lunes, 20 de agosto de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 26 DE AGOSTO DE 2012


REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 26 DE AGOSTO DE 2012
XXI DOMINGO ORDINARIO CICLO B

1.      LECTURAS
Josué 24, 1-2a. 15-17.18b << En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquem. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas  de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: "Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor." El pueblo respondió: "¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!" >>
Salmo 33 << Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor; / que los humildes lo escuchen y se alegren. Los ojos del Señor miran a los justos, / sus oídos escuchan sus gritos; / pero el Señor se enfrenta con los malhechores, / para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha / y lo libra de sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, / salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, / de todos lo libra el Señor; / él cuida de todos sus huesos, / y ni uno solo se quebrará. La maldad da muerte al malvado, / y los que odian al justo serán castigados. / El Señor redime a sus siervos, / no será castigado quien se acoge a él. >>
Efesios 5, 21 – 32 << Hermanos: Sométanse unos a otros por reverencia a Cristo. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne." Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. >>

Juan 6, 60-69 << En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?" Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: "¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. "Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede." Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?" Simón Pedro le contestó: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". >>
2.      REFLEXIÓN
Un sometimiento que es fruto de la libertad
Jorge Arévalo Nájera

Uno de los grandes logros del hombre contemporáneo es sin duda la creciente conciencia sobre los derechos inalienables que corresponden a todos los seres humanos. El derecho a un trato digno, a la igualdad laboral, al amor, etc., es hoy por hoy un dato adquirido –al menos a nivel conceptual- y a todos nos parece reprobable la transgresión de tales derechos.
En este contexto, hablar de “someterse” a otro ser humano suena descabellado, obsoleto y contrario a la dignidad intrínseca de los seres humanos. Sin embargo, en el orden teológico y espiritual, la palabra “someterse” tiene un significado  muy distinto al que solemos otorgarle en el lenguaje secular, que va en la línea de la auto-estima baja, de la ausencia de libertad, etc.
Hoy quiero centrar mi reflexión en la segunda lectura, tomada de la carta a los Efesios, en donde precisamente aparece repetidamente la exhortación del apóstol a “someterse” los unos a los otros. Para empezar, y en atención a la sensibilidad femenina de nuestros tiempos, debo decir que Pablo no está haciendo un discurso pro-machismo ni está minusvalorando a la mujer. Más bien y desde el contexto cultural de su época (en aquellos tiempos, el varón era considerado el elemento mediante el cual toda la familia recibía la bendición de Dios) Pablo establece una igualdad hasta entonces impensable (para los judíos la mujer era poco menos que un cero a la izquierda y para los griegos la sumisión esclavista de la mujer al hombre no es arbitraria sino natural) y si bien habla de sometimiento, lo hace en referencia al varón y a la mujer << sométanse los unos a los otros… >>
La clave para entender adecuadamente el discurso está en la causa de tal sometimiento << por reverencia a Cristo >>, es decir, por reconocimiento a su amor entregado hasta el extremo. Si el marido es cabeza –guía- de la mujer, sólo lo es en la medida que reproduce el modo de ser Cabeza que tiene Cristo para con su Iglesia. Él ha sido el primero en amarla y dar la vida por ella mostrándole el camino hacia la excelencia y la vida en plenitud –es el buen pastor- , liberándola de sus esclavitudes –es su redentor-, dándose a ella como comida saludable –es su pan bajado del cielo-, como bebida santificante –es sangre que da la vida-, etc.
Desde luego que hoy podríamos reformular la afirmación del apóstol de los gentiles y decir que muy bien la mujer puede ser hoy << cabeza del varón>>, pero a condición de que sea para él lo que Cristo es para su Iglesia. Y seguramente también podemos afirmar –sin temor a caer en la herejía- que los papeles son intercambiables, que ser cabeza es una función intercambiable y en ciertas circunstancias de la vida el varón lo será y en otras ocasiones la mujer asumirá dicho papel. Finalmente el mismo Pablo dirá en su carta a los Gálatas: << Los que os habéis bautizado en Cristo, os habéis revestido de Cristo, de modo que ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús >>[1]
Pero, para que alguien pueda ejercer su función de “cabeza”, de guía que conduce al encuentro con el Padre celestial, debe haber otro que sea dócil, que reconozca la autoridad de la “cabeza”. Cuando es la soberbia quien reina en los corazones, cuando se quiere ser poseedor siempre y en toda circunstancia de la verdad, cuando se pretende la autonomía absoluta y se quiere construir la propia historia al margen de la escucha atenta a lo que en el otro se revela, cuando la vida se convierte en un permanente monólogo, entonces se asfixia el Espíritu, se cercena la cabeza del cuerpo y sobreviene la muerte.
Someterse al otro es aceptar con humildad que la verdad nos viene siempre nueva en el encuentro con los otros, es abrirnos a la novedad y revisar permanentemente nuestras posturas, no para ser veletas que cambien de opinión a cada instante, sino para enriquecernos con los puntos de vista diferentes y por qué no, cuando así sea necesario, cambiar nuestras creencias y actitudes. Lo único inmutable es la mutabilidad de las cosas. No es que la fe cambie, su contenido eterno está expresado en nuestro credo, pero dado que el Misterio al que nos adherimos no es una doctrina sino un Dios personal, la profundización en la fe es profundización en la relación con él y siempre será posible la reformulación lingüística y simbólica de la fe.
Someterse por reverencia a Cristo es crecer en libertad, es reconocer la acción del Espíritu de Cristo en el hermano, es renunciar a negar que el Hijo del Hombre esté llegando en lo cotidiano, en lo que está al alcance de la mano, es apostar por el hombre del mismo modo que Dios lo hace contigo.
La clave del sometimiento cristiano es el amor. El que ejerce como cabeza lo hace entregando la vida para que el otro la tenga y el que se somete lo hace también por amor, reconociendo en el otro al Cristo que me conduce hacia verdes prados. Ya debería resultar claro que no se trata de renunciar servilmente a nuestros derechos, de dejarnos pisotear o de abandonar infantilmente nuestras decisiones en manos de otros. El sometimiento cristiano es siempre fruto de la libertad, del ejercicio de una conciencia bien formada y del discernimiento permanente.
Resulta evidente que Pablo se está refiriendo de forma inmediata a la relación conyugal, al matrimonio sacramental, cuya esencia es precisamente mostrar al mundo de modo sensible el amor de Dios por la humanidad manifestado en Cristo Jesús, pues Cristo, al mismo tiempo que  se sometió a la voluntad amorosísima del Padre hasta el extremo de la cruz, fue exaltado a la diestra de Dios y toda rodilla se dobla ante él, pues es germen de la nueva creación, primogénito de entre los muertos, Cabeza de la humanidad redimida cuyo sacramento es la Iglesia, testigo fiel y sumo sacerdote que ha abierto de una vez y para siempre el acceso al Padre de la vida.
Sin embargo, aunque Pablo se refiere a la relación matrimonial, su discurso tiene alcances que trascienden la realidad conyugal y se abre a todo tipo de relación interhumana. Toda relación debe basarse en la apertura y el reconocimiento del otro como espacio de manifestación del Cristo que nos guía al abrazo escatológico del Padre.
Solamente los hombres libres pueden someterse a la Cabeza que se hace visible en todo ser humano que abierto a la acción del Espíritu nos muestra con su entrega y servicio el camino que conduce a la casa paterna.
Gracia y paz.


[1] Ga 3,27-29

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