lunes, 10 de septiembre de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 16 DE SEPTIEMBRE DE 2012 XXIV DOMINGO ORDINARIO CICLO B



1.      LECTURAS
Isaías 50, 5-9ª: << El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me aplastaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará? >>
Salmo 114: << Amo al Señor, porque escucha / mi voz suplicante, / porque inclina su oído hacia mí / el día que lo invoco. Me envolvían redes de muerte, / me alcanzaron los lazos del abismo, / caí en tristeza y angustia. / Invoqué el nombre del Señor, / "Señor, salva mi vida." El Señor es benigno y justo, / nuestro Dios es compasivo; / el Señor guarda a los sencillos: / estando yo sin fuerzas, me salvó. Arrancó mi alma de la muerte, / mis ojos de las lágrimas, / mis pies de la caída. / Caminaré en presencia del Señor / en el país de la vida. >>
Santiago 2, 14-18: << ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago", y no le dais lo necesario para el cuerpo; ¿de que sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: "Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe." >>
Marcos 8, 27-35: << En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le contestaron: "Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro le contestó: "Tú eres el Mesías." Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días." Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. >>

2.      REFLEXIÓN
Un no rotundo a la violencia y un sí definitivo al Evangelio
Lic. Jorge Arévalo Nájera
En México, a lo largo de todo el mes de septiembre, celebramos la Independencia de la República, el espíritu patriota ondea en cada bandera colocada en las ventanas o en los automóviles. El 15 por la noche, a eso de las 23 horas, todos entonamos el Himno Nacional y con fervor gritamos a voz en cuello vivas para nuestra patria y para los héroes que nos dieron libertad.
Y todo esto está muy bien, fomentar el amor a nuestra tierra y los valores de la libertad, la fraternidad y la dignidad es algo básico para lograr el desarrollo de una nación fuerte y solidaria. Sin embargo, hoy me gustaría reflexionar sobre un aspecto al que casi nadie pone atención –quizá porque resulta chocante y de mal gusto en estos tiempos- y que me parece de vital importancia para los cristianos.
El Evangelio de Jesucristo es claro y contundente: la violencia es un mal que debe ser erradicado por completo de la vida del discípulo. Esta afirmación constituye un verdadero axioma espiritual y doctrinal. Es un imperativo que no admite concesiones, el Reino de Dios pertenece a los mansos y humildes, no a los que asumen la violencia como ideología desde la cual se pueda construir una sociedad más justa y humana.
El derramamiento de la sangre del opresor, su aniquilación violenta para imponer un sistema político supuestamente más bondadoso no está permitido para el cristiano. Jesús simplemente nunca promovió el derrocamiento beligerante del imperio romano que gobernaba, por el contrario, impuso como requisito para ser su discípulo el amor al enemigo (y en el contexto de Jesús, los jefes religiosos y políticos en Palestina son los enemigos que oprimen a los pobres).
Según Jesús, la violencia solamente engendra violencia y sin una conversión interior, toda conquista de la libertad acaba convirtiéndose tarde o temprano en plataforma para que los inescrupulosos y corruptos se hagan del poder nuevamente. ¿Acaso no fue eso lo que ocurrió en nuestro querido México? La ideología libertaria independentista sucumbió muy pronto a los aviesos intereses de los que en el fondo únicamente anhelaban ocupar los sitios privilegiados del poder. Tanta sangre derramada en aras de una utopía no puede justificarse ni mucho menos sacralizarse.
No hay auténtica libertad social sin previa libertad personal, no es posible construir un país auténticamente libre sin que antes sus habitantes hayan optado radicalmente por una conversión profunda de su mentalidad.  
Existen muchos enunciados de la fe cristiana que hoy resultan inaceptables para el mundo, consideradas como locuras o patrañas, como sueños irrealizables que alienan a los seres humanos y los sumen en la más profunda mediocridad. ¡Hay que despertar de una vez por todas del pernicioso influjo cristiano y tomar las riendas de nuestra historia! Y sigue resonando el grito desgarrador de los existencialistas ateos ¡hay que matar a Dios para que el hombre viva!
Pero tal vez, la afirmación cristiana que más escándalo causa es la del Dios crucificado, que apuesta por la renuncia absoluta a toda forma de violencia y que aparece en su portada como uno que pende de la cruz del patíbulo reservado para los disidentes y subversivos del orden establecido. La debilidad es la única fuerza –a decir de los cristianos- que puede hacer posible el surgimiento histórico de un mundo nuevo al que ellos llaman Reino de Dios.
Pero el escándalo no es solo de los incrédulos ateos, también al interior de la comunidad discipular el escándalo se hace presente. Ni los discípulos de la primera hora ni la mayoría de los de ahora quieren para sus vidas la cruz de Cristo. No creemos que de la muerte, de la renuncia a los privilegios personales en pro del bien de los demás, del perdón irrestricto, de la mansedumbre y de la pobreza pueda brotar una vida nueva pletórica de libertad y gozo, de plenitud y sentido.
Sin duda, no se trata de morir estúpidamente, ni de renunciar a los derechos propios por causa de una baja autoestima, ni de pasar por alto toda suerte de atropellos por una co-dependencia patológica, ni de permitir a los demás golpearnos física o psicológicamente por miedo o cobardía, ni mucho menos de promover la miseria como estado de vida. Dios quiere que los hombres se reconozcan dignos y luchen por lograr que se reconozca la dignidad de todos, quiere que encuentren sentido pleno a sus vidas, que vivan con alegría y paz.
Todo esto fue por lo que luchó y dio su vida Jesús de Nazaret. Pero la cruz demuestra por un lado el infinito amor de Dios para con el hombre, pero por otro lado enseña el odio más acendrado del hombre para con Dios. Hay una resistencia ancestral hacia la Palabra que quiere abrirse paso en la historia y los corazones humanos. Ya en el evangelio del domingo anterior, se nos presenta a Jesús horadando, perforando los oídos del sordo para hacer penetrar su Palabra.
Hoy, el libro del profeta Isaías nos presenta un trozo del famoso “Canto del Siervo Doliente” y comienza señalando la acción que Dios ha ejercido en su siervo << me ha abierto el oído >> y la respuesta que éste ha dado a la acción de Dios << y yo no me he resistido >>.
Pero también aparece la acción violenta de algunos que se oponen a la conducta del siervo que es resultado de su no resistencia a la Palabra, le ultrajan y pelean contra él, al grado de amenazar su vida. Ante esto, el siervo se mantiene fiel a la Palabra y confía en que el Señor le librará. Desde antiguo, los cristianos adjudicaron a Jesús este oráculo profético identificándolo con el siervo doliente. Sin duda que se trata de un “vaticinio posterior al evento”, en el que se interpreta la persona de Jesús a la luz del oráculo, pero no podemos negar que a la base de tal interpretación esté una actitud fundamental del Jesús histórico que asume la no violencia como eje fundamental de su praxis y predicación.
La epístola de Santiago es incisiva y desarticula toda pretensión intimista por parte del discípulo. La fe tiene que traducirse, expresarse mediante obras. No es que las obras salven, la salvación es pura gracia, pero de hecho, no hay fe auténtica sin obras que la manifiesten.
Pero, ¿de qué obras habla Santiago? No son ciertamente obras religiosas en el sentido legalista del término (asistencias a Misa, donativos, rezos, horas cumplidas en algún apostolado, etc.), son obras que tienen que ver con la solidaridad y la ayuda para con los que pasan hambre y pasan frío. Así de concreta es la propuesta y la exigencia del Evangelio, sin el socorro a los desprotegidos no hay fe ni vida cristiana. Todo lo demás será válido siempre y cuando nos ayude a vivir cada vez a mayor profundidad el amor hacia el prójimo, pero si las prácticas religiosas nos encierran en una especie de burbuja aséptica que nos aisla de los sufrientes, entonces seguramente es hora de renovar nuestra fe.
Podríamos decir que toda la vida cristiana se resuelve por la respuesta que seamos capaces de dar a la pregunta que formula Jesús en el evangelio de Marcos: << ¿Quién dicen vosotros que soy Yo? >>  No se trata de una pregunta que pueda resolverse desde el ámbito doctrinal. El sentido de la pregunta exige una profunda revisión de posturas existenciales, práxicas. ¿Qué dicen al mundo tus obras acerca de lo que significa Jesús para ti?
Recordemos, la fe en Jesús consiste en una adhesión totalizadora (de la inteligencia racional, emocional y espiritual; en una confesión lingüística y en un testimonio de una vida toda ella volcada en servicio solidario a los que sufren) que marca indeleblemente el rumbo de la existencia. Y no olvidemos que para Jesús no hay lugar en el corazón para ningún tipo de violencia.
Gracia y paz.

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