martes, 4 de septiembre de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 9 DE SEPTIEMBRE DE 2012 XXIII DOMINGO ORDINARIO, CICLO B



1.      LECTURAS
Isaías 35,4-7a: << Decid a los apocados de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial. >>
Salmo 145,7.8-9a.9bc-10: << Él mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad. >>
Santiago 2,1-5: << Hermanos míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: «Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.» Al pobre, en cambio: «Estate ahí de pie o siéntate en el suelo.» Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman? >>
Marcos 7,31-37: << En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: -«Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: -«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.» >>
2.      REFLEXIÓN
Jesús hace posible lo que parece imposible, derrotar el mal.
Jorge Arévalo Nájera

 Se suele afirmar que << para Dios todo es posible y que Dios es la bondad en grado supremo >> y estos parece datos adquiridos por los creyentes, a tal grado que ya no se cuestionan tales axiomas, al menos no a nivel de los contenidos doctrinales que definen la fe cristiana.
Sin embargo, no creo que los postulados dogmáticos exijan la credulidad infantil de los discípulos de Cristo, más bien pienso que toda afirmación religiosa debe pasar por la criba de un análisis que, si bien puede partir del presupuesto de la fe, debe considerar los aportes que las ciencias bíblicas hoy ponen a nuestro alcance para sacar a luz y actualizar los datos consignados en la Sagrada Escritura.
Todo esto viene a cuento porque no me parece evidente lo que la gente quiere decir cuando alude a los axiomas de la omnipotencia y la bondad suprema de Dios y para ello aduce textos de la Biblia como los que hoy se nos proclaman en la primera lectura y el evangelio. Sin embargo, es válido y hasta deseable hacerse las siguientes preguntas: ¿Puede Dios, de hecho, realizar todo lo que desea? ¿Podría hacer que al mismo tiempo y en el mismo espacio, un oso fuera también una hormiga? ¿Qué un cuadrado tuviera cinco lados? ¿Qué usted fuera yo?
Desde las categorías de la filosofía griega y haciendo un malabarismo de abstracción es posible afirmar que en teoría la respuesta pueda ser positiva. Sin embargo, la experiencia objetiva no resulta ser punto de apoyo para tal teoría, ¿o es que alguien ha experimentado en la realidad un oso/hormiga, un cuadrado de cinco lados o dos personas con identidades intercambiables?
Pero más acuciante resulta todavía la pregunta sobre la bondad de Dios cuando constatamos objetivamente y sin prejuicios lo que sucede a nuestro alrededor: ¿acaso es posible negar que muchos hombres buenos y justos sufren toda suerte de calamidades y que muchos hombres perversos gozan sin preocupaciones en este mundo? ¿Es acaso que Dios, pudiendo evitar el sufrimiento del inocente lo permite? Y si esto es así, ¿se puede seguir predicando de Dios su bondad infinita?
¿Será necesario apelar a los argumentos de siempre –los misterios insondables de la voluntad del Señor, el sufrimiento purificador, el sufrimiento que acrisola, etc.- y acabar metiéndonos en peores embrollos teológicos y pastorales? ¿Esos argumentos para qué sirven a las personas que sufren las injusticias y atropellos de los poderosos o simplemente de las circunstancias de la vida? ¿Cómo pueden encontrar consuelo en tales argumentos una mujer violada, una madre que ha perdido a su hijo por culpa de las drogas, un niño que ve su mundo destrozado por el cáncer que se ha llevado a su padre, único sostén de la familia?
Creo que si un cristiano quiere tener un mínimo de coherencia lógica, respetar la revelación de la Sagrada Escritura y transmitir un mensaje de aliento veraz y eficaz a los que por cualquier causa sufren en el mundo, tiene que cuestionarse profundamente sobre el sentido de la omnipotencia y la suprema bondad de Dios. No se trata de desechar por vía racional estas características de la identidad divina, sino de buscar las pistas que nos lleven a una comprensión más acorde con la revelación. Esto es precisamente lo que pretendo aclarar –al menos hasta cierto punto- en esta reflexión.
En el texto de Isaías, Dios encomienda a su profeta transmitir un mensaje a los que se sienten faltos de aliento, temerosos de los duros acontecimientos que están viviendo en el exilio. Han perdido su patria, su tierra, sus sagradas estructuras y sobre todo, están en peligro de perder su identidad como pueblo amado y elegido. Se preguntan ansiosos por las causas del mal que les aqueja y que les hace experimentar un miedo que les cala hasta los huesos.
En otros textos proféticos, se les hará ver que fue su propia desobediencia e infidelidad a la alianza lo que les ha llevado a vivir en tales circunstancias. Pero ahora no es el tiempo de echarles en cara sus culpas, sino de consolarlos, de abrirles horizontes de futuro y esperanza. Dios no apaga los pabilos humeantes sino que los enciende con el fuego de su Espíritu. Recuerde esto amable lector cuando la vida le parezca demasiado dura, cuando el sufrimiento le golpee con fuerza y le quite el aliento haciendo vacilar sus rodillas…¡No es el tiempo del abandono sino el de la salvación que ya viene! ¿Qué no es posible? ¡Dios abrirá sus ojos para que vea su gloria que se acerca, sus oídos para que escuche los susurros de su amor apasionado que viene al rescate, afirmará sus rodillas para que pueda caminar sólidamente atravesando el valle tenebroso y soltará su lengua para que pueda cantar alabanzas al Dios bueno y poderoso en todo!
Entonces, desde el sufrimiento –cuya causa nunca puede ser Dios porque él solamente desea el bien, la felicidad y la plenitud humanas- Usted descubrirá la profunda verdad que tienen las palabras del salmista (Salmo); Dios da de comer al hambriento, libera a los cautivos, hace justicia al oprimido, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna los caminos del impío.
Si su catequista o su predicador le han enseñado que Dios va a solucionar su sufrimiento una vez que Usted se entregue a él, lamento decirle que le han engañado miserablemente (aunque no pongo en duda la buena voluntad con que lo hayan hecho). Por una parte, el sufrimiento es parte de la vida, simple y llanamente porque somos seres finitos, caducos y limitados, y por otro lado, la vida cristiana es y será un auténtico combate mientras el mundo se erija sobre valores contrarios a la dignidad del hombre.
 ¿Dios podría haber hecho un mundo en el que no hubiera sufrimiento? Eso no lo puedo responder como teólogo, porque el teólogo cristiano no especula con lo que podría haber sido, sino que busca explicaciones desde el dato revelado y la Biblia no responde a la pregunta sobre el porqué de la existencia del mal, simplemente lo constata como un hecho causado por el pecado y nos da las herramientas para vivirlo desde las categorías cristianas y combatirlo eficazmente.
Esto es precisamente el punto neurálgico que toca la carta de Santiago. No habla del mal en general o del mal que se vive fuera de la comunidad cristiana, sino del que es causado por el anti-testimonio de sus miembros. En el seno de la sociedad discipular hay quienes juzgan según las categorías del mundo y  privilegian a los ricos y poderosos y desprecian a los pobres. ¿Puede alguien imaginar una incongruencia mayor? ¡Jesús privilegió a los miserables del mundo, a los despreciados por la sociedad y los que se dicen sus discípulos y hermanos los menosprecian! A estos son a los que Jesús ha llamado -en el evangelio proclamado el domingo pasado- “hombres de juicios malos” (que juzgan con criterios del mundo) y “estúpidos” (necios o refractarios a la Palabra).
Tales “cristianos” se rehúsan a sentarse a la mesa con los pobres, es decir, no quieren hacer comunión de vida con ellos, no les aceptan como hermanos. Y Santiago no se refiere con el término “pobres” simplemente a los que carecen de bienes materiales, el término engloba a cualquiera que es despreciado o marginado, de tal manera que en el campo semántico caben prostitutas, mendigos, pecadores, indeseables, etc.
Valdría la pena hacer un examen de conciencia y revisar nuestras actitudes ante los que entran en este rango de acuerdo a nuestros criterios, y desde esta perspectiva siempre habrá “pobres” con los que tendríamos que sentarnos a la mesa de la vida que nos ofrece Jesús. No hacerlo es despreciar al mismísimo Jesús. Y si somos capaces de despreciar a los hermanos en el mismo seno de la comunidad, ¿qué no habremos de hacer con los parias del mundo que no pertenecen a nuestro “selecto” círculo? Esto es causa de división que crece exponencialmente, va del ámbito personal al comunitario y finalmente al universal y bien sabemos que el que divide y mata es Satán, cuidémonos bien de no vivir como sus hijos.
Según Jesús, el mal sale del corazón del hombre y ya esto debería ponernos muy alertas, asumir nuestra responsabilidad,  dejar de estar elucubrando fantasiosas teorías sobre el mal y dedicarnos a la tarea de abrir nuestros corazones al influjo del Espíritu de Cristo.
Finalmente, el evangelio de Marcos nos presenta precisamente una hermosa y plástica imagen de lo que es capaz de lograr en el hombre la acción del Espíritu de Cristo. En la Sagrada Escritura, las enfermedades son símbolo de actitudes o enfermedades espirituales. Así, la sordera es la incapacidad culpable, la cerrazón del hombre ante la propuesta de Dios que le viene en la Palabra, en Jesús. La mudez o tartamudez  es consecuencia de la sordera, el que no escucha la Palabra es incapaz de comunicar una palabra dotada y dotadora de sentido, solamente puede articular sonidos ininteligibles.
No obstante, Jesús ha venido a sanar dichas enfermedades. Por eso, ante un hombre sordo y mudo, lo primero que hace Jesús es apartarlo de la gente, ¿por qué hace Jesús tal cosa? La “gente o multitud” representa la masa que llena con sus voces ideológicas el espacio vital del hombre y le distrae de lo esencial. El primer paso consiste en “apartarlo” del mundanal conjunto de voces discordantes, hay que estar a solas con Jesús para abrir la posibilidad de la escucha. Lo segundo que hace Jesús es “meter los dedos en los oídos” del sordo. De acuerdo a la tradición simbólico/teológica de Israel, Dios había escrito su Ley con sus propios dedos. Aquí Marcos alude a la nueva Ley que Dios ha escrito en Jesús para los hombres. Jesús es la Palabra hecha carne, Palabra que toca y puede ser tocada, que es accesible a la experiencia humana.
El tercer paso del proceso de sanación llevado a cabo por Jesús es “tocar” con su saliva la lengua del tartamudo. La saliva era considerada como el vehículo del Espíritu (en el relato de la creación, Dios besa al hombre formado polvo de la tierra y el beso es comunicación de las salivas de los amantes). Los rabinos besaban a sus sucesores como acto simbólico de comunicación de su “espíritu” o fuerza/carisma. Así, Jesús comunica su Espíritu profético liberador al enfermo y entonces este empieza a vivir el dinamismo de la vida de Jesús, abierto siempre a la escucha de la voluntad de Dios y profeta de la Palabra liberadora de los hombres, convirtiéndose ellos mismos en otros Cristos que hacen posible lo que parece imposible, derrotar el mal.

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