se hace necesaria una cierta disposición espiritual: responsabilidad y docilidad (“Descúbrenos Señor tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina”), el reconocimiento de que Dios es el único que puede llevarnos a la plenitud (“Tú eres nuestro Dios y salvador”) y la firme convicción de alcanzar las promesas del mañana y que sin embargo ya de alguna manera se degustan en el aquí y el ahora (“Tenemos en ti nuestra esperanza”), el reconocimiento de nuestro pecado, la humildad, la pobreza y la fidelidad al pacto de amor (“…indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta  a los humildes y descubre a los pobres sus caminos”), y todo esto para recibir como fruto el conocimiento de Dios y del sentido último de la vida (“El Señor se descubre a quien lo teme y le enseña el sentido de la alianza”)

La primera carta a los Tesalonicenses establece el criterio que permite reconocer una auténtica experiencia de Dios: ¡Rebosar de un amor mutuo y hacia todos los demás! ¡No solo al interior de la comunidad (que para nosotros ya sería mucho), sino hacia todos, hacia afuera de la comunidad en un movimiento expansivo y universal, sin importar la diferencia sino más bien abrazándola gozosos como un don irrenunciable que permite mi pleno desarrollo!

Ante la venida del Señor, que es siempre juicio y crisis para el hombre, ésta es la única forma de mantenerse “irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús…” No se trata entonces de ser muy religiosos en este tiempo de Adviento, de cumplir escrupulosamente ciertos ritos por piadosos que parezcan. Se trata de iniciar un proceso espiritual en el que nos hagamos conscientes del grandioso amor con el que Dios nos obsequia sin importar nuestras miserias e incapacidades, sin importar lo terrible o mediocre de nuestro pasado. En la medida que descubramos esto y lo aceptemos como una realidad en nuestra persona podremos “rebosar de un amor mutuo y hacia todos los demás” asumiendo su dificultosa otreidad con la alegría sobrenatural de saber que así permanecemos santos e irreprochables ante Dios.

Las imágenes de terror y angustia que nos presenta Lucas (y que por otro lado son propias del género literario llamado Apocalipsis y que por lo tanto no deben ser interpretadas como anuncio anticipado de ciertas catástrofes cósmicas que sobrevendrán en el fin del mundo) son ante todo dirigidas como advertencia a todos aquellos que obstinadamente se mantengan fuera del ámbito del amor al que nos ha invitado Pablo. Para aquellos que se sumerjan en el torrente vivificante de la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu, se avecina la hora de la liberación. Solo basta permanecer alertas y perseverar, vivir en continua referencia al Padre (orar) para permanecer de pie ante el Hijo del hombre.

Gracia y Paz.

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