miércoles, 8 de agosto de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 12 DE AGOSTO DE 2012 XIX DOMINGO ORDINARIO CICLO B


1.      LECTURAS
1 Reyes. 19, 4-8: << Elías caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseo la muerte y dijo:" ¡Basta ya, Yahveh, toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!" Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: "Levántate y come." Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. Volvió segunda vez el ángel de Yahveh, le tocó y le dijo: "Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti." Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches. >>
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9: << Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa, en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él. >>
Efesios. 4, 30- 5, 2: << No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda dureza, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma. >>
Juan 6, 41-52: << Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan que ha bajado del cielo." Y decían: ¿"No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?" Jesús respondió: "No murmuréis entre vosotros. "Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná del desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo."
2.      REFLEXIÓN
COMER EL PAN DEL CIELO PARA NO CONTRISTAR AL ESPÍRIUTU
JORGE ARÉVALO NÁJERA
Con mucha frecuencia escucho decir a personas de buena voluntad, fieles cumplidores de sus deberes cristianos, que son “consentidos” de Dios porque les ha dado una buena posición económica, salud, una imagen respetable, hijos prósperos e inteligentes, etc.
Yo me pregunto si la posesión de cualquier bien, ya sea material o espiritual es signo inequívoco del beneplácito divino causado por las “buenas obras” y me lo pregunto porque también conozco seres humanos maravillosos que han entregado su vida en servicio de amor a los demás y que padecen estrecheces económicas, enfermedades crónicas que les desgastan lenta y dolorosamente, que han sufrido engaños y traiciones de sus seres más queridos y no me atrevo –es más me niego terminantemente- a pensar que sus carencias y sufrimientos sean signos del disgusto y desaprobación de Dios a sus vidas.
Sin duda que el deseo más puro del creyente es el complacer a Dios, agradarle, tenerlo contento. Sin embargo, caben dos preguntas ante este deseo; ¿es posible complacer a Dios? Y enseguida ¿cómo se logra esto?
Respecto a la primera pregunta, ésta sólo tiene cabida si partimos de una imagen de Dios que brota de la revelación bíblica, en la que Dios sufre, se entrega, lucha al lado de los hombres, ama, se encela, ruega al hombre y…es capaz de alegrarse. Desde la imagen griega de la divinidad esto es imposible, Dios es una especie de esfera perfecta a la que nada le hace falta y por lo tanto no puede apasionarse ni procurársele alegría.
Pero dado que nuestra fe es –o debería ser- bíblica y no un producto de la filosofía griega, entonces debemos y podemos afirmar que a Dios es posible alegrarle, que el hombre es capaz de provocar gozo en el corazón del Eterno…pero que también es capaz de provocarle dolor, pena infinita, al modo totalizador con el que Dios siente.
Dicho lo anterior, entonces surge el interrogante sobre el cómo alegrar –o entristecer- a Dios. Para ello, acudamos a la fuente inerrante[1] que es la Sagrada Escritura:
En la primera lectura, del libro primero de Reyes, el profeta Elías se siente cansado del permanente fracaso del pueblo ante las exigencias que la alianza con Yahvé le impone y desesperado quiere que su vida termine. Él está siendo perseguido por la reina pagana Jezabel que quiere tomar venganza por el asesinato de sus profetas a manos de Elías en aquel épico pasaje del Monte Carmelo (1 Re 18,1-40). Tiene miedo y se identifica con el pueblo fracasado “no soy mejor que mis padres”. Sin embargo, Dios no sabe abandonar a los suyos y les alimenta para que continúen caminando. El fracaso es siempre relativo, nuestros pobres y medrosos esfuerzos no son la medida con la que Dios nos juzga.
Dios mismo alimenta a sus profetas con su pan y su agua –que son prefiguras del Pan y el Agua definitivos que saciarán para siempre el hambre y la sed de los eternos caminantes-. El pasaje que continúa al que analizamos nos narra que Elías se refugia en una cueva y es allí en donde Dios le revela la causa de su miedo y su fracaso: Yahvé no está en el fuego con el que Elías consumió al novillo rociado con agua, tampoco está en la violencia con la que destruyó a los opositores de Dios, ni tampoco en el viento huracanado que descuaja los montes…Él está en la suave brisa que acaricia el rostro acalorado de los caminantes del desierto, él está en la cotidianidad de un pan cocido sobre piedras calientes.
Si me permite Usted, amable lector, me atreveré a interpolar una interpretación personal   y cristológica sobre este dato: si el pan en el Nuevo Testamento simboliza a Cristo/Eucaristía,  y la piedra es símbolo de la Torá o de la Ley, entonces lo que Dios oferta a Eliseo (símbolo del nuevo pueblo de Dios, todo él profético) como alimento o viático para el camino es a Jesús mismo que ha sido anunciado, preparado y anticipado por la economía revelatoria del Antiguo Pacto que lleva en sus entrañas el fuego del Espíritu que hace parir a Cristo en la historia.
¿Qué cosa más cotidiana que el pan y el vino eucarístico? ¿Existe acaso algo más cercano que ese pedazo de pan y ese sorbo de vino que es puesto al alcance de nuestra boca? Y sin embargo, es el eternamente incognoscible, el inaccesible a las solas capacidades humanas, el totalmente Otro, el tres veces Santo quien yace suavemente en la palma de nuestras manos y es sorbido por nuestros labios agostados por la sed de infinito.
Pero basta ya de digresiones y volvamos al hilo conductor de nuestros textos. Pablo, en su carta a los Efesios, conmina a los cristianos a no entristecer al Espíritu Santo con el que han sido marcados como propiedad de Dios. Lo que entristece al Espíritu es la maledicencia (hablar mal, difamar a los hermanos), la aspereza en el trato, la ira, los gritos.
Es un elenco de actitudes que parece tomado de cualquier comunidad actual ¿no les parece?, a cual más hablamos mal unos de otros y con la misma boca con la que alabamos al Señor sobajamos al hermano. A cual más tratamos con aspereza, nos encolerizamos y  levantamos la voz a los hermanos cuando se equivocan o se “atreven” a expresar puntos de vista distintos a los nuestros o según nuestros criterios dicen tonterías.
Entonces, las actitudes que alegran a Dios pueden deducirse fácilmente buscando los opuestos: Dios se alegra cuando hablamos bien y con tono deferente (ponderamos sus cualidades y hacemos sentir importante), tratamos con suavidad y somos amables con los hermanos. ¿Fácil no? El Evangelio no guarda sus secretos a los sencillos y humildes de corazón, no es una doctrina esotérica reservada a unos cuantos iniciados, el Evangelio se vive y la fe se verifica en el cada día del contacto con los hermanos.
Pero, ¿es posible vivir esto? Así como el cuerpo humano crece y puede realizar todas sus funciones (incluyendo las del orden psicológico y espiritual) si es alimentado adecuadamente, el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia no puede asumir la vida sobrenatural del Evangelio sin el alimento pertinente que es Cristo mismo.
En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como el pan bajado del cielo que da la vida definitiva. Bien sabemos por fe que a nivel sacramental, Cristo se nos da en el pan y el vino eucaristizados, y que su presencia en las especies consagradas es real, verdadera y sustancial, pero no basta con abrir la boca, masticar y beber, eso no es comunión hasta que se convierte en expresión de una fe concretizada en acciones específicas que responden a la Palabra de Jesús.
Pero al mismo tiempo, manducar y beber el Cuerpo y sangre de Cristo creyendo firmemente  es alimentarse con la fuerza misma de Dios, es permitir ser asimilados por el Padre, el Hijo y el Espíritu y sumarse al torrente de vida intradivina. Creer en el Pan bajado del Cielo significa pues por una parte asumir los valores, criterios y opciones de Jesús como eje conductual y al mismo tiempo significa celebrar con los hermanos la fiesta de la vida que se nos oferta en la Eucaristía. Solo así alegraremos al Espíritu que procede del Padre y del Hijo.
Gracia y paz.


[1] Inerrancia es la cualidad de estar exento de error.

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