jueves, 5 de septiembre de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 8 DE SEPTIEMBRE DE 2013 23° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO “C”

LECTURAS
Sb 9,13-18: << ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó. >>
Sal 89: << Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: "Retornad, hijos de Adán." Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos. Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.  >>
Flm 9b-10.12-17: << Querido hermano: Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar, en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con libertad. Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo. >>
Lc 14,25-33: << En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: "Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.">>

2. REFLEXIÓN
¿Es posible conocer cuál es la voluntad de Dios para mi vida?
Jorge Arévalo Nájera
La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, comienza con una  interrogante: ¿Qué hombre conoce los designios de Dios? Es una interrogante que nos interpela e invita a intentar una respuesta. No obstante, le invito, amable lector a que no apresure esa respuesta. Porque, habiendo nacido y desarrollado en una cultura de cuño cristiano-occidental, podría usted pensar que es una pregunta de primero de catecismo  y que la contestación es evidente: ¡Pues desde luego hombre, eso está más que claro en la Biblia!
Sin embargo, me parece que la respuesta no es tan sencilla, pues aunque es cierto que la revelación de Dios contiene todo aquello que el hombre necesita para su salvación/plenitud y esta revelación  es de aplicación universal, no es menos cierto que las problemáticas concretas que el hombre enfrenta en su devenir cotidiano no encuentran una respuesta tipo “receta de cocina” en las páginas sagradas de la Escritura y exigen una profunda reflexión y discernimiento.
Daré un ejemplo bien claro de lo que afirmo: supongamos que una bella muchacha piensa que se ha enamorado del no tan bello compañero de estudios y siente que mariposas revolotean en su interior cuando ve la figura del amado, y solamente piensa en el momento de volver a verlo, y se pasa las horas hablando con el susodicho –con la consiguiente furibunda reacción paterna por la enorme cuenta telefónica que habrá que pagar-, etc.  Total, un buen día “Petronila” –que así llamaremos a la dulcinea- decide formar matrimonio con “Maclovio”. Supongamos –que atrevimiento- que Petronila y Maclovio son cristianos y entonces lo primero que se preguntan es ¿querrá Dios que nos casemos? ¿Será esa su voluntad y su designio para nuestra vida? Reconozco que quizá estoy suponiendo demasiado al pensar que aún queden parejas que se pregunten tal cosa antes de dar el paso al matrimonio, pero permítame usted soñar un poco.
Una vez que se han sopesado los pros y contras racionales, queda aún la interrogante de fondo: ¿Qué tiene que decir Dios? Todo parece indicar que el matrimonio tiene probabilidades de éxito, pero aún falta saber lo que opina el Señor. ¿Y cómo se le pregunta? Ni Maclovio ni Petronila tienen “enchufe” directo con el Espíritu Santo ni tampoco poseen “ciencia infusa” para conocer de inmediato la voluntad de Dios, que evidentemente ha instituido sacramentalmente el matrimonio y sus bondades, pero la pregunta no es esa, sino ¿Es este matrimonio bueno para nosotros?
Y recordemos que lo bueno en la Biblia no es lo que se ajusta a un código ético o moral, sino lo que se corresponde plenamente con el designio creador de Dios. Parece que nuestros héroes se encuentran en un dilema de no fácil solución.
Otro ejemplo, amar al enemigo es una máxima evangélica de la cual ningún discípulo está exento, eso queda claro en las páginas del Evangelio de Mateo y en muchos otros textos del Nuevo Testamento, lo que no queda tan claro es el cómo voy a aplicar esa máxima evangélica en las diversas situaciones en las que me enfrentaré a un enemigo: ¿Cómo amaré a un violador si le descubro realizando su felonía? ¿Cómo amaré al soldado extranjero que frente a mis narices asesina a un compatriota? ¿Cómo amaré al jefe de departamento que comete un ilícito e implica a un compañero inocente?
Seguir a Cristo no es cuestión de aplicar a rajatabla y literalmente las enseñanzas bíblicas. Si así fuera, tendríamos que irnos a radicar a Mesopotamia para imitar el periplo de Abrahán, aprender arameo para hablar la lengua de Jesús, ser publicano o pescador para poder ser discípulo, vivir en la miseria para vivir la pobreza evangélica, andar por la vida cojos, mancos o tuertos, etc.
Pero no hermanos, ser discípulo significa algo más profundo y radical, significa el fatigoso esfuerzo por configurar la vida en Cristo, asumir sus valores y principios, actualizando el espíritu de su Palabra en todas y cada una de las vicisitudes de nuestra existencia. No somos vulgares imitadores de Cristo, somos aprendices del único modo de ser hijo que nos ha enseñado Jesús, somos eternos buscadores de la voluntad del Padre revelada en El Hijo que provoca la complacencia de su Abbá.
Para ello se requiere evidentemente de “herramientas” que nos permitan identificar con claridad la Palabra de Dios en la historia, en nuestra historia personal y en el devenir del mundo que nos rodea. Recordemos que ante todo, Dios se define a sí mismo como Palabra y por lo tanto como comunicación, salida, revelación de sí mismo y de su designio salvador. Y recordemos también que hemos sido creados como dialogantes válidos ante Él, “capax Dei” (capaces de escuchar y atender a Dios) es el hombre, criatura espiritual atraída indefectiblemente hacia el Absoluto.
¿Y cuáles son esas herramientas interpretativas? A mi juicio, son básicamente –aunque no exclusivamente- cuatro:
1.- Oración: Pero entendida en el sentido bíblico, no como la repetición cuasi-mágica de ciertas fórmulas lingüísticas aprendidas de memoria y perfectamente catalogadas según su función y propósito. No, la oración entendida como la permanente apertura a la escucha de Dios. La oración es ante todo la disposición totalizadora ante el Señor. Lo resume el excelso místico San Juan de la Cruz con su frase…“con el corazón ardiendo y la mente en blanco”, contemplando extasiados el Misterio y esperando la Palabra que escriba con letras de fuego la voluntad del Señor.
2.- Meditación y estudio de la Palabra: En la medida que nos apegamos a la Palabra (y aquí me refiero específicamente a la Palabra escrita o sea la Biblia) Dios mismo va generando un espacio intersubjetivo de estrecha vinculación con Él, se va desarrollando una intuitiva capacidad de sintonía con el espíritu de la Palabra. Desde luego que esto requiere de un proceso que empieza por crear el hábito de la lectura, pasa por el estudio y termina con la escucha espiritual de los textos sagrados.
3.- Experiencia comunitaria “ad intra”: Definitivamente la vivencia impersonal, masificante del cristianismo es una falacia. Simplemente a eso no se le puede llamar cristianismo. La comunión –o koinonia- requiere de la interrelación, del compromiso y solidaridad con un grupo de hermanos de los cuales conozco sus rostros, sus nombres y apellidos, donde viven y sus luchas, miedos, sueños e ilusiones. En suma, comparto con ellos lo que soy y lo que tengo. Y resulta evidente que esto es imposible de vivir en una estructura abstracta como lo es una Parroquia o una congregación multitudinaria.
De aquí la necesidad de volver a la experiencia de pequeñas comunidades que favorezcan la comunión de vida. Esto desde luego no quiere decir que estas comunidades deban desvincularse de sus Parroquias o congregaciones, pero éstas deben buscar favorecer la experiencia de pequeñas comunidades en su seno. Es en la comunidad así entendida que Jesús se hace presente (“Donde haya dos o más re-unidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”). La comunidad es un espacio privilegiado para escuchar y discernir la voluntad de Dios.
4.- Experiencia comunitaria “ad extra”: No basta alimentarse de la comunidad, es necesario compartir ese alimento con los demás, con aquellos que no perteneciendo nominalmente a ella, sufren, carecen y esperan de ella el signo del Reino hecho historia. Los pobres (entendidos como categoría teológica y no solamente sociológica) son un espacio también irrenunciable para discernir la voluntad de Dios. Por la boca de ellos habla el Señor.
Así, viviendo este dinamismo de búsqueda de la voluntad de Dios, me atrevería a responder positivamente al cuestionamiento con que encabezamos la presente reflexión: ¿Es posible conocer cuál es la voluntad de Dios para mi vida?

Gracia y paz

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