lunes, 28 de enero de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 3 DE FEBRERO DE 2013 (4° DOMINGO ORDINARIO CICLO C)


LECTURAS

Jr 1,4-5.17-19: << En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré: Te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: Frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo; lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte, -oráculo del Señor-. >>
Sal 70: << A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa. Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno, tú me sostenías. Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. >>
1 Cor 12,31-13,13: << Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve. El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de predicar? -se acabará. ¿El don de lenguas? -enmudecerá. ¿El saber? -se acabará. Porque inmaduro es nuestro saber e inmaduro nuestro predicar; pero cuando venga la madurez, lo inmaduro se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo de adivinar; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor. >>
Lc 4,21-30: << En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -¿No es éste el hijo de José? Y Jesús les dijo: -Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. Y añadió: -Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
 Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba. >>

  1. REFLEXIÓN

DE LA VOCACIÓN AL SERVICIO

JORGE ARÉVALO NÁJERA

Si se pregunta al cristiano de “a pie”, al común y corriente ¿Puede usted ubicar exactamente el momento en su vida en que Dios le llamó?, las respuestas varían desde un vago “no lo recuerdo” hasta un categórico “no lo sé” (al menos estas han sido las respuestas dadas a un servidor en una encuesta realizada entre más o menos 100 personas elegidas al azar, y sospecho que no variarían mucho de seguir preguntando a un mayor número de cristianos, y aquí la excepción no hace más que confirmar la regla)

Y desde luego, la siguiente pregunta: ¿Por qué cree Usted que en un país eminentemente cristiano, la realidad social es tan claramente anti-evangélica? tenía que obtener respuestas en la siguiente línea: “Porque los cristianos somos descomprometidos con nuestra fe”, “Porque es casi imposible vivir el Evangelio” etc.

Y digo que desde luego tenía que obtener esa clase de respuestas porque al parecer no existe en la mayoría de los cristianos la conciencia de ser llamados por Dios y según la Escritura todo comienza por allí, sin esa experiencia vocacional no puede existir vida cristiana. La catequesis tradicional se reduce al aprendizaje de una serie de enunciados religiosos que el niño o incluso el adulto deben recitar de memoria (la mayoría de las veces sin siquiera reflexionar en su significado), olvidando por completo el aspecto experiencial   de la relación vital con Dios y mucho menos se piensa en ayudar al catequizando a descubrir su vocación cristiana. El resultado es obvio: a lo más, se obtienen cristianos muy religiosos, muy cumplidores de normas y preceptos, pero carentes del fuego que inflama los corazones de aquellos que se descubren privilegiados con la llamada de Dios y por lo tanto incapaces de abrazar radicalmente la propuesta del Evangelio.

Cuando el proyecto de Dios, manifestado en la persona de su Hijo, se ve reducido a una teoría, a una doctrina (y no importa que tan sublime parezca) es en efecto algo imposible de vivir ¡Poner la otra mejilla, perdonar 70 veces 7, orar por el que nos injuria, responder a todo mal con un bien, no juzgar, invitar a nuestros banquetes a los menesterosos y prestar sin esperar la devolución de lo prestado, ser perfectos como el Padre Celestial, caminar sobre las aguas, expulsar demonios, curar enfermos, desarraigar árboles y plantarlos en el mar! ¡Son cuentos chinos! O a lo más, una bellísima utopía que nos hace soñar…pero al fin y al cabo solo realizable por Jesús y eso porque era Hijo de Dios y así las cosas, se tiene que estar de acuerdo en que el cristianismo empezó y acabó con el profeta galileo y que el discipulado y la Iglesia son meras consecuencias del sueño de unos ilusos que dieron la vida por una quimera.

Según Jeremías todo comienza en un momento concreto de la historia “En tiempo de Josías” y como es costumbre en los autores bíblicos, el tiempo está al servicio de la teología y entonces, las referencia temporal es utilizada para dejar bien en claro que la acción salvífica de Dios no es meramente una cierta transformación que se da en la interioridad del individuo, sino que inicia y ejerce sus efectos en el mundo, en lo concreto y tangible de la historia, partiendo y rescatando a ésta del ciego destino fatídico de la repetición constante de hechos hasta el infinito, sin un punto de partida y uno de llegada, sin un principio y un fin. Según la fe judeo-cristiana, la historia (en virtud de ser espacio de salvación) conoce un momento de inicio (y no solo cronológicamente, lo cual es obvio, sino soteriológicamente) y un punto meta de realización, es decir que la historia no es ciego devenir sin sentido sino proceso tendiente a su culminación. Ahora bien, su origen y su meta son Dios, parte de la acción creadora de Dios mediante Cristo en el poder del Espíritu y  tiende a su plenificación definitiva en el abrazo escatológico trinitario.

En la vida de cada singular individuo y en cada comunidad cristiana, es menester ubicar con diáfana claridad la llamada divina que puede dar inicio a la historia de la salvación particular y comunitaria, porque descubrir la llamada es saberse y sentirse (conocimiento racional y sentimiento) privilegiados, hijos con vocación a una vida radicada en el Absoluto, totalmente nueva y llena de un gozo indecible, seres invencibles y co-creadores juntamente con Dios de un mundo ignoto que ha brotado y es pulsionado por el amor, “consagrados” es decir hechos sagrados, inmersos en una realidad santa, en una fuerza imparable que todo lo abarca y redime ¡tal es la vida que aguarda a todo aquel que abraza su vocación, la vida del renacido en el Espíritu! Solo el que asume experiencial y racionalmente la “llamada” y sus implicaciones, puede vivir el Evangelio, porque solo el que se sabe amado por Dios se convierte en un enamorado de Dios “hasta los tuétanos”, solo el que mira la cruz y ve en ella a su amado, crucificado por él, puede abrazar esa cruz y encontrar en ella la sabiduría de Dios que le lleva a la vida definitiva pero que es estupidez  para el mundo. Solo la experiencia del amor fontal que es Dios puede transformar los corazones apocados en valientes “profetas para las naciones”. Por ello, toda evangelización y catequesis, toda predicación, toda palabra y acto de la Iglesia debería ser medio de clarificación vocacional del pueblo de Dios, discernimiento y profundización de la llamada divina.

Claro que la llamada tiene implicaciones que afectan la capacidad volitiva y la libertad humana porque se traduce en ministerio, en salida de sí mismo, en desinstalación y éxodo, en confrontación con un mundo que a menudo rechaza la propuesta divina y acaba persiguiendo a los profetas. Hay que “ceñirse y prepararse” como dice Jeremías, esto toca al hombre, le corresponde, es su parte. Debe asumir un compromiso basado en la confianza en un Dios que le hace “ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce…” y aquí es donde “tuerce la puerca el rabo” (si se me permite la expresión coloquial) porque es muy fácil creer en Dios “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan. (Stg 2,19)” pero creerle a Dios es otra cosa, es confianza absoluta que se traduce en praxis incuestionable, en fe manifestada en obras, en una fe operante.

Toda teología debiera ser reflexión sistemática desde una fe que se hace existencia, sistematización doctrinal después de concreción histórica, Palabra puesta en práctica y después reflexión teológica.

Es una dramática paradoja esto de la confianza en Dios, porque por un lado es necesario confiar para lanzarse a la loca aventura del Evangelio, pero por otro lado, no le es connatural al hombre confiar ciegamente y solo la cotidiana praxis de la Palabra le permite hacer experiencia de aquello que se le promete como garante. Ciertamente que se requiere valor y arrojo para atreverse a poner en práctica el Evangelio, se requiere por ello una profunda insatisfacción con lo adquirido, ser un eterno buscador, un pobre de espíritu, uno que entonces se lanza a vivir la Palabra buscando y confiando que en ella encontrará la respuesta a sus búsquedas y anhelos. Es por ello que si bien en Jeremías se pone el acento en la Gracia que capacita al hombre, en el Salmo es el creyente quien reconoce en Dios su refugio, auxilio y defensa y pone en él su esperanza y confianza, parte de la experiencia ya vivida (“desde que estaba en el vientre de mi madre yo me apoyaba en ti y tú me sostenías”)

¿Ahora bien, cuál es el medio específico y concreto con que el cristiano debe ejercer su labor profética, su compromiso ante el mundo? Aún cuando el Espíritu dona una gran cantidad de carismas a su comunidad, con los que la enriquece y edifica, tales como el don de lenguas, la profecía, el conocimiento, la fe, la esperanza etc. La virtud mayor y que cualifica todo carisma, es el amor, a tal grado que en su ausencia, todo don se convierte en vacuo e inoperante. En el maravilloso y tan conocido himno al amor, consagrado en la Primera Carta a los Corintios, se elencan las múltiples aristas que constituyen ese diamante maravillosamente complejo que llamamos amor. Sus características son las armas con que los nuevos profetas de Dios, los cristianos confrontamos a “las naciones” o sea el mundo en su totalidad: comprensión o lo que es lo mismo “ponerse en los zapatos del otro”, es la clave que abre el dinamismo que hace posible la transformación del  mundo, la comprensión permite relativizar las miserias del otro (si bien esto no significa justificarlas dado el caso) y asumir las propias, lo que nos hace incapaces de presumir (¿de que podemos presumir si tenemos iguales o peores miserias?), desde luego, el servicio a los demás es el remedio perfecto para el egoísmo, pues el servicio es apertura a los otros, a los que previamente se ha descubierto como indigentes y por lo tanto necesitados y no como enemigos.

El abismo que se abre a nuestros pies ante la invitación que se nos hace es impresionante; ¡Perdón sin límites, confianza sin límites, esperanza sin límites! ¡El amor es eterno e invencible! En el fondo, la fe es la confianza absoluta en que el amor vencerá, que a pesar de lo que el mundo grite a voz en cuello dada la estructuración de sus valores, el cristiano levanta la voz, tan alto como la cruz en la que fue levantado su Señor, para testificar que al final es Dios quien tiene la última palabra y esa palabra es de vida eterna.

Ya reflexionábamos en el escrito anterior, que en el trozo evangélico de Lucas se dejaba en suspenso la reacción del público ante el cual Jesús proclama el trozo de Isaías, y hoy se explicita esa reacción: al principio, todos le aprueban y admiran la sabiduría de sus palabras, pero cuando el Maestro lleva la enseñanza al terreno de la universalidad en el cumplimiento de la profecía, más allá del estrecho cerco de Israel, la actitud ya no es la misma, y se torna irascible y más aún homicida. La causa es obvia y no nos detendremos en ella; la inclusión de perros paganos en el designio salvífico de Dios no es aceptada por los orgullosos israelitas.

Pero aquí lo que importa no es la causa de la actitud, sino la forma en que Jesús se presenta a lo largo del episodio, que es la encarnación misma del amor tal como lo ha presentado la Carta a los Corintios y que de una manera por demás elocuente y emotiva nos describe en su comentario al Evangelio el P. César Corres.

De la vocación al servicio, de la llamada a la vida en libertad, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios, de la mentira a la verdad, del hoy mediocre y pusilánime al hoy “ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce, frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá, como de sus jefes, de sus sacerdotes o de la gente del campo. Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”

Gracia y paz.

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