lunes, 24 de septiembre de 2012

Reflexión sobre las lecturas del domingo 30 de septiembre de 2012.



1.      LECTURAS
Números 11, 25-29: << En aquellos días, el Señor bajó en la nube y habló con Moisés. Tomando algo del espíritu que reposaba sobre él, se lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar enseguida. Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a Moisés: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento." Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino: "Señor mío, Moisés, prohíbeselo." Moisés le respondió: "¿Estás celoso de mí?" ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!". >>
Salmo 18: << La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto del Señor es fiel / e instruye al ignorante. La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los mandamientos del Señor son verdaderos / y enteramente justos. Aunque tu siervo vigila / para guardarlos con cuidado, / ¿quien conoce sus faltas? / Absuélveme de lo que se me oculta. Preserva a tu siervo de la arrogancia, / para que no me domine: / así quedaré libre e inocente / del gran pecado. >>
Santiago 5, 1-6: << Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que van a caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego. ¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final! El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste. >>
Marcos 9, 38-43. 45. 47-48: << En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros." Jesús respondió: "No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos el infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga". >>
2.      REFLEXIÓN
Humildes para evitar el infierno
Jorge Arévalo Nájera

La humildad es una actitud espiritual irrenunciable en el auténtico discípulo de Cristo, no es una sugerencia que el Señor nos hace, es un imperativo, una exigencia para poder seguirlo y así entrar en la dinámica del reino de Dios. Las lecturas que nos son proclamadas este domingo iluminan de un modo u otro la problemática que debe afrontar la comunidad cristiana tarde o temprano respecto a esta actitud espiritual.
Los cristianos afirmamos que a nosotros se nos ha revelado el Misterio de la forma más plena, radical y definitiva en la persona de Jesús de Nazaret. Que en nuestras sagradas letras se nos da a conocer la mismísima encarnación del Absoluto y que se nos ha dado en custodia este misterio de salvación.
Y todo esto es cierto, en el depósitum fidei de la Iglesia[1]se contiene fielmente y sin error el testimonio del plan que Dios ha ido tejiendo a lo largo de la historia de la salvación y que ha visto su culminación en la encarnación del Verbo. Es la Iglesia quien ha visto y palpado la gloria del Dios encarnado que ha puesto su morada entre los hombres. Y también es cierto que el Señor ha confiado a la Iglesia este misterio para que lo difunda íntegra y fielmente al mundo entero para su redención.
Pero nunca deberemos olvidar que cuando Dios elige, ya sea a un colectivo humano (caso de Israel y de la Iglesia), ya sea a una persona particular (caso de las revelaciones particulares) no es para privilegiarlo de forma exclusiva, como si de formar un grupo humano de élite se tratara. La elección particular es hecha siempre con la mirada puesta en la humanidad entera, en el bien común. Dios elige para que a través del elegido, su gracia se extienda universalmente, sin excepción de personas.
Sin embargo, con demasiada frecuencia la Iglesia se ha llenado de un falso y maligno orgullo excluyente y violento que le hace pensar que posee privilegios que la convierten en una especie de entidad supra-mundana con derecho a imponer sobre los demás sus propios criterios y su propia verdad. La historia muestra fehacientemente que esta actitud ha llevado a la Iglesia a cometer los peores abusos, llegando inclusive a la monstruosa pretensión de querer controlar la conciencia de los hombres. Es evidente que esta Iglesia no es la que quiere Jesús, y es más, siendo honestos debemos afirmar que un grupo humano que se comporta de esa manera ni siquiera es Iglesia.
Pero este problema no es exclusivo de los creyentes actuales, en el texto del libro de los Números esto queda ejemplificado: ya en la comunidad israelita primigenia, en los tiempos de Moisés, los dirigentes religiosos se sintieron dueños y señores del espíritu (fuerza dinámica) con la que el Señor había dotado a Moisés para la conducción profética del pueblo, pero que estaba destinada -en el momento histórico en que vivió el caudillo- al bien de todos y cada uno de los israelitas. Al mismo tiempo, ese don otorgado a Moisés era simplemente la prefigura del don escatológico universal que Dios otorgaría en los tiempos mesiánicos al pueblo entero.
Pero los dirigentes no lo entendían así y por eso su reacción encolerizada que pretende acallar despóticamente a los “usurpadores” del don profético: << ¡prohíbeselo! >>, le exige Josué a Moisés. El problema –según estos dirigentes- era que Eldad y Medad –aunque pertenecientes al grupo de los 70 ancianos- no habían acudido al lugar prescrito para recibir oficialmente el don, podríamos decir que no habían seguido los cauces oficiales.
En la estrecha mentalidad religiosa –excluyente y sectarista- del grupo no hay lugar para la libertad de Dios. ¿Acaso el Señor no puede hacer lo que quiera con sus carismas? ¿Vamos nosotros a imponer un coto a la acción libérrima de Dios que quiere beneficiar a todos los hombres con su don profético? Inclusive, en el plano de la acción sacramental de la Iglesia no debemos caer en reduccionismo facilones y fundamentalistas que pretenden constreñir la acción de Dios a los sacramentos de la Iglesia, como si el Señor no pudiera comunicar su Espíritu a aquellos que sin culpa no han recibido el bautismo o como si aquellos que mueren sin haber recibido el sacramento de la reconciliación estuvieran per se en estado de des-gracia…<< ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" >>
El Salmo hace eco a las mociones que suscita la primera lectura y después de alabar las bondades de la Ley del Señor, anuncia enfáticamente la absoluta necesidad que el creyente tiene de la misericordia de Dios dada la incapacidad del hombre para responder a la bondad infinita del Señor manifestada en su ley.
Entonces, el salmista hace una petición, un ruego al Señor; << Preserva a tu siervo de la arrogancia, / para que no me domine: / así quedaré libre e inocente / del gran pecado. >> Resulta evidente que el autor tiene en mente el gran tema de la caída del hombre. ¿Cuál fue la causa de la desgracia del género humano? Según el libro del Génesis, ante la enseñanza de Dios que prohíbe a la pareja primordial comer del fruto de los árboles de la sabiduría y de la vida, el hombre opta por escuchar a la astuta serpiente y decide prestarle sus adhesión, convirtiéndose a sí mismo en el arrogante poseedor de los criterios que le permitan ser sabio y alcanzar la vida perdurable.
La serpiente les ha dicho << vendréis a ser como dioses >> y ellos se lo han creído. Se pierde el verdadero entendimiento del misterio creatural humano, del misterio divino amoroso y paternal, del misterio fraterno del otro y del misterio cósmico. Empieza entonces la vorágine de violencia y muerte que desemboca en el diluvio –símbolo de las fuerzas caóticas que pretenden engullir la creación de Dios-. Por eso y con justa razón el salmista llama a la arrogancia humana “el gran mal”.
Tal vez, uno de las formas concretas en las que se manifiesta con mayor claridad el ansia de poder/arrogancia, sea la acumulación de riquezas. La epístola de Santiago pone el dedo en la llaga; los ricos están condenados a la perdición eterna. El testimonio en la Escritura –tanto en el A.T como en el N.T- sobre este punto es unánime, la riqueza es causa de condenación.
¿Acaso Dios pondera la miseria y quiere que todos los hombres nos convirtamos en parias desarrapados itinerantes? Desde luego que no, el Señor quiere una vida digna para todos, con las necesidades básicas –materiales, psicológicas y espirituales- resueltas.
El problema está en poner la confianza en las posesiones, en acumular y no compartir. Para el cristiano de corazón indiviso simplemente no pasa por su cabeza la idea de acumular (hacerse rico) por la sencilla razón de que nada considera como suyo en forma exclusiva, todo es de Dios y para Dios y por lo tanto, para los necesitados de su entorno. Por más que gane en sus negocios o en su trabajo, nunca será rico porque él es libre del apego a los bienes y comparte todo lo suyo con los que nada tienen. Para él los lujos no existen, porque sabe bien que mientras existan personas que viven en extrema pobreza, poseer cosas superfluas sería un grave pecado, un robo porque les estaría quitando a sus hermanos lo que les pertenece por derecho divino. En el fondo, el gran problema de la riqueza está en que su fundamento es la arrogancia, la pretensión de querer gestionar la propia vida desde las solas fuerzas humanas.
El que es rico no puede abrirse a la misericordia de Dios, él confía en su cuenta bancaria, ¡con dinero baila el perro! y se abren todas las puertas, la sociedad le alaba como triunfador, los placeres más exquisitos se hacen accesibles y se va generando una burbuja impermeable a la Palabra que cuestiona e incomoda, se va desarrollando una mentalidad capaz de convertir en ideología inocua el Evangelio. Por eso Jesús afirma enfáticamente que ¡no se puede servir a Dios y al dinero![2]
El evangelio de Marcos, a modo de inclusión (en literatura, la inclusión es un recurso mediante el cual un tema se desarrolla presentando un conjunto de ideas, en las que el primero y el último texto sirven para dar inicio y concluir el tema central, mientras que los textos que quedan incluidos profundizan dicho tema) concluye o cierra la reflexión sobre el tema explícito de la arrogancia/orgullo y su contraparte positiva que es la humildad.
Los discípulos/Iglesia, representados por Juan, no están de acuerdo con que un grupo no oficial, es decir, no perteneciente nominalmente a la Comunidad discipular, esté haciendo las obras de Jesús y que ellos consideran prerrogativa eclesial.  Para Jesús, todo el que realiza signos que remiten a Dios es de los suyos, sin fronteras ni divisiones.
Todo el que va por la vida liberando a los hombres de sus esclavitudes, de sus falsas ideologías, de sus dolencias, pertenece a Jesús. A estos, quizá separados nominalmente de la Iglesia pero empeñados en ir por el mundo haciendo el bien, Jesús los llama “pequeñuelos, chiquillos” llenos de fe, adheridos a Él existencialmente y previene –mucho ojo, amable lector- a su Iglesia sobre el peligro que se cierne sobre todo aquel que confunde la nueva vida del discipulado con el fanatismo religioso excluyente y violento, con la arrogancia de sentirse dueños absolutos de la verdad por muy Iglesia que sea.
Permanezcamos atentos para erradicar permanentemente la arrogancia que puede convertirse en piedra de molino atada a nuestros cuellos y sumergirnos sin remedio en el infierno de la violencia y la ruptura con Dios.
                                                                                      Gracia y paz.


[1] La expresión depositum fidei se encuentra en las dos cartas de san Pablo a Timoteo (1 Tim 6,20; 2 Tim 1,14) y en relación con la noción de « doctrina de la fe». Significa propiamente el patrimonio de fe que, confiado a la Iglesia, exige ser transmitido por ella fielmente y explicado sin errores.
[2] Lc 16,13

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