lunes, 21 de enero de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 27 DE ENERO DE 2013 (3er DOMINGO ORDINARIO CICLO C)


1.     LECTURAS

Neh 8,2-4.5-6.8-10: << En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Eran mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo –pues se hallaba en un puesto elevado– y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «Amén, amén.» Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.» Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza. >>

Sal 18: << La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma; inmutables son las palabras del Señor y hacen sabio al sencillo. En los mandamientos del Señor hay rectitud y alegría para el corazón; son luz los preceptos del Señor para alumbrar el camino. >>

1 Cor  12,12-30: << Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.  El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.  Si el pie dijera: «Como no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él?  Y si el oído dijera: «Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿acaso dejaría de ser parte de él?  Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato?
 Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan establecido.  Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?  De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo.  El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito», ni la cabeza, a los pies: «No tengo necesidad de ustedes».  Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios,  y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto,  ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera. Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan,  a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios. ¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría. Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.  En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros?  ¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas? >>

Lc 1,1-4; 4,14-21; << Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros,  tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,  a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región.  Enseñaba en sus sinagogas y todos lo alababan.  Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.  Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos  y proclamar un año de gracia del Señor.  Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.  Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». >>

  1. REFLEXIÓN

LA LEY COMO BUENA NUEVA

JORGE ARÉVALO NÁJERA


La Ley aparece en el texto de Nehemías como una realidad irrenunciable para la comunidad israelita, la proclamación solemne ante la totalidad del pueblo (“hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón”) y la posterior interpretación para que el pueblo comprenda la palabra proclamada y todo esto hecho en el “día consagrado al Señor” llena de fuerza a la asamblea convocada.

Pues esto parece estar muy bien para aquel pueblo, pero ¿no es cierto que en el Nuevo Testamento la Ley aparece como algo definitivamente superado e incapaz de aportar vida al pueblo?  Precisamente esto es lo que nos ha dicho el texto evangélico de Juan que se nos proclamó el Domingo anterior, donde las tinajas de piedra simbolizan a la Ley, vacía de vida y solamente fuera de sus estructuras es posible el milagro del amor que el auténtico esposo (Jesús) es capaz de dar. ¿Cuál es entonces el sentido de proclamarnos un texto que aparentemente ya no tiene nada que decirnos hoy a los creyentes del siglo XXI, partícipes de la nueva alianza en Cristo?

Es que “La Ley” superada, criticada y abolida por Jesús consiste en una cierta ideología religiosa que sacrifica al hombre en aras del cumplimiento legalista y exterior de una serie de preceptos que logra el beneplácito de Dios. En este tipo de religiosidad, el precepto está por encima del hombre, lo esclaviza y aliena y acaba logrando precisamente lo contrario para lo cual fue dada (ayudar al hombre a vivir en libertad y comunión con su creador) presentando una imagen divina deformada y opresora, enemiga de la vida misma.

No cabe duda que la “catequesis” y “evangelización” en muchas ocasiones hacen uso de ciertas imágenes de Dios abominables y que suscitan miedos y animadversión contra todo lo que suene a Iglesia, hasta que en casos extremos, se acaba abandonando la fe (la católica al menos). El Evangelio, que en esencia es fuerza transformadora y liberadora, generadora de vida nueva, acaba siendo convertido en una serie de “mandamientos”  que hay que cumplir so pena de condenación eterna y ¡claro!, al encontrarse insuficientes para cumplir dichos elevadísimos mandatos, se produce un sentimiento de frustración y culpa que aleja poco a poco del compromiso auténticamente cristiano y arroja en los dulces brazos de una religiosidad mocha y dadora de una falsa seguridad de cara a Dios.

Se entiende claramente por qué Jesús incumple permanentemente los “sacrosantos” preceptos religiosos que los representantes oficiales del judaísmo imponían (cual pesados fardos imposibles de llevar) al pueblo sencillo y oprimido. Claro que también existía una poderosa razón para que se oprimiera y alienara de tal modo al pueblo, y esa razón era de índole económica, ya que si nadie podía cumplir la Ley (reducida groseramente a seiscientos y tantos preceptos diarios) pues todos eran pecadores y la solución a tan deplorable condición estaba al alcance de la mano ¡los sacrificios en el templo!, todo aquel que pudiera pagar el precio de un sacrificio (y había para asegurarse de que todos pudieran, desde una paloma para los más pobres hasta enormes bueyes para el holocausto de los más ricos y los animales utilizados eran criados en el Templo, luego vendidos para los sacrificios y finalmente vendidos también para el consumo del pueblo ¡negocio redondo!) era perdonado e incluido nuevamente con todos los derechos en el pueblo elegido.

La profunda teología y espiritualidad contenidas en el acto simbólico del sacrificio se veían así reducidas a una grotesca caricatura y un insulto al Dios vivo y verdadero, en un comercio feroz y una monstruosa pretensión de manipular al innombrable Dios de las montañas. Que me perdonen las conciencias católicas más sensibles, pero desgraciadamente y salvo gloriosas excepciones, los sacramentos (en especial la Eucaristía y desde luego la Reconciliación) se han convertido en los nuevos sacrificios que aseguran la vida eterna, sin importar demasiado la dimensión estaurológica (dimensión de la cruz) en la concreción vital de la fe. Si se desvincula el Sacramento (cualquiera que éste sea) del seguimiento del crucificado (con todo lo que esto implica) la vida sacramental se reduce a una práctica mágica digna de la ideología religiosa que le subyace.

Así, Jesús no deroga La Ley, sino una particular interpretación y utilización de la misma por parte de las autoridades religiosas. Devuelve a la Ley su auténtico sentido y la ubica en su justo nivel, que es el de estar al servicio y promoción del hombre, cuando se pierde este sentido no sirve para más nada y Dios no es su garante. La nueva Ley, la del Espíritu de la definitiva alianza consumada en y por Cristo, lleva a plenitud la ley antigua, que no se cumple ya por obligación o en vista a recuperar el beneplácito de Dios, sino que se asume como respuesta en acción de gracias desde la fe. Así vivida, la ley se celebra pues es fuente de fuerza y gozo. Se descubre como perfecta y reconfortante para el alma, como palabra que hace sabio al sencillo y luz que ilumina el permanente caminar del creyente, como expresión de la voluntad divina que lleva siempre a la verdad y la justicia y como vehículo que lleva a la salvación y refugio que solo en Dios están (Salmo)

Ahora bien, la carta a los Corintios evidencia la inherente koinonía (comunión) que le es propia a la adecuada vivencia de la ley, que indefectiblemente desemboca en una celebración comunitaria, en una comunidad celebrante. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, es decir su realidad visible y operante en el mundo, su medio para impactar la historia. En la mentalidad semita este es precisamente el significado de la palabra “cuerpo”, que es mucho más que el conjunto biomolecular que nos da forma física.

Deberíamos decir que “cuerpo” es más una referencia relacional que una realidad física, “cuerpo es todo aquello del hombre con que impacta a otros, con que se relaciona con ellos, por eso, cuerpo es el carácter, la forma de ser, el sentimiento expresado en actos,  la palabra que revela la interioridad, la caricia ofrecida con una mano que se extiende etc. Pues bien, esta comunidad de convocados que se postra delante de la Palabra proclamada como Ley y que encuentra en ella su principio y fin, su alegría, su justicia, su refugio y salvación, es el cuerpo de su Señor ¡Increíble paradoja!

El hacedor de universos quiere expresarse y continuar impactando al mundo mediante su Iglesia, convocada entonces para continuar la obra de Jesús, para seguir abrazando y sanando la carne de los leprosos de todos los tiempos, compartiendo la mesa con los publicanos y las prostitutas, para seguir denunciando la opresión que los poderosos según el mundo ejercen sobre los débiles, para seguir expulsando los demonios que atenazan el corazón humano, para caminar sobre las aguas y curar el futuro de los hombres que construyen su historia según categorías ajenas a Cristo… en fin, para construir el Reino que Jesús soñó y que su asesinato le impidió ver, y para lo cual le ha dado su Espíritu vencedor.

Pero para ello, la clave es la unidad en la diferencia, la diversidad asumida como don que lleva a  la perfección del cuerpo y no vista como amenaza a la integridad. Cuando todos y cada uno de los miembros de ese cuerpo maravilloso que es la Iglesia entendamos el lugar exacto que nos corresponde y descubramos lo maravilloso que es ser “pie” o “mano” u “oreja” o “nariz” dejaremos de sentirnos amenazados por los carismas de los demás y juntos trabajaremos para hacer eficaz en el amor a la desposada por Cristo.

El Evangelio según Lucas nos presenta a Jesús como el cumplimiento de las Escrituras o como dice Nehemías “El Libro de la Ley”. Cito literalmente al gran estudioso de Lucas Joseph A. Fitzmyer: Lucas coloca deliberadamente esta narración (se refiere a toda la perícopa que va desde el verso 16 hasta el 30) al comienzo del ministerio público de Jesús, como símbolo de toda su actividad futura y de las reacciones encontradas que va a provocar. El aspecto de “cumplimiento” subraya la actitud de apertura y acogida de su enseñanza; pero el aspecto de rechazo anticipa simbólicamente la oposición y la ceguera que su ministerio va a provocar incluso en los suyos.

La profecía de Isaías, buena nueva anunciada a los pobres, los cautivos, los ciegos y oprimidos de su tiempo se hace presente a los contemporáneos de Jesús y a través del texto de Lucas a nosotros, hombres del siglo XXI. La lectura evangélica proclamada este Domingo deja en suspenso la reacción que se explicita en los versos subsecuentes, como dando espacio a la libertad del oyente a la vez que permitiendo el cuestionamiento personal y comunitario. “Los ojos de los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él” dice el texto y “Entonces comenzó a hablar, diciendo; Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír

En el pasaje se insiste mucho en el “lugar” donde se desarrolla la acción: En la sinagoga, es decir espacio fundamentalmente religioso, donde la Palabra debiera estar en su espacio natural, donde supuestamente se reúnen aquellos que ya celebran en sus vidas la gozosa liberación del encuentro con Dios. El Vaticano II apunta que los sacramentos son al mismo tiempo fuente de donde se bebe la Gracia y expresión de una fe ya vivida en las coordenadas históricas. La Palabra de Dios es tal de manera estricta cuando se proclama en la asamblea eucarística, allí nos reunimos los adoradores de Dios (al menos en teoría) y fijamos los ojos y aguzamos el oído ante Cristo y su enseñanza, pero ¿Qué reacción práctica tendremos ante su palabra? ¡Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír!

En efecto, se ha cumplido, es decir ha llegado a su cabal cumplimiento en la persona de Jesús hace cerca de dos milenios, pero se sigue cumpliendo cada vez que el Evangelio es anunciado (no sólo de palabra sino de obra) a los que nada tienen y todo esperan de Dios (los pobres), a los que se encuentran aprisionados por ideologías y valores contrarios al evangelio y por lo tanto a la plenitud humana (los cautivos), a los que se agotan en la realidad meramente objetiva y no son capaces de levantar el corazón y acaban perdiendo la esperanza (los ciegos), y en fin, ¡proclamar el año de gracia del Señor!, el tiempo del perdón, de la cancelación definitiva del pecado y la restauración del hombre, por lo tanto, el tiempo de la bienaventuranza y la plena libertad de los hijos de Dios.

Queda abierta la invitación: Jesús habla primero a su pueblo, nosotros los cristianos de hoy, que somos invitados a asumir nuestro papel como asamblea convocada y consagrada, que descubre en la ley la luz que alumbra su camino, que se descubre “cuerpo” de su Señor y por lo tanto espacio de salvación para todo el género humano y mediante su unidad en Cristo es capaz de liberar a los hombres y siendo una verdadera comunidad alternativa proclamar el año de la gracia del Señor. Solo entonces, será una realidad palpable el dicho de Jesús: ¡Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír!

Gracia y paz.

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