lunes, 8 de abril de 2013

Reflexión para el 3er Domingo de Pascua 2013.


REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 14 DE ABRIL DE 2013

  1. LECTURAS

Hch 5,27-32.40-41: << En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: "¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre." Pedro y los apóstoles replicaron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen." Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. >>

Sal 29: << Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. >>

Ap 5,11-14: << Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza." Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían: "Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos." Y los cuatro vivientes respondían: "Amén." Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje. >>

Jn 21,1-19: << En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: "Me voy a pescar." Ellos contestan: "Vamos también nosotros contigo." Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: "Muchachos, ¿tenéis pescado?" Ellos contestaron: "No." Él les dice: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis." La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: "Es el Señor." Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: "Traed de los peces que acabáis de coger." Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: "Vamos, almorzad."
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.  Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis corderos." Por segunda vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le contesta: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Él le dice: "Pastorea mis ovejas." Por tercera vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras." Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme." >>

  1. REFLEXIÓN

EL CONFLICTO QUE TRAE LA PASCUA

JORGE ARÉVALO NÁJERA

El hombre busca incesantemente, desde que nace hasta su término, algo que bien a bien no sabe como definir y que ha llamado “felicidad”. Hay tantas definiciones de éste concepto como seres humanos: ausencia de conflicto, satisfacción de sus necesidades, armonía consigo mismo y con lo que le rodea, posesión abundante de bienes etc. Finalmente la “felicidad” acaba siendo siempre un sueño inalcanzable o incluso una quimera alienante que distrae al hombre de aquella realidad en la cual puede encontrarse a sí mismo y el sentido de lo real.

El evangelio que nos fue proclamado el domingo anterior nos revela el don que viene de lo alto y que es fruto de la Pascua del Hijo, a saber, el “Shalom”, la paz bíblica prometida desde antiguo para los tiempos mesiánicos y que es la respuesta de Dios para la búsqueda del hombre. Una paz que primero reconstituye a la comunidad liberándola del miedo que le mantiene encerrada en los viejos esquemas del pasado y que después le capacita para salir de sí misma y ser punta de lanza abriendo caminos al señorío de Dios.

Ahora, la temática teológica y espiritual de los textos que este domingo se nos proclaman, apunta hacia el significado existencial que la paz dada por el resucitado comporta para la comunidad. Indefectible y paradójicamente, esa paz mete al discípulo en la categoría del conflicto, de la persecución y en último término de la muerte. La pascua, que es la respuesta de Dios ante la muerte y que se manifiesta en el triunfo sobre ella, se sitúa en un entramado social cuyo fundamento es el pecado (cuya hija es la muerte) y precisamente por ello rechaza violentamente la Vida.

En el Libro de los Hechos, se nos dice que los apóstoles “enseñan en nombre de Jesús” y desenmascaran la culpa deicida de los detentadores del poder religioso representados por el sumo sacerdote, y por ello son perseguidos, azotados e intimados a renunciar a su testimonio. Enseñar en el nombre de Jesús significa en este texto no solo ni en primer lugar transmitir una doctrina o una serie de enunciados religiosos, sino y sobre todo revelar al hombre la irrupción en la historia de una nueva forma de vida, de relación entre los hombres y con Dios, una vida que no es compatible ni reconciliable con los valores de la economía (en el sentido etimológico del término: Administración de la casa, plan organizativo y distributivo de los bienes de esa casa)  del viejo eón.

No se necesita atacar ferozmente a nadie en particular (nunca hizo tal cosa Jesús) ni lanzar amenazas e improperios para denunciar los poderes opresores y enemigos de la vida, basta con “enseñar en el nombre de Jesús” (lo cual evidentemente implica un testimonio de vida coherente con el Evangelio) para atraerse la enemistad del “mundo” (para emplear la terminología y simbolismo de la escuela juánica). Recordemos que la expresión “en el nombre” no es una simple referencia de la pertenencia a una confesión religiosa ligada a Jesús, significa estar sumergido por completo, configurado vital y existencialmente en los valores y opciones que asumió el Maestro en la historia y que ratificó el Padre al exaltarlo  y hacerlo “jefe y salvador” y desde allí, proclamar con la palabra y con el testimonio los valores del Reino de Dios.

Una Iglesia como la nuestra, acomodada con los valores que debería denunciar como contrarios a la vida (y no hablo de los que con toda obviedad atentan contra ella, como la tan controvertida ley para la despenalización del aborto) y que sin ser tan evidentes, son igualmente perniciosos para la vida evangélica, tales como la riqueza a expensas de los más débiles, el hedonismo, el poder despótico, etc. Simple y llanamente esa Iglesia no es perseguida. Seamos honestos, realmente hoy por hoy, no somos incómodos para nadie, no somos rechazados en ningún ambiente (y la prueba son las primorosas fotografías de nuestros pastores al lado de los que pertenecen a la “alta sociedad” de nuestro país)

Y que conste que no estoy asumiendo una postura fundamentalista, pero sí que pretende ser radical y acorde con las opciones y enseñanzas de Jesús ¿A quien obedecemos primero, a Dios o a los hombres? Es una pregunta que trasciende todas las fronteras y épocas y nos confronta con la fe que decimos profesar. Aquellos valientes y arrojados apóstoles “se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”  y ahora, lloriqueamos patéticamente en los púlpitos y medios de comunicación por la “persecución” de que es objeto la Iglesia por “defender la vida”.

Es cierto que el cristiano vive en el gozo permanente del Espíritu y que este es un aspecto poco subrayado en la catequesis y predicación, que acentúa la renuncia y los sufrimientos que implica el seguimiento de Cristo, pero es igualmente cierto que el conflicto con el mundo (en tanto que éste permanezca  estructurado pecaminosamente) no es opcional para el discípulo, más aún, es un parámetro deseable para “medir” la veracidad de la espiritualidad cristiana. No se trata de elegir entre presencia o ausencia de conflicto, se trata de integrar el conflicto en la dinámica de la fe que se hace vida.

Como canta el Salmo: “El llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo” Claro que la presencia del Señor es permanente, pero ello no anula la experiencia del sufrimiento que sobreviene precisamente por serle fiel y obediente. Y esto es así por la simple y sencilla razón de que la fe o es histórica o no es fe en absoluto, y al ser histórica es procesal, conoce siempre nuevas situaciones en las que es menester que se actualice, su dinamismo está pulsionado hacia el ésjaton y por ello su fatigoso caminar solo terminará más allá de la historia. Es por ello que la esperanza es el signo distintivo del creyente, sin ella es imposible actualizar la fe y la caridad se hace imposible.

El paradigma del cristiano, a saber, Cristo mismo es “el Cordero inmolado” del Apocalipsis, que recibe “el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”, por lo cual estos valores son resignificados por la realidad del crucificado, la inmolación determina lo que es poder y fuerza (servicio hasta la entrega de la vida), riqueza (el cumplimiento irrestricto de la voluntad del Padre y el Espíritu de filiación), la sabiduría (la revelación del sentido de lo real como don del Padre). El hombre auténtico queda revelado en la cruz, todos sus anhelos se ven cristalizados cuando queda con los brazos abiertos y atrae así a todos hacia él. Es entonces que recién inicia la vida y la creación entera (los cuatro vivientes) dan el amén cósmico como sí definitivo al proyecto creador del Padre.

En el Evangelio de Juan aparece la imagen de la pesca, tan querida en los relatos evangélicos referentes a la misión discipular y que están llenos de elementos simbólicos al servicio del mensaje teológico: el mar, símbolo de las fuerzas opositoras al Reino y en las cuales está inmersa la humanidad entera (los 153 peces), las redes que significan los elementos humanos mediante los cuales la pequeña comunidad (simbolizada por la barca) pretende rescatar a los hombres pero que sin Cristo se demuestran inútiles (“Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada”), Pedro mismo que representa emblemáticamente a los discípulos de todos los tiempos que son enviados con una sola herramienta ¡los panes y los peces! ¡La Eucaristía y la fe en Jesús como Mesías, Hijo de Dios y Salvador! ¡Menudas armas para rescatar a los hombres de las garras de la iniquidad! ¡Cuántos proyectos pastorales fracasan estrepitosamente no obstante su impecable estructuración porque su fundamento no es la vida fraterna y la confianza absoluta en el único que puede llenar de peces grandes la red sin que se rompa!

Y no solo hablamos de un proyecto pastoral, sino del proyecto de santidad para cada particular creyente y de la comunidad como tal. La imagen que brota naturalmente del texto evangélico es la de una intimidad mayúscula entre Cristo y su comunidad, es el contexto de una cena caracterizada por la fraternidad (los panes) y la fe compartida (los peces). No es posible experimentar la manifestación pascual de Cristo fuera del ámbito de estas dos realidades y por lo tanto, la misión es un quehacer comunitario. Es en la comunidad que el cristiano encuentra la fuerza para atreverse a vivir radicalmente un proyecto (el de Dios) que encuentra su densidad máxima en el signo paradójico de la cruz (“Yo te aseguro: cuando eras joven, tu mismo te ceñías la ropa e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”) que por un lado evidencia como signo profético el pecado del mundo y por otro lado anuncia silenciosa pero elocuentemente el loco y desaforado amor de Dios por nosotros los hombres.

Abracemos pues desde la fuerza del Espíritu del Resucitado, con gozo y esperanza el conflicto que trae la Pascua.




Gracia y paz.

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