martes, 2 de abril de 2013

2° DOMINGO DE PASCUA CICLO C


REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 7 DE ABRIL DE 2013

Hch 5,12-16: << Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente los tenía en gran estima. Más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban. >>

Sal 117: << Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad. Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es Dios, él nos ilumina. >>

Ap 1,9-11.12-13.17-19: << Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: "Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia." Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: "No temas: Yo soy el Primero y el Último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde." >>

Jn 20,19-31: << Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contesto: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente."
Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. >>

¿Curaciones y exorcismos en la Iglesia de hoy?

Jorge Arévalo Nájera

Señales milagrosas y prodigios, enfermos sanados y espíritus malignos expulsados, éxtasis y visiones extrañísimas, un resucitado con heridas visibles y palpables en las cuales un discípulo introduce la mano…seamos sinceros, no parece un lenguaje muy propio para hablar al hombre de hoy acerca de la realidad de la resurrección y sus efectos en la historia. Puede ser que el cristiano promedio confiese creer en estos datos aportados por los textos que hoy se nos proclaman, pero a nivel de la praxis, del hacer cristiano en el mundo concreto en el que se desenvuelve, esa supuesta fe se muestra nula o de plano inexistente. ¿Será que aquellos testigos que nos transmitieron su experiencia del resucitado eran unos locos soñadores? ¿Será que los textos resurreccionistas que nos transmitieron son producto de una simple proyección psicológica de lo que ellos hubieran querido que sucediera con su amado maestro, y que precisamente por su irrealidad objetiva no puedan transformar de manera definitiva nuestra sociedad?

Hoy, quizás más que nunca, en medio de un mundo globalizado y por ello pluralizado, el cristianismo tiene que mostrarse creíble no como una propuesta más sino como el camino por excelencia para edificar una sociedad que refleje la trascendencia de Dios. Y no se trata desde luego de descalificar acríticamente las diversas alternativas que hoy día se presentan a los ojos de los hombres para lograr un mundo más justo y humano, pero si que la Iglesia se ve obligada por la naturaleza misma del objeto de su fe (a saber el único Absoluto), a pasar por el tamiz del Evangelio todas esas alternativas y rechazar enérgicamente y sin ambigüedades todo aquello que le resulte opuesto, así como aceptar y apoyar incluso toda iniciativa humana que promueva el crecimiento y desarrollo según los valores del Reino de Dios.

En esta perspectiva, las lecturas de este domingo pretenden ubicar la realidad de la resurrección no tanto en cuanto al misterio de lo sucedido a la persona de Jesús, sino en la fuerza dinámica que dicho acontecimiento ha suscitado en la historia mediante la frágil y pequeña comunidad de discípulos. Sin embargo, también se hace hincapié en la realidad objetiva del acontecimiento sucedido al Maestro galileo y que lo califica como el único capaz de dar sentido a los acontecimientos de la historia y de llevarla a su total y definitiva consumación.

Mas allá del ropaje literario de los textos, que reflejan una cultura y pensamiento propios de la época en que fueron escritos, en ellos subyace (y esto es lo que importa al cristiano de hoy) una experiencia vital que no solo transformó a los destinatarios primeros de la manifestación del Resucitado, sino que mediante ellos, ejerció sus efectos en un mundo atormentado y esclavizado por el mal.

En el libro de los Hechos, se nos dice que en efecto, los enfermos eran sanados y los poseídos por los espíritus malignos eran liberados. Esto desde luego, no nos obliga a creer en dichas curaciones y exorcismos como algo mágico o al estilo de los exorcismos presentados en el cine. La significación teológica de la enfermedad y la posesión por espíritus malignos en la mentalidad bíblica, en pocas palabras es la siguiente: el tiempo actual (el presente histórico de Jesús) se encuentra dominado por Satanás y este dominio se patentiza y simboliza en la enfermedad y la posesión. Las diversas enfermedades son diferentes dimensiones de la misma realidad.

Por ejemplo,  la ceguera es un padecimiento que simboliza la incomprensión del hombre hacia la luz que es la Palabra, pero esa incomprensión se debe a una cierta influencia de poderes opositores al Reino que obnubilan la visión (entendimiento) espiritual. Como se puede ver, enfermedad y posesión se interrelacionan y en muchas ocasiones es difícil diferenciarlas. Es un hecho históricamente irrefutable (al menos así lo piensan universalmente los grandes estudiosos del Nuevo Testamento) la actividad de Jesús como taumaturgo y sanador. Los contemporáneos del nazareno así interpretaron sus hechos y lo consignaron por escrito. Para negar esto habría que mutilar sustancialmente los evangelios.

Además, las narraciones de milagros, curaciones y exorcismos se interrelacionan a nivel estructural con los pasajes que consignan las palabras de Jesús, de tal modo que unos  y otros se iluminan mutuamente, la enseñanza jesuana queda significada proféticamente por sus signos de poder liberador y esos signos se explican por sus palabras. Así mismo, también es un hecho que la comunidad pos-pascual realizó los mismos signos en nombre de Jesús como una consecuencia del Espíritu del Resucitado derramado en ella. Es verdad que dichos signos son anticipaciones del triunfo final de Dios sobre los poderes del mal y que precisamente por ser anticipaciones, son parciales y se circunscriben al beneficio de unos cuantos, pero su valor es totalmente real y abre la posibilidad para la fe y por lo tanto para la ampliación del impacto de la acción liberadora de Dios entre los hombres.

La Iglesia ha sido convocada para ser agente de la liberación que viene de Dios y por lo tanto su actividad como sanadora y exorcista le es constitutiva. Hoy sabemos que la mayor parte de las enfermedades tienen una etiología psicosomática, es decir que su origen está en factores psicológicos que se somatizan. Y obviamente que las alteraciones psicológicas son producidas por factores ambientales propios de una cultura que somete al hombre a la influencia estresante y opresora de ideologías nefastas que enferman la psique humana y tarde o temprano se evidencian corporalmente.

Es lógico suponer que en el contexto altamente estresante de la sociedad judía en tiempos de Jesús, en la que la estructuración teocrática manipulaba al pueblo haciéndole sentir pecador y excluido no solo de la sociedad sino de la pertenencia al pueblo elegido y por lo tanto de la comunión con Dios, este factor incidía en la existencia de múltiples enfermedades que lógicamente sólo podían ser curadas a través de las mediaciones que Dios había establecido entre él y su pueblo (culto y ley). Podemos imaginar el impacto gigantesco que un rabino reconocido (como lo era Jesús) tuvo entre las masas despreciadas, pecadoras, enfermas y poseídas por espíritus malignos cuando predicó el amor gratuito de Dios para con ellos, cuando comió con ellos, cuando abrazó leprosos, cuando en pocas palabras les hizo sentir el perdón divino y la restitución de su dignidad ¡como no pensar que Jesús les había liberado de sus pecados, enfermedad y sometimiento al mal!
La palabra clave es ¡misericordia!, apegar el corazón a la miseria del otro es la forma de ser de Jesús y es la única forma de ser de la comunidad cristiana, solo así la Iglesia podrá ser polo de atracción para los necesitados de este mundo “Mucha gente de todos los alrededores acudía a Jerusalén y llevaba a los enfermos y a los atormentados por espíritus malignos, y todos quedaban curados”

Cuando dejemos de juzgar a los demás para abrazarlos precisamente en donde todos los demás los desprecian, en las miserias que lastiman, que humillan y envilecen entonces estaremos sorprendiéndoles con un amor que no tiene su fundamento en el mundo y abriéndoles las posibilidades para saberse amados gratuitamente y por lo tanto libres de toda opresión. Y nosotros, libres también porque resucitados, podremos por fin llamarnos con justicia discípulos, seguidores del Cristo e hijos del Dios vivo, potencia pascual hecha historia, testimonio vital de una realidad que ya ha transformado todo lo existente.

El Salmo resuena con ecos pascuales pues la resurrección ha acontecido porque Jesús amó con la misericordia divina, que en él se hizo patente de un modo nunca visto, porque en Cristo “Dios nos reconcilió con él cuando aún éramos sus enemigos”, por eso él es la piedra angular que sostiene toda la economía de la salvación y en Jesús el Señor triunfa y el mundo puede ver el día de júbilo y gozo anunciado desde antiguo. Cristo es el nuevo templo donde hay que adorar al Padre en espíritu y en verdad y su comunidad al ser su cuerpo místico es por extensión también la nueva casa de Dios.

El libro del Apocalipsis nos aporta elementos bellísimos que explicitan el misterio pascual en su impacto comunitario: La “casa”, templo vivo del Señor lo es tal cuando vive en la tribulación que la vivencia radical del Reino desata, cuando persevera sin descanso en el seguimiento de Jesús, da testimonio de él  y predica la palabra de Dios. Solo que para lograr esto, es necesario recibir la comunicación íntima del resucitado que al revelar su misterio introduce al discípulo en la fuerza de la nueva vida que se comunica a los demás, una nueva vida que se experimenta al interior de la comunidad. “El día del Señor/domingo”, se da, en primer lugar, en un contexto litúrgico (expresión de una fe vivida comunitariamente) es en este “día del Señor” que se da la experiencia del resucitado. En este sentido, podríamos afirmar que la pascua de Cristo se actualiza para el mundo mediante la acción de la comunidad, una acción que no es solamente lucha social, sino también acto cultual.

Mística y praxis o mejor aún praxis mística es lo que puede transformar radicalmente la historia. Desde luego que aquí, la expresión “día del Señor” o simplemente “domingo” no significa un simple rito religioso desvinculado de la vida diaria, el “día del Señor” engloba una nueva era, basada en los valores del Reino, configurada en Cristo y vivida en la cotidianidad de la vida y que se expresa y alimenta en la acción litúrgica de la Iglesia, especialmente en la celebración eucarística dominical. Es tristísimo constatar que para muchísimos católicos, la Misa no es el espacio de encuentro con el Resucitado, es más bien vivida como un rito religioso (y en muchas ocasiones mágico) indispensable para salvarse una vez que hayamos muerto.

El Apocalipsis es ante todo una invitación a descubrir las insondables riquezas que aporta la celebración eucarística a la existencia del cristiano ¡Ni más ni menos que en ella Cristo nos dice “No temas, Yo soy el primero y el último; Yo soy el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá.”!  Si en verdad “viéramos” y “escucháramos” a Jesús que se manifiesta y nos habla en cada Eucaristía, no viviríamos presos del temor que nos atenaza e imposibilita para seguirlo pues la muerte ya ha sido vencida y la definitiva plenitud nos aguarda.

El Evangelio de Juan recalca el resultado del temor que se ha apoderado de la comunidad: “Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos por miedo a los judíos…” Aún cuando es el día por excelencia, aquel que no conoce el ocaso, los discípulos siguen atrapados en el viejo eón, donde la muerte parece tener la última palabra en la historia y que por lo tanto los poderes que dieron muerte a Jesús son los auténticos “señores” ante los cuales no queda más remedio que esconderse.

Es por ello que el resucitado tiene que vencer ese temor y hacerse presente en medio de su comunidad, para constituirla como aquel grupo humano vencedor del miedo y por ello capaz de dar testimonio del auténtico y único Señor: Jesús Mesías. La manifestación de Jesús y todos los signos de poder que él realiza tienen un solo objetivo: suscitar la fe en él como Mesías e Hijo de Dios para alcanzar la vida definitiva. Ese es el horizonte desde el cual su comunidad debe sanar las enfermedades y expulsar los espíritus malignos de los hombres.
Gracia y paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario