lunes, 7 de enero de 2013

REFELXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 13 DE ENERO DE 2013 EL BAUTISMO DEL SEÑOR CICLO C



1.      LECTURAS

Is 42,1-4.6-7 << Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.» >>
Sal 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10 << Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. El Dios de la gloria ha hecho tronar su voz. En su templo un grito unánime: « ¡Gloria!» El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno. >>
Hch 10,34-38 << En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.» >>
Lc 3, 15-16.21-22 << En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego." Sucedió, que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y del cielo llegó una voz que decía: "Tú eres mi Hijo, el predilecto, en ti me complazco." >>






2.      REFLEXIÓN

El Bautismo, Privilegio y Responsabilidad.

Lic. Jorge Arévalo Nájera

La Iglesia nos invita a contemplar y meditar el misterio bautismal en su doble significación: Por un lado como acontecimiento cristológico (algo sucedido a la persona de Cristo) y por otro lado, como suceso eclesiológico (algo que sucede a los discípulos del Maestro en todas las épocas y lugares). En Cristo ocurre como acto teológico fundacional (y en este sentido es un acto único e irrepetible) mediante el cual Dios, fiel a su designio de salvación, revela a su Hijo como alianza liberadora y definitiva, él es el Hijo amado en el cual el Padre se complace, él es la Palabra divina, la única digna de ser escuchada.

Él es el poseedor plenipotenciario del Espíritu. Sin embargo, el bautismo del Señor no queda por así decirlo, encerrado sobre sí mismo como misterio arcano inaccesible y vedado para los hombres, muy por el contrario, el Espíritu recibido por el Hijo en el Jordán se derrama sin medida sobre el mundo “para hacer brillar la justicia sobre las naciones” como dice bellamente Isaías. Ya aquí, el profeta nos invita a rechazar toda clase de reduccionismos fanáticos y sectarios que pretenden ver el bautismo como la puerta de entrada a un gueto religioso en el cual, por decreto se adquiere la salvación.

El bautismo cristiano es ciertamente “una puerta de entrada” a la comunidad eclesial y a la participación en la filiación de Cristo, es una gracia absolutamente inmerecida, un don que compromete, un privilegio que exige una responsabilidad de cara al mundo. Si se recibe el Espíritu de Cristo, entonces se recibe el Espíritu del que no aplasta ni vocifera, del que no impone despóticamente su verdad ni amenaza con el castigo a los que no escuchan su mensaje, sino que es firme en su promoción de la justicia (la justicia según Dios es dar a todos los hombres lo que necesitan para ser plenamente hombres) sin importar lo que diga el mundo sobre dar solamente lo que corresponde a los méritos de cada quien.

¡Cuántas veces contenemos la mano para no dar al hambriento un pedazo de pan o una moneda con la justificación de que paliando su necesidad inmediata solo promovemos la mendicidad y la holgazanería! Es verdad que el cristiano debe comprometerse en la creación de una estructura social y económica más justa y con oportunidades para todos, pero esto no obsta para comprometernos en remediar la apremiante necesidad que clama ser satisfecha. Ni más ni menos, lo uno y lo otro son exigencias evangélicas.

Solo así, con el testimonio de una vida movida por el Espíritu, al mismo tiempo suave y firme del resucitado, podrá el mundo escuchar la voz del Señor que “se deja oír sobre las aguas torrenciales” (Sal). Pareciera que se contradicen Isaías y el Salmo, pues el primero afirma que el siervo del Señor “No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles” mientras que el salmista declara que “La voz del Señor es poderosa, la voz del Señor es imponente”. La contradicción solo es aparente, pues en Isaías, el grito y el clamor ausentes en el ungido mesiánico hacen referencia a un tipo de poder, el poder que se impone por la fuerza y en contra de la libre opción, mientras que el Salmista se refiere al poder eficaz de la Palabra divina, poder que se realiza en el respeto a la libre acogida por parte del que escucha el mensaje divino. Son los hijos de Dios los que descubren y actualizan la imponente voz del Señor, que en el crucificado es al mismo tiempo silencio y voz clamorosa que se abre paso a través del bullicio de las aguas torrenciales (símbolo de las fuerzas maléficas que pretenden acallar la elocuencia prístina de la Palabra) hasta llegar al corazón enamorado del que alaba y glorifica al Señor.

El libro de Los Hechos interpreta la incapacidad de los hombres para “ver” el conjunto de la realidad como la ve Dios y por lo tanto descubrir el proyecto de Dios revelado en Cristo (la ceguera de la que habla Isaías) y la cautividad de los aprisionados en las tinieblas, como opresión diabólica (“cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”) Jesús mismo interpretó su misión como una lucha abierta en contra de Satanás y sus milagros como la prueba de que el reino de Dios vencía ya, liberando a los cautivos de las garras demoníacas. Aquí toma fuerza la dimensión eclesiológica de los textos hoy proclamados;

El bautismo es ante todo capacitación para entablar una lucha sin cuartel contra todas aquellas realidades opositoras al Evangelio (personificadas por la mítica figura del Satán), ideologías de poder, de riqueza, de gloria y honor mundanos, de religiosidad alienante y bobalicona que en nada compromete y sí que aquieta las conciencias para poder sentirse suficientemente buenos y tranquilos ante el juicio divino, ideologías hedonistas que todo lo sacrifican en pos del dios placer, etc.

La vida cristiana poco tiene de romántica o tranquila, es una constante y permanente tensión entre los valores del Reino y los del Satán, una vertiginosa toma de decisiones en el aquí y el ahora cotidiano, en todos los campos de la vida humana la fe tiene que ver y se juega cada día la vida definitiva. El “Por mí o contra mí” al que Cristo apremia se decide a cada instante y por ello se nos invita a la oración y a la vigilancia continua para descubrir y acatar la voluntad de Dios revelada en la historia.

Lucas presenta la figura de Jesús no principalmente como objeto de admiración o de adoración, sino como aquel a quien el creyente debe seguir, asumiendo radicalmente sus actitudes y su proyecto. El Bautismo en Jesús, no fue un acto social, o de fanatismo religioso. Esta acción, por el cual el Espíritu revela la verdadera identidad de Jesús, marca cuál es su misión en la historia y por lo tanto su destino. Jesús, que supo comprometerse en la obra de Dios Padre, camina hacia la muerte, no en una actitud sádica, sino en total libertad. Él sabe por quién hace opción y conoce muy bien la consecuencia de estar de parte de Dios y de los favoritos de él: los pobres.

Este es en definitiva, el sentido del bautismo de Jesús, matricularse en el Proyecto de Dios Padre, que es la vida en abundancia de todos los hombres y mujeres de la historia. Celebrar el bautismo del Maestro de Galilea, tiene que llevarnos a comprender la invitación profunda que este acto de Jesús nos hace: renunciar a nuestros egoísmos, tomar su cruz cada día, seguirle y si es necesario perder la vida por su causa. Estar bautizados, por lo tanto, implica vincularse al proyecto de Jesús, que es el mismo proyecto de Dios, de manera sincera y seria. Jesús no pone condiciones teóricas, sino que presenta el ejemplo personal.

El Bautismo de Jesús, antecede el inicio de su misión en medio del mundo. En la lógica de Lucas, Jesús tiene que ser ratificado por el Padre; sólo así puede dar inicio al tiempo nuevo, que va a inaugurar. El Bautista entra en escena como aquel que es precursor para la lógica del tercer evangelio. Pero su tarea, solo alcanza sentido si Dios mismo declara quien es Jesús. Por eso vemos al Espíritu, entrar en escena para declarar sobre Jesús: “Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto”.
Esta declaración que el Espíritu hace sobre la persona de Jesús, es extensiva sobre todo ser humano. Para eso Jesús iniciará su misión en medio del mundo, para limpiar el rostro de la humanidad violentada y la inmundicia que las estructuras de poder han cimentado sobre los débiles, a fin que cada ser humano, experimente en su propia vida, el ser hijo querido de Dios, predilecto de su amor. El bautismo de Jesús inaugura su vida pública y contiene en potencia todo el itinerario que deberá recorrer.
Parece un dato histórico cierto: Jesús, como tantos otros jóvenes de su tiempo, se siente conmovido por la predicación de Juan, y acude a recibir su «bautismo», con un rito de «inmersión» en las aguas del Jordán, un rito casi universal que significa una decisión radical de entrega a una causa, por la que uno se declara ya decidido a dar la vida, a morir incluso. Jesús, con la coherencia de su vida, hará homenaje a su decisión de hacerse bautizar por Juan. Todo seguidor de Jesús está llamado a hacer suya esa coherencia de vida y esa radicalidad de decisión, que se expresa y anticipa en el rito del bautismo, y se debe hacer realidad todos los días. Así, el consuelo de Dios es creador de nuevos hombres, salva de una vida frustrada mediante la generación de hijos capaces de complacerle.
Gracia y paz.

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