martes, 24 de septiembre de 2013

Reflexión 29 de septiembre de 2013 26º domingo del tiempo ordinario, ciclo c

1.     Lecturas

Am 6, 1. 4-7: << Así dice el Señor todopoderoso: "¡Ay de los que se fían de Sión y confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil; arrellanados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José. Pues encabezarán la cuerda de cautivos y se acabará la orgía de los disolutos.” >>
Sal 145: << Él mantiene su fidelidad perpetuamente, él hace justicia a los oprimidos, él da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad. >>
1Tim 6, 11-16: << Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos. En presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión: te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén. >>
Lc 16, 19-31: << En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
"Pero Abrahán le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros. "El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento. "Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen. "El rico contestó: "No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán. Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.">>
2.     Reflexión
Perfumados…pero muertos
Jorge Arévalo Nájera
El profeta Amós continúa este domingo con su fuerte invectiva en contra de aquellos que en la acumulación de riquezas fincan su seguridad presente y futura. Pero ahora, Amós introduce un elemento más en el “tesoro acumulado” de los ricos, se trata de la riqueza religiosa: << “¡Ay de ustedes, los que se sienten seguros en Sión y los que ponen su confianza en el monte sagrado de Samaria!” >> Estas palabras debieron sonar escandalosas y blasfemas a los oídos de sus contemporáneos –y seguramente, a los oídos de muchos contemporáneos nuestros-  pues se ataca el núcleo de la espiritualidad judía, ni más ni menos que a las dos instancias más sagradas para los judíos; para los del sur, El Templo de Jerusalén asentado en el Monte Sión y para los del norte, El Templo de Samaria en el monte Garizín. Considerados como el lugar de La Presencia, el lugar de habitación de La Gloria, de Yahvé mismo, y por lo tanto, el lugar físico del encuentro con lo sagrado, el lugar donde la eternidad y el tiempo se besaban y el hombre podía obtener el perdón de sus pecados y restaurar la alianza rota por la infidelidad del pueblo.
El problema es que a cierto momento, ese lugar físico/teológico de encuentro entre Dios y su pueblo, lugar de reconciliación y de paz, se convirtió en espacio de un culto espurio, ritualista, desvinculado de la vida y garante mágico de salvación. Así, desvinculado del compromiso solidario con los más débiles, el culto se convirtió en idolatría y el Templo en “cueva de ladrones” que explotaban inmisericordemente al pobre, al huérfano y a la viuda.
Para Amós, hay una relación indefectible entre esta actitud religiosa y el descompromiso ético para con los más débiles y desposeídos de la sociedad. Confiar en la propia gestión religiosa, es decir, en las cosas que se hacen para granjearnos el beneplácito de Dios (Misas, comuniones, rezos, apostolados, etc.) y la consiguiente salvación, es una manifestación de una actitud fundamental de confianza absoluta en sí mismo y de desconfianza en Dios. La consecuencia inmediata es que la fe se transforma en cosa de intimismo desencarnado. Los otros, los necesitados –en cualquier sentido- se convierten en “números”, en estadística y por lo tanto, son fácilmente ignorados: << no se preocupan por las desgracias de sus hermanos>>, la banalidad y despreocupación se convierten así en características de este tipo de “creyentes”, que derraman sobre sí << costosos perfumes y se reclinan sobre divanes adornados con marfil. >>
Quizá convenga, amable lector no apresurarnos demasiado en considerarnos muy alejados de tal actitud religiosa y hacer una revisión profunda de nuestra espiritualidad, ¿podemos decir que al menos en una cierta medida nuestra fe nos mueve al compromiso solidario con aquellos que sufren carencias en nuestro derredor? ¿O acaso nos refugiamos en la falsa seguridad que nos da nuestra vida cumplidora de normas religiosas?
El Salmo alaba al Señor precisamente por su acción liberadora que brota de su fidelidad: << El Señor es siempre fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. >>  El Dios judeo-cristiano no vive allende la historia, metido en su gloria y esplendor, contemplándose eternamente en su perfección. Es un Dios que lucha al lado de los pobres y en contra de los inicuos. Digámoslo abiertamente, él tiene preferencia por los pobres, por los oprimidos y abandonados. ¿Que Dios ama a todos los hombres?, es verdad, pero amar a todos no significa que de igual manera, ¿acaso Jesús no amaba más a Judas o a Juan y por eso aquél mojaba el pan en el mismo plato que el Maestro y Juan se recostaba sobre el pecho del Nazareno?
La pregunta es ¿no deberíamos nosotros, los que nos hacemos llamar sus discípulos optar por las mismas preferencias que Jesús? ¿Cómo agraviar al pobre ignorando su existencia al mismo tiempo que proclamamos el señorío de Cristo?
El autor de la carta a Timoteo (algún discípulo de Pablo), exhorta precisamente a Timoteo a mantener una vida de rectitud (mantener el camino del discipulado sin desviaciones), piedad (forma de vida que considera como eje rector la voluntad de Dios), fe (adhesión a Jesucristo), amor (vida entregada por los demás), paciencia (perseverancia en los momentos difíciles del seguimiento) y mansedumbre (dulzura de carácter en cualquier circunstancia, renuncia a toda forma de violencia). La vida cristiana no es una experiencia dulzarrona, exige una lucha, la vida definitiva se conquista -aunque sea un don de Dios requiere la respuesta comedida y valiente por parte del hombre-.
Teniendo en cuenta el llamado de atención que hace el autor de la carta en el versículo 10, donde afirma que la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar por él, se extraviaron de la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos, enseguida viene la otra exhortación al discípulo que huya de estas cosas y el llamado a vivir de los valores del Reino. Pablo invita a Timoteo a que conserve el mandato del Señor, a que se mantenga firme en su compromiso y busque siempre la vida eterna a la que ha sido llamado y a la que ha hecho profesión solemne delante de muchos testigos  (¿no es acaso esto último lo que hicimos en algún momento de nuestra iniciación cristiana o seguimos haciendo cada vez que profesamos el Credo o renunciamos a las obras de Satanás?)
Finalmente, Lucas nos presenta una parábola, que nos relata la situación final de dos hombres, un rico y Lázaro. El primero ha sido condenado y el otro goza de consuelo en el seno de Abrahán. Uno se pregunta de inmediato por la causa de la condenación y lo primero que llama la atención es que el texto no hace mención alguna de la forma concreta en que el rico alcanzó su riqueza, si lo hizo por medio de su esfuerzo y lícita capacidad productiva o si lo hizo mediante el uso de la corrupción o explotación de otros.
Simplemente se nos pinta una imagen plástica en la que en la historia, el rico disfruta opíparamente de sus bienes y viste de lino y púrpura y todos los días hace espléndidos banquetes mientras el pobre está echado a la puerta  del rico esperando ansiosamente saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico. Por otro lado, tampoco se nos dice la causa de la situación definitiva de paz y consuelo del menesteroso.
Parece que la única razón de la condenación del rico es su indiferencia ante Lázaro y la salvación de Lázaro es su estado de indigencia. Es curioso que el texto no haga mención tampoco del nombre del rico y si registre el nombre del mendigo ¿será acaso que Lucas quiere decirnos algo con esta “marca” o indicio? Es como si el “nombre” (que en la mentalidad bíblica es la expresión lingüística que contiene el misterio, la identidad profunda de una persona, su historia, pero también su dínamis, su apertura al futuro en una realización en continuo devenir, es decir el nombre expresa su vocación) se reservara para un especial tipo de hombre ¡El pobre!, que quedaría representado emblemáticamente por Lázaro. A lo largo y ancho de la Escritura, se manifiesta la preferencia de Dios por los pobres y desprotegidos, por los más débiles y excluidos de la sociedad por el motivo que fuere.
No se trata de una actitud meramente asistencialista por parte de Yahvé, desde luego que las pautas espirituales que nos presenta la Biblia en su conjunto, tienen como objetivo la plena realización y despliegue de todas las potencialidades humanas, pero de cara al que carece de lo más elemental materialmente hablando, es una exigencia cristiana el proveerlos de los bienes que satisfagan dicha carencia. Desde luego que ni Lucas ni Jesús mismo están promoviendo la mendicidad ni la dependencia patológica. Se trata de cargar las tintas sobre la actitud del rico ante la presencia del menesteroso. 
El rico es anónimo porque no tiene futuro, está encasillado, anquilosado en una forma de vivir, en una mentalidad que cercena su vocación, sofoca el llamado que desde antiguo Dios hace al hombre para que se vea realizado en plenitud el proyecto divino sobre el hombre. Esto se pone de relieve en el desenlace de la parábola, ante la muerte, realidad que fija de una vez y para siempre las opciones que se hayan tomado en la historia, se nos revela el destino final de ambos personajes: el pobre es llevado junto a Abrahán (símbolo de la plenitud escatológica) y el rico al lugar de los muertos (lugar de tormentos).
 Paradójicamente, la situación de los personajes se invierte, ahora es Lázaro quien goza de abundancia y paz y el rico sufre la sed y el ansia de saciarse eternamente. ¿Cuál es la causa del juicio condenatorio que está implícito en la situación del rico? ¡Simple y llanamente que no compartió con el pobre!
Está perfecto que promovamos estructuras socio-económicas que generen empleos y  bienestar y que incidan en el desarrollo humano en forma integral. Está muy bien que desaprobemos la holgazanería y la corrupción de aquellos que quieren vivir a expensas de los demás como parásitos fagocitantes. Pero el problema radica en la actitud y en los actos concretos del creyente de cara a estos indeseables sujetos y según el Evangelio, sólo hay dos opciones: o les condenamos a la exclusión social o les abrazamos en el amor de Dios, con la gratuidad que éste exige y que es la única opción para que desde su libertad y sintiéndose amados sin merecerlo, se abran a una respuesta responsable y que les haga salir de su estado de postración e indigencia.
Allí está la disyuntiva, ¿Le creeremos a Jesús o a las ideologías del poder y la autosuficiencia? Sospecho que en el fondo, detrás de toda contumaz actitud de defensa de la riqueza se esconde el ancestral miedo a la dependencia absoluta de la providencia divina. Y otra vez, en el fondo se trata de un problema de falta de fe y de apego a las propias capacidades para resolver la vida.  La esperanza se abre para los pobres, estos son los únicos que tienen un “nombre”, y por lo tanto un horizonte de futuro, que no radica en sus capacidades o fuerza, sino en aquel que es la fuente de todo bien. La Jerusalén celestial espera a los “siervos”, a aquellos en los cuales brilla en sus ojos el mismo horizonte de Jesús, los mismos ideales, para aquellos que han hecho de Cristo su Señor, y que viven según su voluntad y no según las vanas ideologías mundanas, que no pasan de ser ídolos si se les absolutiza a tal grado que se convierten en criterios de interpretación de la realidad.
Tenemos todo para tomar una opción más radical y decidida a favor de los amados de Dios, para vivir así en la libertad y plenitud de los hijos de Dios o acaso, ¿seguiremos poniéndonos costosos perfumes acaso para disimular el olor a muerte que brota de nuestra acomodaticia forma de vivir la fe?

Gracia y paz.

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