jueves, 30 de mayo de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 2 DE JUNIO DE 2013 9° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


1.      LECTURAS
1 Re 41-43: << También al extranjero, que no pertenezca a tu pueblo Israel, y llegue de un país lejano a causa de tu Nombre  –porque se oirá hablar de tu gran Nombre, de tu mano poderosa y de tu brazo extendido– cuando él venga a orar hacia esta Casa,  escucha tú desde el cielo, desde el lugar donde habitas, y concede al extranjero todo lo que te pida. Así todos los pueblos de la tierra conocerán tu Nombre, sentirán temor de ti como tu pueblo Israel, y sabrán que esta Casa, que yo he construido, es llamada con tu Nombre. >>
Sal 116: << Que alaben al Señor todas las naciones, que lo aclamen todos los pueblos. Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre. >>
Gal 1,1-2.6-10: << Pablo, Apóstol –no de parte de hombres ni por la mediación de un hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre que lo resucitó de entre los muertos– y todos los hermanos que están conmigo, saludamos a las Iglesias de Galacia. Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto al que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay gente que los está perturbando y quiere alterar el Evangelio de Cristo. Pero si nosotros mismos o un ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡que sea expulsado! Ya se lo dijimos antes, y ahora les vuelvo a repetir: el que les predique un evangelio distinto del que ustedes han recibido, ¡que sea expulsado!  ¿Acaso yo busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Piensan que quiero congraciarme con los hombres? Si quisiera quedar bien con los hombres, no sería servidor de Cristo. >>
Lc 7,1-10: << Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.  Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.  Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor,  porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga». Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa;  por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo –que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: “Ve”, él va; y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “¡Tienes que hacer esto!”, él lo hace».
 Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe». Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano. >>
2.      REFLEXIÓN
PARA AGRADAR A DIOS NO HAY QUE PERTENECER A ALGUNA RELIGIÓN, SINO SERVIRLO
Lic. Jorge Arévalo Nájera
Si preguntáramos a los cristianos la razón de su pertenencia a una determinada tradición religiosa, seguro estoy que la mayoría –lo digo por experiencia propia al haber realizado diversas encuestas al respecto- respondería que porque en ella encuentra los elementos verdaderos que Dios ha revelado para encontrarse con Él y salvarse.
El problema no está en saber si esta afirmación es cierta en cada caso particular, la misma Iglesia Católica (una de las Iglesias más conservadoras en cuanto a la centralidad de la Iglesia como sacramento de salvación) enseña que en todas Iglesias cristianas –y también en otras religiones- existen elementos de salvación y gracia, ya que las semillas del Verbo se encuentran diseminadas en todas las expresiones religiosas y culturales humanas que buscan con sinceridad el amor, la solidaridad y la justicia para todos los hombres[1].
El problema más bien radica en dilucidar si la vivencia religiosa de cada singular creyente o comunidad que se haga llamar “cristiana”, es conforme a la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús y que se hace posible en el poder del Espíritu[2].
Para este fin, nada mejor que abrir el corazón y los oídos para escuchar lo que Dios miso tiene que decirnos al respecto. La 1era lectura, del 1er libro de los Reyes, refleja una oración de intercesión del rey Salomón por los no pertenecientes al pueblo de Israel que acuden al templo movidos por el Nombre de Dios. Para ellos, pide que sus plegarias sean escuchadas y atendidas.
Pero, ¿es que acaso no se requiere pertenecer al pueblo de Israel, ya sea por linaje consanguíneo o por adhesión voluntaria, como es el caso de los llamados prosélitos? Para el enojo de muchos puritanos, parece que Salomón ha comprendido que el Dios de Israel no es posesión exclusiva de este pueblo y que sus miras van más allá de las fronteras que circunscriben una determinada religión.
Hay que decir sin embargo, que es necesaria una determinada actitud por parte del extranjero para que entre en el torrente salvífico de la escucha amorosa de Dios. Esa actitud es la de dejarse mover por el Nombre <<…llegue de un país lejano a causa de tu Nombre. >> Estos por los que pide Salomón vienen movidos, impulsados, atraídos irresistiblemente por el Nombre que han escuchado pronunciar. Pero hay que entender correctamente lo que significa “dejarse mover por el Nombre”: el “nombre” en términos generales hace alusión al misterio personal, aquello que es esencial a la persona le define. Por ejemplo, “Jesús” significa “Yahvé salva” y en efecto, en Jesús Dios salva a la humanidad.
Y así encontramos infinidad de ejemplos en la Biblia; Abraham significa “Padre de multitudes”, Pedro significa “piedra” sobre la que Jesús cimienta su Iglesia, etc. Ya se ve que el nombre no es una simple etiqueta con la que distinguir unos de otros.
Ahora, si aplicamos a Dios lo dicho anteriormente, entonces resulta que el “Nombre” de Dios indica su Misterio más íntimo, aquello que lo define íntimamente y de cara a la relación con sus criaturas los hombres… ¡Dios es Amor entregado sin límites (Padre), Amor que recibe la otreidad sin límites (Hijo) y Amor que sale de sí mismo para crear mundos nuevos (Espíritu Santo)!
Es el testimonio de hombres y mujeres que van por el mundo entregándose a sí mismos en servicio de amor por los hombres, aceptando sin reticencias la diferencia radical que son los otros y acogiendo esa diferencia como un don inapreciable, y que salen de sí mismos para crear mundos reconciliados, que en círculos excéntricos expansivos van transformando el universo entero, lo que atrae irresistiblemente a todos hacia el Dios de Jesucristo.
El templo de Salomón prefigura pálidamente al único y definitivo Templo que es Jesucristo resucitado mismo y por extensión participativa, su Cuerpo que es la Iglesia será el templo donde habitará el Nombre glorioso del Señor. De tal modo que los que antes acudían al templo físico con espíritu humilde y maravillado por el Nombre, ahora acudirán al Templo espiritual verdadero, al único y suficiente mediador entre Dios y los hombres y en Él encontrarán un oído atento y un corazón providente que les concederá todo lo que necesitan para ser plenos y felices… ¡El Espíritu Santo que es derramado en sus corazones!
¡Este y no otro es el Evangelio auténtico que los apóstoles con la autoridad de Jesucristo predicaron en la primera hora y al que hace alusión Pablo en la carta a los Gálatas! Y es que siempre existirá la tentación de mostrar un dios distinto del que nos ha sido revelado en Jesús; el dios retributivo de la religión que paga al hombre de acuerdo sus méritos logrados por el cumplimiento de ciertas prescripciones, el dios vengativo y castigador que al ser ofendido descarga su ira sobre los mortales, etc. Y el apóstol es muy duro en su condena a los tales que anuncian un Evangelio distinto al de la gracia: ¡que sea expulsado!, no hay medias tintas, no se puede tolerar una desviación doctrinal de tal naturaleza porque la sana doctrina deviene en una sana espiritualidad y una falsa doctrina deviene en una espiritualidad enferma que pone en peligro la fe.
No estoy hablando de que debemos convertirnos en una Iglesia dogmatista que coloca la doctrina por encima de la vida y la felicidad de las personas, se trata precisamente de todo lo contrario, porque presentar el auténtico Evangelio, sin componendas facilonas, pero también sin fundamentalismos absurdos, siempre será liberador y generador de personas sanas y alegres.
El Evangelio es para todos los hombres, sin acepción alguna porque todos necesitamos ser liberados de esclavitudes e idolatrías que nos oprimen y sofocan. En el evangelio de Lucas se nos presenta un relato con muchos puntos de contacto con la primera lectura, pero desde luego desde una perspectiva cristológica.
En primer lugar, el centurión y el sirviente a punto de morir son imagen de los extranjeros que se acercan al templo buscando la sanación, la liberación de sus opresiones. Es interesante notar que el centurión (imagen también de la violencia ejercida por el imperio romano) sirve a Lucas para mostrar en acción un tema queridísimo de su teología: la misericordia universal e infinita de Dios que no hace acepción de personas… ¡ni siquiera los más violentos y odiados escapan a la acción salvífica del Señor!
Es verdad que el centurión no se atreve a acercarse directamente a Jesús, sólo ha oído hablar de Él (alusión a los paganos que han escuchado hablar del Nombre y se han dejado mover por el Misterio), y recurre a la mediación de los ancianos israelitas (imagen de Salomón que intercede por los extranjeros en la lectura de 1 Re) para solicitar de Jesús la sanación de su propia ideología de violencia que está a punto de acabar con su vida,
 Conviene rescatar algunas actitudes del centurión para aplicarlas en nuestra vida espiritual:
1.      Reconocimiento de la suprema dignidad de Jesús y de la propia indignidad. No es autoestima baja, es humildad que reconoce la radical insuficiencia humana ante el Misterio, o lo que se llama en la Biblia “temor de Dios”, que es obediencia reverencial que brota precisamente del Tremendum de Dios. La soberbia de pensar que con nuestros ridículos esfuerzos podemos ser dignos o merecedores de Dios queda completamente excluida.
2.      Reconocimiento de la necesaria intermediación de otros para establecer una relación con Jesús. Desde luego que no queda excluida la relación personal con Él, pero esa relación está mediada, es eclesial, comunitaria. Un cristianismo individualista es impensable, es una ficción de la mente que acaba convirtiendo a Jesús en un fetiche hecho a imagen y semejanza del hombre y por lo tanto, fácilmente manipulable.
3.      Confianza absoluta en que a pesar de la radical indignidad ante Dios, Jesús es el consuelo, el pontífice que une los dos mundos de sí irreconciliables, el espacio existencial en donde el sufriente y oprimido puede descansar seguro y lleno de paz. Esta actitud maravilla a Jesús y produce su alabanza… ¡Sí amable lector, Jesús alaba la fe del centurión al mismo tiempo que reclama a Israel su poca fe! ¡Esto debió ser intolerable para la orgullosa mentalidad israelita y causa de la animadversión contra el profeta galileo que finalmente devino en la decisión de asesinarle! 
Sin duda, el Dios en el que yo creo es el Dios que no hace acepción de personas y que no desprecia un corazón que se acerca a él, contrito y humillado buscando su liberación.
Gracia y paz.



[1] Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de El la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna [33]. Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio. (LG 16)
[2] Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad. (LG 14)

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