martes, 30 de abril de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 5 DE MAYO DE 2013


(6° DE PASCUA CICLO C)

  1. LECTURAS

Hch 15,1-2.22-29: << << En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsaba y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta: "Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud." >>

Sal 66: << El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe. >>

Ap 21,10-14.22-23: << El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero. >>

Jn 14,23-29: << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.
Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo." >>

  1. REFLEXIÓN

De la ley de Moisés a la inhabitación de Dios

Jorge Arévalo Nájera

El problema que está a la base del conflicto que nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles (¿Es la circuncisión del pacto antiguo necesaria para la salvación?) no es un problema que se reduzca al pasado, muy por el contrario, tiene muchísimo que ver con el pueblo de Dios del siglo XXI y no ha sido superado en la Iglesia contemporánea a decir por la forma concreta en que se vive la fe por parte de gran cantidad de cristianos de todas las denominaciones.

Trataremos de analizar brevemente esta problemática para después abocarnos a interiorizar el horizonte de superación que nos plantea la Palabra de Dios. El dilema en la elección entre acceder a la circuncisión o no, era mucho más complejo de lo que a simple vista pudiera parecer: el doloroso rito revestía un carácter religioso que simbolizaba y significaba la pertenencia al pueblo elegido, digamos que era el acto de carácter sacramental que permitía al varón pertenecer con pleno derecho al estatuto de judío y poder participar de todos los derechos y prerrogativas del varón israelita, pero también era entrada a la dinámica salvífica que Yahvé ejercía por medio de su pueblo.

Por lo tanto, no circuncidarse era impensable si se quería participar del influjo salvífico y del cumplimiento de las promesas que aguardaban al pueblo de la alianza. En la cristiandad primitiva muy pronto se presentó la disyuntiva entre un cristianismo de cuño pagano localizado geográficamente fuera del territorio israelita e ideológicamente desvinculado del judaísmo y un cristianismo de cuño judaico profundamente enraizado en la espiritualidad israelita y localizado en este territorio.

En el fondo, era el conflicto entre la ley mosaica que acentuaba el quehacer del hombre traducido en el cumplimiento de la ley (con el fin de alcanzar la misericordia divina y las promesas del reino) y la Ley del Espíritu donado gratuitamente y bajo cuyo influjo entran todos los hombres que se adhieran a Jesús.

¿Es salvífico el cumplimiento de la ley o lo que salva es la fe? Tal conflicto tiene algo de artificioso y se da a nivel de una postura errónea de ambas partes: si cumplir la ley se hace para “ganarse” la benevolencia divina entonces evidentemente se cae en la manipulación de lo divino y en el ámbito de las religiones naturales, pero al mismo tiempo, si la fe se entiende como la aceptación irracional y acrítica de unas supuestas verdades religiosas sin compromiso con la historia y reducida a la intimidad del sujeto, entonces también es evidente que estamos en al ámbito del fideísmo alienante.

Aunque el texto de los Hechos nos reporta la resolución del conflicto con la imposición solo de algunas prescripciones legales (abstenerse de la fornicación y de comer lo inmolado a los ídolos, la sangre y los animales estrangulados), sabemos por la carta a los Gálatas (Gal 2,1-10) que es más fiable en cuanto a datos históricos referentes al resultado de la reunión conciliar en Jerusalén en el año 49, en donde se trató este espinoso tema, que en realidad no se impuso ninguna carga legal a los cristianos convertidos del paganismo y se les dejó en total libertad reconociendo las obras portentosas del Espíritu en estas comunidades.

Obviamente que no se trataba de vivir anárquicamente sin un código ético y moral, de lo que se trata es de dejar bien en claro que la ley por sí misma no salva a nadie, que la salvación es ofrecida gratuitamente y que la ley se cumple como una consecuencia de la apertura a la Gracia transformante. La Gracia precede al cumplimiento de la ley pues lo contrario es esclavitud e infantilismo espiritual.

Desde luego que ante tal propuesta, se abre un abismo de incertidumbre ante el hombre, tan acostumbrado a la seguridad (aunque sin duda una seguridad artificiosa) con que el cumplimiento de la ley le arropa. Sin duda es mucho más fácil ser religioso cumplidor de normas que abrazar el fatigoso y aparentemente incierto camino de la libertad, pues ésta exige madurez, valentía, arrojo para arriesgarse a internarse por los vericuetos de la toma de decisiones que no siempre parecen tan evidentes y cuyo único criterio de verdad es la gloria de Dios y la luz que resplandece en el Cordero. Esto significa finalmente que solamente en aquel que se ha entregado a sí mismo hasta el extremo de la ignominia de la cruz puede encontrarse la inteligencia para discernir lo real, la verdad y por lo tanto la vida definitiva, la única que vale la pena ser vivida.

Solo la Gracia que supera la ley antigua en la cual se encontraba prisionero el hombre puede abrir la boca del creyente para entonar un canto de alabanza y reconocimiento de la bendición y bondad de Dios para con el mundo entero, canto que ahora es asumido por todas las naciones (el mundo pagano) que se descubre juzgado con justicia, bañado con una acción prodigiosa y sobrehumana que le proporciona todos los elementos para alcanzar la plenitud anhelada (Salmo).

La visión del Apocalipsis es una extraordinaria presentación eclesiológica que revela la más profunda identidad de la comunidad cristiana. La Iglesia no puede quedarse en la contemplación estática de su pertenencia a Dios, es cierto que dicha contemplación es necesaria para enriquecer el corazón y concientizarse de su realidad divina y por lo tanto de su autoridad como reveladora del único camino que puede llevar a la humanidad entera hacia la consumación de su historia, pero esta experiencia mística (que le hace ser portadora de la resplandeciente gloria de Dios), por la misma dinámica creadora del “objeto” que contempla (Dios mismo) le impele a “bajar”, a inmiscuirse en el mundo del hombre (la tierra), en otras palabras, a transformar ese mundo.

Su autoridad divina se traduce en servicio al mundo (su “fulgor”) Esta Jerusalén es celestial entonces porque sacramentalmente representa en la tierra el nuevo modo de relacionarse con Dios, en ella resplandece la gloria del Señor, que es la salvación del hombre. Esta comunidad constituida por Dios (celestial) y enviada al mundo (desciende a la tierra) está protegida y fundamentada por el único y mismo Dios que se ha revelado en  la historia de la salvación que comienza con Abrahán, en el antiguo Israel (simbolizado por las 12 tribus de Israel) y que alcanza su plenitud y concreción histórica en el Cristo testimoniado por la Iglesia (los 12 apóstoles del Cordero).

Las antiguas promesas hechas a la humanidad no son olvidadas por Dios, sino que son asumidas y plenificadas en la nueva economía de la salvación. Todos son invitados a entrar en esta nueva era de plenitud (las doce puertas orientadas hacia todos los puntos cardinales) caracterizada por la entrega de la vida que genera vida nueva, plena y definitiva en la que lo caduco (el cumplimiento legalista de la ley y el culto meramente religioso simbolizado por el “templo”) no tiene más cabida pues Dios mismo es el templo de los habitantes de la nueva humanidad que se ve también iluminada por la luz que es el Cordero.

Jesús le dirá a la samaritana: “Créeme mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu y los que le adoran, deben adorar en espíritu y verdad” (Jn 4,21-24) y en otra parte “Jesús les habló otra vez diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Vale mucho la pena detenerse a analizar un poco más cuidadosamente estas imágenes del nuevo templo y la luz del Cordero. En la imaginería judía, el templo es el lugar donde habita “la gloria de Yahvé” (un eufemismo propio de la sensibilidad judía que simplemente quiere decir Yahvé mismo en cuanto efectivamente actuante para salvar al hombre) es decir, que en ese espacio físico se da (mediante el culto que purifica) el encuentro entre el pecador y la potencia salvífica de Dios.

Por lo tanto, se trata de un Dios vinculado indefectiblemente a un espacio y a una cierta acción cúltica por parte de los sacerdotes israelitas. ¡Que lejos han quedado aquellos tiempos del Dios nómada que marcaba el derrotero por donde había de caminar el pueblo siempre atento a los imprevisibles deseos de su Señor! ¡Con cuanta reticencia había aceptado Dios que David le construyera ese templo! ¡Bien sabía el Señor el peligro latente que se escondía en el sincero deseo del rey por edificarle una construcción humana a la que se considerara “su casa”, su habitáculo permanente! Y ese peligro no es otro que el de la diabólica pretensión de “echarle el guante” a Dios, de manipularlo para lograr sus propios y egoístas fines. En cuanto el hombre siente que Dios se detiene y está al alcance de la mano, la tentación se traduce en acto idolátrico que atenaza el corazón. El templo se convierte así en cueva de ladrones que roban al pueblo la relación vital que Dios quiere establecer con él.

Por otro lado, la imagen de la luz nos remite a la inteligencia de la fe, inteligencia que puede penetrar hasta lo más profundo el sentido de lo real, hasta descubrir el hilo conductor con que Dios teje muy fino su historia salvífica para provecho de los que ama. Pues bien, Cristo es ahora esa luz, él es el único capaz de iluminar el corazón y la mente del hombre para que vaya más allá de lo aparente, hasta la esencia misma de la creación. La vida que da Cristo, una vida entregada y comunicada es luz que lleva al caminante hasta su meta definitiva.

Los criterios de la cultura imperante (la luz del sol y de la luna) no pueden llevar a buen puerto al hombre. Es precisamente la vida de Jesús, con sus valores y opciones, con su enseñanza y sus signos de poder, ahora actualizados en su comunidad, que Cristo ilumina a todas las naciones. Sin embargo Dios siempre se propone, nunca se impone a la libre voluntad humana, el amor mismo así lo exige y la comunidad de pequeños discípulos que él llama no es la excepción.
Ellos también deben abrazar libremente el discipulado y por eso, en el Evangelio de Juan se delinea el perfil del auténtico discípulo: uno que AMA a Jesús. El seguidor no es otra cosa que un enamorado del Cristo, y aquí más de uno estaremos pensando: ¿tan fácil? ¡Pues ya todo está dicho entonces! ¡Yo amo a Jesús!

Y no dudo en absoluto de la sinceridad de la expresión ni del sentimiento de los que así piensan, pero ¿Qué significa amar a Cristo? ¿Será cuestión de un mero sentimiento por sincero que éste sea? Veamos que nos dice al respecto Jesús mismo: “El que me ama, cumplirá mi palabra…el que no me ama no cumplirá mi palabra” podríamos inferir según las palabras del Maestro, que amarle significa CUMPLIR su palabra, pero no se trata simplemente de imitar o repetir ciertas actitudes o expresiones del Jesús histórico y pensar que así estamos cumpliendo su palabra.

Cumplir es llevar a plenitud en nuestras vidas el espíritu de la nueva ley, la ley del Espíritu, significa configurar místicamente nuestra vida  a la suya, significa de tal modo compenetrarnos con sus opciones y principios que nuestra mente sea la suya, que nuestro corazón lata con el compás del suyo, que sus ojos sean los nuestros para ver al hermano como Dios lo ve, significa que nuestra vida solamente tenga una finalidad: hacer la voluntad del Padre. El fruto es una realidad totalmente inédita y absolutamente impensable: ¡Dios morando en el interior de cada singular creyente y en el seno de la comunidad! ¡Una nueva humanidad henchida de divinidad! ¡Poseedora de una fuerza imparable, irresistiblemente transformadora e invencible que brota de su seno inundando el cosmos entero en un baño de Gracia salvífica!

¿Quién querría seguir bajo la esclavitud de la ley mosaica sabiendo que aquí y ahora es ya posible vivir en la libertad de la nueva humanidad? “Se los he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”



Gracia y paz.

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