lunes, 24 de diciembre de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 30 DE DICIEMBRE DE 2012 LA SAGRADA FAMILIA



1.      LECTURAS
1 Sam 1,20-22.24-28: << Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: “Se lo he pedido al Señor”. El marido, Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto.  Pero Ana no subió, porque dijo a su marido: “No iré hasta que el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré, y él se presentará delante del Señor y se quedará allí para siempre”. Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí; Ella dijo: “Perdón, señor mío; ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor.  Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor”. Después se postraron delante del Señor. >>
Sal 83: << Anhelando los atrios del Señor se consume mi alma. Todo mi ser de gozo se estremece y el Dios vivo es la causa. Dichosos los que viven en tu casa, te alabarán para siempre; dichosos los que encuentran en ti su fuerza y la esperanza de su corazón. Escucha mi oración Señor de los ejércitos; Dios de Jacob, atiéndeme. Míranos, Dios y protector nuestro, y contempla el rostro de tu Mesías. >>
1 Jn 3,1-2. 21-24: << ¡Miren cómo nos amó el Padre!   Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. >>
Lc 2,41-52: << Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,  y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
 Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.  Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús les respondió: « ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». Ellos no entendieron lo que les decía. Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres. >>

2.      REFLEXIÓN
Una nueva familia de hijos que encuentran en su Padre la  fuerza y la esperanza de su corazón.
Jorge Arévalo Nájera
Tradicionalmente, cuando se predica o se escribe sobre la sagrada familia formada por Jesús, María y José, se ensalzan las virtudes –indudables- de los padres, ya sea de la madre o del padre putativo; su fidelidad a Dios, su piedad, su ternura, responsabilidad, etc. Y desde luego se nos dice que la familia de Jesús es un modelo, un paradigma a seguir en la vida de toda familia humana.
Y todo eso está muy bien, seguramente que otra sociedad tendríamos si las familias encarnaran en sus circunstancias concretas y particulares los valores de la sagrada familia.
Sin embargo, hoy quisiera reflexionar con Ustedes otras perspectivas teológicas y espirituales que pueden desprenderse de las lecturas que hoy se nos proclaman en la asamblea eucarística y que pueden iluminar la vida de las comunidades cristianas.
La primera lectura y el evangelio (1 Sam y Lucas, respectivamente) enmarcan la reflexión en el contexto del símbolo religioso judío por excelencia que es el Templo. El niño Samuel es llevado al Templo para ser entregado en servicio perpetuo a Dios. Sabemos que Samuel fue un importantísimo juez y profeta de Israel, que ungió al primer rey Saúl y al más extraordinario rey que jamás tuvo Israel, David.
El profeta es fruto de una acción prodigiosa de Dios sobre el vientre estéril de Ana, su madre y aquí encontramos un punto de similitud con Jesús. Ambos provienen, no del mero deseo humano, sino sobre todo de la misericordia de Dios por su pueblo. Samuel es tipo, prefigura del profeta escatológico que será Jesús. Desde luego que Jesús llevará la profecía a niveles jamás pensados e inclusive convertirá en profetas con el don de su Espíritu a todos aquellos que se adhieran a su persona y hagan suyo su mensaje.
Lucas nos presenta la escena en la que el niño Jesús acude al Templo y entabla un diálogo de preguntas y respuestas con los doctores, es decir, los personajes más conocedores de las Escrituras y la Ley israelitas. Es evidente que no debemos pensar en un reportaje histórico por parte del evangelista. De hecho, esta famosísima escena no es la más importante de la perícopa, que en su conjunto es una catequesis teológica que pretende mostrar a Jesús como el Hijo de Dios cuyo lugar apropiado es la casa de su Padre y cuya actividad única es la de << ocuparse de las cosas de su Padre. >>
Aquí podríamos muy bien pensar en un exquisito juego de imágenes: por un lado Jesús es profeta, pero no es cualquier profeta, Él mismo es la Palabra que se dice en una carne concreta. Por otro lado, él no ha sido llamado por su Padre para ungir a nadie porque él mismo es el Rey y su unción no puede dársela ningún hombre, será el mismo Espíritu quien le ungirá para que reine con poder y gloria sobre el cosmos entero.
Además, Jesús está en el templo, pero Él mismo es el nuevo Templo no construido por manos humanas, sino levantado por el poder de Dios que le resucitará de entre los muertos. Pero no será un Templo/Casa exclusivista sino que en Él, los hombres de toda raza y lugar, sin distinción alguna serán invitados a adorar en espíritu y verdad al Dios de la vida, que les aguarda como Padre amoroso y no como juez iracundo.
El Salmo canta con singular pasión y ardor el anhelo que consume el alma del creyente por pisar los atrios de la casa del Señor. ¡Ay, si los católicos acudiéramos a la Misa movidos por ese ardor, por ese anhelo de encontrarnos con el Señor, nadie se dormiría en la proclamación de la Palabra, nadie saldría con cara de pocos amigos! ¡Ay, si algunos curas entendieran y vivieran esto, no regañarían a los niños por manifestar alegría de encontrarse con sus amiguitos o a los adultos por mostrar signos “poco decorosos” y “demasiado escandalosos” en “la casa de Dios”! ¡Ay, si entendiéramos todos que ningún templo de edificación humana es “casa de Dios”, sino que es la misma comunidad el lugar en el que Dios habita y que la alegría es el signo distintivo de los adoradores en espíritu!
Mientras el templo siga siendo el lugar donde nos reunimos los temerosos hijos del dios de las prescripciones, de los mandamientos, de la retribución y del castigo, y mientras no descubramos que NOSOTROS MISMOS SOMOS LA CASA DE DIOS, la deseable experiencia del salmista -la “dicha de los que viven en su casa”-, nos quedará muy lejos.
Pero todavía hay que decir más, y es la 1 Juan la que en esta ocasión viene en nuestra ayuda. Contempla extasiado el misterio de la filiación humana desde su origen, desde el amor del Padre… ¡Miren cómo nos amó el Padre!
He aquí otro gran problema en la espiritualidad cristiana; tratamos a duras penas de vivir el Evangelio porque en el fondo lo consideramos una pesada carga, añadida a la ya de por sí dificultosa existencia en este “valle de lágrimas”. La doctrina y las normas ocupan el lugar central y así es imposible vivir las categorías del Reino de Dios. Olvidamos que es el amor de Dios el origen de todo, inclusive de nuestro ser, y así, convertimos el cristianismo en una religión más, incapaz de alegrarnos el corazón de manera definitiva.
¡Es la intimidad con Dios la que nos pone en contacto existencial con ese amor! ¡Es en el silencio interior que se puede escuchar la Buena Noticia del Dios que nos ama! ¡Es en la realidad última del ser, en el rincón donde yo soy yo y nadie más, donde sólo Dios y yo somos y estamos, donde podremos hacernos amigos del Señor!
Ya me parece ver la cara de incredulidad de algunos hermanos y amigos que se preguntan: ¿y entonces, la caridad, la solidaridad con los que sufren, en dónde queda? ¿No es más importante esto que los rezos y plegarias? ¡Vayamos a la lucha de la vida y olvidémonos de misticismos alienantes!
Sin embargo, debo disentir con esta forma de pensar. No hablo de rezos aprendidos de memoria y recitados de forma irreflexiva, hablo de oración contemplativa, de adoración silenciosa, de << permanecer mucho tiempo, muchas veces en la soledad con aquel que sabemos nos ama. >>[1]
Contrariamente a lo que muchos piensan, este tipo de oración resulta ser el arma subversiva más eficaz en contra de toda clase de pietismo religioso y de inmovilidad espiritual. La transformación interior que se produce –al tiempo de Dios, claro está- en el orante deviene en una suerte de ebullición, de inquietud, de movimiento explosivo que va invadiendo todas las esferas de la exterioridad y obviamente lleva al contacto solidario con los sufrientes y olvidados de la sociedad. Si esto no acontece, entonces la oración está siendo para el creyente una forma de escape, un refugio artificioso que destruye la vida espiritual.
También la auténtica oración contemplativa es el antídoto perfecto para el activismo espiritual. Algunos cristianos piensan que “haciendo cosas” (marchas a favor de los derechos humanos, plantones para apoyar a los desarraigados de su tierra, etc.) están actuando de un modo congruente y responsable con su fe. No digo que esto no sea necesario, pero no es lo primero ni lo único.
Jesús dice que la oración (en el sentido que he venido explicando) es el sustrato de una activa y fructífera solidaridad con los hermanos. De hecho, no lo olvidemos, Jesús tenía por costumbre retirarse a lugares solitarios para orar a su Padre y solo después bajaba a encontrarse con los enfermos y endemoniados para sanarlos y comunicarles la Buena Nueva del Reino.
Pero volvamos al texto de 1 Jn y acabemos con la reflexión. Esta experiencia contemplativa del amor de Dios es la que permite entender que la comunidad no es un club de amigos, ni un lugar de reunión para fans de Jesús, sino que es un organismo vivo formado por hermanos que confiadamente se acercan a Dios con conciencia irreprochable porque hacen lo que su Padre Dios les enseña y le agrada; creer en el nombre de su Hijo y amarse los unos a los otros como él los amó.
Así, los cristianos estamos llamados a vivir como la familia de Dios que encuentra en él su fuerza y su esperanza.
Gracia y paz.


[1] Santa Teresa de Ávila, Libro de la Vida, N° 8

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