lunes, 25 de noviembre de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO CICLO A


1. Lecturas
Is 2,1-5: Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.» Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.
Sal 121: Qué alegría cuando me dijeron: ¡«Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Allá suben las tribus, las tribus del Señor según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. Desead la paz a Jerusalén: «Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios». Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: «La paz contigo». Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien.
Ro 13,11-14: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Revestíos del Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos deseos.
Mt 24,37-44: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
2. Reflexión
Una paz que es don y tarea
Jorge Arévalo Nájera
Hoy comienza un nuevo año litúrgico con la celebración del primer domingo de Adviento, tiempo fuerte de preparación para la viniente presencia de Jesucristo. Una presencia que se nos anuncia primero escatológicamente (su segunda venida o Parusía) y que después la Iglesia irá concentrando su atención en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.
Así, las lecturas de este domingo tienen un talante escatológico, se describe lo que acontecerá en los tiempos del cumplimiento de las promesas hechas a Israel. Isaías, el príncipe de los profetas, nos revela que en aquellos tiempos, se llevará a cabo un éxodo universal, la humanidad entera (las naciones) emprenderá un camino que les llevará directamente al encuentro con Dios. La idolatría será desterrada de la vida humana y todos caminarán a la luz del Señor. El texto isaiano está repleto de imágenes simbólicas que conviene descifrar para comprender a profundidad su mensaje teológico y espiritual.
En primer lugar, el “monte” en singular, o más explícitamente “el monte de la casa del Señor” simboliza a Dios mismo en cuanto presente y comunicante con el mundo del hombre (la base del monte está asentada sobre la tierra y su punta se confunde con el cielo), mientras que “los montes” (así, en plural) representan a los ídolos, a todas aquellas realidades a las que el hombre apega su corazón, desplazando a Dios del centro. Para los tiempos finales se dará el encumbramiento (victoria definitiva) del “monte” sobre “los montes o montañas”.  La humanidad se verá libre de toda idolatría, entregará totalmente su ser en manos del Dios verdadero.
 Para que esto se logre, las naciones “confluirán” hacia Dios, descubrirán en él el único criterio para discernir la Verdad (caminarán a la luz del Señor) y el ansia de poder y dominio que se traduce en violencia será desterrado para siempre en los tiempos mesiánicos (de las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas).
El Salmo 121 resuena con ecos gloriosos y llenos de júbilo ante la visión del profeta. Jerusalén simboliza el lugar teológico del encuentro/comunión con Dios. La categoría “encuentro” caracteriza los tiempos del cumplimiento y hace referencia a la relación interpersonal que supera todo cultualismo o legalismo religioso. Se trata de una relación existencial y totalizadora (por ello el fruto correspondiente es el “Shalom” o paz, que es la plenitud total en los cuatro ejes relacionales humanos: con Dios, consigo mismo, con los otros y con el cosmos).
Hasta aquí, todo es luz, paz y alegría. Pablo, en su carta a los Romanos, introduce un tono distinto y sin abandonar la alegría que produce la esperanza de aquellos tiempos, habla de un discernimiento serio (tomen en cuenta el momento en que vivimos). Es consciente de la somnolencia que puede producir la visión extática de aquellas realidades que aguardan al hombre allende las fronteras de la muerte.
¡Con cuánto gusto nos quedaríamos contemplando el inefable rostro de Dios, con la mirada vuelta hacia el cielo pero los pies desterrados, desvinculados del fatigoso ejercicio del amor cotidiano, de la entrega callada, del servicio humilde a los pequeños, del perdón que debemos entregar en aras del seguimiento de Jesús, de la incomodidad –y el riesgo- de enfrentarse con los poderes establecidos que sofocan la dignidad y libertad sagradas de los hombres, etc.!
Todo esto queda simbolizado por la figura del “sueño” en el que el apóstol de los gentiles ve sumida a la comunidad romana. Y el imperativo admonitorio de Pablo ¡Ya es hora de que se despierten del sueño!, se debe a que ahora, -igual que en cada época de la historia- la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La era de las tinieblas se acerca a su fin, el conocimiento pleno de Dios está a la puerta y por ello es necesario abandonar las obras propias de los ignorantes -y desde luego que no me refiero a una ignorancia intelectual o no culpable- que se obstinan en querer vivir cerrados al amor y encerrados en sí mismos.
El sueño expresa des-comunión, ruptura con Cristo y su proyecto. Las obras de las tinieblas resultan de dicha actitud, son las llamadas “obras de la carne” o “cuerpo de pecado”: Entrega del corazón a las pasiones y los vicios, envidias, violencia. Y no se trata de un moralismo ridículo, sino de comprender que vivir estas categorías es expresión de una profunda idolatría, de un ser regido por el egoísmo (absolutización del Yo) y que lógicamente acaba viviendo sólo para sí, en detrimento del bien de los otros.
Por eso Pablo conmina a los romanos a “revestirse” del Señor Jesucristo. Esta expresión paulina significa –dado que el “vestido” simboliza en la imaginería semita a la persona misma, a la identidad, al modo de ser y aparecer en el mundo- abandonar las categorías caducas de las tinieblas y abrazar el modo de ser de Cristo, a apropiarse de sus principios y valores, de su cosmovisión teológica, de sus sueños y proyectos.
El evangelista Mateo, continúa en la línea admonitoria de Pablo. El apóstol ha exhortado a “despertar” y Mateo advierte sobre los peligros de permanecer inmersos en la vorágine de lo intramundano. Qué fácil resulta ensordecerse con las múltiples y estentóreas voces de las ideologías que nos prometen la felicidad instantánea y al alcance de la mano. La cultura del “menor esfuerzo”, del hedonismo a ultranza, del logro fácil que omite el esfuerzo y la perseverancia –de esto es evidencia el éxito de los llamados “producto milagro”- , de la ideología del poder del dinero como única vía de acceso a la plenitud, etc., y qué difícil atender a la sutil voz del Señor que susurra entre tantas voces su propuesta de abrazar la cruz para generar vida en medio de tanta muerte, qué obscura parece la senda de la verdad comparada con la falsa luminosidad de los caminos del mundo.
Y lo más grave es que llegamos a considerar que esos caminos son verdaderos, que son sensatos, que al menos por un momento nos hacen sentir poderosos y bellos, dignos y respetables. Y así se van convirtiendo en senderos cotidianos que nos sumergen en una inconsciencia harto peligrosa. Olvidamos que todo esto es pasajero, que aún las necesidades más básicas y naturales (comer, beber, casarse) son relativas y pertenecen al eón caduco, que lo verdaderamente sustancial –ya nos lo indicaba el mismo apóstol Pablo en la segunda lectura del domingo pasado, cuando afirmaba que en Cristo reside toda la plenitud y que él da la consistencia a todas las cosas- es la venida del Hijo del hombre que es el crisol del Padre, momento de decisión fundamental: O para Dios (arrebatados) o fuera del ámbito de Dios (dejados).
La actitud consecuente del creyente ante la seriedad de la venida del Hijo del hombre, no puede ser otra que la vigilancia ¡Velen pues y estén preparados! -Dice el Señor-. La vigilancia es la actitud de permanente escrutamiento de los signos de los tiempos, de escucha atenta de su Palabra, de contacto con los resonadores de Dios en la historia (los pobres y los hermanos), de oración constante para sensibilizarnos ante el llamado de Dios y generar espacios de encuentro místico con él.
Sí, hermanos, nos aguardan realidades pletóricas de luz y alegría donde solamente reinará el Señor, pero mientras él viene, la historia espera de nosotros un testimonio que anticipe su llegada definitiva…nos ha sido dada una paz que es don y tarea, gracia y respuesta, camino que hay que recorrer.

Gracia y paz.

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