miércoles, 5 de junio de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 9 DE JUNIO DE 2013 10° DOMINGO ORDINARIO CICLO C

1. lecturas
1 Re 17,17-24: << “Después de esto, el hijo de la viuda de la casa cayó gravemente enfermo, hasta el punto de que no le quedaba ya aliento. La viuda le reclamo a Elías diciéndole ¿Qué tienes contra mí, hombre de Dios? ¿Has venido a mi casa para recordarme mis pecados y provocar la  muerte a mi hijo? Elías le contesto; Entrégame a tu hijo. Y arrebatándoselo del regazo, lo llevó al cuarto de arriba, donde estaba alojado, y lo acostó en su propia cama. Entonces Elías clamo al Señor; Mi Dios, ¿también a esta viuda, que me ha dado alojamiento, la haces sufrir matándole a su hijo? Elías se tendió sobre el muchacho tres veces y clamo al Señor; ¡Mi Dios, devuélvele la vida a este muchacho! El Señor escuchó el clamor de Elías y el muchacho volvió a la vida. Elías tomo al muchacho y lo llevo de su cuarto a la planta baja. Se lo entregó a su madre y le dijo; ¡tu hijo vive! ¡Aquí lo tienes! Entonces la viuda le dijo a Elías; ahora sé que eres un hombre de Dios, y que lo que sale de tu boca es realmente la palabra del Señor”>>
Sal  29 <<Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. >>
Gál 1,11-19 <<Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. >>
Lc  7,11-17 <<En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo." La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.” >>
Jesús es la única esperanza de la humanidad que está a punto de perder su futuro
Jorge Arévalo Nájera
Hoy, ni duda cabe, la Iglesia vive momentos muy duros. La credibilidad de la Iglesia/Institución parece derrumbarse de modo definitivo –a pesar de los esfuerzos, a veces irrisorios de quienes pretenden tapar el sol con un dedo- y la bimilenaria promesa de Jesús (“Y yo, a mi vez te digo que tú eres Pedro y que sobre ésta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” Mt 16,18) se diluye en la fe de muchos y la esperanza de trascendencia de la Iglesia agoniza entre traiciones y pecados innombrables en contra de los más pequeños.
No es pesimismo ni anticlericalismo -bien sabe Dios lo mucho que amo a ésta mi Iglesia- la presente reflexión es más bien un interrogante lanzado con dirección a la conciencia de todos y cada uno de los que pertenecemos a la única Iglesia de Cristo, sin distinciones denominacionales ni de tradiciones teológicas, para que despertemos de una buena vez del profundo y peligrosísimo letargo en que nos hayamos sumidos. Las promesas de Dios no son ciertamente algo mágico que haya de cumplirse pasando por encima del libre albedrío de los hombres y las acciones concretas que sean consecuencia de esa libertad.
Es verdad que Dios sabe reconducir la historia hacia su consumación crística e inclusive garantizar la supervivencia de la Iglesia, pero eso no significa que Dios no pueda acrisolarla transformando sus estructuras o haciéndola volver a sus orígenes, y eso, mis queridos hermanos es al mismo tiempo, esperanza y advertencia para una esposa que espera al amado quizá con muy poco aceite en la lámpara. Las lecturas de este domingo son una perenne invitación a la Iglesia, para que recupere su dimensión resucitadora de cara al mundo y se sume al cortejo de la Vida encabezado por Jesús.
Pero, debo justificar la introducción a la presente reflexión. Para ello, vayamos a las lecturas que serán proclamadas en la Asamblea Eucarística del próximo domingo. La primera lectura, tomada del primer libro de los Reyes, nos presenta un cuadro plástico, lleno de símbolos y personajes representativos, los cuales habrá que descifrar para comprender el mensaje teológico y espiritual del texto.
En primer lugar, el texto pertenece al ciclo de Elías que abarca del capítulo 17 al 22 del Libro primero de los Reyes, y más concretamente, a la sección de <<la gran sequía>>, que va de 17,1-18,46. La sequía es un castigo de Yahvé por el culto a Baal (deidad cananea) y Elías es enviado por Dios a la ciudad de Sarepta de Sidón (ciudad pagana) a alojarse en casa de una pobre viuda en situación agónica, pues la materia prima para hacer pan se agota. A esta viuda, Elías le hace un primer milagro, el de el aceite y la harina que no se acaban.
Sin embargo, las desgracias de la viuda no acaban allí, pues su hijo único enferma hasta el punto de que “no le quedaba ya aliento”. La traducción de la Biblia de Jerusalén parece indicar no la muerte como un hecho sino la proximidad inminente de la misma, y de ser así, no estaríamos, estrictamente hablando de un relato de resurrección sino de rescate de una situación desesperada que está a punto de causar la muerte. En primer lugar, llama la atención la universalidad del texto, que ubica la acción misericordiosa de Dios en tierra pagana.
 Jesús mismo citará este texto en su controversia con sus paisanos en la sinagoga de Nazaret  "Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo: de tantas cosas que hemos oído haber sido hechas en Capernaum, haz también aquí en tu tierra. Y dijo: de cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su tierra. Mas en verdad os digo, que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, que hubo una grande hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; mas ninguno de ellos fue limpio, sino Naamán el siro." (Lc 4,23-27), denunciando la incredulidad de sus paisanos y ensalzando la fe de los paganos y el amor universal de Dios. La viuda pues, representa a la humanidad indigente, que ha perdido a su “marido” (símbolo de las seguridades mundanas), y que está a punto de morir por falta de pan.
Es la imagen de la humanidad agónica, desesperanzada (“estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos” v. 12b) a la cual, precisamente por su radical indigencia, Dios visita. El futuro de la humanidad (simbolizado por el hijo) está en peligro de muerte y la causa –según el contexto- es la idolatría, la entrega del corazón a cualquier realidad que no sea Dios, y aquí es en donde encontramos de inmediato la aplicación hermenéutica del texto: la viuda somos todos y cada uno de nosotros, aquellos que entronizamos en el corazón a las vacuas divinidades del mundo (poder, placer, belleza, inteligencia, estatus social o religioso, etc.) y que sin saberlo quizá, estamos a punto de perder la vida auténtica, la plenitud de la vida. Sorprendentemente –o quizá no tanto- , la mujer interpreta la presencia de Elías como causa de su desgracia. ¿No es verdad que muchas veces, sumidos en la inconsciencia, percibimos la “visita” de Dios como una irrupción violenta que amenaza nuestra estabilidad o peor aún, posible causa de nuestra muerte?
El evangelio de Lucas nos presenta no ya la posibilidad de la muerte del futuro, sino la facticidad de dicha muerte: “se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto”. El relato de la viuda de Sarepta es tan solo prefigura, anuncio de lo que acontecerá si la idolatría no se desarraiga del corazón proclive a la prostitución. Sin embargo, no todo está perdido, Dios siempre tiene la última palabra y el Resucitado es también resucitador. Este relato es desde luego, claramente pospascual, escrito a la luz del Espíritu interpretador del Misterio. La muerte, último reducto y consecuencia del pecado, no es invencible, la misericordia de Dios, su visceral conmoción ante el lamentable espectáculo de una humanidad muerta, suscita su movimiento, su abajamiento que culmina con la entrega del Hijo, que deviene en la entrega que Jesús hace del hijo/futuro resucitado a la humanidad/ viuda, que ahora, es desposada por el Dios de la misericordia.
¿Y la Iglesia qué papel juega en este drama? En la Carta a los Gálatas, ciertamente que Pablo habla en primera persona, y es a él que en primerísimo lugar Dios envía para que anuncie el Evangelio de la gracia a los paganos, pero es igualmente cierto que la actividad misionera es inherente al ser de la comunidad de bautizados y la elección desde el vientre materno no es exclusiva del apóstol de los gentiles. Anunciar al Hijo de Dios que viene al encuentro de los hombres, no para devolverles a la vida caduca que antes tenían, sino para levantarlos a la Vida divina, haciéndoles capaces de proclamar con autoridad que Jesús es la única esperanza que tiene la humanidad de sumarse al cortejo de la Vida.

Gracia y paz.

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