lunes, 25 de febrero de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 03 DE MARZO DEL 2013 (3er DOMINGO DE CUARESMA)


1. LECTURAS 
Ex 3,1-8. 13-15: << En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: -Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: -Moisés, Moisés. Respondió él: -Aquí estoy. Dijo Dios: -No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: -Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: -He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel. Moisés replicó a Dios: -Mira, Yo iré a los israelitas y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo? Dios dijo a Moisés: -«Soy el que soy». Esto dirás a los israelitas: «Yo-soy» me envía a vosotros. Dios añadió: -Esto dirás a los israelitas: el Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación. >>

Sal 102: << Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; se levanta su bondad sobre sus fieles. >>

1 Cor 10,1-6.10-12: << Hermanos: No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron nuestros padres. No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga. >>

Lc 13,1-9: << En aquella ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: – ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: –Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: –Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás. >>

2. REFLEXIÓN

De la revelación del “nombre” a los frutos de la higuera

Jorge Arévalo Nájera

Moisés, aquel hombre antaño importante en Egipto, poseedor de privilegios, prestigio y riqueza lo ha perdido todo por defender a un hebreo del abuso de un egipcio, ha tenido que huir de un terreno seguro y cómodo para abrazar la difícil vida de un nómada pastoreador de ovejas. Es entonces cuando Dios se le manifiesta en forma por demás sorprendente en una llama que si bien sale de la zarza, no la consume. Es un extraordinario relato con doble intencionalidad: teofánica y vocacional. El texto del Éxodo nos dice que Moisés “llevó el rebaño más allá del desierto, hasta el Horeb, el monte de Dios” y que allí, “el Señor se le apareció en una llama que salía de una zarza”. ¿Será mera casualidad que el domingo anterior, Lucas nos ha dicho en su evangelio que Jesús subió al monte con Pedro, Santiago y Juan y que es precisamente en ese monte que Jesús se manifiesta a sus ojos en toda su gloria, y que además los vestidos de Jesús se tornan relampagueantes o sea, destellan luz como lo hace Dios en la zarza, y que (según los estudiosos del libro del Éxodo) la Zarza no sea una simple planta desértica sino el nombre de un santuario semita, y si según el Nuevo Testamento Jesús es el nuevo templo donde se adora al Padre en espíritu y en verdad entonces Lucas nos está indicando que el Padre se manifiesta plenamente en Jesús y en él se revela el Nombre divino?

Francamente me parecen demasiadas y muy claras las alusiones que hace Lucas al texto del Éxodo para considerarlas simples coincidencias. Lo que ha hecho el evangelista es leer en clave cristológica el texto del Éxodo para iluminar el misterio de Jesús como revelación definitiva del Padre y clave de la vocación discipular “Éste es mi Hijo amado, a él escuchen”.

Analicemos con más detenimiento este extraordinario relato del Éxodo en su doble dimensión. Primer elemento: La oración es el ámbito de la revelación. En primer lugar, la revelación a Moisés se da en un ámbito bien específico: ¡en un monte! Y no es una mera indicación espacial, como si Dios no pudiera revelarse en un llano o en el mar o en donde se le viniera en gana. Debemos buscar en el contenido simbólico que para los escritores bíblicos tiene la imagen del monte; el monte simboliza el espacio existencial de encuentro entre el mundo de lo divino y el mundo de lo humano.

Es Dios en cuanto comunicándose con el hombre, el Misterio sigue siendo inaccesible al solo esfuerzo humano, es él quien debe manifestarse para dar a conocer al hombre su ser y su designio. Sin embargo, corresponde al hombre un esfuerzo, un dirigirse “más allá del desierto” para posibilitar y percibir la revelación. Moisés (atendiendo al señalamiento líneas arriba mencionado acerca de la Zarza como un santuario) acude a orar al santuario de Zarza (otro elemento de interpretación cristológica de Lucas puesto que Jesús va con sus discípulos al monte precisamente a orar) y es entonces en este ámbito de oración que la revelación se da.

Pero no imaginemos que orar significa lo mismo para los escritores bíblicos que para nosotros. Desgraciadamente la vida orante se ha visto reducida al momento puntual en el que el creyente se aparta del mundo para dedicar unos minutos al encuentro con Dios. La oración en la concepción bíblica abarca la existencia toda del creyente, una vida abierta y referida constantemente a la voluntad de Dios, permanentemente escrutadora de los signos de los tiempos para descubrir la voluntad del Padre en la cotidianidad de la vida. No esperemos “ver” ni “escuchar” en absoluto a Dios sumergidos en la dispersión y superficialidad de una vida sin referencia a Dios. Desde luego que la existencia orante incluye ciertos momentos fuertes y de especial densidad en los que debemos distanciarnos de todo para solo escuchar la Palabra que salva, gozarnos en su Santa presencia y descubrirnos amados por Dios, pero estos momentos nunca deben convertirse en escapismo del compromiso intramundano al que somos llamados.

Segundo elemento: Dios como llama que sale de la Zarza. El fuego es en la simbología de muchos textos bíblicos, imagen de Dios mismo en cuanto dinamismo transformador, capacitador del hombre para enviarlo a realizar empresas aparentemente imposibles. Así en nuestro texto Moisés será enviado a liberar al pueblo esclavizado, en el relato de la vocación profética de Isaías, el tizón encendido que toca los labios del profeta le capacita para su misión. En el Deuteronomio es desde el fuego que Dios  habla y da la ley. En la primera lectura del domingo anterior, Dios como antorcha encendida atraviesa por entre los animales partidos para hacer alianza con Abran. En Pentecostés los discípulos reunidos en el cenáculo recibirán al Espíritu que los impulsará a anunciar el Evangelio hablando una lengua universal etc. En todos estos textos el hombre (o el pueblo) aparece como incapaz, temeroso, mediocre, insuficiente para levantarse por encima de sus miserias y entonces Dios se muestra como fuerza incontenible que se comunica para convertirlo en  liberador, profeta, promesa de fecundidad y anunciador de mundos nuevos.

Para el que cree verdaderamente en el Dios bíblico no existe la palabra “imposible”, no hay nada que no pueda alcanzar desde la potencia de su creador y desde la fuerza de su fe. Es cierto que es sano y necesario reconocer nuestra limitación creatural, pero esto no es un fin en sí mismo, solo es el escalón para abrirnos a la potencia ilimitada del que todo lo puede en nosotros. ¡Arriba los ánimos, vosotros los de corazón apocado! (nos recuerda Isaías) porque el fuego de Dios arde en nuestros corazones sin consumirlos.

Tercer elemento. La permanente tentación de “echarle el guante a Dios”. Normalmente, en toda relación que el hombre establece con la realidad circundante, él es quien toma la iniciativa para interpretarla, para decodificarla y así poder integrarla en su cosmovisión, con lo cual elimina lo amenazante que resulta lo desconocido. Esto es así y guarda cierta normalidad cuando la relación se establece entre dos iguales, pero no así cuando la relación es con el Absoluto.

Esta relación exige el rompimiento de todos los esquemas interpretativos con que el hombre domina lo real y se ve lanzado a abrazar la imprevisibilidad como único espacio de encuentro, es por ello que se exige de parte de la criatura una actitud básica que es la escucha. En efecto, cuando Moisés, atraído por la imagen fascinante de la llama que arde sin consumir la zarza se acerca para “mirar” aquella maravilla, Dios le para en seco y le prohíbe acercarse. Una vez más tenemos que recurrir a la simbología bíblica para penetrar en el mensaje teológico del texto: los ojos son el órgano físico que simboliza la inteligencia, la capacidad de penetrar en el sentido de lo real, y por lo tanto, la mirada es la acción de apropiación de una realidad. Siendo así, se entiende que Dios prohíba a Moisés el acto de “mirar” el misterio teofánico ¡A Dios no se le puede ver no tanto porque sea inmaterial, sino porque es inefable, inmanipulable, indescifrable, está más allá de las posibilidades ónticas del hombre y todo intento de “echarle el guante” es magia, ficción de una mente arrogante que acaba deformando la imagen de Dios y reduciéndolo a simple objeto que encaja perfectamente en los esquemas cognoscitivos humanos! ¡Dios reducido a dios!

Para relacionarse con el absolutamente trascendente es necesario recurrir a otra categoría cognoscitiva que exige receptividad, reconocimiento de que el sentido de lo real no está en el hombre y de que por lo tanto hay que recibirlo del Otro, del soberano universal que precisamente por ser Palabra, comunicación permanente solo puede ser captado mediante la escucha.

Cuarto elemento: Dios se revela para enviar al hombre a liberar a sus hermanos. En la escritura, la manifestación del Señor a su pueblo está indefectiblemente ligada al envío o misión que encomienda, casi podríamos afirmar que la teofanía no tiene fin en sí misma sino que busca al hombre para suscitar en él movimientos hacia su plenitud y consecuentemente se da el impacto en los demás hombres. Así, la teofanía a Moisés es el modo concreto en que Dios ha respondido al clamor de su pueblo oprimido y ha bajado para liberarlos y llevarlos a la tierra espaciosa que mana leche y miel. Moisés es el medio para liberar a Israel, pero recordemos, no recibe la revelación sino en “el monte” (vida orante) y una vez que renuncia a la tentación de ser él quien gestione la relación con Dios (no “mirar” sino “escuchar) sólo entonces es posible descubrir en el Dios que se revela la elevada vocación para la que fue creado el hombre: vehículo para la liberación de los hermanos.

Quinto elemento: La revelación del nombre divino. Moisés pide una sola herramienta a Dios para lograr su objetivo, ¡Conocer el nombre para a su vez dárselo a conocer a los destinatarios de su misión! ¡Poca cosa pide Moisés! Aquí se hace necesario profundizar (aunque sea solo un poco) en el significado del “nombre” en la mentalidad bíblica. El nombre es mucho más que una etiqueta impuesta a las personas con el mero fin de identificarlas. En el nombre se contiene el misterio personal, la identidad del individuo, su ser íntimo, pero por ello mismo, conocer el nombre es adquirir un cierto dominio sobre la persona.

Por ello, los capitanes de los ejércitos mantenían oculto su nombre ante los enemigos y buscaban a toda costa averiguar el del capitán oponente. Lo que pide Moisés es pues una temeridad y una necedad que manifiesta una incomprensión enorme de quién es Dios y quién la criatura. Sin embargo y como siempre, Dios sorprende y va más allá de cuanto el hombre espera y responde a Moisés con una extrañísima formulación lingüística: YHWH que al paso del tiempo se transformó en YAHWE y que tradicionalmente ha sido traducido como “Yo soy” o “Soy el que soy” y que sin embargo es necesario hacer una precisión a dicha traducción.

En realidad se trata de una forma verbal más que de un pronombre, ya que si bien implica al sujeto “Yo”, no es una definición estática como si se refiriera a la “ esencia” en términos filosóficos griegos sino al sujeto en cuanto actuante en la historia. Así, la formulación abarca la acción del sujeto en el pasado, presente y futuro. Aunque parezca un exceso, la traducción debería ser “Soy el que ha sido, el que es y el que será”. Teológicamente esto tiene mucha importancia ya que indica la presencia salvífica constante de Dios en cada momento de la historia de su pueblo, no ha habido, no hay ni habrá un solo instante que escape a la acción providente de Dios. YHWH es un término que hace referencia al Dios creador y no al legislador, el Dios que se revela a Moisés no puede ni debe ser entendido como uno que impone leyes para que el hombre las cumpla, es ante todo el Dios que sostiene con su poder providente y creador a su pueblo y las leyes vendrán hasta que haya sido liberado y como una instancia que le ayudará a vivir en libertad.

Espiritualmente hablando, esto significa que el misterio de Dios se revela a aquellos que disciernen su acción liberadora tanto en su pasado como en su presente y cualquier posible futuro. Una visión tanto puntual (momento concreto en que Dios ha actuado en mi vida) como global (a lo largo de toda mi historia) es necesaria para interpretar el ser personal, la respuesta a la pregunta sobre la identidad y el sentido de la vida sólo se encuentra cuando se descubre inmerso a lo largo y ancho de la existencia en el amor divino. Sólo así la historia se ve redimida y puede descubrirse su origen y trascendencia última.

En esta clave interpretativa, el Salmo resuena y nos conmina a bendecir su santo nombre con todo el ser. No significa solamente proclamar a Dios como “bueno” en términos generales, sino en lo concreto de toda mi historia descubierta como conducida hacia el bien definitivo. El Señor ha perdonado los pecados (referencia al pasado), es compasivo y misericordioso (referencia al presente), rescata tu vida del sepulcro (futuro) y en fin, actúa en la totalidad de mi historia “Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia” que claramente es un merismo (recurso literario que hace alusión a la totalidad mencionándola por los extremos).

En la Carta a los Corintios se nos advierte sin embargo, que si bien la experiencia del Dios providente y liberador fue hecha por los antepasados “todos estuvieron bajo la nube, todos cruzaron el Mar Rojo y todos se sometieron a Moisés, por una especie de bautismo en la nube y en el mar. Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto” esto no fue suficiente, no supieron ir “más allá del desierto, hasta el Horeb” como nos dice el texto del Éxodo porque “codiciaron cosas malas”. Si bien es cierto que estamos llamados ir más allá del desierto, el paso por éste es absolutamente necesario, no es posible llegar al Horeb sin la travesía desértica.

El desierto es la etapa tradicional de “la prueba” (Ex 16,4; 20,20; Dt 8,2.16) que es parte de la existencia cristiana. El primer domingo de Cuaresma se abrió anunciando ésta realidad irrenunciable para el cristiano, cuando en el evangelio Jesús (tipo del hombre nuevo y del Israel escatológico) inmediatamente que recibe el Espíritu, se adentra en la experiencia de la tentación en el desierto. Pablo conmina a su comunidad a permanecer firmes en la etapa de la prueba, a no sucumbir dejándose llevar por la tentación de abrazar caminos distintos de los propuestos por Dios y revelados en la cruz de Cristo. Es de notar la alegoría que utiliza Pablo al comparar el agua que salió de la roca para que bebieran los israelitas con el agua espiritual que es Cristo y aplicándola a nuestra vida, podríamos decir que no basta con comer y beber el cuerpo y sangre sacramentales de Jesús, que la batalla definitiva se libra en el campo de la existencia, donde hay que perseverar una vez alimentados por las especies eucarísticas. El riesgo de no perseverar en la prueba es grande, la vida definitiva está en juego “El que crea estar firme, tenga cuidado de no caer” y en el evangelio de Lucas la esperanza en que por fin la higuera dará frutos es la única razón por la cual el dueño del viñedo no la corta, sin embargo el tiempo de la cosecha se acorta y un día la higuera (la Iglesia y cada singular miembro de ella) deberá rendir  cuentas al dueño.

Gracia y paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario